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Capítulo 1


Nuevos caminos


Seven Hills, Nueva York


Verano del 1989


Era un día de verano peculiarmente frío y nublado. La fuerte y profunda voz de Eoin, mi padre y pastor de la iglesia "El nuevo horizonte" se escuchaba clara y contundente, mientras impartía con pasión, el sermón dominical.

Mi mirada había dejado el rústico púlpito de madera y se desplazaba, lánguida, sobre las personas sentadas en los bancos a mi derecha. Junto a Aileen, mi prima hermana, se encontraba Brendan, su esposo. La pareja llevaba casada solo algunos meses y lucían más enamorados que nunca, o al menos esa era la impresión que siempre me habían dado.

Con ese pensamiento siempre llegaba la realización de que estaba sumergido en el mundo onírico, que nada de lo que veía, escuchaba o sentía era real. Y con aquello último, la seguridad de que no era la primera vez que me veía en esa pesadilla donde me sentía vulnerable, y el miedo a lo que continuaba, pasaba a ocupar un lugar preponderante en mi mente.

Era allí cuando el temor mutaba poco a poco a la excitación, y era consciente de la intensa emoción que me embargaba justo antes de percibir la verdosa mirada del guapo Brendan sobre mí, por encima de su esposa que sentada muy derecha, no apartaba su mirada del púlpito.

De encontrarme sentado entre mi hermana Darcy y mi hermano menor Seamus, con mi madre Aine sentada muy derecha en el primer banco frente a nosotros, de manera absurda, tan ilógica como el tiempo y el espacio dentro de una pesadilla podía ser, me veía frente a Brendan, disfrutando embelesado de sus ojos verdes y sonrisa torcida.

El Finley de aquel alucinante mundo no se molestaba por disimular la atracción prohibida que sentía por el marido de su prima, llenándome de confusión y elevando los latidos de mi corazón. Y aunque el Finley de aquella pesadilla podía técnicamente sentir los estragos físicos que en parte provocaba la ansiedad en mi sistema, siempre lo percibía indiferente a ello. Sin embargo, era el Finley que se encontraba cuan largo era acostado sobre su colchón en aquella cálida noche del verano del ochenta y nueve, quien sufría, mientras se agitaba sudoroso.

Porque mientras el Finley de mis pesadillas lo único que deseaba era acercarse lo suficiente a Brendan para besar sus labios, mi versión real ni siquiera internalizaba mi atracción por ese hombre.

—¡Aléjate de la tentación, Finley!

El rugido que se extendía cuan largo y ancho en el interior del sagrado recinto, siempre, era el detonador para despertarme agitado, con la sensación de tener el corazón en la garganta y un miedo atroz llenando mi pecho.

Después de despertar de aquella recurrente pesadilla, irremediablemente bañado en sudor, nunca me detenía a pensar o analizar mi experiencia onírica. Sentía asco y rechazo con la simple memoria, entonces me encaminaba directo al cuarto de aseo, sin molestarme en llevar una toalla o cambio de ropa. Pues lo único que tenia en mi mente era darme una ducha para borrar la sensación pegajosa que de manera casi exagerada sentía en mi piel.

Esa mañana, no fue la excepción. El sol comenzaba su ascenso, mientras la vieja casa familiar permanecía silenciosa, pues casi todos sus miembros dormían. Bajo el frío rocío de la regadera, mientras pasaba mis manos enjabonadas por los brazos, cuello y pecho, retazos de la vergonzosa pesadilla desfilaron por mi mente.

Como siempre, me esforcé por limpiar mis recuerdos no solo de las imágenes que la pesadilla evocaba, sino de las sensaciones. Y una vez más, la preocupación nublaba no solo mi mente sino también mi ser, aunque estaba consciente de que con el paso de las horas mi mente seria benévola y echaría a un rincón el recuerdo.

Y posiblemente por varias semanas tendría la esperanza de que nunca más volvería a soñar con el marido de una de mis primas, un hombre que para nada me parecía agradable, porque a parte de su atractiva apariencia física, Brendan O'Kelly era el perfecto engreído, falto de inteligencia y lleno de vanidad.

No obstante, en el fondo sabia que aquella absurda e inquietante pesadilla volvería a repetirse. Porque hacía meses que me perturbaba, primero el protagonista era un compañero de escuela llamado Sean, y desde el comienzo del verano Brendan había remplazado al primero. Algo en común entre ellos era su belleza física y su falta de atractivo intelectual.

Dejé el baño goteando agua de mis cabellos, marcando mis pisadas sobre el suelo de madera, mientras caminaba en dirección a mi habitación, siempre tratando de hacer el menor ruido posible. Recuerdo que no bien cerré la puerta del cuarto, había escuchado la puerta de la habitación que ocupaban mis padres abrirse e identifique el andar de mi madre en tanto se desplazaba por el pasillo en dirección a la cocina.

Era jueves, día de salir a hacer las compras de la semana. Mis padres solían salir temprano, a veces Seamus iba con ellos, mientras Darcy y yo nos quedábamos en casa. Ese día recuerdo que planeaba dedicar la mañana al cuidado del extenso patio y jardín no solo frente a la casa. En tanto, mi madre le había encargado a Darcy la limpieza de los baños y la sala principal.

Hacia días que mentalmente había organizado la distribución de mi tiempo para ese día en especial, pues en la tarde vendría Deirdre O'Sullivan y sus padres. Mis padres habían planeado una cena familiar para que las familias tuviesen la oportunidad de compartir, pues pronto me iría a la universidad.

Por aquellos años Deirdre y yo llevábamos un noviazgo de casi tres años, una relación bonita de adolescentes, encaminada a la madurez y el compromiso. Ambas familias esperaban que después de terminar nuestros respectivas carreras uniéramos nuestras vidas en matrimonio para que Dios nos bendijera con abundante prole y larga vida.

Mientras yo iría a la universidad de Albany, muy cerca de la ciudad de Nueva York, Deirdre comenzaría el curso de asistente secretarial en el colegio universitario local. Mi plan era estudiar para doctor en farmacia y convertirme en el querido encargado jefe de una de las dos farmacias que existían en el pueblo por esos años. Entre papá y yo habíamos escogido esa loable carrera, la misma que estudio mamá, pero que nunca ejerció porque se casó con el único hijo de unos prósperos ganaderos de la región y se dedicó a ser esposa, madre y criar a sus tres hijos.

Con el paso de los años Eoin Byrne, mi padre, se convirtió en el pastor de la iglesia donde se congregaban desde hacia años atrás y su esposa Aine paso a ser la querida esposa del carismático pastor. Por algunos años mi madre también tuvo la oportunidad de enseñar, esa vez, las sagradas escrituras a los más pequeños de la congregación.

Creo firmemente que el matrimonio de mis padres fue uno feliz y por aquel tiempo una de mis metas era emular esa unión junto a Deirdre.

Esa mañana solo éramos Darcy y yo en la casa, y no era la primera vez, mientras nuestros padres salían a sus diligencias. Durante la mañana comencé a ocuparme de la tarea que ya tenía planeada, era una a la que estaba acostumbrado y resultaba un buen ejercicio. No obstante, al pasar las horas había echado de menos a Darcy que aun teniendo algunas tareas que realizar parecía no haber salido de su cuarto.

Dejé la podadora de grama cerca de la puerta trasera de la casa, el sol del mediodía se sentía fuerte sobre la piel de mis brazos, y rostro. Entré a la cocina y fui directo al refrigerador del cual saqué el envase con agua muy fría, de paso agarré del frutero que mamá tenía sobre la pequeña mesa de la cocina, una manzana.

Bebí agradecido el fresco líquido y me recosté del mostrador cerca del fregadero antes de darle el primer mordisco a la apetitosa fruta. Mientras masticaba gustoso mis oídos apreciaron algunas notas musicales y los vestigios de un coro de voces.

En una década donde la música Pop tuvo su gran ascenso era toda una rareza que yo a mis dieciocho años apenas conociera de ella, o sus exponentes, pero había una poderosa razón detrás de mi desconocimiento, mis padres. Ellos escogían la música que mis hermanos y yo oíamos, que eran sobre todo alabanzas cristianas.

Sin embargo, mi hermana Darcy no era persona de seguir reglas, no desde que cumplió los quince años y toda la rebeldía acumulada comenzó a emerger a la superficie. No obstante, Darcy no era tonta, y dejando algo de su impulsividad atrás, como ese día, prefería esperar a que nuestros padres salieran para disfrutar de aquellos placeres que estaban prohibidos.

Yo, por aquellos años no oía ningún tipo de música que no fueran los himnos cristianos que solían abrir el culto de los domingos o actividades especiales, y en nuestro propio hogar cuando papá solía sintonizar la emisora cristiana los domingos en la noche antes de cenar.

A mi hermana, que tenía un viejo radio escondido en su armario le encantaba sacarlo cuando nuestros padres salían de compras dos veces al mes, para escuchar la música de la época, en especial a su artista favorita, Madonna.

Después de echar los restos de la manzana al cesto de basura y lavarme las manos, ya estaba listo para continuar con mi tarea, deseaba dejar todo listo antes de mi viaje a Nueva York, así le ahorraría trabajo a mi padre, y no voy a negar que disfrutaba bastante con la tarea al aire libre.

No obstante, antes de salir y admito que solo por molestar un poco, fui a tocar la puerta de la habitación de Darcy para recordarle su tarea. Por lo general me mantenía fuera del camino de mi hermana, pues ella solía tener poca tolerancia hacia mi. Por aquellos años aún pensaba que con el paso de los años su actitud cambiaria, y no le daba mucha mente, pero aquello no ha cambiado mucho.

Incluso a estas alturas no sé si Darcy siente por mí el amor natural que nace entre hermanos. Según ella su principal razón para despreciarme era el supuesto favoritismo que mostraba nuestro padre por mi, y más adelante, algunas circunstancias que se nos fueron de las manos.

Yo nunca me vi en la necesidad de analizar el amor hacia mi familia porque no era algo que me cuestionaba, por lo menos no lo hice con mis padres o con Seamus, pero con el pasar de los años las dudas sobre Darcy y su desprecio hacia mi me hizo pensar y plantearme algunas cosas.

Recuerdo esa mañana porque solo faltaban varias semanas para mi primer viaje fuera del pueblo que me vio nacer y lo más importante, lejos de mi familia y entorno. Mi mundo se abriría a casi un sinfín de posibilidades y nuevas experiencias, aun así, en esos días no tenia la menor idea de cuanto cambiaria mi perspectiva de la vida, junto a mis deseos.

La puerta de la habitación de mi hermana no estaba cerrada, y pude verla bailar, llevando mi mirada por el resquicio entre la puerta y el marco, al ritmo de una de las canciones de la rubia intérprete. Darcy parecía disfrutarse el baile y sobre todo la música y su lírica.

Bailando de la manera peculiar en la que se hacía por aquellos tiempos, casi sin desplazarse de lugar, mientras sacudía los brazos y mecía el tronco de lado a lado, mi hermana cantaba la letra de la canción con pasión. Tenía sus ojos grises cerrados, su largo cabello castaño oscuro suelto sobre el rostro y la falda que llevaba, mi hermana casi nunca usaba pantalones, había notado que la había recogido un poco para subirle el ruedo sobre sus rodillas.

Mi hermana era una chica muy atractiva que apenas había cumplido dieciséis años. Su apariencia dulce podía engañar a cualquiera que no conociera su verdadero carácter. Darcy podía sonreír con candidez y inocencia, hacerle creer a las personas que sus palabras eran interesantes y que ella las escuchaba encantada, aunque internamente pensara todo lo contrario. A su corta edad ya era bastante astuta y presta a confundir hasta a sus propios padres. En ocasiones, yo solía especular sobre el hipotético hombre que lograra conquistar su corazón y no sabía si me alegraría por él o seria todo lo contrario, aunque segundos después me arrepentía de mis pensamientos poco amables sobre ella.

—¿Qué haces parado allí como un tonto, Finley?

Su grito, dicho con esa vocecita algo chillona que poseía, casi me hizo pegar un brinco.

—Deja de espiarme...rarito.

Ella solía llamarme así, mitad burla y mitad desprecio. La miré llegar hasta el escritorio y rápidamente apagar el radio, sajando de raíz la movida música.

—¿Qué, vas a decirle a papá que me viste bailando y cantando música mundana? No me extrañaría, todos sabemos que por quedar bien eres un soplón, como aquella vez cuando le dijiste que estaba comiendo los dulces que me regalo Roisin.

Su remembranza me tomó por sorpresa, pues aquello había sucedido hacia más de seis años atrás. En esa ocasión estaba molesto, honestamente ya no recordaba por qué y le comenté a papá sobre aquella bobería. Nuestro padre reaccionó de manera exagerada castigando a Darcy, en aquellos días una niña de apenas diez años.

Mis padres no solo tenían ideas estrictas sobre la música y costumbres mundanas como ellos le decían, también, toda la vida, nos enseñaron a comer saludablemente, y que los dulces y comidas grasosas no estaban dentro de la alimentación ideal.

Darcy se quedo de frente a su organizado escritorio, su oscura mirada desafiante sobre mí.

—Solo quería recordarte que nuestros padres no han de tardar mucho más en regresar y si no encuentran limpio lo que te han pedido te van a castigar mucho peor que aquella vez.

Me dio gusto utilizar su propia referencia al pasado para hacerle ver lo que le esperaría si no limpiaba los baños y la sala. Darcy me taladro con la mirada.

—Eres odioso, Finn.

—No más que tú...

Algo complacido por haber dicho la última palabra antes de dar media vuelta y alejarme por el pasillo, recuerdo haber dejado escapar unas risitas, mientras pude oír el ruidoso bufido de mi enojada hermanita.

Esa noche Deirdre y su familia llegaron puntuales a cenar. Todo fue como se suponía, cada cosa en su lugar y a su tiempo, no hubo retrasos, o malas caras. Así era en mi familia y por lo general era del agrado de las visitas.

Después de la cena, mientras mis padres y los suyos compartían en la sala, Deirdre y yo salimos al exterior de la casa, específicamente al extenso balcón que casi le daba la vuelta a la enorme casa. La noche era fresca, el cielo claro casi sin estrellas lo cual resentí un poco porque yo adoraba observarlas y jactarme de conocer las constelaciones, mientras disfrutaba instruir a mi querida novia en los misterios del universo. No fueron pocas las ocasiones en que Deirdre escuchaba embelesada mis monólogos sobre ciencia.

La brisa se dejaba sentir suave, refrescando nuestras pieles sin llegar a ser molesta.

Esa noche mi tranquila novia lucia más callada que de costumbre, pronto me di cuenta de que Deirdre se encontraba triste y me confeso que el motivo era mi cercano viaje. Lo menos que deseaba era que se sintiera de ese modo, que su hermoso rostro reflejara preocupación y añoranza. La chica dejó salir a través de palabras y con los ojos nublados por las lágrimas su sentir.

—Papá dice que el tiempo pasa volando, Deirdre.

Mientras Deirdre alzaba la mirada para encontrar la mia, yo bajaba la cabeza buscando atrapar la suya. Mi novia, con sus cinco pies de estatura siempre me resemblo a una frágil muñeca, a quien debía tratar con delicadeza, mucho más cuando yo media seis pies de estatura y casi pesaba el doble.

Deirdre era de tez muy blanca y pelirroja, su cabello rizado y abundante lo llevaba sobre sus delgados hombros. En su pequeño rostro sobresalían unos enormes ojos pardos de espesas pestañas, enmarcados por un par de cejas finas rojizas.

—Es cierto, pero no sé como podré soportar lejos de ti estos meses hasta diciembre, amor.

Presentí que mi novia esperaba palabras similares a las suyas, sin embargo, yo permanecí en silencio pues me costaba decir algo parecido. Porque yo no temía vivir los meses por venir lejos de ella o de mi familia, ese viaje para mi era motivo de emoción, no un sacrificio y no podía mentirle descaradamente, aunque no hacerlo significaría quizás lastimarla con mi sinceridad.

—Yo también te extrañaré...

Esa frase fue lo único que acerté a decirle, pues suponía que así sería. Deirdre rodeo mi cintura con sus brazos y volvió a alzar el rostro, yo me incliné para depositar sobre sus entreabiertos labios un ligero beso. Ella se pego más a mi cuerpo y llevó sus manos sobre mi espalda, acariciándome la piel por sobre la tela de la camisa.

Me incliné un poco y de inmediato sentí el peculiar dolor en la base de mi cuello, una molestia muscular que sentía cada vez que lo forzaba más de lo debido.

Deirdre llevó sus brazos alrededor de mi cuello para casi colgarse de el, buscar nuevamente mis labios y besarlos con pasión, mientras tanto, yo me apuraba a ofrecerle lo que deseaba, disimulando el malestar y apenas disfrutando nuestro encuentro. Con mi mente dividida entre lo cansado que me sentía por el largo día trabajado y el inminente viaje lejos de allí.


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