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Capítulo 21


Luchando entre lo que siento, y lo aprendido


Ante Dios no pude aceptar lo que mi corazón clamaba, aun cuando sabia que Él todo lo veía, que ante sus ojos no habia nada oculto. Aquella no fue la única mañana en que acompañé a papá en sus oraciones mañaneras, y en todo momento, mientras él abría su corazón, sincerándose agradecido, para luego pedir sabiduría, yo, a su lado, luchaba por mantener mi mente en blanco, fingiendo recuperar la comunicación con Dios, una conexión que sentía perdida en tanto mis sentimientos por Phuong se fortalecían.

Las reuniones con mi padre lo complacían y en mi levantaban tantos sentimientos encontrados que durante un tiempo, después de ellas, solía mantenerme apartado de todos, y ensimismado. En aquellos momentos hasta llegué a agradecer el interés de Darcy por Phuong, mi hermana no se despegaba de mi amigo tanto como podia, e intercambiaban ligeras conversaciones entre risas y, de parte de ella, sutiles coqueteos.

Por mi parte, recuerdo que luego de las mañanas de oración con papá, por esos primeros días, evitaba cualquier interacción a solas con Phuong. Ya no salía al patio cuando lo echaba de menos y sabia que se encontraba afuera fumando, tampoco volví por el cuarto que ocupaba.

Agraciadamente esos días anteriores al día de navidad mamá nos mantuvo ocupados recolectando manzanas y otras frutas con las que ella prepararía sus espectaculares pasteles para el día de navidad, recuerdo un día en específico que entre Phuong, Seamus y yo pelamos tantas papas y zanahorias que hasta callos en las manos nos salieron.

El sábado luego de nuestra llegada mi madre organizo un viaje al pueblo, pues insistió en que le hacían falta algunos ingredientes muy importantes para que la cena navideña fuera un éxito, pero yo siempre pensé que ese viaje al pueblo lo sugirió para darle la oportunidad a Phuong de conocer los alrededores. Además de que nuestro invitado tomara un poco de aire fresco.

Mamá siempre estuvo muy orgullosa de sus raíces, de ese pueblo donde creció, y sé que deseaba mostrárselo a mi amigo. Con ese guapo y simpático muchacho con quien de inmediato sintió una conexión. Aquello último me lo había confesado mi madre en una ocasión muchos años después de aquel viaje.

Hicimos el viaje algo apretados, y separados por Seamus que se instaló en el medio del asiento trasero de la camioneta de papá, mientras que Darcy viajaba en el asiento principal entre nuestros padres. La expresión de mi hermana gritaba a los cuatro vientos lo molesta que estaba cuando mi padre le indico que su lugar era al frente, entre ellos.

En el pueblo, ese día la fría tarde lucia un cielo despejado, y las aceras y calles, limpias de hielo. Caminamos por la calle principal engalanada con adornos festivos y luces. A ambos lados de la acera se podían apreciar montículos de nieve que los empleados de la ciudad habían acumulado, despejando el camino antes de echar sal.

Mamá y papá lideraban la caminata, con Darcy enganchada a uno de los brazos de Phuong, y Seamus y yo, en la retaguardia. De la carnicería fuimos a la frutería, donde también hacían y vendían pan fresco. Se podía sentir su rico aroma desde que entrabas al lugar.

Más adelante se encontraba la farmacia, una de las que, según los planes de mi padre, yo sería el encargado en un futuro próximo. Aquella fue nuestra última parada y yo aproveche la distracción de mi familia, e incluso de Phuong que seguía con Darcy de arriba para abajo, y hacerme con un pequeño regalo para él.

No fue difícil localizarlos nuevamente, pues escuché las fuertes carcajadas de Darcy, fruto seguramente de algún comentario de mi amigo, quien parecía llevarse muy bien con mi hermana. Caminé por el pasillo en dirección a ellos, mis padres venían desde el otro extremo del pasillo y pude ver a papá murmurar algo al oído de mi madre cuando se detuvieron a escasos pasos de Phuong y Darcy que uno al lado del otro miraban algo de lo expuesto en una de las vidrieras.

La expresión de mi padre era adusta, mientras que mamá enarbolaba una sonrisita apenada.

Fue claro para mí que la cercanía entre Phuong y Darcy comenzaban a molestar a mi padre, y no era el único, aunque yo no tenia la libertad de expresión que él.

Al regresar a la casa, mientras los demás fueron directo a la sala, Seamus y yo nos encargamos de ayudar a mamá en la cocina acomodando las cosas.

Luego nos encargamos de preparar chocolate caliente para acompañar con unos pastelitos de queso y frambuesa que habíamos traído de la panadería. Demás esta decir que el consumo de dichas chucherías, como le llamaba papá, era casi exclusivo en época navideña.

Esa noche después de cenar, mis hermanos, Phuong y yo, terminamos alrededor de la mesa del comedor y de frente a un tablero de Monopolio, después de cansarnos de intentar armar un rompecabezas de más de mil piezas.

**************

—Finley...

No esperaba encontrarme de frente a Phuong al salir del cuarto de aseo esa mañana de domingo, el día del culto más importante del año, pues estaría dedicado al nacimiento de Cristo.

Phuong aprovecho mi sorpresa para empujarme de regreso al baño antes de cerrar la puerta con cerrojo a sus espaldas, mientras mi corazón se desbocaba de la emoción ante tenerlo tan cerca  y el temor a ser descubiertos.

—No podía estar más tiempo lejos de ti.

El asiático se lanzó con afán a por mis labios y yo recibí sus besos, sediento. Hasta ese momento no fui consciente de cuanto necesitaba tenerlo cerca, sentir su aroma y probar sus labios.

Phuong abarco mi rostro con sus manos, en tanto yo llevaba las mias a su cintura, agarrándome de la tela de su camisa. Trastabillando fuimos a dar hacia una de las paredes del baño, la única que estaba libre.

No podíamos dejar de besarnos con ansias, ese que comenzó como un beso apasionado fue tornándose y multiplicándose en pequeños besos repartidos por la piel de nuestros rostros y cuellos.

Yo tenia la espalda contra la pared, mientras con mis manos exploraba su cintura y costados, él arrimándose a mí, con sus manos sobre mis cabellos, despeinándolos.

—Me estaba volviendo loco de angustia, no puedo con tu indiferencia, aunque sé porque lo haces...—dijo sobre mis labios. Como respuesta yo llevé mis manos alrededor de su cintura sin intenciones de aflojar el abrazo.

Fue evidente la excitación que nos dominaba a ambos.

—No me había dado cuenta hasta ahora, de cuanto te extraño, de cuanto extraño tus besos —murmuré sobre la piel de su cuello que él había echado hacia atrás para despejarme el acceso, y donde yo no dude en dejar un camino de besos—. Jamás será indiferencia, puede ser todo, menos indiferencia, Phuong.

Phoung y yo no queríamos separarnos, nos mantuvimos unos minutos abrazados, él con su cabeza sobre mi hombro, yo apretándolo a mi pecho con las manos sobre su espalda, esperando calmar nuestras respiraciones.

Detrás de esa puerta cerrada nos esperaba nuevamente la realidad. Una realidad que nos separaba, que nos obligaba a ocultar nuestros sentimientos y emociones. Y ninguno de nosotros deseaba abrirla, aunque sabíamos que era algo inevitable.

—Tenemos que prepararnos para el culto, Phuong —murmuré con hastío y pesar.

—Lo sé, pero no quiero —dijo aferrándose a mí.

Desaparecer juntos a un lugar donde pudiéramos ser nosotros mismos, sin miedos, y sin los prejuicios de los demás. Un lugar ideal donde pudiésemos amarnos, y gritarles al mundo que estábamos enamorados.

Recuerdo que abandoné el cuarto de baño dejando que Phuong hiciera lo suyo antes de arreglarse para ir a la iglesia. Minutos luego me reunía con él y el resto de la familia para un desayuno liviano antes de salir para el culto. La iglesia que lideraba papá no quedaba lejos de la casa, el resto del año, cuando el clima lo permitía, solíamos caminar hasta allí los domingos, pero con el clima invernal era algo que evitábamos, así que a bordo de la camioneta hicimos el corto trayecto.

Deirdre casi corrió hasta mi en cuanto me vio llegar, separándome de mi familia para llevarme con ella a ocupar un banco. Atrás quedaron mis padres, Seamus, Darcy y Phuong que caminaron hacia el altar. Todavía no se encontraban muchos feligreses dentro del edificio y noté que mi padre hacia un alto para decirle algo a Phuong.

—Discúlpame un momento, Deirdre.

Sentí la urgencia de ir con él, aunque sabia que Phuong era capaz de desenvolverse muy bien. Aun así me moví entre los bancos con rapidez para llegar hasta él.

—Siento que casi te obligamos a venir esta mañana, Phuong —comentaba papá, mientras mostraba esa sonrisita condecendiente— .Dime algo muchacho, ¿profesas alguna religión?

—Papá...

Mi padre puso sus ojos sobre mi y me pareció que se fingía sorprendido.

—No creo que mi pregunta moleste a tu amigo, Finley. —Para papá siempre era Finley, nada de llamarme Finn.

Phuong embozo una leve sonrisa antes de pasar su mirada de mi, hacia mi padre nuevamente.

—Por supuesto que no me molesta, Eoin. Tampoco estoy aquí en contra de mi voluntad, pues todo lo que hago es porque quiero. Y no, no profeso ninguna religión, pero respeto las creencias de todos. En cambio, debo decir que mis padres son budistas.

Bajé la vista por unos segundos an mis pies incapaz de suprimir una sonrisa de satisfacción. No esperaba menos de Phuong.

—Aclarado el asunto, creo que podemos sentarnos. —Darcy no perdió tiempo en jalar a Phuong de una de sus manos alejándolo de nosotros que continuamos en el pasillo, mientras comenzaban a llegar más personas al culto.

Yo volví con Deirdre y su familia, a lo lejos vi a mi padre, más serio de lo común, caminando hacia el cuarto que había detrás del sencillo altar. La iglesia de madera y cemento, de paredes desnudas, lucia inmaculada, oliendo a incienso y cera, olores que siempre me recordarían a una niñez y primera juventud, entre dulce y amarga.

Poco a poco fueron llegando los rezagados feligreses que sin importar las condiciones del tiempo no faltarían al culto especial por navidad. Desde mi posición, unos bancos detrás de donde se sentaba mi familia, pude apreciar la espalda de Phuong que lucía muy derecho mirando hacia el frente, mientras Darcy parecía no parar de hablar. Ella lo miraba, para luego mirar alrededor altiva y orgullosa, pues noté que algunas chicas no disimulaban su curiosidad por ese guapo asiático que nos visitaba.

Aquello me saco una risita que disimule fingiendo toser.

—Tienes que abrigarte mejor, amor —comentó Deirdre.

El culto comenzó, la potente voz de mi padre resonando por la nave de la iglesia, mientras impartía consuelo y esperanza a través de la palabra de Dios. Enardeciendo el nacimiento de Cristo, quien vino al mundo para salvar a la humanidad. Una humanidad malvada que ni siquiera creyó en Él, y que terminó crucificándolo. Aquel era un pensamiento recurrente en mi desde niño.

Y mientras mi padre hablaba, y yo escuchaba, no por primera vez sobre ese ser lleno de luz y amor, recuerdo que no dejaba de buscar convencerme de que el Dios que yo había aprendido a amar, jamás se volvería en mi contra por amar diferente. Ese ser de luz nunca me condenaría por amar a Phuong, por desear una vida a su lado.

Sentado allí mi mente se fue lejos, a un lugar donde ya no escuchara los parloteos de Deirdre, o el potente vozarrón de papá levantando en mi contra juicios y declarando castigos.

Un lugar donde Phuong y yo pudiéramos expresar y vivir nuestro amor, libres.



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