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Capítulo 12


Nuestro primer y apasionado beso


Phuong y yo discutimos en el trayecto de regreso a Brooklyn sobre los gustos de sus hermanas y poder tener una idea del regalo perfecto, yo manifesté mi deseo de comprarle un obsequio a cada una de las chicas, aunque Phuong insistió en que no era necesario.

Él mencionó que sus hermanas amaban escuchar música, y una de ellas era adicta a la lectura, sobre todo si eran historias románticas. A las jovencitas les encantaba bailar, las revistas de farándula, afiches incluidos, y ponerse bonitas. Mei y Nhung, que cumplieron diecisiete años hacia unos días atrás, poseían una belleza que destacaba, y que muchos podían considerar exótica, con sus largos cabellos lacios y muy oscuros, y esos ojos rasgados.

Después de ir a varias tiendas, entre ellas, de ropa, perfumes y variados artículos, me dio la impresión de que mi amigo no se decidía por nada, entre tanto el tiempo pasaba. En mi caso, no lo pensé mucho antes de escoger dos libros de bolsillo de una famosa autora estadounidense para Mei y de vuelta a la casa me detuve en una tienda de discos para comprar una cinta casette con la música de la cantante rubia que tanto le gustaba a mi hermana Darcy, para Nhung.

—Solo esperó que tu hermana Nhung no tenga esta música.

Hasta ese momento Phuong seguía indeciso.

—¿Por qué no le compras un Walkman para cada una?...dijiste que les encanta oír música, estoy seguro de que será algo que disfrutaran.

Me encontraba viendo la exhibición del último modelo en el mostrador de la tienda de música con Phuong a mi lado en la espera de que la amable dependienta envolviera, por un pequeño costo extra, la cinta de casette que compre para una de las hermanas.

Con el tiempo en nuestra contra, Phuong cedió, comprando dos modernos tocacintas y quince minutos después salimos del negocio caminando de prisa para llegar al apartamento y darnos a la tarea de alistarnos para la fiesta de cumpleaños.

El restaurant aún estaba abierto, aunque cuando entramos Bian y una de las empleadas se encargaban de limpiar bien las mesas, mientras uno de los chicos comenzaba a apartar algunas de ellas contra la pared buscando hacer espacio.

Al vernos entrar, la madre de Phuong nos pidió ayuda para colocar algunos adornos festivos y globos amarillos y rojos, los colores favoritos de las gemelas. Dentro de una hora el restaurant cerraría sus puertas por el día y solo los invitados al cumpleaños tendrían asceso al interior.

Phuong me comentó que sus padres no solían hacer ese tipo de fiestas, pues no era algo acostumbrado en su cultura, pero aunque los Kieu procuraban que sus hijos no perdieran muchas de sus tradiciones vietnamitas, lo cierto era que las gemelas, como muchas de sus amistades, deseaban celebrar su cumpleaños al estilo americano.

De hecho, esa era la primera vez que harían una fiesta con algunos invitados, la mayoría compañeros de clases de las chicas. En años anteriores, para los cumpleaños de ellas, de Phuong, y antes de Thao, la familia celebraba en la intimidad de su hogar con un simple pastel.

Aquello me recordó mis propios recientes y aburridos cumpleaños, y el porque la gemelas querían hacer algo diferente, y divertido.

Cuando mi amigo y yo pudimos escabullirnos nos encontramos a Mei aporreando la puerta del cuarto de baño, desde cuyo interior se podia oír el ruido que hacia el secador de cabello y las notas de una movida melodía que no pude identificar.

Mientras su gemela ocupaba el cuarto de aseo en tanto se secaba su larga cabellera, Mei no dejaba de pedirle que se diera prisa, entre suplicas que terminaban con amenazas.

Phuong me dio un leve, pero firme empujón por la espalda indicativo de que ignorara a sus bullosas hermanas, justo detrás de nosotros subió Lin y con mucha paciencia y palabras convincentes logro que Nhung le cediera el baño a su enojada hermana.

Yo no podia dejar de sonreír, pues toda la interacción entre la familia de Phuong me parecía divertida, espontánea y real. Una familia de verdad, con sus virtudes y defectos, donde no existía la perfección, pero si mucho amor y tolerancia.

***********

El área del comedor en el restaurant quedo convertido en un pequeño salón festivo, decorado para la ocasión en rojo y amarillo, donde había espacio para todo. Desde el mostrador donde un pastel de tres niveles esperaba a ser el protagonista de la noche, hasta un reducido espacio para que las gemelas y sus invitados bailaran al ritmo de la música disco de la cual se encargaba Thao.

No faltaban algunas mesas y sillas para los que prefirieran sentarse y una mesa repleta de entremeses, bebidas sin alcohol y un de las esquinas, el lugar para los regalos.

Después de luchar con los mechones rebeldes de mi cabello, logrando llevarlos y mantenerlos con la ayuda de un poco de gel, donde deseaba, me encontré con Phuong en el pasillo del apartamento, según me dijo subió por mi al ver lo mucho que me estaba tardando.

Recuerdo que lo primero que vino a mi mente era lo guapo que se veía en jeans oscuros y una camisa de vestir color coral, la seguridad que emanaba de él, y ese brillo en sus ojos rasgados. No olvido haber desviado la mirada lejos, con miedo a ser sorprendido y malinterpretado.

—Vamos a divertirnos...

Phuong me hizo señas con la cabeza en tanto se adelantaba y yo, luego de un vistazo de reojo, lo seguí.

Mientras descendíamos las escaleras me obligue a dejar de pensar en tonterías y hice un esfuerzo para concentrarme en la música, un medley de aquella música romántica, estilo Air Supply, que las parejas bailaban abrazadas. Música que definitivamente no ayudaba en mi tarea de ignorar las emociones que mi amigo despertaba en mi.

Recuerdo que Phuong y yo permanecimos lejos de la pequeña pista de baile por el momento vacia, fue evidente que ninguno de los chicos presentes se animaron a invitar a bailar a alguna de las chicas, y no olvido que yo apenas podia mantener mi mirada lejos de él.

Esa noche por primera vez me anime a probar un poco de cerveza que el padre de Phuong me ofreció, y eche la timidez a un lado para unirme a Mei en la pista de baile, tratando de imitar algunos de sus pasos de baile y en el trayecto, despeinarme aquel estilo que tanto me había costado. Cerca de mi bailaba Phuong con su hermana Nhung, y verlo moverse al ritmo de la movida música comenzó a tener un efecto casi hipnotico sobre mi, mientras pensaba en lo patoso que seguramente lucía yo.

A mis ojos, el asiático era el hombre más hermoso de la tierra, siendo incapaz de ignorar lo que provocaba en mi.

Recuerdo que no solo baile con Mei y su hermana, sino solo o con quien se me pusiera de frente, mientras sostenía en mi mano derecha un vaso de plástico con restos de la cerveza, ya tibia, de mi tercera o cuarta tanda. No voy a mentir, claro que el alcohol comenzó a tener un efecto en mi sistema, y por supuesto que mi conciencia enviaba señales para que me detuviera, pero esa noche pudo más mi espíritu rebelde que la prudencia que casi siempre tenia.

Fue Phuong el que me aparto de la improvisada pista de baile, y entre risas y tropezones me guió escaleras arriba, aunque yo insistía en quedarme para cantar el famoso cumpleaños feliz y comer un trozo de pastel.

—Has bebido más del limite siendo tu primera vez ingiriendo alcohol.

Antes de llegar al cuarto que ocupábamos, giré encaminándome nuevamente hacia la puerta principal del apartamento, y escabulléndome del agarre de Phuong.

—No quiero acostarme...es muy temprano, Phuong.

Mi amigo fue tras de mi e intento agarrarme, a lo que yo me negué comenzando entre ambos una especie de juego, ninguno de los dos podia dejar de reír. Cuando Phuong logró volver a agarrarme de una mano, yo trate de volver a zafarme, iniciando un tira y jala en el estrecho pasillo.

Al fin, Phuong pareció darse por vencido, soltando mi mano para llevarse ambas manos a la cintura, en tanto se cuadraba para no dejarme avanzar.

—Me parece que necesitas algo de aire fresco, vamos, subamos a la terraza.

La propuesta de mi amigo me pareció buena, pero la sonrisa de Phuong no hizo otra cosa que convencerme y lo seguí, pronto me di cuenta de que la llamada terraza no era otra cosa que el techo del edificio, donde nos sentamos en sendas sillas plásticas cerca del tendedero de ropa.

A esa hora de la noche una fría brisa de principios de noviembre movía nuestros cabellos y refrescaba nuestras pieles, algo que especialmente yo, necesitaba.

Pronto me encontré mirando el perfil de mi amigo que con ojos entrecerrados miraba hacia el cielo, un cielo contaminado con miles de luces, donde apenas se podían apreciar las estrellas.

—Me imaginó que allá donde vives, en Seven Hills, podrás observar las estrellas...aquí tanta contaminación lumínica lo impide.

Yo solo me limite a gruñir, mientras me acomodaba de costado, así era mas fácil mirarlo a él, pues las estrellas se opacaban ante la belleza de mi querido vietnamita.

Phuong mantenía la vista en el cielo y el cuerpo relajado, en tanto la fría brisa mecia algunos de sus cabellos, y me pregunté si estaba ajeno a mi escrutinio. Y me di cuenta de que no me importaba si no fuese así, incluso en ese instante me hubiese encantado que volteara a verme a los ojos.

Sin embargo, Phuong se mantuvo en esa posición, quizás buscando ver algo interesante en el cielo nocturno, por un buen rato.

—Cuéntame un poco de tu vida, Finley.

Escuchar su voz me despabilo, un poco más de tiempo callados  y pienso que me hubiese dormido.

Me moví un poco, pero no cambie de posición, menos cuando Phuong me imito y se acomodo de tal manera que nos mirábamos directo a los ojos.

—Aburrida...así era mi vida.

Aunque supongo que mis historias campesinas serian bastante interesantes y hasta jocosas para un citadino como él. Después de eso me dedique a contarle sobre algunas de mis experiencias campestres y sin darme cuenta termine comentando sobre mi relación con Deirdre.

—Ella es muy dulce, tanto que a veces me empalaga. No quiero casarme con ella. La conozco de toda la vida, prácticamente crecimos juntos, nuestros padres son mejores amigos y de alguna forma, sin mucho esfuerzo mio o de ella, terminamos enamorados, y luego, comprometidos, pero...

—No quiero hacer lo que los demás esperan de mi. De un tiempo a esta fecha ya no me veo como el esposo y padre dedicado que todos esperan que me convierta. Pasar el resto de mis días detrás de un mostrador, con una bata blanca de farmacéutico despachando medicamentos...

Mientras hablaba, yo mismo me sorprendí, pues creo que no esperaba explayarme tanto. Hablar tanto de mis sentimientos y deseos no era algo a lo que estaba acostumbrado.

Durante mi joven vida procuré ocultar mis verdaderos sentimientos y emociones, casi siempre en favor de complacer a mis padres, en especial a papá. Quizás por ser el primer hijo fui criado con toda la intensidad de unos padres jóvenes e inexpertos, que volcaron todo lo bueno, y también lo no tan bueno, en mi.

Con el paso de los años desarrolle un carácter, podría describirse como sumiso, incapaz de levantar la voz cuando algo me molestaba, como hacía mi hermana Darcy.

—No tienes porque hacerlo, Finley. Si te casas porque eso es lo que los demás quieren o consideran mejor para ti, pero tu no lo deseas, ni tu y mucho menos Deirdre serán felices.

Phuong hablaba con suavidad en tanto yo tenia la impresión de poder permanecer mirándolo para siempre, y escuchando su voz ronca y aterciopelada.

—¿Amas a Deirdre?

Su pregunta logró perturbar mi placentera sensación embelezada. Y no tuve que pensar mucho por la respuesta negativa, aunque no fue exactamente lo que le dije a Phuong.

—Por un tiempo, al comienzo de nuestro noviazgo estuve muy ilusionado, y si miro atrás puedo asegurar que estuve enamorado, pero últimamente, antes incluso de viajar a Albany, siento que mis sentimientos han cambiado.

—Has dado muchas vueltas para decir que no la amas. Y en la intimidad...¿se llevan bien, lo disfrutan?

No conteste porque además de tomarme por sorpresa, realmente no tenia una contestación para esa pregunta. Me quede embobado mirando más allá de Phuong en tanto el rubor se apoderaba de mi rostro.

Deirdre y yo nunca habíamos tenido intimidad.

—No tienes porque contestarme...disculpa si fui indiscreto.

Phuong abandono su postura relajada y se sento muy derecho mirando al frente, me imagine que se sentiría incómodo ante mi silencio, quizás por la razón equivocada.

Imité su derecha postura, con las piernas separadas y los brazos al frente, con mis manos cruzadas. El silencio se propago entre nosotros aunque algunos ruidos exteriores, lejanos y cercanos, amenazaban con empañarlo.

Phuong se puso de pie con rapidez, tan rápido que tropezó con la silla que ocupaba y poco falto para que cayera sobre ella, sino hubiese sido por mi rápida reacción al tomarlo del antebrazo, y halarlo hacia mi.

Colisionamos sin poder evitarlo, yo no solté mi agarré sobre su antebrazo, en tanto una de las manos de Phuong sobre mi pecho marcaba la poca distancia entre los dos.

—Nunca he tenido relaciones intimas...

Quise darme de bofetadas por traer eso a colación precisamente, fue un impulso contestar su pregunta de manera tan tardía.

Phuong soltó una risita en tanto movía la cabeza lentamente en señal de negación.

—Por supuesto que no...

Fue entonces que retire mi mano de su brazo con intenciones de retroceder, en el mismo momento en que Phuong llevaba la suya, desde mi pecho hasta mi mejilla, y con sus dedos acariciaba mi piel.

Ante su suave tacto, cerré mis párpados, y solo fui consciente de su cercanía, de la tibieza de su aliento, del aroma que desprendía su piel, ese aroma que siempre imaginé evocaba el océano, y de los latidos desbocados de mi joven corazón, esperando expectante lo que tanto deseaba desde hacia mucho.

—Finn...abre los ojos...cuando beso y me besan me gusta mirar...

Su petición en si me hizo abrir los ojos desmesuradamente, mientras, con su mano libre sobre mi cintura Phuong me atraía definitivamente hacia él, sus labios sobre los mios, su tibia lengua sin prisa y sin pausa abriéndose camino al interior de mi boca para encontrarse con la mia.

Y en tanto, abajo los invitados a la fiesta cantaban «feliz cumpleaños» seguido de aplausos, gritos y vítores que se desvanecían en la noche, Phuong y yo, apasionados, casi nos comíamos las bocas a besos.


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