Capítulo 5
Inquietudes
El inesperado gesto de Phuong me dejo sin palabras. Nadie antes me había dado un regalo sin motivo alguno, mucho menos una persona que apenas me conocía. Phuong fue a sentarse sobre la cama ocupada por las bolsas, con su mirada sobre mi en la espera de que dijera algo que no fuera que no iba a ir a la dichosa fiesta.
—Gracias...
—Tienes que probarte la ropa, Finn. Estoy casi seguro que te quedara muy bien, pero de no ser así debemos ir a cambiarla.
A Phuong le brillaban los ojos, mientras una alegre sonrisita curvaba las comisuras de su boca hacia arriba. Continuar negándome a ir me parecía cada vez más una pésima idea. Aunque no negaré que si me sentí algo presionado.
—Vamos, Finley, pasa al baño a cambiarte, ya quiero verte puesta la ropa que traje.
—No tenias porqué hacerlo, Phuong.
—Lo hice porque quiero que vayas con nosotros y sabia que te excusarías con la cuestión de la falta de ropa adecuada.
Me provocó algo de incomodidad el que Phuong pudiera leerme tan bien.
—Vamos amigo, que ya quiero verte.
No sabia lo que había en aquella bolsa, aun así no perdí más tiempo para entrar al baño. Dejé la bolsa sobre la tapa del retrete y me di a la tarea de sacar de ella un jean azul deslavado, su chaqueta de jean correspondiente y una sencilla camiseta en color burdeos.
Ese cambio de ropa me encanto y emocionado no tarde en ponérmelo. Nunca antes me había vestido combinando las texturas de la ropa y colores, realmente la ropa no era algo a lo cual le prestara mucha atención, para mi era algo básico y práctico con lo cual tapar la desnudez, más allá de modas o estilos.
Perdí algunos segundos contemplándome en el espejo a cuerpo completo que había detrás de la puerta del baño antes de salir. Me llevé una de las manos al cabello intentando echar algunos de los mechones que por esos días ya me molestaban sobre los ojos, pues necesitaba un corte de cabello. Aunque ese gesto también era algo que solía hacer en ocasiones cuando el stress me agobiaba.
Al salir Phuong no me quito los ojos de encima y eso hizo estragos en mi estómago, abriendo un vacio. La sonrisita del asiático se ensanchó, en tanto se ponía de pie para rodearme y mirarme desde todos los ángulos, mientras yo me movía tratando de no perderlo de vista.
—Sabia que todo te quedaría perfecto, todo te luce tan bien...
Tuve la impresión de que aquello último quedo colgando entre nosotros. Phuong palmeo sobre uno de mis hombros rápidamente antes de ocuparse nuevamente de las cosas que trajo de la tienda, dándome la espalda.
—Ya no tienes excusas, mañana iremos todos juntos a divertirnos a la fiesta. Ya veras cuantas chicas hermosas desearan bailar toda la noche contigo...con nosotros, amigo.
Me pareció que aquello fue algo que juzgo correcto decir, las referencias sobre chicas era algo esperado entre varones. En mi memoria guardo muchos recuerdos sobre Phuong y aquellos días cuando recién nos conocíamos. Desde el minuto cero en mi interior comenzó a nacer una fuerte atracción física de la cual siempre estuve inconscientemente conciente.
Sin embargo, la fiesta en la fraternidad marco un antes y después en como se fueron dando las cosas.
Recuerdo demasiado bien la noche de aquel sábado, la guardo en mis memorias como algo preciado. Me gusta rememorar lo guapo que lucia Phuong y lo animado que estaba, también lo nervioso, pero emocionado que me sentía yo.
Recuerdo a Phuong de pie an mis espaldas, mientras yo trataba de acomodar mis largos cabellos para que lucieran decentes, él ya estaba listo para salir. El asiático vestia jeans negros, una sudadera blanca con el logo de un famoso grupo de rock y cruzados sobre sus hombros unos tirantes oscuros ajustados a la cintura del jeans, tan de moda por esos años.
También me llegan retazos de recuerdos en los que estoy seguro yo apenas podia alejar mi mirada de él, y la conciencia de su presencia an mis espaldas, mientras luchaba con el peine.
—Definitivamente necesitas un buen corte de cabello.
Mis cabellos eran lacios, y finos, demasiado, y estaba acostumbrado a llevarlos bastante cortos.
Como olvidar cuando, actuando como si fuera lo más natural del mundo, elevó una de sus manos y con sus dedos trato de acomodar algunos cabellos rebeldes sobre la coronilla de mi cabeza. Su cercanía, su aroma corporal a naranjas y el roce de la punta de sus dedos sobre la piel de mi frente los llevo grabados en mi.
—Listo, creo que así lucen muy bien.
Phuong se alejo unos pasos, y nuestras miradas se encontraron en un punto, a través del espejo. Él me dedico su hermosa sonrisa que yo correspondí.
*****************************
Recuerdo que Phuong manejaba un Volkswagen grisáceo del mil novecientos sesenta y nueve, en el, llegamos a la fiesta. El edificio donde se encontraba la sede de la fraternidad era imponente, una enorme estructura de ladrillo, muy solida.
Con solo acercarnos a pie, después de dejar estacionado el Volki a unas calles de allí, notamos el ambiente festivo, vimos grupitos de jóvenes compartiendo, con bebidas en mano, algunos bailando al ritmo que marcaba la variada elección de música que abandonaba el interior a través de las ventanas, otros simplemente conversaban entre risas, bromas y también coqueteos.
La noche se sentía cálida, pero no sofocante.
Yo caminaba entre medio de Phuong y Daisy, la chica llevaba su llamativo cabello al estilo de los ochenta con mucho volumen. Nos desplazamos por el camino hacia los escalones que llevaban al balcón de la residencia.
Cuando estábamos a punto de entrar, la puerta se abrió y un tropel de chicos y chicas salió sin aviso. Yo me eché a un lado con demasiada prisa, y solo me detuve gracias a que Phuong puso sus manos sobre mi pecho porque de no haber sido asi, seguramente hubiese perdido el equilibrio arrastrándolo a él conmigo al suelo.
Por unos segundos estuvimos muy cerca, yo lo recuerdo como demasiado. Rápidamente me enderece algo azorado pues la cercanía con Phuong hizo estragos en mis pulsaciones. No obstante, la sonrisa relajada del chico en ningún momento desapareció de sus labios.
—Vamos, Finley.
Siguiendo a Phuong y a Daisy entré a la residencia, la música se escuchaba con gran estruendo en mis oídos y aunque no sabia bailar no negaré que mis pies trataron de seguir el ritmo, mientras me situaba en una esquina frente a la improvisada pista de baile.
Nunca antes había visto la cantidad de gente que estaba allí reunida, saltando, bailando, mientras sacudían sus brazos por encima de su cabeza, riendo casi alocadamente, viviéndose el momento, disfrutando.
Yo no pude dejar de mirar a mi alrededor, era mi primera vez en esa clase de fiesta y sinceramente no sabía si lo estaba disfrutando, al menos de lo que si estuve seguro fue del ambiente abrumador que no me dejaba ni pensar.
Mis amigos no habían tardado en lanzarse a la pista y por momentos los perdía de vista entre tantos entusiastas bailarines. Sin embargo, en tanto pasaron los minutos fui relajándome, disfrutando de la rítmica música, siempre tratando de seguirle el rastro a Daisy, y a Phuong que bailaban en pareja, aunque era Phuong con sus alocados pasos de baile y la gracia que exudaba quien atraía mi mirada, era él quien poco a poco me embrujaba.
Desee haber practicado algunos pasos de baile como solía hacer mi hermana Darcy, seguramente si ella estuviese allí esa noche estaría disfrutando de la música y moviéndose al ritmo de ella sin ningún tipo de inhibiciones. Sin embargo, yo no me atrevía ni siquiera a moverme lejos de la esquina que había tomado como mi refugio.
Cuando menos lo esperaba tuve a Daisy a mi costado, con una de sus manos buscando la mía, su intención era llevarme a la pista a lo que yo traté de negarme haciendo gestos negativos, mientras hacía un poco de fuerza en dirección a la esquina donde me sentía bastante cómodo.
No obstante, Daisy no se dio por vencida y en su ayuda se aproximó Phuong, dando algunos pasos de baile, en tanto me hacia señas para que los acompañara. Recuerdo que terminamos los tres bailando, realmente yo hice mi mejor intento, en el centro de la habitación.
Yo deseaba sinceramente encajar, no parecer un pueblerino ignorante. Quería verme como otro de los universitarios, dejarme llevar y disfrutar el momento. Y lo hice, por un buen tiempo, imitando los movimientos y pasos de mis nuevos amigos, no pensé en lo que diría mi familia si me viera, eché a un lado las recomendaciones y los consejos del pastor Eoin, mi padre, sobre el nuevo mundo que se abriría ante mí, donde era, según él, tan fácil perder el camino, el enfoque, y caer en las tentaciones.
Al ritmo de la música me olvide de Seven Hills, heche a un lado la iglesia y los sermones de mi padre, y a mi novia Deirdre ni la recordaba.
Cuando la movida música dio paso a una melodía lenta y cadesiosa, Daisy se arrimó a mi para echarme los brazos al cuello, dejando reposar su rostro sobre mi pecho. Enseguida me di cuenta de que Phuong ya no estaba cerca, y lo busque con la mirada, pero fue inútil. No recuerdo cuanto tiempo o cuantas canciones Daisy y yo bailamos, canciones de melodía lenta, canciones de amor.
De mutuo acuerdo abandonamos la pista. A Daisy enseguida la jalaron un grupo de chicas y aunque busque quedarme cerca de ellas, en un descuido, me vi casi arrastrado al final del pasillo, muy cerca de la cocina. Me encontraba frente a la extensa escalera que llevaba al piso superior, habia algunas personas sentadas sobre los escalones, y muchas no podían ocultar su embriaguez.
Nunca he olvidado la sensación de estar perdido, y de que ya no me parecía tan divertido estar en aquella fiesta donde solo conocía a Phuong y a Daisy, cuando ninguno de los dos se encontraba cerca. De esa noche se conservan en mis memorias algunos retazos de mi deambular por la enorme casa repleta de desconocidos y puertas cerradas.
Sin embargo, hubo algo de esa ocasión que recuerdo con mucha claridad, que nunca, ni siquiera con el paso de los años, mi mente ha podido echar al olvido. Y es que esa noche fui testigo sin querer de un intenso intercambio de palabras y posterior apasionado encuentro entre Phuong y Miles, mientras permanecia sentado en una butaca, donde fui a parar buscando pasar un poco de tiempo lejos del bullicio y amparado por las sombras.
Lo primero que me alertó de que ya no me encontraba solo en la habitación, que resultó ser un lugar especial para reunirse, fue el casi imperceptible ruido de la puerta cuando la abrieron, seguido del aumento en la intensidad de la música que se había colado.
—Es mejor que mantengamos la distancia, Miles.
No obstante, escuchar la voz ronca de Phuong me descoloco muchísimo pues no lo esperaba, y darme cuenta de que venia acompañado por el tal Miles, me provoco una inexplicable sensación de susto y tensión. De pronto tuve el deseo de hacerme pequeño para deslizarme de la butaca y poder esconderme de aquellos dos. El absurdo pensamiento de que no quería presenciar su encuentro me sacudió.
—Me cuesta muchísimo mantenerme alejado de ti, Phuong, lo sabes y sé que a ti te sucede lo mismo.
En todo momento supe que tenia que dejarme ver, que de la manera más casual posible ponerme de pie, saludar, disculparme y largarme de allí, pero no lo hice. No obstante, los segundos pasaron convirtiéndose en minutos, acumulándose y lanzando lejos de mi la posibilidad de escapar porque pronto me convertí en un ávido espectador del drama frente a mi.
—Te equivocas, Miles. Yo entendí hace mucho que lo nuestro no tenía futuro y puse todo mi empeño en dejar de pensar en ti, yo si he podido continuar...sin ti.
Mi mente bullía con un torrente de pensamientos, en segundos me quedo muy claro la relación que existía entre mi compañero de cuarto y el afroamericano. Y aceptar aquello que siempre estuvo en algún lugar de mi mente no dejo de ser chocante.
Por aquellos días estaban demasiado frescas en mi mente las enseñanzas con las que crecí, en especial lo que mi padre pensaba sobre el amor de pareja entre dos personas del mismo sexo. Para mi padre, también para mi y la mayoría de las personas que conocía, la homosexualidad era una afrenta a Dios, a sus enseñanzas y preceptos. Papá siempre decía que la iglesia no aborrecía al pecador, sino al pecado.
A mi mente llegaron recuerdos de historias de pueblo, que en su momento escuché sobre varones con «ideas desviadas» como las llamaba papá, y el sacrificio de sus familias pagando tratamientos por terapias de conversión, y así ayudarlos a volver a ser lo que se suponía debían ser.
—Eres un mentiroso...un adorable mentiroso.
Desde mi embarazosa posición, me encontraba casi con medio cuerpo en el suelo en mi afán de ocultarme, atisbe en dirección a la puerta donde la pareja mantenía su distancia el uno del otro, pero que pronto fue salvada por Miles que se acerco a Phuong luego de decirle aquello último.
El asiático retrocedió algunos pasos, pero Miles no parecía tener intenciones de ceder en su empeño de acercarse aún más a él. Para ese momento recuerdo que yo no podía apartar la mirada de ellos, de algún modo a la expectativa de lo que vendría después, pero a la misma vez sintiéndome avergonzado de toda la situación.
—No, no lo hago. Esta conversación no tiene sentido, así que déjame pasar, voy a volver con Daisy y Finley.
—Finley...el hijo del pastor. Con él no tendrás suerte, Phuong. Es un chico adorable, un enorme peluche que te gustaría atrapar y tener para ti, ya vi como lo miras...pero con él no tendrás nada de suerte, tus encantos no lo atraparan.
No solo las palabras de Miles sugerían intimidad, su tono de voz era demasiado sugerente. Escucharlo referirse a mi de esa manera elevo mi vergüenza y encendió mi enfado. No me gustaron sus insinuaciones, ninguna, porque para mi se oyó como si Phuong fuera un chico promiscuo y superficial, y no era así como yo lo percibía.
Tampoco me gustaba que Miles no aceptara un no como respuesta.
—No tengo porque escucharte decir tantas tonterías. Solo mantente alejado de mí, entre nosotros ya no hay más que hablar. Tu decidiste por los dos la primavera pasada.
—Todo sería tan fácil si me entendieras.
—No te equivoques, te entiendo, lo que no puedo es vivir bajo tus reglas.
Phuong hizo el amague de caminar hacia la puerta en tanto Miles se movió rápido para cruzarse en su camino. Contuve el aliento a la expectativa de lo que verían mis ojos a continuación.
Miles no dudo en arrimarse a Phuong y creo que yo esperaba que mi amigo le diera un empujón que lo enviara lejos, pero con decepción fui testigo de un apasionado beso que provoco que una gama de intensos colores subieran a mi rostro, mientras apretaba los labios en una fina línea de disgusto.
Volví a sentir deseos de salir de mi improvisado escondite, esa vez mi intención era terminar su apasionada demostración, sin embargo, pude controlarme a tiempo y permanecí medio sentado entre el mueble y el piso, con el borde del asiento de la butaca clavándose en mi cintura.
Nunca tuve una noción clara del tiempo transcurrido entre el momento en que los vi besándose hasta que me di cuenta de que ambos habían salido de la habitación, dejándome solo, con el corazón a mil y la incertidumbre apoderándose de mi alma.
De la habitación donde estaba me fui directo al exterior de la casona, tenia muy presente la idea de regresar a la residencia donde vivía, darme un baño y meterme en la cama. Ya no deseaba estar allí, en ese lugar y rodeados de personas con las que compartía muy poco.
Caminé hasta el borde de la acera y allí fui a sentarme, incapaz de apartar de mi mente lo que vi minutos antes. Mi mirada deambulaba de un lado al otro, sin fijarme en nada o en nadie realmente. Era conciente de que debía volver a mi habitación, sin embargo, no tenia idea ni de la dirección y mucho menos la distancia que tendría que recorrer caminando para llegar allá.
En otras palabras, me encontraba varado como un idiota, sin saber como volvería a la residencia. Al darme cuenta de que debía buscar a Daisy o a Phuong, aunque esto último no me gustaba del todo, fue cuando me puse de pie para encaminarme de vuelta a la casona de la que no dejaban de salir y entrar personas.
—¡Finn! ¿Dónde estabas? Te he buscado por todos lados...
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