Capítulo 13. Comprando el perdón.
Las tortuosas horas pasan obligando a un Matteo haberse forzado a ser padre activo, a la par que Fanny está en espera, junto al resto de sus compañeros de clase, por la publicación de las calificaciones de las evaluaciones. Carlos aprovecha el tiempo de espera para conocerla un poco más.
Por extraño que parezca a ella no le cuesta mucho abrirse, por primera vez en su vida se siente cómoda hablando con otro hombre que no sea el posesivo y demandante Matteo Durán, no tarda mucho en comparar las expresiones de ambos hombres, sobre todo esos cambios de voz o los naturales gestos de Carlos haciendo que los engranes dentro de su cabeza comiencen a deslizar más de una idea y expectativas que contradicen su relación actual.
Sus esfuerzos son recompensados con altas calificaciones, confirmar, que sus trasnochos, su irregular alimentación demuestran que ella es algo más que una cara bonita. Quedar en la lista de los diez mejores promedios es razón más que suficiente para ir a celebrar... Y ¿por qué no?, sabiendo que su hermosa Liz está en casa con su abuela, «total Matteo debió de haberse marchado desde hace horas», piensa, mientras se debate entre ir y no ir, luego de mucho meditarlo su balanza se inclina por ir. Llena de ilusión, pide prestado el celular a Carlos para llamar a su madre haciéndole saber las buenas nuevas y preguntarle, sí, estaría dispuesta a cuidar un rato más a la pequeña Liz.
Afortunadamente, su madre acepta bromeando diciendo que no tiene nada mejor que hacer, ambas ríen contentas como si de dos colegialas se tratase, pero por razones muy distintas; Fanny por poder disfrutar de hacer cosas propias de su edad y su madre por imaginarse a Matteo lidiando con los berrinches de la traviesa Liz.
El encuentro se centra inicialmente en un café cercano a la univ mientras que el grupo de seis compañeros, más ellos dos, discuten afables el lugar donde finalmente celebrarán. El nuevo bar de Tito en la avenida Lincoln es el ganador.
El sitio está a reventar, alrededor de las diez de la noche a penas empieza, sus cuerpos están sudorosos, pero dispuestos a más tragos y movimientos acordes al estridente sonido que rebota en las oscuras paredes haciendo vibrar a cada cuerpo que está festejando dentro del bar.
De un momento a otro las manos de Carlos son atraídas por una fuerza hacia las de Fanny, sin embargo, ella las retira casi de inmediato, disimulando el tomar otro sorbo. Decir que, entre copas y copas, baile y baile el tiempo pasa sin darse cuenta, es poco, nunca en su corta vida se había desprendido de todas las responsabilidades de ser hija, madre y casi esposa. Sentirse sin ataduras le es gratificante, literalmente, es un bálsamo para su cansada mente.
Dos horas después, Fanny se abre paso entre la muchedumbre para salir del atestado baño del bar, decide que es momento de volver a su realidad maternal, envía otro mensaje a su madre preguntando por la luz de su vida, esa hermosa hija que la ha hecho madurar a pesar de su edad. Pocos minutos después, una risa aflora en sus labios cuando lee la respuesta de su madre, observa la hora en la pantalla y decide que un poco más de alcohol, baile y charla está bien.
El día transcurre sin mucho tropiezo para Alicia, sin embargo, al finalizar la tarde extrañada de la prolongada ausencia de Matteo, decide ir a la corporación para hacerle una visita sorpresa, nada preparado, todo improvisado, justo lo que le saca de quicio, él, el gran controlador, posesivo e inquebrantable Matteo odia a muerte las sorpresas. Lamentablemente en los primeros meses de casada se le ocurrió ir a invitarlo para almorzar juntos ya que, tenían más de una semana que solo se veían en las noches, pero lo que se encontró fue que él no autorizó la entrada justificándose que estaba en una reunión importante. Viendo en retrospectiva se podría decir que esa fue la primera bandera roja que ella ignoró. Como es de esperarse, él trató de limpiar su sucia consciencia comprándole una semana después un delicado collar con las iniciales de ambos, no sin antes verla llorar a escondida en el baño, de hecho, esa fue la primera de muchas veces que la lastimó y aunque siempre se prometía a sí mismo, no hacerla sufrir, le era imposible, pues sus instintos y deseos sexuales siempre le jugaban en contra. Sin embargo, años después, luego de mucho rogar por el perdón luego de la infidelidad con Daniela; él le cedió el poder de dejarla entrar y salir de la corporación cada vez que a Alicia le apeteciera todo con tal de demostrar que estaba comprometido a salvar su matrimonio.
Esos amargos recuerdos traen al aquí y ahora a Alicia quien menea la cabeza de un lado a otro; sabiendo muy bien que eso no es requisito o razón suficiente para que el gran Matteo mantenga su pene dentro del bóxer ni mucho menos para que sus promesas sean cumplidas.
Los ojos de Alicia miran el enorme edificio con el logotipo de la corporación familiar, suspira para con total elegancia entrar respondiendo con gentileza los saludos de gran parte del personal, procede con paso firme a encaminarse desde el amplio living hasta el ascensor que la llevaría al último piso, como es costumbre, Rita, la secretaria personal de su esposo la recibe con sincera cortesía, pero le informa que el CEO no se encuentra, confirmando las sospechas que ella ya presentía. Sin tener que escucharlo ya sabe que él no se ha presentado hoy a la corporación, sin embargo, Alicia, insiste en entrar a la oficina en busca de un documento que Matteo necesita.
Entrar allí, le eriza la piel, esa inequívoca sensación de escozor como si de una escabiosis se tratase, la embarga, ve con recelos el escritorio hecho con madera de caoba oscura, como todo lo que rodea a Matteo, tocar esa silla ejecutiva que fue y tal vez continúa siendo cómplice de más de una follada con su ex amante y de seguro con otras más, hace que su estómago busque vaciarse, pero, cielos, no le dará esa satisfacción, así que traga esa amarga y ácida saliva.
Sentirse estremecer y ligeramente entumecida la hace reaccionar dándole la valentía o malicia necesaria, como quieran verlo, para hacerle una llamada comprometedora desde su celular al cual, él, le mandó a instalar un GPS con su hermano pequeño, dato que Oscar le hizo saber apenas lo activó. Irónicamente, el mismo celular que su genial cuñadito le acaba de entregar, y el cual tendría registrado que ella no regresó a casa, sino pasada la medianoche, ríe ante la hilarante verdad que lo tuvo Oscar toda la noche.
Efectivamente, el ególatra de su esposo contesta luego de tres repicadas, señal inequívoca que está haciéndose de rogar demarcando su superioridad, cosa que no la altera. Con voz ansiosa le pregunta si volverá a casa para cenar, a lo que él con tono seco lleno aún de celos, le contesta que no está seguro. Y mierda, ¿cómo estarlo sí está enjaulado con una cachorrita que ya lo tiene agotado? Luego de una corta conversación más civilizada que amorosa, nada propia de una pareja que dice amarse, él insiste que está en una importante reunión en su oficina y que debe cortar la llamada.
—Error... error... gran error, Matteo— repite zigzagueando la voz de Alicia como cualquier cuaima lo haría —te he advertido que las mentiras traen consecuencias— para mal de él Alicia continúa sentenciando mientras que hace clicar su lengua varias veces con el paladar de la boca.
Ella deja caer su espalda sobre el respaldar de la costosa silla ejecutiva, cierra los ojos y decide que es momento de una apuesta mayor con la siguiente venganza silenciosa. La cual llama "garras de venganza", en honor a cada paso que ella dio llena de inseguridad cuando vio que su perfecto matrimonio se rompía en millones de pedazos a los pies de su infiel esposo. —Matteo, mi mentiroso Matteo, tus pasos te harán sentir tan inseguro que dudo que puedas caminar descalzo de ahora en adelante— sentencia la mujer que hace años juró amarlo.
Matteo Durán mira por millonésima vez el reloj del cuarto demostrándole que las horas pasan y pasan sin importarle que planes él tuviera, allí está él abrazando a una asustada Liz que no ha parado de llorar por los brazos de su mami. ¡Mierda... mierda... y más mierda!, su vida está a punto de convertirse en un caos. Esa extraña llamada de Alicia lo saca de su zona de confort, pues, para su mal le parece más una forma de confirmar que él, su amado esposo, no llegará a casa, pero ¿por qué?, ¿qué se trae su sumisa esposa? Los celos arremeten contra él, pero la manita de Liz se aferra un poco más a él.
Justo cuando el reloj marca las dos y cuarenta de la madrugada escucha como la puerta del cuarto, por fin se abre para ver tropezar a una Fanny bajo los efectos de unas copas que se les pasaron de más.
Veinte minutos después, logra zafarse de una Fanny por demás melosa que habla incoherencias, las cuales carecen de importancia para él, aunque sí logra memorizar un maldito nombre; Carlos.
Una mano de Matteo se ajusta con fuerza innecesaria al volante a la par que la otra la pasa repetidas veces sobre la nuca tratando de alejar el estrés, mira los controles del vehículo, está consciente que va a exceso de velocidad, pero puede jurar por Dios que eso lo tiene sin cuidado, solo necesita llegar a su hogar para calmar las casi prohibidas y censuradas imágenes que se proyectan una tras otra donde él no es el protagonista del amor de Alicia.
Reconocer que tan siquiera hay una remota posibilidad de que ella no le esté esperando, como siempre dormida en el sofá de la sala, le hace preguntarse ¿sí, realmente vale la pena su secund family?, tal vez solo tal vez, en su pérfida mente está navegando la idea que quizás deba elegir a una de las dos.
Una mala, muy mala, señal es que la sala está en total oscuridad, pero aun guardando las esperanzas que ella sí esté esperándolo, como en sus mejores tiempos enciende la luz de una pequeña lámpara; nadie absolutamente nadie, la sala está tan vacía como él temía. Se reprocha por haberla descuidado en las últimas semanas al darse de cuenta que ha estado más tiempo de lo necesario con Fanny. Aunque sí, al haber vamos siempre se ha preocupado de que a su esposita no le falte nada, ella dispone de varias cuentas bancarias sin límite, él suele hacerle el amor al menos dos veces por semana para mantenerla sexualmente satisfecha, aunado a esto, Alicia, estuvo más de ocho meses distraída preparando la boda. Enumera cada rol de esposo que él cumple a cabalidad, aun sabiendo que esa lista de mierda son pobres excusas que usa para justificarse.
—Nuestro cuarto— susurra, subiendo las escaleras sin darle tregua a las zancadas, a pesar de que su nuevo peso ya le hace mella, —mierda, vacío— protesta imaginándola, divirtiéndose sin él, baja con premura las escaleras, posa la mano sobre la perilla de la puerta de la biblioteca familiar, emite una plegaria a Dios para que ella esté allí.—«Gracias, Dios», son las únicas palabras que se repiten en su mente como si fuera una letanía.
Alicia se siente observada, así que; para fastidiarlo, suspira profundamente, desplegando una mirada llena de sentimiento como si le costará ocultar algo. Considerando que Matteo ya vio lo suficiente, opta por cerrar la conexión, apagando la laptop y girándose con cara de asombro para dejarse notar delatada.
—¡Oh, ya llegaste!, no te esperaba hoy —usa una voz que demarcaba algo cómo decirlo ¿incomodad o fastidio de tenerlo en casa?, mientras que se levanta de la silla y lo empuja sutilmente para salir del lugar.
Molesto por el hecho que ella no lo quiera en su espacio especial, aunado sobre todo por no poder ver ¿qué, coñas, y con quién, mierda, ella estaba tan distraída? Intenta oponer resistencia para evitar salir de ese sitio con olor a literatura, pero ella simplemente lo deja allí parado debajo del marco de la puerta. Frustrado por los pequeños cambios en el carácter y actitud de ella desde la boda de Anabel; decide que el ataque es la mejor defensa.
—¿Dónde, mierda, estabas anoche? —espeta con las manos en sus caderas justo donde el cinturón se entrelaza con las pletinas del pantalón.
«Eso mismo te podría preguntar yo... Infiel de pacotilla... ¿Dónde estuviste todo el maldito día de hoy?, o debo preguntar ¿con cuál de tus putas?» es la respuesta que ella quiere gritarle en su traicionera cara, pero eso malditamente va en contra de su tan bien planeado plan de venganza, así que decide volver a protagonizar el rol de esposa sumisa y dependiente que tanto ha llegado a odiar.
—No sé a qué te refieres, Matteo, ¿dónde podría estar?, aquí esperándote como siempre —mira con nostalgia el tan estúpido compañero de espera, ese lujoso sofá que lamentablemente fue su cómplice de tantas horas de llanto.
Para distraer a su infiel esposo le sugiere darse un delicioso baño de espuma, aunque la verdad es que le causa repulsión tener que ser tocada por un cuerpo que sin duda ya estuvo revolcándose con quién sabe quién.
—Hoy tengo ganas de ser tuya, como cuando éramos felices —Le susurra al oído mientras que le pasa la punta de la nariz por su cuello, no sin antes retener la respiración, pues tener que oler un perfume de puta barata no es precisamente lo que la ayudará a seguir con su plan.
—¿Cómo cuando éramos felices?, Alicia, amor, ¿a qué te refieres? —indaga achinando los ojos, a la vez que se reconoce que debe, ¡mierda!, atenderla más o al final corre el riesgo de perderla.
—Bueno, Matteo, ya sabes el amor cambia, así como cambian las personas —suelta a pesar de que esas palabras tal vez lo pongan sobre aviso.
—Amor, sé que hemos cambiado, pero mi amor por ti, no, lo puedo jurar —susurra acercando sus labios para apoderarse de ella, pero una esquiva mujer bromea realizando varios ademanes de mano, provocándolo que la siga mientras ella sube las escaleras para prepararle el baño.
Veinte minutos después están sumergidos en la profunda tina, el cuerpo de él todavía se siente tenso, necesita sacarse una espina que hace años los incomoda, pero aun sabiendo la posible respuesta hasta ahora se atreve a preguntar.
—Amor, ¿sabes lo que más deseo?— inicia ablandando un poco el terreno escabroso al cual está a punto de pisar, pero un silencio restándole importancia a su pregunta lo sorprende. —¿Cuándo volveré a oír de tus labios, mi alma, recuerdas así me llamabas?, ¿aún me pregunto por qué dejaste de llamarme así?— una mirada poco feliz de su esposa le atraviesa el corazón cuando en silencio él recuerda que fue luego del rollito de piernas con Daniela.
Sin pensarlo mucho, él busca con pasión cegadora el cuerpo entero que quien jura amar para hacerla suya, completamente suya. Diez escasos minutos le basta y sobra a un Matteo para sentirse satisfecho con una simple e insulsa cogida, lamentablemente para ella y su decaída relación; eso de hacer el amor murió hace años atrás.
Dos horas después los ojos de Alicia se entreabren con la esperanza que él no se despierte y en efecto allí tumbado junto ella, pegado como una garrapata o mejor como un piojo, quien cada vez, se va semejando a un lechón y no por lo sabroso sino por lo regordete que se ha vuelto luciendo cada vez más esa linda y tierna barriga cervecera.
Con cuidado se levanta de la cama, abre la puerta del baño, camina en total silencio hasta llegar al pie de la repisa que está ubicada debajo del lujoso lavamanos de mármol, allí, al final, escondido entre varias cremas y lociones está un pequeño frasco parecido a un esmalte de uñas traslúcido, lo toma con una sonrisa tiernamente malvada para luego encaminarse a dar la primera de muchas pinceladas de su bien pensado plan "garras de venganza".
Los gritos emitidos por Miguel resuenan en el espacioso apartamento a pesar de que tiene los dientes apretados, sus movimientos no se detienen entre más pasan los minutos más aprensivos se siente.
—¿Un mordisco? ... ¡Realmente crees qué eso es lógico! ... ¿Un mordisco?... ¡Anabel!, ¿te has mirado en un puto espejo? —espeta a la par que la toma con firmeza del brazo y la lleva a confrontar su reflejo en el espejo que adorna la pared focal de la sala, mientras, le toma la barbilla para mirar más de cerca esa infame huella, que de seguro dejará alguna marca por un tiempo.
El cuerpo de Anabel se tensa a la par que se deja seducir por un golpe de adrenalina produciendo un temblor delicioso y anhelado, cuando esos dedos aprietan con firmeza su brazo, cierra los ojos para maximizar sus sentidos y dejar volar su imaginación justo cuando el contacto se hace más fuerte y dominante, «por fin, las manos de su esposo están dispuestas a marcarla», excita silenciosamente. Deseosa que esos cardenales sean visibles; cuales testigos fieles de un arrebato descontrolado, un gemido con sabor a gloria sexual para ella es emitido por esos labios femeninos, que son mojados por una lengua sedienta de otra lengua, pero ese mismo gemido es percibido como uno de dolor por Miguel.
La primera reacción de él es soltarla por miedo a lastimarla, pero provocando en ella una conocida frustración que jura por Dios que esta noche es la última noche que ella queda insatisfecha. Hoy se encuentra demasiado excitada, necesita ser follada una y otra vez en busca del perdón, esa es su forma de comprarlo. Sabe que buscar a toda costa su perdón es su tabla de salvación, es la única forma de salir ilesa de este nuevo reto, «diablos Lluis sí que me la pusiste a muerte», protesta risueña mentalmente.
En esta ocasión el golpe de adrenalina es tan excitante como las penetraciones que tanto la satisfacen, se deja perder entre la adicción por Lluis y la necesidad de empezar a moldear a Miguel para volverlo su segund Lord. Anabel quiere volver a sentir el fuerte agarre en su brazo, también en sus senos, en su hendidura ya húmeda y lustrosa, en sus pomposas nalgas, diablos, quiere sentir sus mordiscos en su tenso clítoris y erectos pezones. Imaginar a Miguel sometiéndola a cualquier tortura de amor disfrazada de BDMS le hace humedecer la entrepierna y palpitar entera.
Así que ella busca desesperada los labios de él, los muerde, aprieta y hala sin contemplación, los gemidos que salen de ambas bocas son amortizados por las paredes pintadas de marfil. Oírlo gritar su nombre y gemir entre cada respiración es tan delicioso, exuberante y excitante, provocándole como reacción inmediata el arañarle la espalda mientras que suelta sus labios para lengüetearle el cuello para luego llevar sus féminas manos hacia el pecho y presionar las tetillas hasta hacerlo gemir a la par de ella.
Mágicos y envolventes sonidos sexuales le indican a una casi desquiciada Anabel que es momento de subir sus piernas alrededor de las varoniles caderas, mientras que le grita.
—Hazme tuya, Miguel, hazme saber que tú quieres ser el dueño de todo mi cuerpo, marca cada centímetro de mi piel, tatúame con tu amor para que todos lo vean —Las palabras no pueden ser más certeras para los oídos de quien lleva tiempo con deseos de disfrutar de los tres huecos de su amada esposa, dos de los cuales ya ha saboreado; la insuperable intimidad que está ligeramente oculta en un delicado monte de Venus, perfecta para la satisfacción de quien tenga el placer de entrar allí, gracias a Dios él, su esposo, es el único con ese derecho, por otra parte, está esa delicada boca que ha recibido gustosa muchas veces su blanco semen, para su gloria, tan solo le faltaba ese diminuto y virginal ano que está por estrenar.
—Sí, amor hoy te tatuaré en donde menos te lo esperas, nadie más podrá llevarte al clímax como yo, ¿sabes por qué?— alcanza a decir entre besos y mordisco —porque te amo, porque soy tu esposo, porque eres mía y de nadie más, así como soy solamente para ti— es lo último que logra asegurar antes de sentir como la lengua de ella recorre la longitud de su ya tenso pene, a la par que esas manitas perfectas, según él, juegan con sus dos bolas haciendo que él busque penetrar con su lengua ese maravilloso orificio que lo tiene embrujado. Saborearse entre ellos es como degustar un exquisito manjar, ese líquido sexual entre ácido y dulce, entre caliente y frío, impacta en sus papilas gustativas.
Pero claro, no es suficiente, así que un cambio de posición es provocado por Miguel, la ubica en cuatro, allí sobre la alfombra damasquina con detalles geométricos, varias nalgadas resuenan a la par que le plincha la mano a Miguel y a ella le saca un gemido, sin dudar, ella, busca autosatisfacerse, pero una carcajada de advertencia de él la frena cuando la punta de la lengua rodea el deseado ano, mientras que los dedos de él juegan atinadamente con un clítoris ya humedecido.
Anabel se esmera en atender a uno de sus senos, apretándolo, pellizcando el rosado pezón, a la vez que ruega que Miguel la folle una y otra vez sin control. Tal cual, sus pedidos son cumplidos, al sentir como la presión de un glande hinchado empuja contra su orificio, ella inicia un pequeño balanceo para facilitar la penetración que su esposo piensa llevar a cabo con delicadeza. ¡Mierda, mierda y más mierda!, ella no quiere delicadeza, quiere una invasión sin tregua, desea una intromisión que llene a cabalidad ese túnel al cual, hasta ahora, tan solo Lluis tenía acceso, precisa de ser poseída con desesperación. Miguel, algo preocupado que ella no esté familiarizada con esa postura, decide usar un poco de saliva para lograr deslizarse con poca fricción, luego de un par de intentos el ano se acopla sin mucho esfuerzo al grosor de su falo.
Miguel siente que acaba de conocer la frontera entre el cielo y el infierno cuando su pene es apretado en aquel túnel oscuro, mientras que los gemidos de ella son como música celestial para sus oídos, a la par que los movimientos lo llevan al infierno del placer. En esta ocasión las largas y profundas penetraciones bailan sin ritmo definido entre el coño y el ano. Ver brotar su blanca leche de los dos agujeros de su esposa es motivo suficiente para estar seguro de haber comprado su perdón por haberle gritado de esa forma. Por otra parte, y nada más alejado de la realidad que ha asumido Miguel, están los pensamientos desleales de Anabel, sintiéndose orgullosa de sí misma al salir ilesa del reto y como bono extraordinario hoy recibió dos buenas revolcadas una, por parte de su amo y señor, y otra por parte de su esposo. «¿Qué más puedo pedir?... nada absolutamente nada, pues ya he comprado su perdón».
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