8. El Barrio Pijo
La noticia de la desaparición del paciente Ioan Schark no tardó en causar un pequeño revuelo. La doctora, furiosa, volvió para interrogar a Cade y este fingió no saberlo. «Dijo que iba al baño», fue todo en lo que pudo pensar como excusa, y actuó sorprendido al enterarse de los hechos.
A su regreso desde la sala de radiografías, las cosas ya se habían calmado, y en lo que esperaba la devolución de las pruebas, lo llevaron de vuelta a la misma habitación, ahora con el biombo abierto del todo.
Cade exhaló con pesar al ver la camilla vacía de Io.
Permaneció solitario por unos minutos antes de la aparición del señor Tyler. Este entró preocupado, haciendo miles de preguntas, y luego se portó como el padre gentil y comprensivo como el cual actuaba siempre, y lo acompañó el resto del proceso.
Sus exámenes de imagen devolvieron como resultado un esguince al ligamento colateral-lateral y una lesión traumática de menisco. Sonaba como un diagnóstico terriblemente largo y grave, pero el radiólogo, mucho más amable que la doctora Shaw, le dijo que con reposo suficiente y fisioterapia tenía altas probabilidades de recuperarse sin secuelas.
«Altas... Pero altas no son las suficientes», pensó Cade.
Hubiese querido escuchar un veredicto más determinante, considerando que estaba en juego no solo su futuro en el equipo de básquetbol, sino también todas las esperanzas de su padre puestas en él de seguir sus pasos cursando una carrera militar de prestigio.
La enfermera rubia amable regresó poco después con los implementos necesarios y comenzó con el procedimiento de sutura. Aquello lo distrajo lo suficiente para apartar un momento de su cabeza la incertidumbre.
Primero escuchó el sonido de tijeras sobre la tela endurecida de sangre desecada de sus jeans y luego toda su pierna desde la rodilla para abajo se sintió fría. El señor Tyler hizo una mueca, pero esta fue remplazada por una sonrisa en su rostro cuando le dio a su hombro un ligero apretón. Después vinieron los puntos. El dolor fue agudo, pero tolerable. No mayor a los que había sentido en el transcurso de la tarde; y la enfermera, cuyo nombre supo después que era Mills, lo distrajo con su ávida charla.
Preguntó sobre su familia, su desempeño en el colegio, sus hobbies y otras cosas varias, normales para un adulto de preguntar a un joven. Cade contestó a cada una de manera tan poco personal y detallada como pudo. Al terminar, Mills le rodeó la rodilla con vendas y le entregó una receta expedida por la doctora. Eran analgésicos, antiinflamatorios y relajantes musculares.
Un auxiliar vino poco después con dos planillas en la mano.
—Son las formas del alta —les informó.
—Yo las firmaré —dijo Evan Tyler.
Cade asintió, culpable. Era la segunda vez que le daba problemas al señor Tyler en un periodo tan corto de tiempo.
Cuando lo regresaron a la sala de espera en la silla de ruedas, una vez todo el papeleo fue tramitado, Cade procuró sonreírle a sus amigos y agitó la planilla del alta en la mano a modo de abanico.
—¡Oh, no! —exclamó Alex, tan dramáticamente que todas las cabezas en la sala de espera se giraron. Apuntó a la pierna de Cade, donde los jeans habían sido cortados, y se llevó una mano teatral a la cabeza—. ¡Tus Levi's!
Nathan le dio un codazo y le advirtió por lo bajo que tuviera respeto por los demás en la sala. El auxiliar los dejó, confiándole a Alex la silla de ruedas.
—Se sacrificaron por una causa noble —se defendió Cade—. Dieron su vida y murieron con honor.
—¡Oh, la tragedia!
—Voy a buscar la camioneta, muchachos —les dijo el señor Tyler—. Lleven a Cade hasta la puerta y los recojo allí.
—¿Qué tal la pierna? —preguntó Nate, en cuanto se fue su padre y conforme empujaba la silla para dirigirla a la salida.
—No es nada serio —lo tranquilizó Cade; aunque él mismo no tenía clara la magnitud del daño ni sus posibles repercusiones—. Un golpe al menisco o algo así; el radiólogo dijo que estaré bien.
El alivio en las facciones de sus amigos fue instantáneo.
—¿A ver los exámenes? —solicitó Alex.
—Voy sentado sobre ellos —arguyó Cade.
Lo había hecho adrede, intuyendo que sus amigos querrían verlos, y que aquello desbarataría toda su frágil mentira; la cual se iría igualmente abajo como al señor Tyler se le ocurriese decir algo al respecto a Nate, aunque Cade le había suplicado que no lo preocupase aún y que él mismo se lo contaría.
—Bien, quítales tus nalgas de encima y déjame verlos —insistió Alex.
—¿Y Jude? —preguntó Cade, ignorándolo.
—Ya se ha ido —le dijo Nate—. Shawn estaba solo en casa.
Cade asintió. Hizo su siguiente pregunta con menos confianza:
—¿Ha habido... alguna noticia sobre Io?
Alex negó con un suspiro.
—En verdad espero que esté bien... Se fue sin que siquiera lo revisaran.
—Es mejor así. —repuso Nate—. Sin un tutor legal presente, el hospital enfrenta serios problemas al proceder de cualquier forma con un menor. Tu madrastra podría haberse metido en aprietos.
—Okay, pero... ¿y si el menor se está muriendo?
—El principio del consentimiento implícito, que prioriza salvaguardar la vida por sobre la capacidad de decisión consciente del usuario.
Alex rodó las pupilas:
—Ugh, ¿por qué sabes esas mierdas y yo no, si la enfermera es mi madre?
—Porque Nate de hecho es listo —adujo Cade.
Cruzaban ya la puerta de salida y Nate detuvo la silla en la acera, para esperar por el señor Tyler. Se mantuvo atento a su llegada, a la vez que ajeno a la trifulca sin importancia de sus dos amigos más jóvenes.
—Te ves ridículo —comentó Alex, señalando la pierna cortada de los jeans de Cade. Aunque la sección más estropeada por la sangre ya no estaba, la tela circundante teñida de rojo evidenciaba cuán seria había sido la situación—. Vas de verano en una pierna y de invierno en la otra.
—Así se llevan ahora.
La camioneta del señor Tyler se estacionó justo en frente de ellos y Nathan rodeó a Cade por debajo de los brazos para ayudar a ponerlo en pie. Alex sostuvo la silla de ruedas por las asas:
—De paso te hubieran dado una afeitada. Qué putas piernas de oso tienes.
—La envidia es mala, bro. —Cade hizo lo posible para disimular el estremecimiento de sus músculos agarrotados y doloridos—. Les diré que lo hagan y que te den los pelos en una bolsa, para que te los pegues.
—O igual me tejo un suéter con ellos.
—Basta ya, chicos —los reprendió el señor Tyler, aunque parecía divertido. No obstante, hubo de ponerse serio al poco tiempo—: Cade, tu madre tomará el primer vuelo de mañana; no ha podido conseguir ninguno ahora. Te ha estado llamando, pero tu móvil suena apagado.
—Debió descargarse. Demonios, Jude... —se quejó mientras era conducido con cuidado por Nate al vehículo—, ¿para qué la habrá llamado? La hará viajar hasta aquí, y yo estoy bien.
—Sí, ya veo que estás muy bien, perfectamente capaz de caminar tú solo, sin ayuda y eso... —repuso Alex, doblando la silla para devolverla—. Y bien, ¿te puedes subir al auto, con lo evidentemente bien que estás, o necesitas que Nate te suba en brazos como una jodida princesa?
—Puedo hacerlo solo. —Cade hizo maniobras para acomodarse en el asiento delantero y le llegaron manos desde todas las direcciones para ayudarlo.
No pudo evitar sonreír, y pensó que era afortunado...
Por otro lado, no soportaba pensar en que Io de seguro estaría haciendo ahora mismo el camino a casa a pie, en completa soledad, y en su estado...
Ya estaba por completo oscuro y era un largo camino desde el hospital Sinclair hasta Sauces Poniente. Solo pudo rogar que estuviera bien.
https://youtu.be/5tTwFC7Nlks
Io continuó asistiendo a su colegio igual que siempre, a pesar del dolor de todo el cuerpo y el de las heridas; que con mucho trabajo había conseguido mantener ocultas de Logan.
El primer día hubo de retirarse muy temprano, por la jaqueca. Su maestro solo tuvo que echarle un vistazo y le dejó ir sin más, luego de una rápida llamada a Logan, quien dio su venia. Io tuvo la sensación de que su severo maestro había accedido con demasiada facilidad, y se preguntó qué aspecto debía tener su rostro. Se acostó apenas volver a casa e intentó dormir. Logan llegó un poco más temprano ese día que de costumbre. Le trajo analgésicos con un vaso de agua y se los dejó junto a la cama sin hacer indagaciones. Io agradeció que aún no se hablasen, desde la noche anterior.
No tuvo ánimos para jugar al fútbol el día siguiente, durante los recesos, ante lo cual sufrió el reproche de todos los chicos que jugaban en su equipo y obra de lo cual al día siguiente no pudo negarse. Aun así, jugó terrible y se enfrentó igualmente al disgusto de los demás.
Todavía sentía el cuerpo agarrotado, y por más que intentara concentrarse, ya fuera en clases o en los partidos, su cabeza revivía una y otra vez el recuerdo del vehículo pitando las bocinas, casi encima de él...
... y luego el grito de Cade.
El viernes estuvo inquieto y mirando todo el tiempo a la verja. Dudaba que él viniera a verlo jugar, tal y como había prometido, pero en cuanto acabó el día y se convenció de ello, no pudo evitar sentirse desilusionado; a la vez que su preocupación, la cual había intentado mantener disfrazada de un sentido de responsabilidad más bien indiferente, se hizo ineludible.
Quería saber cómo estaba. Si se estaría recuperando; si estaría asistiendo a clases... Si estaba bien. Cada noche afianzaba bajo su almohada el viejo papel con su número, pero no se atrevía a tomar el móvil de Logan y llamar.
Por otro lado, le aterraba la idea de que cualquiera de aquellos días se presentara en su puerta un trabajador social, alertado por la gente del hospital. ¿Qué pasaría entonces? Solo tendría que oler el olor a cigarrillo impregnado en los muebles y las paredes; ver las botellas y latas de alcohol en el refrigerador, por demás vacío... O quizá solo le bastaría con hablar con su padre para saber todo lo que necesitaba. O peor... con Logan.
Aunque la jaqueca se había ido y su codo había formado una costra dura que le protegía del roce de las mangas largas con las que había estado ocultando su herida, se percató de que sus ánimos iban solo de mal en peor. Y el sábado se hizo lo bastante evidente para que su hermano olvidara que estaba enojado con él y comentara al respecto. Io se limitó a decir que se sentía mal del estómago —lo cual no era mentira, desde que su dolor de cabeza había mermado—, y lo usó como excusa para no desayunar junto a él, y de esa forma dar más espacio a preguntas.
Pero no hubiese necesitado de ninguna excusa, pues Logan se marchó aprisa sin nada más que un café, e Io comprendió poco después el porqué.
—¿Ya desayunaste? —le preguntó su padre al encontrarlo en la cocina, cuando se asomó allí luego de que su hermano se fuera.
Io no recordaba haberlo visto dormido en el sofá esa mañana, por lo que asumió que no había aparecido por casa, y dedujo que, por una vez en mucho tiempo, se había acostado en su propio cuarto.
También parecía sobrio, lo cual era todavía más extraño.
—¿Hay huevos? —Aquel encendió un cigarrillo y se sentó a la vieja mesa—. Debo comer bien y descansar estos días para tener energías el lunes.
—No hay huevos —respondió Io a la pregunta de su padre.
—¿No quieres saber por qué? —insistió Liam Schark, dado el silencio de su hijo frente a su primer comentario.
Io se sirvió un vaso de leche chocolatada que solo pudo llenar a la mitad antes de que el cartón se vaciara. Había pasado mucho desde la última vez que se encontraron juntos en la pequeña y vieja cocina de color verde apagado, la cual solo consistía en una encimera, una nevera pequeña, una vieja estufa y una mesa cuadrada y minúscula con dos sillas. No hacía falta que hubiera tres, pues jamás se sentaban todos. Io tampoco se sentó esta vez.
—¿Por qué? —preguntó, de poco ánimo, casi en un susurro.
—El lunes empiezo a trabajar. Así es, ¡tu papá encontró empleo!
Su padre parecía de buen humor; pero Io ya conocía aquella vieja rutina y no pudo sentirse alegre por la noticia. Siempre empezaba un nuevo trabajo de buen agrado; pero bastaba una semana para que volviera a beber, comenzaran los problemas por ausentarse y llegar ebrio al trabajo, y finalmente quedara desempleado otra vez.
Su padre apagó el cigarrillo al interior de la taza de café que Logan había dejado sucia en la mesa y que había estado usando como cenicero, e Io abrió la ventana de la cocina para que el humo se disipase.
No fue consciente de la mirada de su padre sobre sí.
—¿Cómo has estado, hijo?
Io apretó los labios con amargura. Era como si su padre hubiese estado ausente una larga temporada. O como si él fuese un pariente lejano —o un conocido— al que saludaba después de mucho tiempo y por cuya vida se esmeraba en preguntar nada más que como simple cortesía.
—Bien. —«¿Todo bien en la escuela?», añadió Io en su cabeza.
—¿Todo bien en la escuela?
—Sí. —«¿Hay alguna reunión de padres?»
—¿Hay alguna reunión de padres? —Esta vez, se superó a sí mismo—: ¿Necesitas material para el colegio?
—No —respondió Io, poco impresionado aun así.
Dudaba que Logan le hubiese puesto al tanto sobre sus últimas llegadas tarde o que se hubiese enterado que se había retirado de clases, y lo prefirió ese modo. Cuando terminó su vaso de leche, lo enjuagó rápidamente y fue a marcharse de la cocina. Pero su padre lo retuvo:
—¿Quieres sentarte con papá un momento?
Io lo miró con desconfianza, sin saber cuál podría ser el motivo de su súbita inclinación a conversar, pero obedeció.
Cuando se sentó y levantó la mirada hacia el hombre sobrio frente a él, le pareció que estaba mirando a un desconocido. Conocía la cara de aquel hombre; cada arruga y cada peca de ese rostro curtido, largo como el de logan, pero con un mentón más débil, perfilado de patillas oscuras y lleno de líneas que le hacían ver mucho más viejo que los cuarenta y cinco que tenía en realidad. Pero no sabía nada acerca de él; al menos, no de esa versión suya. Y se sentía a la defensiva en su presencia, como solía sentirse en la de cualquier persona adulta que le tratara de pronto con demasiada amabilidad.
Esperó a que su padre hablase, cada vez más impaciente por irse.
—He estado algo... ausente... las últimas semanas, ¿verdad? —preguntó aquél, y añadió sin esperar respuesta—. Fue por el desempleo. Hace que me frustre; y cuando eso pasa, yo... necesito echar un trago para pensar y relajarme.
—El lunes empiezas a trabajar —le recordó Io.
—Si. Y quiero que sepas que pondré todo de mi parte esta vez.
Io asintió por inercia. No le creía, era solo que le daba igual.
Su padre guardó silencio. Luego, su mano larga y callosa fue a instalarse en su hombro. La caricia fue incómoda; desusada y extraña. Le dio dos palmadas pesadas, quizá con más fuerza de la necesaria. Pero no lo hacía a propósito cuando estaba sobrio.
—Los he dejado mucho tiempo solos, a ti y a Logan, ¿verdad? En especial a ti, que eres el más pequeño. —No se oyó como su soliloquio habitual para librarse de la culpa. Esta vez sonaba en verdad afectado. Pero Io se mantuvo escéptico—. Debes entender... que es difícil estar presente del todo para un padre que está solo. Tu mamá no está aquí. Y papá... hace lo que puede.
Solía insistir en referirse a sí mismo de ese modo luego de sus largas temporadas de ausencia. Como si necesitara reafirmar ese rol, a falta de jugarlo.
Io suspiró. Al final se atrevió a mirarlo. Vio sus ojos, brillando como en tan raras ocasiones, sin el velo del alcohol; y aun así apagados por la sombra de una tristeza que jamás los abandonaba del todo.
Por más que a veces quisiera convencerse de que odiaba a su padre, igual que lo hacía Logan, en el fondo nunca sería capaz. Él seguía siendo su padre, aunque le pareciera un extraño, y aunque cometiera errores. Y ellos tampoco eran hijos perfectos. Su familia podía estar distanciada y no funcionar demasiado bien; ni parecerse a las familias normales. Pero era su familia. Suya... y la única que tenía.
—Lo sé —asintió, y a su padre se le dibujó una sonrisa llena de gratitud.
Se levantó satisfecho de su lado. Antes de salir, si haber desayunado nada, le puso una mano sobre la cabeza y le desordenó el pelo.
—Eres un buen muchacho, Io. Logan... también.
El gesto lo tomó por sorpresa. Cade solía acariciarle la cabeza a menudo; pero recibir el mismo gesto de parte de su padre fue algo diferente y nuevo.
En cierto modo... incluso agradable.
El que su padre se levantara muy temprano el lunes para ir a la obra de construcción fue una sorpresa grata.
Se encontraron en la sala cuando su padre ya se iba, e Io le deseó buena suerte. Llevaba su maletín de herramientas e iba ataviado con su viejo uniforme y con una sonrisa optimista. Io se fue al colegio poco después.
El no ver aparecer el viernes a Cade le turbaba más de lo que estaba dispuesto a admitir; aunque toda lógica le indicase que era lo más normal que no se hubiese recuperado en dos días. Nunca se había sentido responsable antes por la desgracia de alguien. Ni siquiera cuando él, directamente, había tenido algo que ver. Pero con Cade parecía haber una diferencia.
Él había arriesgado su vida por él, después de todo...
La tarde del jueves volvió a casa con la firme determinación de robar el teléfono móvil de Logan. Bastaría esperar a que llegara borracho o dopado y se echara a dormir, y entonces solo tenía que tomar el móvil de su mesa de noche, salir de la casa, llamar, borrar el registro y luego regresar y dejarlo donde estaba. Su hermano nunca se enteraría.
Pero... ¿y si despertaba?
Esperó sentado a la mesa de la cocina para ver el reloj de la pared. Eran casi las ocho de la noche. En el interín no quiso comer nada, pues el estómago se le apretaba de solo pensar en lo que haría, y se conformó con un vaso de agua. Su padre aún no regresaba; dijo que su jornada terminaba a las ocho... ¿habría dicho la verdad? Había estado llegando alrededor de esa hora cada día y no olía a alcohol. Debía ser cierto... Tenía que ser cierto.
Finalmente, escuchó la puerta y su ansiedad se disparó. Sin embargo, toda esperanza se vino abajo y sintió que la rabia bullía ardiente en su cabeza en cuanto escuchó la voz odiosa de Jhonen, y luego las de otros dos de sus amigos. Travis, un sujeto desaliñado, larguirucho y tonto, que tenía una mirada de jamás usar el cerebro para otra cosa que no fuera el enorme esfuerzo de mantener coordinados los largos miembros; y Pérez, un tipo regordete y moreno que no le caía del todo mal, pues se limitaba a saludarlo y jamás se interesaba mucho por él. A veces sus bromas eran un poco graciosas.
Si los amigos de Logan habían venido con él significaba que o bien saldría con ellos luego de emborracharse y no llegaría sino hasta la mañana siguiente —o incluso días después—, o se dormiría en el sofá de la sala, donde nunca conciliaba del todo el sueño, pues se mantenía siempre alerta a la llegada de su padre para desaparecer otra vez. En cualquier caso, eso exterminaba cualquier oportunidad de hacerse con su móvil.
—Debe estar por empezar, ¿qué hora es? —dijo Jhonen, y después Io escuchó el ruido estridente del televisor a todo volumen.
—¿Pizza? —dijo la voz gruesa de Pérez—. ¿Con tres familiares vamos bien?
—Y alitas picantes —añadió Travis—. No, mejor pan de ajo. O no, mejor... Espera, ¿tres familiares? ¿Quién paga?
—Tú. Gracias por ofrecerte —dijo Pérez.
—¿Io? —la voz de Logan llamándolo lo desconcertó—. Más le vale a ese mocoso estar en casa esta vez...
—¿Sigue llegando tarde? —preguntó Pérez.
—No sé qué se trae últimamente.
Io rodó los ojos. De manera que ahora incluso sus amigos estaban al tanto de ello. Prefirió esperar a que todos se sentaran para salir de la cocina en silencio cuando no lo notaran e ir a encerrarse al cuarto para no ver a nadie.
—No es como si le dieras el mejor ejemplo, chico —dijo Pérez. Cuando no estaba haciendo bromas estúpidas, era el más tranquilo y maduro de sus amigos, aunque eso no era decir mucho, considerando el estándar—. ¿No le has conseguido un nuevo móvil?
—¿Para que lo destroce otra vez jugando fútbol? —siseó su hermano—. ¡Io! Maldición con ese niño...
—¡Shhh! —la voz de Travis los acalló—. Ya casi comienza.
—¡Hermanito! ¡La Inter Miami contra los Red Bulls! —le gritó Pérez.
Io levantó la cabeza. Miró el calendario en la puerta de la cocina y se dio cuenta de que era veintitrés de septiembre y que se transmitía la MLS. Lo había olvidado por completo, aunque había estado pendiente de ello todo el mes. Con lo del accidente y por pensar en Cade, su cabeza parecía haberse desconectado de todo.
—Jhonny, la cerveza está en la cocina. Traela —dijo Logan.
Io sintió escalofríos. Saltó de la silla, dejó el vaso en la orilla del fregadero y voló hacia la puerta para salir antes de que Jhonen entrase y lo hallara solo.
Pero antes de conseguir llegar a la puerta se encontró de frente con él. La sorpresa le hizo retroceder hasta que su espalda dio contra la encimera, causando que el vaso sucio tintinease sobre el escurridor, y se paralizó allí.
Miró por un costados de su silueta encorvada y vio que su hermano y sus otros dos amigos ya se habían instalado en el sofá. Logan no lo llamaba ya.
—Aquí estabas —susurró Jhonen. La oscuridad de la cocina ensombrecía todos sus rasgos, salvo el halo de escaso pelo cenizo que se formaba alrededor de su cabeza con la luz pálida de la sala que le daba de espaldas. Su inquietante sonrisa amarillenta brilló en medio de su faz en la penumbra y habló bajo para que nadie más lo oyese—. ¿Qué pasa? Parece que hubieras visto un muerto.
«Ojalá lo estuvieras», pensó Io. Le quitó la vista y se apartó para despejarle el camino hacia la nevera, pero Jhonen no se movió.
—Déjame pasar... —siseó Io.
Jhonen le señaló la puerta con un gesto de su mentón.
—¿Quién te lo impide?
Io dudó si hacer caso, seguro de que no sería tan fácil. Nunca lo era.
—¿Por qué estás tan nervioso? —se rió Jhonen. Sus voces eran ahogadas por el ruido ensordecedor de la sala—. ¿Te pongo nervioso? ¿Es eso?
Io se mordió los labios hasta que le dolieron, pero no le retiró su vista desafiante. Su hermano estaba a solo dos metros, pero se sentía tan lejos de él,
—Apresúrate con la puta cerveza; ya entraron al campo —lo acució Logan.
—Voy —contestó él, y pasó al fin por el lado de Io para ir a la nevera.
Él respiró aliviado, pero cuando se había creído libre, la mano de Jhonen le retuvo, agarrándolo por el brazo, y lo hizo girarse hacia él.
—Woah —masculló, con los ojos muy abiertos, agachándose para mirarlo de cerca—, ¿qué te pasó en la frente?
Io se llevó por instinto los dedos al costado de la cabeza. El chichón se había desinflamado casi por completo, pero prevalecían los rasguños sanguinolentos y el extenso parche amoratado.
¿Cómo? Se había preocupado bien de cubrirlo cada día con su cabello para que Logan no lo notase; pero entonces recordó el momento exacto en que su padre le acarició el pelo esa mañana, antes de irse, como se había vuelto una costumbre los últimos días.
Y ahora Jhonen lo sabía.
Io retrocedió, presa del pánico y se acomodó de nuevo el pelo en la frente. Aun así, no se vio libre. La mano de Jhonen se cerró con más fuerza.
—Déjame tranquilo... —jadeó.
Jhonen jaló una vez más de su brazo. Susurraba cerca de él con su asqueroso aliento con olor a pasto:
—¿Logan te ha visto? No, ¿verdad? ¿Has estado metiéndote en problemas? Anda, puedes contármelo a mí. Prometo que no se lo diré —susurró, con tono cómplice, y acercó a Io su oreja con el pabellón mugroso—. Vamos. Será nuestro secreto...
Io se libró al fin de su agarre. Hubo de hacerlo con tal brusquedad para poder soltarse de su mano férrea alrededor de su brazo que tropezó con sus propios pies, torpes a causa de los nervios. Buscó a tientas en el aire algo a lo que sujetarse para no caer, y todo lo que halló su mano fue el vaso sucio sobre el escurridor, el cual se llevó consigo en la caída.
Su espalda dio duramente contra el piso frío. Al mismo tiempo, sintió el crujido del cristal y el modo en que este se deformó bajo su mano.
Seguido de eso, un dolor lacerante. Io apretó dientes y párpados.
—¡Niño estúpido!
Cuando abrió los ojos, los de Jhonen miraban fijos por sobre su hombro huesudo. Los globos oculares parecían a punto de salirse de sus cuencas.
https://youtu.be/-i0bV8JKfAQ
Los cristales rotos tintinearon bajo su palma en cuanto Io movió la mano y percibió entonces, por encima del dolor agudo, un cosquilleo tibio que escurrió por entre sus dedos. Llevó su mano frente a su rostro para examinar el daño, y el dolor de la carne abierta al extender la palma le hizo cerrar rápido la mano y apretarla contra su pecho. Contuvo la respiración.
—¿Qué pasó?
La voz de Logan provocó un flaqueo visible a las rodillas de Jhonen cuando este se apartó de la puerta para concederle el paso. Aquel entró en la cocina con la cabeza por delante como un toro enojado.
—N-nada... El chiquillo estaba aquí; s-se cayó con un vaso —dijo Jhonen.
Logan interrogó a Io con una mirada, buscando su confirmación a los hechos, y él asintió, procurando esconder el costado del rostro. Logan tomó su mano en la suya con poca delicadeza, provocándole un jadeo, y lo obligó a abrir los dedos. Io lo soportó con los dientes apretados, si quejarse.
Su hermano torció una profunda mueca y resolló el aire por la nariz. Su voz se elevó hasta casi tronar, pero no gritaba.
—Maldita sea, Io... ¿Cómo demonios te caíste?
La mirada amenazadora de Jhonen se trabó en la suya. Había una advertencia clara en sus ojos. Si Io hablaba, él también hablaría.
—Tiré agua en el piso —masculló Io—. Y... me resbalé.
—Mira cómo te cortaste... ¿Cómo puedes ser tan torpe? —lo reprendió su hermano, mientras alargaba la mano para alcanzar el paño de cocina de encima de la encimera, el cual usó para presionarle la herida con rudeza.
Io examinó los ojos de su hermano. Llameaban. El temor a empeorar sus ánimos ya encendidos le ayudó a contenerse de gemir de dolor.
—¡El partido ya empezó! —gritó Travis—. ¿Qué pasa con la cerveza?
—Jhonen, sal de aquí. Llévales la puta cerveza y que cierren la boca.
—¿Y tú? El partido...
—¿Eres retrasado? Que se joda el partido... Tengo que ocuparme de Io.
Por entre los mechones de su cabello, que le caían sobre el rostro agachado, Io vio a Jhonen hacer una mueca y debatirse en su lugar.
—Yo... voy a recoger los cristales primero. Antes... de que alguien más se corte. —Io adivinó que no pretendía dejarles solos hasta asegurarse por sí mismo de que él no le diría la verdad a Logan. Y deseó hacerlo...
—¡Logan, Jhonny, dense prisa! —los llamó Pérez.
—Io se ha cortado; voy a ver que pare de sangrar. Demonios con estos...
—¿Hermanito? ¿Estaba allí? —Pérez se puso de pie con toda la agilidad que permitía su cuerpo pesado y acudió a la cocina—. ¿Es muy profundo?
Io se arredró, avergonzado de verse otra vez rodeado de gente, todos atentos a él. Logan le hizo sentarse a la mesa y envió a Pérez a buscar una vieja caja de zapatos encima de la nevera, la cual usaban como botiquín. Jhonen recogía los cristales con una lentitud odiosa.
—¿Deberíamos ir al hospital? Esa mierda luce profunda —sugirió Pérez. Io protestó meneando la cabeza con fuerza. No quería volver a pisar una sala de urgencias en su vida.
—Estoy bien... —declaró, rogando porque así fuera en realidad.
Logan permanecía serio, sin decir una palabra.
—¿Puedes mover la mano? —preguntó Pérez.
Io se forzó a abrir y cerrar los dedos, aunque hacerlo reagudizó el dolor a un punto excruciante y la mano le tembló. Se mantuvo firme, sin torcer un solo músculo facial y dijo que sí con la cabeza.
—Vas a estar bien —afirmó Logan.
Una vez su hermano se ocupó de parar el sangrado, Io agradeció de corazón la objeción de Pérez a que le pusieran alcohol directo en el corte, como sugirió Travis, desde el salón. Logan se limitó a ponerle gasas en la herida y rodearle la palma con vendas. En aquello perdió una buena parte del primer tiempo del partido, mientras que Pérez miraba desde la puerta de la cocina con una cerveza en la mano y Travis se quejaba desde el salón de que estaba solo y que la pizza se estaba tardando demasiado.
Jhonen se quedó durante todo el procedimiento. No les apartó la vista ni por un momento para mirar el partido.
Después de ocuparse de su mano, Logan le dio medicamentos para el dolor. Io no vio lo que eran, pero estos lo dejaron lánguido y somnoliento. Lo llevó después al cuarto, a donde Jhonen ya no los pudo seguir. Este se quedó en el pasillo desde donde arrojó a Io una última mirada de advertencia.
Logan le ayudó a meterse en la cama y lo dejó sólo un momento para regresar después con dos rebanadas de pizza con pepperoni. Era la primera vez en mucho tiempo que se portaba tan atento con él.
Io pensó que no podría comer, pero comprobó el hambre que tenía en cuanto le dio una mordida a la pizza y su estómago le reclamó otro bocado.
—Lo que te he dado te dejará noqueado hasta mañana. Así que come y después acomódate y duerme. Te perderás a los LAFCS contra Whitecaps.
Logan se encaminó a la puerta para ir a ver el segundo tiempo del partido; pero antes de salir del cuarto, le arrojó a Io una última mirada desde el quicio. Se frotó el tatuaje tribal con forma de tiburón que le envolvía el cuello.
—Io... —Pareció costarle hablar—. ¿Va todo bien?
—Deja de tratarme con tanta delicadeza por un rasguño —contestó Io, y mordió otro trozo de pizza—. No soy un marica.
Esperó que su hermano se molestara... pero en sus boca de labios tirantes se esbozó una sonrisa divertida; un gesto extremadamente raro en él:
—Me alegro.
Io respiró aliviado cuando por fin lo dejaron solo. Dejó el plato a un lado y examinó su mano vendada.
La sentía febril y entumecida a causa de la inflamación, pero el dolor empezaba a remitir con el medicamento, aunque los párpados cada vez le pesaban más. No podía hacer más que solo intentar no pensar en ello; no acostumbraba a llorar por ese tipo de cosas, Logan nunca lo había permitido.
Se encontró pensando de nuevo en Cade, y hubo de dejar la segunda rebanada de pizza a medio terminar a causa del malestar estomacal que regresó a él con fuerza, obra de la culpa.
Si su propia herida era tan superficial como su hermano afirmaba y le dolía de esa forma tan horrible... no podía ni llegar a imaginar lo mucho que debía doler la herida de Cade, la cual iba a necesitar puntos. Se estremeció al recordar la visión de su rodilla abierta y el pavimento empapado de sangre...
Y luego, la mirada llameante de Logan, y a Jhonen temblando de terror.
Descartó del todo la idea de robar el móvil de su hermano. Si Logan llegaba a enterarse, eso podría ser muy malo.
Por lo que, para cuando puso la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos, ya había tomado otra determinación.
****
La primera vez que sus pasos le habían llevado hasta ese colegio para estirados, fue por una mezcla de desafío y curiosidad. La segunda... no lo tenía claro él mismo. Pero esta vez, aunque había preferido creer que no se trataba más que de responsabilidad, la verdad era que deseaba saber sobre el estado de Cade; empezando por averiguar si había podido asistir a clases.
Para poder estar allí a tiempo había faltado a clases y pasado el día vagando por los alrededores. De las heridas del accidente apenas se acordaba casi, pero el dolor de su mano era excruciante todavía.
La mantenía parcialmente oculta al interior del puño de su ancha sudadera, la cual cubría casi del todo la venda. No quería más atención innecesaria; había tenido bastante de eso en dos semanas.
El sonido de la campana de salida del colegio le hizo dar un brinco; y se apegó a la pared lateral. Aguzó la vista y prestó atención en espera de ver a los amigos de Cade. La cabeza de cabello rubio y desordenado de Alex no tardó en aparecer entre el tumulto. Io lo distinguió enseguida. Pero no fue la única. A su lado venían dos chicas; una tan rubia como él, cuyo rostro no pudo ver bien, entre el gentío, y otra de cabello negro. Parecían conocerse, pues caminaban los tres juntos. Sin embargo, las chicas se separaron de él en las puertas del colegio y corrieron juntas en dirección a la parada de autobús.
Io captó una visión lateral del rostro de la rubia. De no ser porque Alex se había quedado atrás, junto al portón del colegio, hubiese creído que se trataba de él. Tenía el mismo rostro de bebé, el mismo tono de cabello.
Alex estaba solo ahora. Y aquello le dio a Io el valor necesario para acercarse. No le sería tan difícil preguntar por Cade a Alex, quien se había portado amigable siempre. El otro tipo, Nathan; era un cuento muy diferente. Pero en cuanto estuvo casi junto a él, antes siquiera de que pudiera abrir la boca para llamarlo, apareció por una esquina su visión periférica una silueta alta. Y cuando viró, se encontró de frente con la penetrante mirada de ojos color marrón de Nathan, clavada en la suya.
Io se petrificó. Nunca le habían intimidado los tipos grandes, pero había algo con respecto a Nathan... Algo similar a lo que Logan inspiraba.
Por fortuna, Alex se percató de él poco después de que Nathan lo hiciera.
—¡Io! ¿Cómo estás? —Salvó la última distancia en un trote alegre y vino a encontrarlo—: ¡¿Por qué te fuiste el otro día?! ¡Hemos estado muy preocupados por ti! ¿Estás bien?
Encogió los hombros y asintió. Era posible que Alex fuera sincero. Pero... ¿Nathan? ¿Preocupado por él? Seguro.
Llevó la vista al último, pero él no lo miraba ya, y eso era tranquilizador.
—Cade no ha estado asistiendo a clases —le informó Alex entonces. Eso era más de una semana... ¿tan mal estaba? Aquel volvió a adelantarse, antes de darle tiempo a preguntar—. Íbamos ahora a hacerle una visita. ¡Ven con nosotros! Se alegrará mucho de verte. No ha dejado de preguntar por ti.
Io entornó los ojos, absorto. ¿Cade preguntaba por él?... ¿Acaso había estado esperando que fuera a verlo?
—¡Vamos! —lo acució Alex.
—No... No hace falta.
Pero este le puso la mano tras la espalda y lo instó a avanzar. Y, sin oponer más resistencia, Io caminó con ellos hasta la parada.
https://youtu.be/EodN3Isi8SY
No tuvo que preguntarles a sus amigos sobre el estado de Cade, pues Alex le puso al tanto de todo mientras esperaban el autobús. Pagó por él cuando se subieron y se sentaron juntos. Nathan se sentó solo detrás de ellos.
Alex le dijo que las lesiones de Cade no eran muy serias y que se recuperaría pronto; que volvería a jugar; pero que aún debía tomarse otro par de días de descanso, por orden del médico. Io se relajó un poco al oírlo; pero aún no del todo. Nathan se mantuvo en silencio durante todo el recorrido; aunque, de vez en cuando, Io podía sentir su mirada penetrante sobre sí.
El aproximarse al extremo oriente de la ciudad, al «Barrio Pijo», la transición fue más suave que entre Sauces Poniente y Sauces del Este, cruzando el puente, pero fue notoria, aun así. Las construcciones se fueron tornando más hermosas y grandes, abundaban los techos altos, los jardines bien cuidados, las calles bien pavimentadas, los parques bellos, despejados de maleza, y la gente de sonrisa abierta y mirada que no escondía nada.
Después de todo, aquel era el mundo de Cade... Ese mundo luminoso y limpio.
Cuando Alex anunció que ya estaban cerca, el estómago empezó a dolerle otra vez a Io. Quiso achacarlo al movimiento de la parte de atrás del autobús; pero las ruedas del vehículo avanzaban suavemente por el pavimento liso y sin agujeros.
Para distraerse, intentó imaginarse como luciría la casa de Cade. Pero nada de lo que pudo visualizar en su cabeza hubiese podido jamás compararse a lo que poco después se encontraría, cuando Alex anunció su llegada.
La casa de la familia Bowen parecía sacada de un folleto de una corredora de bienes raíces. Se había imaginado que era grande, pero nunca creyó que tanto. Y desde luego, no se esperaba el Mercedes aparcado afuera, ni que hubiera una enorme piscina en el patio trasero, la cual pudo ver a través de la elegante tapia entre los setos verdes y frondosos que protegían el jardín.
El camino hasta la entrada estaba cubierto de adoquines blancos, a juego con las paredes claras de la casa que se abría camino entre el césped.
Cuando Alex tocó el timbre, Io casi casi espero ver aparecer en la puerta a un mayordomo; pero lo que vio en cambio fue a una mujer alta, de simpáticos risos rubios, mejillas sonrosadas y una sonrisa amplia y dulce:
—¡Hola, muchachos!, que gusto verlos de nuevo —saludó a Alex y a Nathan. Y, tal y como Io se lo había esperado, se detuvo en él con curiosidad, pero mantuvo su gesto amable al agacharse para verlo—. ¡Oh!, y ¿quién es este jovencito tan apuesto? ¡Mira ese cabello rojo!
Io se apabulló sin saber qué responderle. Alex lo hizo en su lugar:
—Él es Io, es vecino de Nate y conoce a Cade —le dijo por toda respuesta. Nathan no dijo nada para contradecirle, ni tampoco lo hizo Io.
—Encantada, cariño. Yo soy Elia, la mamá de Cade.
Io sintió que se convertía en piedra y la examinó con más detenimiento.
No había nada en ella que le asemejara a Cade, pero de alguna forma, no dudó ni por un instante que fuera quien decía ser. Y entonces entendió que comparar los rasgos de ambos era inútil, pues no compartían ninguno, pero la forma de mirar era la misma; aquella forma que le transmitía a uno seguridad absoluta. Y su sonrisa abierta y blanca era idéntica.
Solía tomarse de mala manera el que la gente lo tocara; pero no le molestó el momento en que ella le acarició el rostro, y comprendió que se debía a que su tacto se sentía familiar. Era el mismo de Cade.
Por lo demás, fue gentil y delicado, y su piel tibia y suave, perfumada de un aroma dulce y femenino...
¿De manera que así se sentía la caricia de una madre?
Mas su calma se desvaneció en el instante en que le vino un pensamiento que antes no le había pasado por la cabeza. El que los padres de Cade estuviesen en casa. Él le había dicho que pasaban poco tiempo allí, pero el estado de su hijo era un motivo poderoso para contradecir esa normalidad. ¿Estarían al tanto de las circunstancias del accidente? ¿Sabrían que él era el culpable del estado de su hijo?
Pero Elia no dijo nada al respecto y los invitó dentro. Io necesitó de un leve empujón de Alex para caminar. Estaba tan absorto que ni siquiera se molestó por ello. ¿Estaba su padre también allí? ¿Sería diferente con él?
La casa en el interior era de igual manera esplendorosa. Tenía un salón de estar enorme, y contra la pared del fondo descansaba una gran chimenea de piedra clara. Tenía una escalera alta y amplia de peldaños de mármol y barandas de madera oscura que contrastaba con los tonos claros, blancos y cremas de la decoración y el mobiliario, la cual subía hasta una segunda planta.
Aunque Io miró con disimulo por cada rincón del salón y echó un breve vistazo al interior de cada habitación de dejaban atrás mientras avanzaban, no vio al padre de Cade por ningún lado. Basado en el hecho de que no se parecía en nada a su madre, adivinaba que Cade debía ser idéntico a su padre, y que si era de su madre de quien había heredado su personalidad invitadora y carismática, su padre debía ser todo lo contrario.
Se imaginó a un hombre alto, de cabello oscuro y ojos de un hipnotizante azul, como los de Cade, pero con una energía muy opuesta; adustos e impenetrables. Intentó imaginarse los ojos suaves de Cade mirando de ese modo; pero no podía. Él le había contado que su padre era capitán de marina, por lo que Io añadió al hombre en su mente un semblante recio y severo; un uniforme blanco reluciente, lleno de medallas, y cabello corto bajo el ala de un sombrero militar.
No parecía estar en casa, y ello lo tranquilizó.
Alex y Nathan se detuvieron entonces en una habitación y abrieron la puerta. Io se esperó que fuera enorme y deslumbrante como el resto de la casa; por lo cual le sorprendió encontrarse con la habitación de un adolescente normal. Era grande, sí; mucho más que la que Logan y él compartían; y era sólo suya. Pero no había nada en ella en exceso pomposo salvo por un equipo de música de parlantes altos, una televisión de plasma y una única consola con un par de juegos, todo aquello contra una única pared, mientras que el resto consistía en un escritorio con su silla, y un librero con un pequeño sofá.
No se detuvo demasiado en los detalles, pues su vista voló de inmediato a la cama de dos cuerpos contra la pared opuesta a la televisión.
Cade estaba recostado en uno solo de los lados; el más cercano a la ventana. Tenía un libro en la mano y levantó la mirada en cuanto oyó entrar a los visitantes. El persistente malestar de su estómago constriñó sus tripas de modo repentino, e Io soltó la respiración que había estado conteniendo desde el momento de entrar en la habitación.
A Cade se le dibujó una sonrisa cuando vio a sus amigos, pero su mirada no se detuvo demasiado tiempo en ellos antes de aterrizar en él y que sus rasgos se paralizaran en completa perplejidad.
—... Io —murmuró.
Alex le impelió a caminar, dándole otro ligero empujón. Io obedeció, pero dejó que sus acompañantes se le adelantaran a la hora de acercarse.
Alex se sentó con cuidado junto a él, en la mesa de noche, y Nathan se quedó de pie junto a la ventana. Io se detuvo a los pies de la cama, inseguro sobre qué decir o donde instalarse.
—Sorpresa —le dijo Alex, echando una cabeceada en dirección de Io—. Lo encontramos fuera del colegio y le trajimos para que te viera.
Io sintió el rostro caliente cuando Alex lo puso en evidencia.
—«Me encontraron»... —repitió, molesto—. No soy un maldito perro...
Cade permanecía perplejo, al punto en que Io lamentó haber ido. ¿No estaba feliz? ¿Había sido un error?
Hasta que, de pronto, sus labios dibujaron una sonrisa sincera, aunque matizada por algo parecido a la culpa.
—Lo siento... ¿Me estabas esperando?
Io apretó los labios sin saber qué responder. Entonces, la mirada de Cade voló rápido a su mano vendada. Io la escondió al acto tras su cuerpo, pero fue demasiado tarde.
—¡¿Qué te sucedió en la mano?!
Lo maldijo todo... No entendía cómo había conseguido notarlo. La venda permanecía oculta casi por completo por el puño de su ropa. Asomaba apenas por una orilla. ¿Es que nunca se le escapaba nada?
—Es del accidente —mintió—. Mi hermano me... Él me la vendó en casa.
Cade volvió los ojos en rendijas, confuso y cauteloso.
—¿Le contaste? ¿Qué te dijo?... ¿Estaba molesto?
La mirada rauda de Nathan aterrizó inquisitiva sobre él. Io negó.
—Sólo... le dije que me caí. —Io se arredró al decirlo. Una mentira para encubrir otra...
Cade no pareció más tranquilo con eso. Intentó erguirse en su cama, pero su pierna sufrió un espasmo y volvió a recostarse. Alex lo reprendió por moverse. Junto a él había una muleta que Io no había visto.
—¿Seguro que no es grave? —insistió Cade—. Podría estar rota, o...
—No lo es. Mejor... preocúpate por ti mismo.
Dicho aquello, reunió coraje para mirarlo con más detenimiento.
Ya no lucía esa expresión de malestar que tenía al ingresar a la sala de urgencias, pero todavía no lucía como el Cade de siempre, enérgico y vivaz. Io estaba acostumbrado a verle usando sus jeans oscuros y la chaqueta negra con piel alrededor de la capucha, por lo que le resultó nuevo verle vestido de forma tan ligera, con bermudas grises y una camiseta azul ancha. Tenía el cabello despeinado, como si acabara de despertarse de una siesta.
Io no pudo evitar detenerse en el vendaje que le cubría parte de la rodilla, la cual tenía acomodada encima de un cojín.
—¿Cómo estás?
Cade pareció perplejo con la pregunta. Se tomó una pausa antes de hablar.
—Mejor. —Y añadió apenado—. Lamento no haber podido ir el viernes. Tampoco creo que pueda ir mañana. Lo siento...
Alex y Nathan se miraron entre ellos. Cade torció una sonrisa y se explicó:
—Es que... Io juega fútbol como centrocampista. Deberían verlo, ¡es muy bueno! Se suponía que iría a verle jugar un partido.
Mientras que Alex reaccionó sorprendido, Nathan sostenía su mirada fija y adusta sobre Io. Él procuraba ignorarla, pero la sentía taladrar en su sien.
—¿Ah sí? ¡Cool! —dijo Alex—. ¿Estás en algún club?
—No hay clubs en mi colegio. Jugamos en el receso.
—¡¿No hay clubs?! —se sorprendió.
—No es como su colegio de pijos —contestó Io, sin pensar.
Pero Alex se lo tomó de buen humor, como parecía tomarse todas las cosas, y se dirigió a Cade. Era sencillo hablar con Alex... Entretanto, Nathan continuaba observándolo como si quisiera pulverizarlo con la mirada.
—Lo que me recuerda —dijo el primero—, Callahan estuvo preguntando por ti. Quería que te recordara que hay prácticas el próximo sábado. Le conté de tu lesión y parece que le hubieran dicho que se murió su abuela.
Cade se rió suavemente.
—¿Cómo te fue con el control? ¿Qué te dijo el médico ayer? —El tono de Alex ya no sonaba tan casual. Parecía esconder un ligero matiz de algo más. Sonaba cauteloso y tentativo—. Ya sabes... ¿acerca de jugar?
Cade bajó los ojos. Io sintió se sintió mareado, y el dolor en su estómago cobró tanta fuerza como si le estuvieran hundiendo el puño entre las costillas. Pero entonces, antes de devolverles la vista, aquel torció su sonrisa acostumbrada y dedicó a sus amigos un gesto tranquilizador.
—Estaré bien —les aseguró—. El médico dijo que, si me siento bien, podré retomar clases la próxima semana.
—No hay apuro —le dijo Nathan—. No tienes que volver todavía.
—Déjalo. ¿Qué no ves lo miserable que es aquí? Todo lo que quiere es volver a clases con su bro —objetó Alex y abrazó la cabeza de Cade, en cuya frente depositó un beso ruidoso—. ¿Verdad, bro? A menos, claro... que quieras aprovechar este tiempo con tu madre, ya que está en casa.
La sonrisa de Cade se diluyó.
—Porque... —añadió Alex, al notarlo—, se quedará a cuidarte... ¿verdad?
Igual que con el asunto de su lesión, Cade bajó los ojos por un momento. Fue fugaz, casi imperceptible. Pero recuperó pronto la sonrisa. O al menos, la versión plástica de la cual. Io sintió que empezaba a diferenciarla. Era experto en las sonrisas falsas. Las que todos daban a su hermano, para agradarle. Las que Jhonen le daba a Logan... y las que le daba a él.
—Sí. Ya canceló sus reuniones fuera de la ciudad, aunque solo estará conmigo por la mañana. Por las tardes tendrá que ir a la oficina, aquí en Los Sauces —contestó Cade a la brevedad. Io no pasó por alto lo pronto que cambió de tema—. Si ven a Callahan, díganle que...
—No estarás pensando en ir a las prácticas aún, ¿verdad? —dijo Nathan, interrumpiéndolo.
Cade resopló.
—Quiero jugar el próximo mes.
—Ni hablar. Yo mismo le contaré la situación al entrenador y le diré que no estás en condiciones de hacerlo. Tendrá que entender.
Alex secundó la moción con una cabeceada.
—Y va en serio. Mira esa cara. Uy, qué susto me da...
Cade se rió con desgano y volvió a acomodarse contra los cojines. Io se sorprendió de lo fácil que había accedido.
Comprendió que la palabra de Nathan parecía ser para Cade lo mismo que la palabra de Logan para él. La de una autoridad inquebrantable. La ley.
El resto de la tarde la pasaron hablando sobre la clase de Alex y Cade. Sobre la nueva materia, compañeros, fechas de exámenes... Io se entretuvo mirando el cuarto. Se imaginó a sí mismo, dueño de todo ese espacio. No le molestaría tanto el compartir habitación con su hermano si aquel no fuera tan adepto a fumar y tan desordenado. Además, no era que ninguno pasara demasiado tiempo en el cuarto que compartían. Logan casi nunca estaba allí si no era para dormir, por lo que era solo suyo casi todo el día.
Pero Cade era sin duda afortunado. Y más se lo pareció cuando Elia, su madre, entró en la habitación trayéndoles galletas de azúcar y canela recién horneadas, y un vaso de leche a todos. Se despidió de Cade con un beso en la frente antes de irse al supermercado, no sin antes decirles que si necesitaban algo más, podían tomarlo de la cocina.
Io se hallaba quieto la silla del escritorio, que Elia le había acercado, y permaneció en silencio toda la tarde, respondiendo solo según se dirigían a él.
De ese modo pasaron las horas hasta que el cielo empezó a opacarse.
—Tengo que volver a casa ya —comentó Alex—. Por cierto, Gwen envía saludos. Quería que me disculpara por ella por no haber podido venir hoy. Se pasó a casa de Tammy para un trabajo en pareja.
Io recordó a la chica rubia idéntica a él y todo tuvo sentido. Se preguntó si aquella era Gwen.
Cade torció las comisuras hacia abajo con pesar, pero asintió comprensivo. Io prestó atención sin evitarlo. A juzgar por la expresión de Cade, imaginó que o bien sería una amiga más de ellos o bien... quizás un poco más que eso.
Nathan se echó la propia mochila al hombro:
—Yo también tengo que irme ya. Tengo academia. —Le puso la mano a Cade sobre la cabeza y le revolvió el pelo.
Io reconoció el gesto; el mismo que Cade solía usar con él y que su padre había tomado como costumbre.
Alex se despidió levantando un puño en el aire, que Cade golpeó con suavidad con el propio. Entonces, este trabó su mirada en él, e Io se paralizó.
¿Significaba que él también debía marcharse? Pero aún no había podido hablar con Cade; no le había dicho nada de todo lo que tenía pensado decirle, y que, debido a la presencia de Nathan y Alex, no había podido.
No podía marcharse aún. Para cuando lo resolvió, Alex y Nathan ya se encaminaban a la puerta, y él quedaba de pie frente a la cama de Cade.
—¿Nos vamos, Io? —lo llamó Alex y no pudo hacerse esperar más.
—No —murmuró—. Yo... me quedaré un poco más.
Su respuesta suscitó la sorpresa de los tres mayores.
—¿Seguro? —preguntó Alex—. ¿Sabes volver a casa tú solo? Nate puede ser tu guardaespaldas si te vas ahora con nosotros. Sabe Kung-Fu y todo eso.
Io evitó mirar a Nathan, pero sintió su mirada sobre sí. Podía apostar que la idea de quedarse los dos solos les emocionaba poco a los dos. Era otra razón para irse después; por su cuenta.
—Sé volver —dijo por toda explicación. Los amigos de Cade se miraron entre sí y arrojaron a este una mirada interrogatoria.
—Está bien, muchachos. Mi mamá puede acercarlo a la parada más tarde.
—Okaay... Entonces adiós, bro. Adiós, Io —se despidió Alex con la mano, y los dos salieron de la habitación. El último fue Nathan, cuta mirada, todavía sobre Io, lo abandonó solo al desaparecer detrás de la puerta.
Sin la presencia de Alex, todo quedó en completo silencio. Pero era la presencia de Nathan la que le provocaba a Io más ansiedad, así que pudo respirar aliviado cuando estuvo seguro de que se había ido.
¿Qué pretendía observándolo de ese modo todo el tiempo?
Cade le dedicó una sonrisa y se acomodó contra sus almohadones:
—Aún puedes alcanzarlos —comentó.
Io empuñó las manos sobre sus rodillas:
—Si te molesta que esté aquí, no tienes más que decirlo.
Se puso de pie de forma torpe, pero la mano de Cade fue más rápida cuando atrapó la suya a la altura de la muñeca y le retuvo en el afán de marcharse. En cuanto Io volteó a mirarlo, lucía divertido a la vez que apenado:
—No es eso, gruñón. Siéntate.
Io respiró para calmarse. No estaba enfadado; sólo nervioso por alguna razón que no comprendía. Creyó que si los amigos de Cade se iban, se sentiría más tranquilo, pero sólo se sentía más inquieto.
Cuando volvió a sentarse, la mano de Cade todavía envolvía la suya en el afán de frenarlo. Io se abochornó con su tacto y se zafó de ella, incómodo.
—¿Cómo has estado? —empezó Cade—. No he podido preguntártelo.
—Estoy bien...
—¿Cómo llegaste a casa ese día?
—Caminando, ¿cómo más?
—¡¿Caminaste desde el hospital hasta allá?! —Le pareció a Io que palidecía.
—Yo no tengo un Mercedes, como ese de afuera.
—No es mío, es de mi mamá —adujo Cade—. Yo aún no tengo licencia.
—¿Sabes conducir?
Cade asintió con una sonrisa orgullosa.
Se hizo un silencio. El azul de la ventana se opacaba y comenzaba a filtrarse una luz pálida, cada vez más amarillenta. Io observó afuera. No se veían casas aglomeradas entre sí, como por su ventana; solo el cielo despejado.
La mano tibia de Cade se posó contra el costado de su cabeza y le descubrió la frente, apartándole el cabello con el pulgar:
—¿Cómo está tu cabeza? ¿Y el resto de tus heridas?
Aunque el golpe de su frente contra el pavimento aún le provocaba un ligero acceso de dolor sobre la zona cuando la tocaba, la mano de Cade fue tan suave que no le dolió. En vez de eso imprimió a todo su rostro una sensación extraña. Como un cosquilleo.
Io solo se apartó de su mano, con menos fuerza que de costumbre, y negó:
—Eres tú el que quedó hecho mierda; no te preocupes por mí.
—Tú también sufriste golpes.
—Los sufro todo el tiempo. Jugando, peleándome o... —se mordió los labios y dio un resoplido arrogante—. Esto no es nada.
Cade se rindió con una sonrisa exhausta.
—¿Qué dijo tu hermano por lo de...?
—¿Llamaron a servicios sociales por mí? —interrumpió Io.
Cade guardó silencio, paciente. Después negó:
—Vicky habló con la doctora. Los muchachos ya le habían explicado la situación. No se llamó a nadie; no te preocupes.
¿«Situación»? Io torció el gesto. ¿Cómo lo sabían todos?
—¿Qué situación? ¿Qué les has contado tú? —siseó con inquina—. Eres un maldito bocón mentiroso... —Se sintió traicionado y expuesto.
—No les he contado ninguna de las cosas que tú me has confiado. Saben de mi encuentro con tu hermano. Yo se lo conté a Nate. Y les conté a ambos sobre la primera vez que te vi robando. Y... lo de la cajetilla de cigarros. —Io exhaló molesto. Apenado, Cade continuó—. Pero eso fue antes de lo de Braun's; eso sí que no lo saben. El resto... han debido intuirlo.
Io selló los labios. No podía culparlo; aunque Cade no les hubiese dicho nada, su situación era evidente para cualquiera.
Como fuera, estaban al fin solos y era su oportunidad de hablar, pero aunque sabía qué debía decir, no tenía idea de cómo decirlo, y empezaba a desesperarse. Nunca había hecho algo similar; al menos... nunca de corazón.
—Escucha... —empezó, pero cuando tuvo toda la atención de Cade sobre sí, halló que le era aún más difícil. Aun así, no era necesario adornar sus palabras. Lo que quería decir era bastante simple, así que lo soltó sin más, aunque casi en susurros—: yo... lo siento.
No sabía qué esperar de la reacción de Cade; pero no se hubiese imaginado esa. Aquel volvió los ojos en rendijas y ladeó el rostro, confuso:
—¿Huh?... ¿Qué es lo que sientes? ¿De qué hablas?
—Pero qué imbécil eres... ¡¿De qué otra cosa podría estar hablando?! ¡Esto! ¡Lo que pasó! —Io respiró para moderar su tono—. Por no fijarme bien por donde iba, y por correr, yo... Casi me arrollan. Y a ti... te pasó esto.
Cuando consiguió verlo al rostro, Cade se había quedado con la boca entreabierta en el amago de decir algo, pero en cambio, echó la cabeza hacia atrás sobre su almohada y exhaló, exhausto:
—Dios, Io... No tienes que disculparte por esto. —Se rio.
—No solo por esto. Yo... fui un idiota contigo en el hospital —reconoció—. A pesar de que tú...
La sonrisa que asomó a los labios de Cade le hizo apartar la vista, abochornado, y olvidar lo que tenía ensayado decir.
Ninguno de los dos dijo una palabra en un largo rato. Hasta que Io sintió sobre su cabeza la mano floja de Cade y aquello le hizo sentir aliviado. Como si nada hubiera cambiado en realidad entre ellos después de lo ocurrido.
—Si te deja más tranquilo, estás perdonado. —Su voz no sonaba seria; le estaba tomando el pelo otra vez, e Io torció los labios—. Solo... ten más cuidado de ahora en adelante, ¿sí? —Cade se acomodó en su sitio, haciendo una mueca cuando movió la pierna—. Como dijiste, no soy Superman, y...
—¿Y si no lo tuviera? —Io le fijó una mirada retadora—. ¿Volverías a saltar en frente de un automóvil?
Cade sonrió con debilidad. Io sabía su respuesta antes de que él se la diera.
—Si no me dejas más opción...
—¡¿Eres retrasado?!
—No decimos esa palabra —le reprochó él—; es muy fea.
—¡Yo la digo, y me importa una mierda! ¿Esto es una maldita broma para ti? ¿Y si el automóvil nos hubiese golpeado? ¿Si te hubiese golpeado sólo a ti? ¿O si hubiese sido un autobús? ¡No puedes ir por ahí arriesgando el pellejo por los demás! Eres un completo lunático idiota... ¡No; no eres Superman, y hacer este tipo de cosas no hará que lo seas! —gritó, exasperado—. Es más, no estoy seguro de que yo... hubiese hecho lo mismo por ti.
Esperó ver decepción o tristeza en el rostro de Cade, a ver si con eso conseguía meter algo de sentido a su cabeza. Pero todo lo que obtuvo de su parte en cambio, fue otra sonrisa cálida.
Aquello solo lo hizo sentirse más culpable.
—A mí no me gustaría que lo hicieras —respondió con suavidad—. De manera que... no se lo contaste a Logan.
Io negó.
—¿Por qué?
Hubiese deseado hacerlo... y que Logan supiera que Cade no era una mala persona; sólo un poco tonto. Pero sabía que era inútil. Su hermano hubiese encontrado la forma de culparlo y se hubiese enfurecido de todos modos. Y tener a Logan acechándole para tomar represalias por lo ocurrido era lo último que él necesitaba en su condición. Y luego estaba Nathan.
Cade se estiró sobre su cama para alcanzar una botella de agua sobre su mesa de noche. Se le escapó un gemido en cuanto puso su peso sobre la pierna lesionada e Io se apresuró a alcanzársela, con un gruñido.
—No fuerces la pierna así. ¿Te mataría pedirme la estúpida cosa?
La expresión agradecida y dulce en el rostro de Cade lo abochornó.
—¿Ahora qué? No luzcas tan feliz; no he curado el puto cáncer.
—Es solo que nunca eres amable conmigo.
—¿Por qué debería ser amable contigo? No me agradas. Ya te lo dije, sólo vine para saber qué pasó en el hospital, con lo de servicios sociales.
—¿Ah, sí? —dijo Cade, frunciendo los labios para fingir decepción—. No esperaba una disculpa, pero... un «gracias» hubiese sido lindo.
—Eres tan irritante... ¿Qué más quieres? ¿Levanto un maldito monumento en tu nombre? Además... hubieses hecho lo mismo por cualquiera.
Cade torció una media-sonrisa y le dio un sorbo a la botella.
—¿Piensas que lo haría? Me crees mejor de lo que en realidad soy.
—Sé que lo harías. Lo que creo es que eres tonto, y los tontos tienden a ser buenos. Por eso te odio. Porque odio a los buenos y más a los tontos.
—No te creo que me odies —repuso Cade—. Y no creo que hayas venido solo por eso.
—¿Por qué te mentiría? —masculló Io, atrapado.
—¿Por qué no? No sería tu primera mentira del día.
Io levantó la vista de sus rodillas a los ojos de Cade y le escrutó sin comprender.
Cade extendió su mano para alcanzar la suya, y se la atrapó antes de que Io pudiese retirarla.
—Por ejemplo, esto. —Le giró con cuidado la palma hacia arriba y pasó suavemente su dedo sobre el borde de la venda—. No es del día del accidente ¿verdad? Te golpeaste la frente y te raspaste el codo; pero no tenías ninguna herida en la mano.
Io se paralizó, helado de pies a cabeza.
Cade lo indagó con aquella mirada como la que Io no había podido imaginárselo antes. Con ojos adustos e impenetrables:
—Io —llamó con seriedad—. ¿Qué fue, en verdad, lo que te sucedió?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro