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Capítulo 2


Nuevos caminos

Finales de agosto

Dos semanas después me encontraba a punto de abordar un autobús con destino a Albany, cuna de la universidad más importante del estado de Nueva York. La estación de autobuses estaba repleta de viajeros y sus familias ese domingo a las ocho de la mañana.

Mi autobús salía sobre las nueve, pero como siempre mis padres prefirieron estar temprano por cualquier eventualidad inesperada, todo en mi familia se hacía organizadamente y poco se dejaba para la casualidad. Deirdre se encontraba allí con sus padres, Devany y Niall.

Poco antes de abordar el enorme autobús para un viaje que me tomaría cinco horas fui apartado lejos del grupo por mi padre.

—Estas a punto de emprender un viaje muy importante, un viaje donde obtendrás conocimientos, y luego regresarás al lugar que perteneces listo para aportar lo aprendido a la comunidad. Sin embargo, también emprenderás un camino lleno de tentaciones, donde enfrentaras situaciones a las cuales jamás has tenido que dar cara. Será ante esas circunstancias que nuestras enseñanzas te servirán para mantenerte lejos de caer en pecado, pero nunca dejes a Dios fuera de la ecuación, no olvides tus oraciones diarias y si te sientes agobiado busca consuelo y guía en su palabra.

Aquel sermón era la continuación del que inició no bien salimos de la casa más temprano, mientras manejaba, aquella mañana húmeda y pegajosa.

—Quiero que te lleves esto...

Papá me ofreció un papel doblado a la mitad que yo me apresure a tomar.

—Aquí esta la dirección de la iglesia que dirige Mathew Remington, él espera tu visita con ansias, Finley. No olvides que congregarte te ayudara a mantenerte enfocado. Y por último y no menos importante, recuerda llamarnos semanalmente y también a Deirdre.

Después de que entendió que yo había internalizado su mensaje, volvimos junto a los demás. El movimiento había aumentado, y la cantidad de pasajeros desplazándose por el enorme terminal que bullía en actividad. Afuera, los autobuses que hacían largos viajes tan populares en aquellos años esperaban, encendidos, el arribo de los pasajeros.

Algunos pensamientos y preocupaciones rondaban mi mente en tanto Deirdre rodeaba mi cintura con uno de sus brazos, arrimándose a mi costado para abrazarme posando su rostro sobre la tela de mi camisa.

—No dejes de llamarnos, hijo.

Mi madre apenas podía mantener lejos de sus ojos azules las lágrimas de emoción, su voz entrecortada dejaba ver lo que se esforzaba por disimular. A su lado, se encontraba Seamus no muy pendiente a mi, pero fascinado por los grandes vehículos.

Los padres de Deirdre lucían sonrisas amables, atentos al desarrollo de las cosas. Darcy se mantenía justo detrás de mi hermano menor, sin mostrar ningún tipo de emoción ante mi partida. Si hubiese podido seguramente no estaría allí, sino durmiendo.

—No te olvides de mi, Finley.

Deirdre había repetido su petición unas cinco veces desde que estábamos allí, y yo le había asegurado que olvidarla no sería posible todas las veces. La pelirroja mostraba su mejor sonrisa, pero yo sabía que igual que mi madre trataba de mostrar su mejor cara con miedo quizás, a parecer una exagerada.

Pronto llamarían a abordar y comenzaría el camino hacia mi novel independencia. Me sentía algo nervioso, mientras acariciaba la sencilla pulsera de hilo rojo que Deirdre había atado a una de mis muñecas, según ella era una forma para mantenerse presente en mi vida, allá en Albany.

Los minutos parecieron volar, la ocasión para abrazar, besar y escuchar buenos deseos de las personas que quedarían atrás había llegado.

Mi madre me brindo un fuerte abrazo que yo atesore aspirando su conocido aroma a agua de rosas. Cuando le toco el turno a mi padre, su abrazo fue menos efusivo, solo un rápido contacto seguido del apretón de manos tan masculino.

Seamus emulo el gesto de papá, mientras que Darcy, de pie frente a mi, después de echarme una penetrante mirada me dio una despreocupada palmada con una de sus manos sobre la espalda, embozando una leve sonrisa que se desvaneció casi en el acto. A mi hermana le costaba bastante ser expresiva y mucho más si se trataba de mi.

Cuando me giraba para prestarle atención a Deirdre y sus padres me vino a la memoria algo que me dijo Darcy sobre como me veía a mi mismo, o lo que ella percibía.

—Piensas que eres perfecto, Finley. Y lo peor es que nuestros padres también lo creen. Ojalá nunca te caigas del pedestal en el que te tienen, hermanito.

Esa frase final me dio la impresión de que no era nada sincera, al contrario, Darcy disfrutaría viendo mi hipotética caída.

—Amor...

Deirdre dio unos toques sobre mi antebrazo para llamar mi atención. Con la mejor sonrisa y echando el desazón que el recuerdo anterior produjo en mi, centré toda la atención sobre ella. Y la abracé  por largos segundos antes de compartir un cálido beso.

A Deirdre se le hizo difícil separarse de mi, mientras que sus padres no perdieron tiempo en acercarse para desearme buen viaje.

Después de las despedidas me tocó subir al autobús cargando un bulto, donde, entre otras cosas, llevaba el almuerzo que mamá había preparado. En el compartimiento inferior del vehículo cargaba tres maletas. Aquel equipaje fue motivo de discusión entre mis padres y yo, que pensaba era excesivo, pero como siempre había terminado cediendo.

No tenia idea de cuanto espacio tendría en la habitación de la residencia de estudiantes donde viviría, pero si sabía que la compartiría con otro estudiante. El tema del espacio era algo en lo que no planeaba pensar durante el viaje.

Cuando finalmente, sentado en el no tan incómodo asiento de alto espaldar, aspirando sin querer parte de los gases del tubo de escape de aquellos extensos autobuses, mientras iniciaba su retroceso fuera del andén, una emoción completamente nueva se instalo en mi pecho extendiéndose tibia a lo largo y ancho de mi cuerpo.

Pronto me atreví a ponerle un nombre a ese sentimiento que nunca antes había sentido; liberación. Y su realización amenazo con dejarme sin aliento, sin embargo, pronto una incómoda sensación de culpabilidad y vergüenza opaco lo anterior.

Algo decaído hundí los hombros y deslicé un poco mi cuerpo sobre el asiento, cruzando las manos sobre mi estómago, dejando escapar un largo y hondo suspiro mitad cansancio, mitad resignación.

El viaje se me hizo agradable y la segunda parte, luego de la parada para comer e ir al cuarto de aseo, resulto verdaderamente rápida. La última parada, según la información que tenia en mis documentos de la universidad se encontraba a solo diez minutos en carro de la residencia en los predios de la universidad que seria desde ese momento mi vivienda.

Albany la ciudad donde se encontraba la universidad era la capital del estado de Nueva York desde mil setecientos noventa y siete. La ciudad estaba localizada en una empinada colina entre los ríos Mohawk y Hudson.

Solo doscientos treinta tres kilómetros separaban a Albany de la cosmopolita y ajetreada ciudad de Nueva York, y yo tenia que admitir que apenas podia esperar para tomar el tren y visitar la famosa ciudad, pero era algo que guardaba para mi.

Aunque hasta ese tiempo había vivido en el campo, con un estilo de vida que giraba en torno a la iglesia que pastoreaba mi padre, una existencia tranquila y juiciosa, no podia decir que era totalmente ajeno al estilo de vida movido y emocionante que, en contadas ocasiones tuve la oportunidad de atisbar a través de los ojos ajenos.

Desde que fui aceptado en la universidad estatal de Albany me había dado a la tarea de buscar información no solo del área donde estaba enclavado el centro de estudios, sino que lleno de curiosidad también di mis primeros vistazos, casi exclusivamente a través de programas de televisión, a la ciudad cuyo centro se encontraba en la isla de Manhattan, y que era la ciudad más importante del estado que llevaba su nombre.

Mi amigo y compañero de estudios, Malachy fue fuente de gran información, el muchacho solía pasar semanas, casi siempre en invierno, con unos tíos que vivian en Brooklyn. A Malachy le encantaba la manera en que se vivía, rápida y emocionante, en Nueva York. Mi amigo planeaba mudarse definitivamente para allá el próximo verano.

Yo solía escuchar embelesado las historias que contaba de sus experiencias en Brooklyn, y en varias ocasiones no pude dejar de sorprenderme y escandalizarme, aunque aquello último trataba de disimularlo frente a mi amigo.

Malachy disfrutaba contar sobre las diferentes culturas y razas que poblaban el área dividida en cuatro condados. Mi amigo podia durar horas describiendo numerosos aspectos de la vida en la ciudad, algunas de sus emocionantes experiencias en la compañía de sus primos y sobre todo, sus excitantes encuentros con algunas hermosas chicas que había conocido.

—Allá no tienes que ofrecerle un anillo de compromiso a una chica para conseguir que sean cariñosas contigo, si sabes a lo que me refiero, ¿verdad Finley?

Cada vez que oía algo así no sabia que decir y Malachy pasaba de mi soltando algunas carcajadas.

Abandoné la enorme estación de autobuses en el corazón de la ciudad de Albany, dándome cuenta de lo pueblerino que era comparar esa estación con la de Seven Hills, y que en su momento encontre grandísima, pero que no le llegaba ni a los talones a la que acababa de dejar.

Tenia la alternativa de subir a un autobús local siguiendo las indicaciones en uno de los panfletos que llevaba, pero decidí detener un taxi pues con el equipaje que cargaba se me hacia más inteligente.

El trayecto hasta la residencia de estudiantes Roosevelt no tomo más de diez minutos a bordo de un vehículo cuyo interior olía a chicle de frutas mezclado con perfume rancio, manejado por un hombre trigueño y maduro que no dejaba de sonreír. Lo que pude apreciar de la ciudad me agrado, se notaba limpia y tranquila, con edificios de ladrillos, algunos con escaleras de incendios en el centro. A esa hora de la tarde había mucha actividad en los restaurantes y tiendas de la zona. Yo miraba, mientras abrazaba el bulto con mis pertenencia más preciadas, a todos lados fascinado, descubriendo los primeros trazos de este nuevo mundo que se abría frente a mi.

Todavía restaban varias horas de claridad cuando llegué de frente a la residencia que seria mi hogar, después de pagar la tarifa con propina incluida que me pareció algo excesiva, permanecí de pie de frente a la imponente casona por varios minutos, mis brazos a los costados, el bulto sobre uno de mis hombros y tres pesadas maletas a los pies.

Las clases no comenzarían hasta la semana entrante y era poco el movimiento de personas en los alrededores. La calle era ancha, la mayor parte de las residencias eran de estudiantes. Las aceras cuidadas, sin cemento levantado y limpias. El sector era uno arbolado, con césped y arbustos cuidados.

De reojo aprecie movimientos a mi izquierda y me distraje observando la salida de cuatros personas de la residencia junto a la mia, eran dos chicas y dos chicos, sonrientes y me dio la impresión de que echaban bromas entre ellos, mientras se desplazaban hacia la calle para abordar un Chevrolet del año.

—¿Perdido?

A mi derecha me encontré una chica joven y bajita, podría decirse que cuando vi a Daisy Jane por primera vez tuve la idea de que ella y Deirdre median lo mismo, pero hasta allí llegaba toda similitud entre ambas.

Mientras a mi novia le costaba un poco sonreír y más estando de frente a extraños, la chica de cabellos cortos, lacios y rubios frente a mi sonreía con verdaderos deseos de sonreír. Sentí que había detenido su andar solo por el placer de ser útil, dispuesta a ayudarme. Mi equipaje y la cara de desorientado que seguramente tenia debieron ser suficientes para hacerla suponer lo peor.

Sin embargo, no era así, me encontraba justo frente a la residencia Roosevelt, la indicada.

—Creo que no, sin temor a equivocarme estoy en el lugar correcto, gracias.

Mientras hablaba sacudí el panfleto que cargaba con los datos de la residencia. Hable con amabilidad, manteniendo una sutil sonrisa sobre mis labios. La chica me miraba con mucha atención.

—Esta es la residencia Roosvelt...¿cierto?

Ante su escrutinio comencé a dudar de que estuviese en el lugar correcto, aun cuando las letras al relieve sobre el alero de la enorme casona así lo decían.

—Sin duda. Mi nombre es Daisy Jane Smith y si no te incomoda puedo ayudarte con una de esas maletas.

La chica no tardo en poner su mano sobre el asa de la maleta más pequeña antes de encaminarse hacia la puerta principal de la residencia, mi intención era declinar su ayuda, no era correcto que una dama se tomara esa molestia, pero la salida de un grupo de chicos que parecieron echarse sobre nosotros en el estrecho camino de la entrada me distrajo completamente. No tarde en agarrar las dos maletas restantes y avance, preocupado mas en sortear al grupo de universitarios, algunos de ellos enormes y muy altos, además de que evidenciaron una total falta de caballerosidad hacia la chica rubia.

Sin embargo, Daisy no pareció afectada por el tropel de varones.

Al entrar al poco iluminado vestíbulo de la casona, fuimos recibidos de inmediato por el encargado, el señor Ryan, un hombre amable y atento que me dio la bienvenida, preparado para enseñar la vivienda.

—Bienvenido al mundo universitario, señor Byrne.

Daisy se giró hacia la puerta después de dejar la maleta al pie de las escaleras, a mi me esperaba el recorrido. La chica demoró unos segundos antes de comenzar a alejarse, justo allí me di cuenta de mi poca educación.

—Gracias por la ayuda, Daisy Jane. Yo me llamo Finley —Daisy no dejo de alejarse, pero giro con gracia y me regalo otra de sus radiantes sonrisas.

—Encantada de conocerte, Finn, seguro nos veremos por ahí...

La chica agito una de sus manos antes de salir por la puerta que se fue cerrando hasta volver nuevamente sobre su marco.

—¿Listo para conocer tu nuevo hogar?

El señor Ryan se esmeró en el recorrido, primero me paseo por las habitaciones del piso inferior, la casona contaba con una sala comedor muy espaciosa, la biblioteca no muy grande, pero bien equipada, el área de la cocina donde cada estudiante tenía su área para guardar alimentos no perecederos, también podíamos usar el refrigerador para enfriar líquidos o mantener algún alimento refrigerado por cortos períodos de tiempo.

Las comidas principales las teníamos que hacer en las cafeterías de las diferentes facultades, en los cuartos no se permitían alimentos, más allá de unos caramelos.

—Aquí atrás esta el área para fumadores, no esta prohibido fumar en el interior de la casa, pero es algo que tratamos de disuadir en los residentes.

Ryan señaló la puerta que llevaba al patio trasero antes de dar un giro y volver a internarse en el pasillo de la casa en dirección a las escaleras. Asentí antes de seguirlo, mis tres maletas me esperaban para subir la escalera hacia el segundo piso, y di gracias internamente por el descanso de la misma.

Lo primero que vi al llegar al pasillo del piso superior fue el teléfono en una de las paredes forradas de papel tapiz, recordé que en la biblioteca había visto otro y que debía de llamar a mis padres y a Deirdre una vez me desocupara.

La casona constaba de tres niveles, mi habitación se encontraba en el segundo, al final del pasillo. En ese piso casi todas las habitaciones estaban a mano izquierda, solo al llegar al otro tramo de escaleras se podia apreciar un corto pasillo a la derecha donde noté que habían dos habitaciones adicionales.

—Esas habitaciones son privadas, en una de ellas vivo yo, la otra es del señor Pratt que se encarga del turno de noche.

Ryan hablo entonces de los horarios del cuarto de lavadoras, que olvido mostrarme en la planta baja, pero que dijo lo encontraba en el sótano, y mencionó que después de la una de la madrugada la puerta principal se mantenía cerrada y había que llamar por el intercomunicador al señor Pratt para que abriera.

En el tercer piso había más habitaciones y algunos cuartos de aseo ya que algunas habitaciones no contaban con baño privado. De contar con ese detalle se encargo papá cuando hizo los arreglos de hospedaje, se aseguró que la habitación que yo ocupara tuviese baño privado aunque fuera una compartida.

—Durante estos días llegaran más estudiantes, incluido tu compañero de habitación. El miércoles será la orientación en el edificio Kennedy de la facultad de generales, y las clases comienzan oficialmente el lunes de la semana que viene. Estoy seguro de que tendrás el tiempo necesario para organizarte, Finley.

El señor Ryan no se tardo mucho más en dejarme solo, yo me encargue de entrar a la habitación las tres maletas y el bulto. Antes de cerrar la puerta vi algo de movimiento en el pasillo, y oí algunas carreras subiendo y bajando las escaleras, acompañadas de voces exaltadas, algunas quejándose de que no hubiese un ascensor. Sin embargo, pronto me di cuenta de que por esa noche tendría la espaciosa habitación para mi solo pues mi compañero de cuarto ya no haría acto de presencia.

No voy a negar que fue un gran alivio, estaba muy cansado y lo menos que quería hacer era ver y tratar con gente nueva con quien tendría que mostrarme educado y amable. Luego de darme una larga ducha me fui a recostar a la cama con la idea de bajar a llamar a mi familia y a Deirdre, pero el cansancio del viaje me venció y ni cuenta me di cuando mis ojos se cerraron perdiéndome en la inconciencia.



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