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Capítulo 2

Condujo toda la noche sin pausa. Con el extremo agotamiento que sentía, ni siquiera sabía cómo lo había logrado, pero se las ingenió para recorrer los mil doscientos kilómetros que lo separaban de su hogar en menos de diez horas. Seguramente, la adrenalina y el estrés lo habían mantenido alerta. Sin embargo, era consciente de que debía dormir algo antes de intentar ayudar a su padre con la búsqueda. Su experiencia y habilidad no le servían de nada si no descansaba de forma apropiada.

Nada más llegar, vio que su madre abría la puerta para salir a su encuentro. A pesar de las circunstancias, podía notar lo feliz que se sentía de volver a verlo. Él también lo estaba. Habían pasado dos años de su última visita y sin duda, la distancia pesaba. No obstante, no se arrepentía. Mudarse fue la mejor decisión que había tomado. Gracias a eso, hoy tenía la vida que siempre había soñado. Porque para él, ser policía era más un privilegio que un trabajo y se destacaba por ser uno de los pocos que no paraba hasta encontrar la última pieza del rompecabezas en cada caso.

—Hola, mamá —la saludó con una sonrisa justo antes de envolverla con un fuerte abrazo.

—No puedo creer que estás acá —susurró ella contra su pecho, intentando que su voz no se quebrara ante la emoción.

Falló, y Pablo lo percibió de inmediato. Preocupado, se separó lo suficiente para mirarla a los ojos.

—Por Dios, hijo. ¿Estás bien? Se te ve tan...

—Solo estoy cansado, tranquila —le aseguró a la vez que acunó su rostro entre sus manos y limpió con sus pulgares las lágrimas que comenzaban a caer por sus mejillas.

Ella asintió, aunque no muy conforme, y lo instó a entrar.

—Te preparé algo de comer. Imaginé que estarías hambriento.

—La verdad que sí —aceptó mientras pasaba un brazo por encima de sus hombros—. ¿Papá ya se fue?

—Sí, quería esperarte, pero con lo que pasó, prefirió marcharse temprano.

—¿Hay alguna novedad?

—No, por el momento no. Ya pasaron dos días y los secuestradores aún no se pusieron en contacto. Eso le preocupa mucho. Teme que ellos...

—Eso no tiene por qué ser indicio de nada. Él sabe que a veces tardan a propósito. Juegan con la desesperación de los familiares para que no haya problemas al momento de pedir el rescate.

—Esperemos que tengas razón, hijo —respondió su madre con evidente angustia.

Una vez en el interior de su casa, se sentó a la mesa para compartir con ella un delicioso almuerzo. Esa era una de las cosas que más había extrañado al irse... la comida casera. Su demandante trabajo y el ritmo tan acelerado que llevaba, le impedían cocinarse, por lo que siempre terminaba comiendo algo al paso. Al terminar, bebieron café mientras ella le contó lo que había pasado. Sin embargo, no tenía detalles ya que Gabriel no había vuelto a estar consciente luego de su operación de urgencia.

Pablo no pudo evitar tensarse al oírla. A pesar de que no estaban en contacto, seguía sintiendo un gran aprecio hacia él. Habían sido amigos desde siempre y saberlo grave, lo ponía mal. ¿Por qué mierda no se puso un maldito chaleco antibalas? Tenía claro que no estaba custodiando al presidente, pero ante la presencia de amenazas, debería haber tomado los recaudos necesarios. Algo debió distraerlo para que lo tomaran por sorpresa de ese modo. No encontraba otra explicación. Habían entrenado juntos al entrar en la policía y aunque no continuaron por el mismo camino, sabía que era muy bueno en su trabajo.

Por lo poco que había oído en las noticias y algo más que le comentó su madre, se hizo una idea de lo sucedido. Aun así, necesitaba más detalles. ¿Por qué tanto interés en secuestrar a la hija de Norberto Mancini? ¿Buscaban dinero o se trataba de una movida política? Cerró los puños al imaginarse la situación. Hacía años que no veía a Daniela y aunque ya de pequeña había demostrado ser intrépida, estaba seguro de que estaría asustada. Una vez más, una extraña sensación lo invadió de solo saberla en peligro. ¿Por qué le afectaba tanto si apenas la conocía?

Ella advirtió la inquietud en su rostro y malinterpretándolo, le informó que los médicos habían asegurado que Gabriel se repondría. No vio la necesidad de aclararle que no era eso en lo que estaba pensando. Después de todo, también le preocupaba la salud de su amigo. Por otro lado, necesitaba hablar con él cuanto antes para poder tener una idea más certera de la situación. Entonces, recordó que todavía no había recibido ninguna información respecto al vehículo utilizado en el secuestro.

Dispuesto a llamar a su compañero, se disculpó con su madre y se dirigió a la que era su habitación cuando aún vivía con ellos. Esta se encontraba igual a cómo la había dejado antes de irse. Se sentó en su vieja cama y buscó el contacto de su colega. No obstante, la llamada fue directo al buzón de voz. Exasperado, le indicó que le avisara en cuanto tuviera novedades y se dejó caer sobre su espalda. No pudo evitar que sus ojos se cerraran en ese instante y antes de siquiera darse cuenta, se quedó profundamente dormido.

Despertó sobresaltado, como solía pasarle desde hacía varios meses. Su trabajo ya era de por sí muy estresante, en especial cuando debía infiltrarse en medio de una organización de narcotraficantes para hacerse pasar por uno de ellos. Aún podía recordar cómo una noche había tenido que saltar por la ventana de la habitación de aquel pequeño y asqueroso departamento en el que se había instalado, cuando unos matones irrumpieron en él. Les habían pasado el dato de que allí se encontraba un policía y no dudaron en ir a buscarlo. Para su fortuna, reaccionó a tiempo y huyó de ellos antes de ser descubierto. Desde ese entonces, tenía dificultad para dormir y cuando lo hacía, su sueño era liviano ya que no podía dejar de estar siempre alerta.

Maldijo para sus adentros al darse cuenta de que habían pasado unas cuantas horas desde su llegada. ¡Qué manera de malgastar el tiempo! Se puso de pie mientras revisaba, una vez más, su celular. Sin embargo, seguía sin recibir nada por parte de su compañero. ¿Qué carajo lo demoraba tanto? Debió haber comprobado él mismo la patente antes de partir. Ofuscado, se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha.

Necesitaba despejarse, pensar qué hacer a continuación, y decidió que lo primero que haría sería ir a hablar con su padre. Él tendría más información respecto a lo ocurrido y le podría dar detalles que lo ayudaran a analizar la situación. Con eso en mente, se secó con premura y se puso ropa limpia. Aunque le hubiese gustado también afeitarse y cortarse el cabello ya crecido por haber pasado meses entre delincuentes, no tenía tiempo. Por consiguiente, se limitó a peinarlo con sus manos.

Estaba bajando la escalera cuando oyó la voz de su padre. Extrañado de que estuviese de regreso en su casa a esa hora, se apresuró a ir a su encuentro.

—Pablo —lo oyó decir con un destello de alegría en el rostro antes de que su expresión volviera a opacarse.

Eso, sin duda, le indicó que las cosas seguían igual.

—Hola, papá —lo saludó a la vez que lo abrazó, palmeándolo en la espalda—. Iba a ir a verte enseguida, pero me quedé dormido.

—No te preocupes —desestimó con expresión inmutable—. Imaginé que necesitarías descansar unas horas luego de un viaje tan largo y agotador. Pensaba no molestarte hasta más tarde, pero me acaban de llamar del hospital para avisarme que Gabriel despertó.

Pablo exhaló, aliviado, al oír esa noticia. Definitivamente, lo alegraba que su amigo hubiese conseguido salir de esa.

—¿Cómo está? —le preguntó con sincero interés.

—No lo sé con exactitud, pero desde que abrió los ojos no dejó de preguntar por vos. Por lo que me dijeron, está con mucho dolor, aunque se niega a que los médicos lo seden hasta que no vayas a verlo.

—¿Quiere hablar conmigo?

—Sí, con nadie más que vos —remarcó—. Por eso vine a buscarte. Si alguien puede darnos una pista de dónde está Daniela es él.

Él asintió.

—Bien, vayamos entonces.

Podía notar la profunda inquietud en su padre y deseó poder ayudarlo de algún modo. Sabía lo mucho que apreciaba a la hija de su jefe y el temor de que le pasara algo estaba grabado en su mirada. Se preguntó cómo estaría en ese momento el político. Por lo que recordaba, luego de que la madre de ella se fuera para no regresar, se volvieron muy unidos, por lo que no le resultó difícil inferir que se sentiría devastado. A pesar de ello, no reconoció dicha emoción cuando lo vio rogar por la vida de su hija en televisión. Parecía nervioso, claro, pero sus ojos no reflejaron la desesperación que se suponía debía estar sufriendo.

Una extraña sensación se alojó en su estómago al pensar que podría estar involucrado. No sería la primera vez que un político planificase algo así para conseguir empatía en la gente y subir algunos puntos en las encuestas. No obstante, desestimó esa idea de inmediato. Conocía a Norberto Mancini. Si ese hombre tenía un punto débil, sin duda, era su hija. Por supuesto que quienes intentaran dañarlo de algún modo, irían tras ella en la primera oportunidad que encontrasen. Y él lo sabía, de lo contrario, no hubiese reforzado su seguridad en el último tiempo. Aun así, no podía quitarse de encima la impresión de que algo se le escapaba.

—Tuvo mucha suerte —dijo de pronto su padre rompiendo el silencio. Giró su rostro hacia él y lo miró con atención en un intento por comprender a quién se refería—. Si bien la bala quedó en su cuerpo, las costillas impidieron que tocara un órgano vital y los médicos fueron capaces de extraerla sin provocar más daños —lo oyó continuar permitiéndole saber que hablaba de Gabriel—. Ayudó también que el arma fuese de bajo calibre y que la amiga de Daniela lo asistiera mientras aguardaban la ambulancia, sino la historia sería otra.

Pablo apretó los dientes a la vez que negó con su cabeza. Volvió a preguntarse por qué carajo no tenía puesto un chaleco antibalas. A pesar de que no estaba custodiando a una figura importante de la política, ante la primera amenaza, debió haber estado listo para lo inesperado. En silencio, siguió escuchando el relato de Emilio respecto al accidente. Al parecer, la mejor amiga de Daniela había sido una de las primeras en acudir al lugar y con admirable valentía y resolución, se encargó de mantener presionada la sangrante herida mientras aguardaban a que la ambulancia llegara.

—¿Ella lo vio todo?

—No, estaba en el auto esperando que Gabriel la interceptara en la parte trasera del bar.

—¿Cómo? —preguntó, confuso.

Su padre exhaló, agobiado.

—Desde un principio Daniela se opuso a tener un guardaespaldas con ella y aunque no le quedó más remedio que aceptarlo, nunca dejó de intentar librarse de él.

—No entiendo. Él estaba allí para protegerla.

—Sí, pero ella lo sentía como una invasión a su privacidad y por eso, siempre que podía, huía de su vigilancia. Era su forma de demostrarle a Norberto que no necesitaba de un custodio. Intenté hablarle, hacerle ver lo peligroso que era cada una de sus acciones y por un tiempo se tranquilizó, pero esa noche hubo algo que la molestó y, en consecuencia, intentó salir por la ventana del baño que daba a la parte posterior del local. Por lo que me contó Lucila, su amiga, Gabriel se había dado cuenta y luego de dejarla en el auto, fue tras ella. Pero entonces, oyó un disparo y a continuación, vio que un vehículo se alejaba a toda velocidad. Así fue como corrió hacia allá encontrándolo tirado en el piso.

—¿Me estás diciendo que casi pierde la vida por culpa de los caprichos de una princesa? —cuestionó con más hostilidad de la que se proponía.

Emilio lo notó de inmediato.

—No es tan así, hijo. Daniela pasó por mucho durante los últimos años y el hecho de que su padre se metiera en la política lo empeoró todo aún más. Ella siente que...

—¡No importa lo que sienta, papá! Todos tenemos problemas y debemos aprender a lidiar con ellos. Fue irresponsable y un hombre casi muere por eso.

Por la forma en la que lo vio cerrar las manos alrededor del volante supo que no le agradó lo que dijo. Inspiró profundo para calmarse. No quería terminar discutiendo con él. Las cosas entre ellos siempre habían sido así. Su padre tenía la capacidad de ver el lado bueno de la gente; él, todo lo contrario. Era capaz de leer a las personas de un modo que no cualquiera podía y tenía una habilidad asombrosa para detectar mentiras. Eso, junto a su arduo entrenamiento e inteligencia, era lo que lo había vuelto uno de los mejores en su campo.

—Ya llegamos —anunció justo antes de girar y dirigirse a la playa de estacionamiento del hospital.

Tras bajar del auto, caminaron en silencio hacia la recepción. Mientras su padre hablaba con la empleada para anunciarse y pedirle información de la habitación de Gabriel, él lo observaba todo a su alrededor. Eso era algo que no podía evitar. A donde fuera que fuese, jamás bajaba la guardia. Siempre se mantenía alerta, como si estuviese a la espera de algún movimiento que le indicase que podría estar en peligro. Incluso cuando se encontraba con sus compañeros en algún sitio para tomar algo y relajarse o al salir con alguna mujer. Nunca se relajaba del todo. Tal vez por eso, apenas tenía vida social.

Subieron por el ascensor hasta el cuarto piso y caminaron por el pasillo hacia la habitación indicada. No les resultó difícil identificarla ya que había un custodio de pie junto a la puerta. El hombre cuadró los hombros al ver que se acercaban, pero se distendió nada más reconocer a su superior. Luego de un breve intercambio de palabras, tras un asentimiento, se hizo a un lado para que pasaran. No obstante, antes de siquiera moverse, la puerta se abrió de golpe dando paso a una joven que salía con ojos llorosos.

—¿Lucila? —la llamó Emilio, sorprendido—. ¿Qué estás haciendo acá?

Ella pareció avergonzada ante su pregunta.

—Yo... solo quería asegurarme de que estuviese bien —confesó con sus mejillas encendidas—. Pero ya me estaba yendo.

Sus ojos se dirigieron al instante hacia el imponente hombre parado junto al jefe de seguridad del padre de su mejor amiga.

—Te presento a mi hijo, Pablo —prosiguió él al notar su escrutinio—. Es un agente especial de la Policía Federal y vino para...

—Sé quién es. Gabriel no dejó de nombrarlo desde que despertó. Por favor te ruego que nos ayudes a encontrarla —prosiguió ahora dirigiéndose a él.

La voz se le quebró al final.

—Haré todo lo que esté a mi alcance —afirmó con seguridad—. Si no te importa quedarte un rato más, me gustaría hacerte unas preguntas cuando termine.

—Sí, claro, lo que necesites. Voy por un café mientras —aceptó antes de dar la vuelta para dirigirse a la recepción donde se encontraba la máquina.

—Creo que será mejor si entrás solo —dijo, de pronto, su padre—. Yo me quedaré con ella. No la veo muy bien.

Asintió y sin más, empujó la puerta.

La habitación estaba casi en penumbras. Su amigo —o, al menos, quien lo había sido antes de que empezara a comportarse como un imbécil—, se encontraba tendido en la cama. Tapado apenas con una fina sábana que lo cubría hasta la cintura, tenía los ojos cerrados. Un vendaje rodeaba su pecho justo a la altura de la herida. Su pronóstico seguía siendo reservado y la palidez de su rostro lo ratificaba. Por la tensión que podía ver en todo su cuerpo, sabía que sentía dolor. Conocía muy bien la sensación, ya que varias veces le habían disparado en su trabajo y sin duda, no era algo agradable.

Con sigilo, se acercó a él hasta detenerse junto a su cama. Entonces, lo vio abrir los ojos y clavarlos en los suyos. Un destello de esperanza se reflejó en estos en cuanto sus miradas se encontraron, pero de inmediato, el pánico volvió a opacarlos.

—Pablo —susurró con apenas un hilo de voz a la vez que hizo el amago de levantarse.

Él apoyó una mano en su hombro para impedírselo.

—No. Tenés que hacer reposo. Te acaban de operar. No podés levantarte.

—Decime que ya tenés algo —alcanzó a decir con esfuerzo. Apretó los ojos al verlo negar al tiempo que profería un grave gruñido cargado de ira e impotencia—. Se la llevaron en frente de mí. No pude hacer nada para impedirlo.

—Lo sé, tranquilo. Ahora necesito que me cuentes con exactitud qué fue lo que pasó.

A continuación, Gabriel le relató los acontecimientos desde el momento en el que unos jóvenes derramaron vino en su ropa, provocando que él las interrumpiera para llevarlas tanto a ella como a su amiga a su casa, hasta el maldito instante en el que le dispararon. Le explicó además que era habitual que hiciese ese tipo de cosas, como querer salir por la puerta trasera o intentar perderlo de vista, porque odiaba la decisión de su padre de haberle puesto un niñero —como ella se empeñaba en llamarlo—. Y también que, anticipándose a eso, la había interceptado para conducirla de regreso al auto. Con lo que no contaba era con que dos tipos aparecerían de la nada en ese instante.

—Esto está armado, Pablo —dijo, de pronto.

—¿A qué te referís? —indagó con el ceño fruncido.

—Tenían información de dónde encontrarnos. Esperaron el momento justo para poder llevársela y sabían que yo estaría armado. Por eso me dispararon de una.

Entrecerró los ojos al oír su conjetura. A pesar de no saberlo con exactitud, los instintos de su amigo parecían estar alineados con los suyos, ya que él tenía la misma impresión.

—¿Le dijiste a alguien más sobre esto? —preguntó, cauteloso.

—No, no quise arriesgarme. Si le pasara algo, yo... Dios, debí haber estado más alerta. Tendría que haberla protegido.

Ese comentario, junto a la desesperación en su voz, le permitió darse cuenta de que Gabriel sentía algo más por la chica. Ahora entendía por qué le permitió comportarse de esa forma durante tanto tiempo. Se había enamorado de ella y eso hizo que fallara como guardaespaldas. Definitivamente, había sido negligente. Debió haberse hecho a un lado en el instante mismo en el que comenzó a percibir que sus sentimientos cambiaban. Ambos sabían bien que para proteger a alguien es necesario mantener cierta distancia.

A pesar de esto, decidió no decir nada al respecto. Era consciente de que él más que nadie, estaba al tanto de eso. No tenía sentido sumarle más culpa de la que ya estaba sintiendo en ese momento.

—Mi papá está afuera junto a la amiga de Daniela que se encontraba con ustedes cuando sucedió el secuestro.

Notó de inmediato el efecto negativo que tuvo en él la última palabra.

—Lucila —corroboró tras una exhalación.

—Sí, necesito hacerle algunas preguntas antes de irme. Mientras tanto quiero que le cuentes a mi papá acerca de tus sospechas. Es él quien conoce a todos los empleados de seguridad de Norberto Mancini y entre los dos será más fácil encontrar al traidor, si es que hay uno —indicó con determinación—. Después vas a dejar que los médicos te mediquen. Te prometo que en cuanto me den la información que estoy esperando de la ubicación del vehículo, haré todo lo que pueda para traerla de vuelta.

Gabriel asintió, seguro de que así sería.

Tras despedirse, avanzó hacia la puerta, pero se detuvo justo antes de abrirla y dando media vuelta, lo buscó con la mirada.

—¿Por qué me contactaste a mí? ¿Por qué después de tantos años?

—No lo sé. Fue una reacción. Supongo que confío en vos más que en nadie y sé que sos el único capaz de llegar a ella antes de que sea demasiado tarde.

¡Qué extraño era oírlo hablar de confianza cuando años atrás se había cagado en esta! No pudo evitar esbozar una sonrisa irónica mientras negó con su cabeza.

—Pablo, lo que pasó con...

—No es momento ahora para hablar de eso —le dijo, cortante, y volviendo a despedirse, salió de la habitación.

Sentado en el sofá del living de la casa de sus padres, con una taza de café en la mano, repasaba en su mente la conversación que había tenido más temprano con Lucila Narváez. Ahora tenía una idea más aproximada de lo que había sucedido antes de que Daniela saliese por la ventana del baño de aquel bar y corroboraba lo que suponía de los sentimientos de su amigo. Sin duda, estaba enamorado de la chica. De lo contrario, no habría reaccionado de ese modo al verla interactuar con unos muchachos inofensivos, provocando a su vez, que ella actuara en consecuencia.

Aún no podía entender cómo le había permitido eso. Si hubiese sido él el encargado de su seguridad, le habría aclarado las cosas de entrada. Ese absurdo juego del gato y el ratón no solo era infantil y estúpido, sino peligroso, tal y como la realidad acababa de dejar demostrado.

Pensaba en ello cuando su celular vibró dentro de su bolsillo. Supo quién era antes de siquiera mirar la pantalla. Por la hora, nadie más que su compañero le enviaría un mensaje. A pesar de eso, no pudo evitar tensarse al confirmarlo. Por fin había dado con esa maldita camioneta y le avisaba que enviaría toda la información a su mail. Sin perder tiempo, abrió la tapa de su notebook y se conectó, dispuesto a descubrir dónde se encontraban los hijos de puta que se habían llevado a Daniela. 

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