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PRÓLOGO.


El aire es espectador eterno de las sonrisas y abrazos repartidos entre los pedazos de vida, la parte completa que se creó en el interior de mí ser, nos divertimos mientras el tiempo corre sin avisarnos que el sol comienza a descansar en el horizonte, sus manos intentado alcanzar el cielo, sin saber entre su inocencia que él ya era mí cielo, mí hijo, mí pequeño, mí complemento, mí luz universal. Un bello extracto, un recuerdo que deseo tener en una burbuja de cristal templado para no ser roto nunca más.

Este viaje eterno me arranca la piel, la espera está sobrepasando mis limites, mí cabeza no para de moverse entre sus extremos pensando en ¿Cómo estará?

Jackson no me permitió venir, pero por supuesto que no me interesaba lo que él me permitiera - ¿con qué derecho? - las lagrimas ya estaban presentes mojándome el rostro, piso el acelerador con la esperanza que la rapidez me lleve como las alas de las aves, cada minuto es un martillo en mí pecho, más difícil de sobrellevar, a mí siga puedo sentirlos pisándome los talones, en esta carretera interminable, cada vez más cerca, y a la vez tan lejos.

La angustia me comía las entrañas, con la certeza de jamás haber tenido la necesidad de traspasar paredes, me detuve en el lugar, bajé como pude dejando la puerta del auto sin cerrar, corrí sin aire en los pulmones, todo estaba paralizándose en mí interior, sentí unas manos tomarme por el torso, y esos mismos brazos me rodearon inmovilizándome. Y yo seguía preguntándome, - ¿con qué derecho? - Lucía y Jackson ya me detenían entre sus cuerpos, limitando mi escape, deteniendo mí cuerpo físico, pero mí espíritu seguía corriendo hacia él.

Jack le indicó a Lucia que me cuidara, prometió regresármelo con vida, porque él era mío, y yo del él, se detuvo a observarme un momento y acercándose a mi rostro perdido, me tomo la cabeza con sus manos aferrando su frente con la mía en señal de su apoyo y fiel promesa, deposito un beso, y sin más corrió al lugar.

La culpa ya se había apoderado de mí, me repetía constantemente porque demonios no lo había protegido, entre mis peleas interiores estaba él; me lamento, o hago algo al respecto. Tomé impulso desde el fondo de mí ser me solté del agarre que ya había sido relajado segundos antes y me escabullí entre la gente, escuché voces, pero ya no caía en cuenta si eran las de mí cabeza o de las personas que intentaban hacer algo que sólo yo podía hacer, SALVARLO.

- ¿Dónde está?, ¿por qué no vino? - Esa voz me estaba haciendo perder el suelo, le arrancaría el cuello de tajo - ¡Mataré a su hijo! - El aire salió de mi interior y no volvió a entrar.

Sin meditarlo más, salí del hoyo de oscuridad en el que me encontraba escondida, dejándolos sin habla, observé a mi pequeño llorando sin parar, los pedazos de mí corazón ya se encontraban esparciéndose, sus ojos solo demostraban desespero y miedo.

-¡Aquí me tienen!. ¡Suéltenlo ya! - Grité con todas las fuerzas que me quedaban - ¡Esto es problema nuestro, a él déjenlo en paz! - La rabia que presenté en ese momento se vió envuelta en su asquerosa sonrisa, en su gran acto de superioridad que me demostraba que eso no sería tan fácil. Maldito seas.

Me recordaba con frecuencia las veces que pude tenerlo entre mis brazos, cuando lo arrullaba y le cantaba algo sin sentido porque solo con mí voz lograba conciliar el sueño, cuando apretaba mí dedo índice en señal de que estaba conmigo y que siempre me necesitaría. Mis pensamientos pasaban por las veces que lloraba por sus dolores estomacales y necesitaba mis abrazos para poder relajar el dolor. Y ahora lo tenía ahí con su inocencia plasmada en la carita tan bella que le había dado sentido a mí vida, implorando por correr a mis brazos y ser recibido como las tardes que llegaba por él al preescolar. No podía asimilar como había llegado al extremo de tenerlo tan lejos de mí, con unas manos sucias y asquerosas apuntándole a la sien.

- Pero, ¿qué demonios haces? - La voz familiar de Jackson resonó en mis oídos. Yo sólo tenia un objetivo, solo una prioridad, solo una vida, y elegía su vida.

Sentí un olor casi putrefacto acercarse a mí, aquella mano fría me tomó por el mentón, y dirigió mis ojos hacia donde él, tenia tantas ganas de escupirle en su horrible rostro, ¡que ganas de estrangularlo con mis propias manos!

- Quiero lo más valioso de tí, y en este momento me cuestiono si es tú vida o la del niño. - Mi cabeza estaba trabajando a mil por hora, intentando tener una oportunidad clara sobre lo que tenia que hacer, me estaba poniendo en blanco justo en ese momento.

Sin dudarlo tanto se alejó de mí con la burla tangible en su rostro, satisfecho de tenerme en ese momento de esta forma, con el alma en la boca, con el corazón apunto de explotar de dolor, como mí cuerpo que yacía casi muerto y estático, la vida era un instante pero no quería que fuera este instante, me debatía en qué había hecho para merecer esto, sus caras no me eran conocidas, rebusque en mi memoria pero no sabia con certeza quienes eran o qué demonios les debía, nada me hacia sentido. - Dios si acaso existes, ésta es tú oportunidad de demostrármelo - imploraba a quien sea que me escuchara en este momento; al universo, a los dioses, a la madre tierra.

Seguía gritando que lo dejaran ir, que él solo era un niño, un inocente, que, si me querían que aquí me tenía, pero qué existía en su cabeza, acaso no tenían sentimientos, estaba volviéndome loca. Todo fue en vano. Ya lo había arruinado, yo lo había arruinado.


-¡Mamá! - El grito más desesperado que he escuchado en toda mí vida, la voz de mí pequeño regalándome de esta forma su último aliento, sin más el hombre apretó el gatillo, y escuché el sonido característico que se llevó consigo mí alma, dejándome muerta en vida.

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