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Capítulo 24



Déjate llevar, Finley




Contrario a lo que la lógica y el buen sentido de conservación dictaban, Phuong y yo nos adentramos al bosque vestido de blanco con la promesa, de mi parte, de encontrar la vieja cabaña del guardabosques, en esos tiempos en desuso. Phuong había mencionado que le encantaría verla y yo, pensando que desviarme un poco del camino de regreso no significaría nada importante, quise complacerlo.

La vieja estructura no se encontraba lejos del área del lago, era una vivienda pequeña, de una sola estancia además del pequeñísimo cuarto de aseo. Me sorprendí cuando Phuong intento abrir la puerta para ir al interior de la vivienda con base de cemento y paredes de rustica madera, y mucho más cuando la puerta cedió, pues podría haber jurado que estaría asegurada.

Phuong me echó una traviesa mirada con su mano aun alrededor del opaco picaporte de la roída puerta. Lo interprete como su manera de pedirme mi opinión sobre si entrar o no a la vivienda, a la vez que una tentadora invitación. Y pienso que de ninguna manera me hubiera podido negar.

El interior de la vivienda se sentía uno o dos grados por debajo de la temperatura en el exterior, probablemente por la ausencia de los tibios rayos solares. Estaba oscuro y polvoriento, pero bastante conservado para sus tres años en desocupada.

No habían muchos muebles, me fije en un viejo escritorio con su silla en una esquina, frente a la chimenea, una butaca con su respectiva mesa esquinera, y sobre esta una pequeña lámpara. Debajo de una de las dos ventanas del lugar pude visualizar un estrecho catre desnudo.

La vivienda aun conservaba sus cortinas, Phuong las descorrió buscando que entrara un poco de luz al interior de la estancia desprovista de electricidad.

—Es un lugar acogedor...aún en su abandono. —Lo oí mencionar, su aliento condensado se hizo visible. Sacudí la cabeza a manera de negación e incredulidad, solo Phuong podría decir algo así— .Me encantaría que pudiéramos quedarnos aquí, solos, un tiempo. No creo que con este tiempo alguien se acerque...

Lo más sensato hubiese sido hacerle ver lo insensato que era su idea, pero yo seguía deseado complacerlo.

—Si vamos a quedarnos aquí necesitaremos hacer algo de fuego para calentarnos —Fue lo primero que se me ocurrió. Phuong cubrió la poca distancia entre los dos, cerró la puerta de la vivienda con una ligera patada, antes de tomarme de las solapas del abrigo para acercarme a él.

Mi osado y coqueto compañero me echo una de sus hambrientas miradas.

—No será suficiente con el fuego que se prende entre nosotros cada vez que estamos así de cerca...—Y se lanzó por mis labios atrapándolos con los suyos, hielo contra hielo, derritiéndose con el calor de nuestros besos.

¿Cómo resistirme a su entrega?, a esos labios que se me ofrecían ávidos.

Me dejé llevar perdiéndome entre jadeos compartidos, alargando y multiplicando aquel beso, mientras no podíamos mantener, ninguno de los dos, las manos alejadas del cuerpo del otro, y mucho menos quietas.

Separamos nuestros labios no así nuestros cuerpos, y permanecimos abrazados respirando entrecortadamente. Cuando abrí los párpados fue inevitable que mi mirada fuera a dar hacia el  empañado cristal de una de las ventanas, y la poca visión que tenia del exterior me indico que los pronósticos de Seamus sobre una tormenta comenzaban a tomar realidad.

—No tengo dudas de lo ardiente de tus besos, Phuong, pero estoy seguro de que tendremos que quedarnos aquí algunas horas y un buen fuego con madera y hojas secas nos resultaría muy práctico. —Me separé un poco de él al tiempo en que con un gesto de mi barbilla le señalaba la dirección a mirar — .La tormenta de la que hablo Seamus ya está aquí. —Mi querido oriental se giró rápidamente para mirar hacia donde yo le indicaba.

Las vistas no dejaban duda de lo que se avecinaba, una tormenta de nieve en todo su esplendor. Oí el jadeo de mi amigo antes de que se volviera a girar sobre sus talones para quedar frente a mí.

—Tu hermano tenía razón —exclamó, su tono se oía entre excitado y temeroso — .¿Dices que no podremos volver?

Me desplace hasta detenerme frente a la ventana para apreciar las primeras ráfagas de fuerte viento que traían grandes copos de nieve y esquirlas de hielo. Phuong se detuvo detrás de mi, pasó sus brazos por mis costados hasta juntar las manos sobre mi estómago y acomodar su barbilla sobre uno de mis hombros, su tibio aliento muy cerca de mi oreja.

Permanecimos en esa posición durante largos segundos contemplado la fuerza de la naturaleza. El cielo, cubierto de gruesas y densas nubes, se apreciaba cada vez más oscuro, a pesar de que todavía el reloj no marcaba ni siquiera el mediodía.

—Si no podemos volver...

Giré hasta tenerlo nuevamente muy cerca y llevé mis manos hasta atrapar su rostro entre ellas.

—Ayúdame a buscar algo de madera para esa chimenea. —Bajé una de mis manos y saque un encendedor de uno de mis bolsillos frontales, enarbolándolo frente a nosotros—. Estuve en los niños exploradores, pero una ayudita como esta nunca viene mal —añadí y me gané un piquito en los labios antes de que Phuong se alejara de mis brazos.

Minutos luego ambos nos movíamos por, la cada vez más fría estancia, buscando cualquier astilla o pedazo de madera que nos sirviera para hacer fuego en la vieja chimenea.

Tuvimos suerte, encontramos unos cuantos pedazos de leña arrumbadas cerca del cuarto de baño, probablemente recogidas por el último guardabosques.

Enseguida me puse manos a la obra en tanto Phuong, muy cerca, no dejaba de mirarme, muy pendiente a todos los movimientos.

Hice varios intentos por encender el fuego, hasta Phuong se animó a intentarlo con aquellos húmedos pedazos de leños olvidados, y casi cuando ambos nos dimos por vencidos, logramos sacar la chispa que encendió la deseada fogata en el hueco de la chimenea.

Terminamos sentados de piernas cruzadas muy cerca del hogar, y sobre el deshilachado tapete, acurrucados, buscando ese calorcito que alejaría el frío intenso que tardaría en ser desplazado, aferrándose a las, por mucho tiempo, vacías paredes.

No recuerdo cual de los dos inicio la conversación que nos llevo por nuestras infancias y adolescencias, rememorando momentos, anécdotas, celebrando con risas aquellas aventuras divertidas, y guardando algunos segundos en silencio cuando las memorias lo ameritaban.

En el exterior la tormenta invernal se había desatado con mucha fuerza, el ulular del viento por momentos se escuchaba amenazante, y por momentos, hasta se me antojaba arrullador.

Poco a poco se acabaron las historias, siendo remplazados por caricias y besos, intensificándose la pasión entre nosotros. Aquella fuerte emoción comenzó a nublarme la razón, ya no pensaba en la tormenta que se había desatado afuera, o la fría temperatura que se escondía en los rincones de aquella cabaña, donde solo el espacio frente a la chimenea y nuestros cuerpos parecían conservar el calor.

No me pasaba por la mente que mi familia, preocupada, nos echaría de menos.

En esos instantes recuerdo que solo podía sentir con mis manos y escuchar con los labios el palpitar agitado del corazón ajeno, sus jadeos y gemidos entremezclándose con los propios.

Los límites auto impuesto se desdibujaban en un mar de excitación y expectativas.

Mi memoria no llega a alcanzar algunos retazos de recuerdos que se han perdido en los albores del tiempo, sin embargo, nunca he podido olvidar el crepitar de la leña y la imagen de Phuong, en aquella estancia oscura, iluminado por los haces de luz que tímidos, acariciaban la piel de su rostro y cabellos.

No pude apartar la mirada de él afanándome en guardar en la memoria cada uno de sus movimientos, mientras se despojaba de toda la ropa que le estorbaba. Phuong extendió uno de sus brazos, ofreciéndome su mano y halando de mi hasta que ambos quedamos acostados sobre el rugoso tapete que olía a polvo.

No obstante, ninguno de los dos estábamos para ser remilgados, no cuando el deseo corría como fuego a través de nuestras venas. Me acomodé a su lado, de pronto sintiéndome torpe, pero queriendo disimular mi inseguridad y dudas, volví a besarlo y tentativamente acariciar su torso desnudo y frío con una de mis manos.

Phuong me abarco un lado del rostro con una de sus manos correspondiendo a mis caricias, pero no tardo en separarse, echándose un poco atrás para buscar mi mirada con la suya.

—¿Estás seguro de que esto es lo que quieres? —En sus pupilas brillaba el reflejo del fuego, no solo del que se consumía frente a nosotros, sino del que llevábamos por dentro.

—No solo lo quiero, y lo deseo, pero sobre todo te necesito, Phuong —Hasta yo me sorprendí de mis intensas emociones— .Te amo...

Desde ese instante en adelante puedo decir con certeza que Phuong se encargo de guiarme. En ocasiones me comparo con un ciego a quien guía un lazarillo, poco a poco y paso a paso por los senderos, en este caso, por las líneas y recovecos de su propio cuerpo.

No mucho después nos encontrábamos desnudos, amándonos. Nublados por las ansias y el deseo, pronto mi timidez y sobre todo la inexperiencia dio paso a atrevidas caricias, besos largos y jadeos cortos y fuertes.

—Por...favor, amor, guíame, dime que tengo que hacer...—Pedí sobre sus labios, mientras me elevaba sobre él, que estaba acostado de espaldas.

Phuong tomó una de mis manos para besar cada uno de mis dedos, tomándose su tiempo con sensuales movimientos en mi dedo índice que introdujo en su tibia y húmeda cavidad bucal encendiendo aun más, de ser posible, mis ganas.

Segundos después Phuong guió mi extremidad hasta más allá de sus piernas separadas, mientras se ofrecía a la misma vez que me guiaba. No negaré que tuve unos segundos de indecisión antes de buscar acomodarme entre sus piernas separadas.

—Estoy listo amor...—susurró y volvio a acomodarse cuan largo era, levantando las rodillas, mientras yo, ardiendo en deseos de consumar el acto, pero debatiéndome entre dudas y torpeza me arrimaba.— .Tu también estas listo, Finley, solo déjate llevar —agregó Phuong, mientras con una de sus manos alrededor de mi sexo marcaba el camino a seguir.

Y así lo hice, me dejé llevar.


**********


Phuong y yo quedamos rendidos uno en brazos del otro, y fue, pienso, un soplo travieso de aire que se filtró por alguna madera agujereada que fue a dar a mi pecho descubierto, sacándome del placentero descanso.

Phuong habia cambiado de posición durante el descanso y de costado, me daba la espalda mientras yo, también de costado, había echado uno de mis brazos sobre su cadera.

Me apreté contra su espalda, disfrutando del calor de su piel, del aroma fresco, en tanto un estremecimiento se apoderaba de mi. Por algunos segundos me complací repasando los recuerdos de nuestro primer encuentro íntimo, mientras sentí una oleada de calor cubrir mi rostro.

Un poco avergonzado también fui consciente de los estragos que esos pensamientos hicieron en mi miembro.

Como todo varón había experimentado anteriormente la excitación que terminaba en una dolorosa erección pidiendo ser aliviada, pero jamás de manera tan seguida y provocada por atrevidos pensamientos.

Fue curioso darme cuenta de que nunca había fantaseado con Deirdre.

Los movimientos de Phuong y perderme en sus hermosos ojos cuando su mirada atrapó la mía, me regresaron al presente.



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