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Capítulo 8


Verdades absolutas


Phuong se movió al ritmo de la música, mientras yo lo recorría de pies a cabeza con la mirada, hipnotizado no solo con el sensual baile, sino con su hermoso cuerpo, delgado y de apariencia ágil. En todo momento tuve conciencia de que debía hacer lo correcto, marchar hacia atrás y alejarme, pero al mismo tiempo sentí que no podia apartarme de la puerta, cerrarla con cuidado y volver sobre mis pasos.

Una y otra vez en esos segundos, lo único que pude hacer fue repasarlo, conciente de que la imagen de su cuerpo desnudo se adheria a mis pupilas, mientras hacia estragos en mi entrepierna, y que me seria muy difícil, sino imposible, borrarla. 

No recuerdo si fue que me recosté de la puerta provocando algún ruido inoportuno o quizás que dejé escapar en contra de mi voluntad un gemido, entre sorprendido y extasiado, en tanto mi corazón perdía el ritmo, pero lo cierto fue que mi compañero de habitación se detuvo de pronto, y supe que había sido descubierto.

De un segundo a otro tuve la atención de Phuong sobre mi, su mirada oscura que no me di tiempo a leer, aunque si había podido escuchar el fuerte jadeo que salió de su garganta al tiempo en que, con un movimiento rápido, se agachaba y tomaba la bata de baño a sus pies.

—Lo siento...

La disculpa abandonó mis labios, pero había sido un débil intento, y me giré inseguro de que me hubiese oído siquiera, aunque definitivamente decidido a salir huyendo. En ese momento no pensé que tuviese otro curso de acción, pues estaba convencido de que no era una situación agradable para ninguno de los dos.

No recuerdo si cerre bien la puerta, o con quién estuve a punto de chocar cuando enfile por el pasillo a las carreras.

—¡Oye, amigo, ten más cuidado!

Esquive de frente a uno de mis compañeros de residencia, mientras otro, el del reclamo, me esquivaba a mi.

—Lo siento...

—¡Finley!

Escuche mi nombre, sin embargo, no me detuve, al contrario, apure el paso y bajé la escalera como un poseso. Una parte de mi queria detenerme, volver a disculparme por mi descuido, pero la otra parte, la que me dominó en todo momento, la que estaba dolorosamente conciente del dolor que sentía en mi entrepierna y de ese desasociego en toda mi mente, en tanto rememoraba lo que acababa de presenciar, esa, me urgío a huir.

—¡Finn!

Los gritos de Phuong se apagaron en cuanto abandoné la residencia y la pesada puerta volvió a su marco, pero yo no me detuve, continué la carrera hasta que estuve bastante lejos.

Poco a poco fue disminuyendo el ajoro que me agobiaba, junto con los latidos de mi corazón y la urgencia de correr sin parar, jamás me había sentido así antes. Fue entonces que una incómoda sensación de ridiculez abarco mi mente. Palabras como pueblerino, ignorante y mojigato pasaron por mis pensamientos, mientras caminaba mezclándome con el estudiantado.

Sin embargo, pronto fueron remplazados nuevamente por los vividos recuerdos de lo que vi en la habitación, de Phuong y sobre todo la seguridad de lo atrayente que fue para mi. Volví a terminar con el rostro hirviendo, mientras experimentaba lo que yo llame pequeñas explosiones de placer en mi vientre bajo.  Demás esta decir que no pude concentrarme en ninguna de las clases que tome ese día.

No recuerdo mucho más, solo retazos de mis emociones, como el susto que experimenté cuando vi a Phuong de lejos. Comportándome como un puberal asustado me escondí detrás de una columna y de vez en vez atisbaba hacia el lugar donde lo había visto. Repetí el movimiento hasta que estuve seguro de que Phuong ya no se encontraba cerca.

Luego de eso volví a sentirme como un idiota, nuestro encuentro era algo inevitable al menos de que me fuera a dormir a un hotel, pero esa lógica no evito mis intentos de evasión.

Me apresure a llegar a la habitación, planeaba darme una ducha y cobijarme hasta la cabeza, mi meta era que Phuong creyera que dormía y así evitar interacciones que no sabía como manejar.

Estuve bastante tiempo acostado de espaldas y mirando el techo de la habitación, girando de vez en cuando hacia un costado y hacia el otro, dejando salir suspiros de frustración cuando mis pensamientos volvían una y otra vez sobre Phuong. No solo pensaba de vuelta en lo que paso en la mañana, sino en algunos detalles que yo hasta ese día había preferido mantener al margen y que ahora llenaban mi mente.

Detalles como las veces en que había sorprendido a Phuong mirándome cuando pensaba que yo me encontraba tan concentrado en algo, como leer o dibujar, y que no me percataría de su interés.

Fue esa tarde, en que acepte lo mucho que me gustaba Phuong, que me atraía con tanta fuerza e intensidad que me causaba temor, una sensación que jamás había experimentado.

Phuong me hacia sentir tanto en tan poco tiempo, sensaciones incomparables con lo que Deirdre alguna vez provocó en mi. Esa tarde inquieto e incapaz de controlar mis pensamientos y los estragos que comenzaban a hacer en mi cuerpo, me deje llevar por la excitación, y por primera vez me doblegue a los deseos más íntimos, esos que me acecharon durante todo el día, masturbándome, mientras rememoraba la hermosa desnudez de mi compañero de cuarto.

Fue como subir hasta la cima de una montaña, para entonces dejarme caer, consiguiendo el explosivo alivio en un espontáneo y fuerte gruñido.

Agotado me hice a un lado, con el rostro hacia la pared y me tape con la gruesa manta que tenía sobre la almohada, hasta la barbilla.

—Finley...

Phuong llamaba mi nombre, su aliento cálido sobre mi mejilla.

—Finley...

Me paralize, no queria hablar con él, no me sentía preparado, mucho menos lo necesitaba tan cerca, la absurda idea de que él se daría cuenta de que me había dejado arrastrar por el deseo comenzó a molestarme. Contuve la respiración cuanto pude.

—No ha pasado nada que no se pueda remediar, Finley, solo olvídalo...después de todo no viste nada que no vieras antes.

Phuong dejó escapar unas risitas, su aliento provocándome cosquillas en la piel.

—El verdadero problema de todo esto es...que te hubiese gustado lo que viste...¿te gusto lo que viste, Finley? ¿Te gusto verme desnudo, Finn?

Las suaves carcajadas de Phuong pasaron a ser casi agudos chillidos que amenazaban con atravesar mi cráneo. Agitado me incorpore sobre el colchón, buscando sacármelo de encima junto con la gruesa manta que me cubría, me sentía sofocado.

La habitación se encontraba en penumbras y cuando focalice a un lado de la cama donde se suponía estuviese Phuong, no vi a nadie allí, poco a poco mi agitada respiración fue calmándose a medida de que caía en cuenta de que lo vivido fue parte de una pesadilla.

Hasta mis oídos llego el suave ronquido de mi compañero de cuarto, achique los ojos buscando ver mejor hacia la cama donde Phuong dormía plácidamente.

Me llevé una de las manos sobre el rostro al sentir una leves punzadas en los laterales, era el comienzo del dolor de cabeza.

Estuve algunos minutos sentado antes de ir al baño para descargar la vejiga, pero aproveche para darme una ducha. Trate de no hacer ruido cuando regrese a la cama, Phuong seguía durmiendo. Me costo volver a dormir, los retazos de la pesadilla aun estaban vividos en mi psiquis.

En la mañana desperté gracias a los ruidos en el pasillo de la residencia, mi reloj biológico me había fallado en esa ocasión por primera vez en años. Phuong ya no se encontraba en la habitación. Con prisa me vestí con lo primero que encontré y abandoné la residencia veinte minutos después, aun así no pude asistir a la primera clase de ese día.

El resto de la mañana lo pase en la biblioteca aunque más fue el tiempo que estuve con la mirada perdida que leyendo o estudiando. En la tarde solo asistí a una clase, dejando colgada la última antes de enfilar hacia la residencia.

Comenzaba a extrañar a Phuong, y nuestras interacciones. Decidí que lo que sucedió fue una bobada, aunque había servido para hacerme ver claro lo que tanto me había empeñado en ignorar.

Mis pasos me llevaron directo a la habitación que compartía con el asiático, ese que me ponía nervioso, pero también me hacía reír y reía conmigo. El que escuchaba mis devarios y al que yo también le serví de escucha.

El dueño de unos hermosos ojos rasgados, expresivos y hambrientos que cuando los miraba parecían prometerme el universo.

Creo que nunca tardé tan poco en el trayecto del campus a la residencia, cuando llegué subí casi corriendo la escalera, atravesando el pasillo sin pausa. Con el corazón galopante abrí la puerta de la habitación, seguro de que encontraría a Phuong, pero no fue así.

Todavía no eran las cinco de la tarde, después de bañarme ocupe mi tiempo en leer un poco aunque hubiese preferido tener un televisor donde ver alguna película para tratar de distraer mi mente, pues la lectura no estaba resultando como pensé.

Cerré el grueso libro, en el exterior la oscuridad casi era absoluta, y yo me había pasado casi tres horas pendiente al mínimo ruido de pasos o voces en el pasillo, a la expectativa del regreso de Phuong. Realmente no sabia como podría mirarlo de frente sin sonrojarme o como le hablaría sin oírme vacilante, pero solo deseaba verlo, saberlo dormido en la cama frente a la mia, escucharlo respirar o incluso verlo sacar la punta de la lengua cuando se concentraba estudiando.

Cansado, con la tensión en el cuello que hacia mucho no experimentaba, me puse de pie. No había cenado y el hambre comenzaba a hacerse notar a través de molestos ruidos estomacales.

Me decidí a salir, y caminar hasta la tienda de conveniencia, a esa hora no estaba seguro de encontrar algo más abierto donde hubiese podido comprar algo de comer, agarré mi pequeña cartera de bolsillo y caminé los cuatro pasos cortos que me separaban de la puerta.

Justo entonces Phuong entró y nos topamos de frente. Por instinto yo retrocedí, y vi que él hizo lo propio. En un instante me desubiqué y volví a sentarme sobre mi colchón, echando a un lado las intenciones de salir. En todo momento evite mirarlo de frente aunque no dejaba de estar muy conciente de su presencia y sus pasos por el dormitorio luego de cerrar la puerta.

Fue como retroceder en el tiempo, pues volví a tomar el grueso libro entre mis manos, abrirlo y de plano fingir que leía, mientras de reojo no perdía detalle de los movimientos de Phuong.

El asiático saco un bulto del armario, era uno de los que trajo con ropa cuando se había mudado, pude ver que descorrio la cremallera y lo coloco sobre el colchón antes de moverse al mueble donde guardaba parte de su ropa.

Lo que estaba haciendo no me dejaba dudas, Phuong tenia planeado viajar y esa certeza me lleno de ansiedad. Necesitaba saber si era así, con quién iba y hacia donde, aunque la realización de lo anterior aumento mi nerviosismo.

Yo no tenia derecho o razón para estar averiguando que hacia Phuong con su vida, con quién salía y mucho menos cual era su destino, pero mi necesidad era superior a la lógica de mis pensamientos.

La idea de que Phuong había decidido dejar la residencia anidó en mi cabeza y fue llenándome de temor, mientras oía al chico silbar en tanto acomodaba algunas prendas dentro del bulto.

—¿Te vas de viaje?

Después de hacer la pregunta pensé que lo había dicho tan bajito que Phuong ni siquiera la había escuchado, pues el asiático continuó con lo que hacia y no pareció estar al tanto de ella.

—Si, me voy a la ciudad, a Nueva York.

Dejé el grueso libro a un lado, tenia la mirada sobre su espalda.

—¿Recuerdas que te comente que las gemelas cumplían años en noviembre? Pues ya llego el gran día, la fiesta es el sábado y no puedo faltar.

Sus palabras aplacaron mis temores, Phuong no se iba de la residencia, solo viajaría para asistir a la fiesta de cumpleaños de las chicas.

Él dejó lo que estaba haciendo, giró y se dejó caer al lado del bulto sobre el colchón. Nuestras miradas se encontraron y una sonrisita se pinto en sus labios.

—¿Qué es peor que conseguir un regalo para una chica de diecisiete años, Finley?

Aquella pregunta era lo menos que esperaba.

—No lo sé.

—Conseguir dos...

Phuong se echo a reír de su propio chiste, mientras yo, pasmado, no dejaba de mirarlo.

—Ayúdame con eso Finley, me estoy volviendo loco porque no sé que regalarle a mis hermanas, nosotros los asiáticos solemos regalar dinero en efectivo, pero esta vez quiero darle algo especial. Tú tienes una hermana casi de la misma edad de las gemelas...

Estaba seguro que la relación de mi amigo con sus hermanas era muy diferente a la mia con Darcy.

—Mi madre siempre se encarga de esas cosas, Phuong. Además por lo que me has contado, sospecho que Darcy y tus hermanas solo tienen la edad en común.

Phuong comenzó a hacer caras de sufrimiento, mientras juntaba sus manos al frente en un gesto de suplica.

—Tendría que conocer a las gemelas para tener al menos una idea de lo que les gusta.

—Perfecto...ven conmigo a Nueva York mañana, las conoces y el sábado durante el día me acompañas a comprarle algo bonito.

Por unos segundos me quede en el limbo, con la mente en blanco, incapaz de contestarle, ni siquiera creía haber escuchado bien o en su invitación. Mis pulsaciones acrecentaron en tanto la excitación ante la perspectiva de conocer la maravillosa ciudad al lado de Phuong recorría mis venas.

—A Nueva York...

Apenas podia disimular la alegría que poco a poco fue acumulándose y proyectándose sobre mi rostro a manera de rubor.

—Sé que deseas conocer la ciudad y ¿qué mejor compañía que la mia? Un auténtico ciudadano, nacido y criado en Brooklyn. Te garantizo un fin de semana espectacular, Finley.

No podia negarme, Phuong lo sabia y yo también.

—Vamos, admite que la idea te encanta.

Los rasgados ojos oscuros de Phuong volvian a incidir sobre mi, con esa mirada intensa y expresiva que tanto me descolocaba.

Y en contra de lo precavido o de la cautela con que se supone debía actuar para mantener mi tranquilidad mental, acepté la tentadora invitación mandando lejos la prudencia que me caracterizaba.



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