Capítulo 9
La ciudad de las brillantes luces
La primera vez que tuve ante mi la fabulosa ciudad de Nueva York, fue un espectáculo cautivador. La metrópoli que durante años fue conocida como "la capital del mundo" cobra vida cuando cae la noche. El despliegue de luces y sus magníficos rascacielos tomaron mi aliento, y llenaron de emoción mi pecho. Su energía era vibrante.
Phuong y yo habíamos planeado dejar Albany antes del mediodía después de desayunar, pero las cosas se complicaron un poco luego de una llamada que recibió Phuong, el asiático no me dijo de quien se trataba aunque salió de la residencia, no sin antes asegurarme que pasaría por mi en la siguiente hora.
Una promesa que tardó en cumplir.
Las siguientes cuatro horas fueron algo torturantes para mi, en un sube y baja de emociones, mientras esperaba el regreso de Phuong. Al principio la preocupación dio paso a la angustia pues me convencí de que mi amigo había tenido un accidente o algún tipo de problema que le impedía llegar.
Cuando el reloj despertador marco las cuatro menos quince de la tarde, yo ya me sentia cansado de estar caminando el corto espacio entre mi cama y una de las ventanas de la habitación, y pararme frente a ella, con la vista fija en la calle, pendiente al regreso de Phuong. La angustia hacía rato que había dado paso al enojo y a la seguridad de que Phuong me mintio, y que a esa hora probablemente se encontraría de camino a Nueva York con Miles.
Creo que para mi era lo más lógico, mi compañero de habitación había cambiado de idea y simplemente prefirió irse con su chico, sin decirme nada. Quizás para él había resultado más fácil irse sin decirme nada y disculparse al regresar. Y yo debía de entenderlo, después de todo seguramente el viaje sería más emocionante en compañía de Miles.
Sin embargo, entenderlo no quería decir que no estuviese enojado, y que esa emoción negativa, pero en ocasiones útil, no se mezclara con la amargura, mientras la mirada se me perdía en la lejanía. Me dije que no debía dejar que esas emociones negativas llenaran mi espíritu, y entonces busqué sabiduría en las enseñanzas religiosas. Preferí pensar en que Dios siempre sabia como hacer las cosas y que era lo mejor para sus hijos.
Y en segundos llegué a la conclusión de que ese viaje a Nueva York en compañía de Phuong no me convenía, y que por lo mismo el asiático habia decidido irse solo o quizás con Miles, en esos momentos ya comenzaba a dudar de que Phuong y Miles estuviesen juntos. Mi mente se iba conviertiendo poco a poco en un amansijo de ideas y teorías que comenzaban a estresarme.
Con las primeras punzadas de un dolor de cabeza pensé que lo mejor que podia hacer era salir a tomar un poco de aire, caminar un rato y llegar hasta el area cerca al campus donde podría comprar algo de comer, pues estaba famélico.
Un movimiento en el exterior, la llegada de un conocido vehículo que atrajo mi mirada en tanto percibía el corazón casi en la garganta. Ya faltaba poco para que cayera el anochecer, las sombras marcaban y buscaban extenderse por doquier, sin embargo, a mis ojos, no había sombra alguna que opacara el brillo que emanaba Phuong y su alegre sonrisa.
El chico asiático de hermosa sonrisa y ojos cautivadores al parecer no pensaba subir pues desde su posición, sin quitarme la mirada de encima lo vi hacerme gestos que hablaron más que mil palabras.
Con señas, sonrisas y muecas mi amigo me urgio a unirme a él y de un plumazo logró borrar la amargura y el enojo, el miedo y sobre todo mis reservas. Toda la negatividad que experimenté las pasadas cuatro horas fueron remplazadas por la más pura sensación de alegría, por una excitación que me recorrió el cuerpo en anticipación a ese viaje que tanto deseaba.
Recuerdo que salimos de Albany después de las cuatro, con el crepúsculo otoñal cerniéndose sobre nosotros. Y aunque moría de ganas por preguntarle que motivó su retraso y mi angustiante espera, opté por no preguntar y no fue hasta que nos detuvimos a comer algo, Phuong mencionó que como yo, no había comido nada, que él mismo comentó sobre la llamada que recibió y la razón de su atraso.
—Miles fue quién me llamó.
Lo primero que pensé al escucharlo fue que mis sospechas no habían ido tan desacertadas. Me llevé un puñado de papas fritas a la boca y las mastique con vigor, mientras Phuong parecía tomarse su tiempo saboreando su soda de limón.
Confirmar que Phuong y Miles habían estado juntos me molesto, pero permanecí con expresión tranquila y atenta en espera de lo que añadiría mi amigo. Estoy seguro que desde ese día comenzaron a incomodarme las referencias hacia Miles.
—Me pidió que fuera a verlo, que no se sentía bien...Miles es bastante aprensivo, y en el pasado cuando era adolescente sufrió de un periodo depresivo a raíz de que descubrió sus preferencias sexuales. El sabia que su familia jamás lo vería con buenos ojos si lo descubrían.
Phuong comentó que Miles llevaba años ocultando ante todos, incluso a sus compañeros de la universidad su homosexualidad, y que él fue el primer hombre con quién Miles se dejo llevar, experimentando lo que siempre supo, lo que deseaba. Sin embargo, dejándole saber a Phuong que no estaba dispuesto a vivir mostrando a los demás sus verdaderos sentimientos, en otras palabras, que su relación debería de mantenerse en secreto.
—Podría decir que soy irresistible, pero lo cierto es que las cosas no han salido como ninguno de los dos esperaba. Al principio pensaba que con el tiempo la situación cambiaría a mi favor, que Miles estaría dispuesto a darme mi lugar, pero me equivoqué. Fue entonces cuando le dejé saber que no sería el secreto de nadie y decidimos terminar la relación.
Phuong confeso que no tenia deseos de ver a su exnovio, pero que Miles insistió tanto que terminó visitándolo en el apartamento que compartía con otro estudiante. Phuong me aseguró que encontró a Miles con el animo por el piso, descuidado, renegando hasta de su propio ser a la misma vez que le suplicaba que no se fuera, que no lo dejara. Miles le confesó que aún lo amaba, que siempre lo amaría y que su castigo era, precisamente, no poder estar a su lado.
Su relato me afecto de diferentes maneras. Por un lado sentí compasión del sufrimiento que inegablemente sentía Miles, y podia entender su dudas y temores. Incluso llegué a sentir empatía por el chico, imaginándome renunciando al verdadero amor. Sin embargo, lo más chocante para mi fue que por primera vez pensé en que el dilema de Miles podría convertirse también en el mio, porque justo esa noche fui verdaderamente consciente de que Miles y yo teníamos mucho en común.
El afroamericano y yo veníamos de entornos y familias a las que les costaría mucho, en mi caso, pensaba que seria imposible, entender algo diferente a lo establecido por la sociedad y sobre todo aceptarnos como realmente éramos y sentíamos.
—Debió ser duro para ti.
Al decir aquello me refería no solo al pasado, sino a lo que sucedió hacia unas cuantas horas. Phuong me miró directamente, mientras se repantigaba cómodamente sobre la silla que ocupaba.
—Terminar una relación que apenas tuvo oportunidad de crecer fue triste en su momento, ahora ya no siento lo mismo. No amo a Miles, le guardo cariño, pero no lo amo. Juntos tuvimos nuestra oportunidad, pero lamentablemente Miles me dejo muy claro cuales eran sus prioridades y yo no estaba entre ellas.
Phuong se mostraba firme y cualquiera que lo viera pensaría que poco le importaba lo que hiciera o no su exnovio. El que fuera a verlo contaba otra historia, pero no lo mencioné.
—Eres muy compasivo, Finley.
Levanté la mirada para fijarla sobre él, sin darme cuenta mis pensamientos vagaban lejos, mientras miraba mis manos.
—¿Qué hubieses hecho tú, Finn?
Intrigado mantuve mi atención sobre mi amigo a la espera de que me explicara a que se refería, aunque yo me hacia una idea de por donde iban sus pensamientos y dudas.
—Si te enamoras de alguien que sabes jamás llenara las expectativas de tu familia y entorno...¿Qué harías, Finn? Tu que te has sido criado en una familia religiosa, hijo de un pastor...¿qué harías si te enamoras de otro chico? ¿Seria él tu prioridad, o lo serian tu familia y la iglesia?
Mientras Phuong se mantenía bastante cómodo echado hacia atrás con sus manos cruzadas sobre su plano estómago, yo casi sin darme cuenta había enderezado mi postura y al borde de la silla, conteniedo el aliento, buscaba la mejor manera de contestar sus preguntas, sin embargo, fue inútil, pues no encontraba las respuestas.
El chico frente a mi no cedia, casi sin pestañar mantenía su oscura e intensa mirada sobre mi. Phuong iba en serio, realmente queria una contestación de mi parte. Y mientras él parecía impeterrito, mis nervios parecían multiplicarse.
De pronto lo escuche soltar la risa, y lo primero que pensé fue que no era la primera vez que Phuong hacia algo como eso. Confundido llegué a la conclusión de que era una especie de estrategia, echarse a reír justo después de mostrarse serio, para salir de apuros y alivianar el ambiente.
—Traquilo Finley, solo bromeaba. Tu jamás te veras en esa disyuntiva, amigo. Tu eres un heterosexual muy seguro de si, que tiene una hermosa prometida.
Phuong se puso de pie en tanto decía lo anterior, invitándome a seguirlo.
—Vamos, ya es hora de tomar camino, que esto apenas comienza. Nos quedan unas buenas tres horas de viaje.
Phuong se adelanto hasta el punto en que yo tuve que trotar para colocarme a su lado. Nos encontrábamos en una plaza enorme donde cientos de camiones repostaban combustible, había espacio para que los enormes vehículos fueran estacionados para que sus dueños pasaran la noche y obviamente contaba con dos cafeterías económicas y demás amenidades en beneficio de los camioneros, pero también de los viajeros como nosotros.
Una brisa helada nos recibió al salir de la cafetería donde cenamos y corrimos casi en sincronía hacia el interior del vehículo. Phuong se encargo de maniobrar el pequeño vehículo fuera del estacionamiento y de vuelta a la carretera, yo de mi parte no podia dejar de pensar en Miles, en sus sentimientos, y de paso también en los propios. Para ese momento yo, en el fondo de mi conciencia, sabía y entendía hacia donde iban mis emociones, y lo equivocado que estaba Phuong cuando aseguraba que yo jamás me vería en los zapatos de su exnovio.
Arrellanado en el duro asiento del Volkswagen, en un silencio que solo rompía el rumor del pequeño auto, los demás vehículos en la carretera y las casi imperceptibles notas de una balada de Elton John, mis pensamientos no dejaron de interponerse unos encima de otros, mientras el protagonista de mis inquietudes entonaba un estribillo sin apartar la vista del camino.
***********
Las intensas luces que iluminaban los lejanos rascacielos de la isla de Manhattan nos dieron la bienvenida precediendo a la entrada al imponente túnel que llevaba el nombre del decimosexto presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln, y que conectaba New Jersey con New York. El antiguo túnel tiene aproximadamente 2.4 kilómetros bajo el rio Hudson. Era un poco inquietante pensar en recorrer el mencionado túnel, sin embargo, todo aquello quedaba en segundo plano ante lo que nos esperaba, según mi amigo, al salir.
Recuerdo que me enamoré de la ciudad de los rascacielos con su luz y bullicio en cuanto salimos de la semi oscuridad del túnel y lo primero que pensé era en lo corto que se había quedado Phuong cuando me hablo de sus estrechas calles atestadas de vehículos, sobre el mar de personas en las aceras o esperando poder cruzar de una esquina a otra, muchas veces en una constante lucha desigual contra conductores igual de presurosos que ellos.
En tanto Phuong no podia darse el lujo de quitar la atención del camino, a mi poco me falto para sacar medio cuerpo por la pequeña ventana a mi lado para poder apreciar las estructuras y edificaciones donde se mezclaban lo antiguo y lo moderno albergando infinidad de negocios, desde pequeñas iglesias a lugares donde se ofrecían masajes de dudosa reputación.
El ambiente que se vivía era de constante movimiento, una ciudad activa, sin importar la hora o el día, donde diferentes aromas, agradables y no tantos se mezclaban con una cacofonía de ruidos y sonidos, haciendo Nueva York única e inolvidable.
—¡Creo que me he enamorado!
Le di voz a mi pensamiento provocando que Phuong soltara la risa.
—Nueva York no acepta términos medios, o la amas o la odias, Finn. Me alegro que sea lo primero, amigo.
En el trayecto hasta Brooklyn no cese de mirar alrededor, siempre maravillado, y no fueron pocas las ocasiones en que abrí los ojos hasta más no poder, asustado, cuando Phuong había tenido que hacer un inesperado movimiento al volante para evitar colisionar de frente o de lado con otro conductor, y a ese movimiento no le faltaron dos o tres bocinazos.
—¡Esto es una locura! ¿Siempre es así?
—Pues si, y espera a ir a Times Square...
Times Square era uno de los lugares mas visitados en la ciudad y yo esperaba conocerlo al día siguiente. Dos días en Nueva York no serian suficientes para ver todo lo que aquella maravillosa urbe tenia que ofrecer.
Llegamos al barrio donde nació Phuong, de frente al edificio de tres plantas propiedad de sus padres.
—¡Hasta que llegamos!
Phuong estacionó su pequeño auto en un espacio casi igual de reducido que el vehículo, lo que provoco que primero yo contuviera el aliento, aunque recuerdo que terminé bajándome del Volkswagen con ánimos de dirigirlo y que no terminara sobre el otro auto.
—Relájate, Finley, yo soy todo un chofer.
Phuong me lanzo la mochila donde llevaba mi ropa y después de echarse sobre el hombro su bulto se encargo de asegurar las puertas del Volky. Entre tanto yo tenia la mirada puesta en la llamativa fachada del restaurant de los padres del chico.
Los colores rojo y blanco predominaban en el lumínico anuncio que daba la bienvenida al lugar, justo a un lado del nombre del negocio Red Dragon escrito en ingles y también en vietnami, se podia apreciar una imponente recreación de un dragón alado emergiendo de unas nubes.
Cuando Phuong se detuvo a mi lado yo apenas podia disimular mi perplejidad ante tanta novedad, nunca antes había visto de frente un lugar al que yo consideraba diferente y folklorico.
—Tú expresión no me deja dudas, Finn, pareciera que jamás habías salido de tu pueblo.
Su comentario lo respondí con la mayor sinceridad.
—Tienes mucha razón, Phuong, nunca antes salí de mi pueblo.
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