7. Brecha
Dos sonidos repentinos frenaron a Io en plena carrera. El estridente graznido de las bocinas de un vehículo. Y el alarido de Alex:
—¡Cade!
El último hizo virar a Io sobre su hombro, alarmado, pero no pudo dar más que un cuarto de vuelta cuando la visión del automóvil que se acercaba a toda velocidad por su costado terminó de paralizarlo.
Sabía que debía saltar, avanzar, retroceder, moverse..., algo. Lo que fuera. Mas los miembros helados no se lo permitieron.
Todo a lo que su cuerpo obedeció fue al reflejo de levantar las manos frente a su rostro, como si de esa manera, con fuerza sobrenatural sacada de algún lugar insospechado, fuese a conseguir detener la máquina. La parte más racional de él le forzó a cerrar los ojos.
Y por último, un tercer sonido. Su nombre, en un grito desesperado y jadeante:
—¡¡Io!!
Justo después vino el golpe. Lo primero que sintió fue el corte abrupto del aire en su sistema y el entrechoque brutal de todos sus huesos ante una fuerza más grande y arrolladora. El impacto lo despegó del suelo y sintió que volaba por unos instantes. Inmediatamente después vino el aterrizaje con lo que, en la vorágine de estímulos y sensaciones violentas, creyó que debió ser el pavimento, pero que le pareció que no era lo bastante duro para serlo.
Pero no se terminó allí.
El suelo desapareció por uno de sus costados con una sensación vertiginosa y se sintió rodar varias veces, primero sobre algo suave, y luego sobre lo que ahora sí identificó como el concreto, el cual cada media vuelta le arañaba los brazos y le incrustaba piedrecillas en la piel con aguijonazos.
Los giros se detuvieron de golpe; en el último su cabeza azotó contra la superficie dura; y entonces el tiempo pareció detenerse.
No hubo dolor al comienzo. Sus sentidos se habían nublado momentáneamente y era presa de una aplastante oscuridad en la que solo era consciente del palpitar desbocado en su pecho y del pitido agudo e insistente en sus oídos. La cabeza le daba vueltas como si aún estuviese girando. Le faltó la respiración y aspiró una gran bocanada de aire, pero algo grande pesaba encima de él y no le permitió tragarla. Tampoco podía moverse; sus brazos se hallaban pegados a su propio cuerpo como obra de una gravedad inescapable.
Luchó para abrir los ojos; parecía que hubiese olvidado cómo hacerlo, y los párpados le pesaron en cuanto lo consiguió. Lo vio todo negro primero, y su visión retornó de a poco, primero en forma de chispazos de luz, y después como imágenes borrosas que comenzaron a cobrar sentido de a poco. Al mismo tiempo, el pitido en sus oídos se fue mitigando.
Cuando su vista se aclaró, vio de inmediato sobre sí el azul opaco y enfermizo del cielo de la tarde. Se hallaba de espaldas, de cara al mismo. Después miró hacia un costado y vio que estaba en un sitio por completo diferente al de antes de cerrar los ojos. Se parecía al parque en el que habían estado hacía solo unos minutos. Se fijó entonces en que estaba recostado al pie de los escalones que ascendían hasta la calle. Dos figuras aparecieron entonces en la cima. Io los vio a contraluz, pero en cuanto se aproximaron, descendiendo los escalones a la carrera, reconoció el rostro horrorizado, enmarcado de cabello color trigo de Alex, y la expresión siempre seria de Nathan, desfigurada de terror de una manera en que jamás se hubiese imaginado que podría llegar a torcerse.
Todavía no era capaz de respirar con normalidad; aquel peso sobre su pecho se lo impedía. Entonces, volteó la cabeza del otro lado, contrario al parque, y se encontró allí, muy cerca del suyo, separado solo por unos cuantos centímetros de pavimento mugroso, con otro rostro.
El de Cade.
Io pestañeó rápido, aturdido. El cabello se le agolpaba en torno a las facciones arañadas y sucias. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos en el afán de una mueca a medio dibujar. Io no supo decir si respiraba, pero comprendió qué era lo que a él se lo impedía. La mitad del cuerpo de Cade reposaba inerte encima del suyo. Uno de sus brazos se hallaba todavía envuelto a su alrededor, impidiéndole a él moverlos.
Alex y Nathan llegaron casi al mismo tiempo con ellos. Alex venía tosiendo y Nathan estaba mudo; ambos pálidos hasta lo imposible.
Se oía el bramido de un automóvil perdiéndose a la distancia, y el de un barullo de gente a su alrededor. Io vio a varios rostros; chicos en patineta y niños en patines y scooters; pero su vista volvió enseguida a aquel junto al suyo, todavía con los ojos cerrados; excesivamente blanco y quieto.
—¡Cade! —llamó Alex cuando llegó junto a ellos.
Temblaba como si fuera a colapsar en cualquier momento. Nathan tenía la mirada ensombrecida por un duro ceño que se le entretejía lleno de arrugas sobre la nariz, dándole el aspecto de alguien diez años mayor.
Alex se dejó caer sobre las rodillas en el pavimento y crispó los dedos temblorosos alrededor de los brazos de Cade, pero Nathan lo detuvo apartándolo por los hombros antes de que intentase erguirlo:
—Alex, no. No lo muevas.
Io volvió la mirada al rostro magullado y con expresión congelada a su lado. Se deslizó como pudo para salir del sitio debajo de su cuerpo, y al conseguir librar su mitad superior se sostuvo con los brazos apoyados a su costado. Los sentía débiles y le temblaban, apenas capaces de sostener su peso.
El pitido en sus oídos penetró en su cabeza hasta nublar cualquier otro sonido. A la vez que Alex gritaba cosas que apenas entendía, y mientras que Nathan intentaba aplacarlo y llamaba por su parte a Jude y a Cade, sin respuesta del último, las cosas parecieron comenzar transcurrir en cámara lenta conforme Io intentaba asimilar lo ocurrido.
No lograba hacer la conexión. Un momento estaba de pie en medio de la vía, con un automóvil a punto de golpearlo, al siguiente rodaba... y luego Cade; inmóvil e inconsciente sobre él... Nada tenía sentido.
Hasta que, de pronto, lo tuvo.
Creyó recordar que el golpe había llegado desde una dirección que no era la del automóvil, y a un par de brazos cerrándose a su alrededor, aprisionando los suyos. La superficie suave y el concreto, y la superficie suave otra vez, mientras rodaba escaleras abajo. Y recordó el grito, llamando su nombre.
Por fin lo entendió todo. Aquello que lo había golpeado no había sido el automóvil... sino Cade, al momento de quitarlo del camino.
Aún libre de su peso, fue incapaz de volver a respirar con normalidad. Sintió que se mareaba y perdía progresivamente las fuerzas conforme sus pulmones luchaban por el aire que su garganta se negaba a dejar entrar.
Cade continuaba demasiado quieto. No se levantaba... ¿Por qué no se estaba levantando? ¿Por qué no abría los ojos?
«Cade». «Cade». «Cade». Gritó en su fuero interno. No conseguía pronunciarlo; sus labios se movían sin emitir sonido. Aún no lo había llamado nunca por su nombre. Si no era este el momento de hacerlo... ¿cuándo?. «Cade».... «¡Cade...!»
De pronto, aquel se movió, apenas perceptiblemente. El movimiento de las pupilas se adivinó a través la delgada piel de los párpados y luego estos se le surcaron de profundas líneas, a la vez que una mueca torcía sus labios.
Dejó salir un gemido grave y ahogado. Io soltó el aliento en una bocanada abrupta y empezó a respirar en resuellos. Su audición de aclaró de golpe.
Alex se apresuró a asir sus hombros otra vez.
—¡Está despertando! ¡¿Puedes oírme?! ¡Cade! ¡¿Estás bien?!
—¡Alex! —bramó Nathan—, podría tener fracturadas las costillas, ¡¿quieres que se perfore un órgano?!
Io sufrió un temblor involuntario.
Cade se movió otro poco. Esta vez Nathan le despejó el cabello del rostro con cuidado con una mano; con la otra aplacaba aún a Alex.
—No te muevas. ¿Cómo estás?
—... Io... —Se las arregló él para susurrar, pero su voz pareció quedar atrapada en algún lugar de su garganta—. ¿En dónde... está Io?
—Justo aquí —le dijo Alex, casi en un arrullo—. Está bien; eso creo...
Las miradas de los dos mayores se fijaron en él.
Si acaso estaba lastimado, no era capaz de decirlo con exactitud, pues todo el cuerpo le hormigueaba de modo extraño desde que había vuelto a respirar.
La sensación más vívida era un escozor persistente en su codo, y al tocar la zona percibió los bordes de las piedrecillas incrustadas, la textura resbalosa de la sangre, colmada de partículas de suciedad, y el ardor terrible allí donde la piel se le desprendía como cascarilla de nuez con la abrasión contra el pavimento. Fue recién ahí que notó el dolor de su cabeza. Este era tan intenso que parecía haber nublado incluso su capacidad para percibirlo y lo sentía lejano y ajeno. Se concentraba en un costado de su frente, y al tocarlo, Io percibió una zona henchida, dura y dolorosa, surcada de rasguños.
Una mano fría se asentó sobre la suya, contra el costado de su cabeza. Io se sobresaltó. Cade se había erguido sobre los antebrazos, pese a la insistencia de Nathan de que se quedase quieto. Sus ojos cansados, el azul de sus pupilas sofocado bajo el peso de sus párpados débiles, lo examinaban llenos de consternación.
—... ¿Te... duele? —farfulló con dificultad—. ¿Estás bien?
Io quiso mentir y contestarle que todo estaba bien, que él estaba bien; que no tenía de qué preocuparse...; pero se vio interrumpido por un ronco jadeo de Alex. Su rostro había terminado de perder el color y miraba con los ojos fijos. Io siguió la dirección de su vista y deseó no haberlo hecho, pues se le revolvió el estómago y sintió que iba a vomitar.
La mezclilla de los jeans de Cade estaba pulverizada a la altura de la rodilla y un largo corte de bordes sucios e irregulares seccionaba la carne tan profundo que las orillas se separaban formando una especie de ojo.
Sangraba profusamente; al punto en que el rojo brillante había dejado de expandirse por la tela azul para comenzar a formar un charco en el concreto.
—¡Cade! ¡Tu pierna...!
Alertado por el grito de Alex, Cade se llevó la mano a la herida en un reflejo, pero Nate se lo impidió, sujetándole la muñeca:
—No te la toques. ¡Jude! —llamó, quizá por enésima vez.
Este se aproximaba sorteando los escalones de dos en dos a saltos.
—Tengo la matrícula de ese infeliz y he llamado a la policía. Perderá la maldita licencia por esto —habló despacio, aún pese a la agitación de la carrera—. ¿Están bien los dos?
—¡Cade está sangrando! —farfulló Alex—. Es su pierna.
Jude se agachó para inspeccionar. Su rostro permaneció inmutable:
—Debió darse contra el borde de uno de los escalones... O quizá con un vidrio roto. —Io se preguntó cómo podía sonar calmado—. ¿Puedes moverla?
—Creo... que sí —dijo Cade. Pero al intentarlo todo su rostro se crispó con un rictus de dientes apretados y se le escapó un quejido ahogado.
Sus dos amigos se envararon, alarmados. Io sintió empeorar su mareo.
—Déjala quieta entonces. ¿Y el chico cómo está?
Se paralizó al verse aludido. Otra vez tenía la atención de todos.
—Se ha golpeado en la cabeza —les informó Cade, y volvió a tocarle la frente, apartándole el pelo para mirar—. Io, ¿me oyes? ¡Por qué no me hablas!
Cierto. ¿Por qué no lo hacía? No pudo más que tragar saliva y asentir.
—¡¿Llamamos a una ambulancia?! —preguntó Alex.
—No; esas te cobran un ojo de la cara. Vamos en mi auto.
Io cerró los ojos. No sabía si se debía al golpe o a la impresión, pero el hecho de que todos hablasen tan alto y tan rápido a su alrededor, no ayudaba a su mareo. O quizá fuera la visión de la sangre. Toda esa sangre...
Una mujer mayor se acercó y les extendió un pañuelo que Nathan usó para taponar la herida y hacer presión. La mano, grande y morena, le temblaba.
—Estoy bien, Nate, Alex... en serio; seguro que no es nada grave —adujo Cade. Aunque su expresión lo contradecía por completo, procuró repartir sonrisas tranquilizadoras a la gente a su alrededor y agradecer a la mujer.
—¿El conductor huyó? —preguntó Nate en un siseo. Jude asintió.
—Ni siquiera se quedó para ver si podía ayudar en algo —dijo Alex—. No le va a servir de nada; tenemos su puta matrícula. ¡Se va a cagar!
Io lo contempló con cautela. Nunca le había visto molesto por nada, pero incluso en su enojo lucía frágil; como un niño... Tenía los ojos en lágrimas. Por su parte, aunque Nathan estaba mudo, le temblaban las sienes y los huesos de la mandíbula por el modo en que apretaba los dientes tras los labios sellados. Tenía un aspecto en verdad aterrador.
Jude fue el único en conservar la calma. Rodeó la espalda de Cade con un brazo y Nathan se le unió del otro lado para ayudar a levantarlo.
—Esperan... No se olviden de Io —les dijo Cade. Justo después, al intentar apoyar el pie de la pierna lesionada, falló finalmente en contener el grito que se arrastró por su garganta y salió a través de sus dientes.
—Con cuidado —le dijo Jude. Luego se dirigió a Io—. ¿Puedes caminar?
Io abrió los labios, pero ni una palabra salió de ellos sin que tuviera que forzarla fuera. Cuando lo consiguió, voz se oyó débil y temblorosa; al punto en que casi no la reconoció como suya:
—S-sí... E-estoy bien.
Se levantó con la ayuda inesperada de Alex, quien le tendió una mano que Io tomó sin protestas y la cual encontró congelada. Y al tenerse en pie corroboró que, salvo el golpe en la frente y los raspones por su piel, nada le dolía lo suficiente como para que no fuese capaz de andar por sí solo.
—Vamos al hospital Sinclair —dijo Alex—. Vicky está de turno hoy, quizá nos pueda hacer pasar pronto.
Jude se llevó la mano libre al bolsillo y le entregó a Alex sus llaves.
—Abre las puertas del auto y espéranos.
—Vamos, Io —lo urgió Cade, sin dejar de arrojarle miradas apremiantes sobre su hombro para asegurarse de que venía.
Io caminó por instinto detrás de ellos. Estaba demasiado perplejo para pensar en negarse o siquiera en hacer cualquier otra cosa, sino seguirlo.
Mientras era acarreado casi a las rastras para poder desplazarse, con la pierna destrozada... ¿por qué seguía preocupándose por él?
https://youtu.be/V8UheycKY9k
El viaje al hospital fue extraño. Io no se había subido a un auto en demasiado tiempo; casi no podía recordar la última vez. Durante lo que duró el recorrido, no podía evitar mirar la zona rasgada del pantalón de Cade y sentir escalofríos al comprobar que la extensión del rojo cada vez crecía más. La expresión de dolor de aquel era descorazonadora, aún cada vez que sus ojos se topaban y Cade le sonreía para infundirle seguridad.
No quería demostrarlo a sus amigos y menos aún a él, pero estaba absolutamente molido. Eso era evidente. Además de la herida de su pierna y los rasguños de su rostro, Io recién notaba sus nudillos sanguinolentos, despellejados en carne viva, y el hombro rasgado de su chaqueta cara. Eso sin contar el resto de los golpes que probablemente ocultaba por todo el cuerpo.
Viajaba lánguido, recostado contra la puerta del auto, con la pierna herida sobre las rodillas de Alex, quien viajaba en medio de ambos en el asiento trasero.
A Io le sorprendía no tener él ninguna herida de similar severidad u otras como la de su codo, considerando que iba con una camiseta y pantalones cortos, a pesar de que habían caído desde la misma altura y rodado el mismo trecho. Cade lo había protegido todo el tiempo con su propio cuerpo y se había llevado todas las consecuencias del impacto...
¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué saltaría en el camino de un auto?
Temió por él y por su pierna. Que estuviera rota. Que fuera irreparable. Que tuviera secuelas y no volviera a caminar con normalidad... y que no pudiera volver a jugar baloncesto después de todo lo que se había esforzado por entrar en el equipo.
Lo distrajo de sus pensamientos la voz mellada y pastosa de Cade:
—¿Qué tienes, te sientes mal?... ¿Cómo está tu cabeza? ¿Estás mareado?
Io negó. Ya no estaba mareado, pero aun así, su percepción se sentía alterada. La realidad parecía postiza; como plasmada en la pantalla de un televisor. Toda la situación era casi irreal.
Alex dio un resuello ruidoso:
—Ojalá le revoquen la licencia a ese hijo de puta. No debería ir haciendo speeding al lado de un parque. ¿Cómo podemos denunciarlo?
El rostro de Jude apareció en el espejo retrovisor. Por detrás de sus lentes oscuros de aviador no podía adivinarse ninguna mirada. Io pensó que podría abrirse la tierra bajo los pies del aquel sujeto y eso no lo alteraría.
Respondió con aquella calma demorosa y lenta que parecía usual en él:
—De momento hay que ver que traten a Cade. Y asegurarnos de que el golpe que el chico sufrió en la cabeza no revista ninguna seriedad.
Io se arredró, apenado... ¿Por qué se estaban preocupando por él aun cuando había sido el causante de todo? Por ir a las prisas. Por cruzar sin mirar. Por estar allí, con ellos. Si tan solo no se les hubiese unido ese día...
El corazón todavía le palpitaba rápido por momentos. Revivió en su memoria el accidente una y otra vez, pero no podía recordar mucho. Solo un largo trecho negro desde el momento de cerrar los ojos hasta que volvió a abrirlos. Pero lo que sí podía recordar, cada vez con mayor claridad, era el grito de Cade, llamando su nombre de ese modo desesperado.
En el asiento del copiloto, Nathan viajaba mudo. Io miró por el espejo retrovisor intentando ver su expresión y se topó allí con sus ojos fijos y fieros en los suyos. Creyó percibir que estos le disparaban cuchillas.
En cuanto entraron en la sala de emergencias, le golpeó la nariz un olor nuevo y potente que lo desconcertó. ¿Cuándo había sido la última vez que estuvo en un hospital? No lo recordaba, pero encontraba familiar ese olor a detergente, látex, y medicamento, entremezclado con el olor a sudor enfermo.
Creyó rememorar entonces los brazos de Logan alrededor de sus hombros y bajo sus rodillas, y los gritos enfierecidos de este, demandando atención. Se acordó de pronto. Tenía nueve años la última vez que estuvo en un hospital. Logan lo acarreó en brazos con una fiebre tan intensa que se sacudía como un animal envenenado. No recordaba ver a su padre por ningún lado. Dudaba que se hubiese enterado siquiera, pero eso no era nada extraño. La presencia de su padre en sus recuerdos de toda la vida era muy esporádica.
Había mucha gente en la sala de espera. Alex y Nathan ayudaron a Cade a ocupar un asiento que un hombre les cedió con amabilidad tras percatarse del estado de su pierna. Jude se acercó al mesón, en donde entabló una pausada conversación con la secretaria. En ese punto, la calma con que parecía estarse tomando el asunto había comenzado a rascar en los nervios de Io.
—Se trata de dos chicos. Cayeron por unas escaleras. Uno de ellos se ha lastimado una pierna y el otro sufrió un golpe en la cabeza. —Después de eso contestó a algunas preguntas que ella le hizo.
Alex era el único que parecía tan impaciente como Io. Se apartó de ellos y fue a reunirse con Jude en el mesón, al que casi hubo de treparse, dada su corta estatura. Al verlo, el rostro de la secretaria se iluminó con familiaridad, a la vez que con una súbita consternación:
—¡Alexis! ¡¿Qué haces aquí?!
—¡Son mis amigos! —le informó él. Io se sintió ajeno y extraño. «Amigos. Plural»—. ¿Está Vicky? Por favor, díganle que su hijo está aquí. ¡Que venga!
—Bien, le informaré. Pero entretanto, llenen estas formas —le dijo la secretaria y les extendió dos planillas que Jude trajo para ellos. Después, la mujer llamó por un teléfono de su escritorio.
Jude empezó a llenar él mismo las fichas, contra el respaldo del asiento de en frente. Io leyó el nombre en la primera forma:
Caden Maxwell Bowen.
—¿Cuál es tu nombre completo, chico? —preguntó Jude al terminar con la primera forma.
Io se paralizó. Buscó de forma instintiva a Cade, y él lo observaba de vuelta atento, en espera de la respuesta.
Masculló, casi en un farfullo:
—... Ioan Schark. Con «ese» y «ce».
—¿Estás jodiendo? ¡Qué apellido tan cool! —exclamó Alex. Aquello pareció ser lo único capaz de romper la tensión llorosa de su rostro.
—¿Edad? —continuó Jude.
—¿Por qué yo no me pude llamar así?
—Cállate Alex. —Jude no se mostró sorprendido en lo absoluto. Después de todo era sólo un nombre—. ¿Edad?
—Cator... Trece —Pensó que podía meterse en problemas si mentía.
Aquel lo anotó en la forma y continuó llenando ambas.
La ficha médica solicitaba otra información como alergias, condiciones preexistentes, medicamentos y otras cosas exasperantes de las que él no tenía idea y que contestó como pudo. Hasta donde sabía, no tenía alergias ni enfermedades. ¿Cómo estar seguro, en todo caso? Antes de aquella fiebre, no estaba seguro de haber visitado un hospital en su vida.
Pronto apareció en la sala de espera una enfermera alta de rizos negros y grandes ojos chispeantes en un rostro moreno. Esta se aproximó en un trote.
—¡Alex! —saludó primero al rubio amigo de Cade, asentando dos mano anchas y fuertes sobre los hombros delgados—. ¿Qué sucedió? Me dijeron que estabas en la sala de urgencias.
—¡No llames a mamá, por favor! Yo estoy bien —fue lo primero que le dijo Alex—. Se trata de Cade.
—¡¿Qué?! —La reacción de la mujer fue casi visceral—. ¡¿Otra vez... ?!
No completó la frase, pues sus ojos se detuvieron en Cade, sentado en la silla de espera, y este le hizo una seña con una sonrisa.
Se hizo una tensión palpable y extraña entre los rostros familiares. Io percibió un aire excruciantemente culpable en la forma de Cade de responder a la mirada de la mujer.
Alex le relató los hechos con prisa y ella fue asintiendo con calma.
—¿Tienen completas las formas? —Jude se las entregó—. Bien. Esperen aquí —les dijo la mujer—. Atentos, los llamarán dentro de poco, pero deben ser discretos.
A partir de ahí solo hubieron de aguardar. El área en la pierna de los jeans de Cade había mutado a un tono marrón oscuro y opaco, y ya empezaba a secarse, señal de que al menos había dejado de sangrar, pero la expresión en su rostro era cada vez más pálida y alarmante.
Había dejado de buscar a Io con la vista y miraba ahora al suelo, sin que se hubiese borrado la mueca culpable de su expresión desde la aparición de la mujer de rizos. Se preguntó qué habría querido decir ella. ¿Qué tan común era para él saltar en el camino de automóviles?
Entre tanto, Jude se dedicó a hacer llamadas. Llamó a la madre de Cade y le avisó sobre el estado de su hijo, pese a las protestas de él.
—Tiene cosas importantes que hacer... —alegó mientras Jude hablaba.
—¿Más importantes que su hijo? —rugió Alex.
Io pensó que tenía razón. Pero cuando Jude le preguntó a Io por algún número al que pudiera llamar para avisar a su familia de su estado, se sintió hipócrita al mentir, diciendo que no recordaba el número de nadie de su casa. Dudaba que su padre fuera a presentarse allí. Logan quizá lo hiciera... pero no tenía ganas de provocar una afronta entre él y los amigos de Cade. Con el último en especial, considerando su estado... Logan no se dejaría persuadir ni se aplacaría por la historia de su acto heroico. Buscaría a un culpable y lo hallaría. Logan siempre hallaba a un culpable.
Pasaron cerca de veinte minutos y la sala de espera se desocupó un poco. Io había empezado a dar cabeceadas en su lugar, a punto de sucumbir al cansancio. Se recostó sobre dos asientos y se acurrucó con los ojos cerrados. Le pusieron una chaqueta encima, pero no vio quien fue, y no la rechazó, pues tenía los brazos helados y le dolía la garganta. La tela le raspó el codo abrasado y temió mancharla con sangre.
Lo despertó poco después un pequeño barullo. Io se levantó y la chaqueta que lo cubría resbaló por su hombro. Era el hoodie amarillo claro de Alex. Una enfermera distinta a la de antes, rubia y con cabello muy corto, se presentó ante ellos con una silla de ruedas. Saludó calurosamente a Alex —todos en ese hospital parecían conocerlo bien— y luego los hizo pasar.
—Ya pueden entrar los dos. Hay una sala preparada para ambos.
Io se paralizó. Hasta ese momento no se le había ocurrido que si iba hasta el hospital y si llenaba una forma, significaba que también a él lo vería un doctor. ¿Qué les harían allí dentro? ¿Y si les ponían una inyección? No quería que lo inyectaran. Lo habían inyectado la vez en que tuvo fiebre y si bien no recordaba mucho de su paso por el hospital, sí que recordaba que el trasero le dolió por una semana.
No fue capaz de levantarse de su asiento, mientras que Cade era ayudado por Jude y Nate a trasladarse a la silla de ruedas.
—No quiero —protestó, ganándose miradas perplejas—. Yo estoy bien.
—Debes dejar que te revisen —le dijo Cade—. No sabemos cómo está tu cabeza.
—Mi cabeza está bien. Tengo que volver a casa, o Logan...
—Io, por favor... —la petición suave y silenciosa de Cade lo silenció. Aún en sus rasgos dislocados por el dolor podía advertirse una sonrisa reafirmadora y suplicante.
—... ¿Me darán una inyección? —preguntó por lo bajo.
La enfermera rubia negó:
—Nada de inyecciones, cariño. Lo prometo.
Sus piernas se movieron por sí solas cuando la enfermera empujó la silla y los siguió por el corredor, mientras que la mitad superior de su cuerpo permaneció inmóvil, con las manos firmes apretujando un extremo de su camiseta y el rostro en una mueca medrosa.
Los llevaron hasta una habitación con el mismo olor a detergente y aspecto hermético de la sal de espera, pero mucho más silenciosa. Allí había dos camillas separadas por un biombo de color crema. La enfermera le indicó a Io sentarse y esperar sobre una de las camillas, mientras que del otro lado, Cade se subió con dificultad a la contraria.
La enfermera movió el biombo para poder revisar a uno y luego al otro. Desde luego, quiso saber cómo se había ocasionado el accidente. Io se limitó a decir que se había golpeado en la acera al caer; a lo que Cade rectificó:
—Saltamos de la vía antes de que un automóvil nos arrollara... —Se rascó la mejilla con una sonrisa tonta—, y... rodamos escaleras abajo al interior de un parque de patinaje. Lo sé, suena como de caricatura.
Io arrugó el gesto. En realidad, sonaba fantástico dicho así, pero con su explicación escueta de los hechos, Cade se quitaba a sí mismo todo el mérito.
—Mejor rodar un par de escalones que ser golpeado por un automóvil —concedió ella.
Luego de eso, la enfermera volvió a mover el biombo que separaba ambas camillas y se fue, indicándoles aguardar por la doctora.
—Así no es como pasó —dijo Io, una vez volvieron a quedarse solos. Con la barrera del biombo entre ellos, sin tener que verlo a la cara, por fin pudo reconocerlo—. Tú... me quitaste de en medio.
«Tú me salvaste», pero no se atrevió a decirlo, aún sin tener que mirarlo.
—¿Qué importa cómo haya ocurrido? —Cade rió, como si no le diera importancia—. No pienses mucho en eso.
Io se encogió en su asiento. ¿Qué importaba cómo hubiera ocurrido? Importaba, y mucho; pues Cade no tendría que haber estado allí para empezar. No se hubiese visto involucrado en ningún accidente si no hubiese corrido para quitarlo de en medio. No tendría que estar ahora en el hospital, pues ahora no estaría herido.
Io movió con impaciencia los pies, que le colgaban fuera de la camilla. Aunque el no tener que ver a Cade le tranquilizaba un poco, aun así no consiguió dar forma en su cabeza a todo lo que deseaba decirle.
—Nos llamaron rápido —observó, solo por decir algo; cualquier cosa, y romper ese silencio tan espeso—. Había mucha gente antes que nosotros.
—La primera enfermera era Vicky; es la madrastra de Alex. Trabaja en otro sector, pero lleva mucho tiempo aquí, así que puede mover un par de hilos —le contó Cade.
—¿Qué quiso decir con eso? —recordó Io—. Cuando Alex le dijo que estaban allí por ti... ¿qué quiso decir con «otra vez»?
El cambio en el semblante de Cade fue perceptible, aún con la gruesa tela del biombo entre ellos.
—Bueno... no es la primera vez que le doy problemas a los padres de mi amigos. Soy un poco hijo de todos los padres de mi grupo —se limitó a decir, a modo de broma.
Io apretó los labios. «Excepto de los tuyos propios», se frenó de decir.
—Así que... —Io advirtió que Cade se apresuraba en cambiar de tema, pero también había un tizne de buen humor en su voz—, tu nombre es «Ioan».
—Cállate. No me molestes...
—No iba a hacerlo. Es un bonito nombre.
Io agradeció que no pudiera verlo, pues sintió las mejillas calientes de bochorno. Él lo detestaba. Jhonen le dijo una vez que era nombre de chica.
—Nunca me digas así...
Cade se rio con suavidad. Io escuchó crujir la camilla del otro lado.
—No lo haré; «Io» te queda mejor. Como la luna de Júpiter...
Io levantó la mirada y por la rendija entre la pared y el biombo distinguió el cabello caoba de Cade sobre el respaldo de la camilla. Se había recostado.
—¿Qué se supone que significa eso?
—«Io» es la luna más volcánica de nuestro sistema solar. Sus explosiones son tan poderosas que se pueden ver desde la tierra con telescopios. Seguiré llamándote así.
—Yo seguiré llamándote idiota —le dijo él, impasible, y Cade exhaló una suave risa nasal. A Io le alivió escucharlo.
También había pensado que Cade era su nombre real. Y pese a que nunca le había llamado por ese nombre tampoco, sentía que menos aún podría llamarle Caden. Sonaba mucho más serio. Mucho más... adulto.
Hubieron de esperar otros diez minutos. Unos cuantos más no eran nada, pero conforme empezaran a convertirse en horas, más se reducían las posibilidades de Io de llegar a casa antes que su hermano, y más difícil le sería entrar después sin enfrentar preguntas. Sufrió escalofríos de solo pensar en la que se le venía. ¿Por qué habría accedido en ir hasta allá?
El móvil de Cade empezó a sonar de pronto. Aquel cortó la llamada antes de que Io pudiera leer en la pantalla de quien se trataba. Instantes después, volvió a sonar. Esta vez sí pudo leerlo: «Mamá».
Cade cortó nuevamente. Pero no solo eso. También apagó su móvil y se lo guardó en el bolsillo trasero como si no deseara verlo.
—¿Por qué no le contestas?
—Porque ya sé lo que me dirá. Se culpará por esto, se lamentará diciendo que es una madre horrible, que lo siente por dejarme solo, que las cosas cambiarán y que... —La expresión de Cade se torció en una mueca más adolorida que cualquier manifestación del dolor físico que hubiese tenido hasta ahora, y que aun así, de la manera más extraña se convirtió en una sonrisa cuando lo miró a él—. En fin. Ya me sé el soliloquio de memoria; no tengo ganas de escucharlo.
Una doctora joven los visitó poco después. Se presentó como la doctora Shaw y los atendió a ambos de manera presurosa y atropellada, como si tuviese miles de cosas mejores que hacer que estar allí. Como era de suponer, fue primero con Cade y revisó el estado de su herida.
—Vas a necesitar estudios de imagen para descartar fractura. Si por obra de algún milagro no hay afectación ósea, de todos modos necesitarás varios puntos de sutura —le informó, sin azucararlo. Entonces, su rostro se volvió grave, como si estuviese por darles terribles noticias—. El problema es que son los dos menores de edad, de manera que el hospital necesita la autorización de un padre o tutor legal para llevar a cabo cualquier tipo de procedimiento.
Io intercambió una mirada desesperada con Cade. Estaba seguro de que no necesitaba explicarle por qué aquello era una pésima idea en su caso.
Cade tomó la palabra tranquilamente para explicarse:
—Mi padre es capitán de marina. Está en el mar. Y mi madre...
—Señor Bowen, no me sirve el historial militar de su familia. Necesito un tutor legal.
Él se calló de golpe y apretó los labios. Io sintió deseos de darle una bofetada. ¿Así era con todos sus pacientes, o era una bruja con ellos por ser unos chicos?
—... pero pueden contactar a Evan Tyler —prosiguió Cade, como si no hubiese sido interrumpido. Io se sorprendió de que fuera capaz de continuar portándose cordial con ella—. Su número está en mi planilla.
—¿Tiene autorización para tomar decisiones legales por usted?
—Tiene un poder notarial de mis padres como guardián temporal.
La doctora asintió y anotó algo en su tabla.
—¿Qué hay de Ioan... Shark? —batalló para leerlo en la forma.
—Schark. Ese y ce. No recuerdo el número de mi padre...
—¿Y su dirección?
—Yo no...
—¿No sabe dónde vive, señor Shark? —dijo ella, mordaz.
—Sé donde vivo —espetó Io, clavándole una vista fiera—. No soy estúpido, doctora «Show» —pronunció mal su apellido adrede—. No sé la dirección. Sé llegar y punto.
—Él se... se golpeó la cabeza —intervino Cade, en afán mediador—. Puede que no la recuerde bien, o...
Io apretó los dedos en torno al borde de la camilla. Cade solo lo estaba empeorando. Si creían que tenía una lesión seria solo lo retendrían más tiempo.
Pero cuando se atrevió a mirar a la doctora y vio su expresión incrédula comprendió que ella ya tenía claras muchas cosas.
—Nuestro amigo Alexis está en la sala de espera —añadió Cade. La doctora Shaw parecía a punto de perder su propia paciencia sin obtener la respuesta que requería—. Es el hijo de...
—El hijastro de la enfermera Moore; lo sé. Ella puede responder por él, pero no por ustedes, por mucho que se haya saltado el triage, y los haya hecho pasar sin proceso de categorización. —En ese punto se dirigió a Io—. Si ella quiere arriesgar su trabajo, bien por ella; pero yo no. Y no puedo administrar ningún tratamiento sin la firma de un tutor legal. Además, están los costes del tratamiento —añadió, observando a Io de arriba abajo.
¿Costes? Io exhaló, mareado otra vez. Logan siempre le había dicho que ir al hospital no era un derecho, sino un lujo, pues solo los ricos podían pagarlo. Ellos no iban al hospital. Las heridas se trataban en casa, con alcohol y los resfriados con ibuprofeno y paracetamol. ¿Cómo pagaría eso? ¿Cómo lo pagarían Logan y su padre?
—Yo me haré cargo de ambos —intervino Cade.
—Tú estás cubierto por tu seguro de salud —adujo la doctora, implacable—. El chico no tiene uno.
—Yo pagaré lo suyo. —Cade alcanzó la cartera del bolsillo de su chaqueta—. Tengo dos tarjetas de crédito. Tiene que servir alguna...
Io exhaló. Claro... Cade tenía dinero. Él podía pagar un lujo como lo era la atención médica. Pero aún aquello no pareció bastarle a la doctora.
—No es tan fácil, señor Bowen.
—Entonces puedo irme —jadeó Io—. Me siento bien; no hace falta que...
—Tampoco es tan sencillo como eso, señor Shark. Para que pueda irse todavía hace falta un tutor que firme el acta de rechazo del tratamiento. —La mujer sacudió la cabeza con un suspiro exasperado—. Si no hay medios para contactar a los padres o tutores legales, me temo que el hospital tendrá que notificar a servicios sociales.
Io sintió que la camilla se movía bajo su cuerpo y que se caería. O quizá era su mundo el que se desmoronaba a su alrededor. ¿Servicios sociales? ¿Por una raspadura en el codo? Creyó que ahora sí vomitaría.
—No pueden hacer eso...
—Señor Shark, sí que puedo. En segundo lugar...
—¡Deja de llamarme así! ¡No soy ningún señor, y no llamarás a servicios sociales por esta mierda! Perra tonta...
—¡¿Disculpe?! —La doctora Shaw se tambaleó con los ojos desorbitados.
—¡Io...! —lo llamó Cade.
En ese momento, entró en la habitación la enfermera de antes. Vicky, la madrastra de Alex. ¿Cómo podía su rostro duro resultar tan amable mientras que la doctora, que era atractiva por lo demás, era una completa arpía?
—Doctora Shaw, ¿puedo hablar con usted?
—No puedo hacer nada con el joven Shark si no accede a compartir la información de sus padres o tutores —dijo aquella, ya bastante molesta—. Y si le soy honesta, en este punto ni siquiera querría hacer una excepción. ¿Es esta la clase de amigos que tiene su hijo, enfermera Moore?
Aquella observó con ojos grandes a Cade. Io se cohibió. Desde luego que no se refería a él, pero Cade no protestó y agachó la vista apenado, como si él hubiese sido el autor de la blasfemia anterior.
—Doctora Shaw —dijo Vicky, con un tono más severo. La diferencia de edad con respecto a la joven doctora se abrió entre ellas como una zanja—. ¿Puedo hablar con usted a solas un momento?
—Espero que sea breve, Moore, tengo más pacientes.
Una vez abandonaron juntos la estancia, Io dejó caer la cabeza con un resuello hondo. Cade lo acompañó con otro más suave.
—Io... —masculló.
Él dio un golpe contra la orilla de la colchoneta.
—¡¿Por qué me hicieron venir aquí?! ¡¿Sabes lo que pasará ahora?!
—No sabía que...
—¡Ahora llamarán a servicios sociales, imbécil! ¡Investigarán a mi familia! ¡Me alejarán de Logan! ¡Todo por una puta raspadura en el codo y para que tú pudieras jugar a ser Superman!
—Io, no será así. Solo lo dijo porque...
—De haber sabido que iba a ocurrir esto, no me hubieras salvado. ¡Hubiese preferido que me matara ese puto coche!
—No digas eso... —jadeó Cade—. ¡¿Cómo puedes hablar así?!
—No sabes el lío en que me has metido... ¡Tengo que salir de aquí!
Io se bajó de la camilla de un salto y espió por la ventana. Tenía barreras de protección, ¿para qué las necesitaría un hospital? ¿Para retener como prisionero a todo aquel que no quisiera pagar sus costes ridículos?
Aún así, el espacio entre los barrotes era lo bastante amplio. Podía salir por entre ellos sin problemas gracias a su tamaño.
Se encaramó a la mesa junto a su camilla, la cual se bamboleó ligeramente, y después de abrir la ventana se sujetó de los bordes.
—¡Io, espera...! —Cade hizo maniobras torpes para levantarse y detenerlo, pero la pierna herida y el cuerpo maltrecho no le permitieron moverse con la rapidez suficiente y todo su ser pareció resentir el esfuerzo, pues desistió rápidamente y volvió a recostarse con expresión rendida.
Io ya tenía medio cuerpo fuera, entre los barrotes. Ya había oscurecido y le pegó el aire nocturno contra los brazos desnudos, erizándole la piel.
¿Para qué se quedaría? ¿Para que le pusieran banditas y lo vendaran? Io pensó en que de todos modos sería una gran pérdida de tiempo, pues habría de quitarse toda esa mierda antes de entrar en su casa, o Logan se pondría como un energúmeno. Jamás debía saber lo que había ocurrido. Jamás.
—¡Podemos resolverlo, Io! El papá de Nathan vendrá, él podría...
—Son los padres de tus amigos —sentenció Io—. Y yo no soy «un poco hijo» de ninguno, porque ni siquiera son amigos míos. Me voy.
—¡¿Pretendes irte solo a casa?! —Cade volvió a batallar para levantarse—. Ya está oscuro afuera y estamos muy lejos. ¡Sufriste heridas también! Y aún no han revisado tu cabeza, ¡no deberías...!
—Aunque alguien firmara por mí, no puedo pagarlo. Mi familia no puede.
—¡Yo puedo pagarlo! —declaró Cade.
No parecía consciente de lo insultante que era que lo sugiriese con aquella simplicidad; de la brecha que aquello abría entre los dos. Las miradas desdeñosas de la doctora ya lo habían hecho lo bastante evidente.
—¡Ya sé que puedes! —bramó Io—. Pero no todo el mundo es tan afortunado. La atención médica no es un derecho; es un privilegio de gente como tú. Y yo no puedo quedarme aquí un minuto más.
Aunque hubiese querido irse sin comprobar el efecto de sus palabras en él, miró atrás antes de salir del todo por entre los barrotes.
A Cade, aún sobre la camilla en el afán de levantarse, observándolo con aquel aspecto adolorido. El mismo de antes, más allá de cualquier dolencia física.
—Io... Lo lamento —fue todo lo que le dijo como despedida.
Después, el frío de la noche lo envolvió por completo cuando saltó y se introdujo en la oscuridad.
https://youtu.be/WoVgKH6hndE
No le sorprendió el que Logan abriera la puerta antes de que consiguiera darle la vuelta a la llave. Debían ser cerca de las doce de la madrugada. Caminar desde el hospital Sinclair, en Sauces del Este, hasta allí no debía haberle tomado menos de tres horas con dolor de cabeza y estaba completamente exhausto.
Confió en que el flequillo sobre la frente sirviera para disimular el golpe de su frente y escondió la abrasión de su codo, apretando el brazo contra su costado. Se lo había lavado con agua de una botella que se robó de una tienda, y aunque había conseguido sacarse toda la sangre seca, ahora el más mínimo soplo de aire o roce le escocía de modo excruciante y le pulsaba.
Logan tenía en el rostro una expresión endemoniada. El espeso ceño caía sobre los ojos verdes tornándolos de un pardo opaco y todas sus facciones estaban tan tensas que parecía que se rasgarían con el menor cambio de expresión. Io hizo lo posible por escabullirse debajo de su brazo, pero su hermano lo atrapó por un brazo; por fortuna, el brazo sano, y, tras pegar un portazo, lo arrojó contra la puerta cerrada para mirarlo. Io se dio en el codo en la madera y luchó para que el ardor no distorsionase sus rasgos. Mantuvo el rostro gacho para ocultar su frente y esperó que comenzara la reyerta.
—¿Se puede saber en dónde carajos estabas? —Solo el tono de su voz lo hizo tensar todos los músculos. Algo muy diferente era cuando Logan gritaba, a cuando estaba tan enojado que ni siquiera hacía falta que lo hiciera.
—¿Y qué? Ya estoy aquí, no molestes... —se defendió Io.
Intentó pasar de nuevo de largo por el lado de su hermano, pero pesada mano de este le cayó sobre el hombro con una fuerza aplastante.
—¿Tienes una jodida idea de qué hora es?
—No; déjame mirar en mi puto Rolex...
—No juegues al estúpido conmigo, mocoso. Dime dónde estabas o...
—¡Ya déjame en paz, mierda! —Io se libró de su agarre con una sacudida y le propinó a su hermano un empujón con todas sus fuerzas. Era la primera vez que lo enfrentaba de ese modo, y sintió que descargaba en ello todas las frustraciones y los malos tragos del día—. ¡Tú siempre llegas a casa a la puta hora que se te cantan! ¡No me toques más las pelotas!
El golpe que Logan le encasquetó con el dorso de la mano contra la mejilla le hizo volver el rostro un abrupto cuarto de vuelta.
Pasó de ver a su hermano a mirar a la pared. Las manchas y las grietas del papel tapiz viejo parecieron venírsele encima.
La advertencia de Logan reptó por el silencio en siseos bajos.
—Vuelve a hablarme así, o a hacer esto otra vez, y con el próximo te haré cagar tus propios dientes. Tú decides. —Su voz se amortiguó de manera extraña al añadir—:... vete a la cama, Io.
Con la mano contra el lado adolorido del rostro, Io le hincó a su hermano una mirada llena de inquina. Logan no se la devolvió; miraba hacia un costado con el rostro ensombrecido a contraluz de la iluminación amarillenta y enfermiza de la sala, que le daba de espaldas.
Sin ánimos de alargar más el asunto, se fue al cuarto y se metió en la cama para intentar dormir.
Bajo la protección que le ofrecía la manta sobre su cabeza, por un momento, creyó que podría llorar, pero no se lo permitió.
Recostado sobre su cama, giró varias veces sobre sí mismo sin encontrar la posición que le resultara lo bastante cómoda para quedarse dormido. Todo el cuerpo le hormigueaba y el golpe de su frente tenía un pulso propio.
El momento exacto del accidente fluctuaba más claro o más borroso en su cabeza, pero el grito de Cade resonaba siempre con perfecta claridad. La visión de la carne abierta en su rodilla revivió en su retina y le hizo estremecerse con un escalofrío. Pensó en todos los posibles finales en que podría haber derivado esa decisión; ese momento preciso.
¿Y si Cade no hubiese podido salir a tiempo del camino del automóvil?
Él no debió cruzar sin mirar. No; no debió haber accedido a ir con Cade al parque de patinaje.
¿Si sólo hubiese tenido tiempo de empujarlo a él?
No debió haber ido hasta su escuela en primer lugar. Haber faltado a clases. Haberse levantado ese día...
¿Y si Cade hubiese muerto?...
... No debió haberlo conocido.
He vuelto!! qué les ha parecido el capítulo? volvemos con todo o qué?!?!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro