Capítulo 26
Los hombres no lloran
Los días posteriores a nuestra escapada al bosque estuvieron nublados por la tensión, que derivaba en una incomodidad palpable, casi todo el tiempo, y que se intensificaba con la presencia de papá.
Por esos días Phuong y yo pasábamos mucho tiempo ayudando a mamá en la cocina, de hecho era él quién no salía de allí, y no niego que para mi era un gusto verlos, pues los dos se llevaban muy bien.
En nuestros momentos solos, Phuong comentaba sobre algunos aspectos que le llamaban la atención y no de manera positiva, del trato entre mis padres. Yo podia entender su critica porque para mi fue más que evidente la diferencia entre su familia y la mía.
Mi padre era machista, acostumbrado a ser tratado como rey basado en su género masculino, él era el hombre, dueño y señor, a quien se le debía respeto y obediencia. Para Eoin los hombres éramos los que tomábamos las decisiones en el hogar, éramos los jefes. Y así nos crió a nosotros.
Era una persona perfeccionista, y en ocasiones hacia alarde de muy mal humor y estallidos de cólera por cualquier cosa, y no era menos cierto que mi madre resultaba ser casi siempre la que pagaba las consecuencias de su enojo.
El penúltimo día del año se dio una situación con Seamus que terminó por dejarle claro a Phuong como era realmente mi padre y a él, le dio motivos, los equivocados, para rechazarlo más.
Nos encontrábamos en la cocina, mientras yo me encargaba de limpiar las verduras para la cacerola que tenia pensada mi madre como uno de los acompañantes del pavo al día siguiente, Phuong y Darcy sentados frente a la mesa se encargaban de picar algunas fresas y duraznos maduros para el postre.
Papá se encontraba en su oficina y mamá habia salido a llevarle una sopa de pollo que habia confeccionado para la anciana señora Wilkins que vivía con su también anciano marido, Fred. Ambos estaban enfermos con resfriado y mamá quiso llevarles algo caliente de comer.
Mi hermano había salido a jugar con unos chicos del vecindario, sus amigos de toda la vida. Sin embargo, la presencia de los primos recién llegados cambiaron para mal el tranquilo día de juegos.
Seamus entró a la casa echo un bólido, azotando la puerta de tela metálica sobre su marco y llorando con rabia. Fueron muy pocas las veces, hasta ese día, que vi a mi hermano perder los estribos de esa manera, por lo general Seamus era muy tranquilo y afable, un chico bastante seguro de si mismo y experto a su corta edad en mantener las discusiones y problemas lejos de él.
Fue tal su alteración que mi padre salió de la pequeña oficina rápidamente y mostrando preocupación. Phuong y Darcy se pusieron de pie, siendo mi amigo el más cerca de Seamus cuando entró mi padre a la cocina.
—¿Qué está pasando?, ¿Seamus? ¿Por qué lloras de esa manera?—preguntó encarando a mi hermano que cabizbajo no paraba de llorar y gruñir, para mi fue más que evidente que la ira lo dominaba casi por completo. Papá al ver que no reaccionaba como él quería, contestándole, lo agarró por uno de sus flacos brazos para zarandearlo.
Di un paso al frente, pero me detuve dubitativo, me avergonzaba que Phuong fuera testigo de esa otra faceta de papá que no era nada agradable, su agresiva manera de llamar nuestra atención.
Sin embargo, sabia por experiencia que lo mejor era no interceder. Pudiera ser considerado cobarde de mi parte, pero también era consciente de que papá no pasaría de algunos jamaqueones y gritos.
Seamus hizo un esfuerzo por controlar su rabioso llanto y estabilizar la voz para poder expresarse.
—Cálmate muchacho, y explícate. —Exigió mi padre. Mamá entró al reducido espacio de la cocina en esos momentos, mi padre dejó libre a Seamus y se apartó.
—¿Qué sucede, Seamus? —Mamá hizo el intento de pasar un brazo sobre los hombros de su hijo más pequeño, pero él se alejó, hasta cierto punto avergonzado de toda la situación.
Y al fin entre balbuceos y sollozos relató lo que le sucedió con uno de los primos recién llegados de su amigo Reginald. El muchacho y Seamus discutieron, terminando a los golpes.
—Voy hablar con Matheo —mencionó papá con severidad y firmeza. Matheo era nuestro vecino y padre de Reginald.
Los lamentos de Seamus iban cesando hasta que escucho nuevamente a nuestro padre.
—Espero que te defendieras, que le devolvieras los golpes a ese chico. —Papá, contrario a algunos hombres consagrados a Dios, nunca estuvo de acuerdo con eso de «poner la otra mejilla» como hizo Jesús. El aumento en los sollozos de mi hermano al parecer fueron contestación suficiente para mi padre.
—Lo intente...papá...te juro que lo intente —dijo Seamus, esa vez se apretó contra el torso de mamá ocultando su rostro y aumentando el llanto.
—¡Ya deja de llorar, Seamus! ¡Los hombres no lloran! —Esas palabras las habíamos escuchado infinidad de veces antes.
Papá nuevamente se acerco y de un solo jalón separó a Seamus de mamá, que trastabillo hacia atrás. Lo volvió a jamaquear, pero esa vez me interpuse entre ellos casi a la fuerza.
—¡Déjalo, no vez que está alterado! —exclamé mientras agarraba al chico liberándolo de su agarre y buscando protegerlo llevándolo a mis espaldas. En los ojos de papá vi algo que nunca antes había apreciado, verdadera inquina.
—Por favor, Finley. —Mi madre buscaba apaciguar los ánimos.
Toda la atención de papá fue puesta sobre mi fulminándome con su furibunda mirada mientras daba los pasos necesarios hasta llegar muy cerca y amenazante, vociferando muy cerca de mi rostro.
—¡Seamus es un hombre y los hombres no lloran! —estalló a mismo tiempo en que alzaba uno de sus puños, y sé que ese gesto hizo pensar a Phuong que me iba a agredir, y que quizo distraerlo moviéndose hasta quedar a mi lado.
—¡Los hombres también podemos expresar nuestros sentimientos, reverendo Byrne! Y si podemos llorar...
Phuong logró su propósito y enseguida tuvo la mirada de mi padre fija en él.
—¡No te metas! ¿qué sabes tú de ser un verdadero hombre? —Papá se le enfrento y miró a Phuong de arriba abajo sin ocultar su desprecio. En esa ocasión a quien hice a un lado fue a Phuong que no se lo esperaba y trastabillo, atrás lo esperaba Darcy bastante nerviosa.
—¡Ya basta Eoin! Pienso que todos estamos perdiendo la compostura y es suficiente —Como en muchas ocasiones mi madre fungió como la voz de la conciencia tratando de prevalecer sobre nuestros recalcitrantes ánimos.
Mi padre se alejó de todos nosotros resoplando ruidosamente, mientras Darcy le insistía a Phuong para que salieran de la cocina. Mamá me echo un significativo vistazo indicándome entre otras cosas que la dejara sola con papá y me llevara a Seamus.
El año mil novecientos ochenta y nueve lo despedimos con una cena familiar sin invitados, y fue todo un compromiso imposible de delegar, en mi caso. Phuong optó por quedarse en el cuarto con la excusa de estar resfriado, y fue mi madre quien aun cuando papá no disimulo su contrariedad, le llevo de cenar y compartió un tiempo con él.
Darcy hizo el intento de unírseles, pero nuestro padre le echó una mirada que la mantuvo sentada muy derecha frente a la mesa. Más tarde, cuando todos se habían ido a dormir, me escabullí con rapidez por el pasillo en dirección a la habitación de invitados, Phuong parecía esperarme junto a la puerta cuando toque levemente la madera avisándole de mi presencia, y enseguida me dejo pasar.
Esa noche dormimos abrazados después de consolarnos mutuamente entre mustias caricias, necesitando más, aunque ninguno de los dos se animó a llegar más allá, no allí, no cuando mis padres se encontraban a pocos pasos.
Solo la seguridad de que al otro día seria nuestro último en Seven Hills daba un poco de esperanza y tranquilidad a nuestras almas.
*******
Los acontecimientos se suscitaron uno detrás del otro, pero a mi entender no lo suficientemente rápido para que el día terminara, igual que Phuong, estaba ansioso por abordar el autobús con destino a Albany.
Rechace la invitación a cenar de los abuelos de Deirdre aduciendo que al ser mi último día en Seven Hills deseaba pasarlo con mi familia. Sin embargo, «si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma» y Deirdre convenció a sus padres de que la llevaran a verme, adelantando nuestro encuentro.
Recuerdo que mi familia pareció ponerse de acuerdo en dejarnos solos, pues en unas horas más viajaría lejos de ella, y yo en mi interior lo agradecí, no porque quisiera disfrutar de la compañía de mi novia, sino porque planeaba aprovechar nuestro encuentro para terminar la relación.
De esa tarde poco es lo que recuerdo a detalle, lo más remarcable y que no he podido olvidar fue la expresión tranquila en el rostro de Deirdre cuando luego de un largo rodeo le pedí tiempo, pues a pesar de mis sentimientos y seguridad en que mi amor le pertenecía a Phuong, se me hizo difícil ser directo.
Deirdre no mostro signos de enojo o desilusión, al contrario, se mostró comprensiva y tolerante.
—Sé que estas confundido —dijo embozando una leve sonrisa, mientras acariciaba una de mis mejillas con el dorso de su mano. Quise hablar, decirle que la confusión que formo parte de mis emociones quedo aplastada por la nitidez de mis sentimientos por el hombre que se encontraba a solo unos pasos, en la habitación de invitados preparando su equipaje.
Deirdre silencio mis palabras con un rápido beso en los labios y cuando la miré irse junto a sus padres me quedé con la impresión de que estaba segura de que volvería a ella, y que lo haría para no volver a tener dudas, mucho menos para pedir tiempo.
No obstante, tuve que agradecer su buena actitud que evito un estallido de amargura, aunque sabía que era cuestión de tiempo para que ella se diera cuenta de lo que realmente yo quería decir con «Necesitamos un tiempo en nuestra relación, Deirdre» y para que todos, incluso mis padres, supieran mis verdadera intenciones.
******
La tarde que tomamos el autobús hacia Albany más que la emoción de un nuevo comienzo que me embargaba no solo por la bienvenida al mil novecientos noventa, sino al romance entre Phuong y yo, me sentí feliz e ilusionado, pero sobre todo metafóricamente liberado, al punto en que solo me falto escuchar caer, eufórico, las cadenas que me ataban estando con mi familia.
Aquel viaje junto a Phuong, con nuestras manos rozándose, compartiendo risas y palabras de amor por lo bajo, fue uno perfecto y esperanzador.
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