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Capítulo 3


Ojos hambrientos


El día siguiente a mi llegada, lunes, me dediqué a limpiar a fondo la habitación y acomodar mis cosas, incluso coloqué en la pared frente a mi cama el boceto del lago Green que yo había pintado hacia un tiempo y que guardaba con celo junto a algunos otros. Mis padres conocían de mi amor por la pintura y que pasaba parte de mi tiempo libre dibujando. No en pocas ocasiones, en especial mi padre, manifestó su disgusto porque según él perdia demasiado tiempo en actividades que no aportaban nada a mi desarrollo como persona.

Cuando era más joven dibujar y pintar eran mis válvulas de escape ante las exigencias de, no solo ser el hijo mayor, o el ejemplo a seguir de mis hermanos, sino el hijo del pastor Eoin. No obstante, pronto me di cuenta de que debía ocultar de mis padres el arte que casi siempre ocupaba mis madrugadas cuando no podia dormir, pues el día era para los estudios y las actividades de la congregación, entre otros.

De esa manera me ahorraba algunos reclamos, hechos de aquella manera peculiar que tenia mi padre de hacerme sentir culpable e inadecuando.

Muy temprano, siempre despertaba antes de las seis, le hize la primera llamada a mis padres, no me extendi mucho, solo quería dejarle saber que había llegado bien y contarles un poco del viaje. Con mamá me disculpe por no haber llamado el día anterior y ella entendió que el cansancio me había vencido.

Mi segunda llamada de la mañana fue para Deirdre, que emocionada escucho lo poco que tuvimos la oportunidad de hablar, tuve que terminar la llamada, pues no fui el único que madrugo para usar el teléfono.

Cuando cayo la tarde ya tenia todas mis cosas organizadas y las maletas vacías ocupaban su lugar en mi parte del closet. Había escogido el lado izquierdo de la habitación, mi cama quedaba horizontal con el cuarto de aseo y frente a la puerta.

Después de darme una rápida ducha, con mi estómago protestando por falta de alimento, abandoné la residencia para aventurarme a buscar un lugar donde comprar algo de comer, no me alimentaba bien desde la tarde anterior cuando comí el almuerzo que mamá empaco para mi.

Cerré la puerta de la habitación a mis espaldas, recuerdo haber notado mucho movimiento de estudiantes, algunos llegaban cargados de equipaje, otros, reunidos en las habitaciones acomodaban sus pertenencias quedando de acuerdo sobre la distribución de los espacios en las mismas.

Lo último que me cruzo por la mente antes de encaminarme hacia las escaleras fue un pensamiento lleno de intriga sobre mi compañero de cuarto que aun no hacia acto de presencia.

Caminé por el alfombrado pasillo y bajé el primer tramo de escaleras antes de encontrarme de frente con un tipo que cargaba tres cajas de cartón de considerable tamaño, y que seguramente le dificultaban su visión y por ende sus movimientos.

Casi de inmediato mi mirada fue atraída por una sortija de plata con un extraño relieve que el desconocido llevaba en el dedo índice de su mano derecha.

—Disculpa...

Me hice a un lado buscando apartarme de su camino, sin embargo, no tardamos en quedar nuevamente de frente. Yo me sentí algo incómodo, pero el tipo frente a mi soltó un audible y molesto bufido. Y entonces sucedió algo totalmente absurdo al volver a movernos al mismo tiempo, hacia la izquierda, y volver a cruzarnos uno en el camino del otro.

Fue entonces cuando lo escuche soltar un hastiado y sonoro suspiro, en cambio a mi poco me falto para echarme a reír, aquel desencuentro parecía digno de una de esas películas de moda que tanto le gustaban a mi novia. El inesperado movimiento de las tres cajas que llevaba precariamente abrazadas a su pecho me pareció que precedía su caída.

—Podrías solo echarte a un lado y permanecer quieto hasta que yo pueda subir la dichosa escalera o ¿prefieres que suelte las cajas y bailemos?

La primera impresión que tuve al escuchar su voz fue lo ronca y aterciopelada que era. Aquel intrusivo pensamiento junto a sus palabras hicieron que una oleada de calor subiera por mi cuello y de seguro pintara mi cara. Pasmado y mudo, incluso sintiendo como una chispa de enojo se prendía en mi interior, hice lo que el desconocido sugirió.

No bien el tipo subió llevando su carga yo dejé el rellano y bajé casi corriendo el resto de los escalones, cruce el corto tramo que me separaba de la puerta principal y salí al exterior. El sol brillaba en todo su esplendor, y una sensación casi axficiante me pego en el rostro elevando la temperatura de mi rostro.

Me alejé de la residencia, caminando rápido, casi dando zancadas y sin prestar atención al camino. Pronto me encontré en la avenida donde comenzaba el campus de la universidad, una zona muy transitada y llena de restaurantes, librerías y pequeños comercios en general.

No tarde mucho en entrar a una cafetería de ambiente familiar y pedir una sopa de pollo, la correspondiente ración de ensalada y un sándwich, que devore con gusto.  Luego permanecí bastante rato sentado disfrutando de las vistas, me encontraba justo al lado de un enorme ventanal, y un generoso pedazo de pastel de chocolate. Aquello último no era algo que pudiera disfrutar con frecuencia viviendo en Seven Hills.

Poco a poco la incomodidad que sentía fue desapareciendo junto con el hambre que retorcía mis tripas. También despareció el rubor de mis mejillas, y el desafortunado encuentro con aquel desconocido fue quedando en el olvido.

Abandone la acogedora cafetería memorizando su ubicación con planes de volver, pero no regrese a la residencia, dedique unas horas a vagabundear cerca de la universidad y sus alrededores. Varios lugares llamaron mi atención, entre ellos una galería de arte y una tienda que decía abrir hasta tarde donde vendían artículos varios, entre ellos comida. No pude dejar de entrar y compre un pedazo de pastel de zanahorias y un jugo, planeaba comerlos más tarde o quizás los dejaría para el desayuno.

Cuando inicie el camino hacia la residencia, sintiéndome confiado y de buen animo, no tenia idea de lo que me esperaba al cruzar el umbral de mi habitación.

En la actualidad, muchos años después de mi primer encuentro con Phuong Khai Kieu, estoy completamente seguro de lo afortunado que fui al encontrarlo, y aun cuando la vida casi nos lleva por caminos diferentes,  gracias a el soy la persona que en el fondo pugnaba por salir a la superficie. A su lado vivi momentos plenos y repletos de nuevas experiencias que hasta ese momento me habían sido vetadas, pero sobre todo, porque a su lado conocí el verdadero amor y fui muy feliz.

La oscuridad aun no caía sobre la ciudad, apenas eran las siete y minutos de la noche, y en verano el crepúsculo se apoderaba del cielo alrededor de las ocho y media o así. Sin embargo, en invierno sucedía todo lo contrario, la oscuridad solía ceñirse sobre el cielo sobre las cuatro y minutos de la tarde. En esa época decían que los días eran cortos y las noches más largas.

La puerta abierta de la habitación, recordaba haberla cerrado cuando salí, fue el primer indicio de que mi nuevo compañero de cuarto había llegado. Me detuve en el umbral de la puerta y mis ojos fueron inmediatamente al lado derecho de la habitación, una habitación que a partir de ese momento me pareció pequeña.

La persona se encontraba sentado sobre la silla del escritorio, frente a él, sobre la superficie del mueble vi una lata de soda y una bolsa de chips de papas. Como antes sucedió, mi mirada se vio atraída hacia el extraño anillo que tenía en su mano derecha el asiático y no me sorprendió mucho que el gracioso de la escalera fuese mi nuevo compañero de cuarto, quizás debí de pensarlo desde nuestro errático primer encuentro.

Un vistazo a las cajas apiladas sobre el mueble de tres gavetas termino con las dudas que pudiera tener.

—Hola.

Su voz tenia ese tono ronco y aterciopelado que recordaba. El chico de cabellos lacios y oscuros estaba sentado con desparpajo, sin preocuparse por mantener una buena posición, vestía pantalón corto dejando al descubierto un par de velludas piernas y una camisilla algo percudida con un vistoso logo. Su humanidad desprendía un ligero olor a nicotina mezclado con lo que me pareció olor a shampoo.

Después de repasarlo con la mirada, algo que no acostumbraba a hacer, nuestras miradas se encontraron. La suya era oscura y una sonrisita despreocupada distendían sus finos labios. No supe porque, pero me sentí inadecuado, quizás por mi vestimenta de pantalones largos y camisa de algodón. Yo solo usaba pantalones cortos para dormir o cuando íbamos a pasar el día en el lago Green.

Sin embargo, también había sido su mirada y su sonrisa amistosa y alivianada. Enseguida supe, aunque no lo internalice, lo adorable que me resultaba su manera de sonreír, la forma en que sus ojos pequeños y rasgados parecían querer adentrarse en mi alma y descubrir lo que ni siquiera yo sabia.

Desde esa noche, cada vez que recordaba o pensaba en su forma de mirarme, solo una palabra la definia; hambrienta.

—No te quedes ahí parado, pasa...

Su invitación a mi propio cuarto me regreso a la realidad y trate de pintar sobre mis labios una sonrisa amable, mientras me desplazaba hasta la cama donde me senté de manera tal que no lo miraba de frente, aunque él parecía buscar lo contrario.

Bajo su escrutinio, del que era demasiado consciente, sentí como mi pulso pareció tomar vuelo, y no supe hacia donde mirar.

—Yo soy Phuong Khai Kieu, pero puedes llamarme Phuong. Creo que ya nos encontramos horas antes en la escalera, disculpa si fui algo rudo, pero esas cajas pesaban demasiado.

Entonces me di cuenta de que Phuong de alguna manera se fijo en mi aunque prácticamente las cajas obstaculizaban su visión. El chico pareció leer mis pensamientos.

—Reconocería esos zapatos donde sea, mi padre suele usarlos.

Bajé la vista hacia mi calzado y solo ensanche la sonrisa.

«Genial, en otras palabras uso zapatos de hombre maduro» —pensé mientras llevaba la mirada hacia sus pies calzados con unas sencillas sandalias de goma.

—Supongo que no me esperabas, quizás pensabas que con un poco de suerte tu compañero de habitación había sido asesinado...

Phuong dejo la frase inconclusa y dejó escapar algunas carcajadas que mostraron una dentadura blanca y perfecta en tanto echaba la cabeza hacia atrás.

A mi la bromita no me pareció nada graciosa, tanto así que en un acto reflejo y sin pensar me persigne.

—No, no, jamás desearía algo así...

Phuong enderezo su postura, dejo de reír y busco mi mirada sin disimular su sorpresa, mientras agitaba sus manos al frente.

—Tranquilo, solo bromeaba...

Pasmado, retiré mi mirada de la suya. Con cada minuto que pasaba me sentía más intimidado por ese chico, por su humor oscuro. Ese atractivo chico que no dejaba de mirarme, estudiándome con sus ojos sin pliegues en los párpados, oscuros como un pozo sin fin.

Me mantuve con la mirada en cualquier lado menos en él, al pasar unos segundos escuche el mecanismo de la silla que ocupaba soltar un chirrido, de reojo lo vi levantarse y ocuparse de sacar algunas de sus pertenencias de un bulto que tenía sobre el colchón.

Con disimulo lo miré hacerse con una toalla y lo que supuse era un cambio de ropa.

—Oye, tranquilo...no pasa nada. ¿Cómo te llamas?

El chico, del cual me sorprendió su estatura pues era casi tan alto que yo, lo cual no aprecie cuando estaba sentado todo despatarrado, habló dándome la espalda.

Tengo que aceptar que hasta ese día pensaba que los asiáticos eran todos hombres de baja estatura. Este muchacho media casi seis pies y era de complexión grande.

—Soy Finley, Finley Byrne.

—¿Te importa si me baño primero, Finley Byrne? Estoy agotado, ¿sabes? ...Tenemos mucha suerte de tener un baño en la habitación, muchos no lo tienen y deben usar los del pasillo.

—No tengo problema.

Dije para contestar su primera pregunta.

Podía verlo moverse frente al mueble gavetero de donde saco un jabón. Sin previo aviso Phuong comenzó a quitarse la ropa, despojándose de la camisilla, no pude evitar notar que aunque tenia las piernas velludas, su pecho era lampiño y me pareció atisbar la sombra de un tatuaje sobre la piel de su espalda.

Apurado por llevar mi mirada lejos del asiático giré mi cuerpo abruptamente, empujando ruidosamente la cama contra la pared, causando que la pequeña tachuela con la que sostuve el boceto se desprendiera y con ella el dibujo que fue a dar debajo de la cama.

Phuong de pie frente a mi me miró azorado y a mi la vergüenza amenazó con acabarme.

—Debí preguntarte si te incomodaba que me quitara la camisa...

Me sentí como un estúpido, en un impulso me puse de pie.

—Tranquilo, no pasa nada.

No me quedaría allí, en ese reducido espacio con una persona con la cual desde el minuto cero había tenido un desencuentro detrás del otro. Dejándome llevar por la prisa de salir, puso poco cuidado en mi camino hacia la puerta principal.

Para cuando llegué a la calle la oscuridad arropaba lo que quedaba de la tarde. Caminé sin rumbo, no buscaba donde comer o ponerme a explorar la zona como horas antes, esta vez lo único que deseaba era liberarme de la incomodidad que mi segundo encuentro con este chico me había provocado. Y dejar en el camino esa sensación inquietante que recorría todo mi cuerpo.

Durante mi caminata llegué a la conclusión de que este chico, Phuong, por ser tan diferente a mi, era también todo un reto a la hora de tener una conversación con él. Jamás había conocido a una persona tan natural y espontanea, libre de actuar según lo sentía. Ni siquiera Malachy era así.

Phuong me parecía genuino, y muy seguro de si mismo. Todo lo que yo no era, y no estaba acostumbrado a lidiar con personas como él.

Estuve caminando por un espacio de tiempo indeterminado, la noche había traído consigo una tenue brisa que refresco la piel de mi rostro y brazos.

Según caminaba, el cansancio fue apoderándose no solo de mi cuerpo, sino también de mi espíritu y regrese sobre mis pasos. Había llegado a la conclusión de que mi reacción fue absurda y exagerada, después de todo no era como si el chico se desnudara por completo frente a mi, y si así lo hubiese hecho tampoco tendría que ser para tanto, pues técnicamente hablando no vería nada que no hubiera visto antes.

Llegué frente a la residencia, me detuve y alce la vista hacia las ventanas de la habitación donde la luz amarilla de la lámpara en el techo ilumino por unos segundos antes de que la figura de mi nuevo compañero de cuarto tomara posición frente a ella, bloqueándola.

Phoung sonreía, mientras hacia un gesto de saludo con una de sus manos, cuando nuestras miradas se encontraron, le regrese el gesto, aunque me costo sonreír. De inmediato eche a andar hacia la puerta principal.

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