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6. Manada

Cuando Io entro a casa le golpeó de inmediato las fosas nasales el pestilente olor a sudor y tabaco del interior. Pero también percibió un pungente olor a hierbas. Le bastó eso para saber

que Jhonen estaba ahí.

Y allí le encontró, echado en el sofá, fumando uno de esos apestosos cigarrillos con olor a pasto. No solo estaba él; otro de sus amigos, Pérez, ocupaba el cojín del centro del sofá, y Logan estaba en el extremo rayano a la puerta. Miraban el viejo televisor, en donde se transmitía un juego de fútbol.

Io dejó la mochila a un lado, junto a la puerta, y cerró con el mayor cuidado posible para no ser oído. Pero Logan lo advirtió por el rabillo del ojo y lo puso en evidencia en seguida:

—Siéntate, enano, acaba de empezar.

Pero a Io no le apetecía sentarse cerca de los amigos malolientes de su hermano —ni siquiera en el brazo del sofá— y exponerse a sus bromas estúpidas e intentos ridículos de caerle simpáticos.

—Tengo tarea —se excusó.

Jhonen soltó una risa borboteante en la oscuridad. El humo que expelió se entremezcló con la luz del televisor y le delineó los rasgos burlones con una bruma que desdibujó su expresión en una mueca inquietante.

—¿Directo a los libros, pedazo de nerd?

—Hice sopa. Está en la cocina —le dijo Logan.

Io traspuso rápido la pequeña sala de estar y se internó directo allí. Sabía que por «hacer sopa» Logan se refería a echar agua caliente en una cacerola, así que no se ilusionó demasiado, pero el aroma sintético a comida «de plástico» camuflaba un poco el olor a humo asentado en la sala. Fue como un bálsamo para sus fosas nasales y de paso le abrió el apetito; aunque sabía bien que el olor y el sabor de la comida de Logan eran dos cosas diferentes.

Destapó la vieja cacerola descolorida y se encontró un caldo aguado en el que flotaba una isla extraña de fideos pegoteados. La probó y sabía decente. Estaba más fría que tibia, pero no tenía energías de calentarla, así que se encaramó en la encimera para alcanzar un plato de la alacena y se sirvió dos cucharones.

No se percató de que alguien hubiera ido tras él hasta que una mano se asentó sobre el borde de la encimera y un largo brazo le bloqueó el camino como una barrera en cuanto se dio la vuelta para salir de la cocina.

Io sabía de sobra de quién se trataba así que ni siquiera se molestó en mirar. Retrocedió con un tumbo para rodearlo y pasar por detrás de él, pero aquel se le impidió asentando la otra mano sobre la superficie de la encimera justo detrás de él y atrapando a Io en el espacio entre sus brazos. Fue solo entonces que Io se atrevió a mirarlo. Lo hizo con toda la inquina que pudo imprimir a sus rasgos.

Jhonen le sonrió de aquella forma extraña. Se acercó tanto que Io pudo percibir más potente que nunca el olor a hierbas que lo impregnaba, como el olor a mierda a un animal de corral, y viró el rostro asqueado, tanto por la peste como por la cercanía de su cara desagradable.

Miró por encima del brazo de Jhonen buscando a Logan, y aquel celebró un gol junto a Pérez, saturando el salón de gritos.

—¿Qué pasa? No te voy a morder. —Después, de súbito, emitió un ladrido y lanzó un mordisco al aire que hizo que Io se echara hacia atrás por reflejo y se golpeara la cabeza con el filo de la alacena detrás.

Hizo un sonido sordo, ahogado por su cabello, pero le dolió lo mismo. Jhonen dejó salir una risa estúpida y, mientras se sobaba la parte posterior de la cabeza, Io lamentó que la sopa no estuviese lo suficientemente caliente como para lanzársela a la cara.

Jhonen levantó entonces el brazo para abrir el refrigerador junto a la puerta de la cocina e Io aprovechó para escabullirse debajo de él.

—Eh, Logan, ¿otra cerveza?

—Tráelas todas —contestó aquel desde el sofá.

Io se precipitó fuera de la cocina con la respiración agitada. La rabia le había puesto una sensación extraña entre los ojos; una tensión caliente que pujaba detrás de sus globos oculares y hacía sentir congestionada su nariz.

Pasó tan rápido a su cuarto que derramó algunas gotas de sopa en el suelo y cuando cerró la puerta del dormitorio, derramó un poco más contra la puerta al ponerle el seguro de manera atropellada.

Dejó el plato en la mesa de noche y se secó la mano mojada contra el pantalón antes de dejarse caer en la cama. De pronto ya no tenía el menor apetito. La sonrisa acartonada de Jhonen todavía palpitaba en su cabeza cada vez que cerraba los ojos. Siempre le sonreía, pero sus sonrisas nunca le parecían amigables; solo inquietantes. Aborrecía su presencia tan recurrente en su casa; lo aborrecía a él... pero jamás se lo diría a Logan.

Jhonen era el único amigo que conservaba Logan de la edad que Io tenía actualmente, aunque aquel era dos años mayor que su hermano. Un imbécil que había repetido curso dos veces y que acabó por dejar la escuela antes de repetir una tercera. Logan dejó la escuela poco después que eso. Io solía preguntarse si Jhonen le habría metido cosas en la cabeza y sido el causante de eso... mas no le cabía duda alguna de que era el causante de su posterior exposición al mundo del que ahora formaba parte, donde aquellos cigarrillos con olor a pasto eran los más inofensivos.

Giró sobre su cama para no ver el plato, con problemas para determinar si el malestar de su estómago se debía al apetito o a otra cosa; pues se sentía además agitado y de mal humor. Dejó que su mente divagara, a ver si con ello le daba sueño y conseguía dormirse lo más pronto posible; pero por más que intentó rememorar cualquier otra parte del resto de su día, sus pensamientos se afanaban en regresar a un solo recuerdo.

Al parque al final de la cuadra... y a ese muchacho odioso.

Repasó su charla y estuvo un largo rato cuestionándose si había sido prudente contarle todas esas cosas o si había hablado de más. Si habría quedado como un pobre niño patético ante él y si ahora solo era el objeto de su lástima...

Entonces, su mente le llevó al momento en que se habían despedido. Recordó el chocolate en su sudadera y se le antojó más que lo que quedaba de su sopa fría, así que lo buscó en su bolsillo. Al sacarlo se encontró con un papel amoldado en torno a las formas de la barra de dulce. Pensó que era basura, pero entonces distinguió algo escrito en una de las caras.

Io lo examinó de cerca y se quedó unos instantes perplejo al resolver qué era. Y fue allí que recordó las palabras de Cade al despedirse:

«Si alguna vez tienes problemas, llámame».

Era un número de teléfono.


• • •


La campana del receso siempre daba inicio a un revuelo caótico de adolescentes, donde un tumulto de alumnos enardecidos se arremolinaba en torno a la salida.

—Es ridículo, ni los de cuarto año tienen este nivel de salvajismo —se quejó Alex con voz jadeante tras recibir un codazo entre las costillas intentando abrirse paso entre la muchedumbre.

Cade apenas prestó atención a los golpes; iba inmerso en su móvil.

—Nate me escribió y dice no saldrá a receso. Se reunirá con su grupo para un trabajo de clases.

—¿Y no pueden hacer eso cada uno desde su casa, y luego cada cual envía su parte y la juntan? Ya sabes, como la gente normal.

Cade le arrojó un vistazo entre divertido y benevolente:

—Necesita buenas notas este año para poder aplicar a la universidad que quiere. Ahora que su padre no puede pagarla una beca es su única posibilidad.

Se sentaron juntos a la sombra que proyectaba el edificio del colegio sobre las escalerillas que bajaban hasta las canchas, donde se reunían ya los estudiantes vestidos con ropa de gimnasia a esperar la próxima clase de deportes. Alex abrió una bolsa de galletas y se echó dos a la boca antes de ofrecérselas:

—Deberíamos irnos de campamento los tres al lago. O mejor los cinco, en la camioneta de Jude, con él y Shawn —sugirió Alex.

Cade apenas lo escuchó. No había vuelto a tener noticias del pequeño problemático pelirrojo desde la semana pasada, cuando se habían despedido, y tampoco lo había visto por los alrededores el día anterior, cuando habían ido a casa de Nate. No había podido ir el pasado viernes a verlo, tal y como era su intención, pues había salido tarde del colegio por culpa de un proyecto.

No podía dejar de preguntarse si todo andaría bien con él. A ratos no podía evitar que la paranoia lo atacase y le hiciera pensar que quizás no había llegado a casa. Que algo podría haberle ocurrido en el camino y en ese caso, sería su culpa por entretenerle hasta tan tarde...

—... lo bueno es que tengo amigos que me escuchan y a los que les interesa mi charla —dijo Alex, elevando el tono de voz.

—¿Hm? —murmuró Cade, saliendo de su trance.

—Qué mierda eres, en serio... —se llevó a la boca una galleta.

Cade se rió y metió la mano en el paquete para robarle otra.

—Lo siento, ando un poco ido hoy.

—¿De verdad? No me había dado cuenta. Estaba ocupado contándote toda mi puta vida.

Cade sacudió la cabeza con una risa:

—Párale al drama. ¿Qué decías?

—De campamento —repitió Alex—. Los cinco, con Jude y Shawn. ¿Qué dices?

En lo que Alex esperaba atento, casi dando saltitos en su asiento como un niño, Cade lo consideró. Tomarse un respiro antes de que las clases se pusieran más intensas no sonaba nada mal.

—Hay que buscar una buena fecha. Sin proyectos o exámenes cerca.

—¡Sí! —Alex le dio un golpe contra el hombro con más fuerza de la pretendida y Cade se sobó con un siseo—. Lo siento, bro. ¡Hablaré con mis madres para que lo vayan pensando!

Cade torció una sonrisa amarga, hurtándole la mirada. Él no tenía necesidad de preguntárselo a sus padres; con toda certeza no estuvieran en casa para entonces. Y si lo estaban, dudaba mucho que les importara que él se ausentara por una noche o dos. Después de todo el tiempo que ellos pasaban lejos, no tenían mucho derecho a reclamarle.

Se percató de pronto de que Alex miraba por encima de su cabeza y que el ceño se le asentaba sobre los ojos, haciendo sombra sobre sus pestañas rubias.

—¿Qué pasa? —preguntó Cade.

—¿Ese no es el ladronzuelo pelirrojo de la otra vez? ¿Qué hace aquí?

Cade viró de golpe en la dirección señalada. Le sorprendió tanto o más que a Alex el avistar a Io a través de la verja que delimitaba el patio del colegio. Justo en ese momento sonó la campanada del término del receso. Cuando la mirada del muchacho interceptó la de Cade, este la desvió al suelo y metió las manos en los bolsillos para iniciar un paseo frente a la verja.

—Parece que esperara a alguien.

—Adelántate —dijo Cade al momento de levantarse.

—¿Qué, vas a ir a averiguarlo? Déjalo, Sherlock, o la señora Peter no te dejará entrar. —Alex se detuvo de golpe y lo indagó con detenimiento—. A menos...

—Te lo contaré todo después. Ve a clases y cúbreme un momento.

—¡Ah, pero claro! —ironizó Alex.

—Por favor, bro. ¡Y ni una palabra a Nate! ¡O le diré a Gwen tu última nota en inglés! A ver si Vicky te suelta para ir de campamento luego de eso.

No alcanzó a oír lo último que Alex le dijo, solo podía oírlo reclamar a la distancia en cuanto se alejó lo suficiente, y al momento de darse la vuelta sobre la marcha para dedicarle un saludo con su mano, Alex le mostró su dedo medio y se fue con la última campanada, de regreso al salón.

Cade llegó en una carrera junto a la verja y se detuvo frente al enrejado, en donde Io todavía aguardaba.

Antes de que pudiera decir una sola palabra, Io metió la mano por entre los barrotes, sujetando algo. Cade enmudeció al distinguir qué era. Se trataba de una paleta de helado sin abrir.

—¿Es para mí? —preguntó, divertido y enternecido.

—Si no la quieres, yo me la comeré.

Cade se apresuró a tomar el regalo de su mano y lo contemplo en la suya. Era la misma de chocolate de la última vez. Su primer instinto fue darle las gracias, pero la sospecha que vino inmediatamente después lo silenció, y en cambio indagó al pequeño pelirrojo con detenimiento.

—Espera... ¿dónde la conseguiste?

Io puso los ojos en blanco. La pregunta implícita había sido demasiado evidente y Cade se apenó de ello.

—No la robé; si eso piensas —dijo, molesto—. La compré con dinero. Solo te la estoy devolviendo por la del otro día.

—No tenías que devolvérmela.

—No me gusta estar en deuda con la gente.

Cade contuvo una sonrisa con la ironía. De manera que robar de las tiendas o bien escapaba a su filosofía o se ceñía a otra diferente. Pero se quedó satisfecho con eso. Dijera la verdad o no, de cualquier modo se había tomado la molestia de ir hasta allí solo para eso y aquello lo conmovió.

Se abstuvo de darle las gracias, a sabiendas de que con ello sólo conseguiría ponerlo a la defensiva, y determinó honrar la solemnidad de una deuda bien saldada. Io hizo el amago de marcharse cuando Cade lo detuvo:

—¡Aguarda!

Evaluó sus alrededores con cuidado para asegurarse de que no hubiese nadie cerca que pudiese verlo. El patio estaba vacío, salvo los alumnos que trotaban por la cancha para calentar antes de iniciar la clase. El maestro de gimnasia, su propio entrenador, el señor Wilson, no estaba por ningún lado.

—Espérame allí —le dijo a Io.

Se metió la paleta a la boca, sujetando el extremo de madera entre los dientes, y retrocedió un par de pasos para tomar impulso. Después, de un salto alcanzó la cima de la verja con las manos. Los barrotes vibraron con el impacto de su cuerpo y, antes de perder momentum, Cade se impulsó hacia arriba con la fuerza de los brazos y saltó por encima de la verja para caer del otro lado.

Al momento de aterrizar junto a Io y recuperar con la mano la paleta de su boca para respirar, el pequeño pelirrojo lo observaba con la mandíbula floja y los ojos muy abiertos.

Cade torció una sonrisa llena de petulancia y le dedicó un guiño. Después, con un gesto lo invitó a caminar con él.


• • •


Fueron juntos hasta la misma plazoleta en la que se habían sentado a conversar la última vez, y ocuparon asiento en la misma banca, a la sombra fresca de un árbol. Los de allí no eran nada como los enormes sauces que había en el enorme parque de Sauces Poniente, pero sus ramas proyectaban de igual manera una agradable sombra.

—¿No compraste nada para ti? —preguntó Cade al momento de abrir el envoltorio de helado y darle la primera mordida.

Io negó con la cabeza.

—Me gasté el dinero viniendo aquí. Solo me alcanzó para uno.

Cade se mordió los labios un momento. Después, le extendió el helado.

—No lo quiero —se negó Io.

—¿Es porque lo mordí? Le arrancaré ese pedazo, aguarda...

—¡No es por eso! No es como si tuvieras... sífilis, o algo.

Con un meneo de cabeza, Cade se rió. Nunca dejaban de tomarlo por sorpresa las ocurrencias del muchacho. Resignado, le dio otro mordisco, y los crujiente trozos de la cobertura de chocolate se le deshicieron en la boca.

—Lamento no haber podido ir el viernes. Salí tarde. Tenía un...

—Da igual.

Cade se silenció, mordiéndose los labios.

—Y... ¿cómo has estado?

—... Bien —dijo Io tras un lapso de duda, el cual Cade no pasó por alto.

—¿Te ha dado problemas tu hermano?

—No...

Notó que Io no traía consigo su mochila. No le fue difícil adivinar la razón.

—Prometiste que te portarías bien.

Io viró rápido y le devolvió una mirada fiera.

—Yo no te he prometido nada. De cualquier modo, ¿de qué demonios hablas?

—No fuiste a clases hoy, ¿verdad? Eso, o te escapaste temprano.

—Mira quien lo dice —contraatacó Io.

Cade se calló, sin cómo defenderse.

—Yo lo hice influenciado por ti. —Su intento pobre provocó que Io pusiera los ojos en blanco—. En todo caso, no es bueno que tú pierdas clases. Con mis notas, yo me lo puedo permitir.

—¿Ah sí, pendejo arrogante? Quizás yo también pueda permitírmelo. ¿Qué sabes tú de mis notas?

El insulto aunado al desafío en su tono no le restó razón al muchacho. Lo cierto era que Cade había asumido que un chiquillo problemático como él tendría pésimas notas en el colegio; sobre todo si faltaba con frecuencia a clases. Pero en realidad no había forma en que pudiera saber eso con certeza.

—Ese es un muy buen punto —concedió, divertido.

Io se quedó en silencio a partir de ahí, sumido en cavilaciones. Y al cabo de unos segundos, Cade le hundió la punta de la nariz respingona y pecosa en la crema de vainilla del helado.

—¡Ugh...! ¡Idiota! —se quejó Io, limpiándose con la manga.

—Le falta dulzura a tu vida. Compartamos —sugirió Cade.

El chiquillo miró la paleta en su mano unos instantes y luego a él. Después rodó los ojos y mordió uno de los laterales. Cade sonrió complacido y mordió el lado contrario.

Tras unos instantes de compartir la paleta, mordisco a mordisco, se percató de que Io le arrojaba miradas de soslayo en el amago de decir algo:

—Uh... ese salto... —empezó—. E-estuvo genial.

Cade lo observó perplejo. Era la primera vez que recibía una palabra amable de su parte y sintió la emoción de un chiquillo ante el reconocimiento de alguien mayor; aunque el caso fuera el contrario.

Sin que tuviera que ofrecérsela, Io atenazó su muñeca para acercar la paleta a su boca y darle una mordida:

—¿Cómo aprendiste a saltar así?

—Juego baloncesto como pívot. No soy tan alto como algunos de nuestros contrincantes, así que al menos debería poder dar un buen salto.

Io hubo de levantar la vista para verlo.

—¿De qué hablas? Eres un espárrago.

—Tú eres demasiado enano.

Cade le acarició el pelo e Io lo alejó como de costumbre:

—No molestes. ¿Juegas baloncesto hace mucho tiempo?

—Desde que tenía tu edad. O quizás un poco menor. —La atención con que Io lo miraba le dio el valor de continuar con su relato—. Entonces sí era muy pequeño. Y cuando al fin pegué el estirón lo primero que hice fue anotarme en el equipo. Fallé ese año en las pruebas, aunque no por mi estatura; la verdad no era bueno... Pero practiqué hasta volverme un poco mejor y al siguiente año me aceptaron.

Io permaneció en silencio en lo que asimilaba la historia y luego asintió y volvió la vista al suelo.

—¿Qué hay de ti? —preguntó Cade—. Apuesto que estás en el club de fútbol de tu escuela.

—No hay ningún club en mi escuela.

—¡¿Ninguno?!

—No es como tu colegio estirado, con siete putas canchas. Apuesto que tiene hasta piscina, ¿no? —Cade se calló. Así era—. El mío no tiene ni para permitirse una sola en forma. ¿Tú qué crees?

Cade se mordió los labios. La paleta empezaba a gotear chocolate en el suelo. No supo qué decir para no empeorarlo; pero el asunto le causó bastante lástima. ¿De manera que ir y sentarse a estudiar era toda la vida de esos chicos?

—¿Y cerca de donde vives? Ha de haber algo en algún lugar. Una academia, un grupo, o...

—¿Para qué? —lo cortó Io, y se retrepó hacia el respaldo del asiento, echando la cabeza hacia atrás—. No quiero ser un jugador famoso ni nada por el estilo. Solo me gusta jugar a veces.

—Estás desperdiciando tu talento.

—«Talento» —el chico bisbiseó y viró para mirarlo con un respingo y una sonrisa burlona—. En tu mundo de fantasía, quizá...

Cade optó por no inferir más en ello. Disgregó el tema en cuanto pudo:

—Como sea... pasado mañana es viernes de nuevo.

—¿Y eso qué?

—Aún quiero verte jugar un partido —le dijo Cade, ante su mirada suspicaz. Cade sorbió la paleta y le ofreció el restante, que Io rechazó con un meneo de cabeza—. Si quieres podemos ir por otra hamburguesa.

—No sé si el maestro nos deje solos. El director lo regañó la última vez. Pero... como quieras.

—Me escaparé más temprano e iré en el receso, ¿está bien?

—Haz lo que quieras.

—Allí estaré. Es una promesa.

—... Seguro.


• • •


El resto de la hora la conversación fluyó solo como se podía esperar tratándose de Io. Este respondía de forma breve a las preguntas más inofensivas, mientras que se portaba esquivo con aquellas que suponían excavar más profundo en su vida o sus pensamientos. Pero no hizo por marcharse ni una sola vez y eso era un progreso de las ocasiones anteriores.

Se enteró de que el padre de Io, al igual que el padre de Nathan, trabajaba en obras de construcción, aunque Io mencionó que con frecuencia tenía problemas en el trabajo y Cade adivinó en seguida que se debía a problemas con la bebida; luego de que el muchacho mencionara —sin darle casi importancia, lo cual era todavía más alarmante— que se dormía a menudo sobre la mesa o en el sofá, donde se quedaba bebiendo hasta tarde. Por otro lado, la sola mención de una madre continuaba evadiendo su conversación. Cade estaba cada vez más convencido de que no había una.

En cuanto el chico comenzó a cansarse de las preguntas, Cade cambió de táctica y le habló un poco de su propia familia.

—Capitán de marina... —masculló Io, luego de que Cade le contara sobre el trabajo de su propio padre. Su voz dejó oír cierta ilusión—. En un barco en altamar... Debe ser un trabajo increíble.

—Supongo que para él lo es. —Para Cade, en cambio, solo era la causa de que su padre se ausentara hasta durante seis meses de casa cada vez.

Io lo miró de soslayo, pero no infirió en su hincapié. Pareció quedarse pensando en algo y Cade le concedió el tiempo que necesitase para decidir si al final se lo diría.

—El otro día dijiste... que tu padre te golpeó una sola vez. ¿Por qué fue?

Cade dudaba que hubiera algo con respecto a su propia vida que le resultase doloroso relatar —la ausencia de sus padres era algo que ya tenía bastante asumido—, por lo que lo tomó desprevenido la recaída en su ánimo que suscitó el recuerdo.

—No tienes que decírmelo si no quieres —le dijo Io.

Y Cade se sorprendió todavía más de ello. Desde que conocía al muchacho, había aprendido a permanecer alerta a los sutiles cambios en su actitud para saber cuándo detenerse o retroceder, y empezaba a volverse mejor a la hora de notarlos, pero no se había esperado que Io fuese lo bastante perceptivo como para saber lo que pasaba en ese momento por su cabeza, sin parecer siquiera que se lo hubiese propuesto.

Pero apreció su atención al detalle, y pensó que le debía esa respuesta.

—Papá... tiene muchas medallas —comenzó—. Una vez, cuando yo era pequeño, mi mamá dejó su uniforme limpio sobre la cama y... por algún motivo estúpido, decidí que le faltaba una medalla al... «Mejor Papá». —Su rostro sufrió una contracción refleja—. Así que... se la dibujé usando mis marcadores de colores. Claro... él no apreció mucho el gesto. —Cade se calló un momento, intentando decidir si era necesaria la última parte. Y se dio cuenta de que lo era, pues era la primera vez que se lo contaba a alguien—. Me dio con su cinturón hasta dejarme marcas.

—Pero qué imbécil —la respuesta de Io fue casi un exabrupto.

—No era un niño muy listo, —Cade se rió con tristeza.

—No. Me refiero a tu papá.

Cade enmudeció y lo observó con los ojos muy abiertos.

Io exhaló un suave aliento. Se apoyó con las manos a los costados de su cuerpo y tensó los brazos, hundiendo la cabeza entre los hombros:

—Jamás se me ocurriría hacer nada así por mi papá o mi hermano. Ellos me dan igual. Cuando mi papá me castiga es por hacer algo malo, o por no hacer nada en absoluto. El tuyo... te castigó porque intentabas hacer algo lindo por él.

Tras decir eso se quedó callado. Pero Cade también. Había más evidencia en esa reflexión de las que era probable que el chico hubiese pretendido.

Sufrió en ese instante una especie de deja vu. De pronto le pareció haber vuelto en el tiempo, a una banca bajo un árbol durante una tarde de otoño... y se asustó con las similitudes. No las había visto hasta ese momento, pero sintió un escalofrío al percatarse. Y muchas cosas tuvieron sentido. Tragó saliva con dificultad y procuró sacudirse el recuerdo del rostro que asomó a sus recuerdos.

No obstante, el rostro a su lado no era lloroso como el que recordaba. Por el contrario, el rostro moreno y pecoso en esta ocasión estaba lleno de ese orgullo característico; de esa fortaleza que incluso él desconocía que se pudiera tener en circunstancias como las suyas.

Aún así, el miedo no se esfumó. Temió por el muchachito... y temió por sí mismo.

—Io... —musitó Cade. No estaba seguro de que quisiera oír la respuesta, pero lo necesitaba. Debía saber a qué atenerse.

—¿Hm?

—¿Tu papá... te castiga a menudo?

El cambio en la disposición del muchacho fue inmediato:

—No cambies el tema —espetó—. Estábamos hablando de ti.

Cade apretó los labios con frustración. Era obvio que no tendría esa respuesta el día de hoy. Y pensó que quizá era lo mejor. Al menos por ahora, en lo que se reconciliaba con su propio descubrimiento.

—No hay mucho más que contar. Supongo que...

Interrumpió su charla la notificación de un mensaje en su móvil. Cade lo sacó de su bolsillo y revisó la pantalla. Era de Alex.

—Ah, mierda... Alex se está cagando en todo mi linaje.

—No me extraña. Lo botaste y te fuiste.

—Está más enojado de tener que cargar con mi mochila hasta la salida. Es un haragán de mierda.

Io tiró el palillo de la paleta al piso, pero una vez más, Cade lo recogió y se lo guardó en el bolsillo, al tiempo que se levantaba.

—Ven conmigo.

—¿Para qué?

—Quiero que conozcas a Alex —le indicó Cade, empezando a caminar.

—¡Espera...! —jadeó Io, clavándose en su sitio—. ¡No! ¡No quiero!

—¡Vamos, es un buen chico! Lo prometo. Puede que incluso te caiga mejor que yo.

Io bufó:

—Tú tendrías que caerme bien para empezar.

—Entonces es posible que él sí te caiga bien.

El muchacho exhaló un respiro ruidoso. Mas, ante la insistencia de la mirada suplicante de Cade, lo siguió a regañadientes.

A la salida del colegio, Alex los esperaba con la espalda apoyada contra el portal y cara de pocos amigos. Tenía la mochila de Cade colgando de la mano, como si sostuviera un animal muerto, y la suya propia al hombro. Bajo el mismo brazo tenía una patineta.

Le arrojó a Cade la mochila a la cara apenas tenerlo en frente y este la atrapó en el aire.

—Me debes una grande —declaró.

—¿Qué le dijiste a la señora Peter?

—Que te dio diarrea explosiva durante el receso, que te embarraste los pantalones y que probablemente no llegarías a clases.

—¿Y se lo tragó?

—Eres su lameculos favorito, así que sí. ¿A dónde diablos te fuiste?

—No tenía ganas de tomar la última clase.

—Ah, ¿así que eres un rebelde ahora? Bueno, la próxima vez que quieras jugar al chico malo, sería lindo de tu parte dejarme una buena coartada para no hacer el ridículo inventando excusas para ti.

Cade llegó junto a él y le revolvió el pelo rubio con afecto. Fue solo allí que Alex reparó en Io. Aquel le hurtó la mirada por dos segundos antes de devolvérsela otra vez, retador.

—¿Y a quién tenemos por aquí? —Alex se agachó un poco para quedar a su altura y verlo a los ojos, cambiando su expresión por una más amigable—. ¡Lo sabía! eres el pequeño cleptómano. No olvidaría ese cabello rojo. —Se lo revolvió igual que antes hiciera Cade con él—. ¿Fuiste el instigador?

Io se apartó enojado, lanzando un manotazo al aire que Alex esquivó, y este levantó las manos en alto en son de paz con una sonrisa divertida:

—¡Está bien! no te enfades. Sólo bromeo.

Cade le puso una mano a Io detrás de los hombros:

—Dejó atrás sus días de criminal juvenil. Prometió portarse bien, ¿verdad?

El aludido le clavó una mirada de tedio.

—No te he prometido una mierda.

En ese momento se les unió Nathan. Traía su bolsa deportiva negra al hombro y su uniforme de jujutsu bajo la chaqueta abierta. Su expresión hostil al detenerse junto a ellos y reconocer al muchachito fue poco discreta. Io le devolvió un gesto igual de desafiante. Lucía diminuto ante la imponente estatura de Nathan, pero no parecía intimidado por él en lo más mínimo.

Cade juró ver chispas saltar entre ellos. Dio un apresurado paso al frente para intervenir antes de que a Io se le ocurriera soltarle alguna grosería a Nathan; quien desde luego no se tomaría sus insolencias de la misma forma que Alex o él.

—Muchachos, ya que estamos todos... este es Io.

Alex se acercó de manera amistosa, la cual contrastaba de modo drástico con la actitud hosca y recelosa de Nathan, y se inclinó de nuevo hacia él.

—¡Hola, Io!, yo soy el tío Alex —se presentó, como si le hablara a un niño pequeño, lo cual pareció irritarlo el doble—. Y «Don Sonrisas» aquí es Nate. No le tengas miedo; no muerde si no te le acercas mucho. —Nathan no hizo el menor intento por saludar, o siquiera disimular su disgusto—. Así que, ¿eres el nuevo amigo mala influencia de Cade?

—No soy su amigo; no tengo nada que ver con este sujeto —replicó Io.

Alex rompió a reír, divertido. Cade suspiró, rodando los ojos.

Nathan permaneció serio. Cade podía sentir su dura mirada taladrándole la sien y podía recibir casi de manera telepática todas aquellas cosas que se estaba guardando de decirle, por lo que le devolvió una mirada suplicante, pidiendo clemencia. Nate solo endureció los ojos y meneó la cabeza.

—¿Nos vamos? —propuso Alex entonces, rompiendo la tensión en el aire.

Sin esperar respuesta, echó una corta carrera, a mitad de la cual dejó caer al piso su patineta para subirse a ella de un salto:

—¡Vamos al parque de patinaje! Quiero practicar un salto que vi en un «reel».

Cade y Nathan lo siguieron a pie.

Io se quedó atrás junto al portal. No pasó mucho tiempo antes de que Cade se diera la vuelta al percatarse de que no estaba caminando con ellos y le encontrara rezagado a sus espaldas, inmóvil.

Entonces, le hizo una seña para invitarlo a caminar:

—Vamos, Io.

—¡Qué esperas, Io! —le gritó Alex, desde la distancia.

Aquel se tambaleó en su sitio por un instante antes de caminar. Y cuando los alcanzó, se situó del lado contrario de Cade para mantenerse alejado de Nathan.


• • •


Observar interactuar a los amigos de Cade era muy diferente de ver a Logan tratar con los sujetos cercanos a él, incluso a quienes él mismo consideraba «amigos».

Entre los primeros se hacían bromas y se llamaban por sobrenombres, pero siempre en un ademán juguetón e inofensivo. Y también trataban a Io de un modo muy distinto al que estaba habituado viniendo de la gente que Logan acostumbraba a meter en casa.

Pese que sospechaba que su presencia no le era para nada grata a Nathan, este al menos no se portó desagradable con él. Y si bien tenía un modo intimidante de mirar, tampoco lo hacía del mismo modo que Jhonen. En los ojos de Nathan sólo había indiferencia, e Io lo prefería de ese modo. Alex era mucho más amistoso. Pero aun así, tampoco del modo en que los amigos de Logan pretendían serlo con él para agradar a su hermano mayor. Sus bromas se sentían genuinas, e Io se encontró tolerándolas con mejor humor del que se hubiese esperado de sí mismo.

Cade era el mismo de siempre. Io había llegado a preguntarse si solo fingía ser amable cuando estaba con él y era de un modo diferente con sus amigos, pero se sorprendió de comprobar que se portaba con ellos del mismo modo en que era con él. No obstante, aunque era el mediador entre sus dos amigos, que eran dos polos opuestos, no parecía ser el cabecilla de su propio grupo. Quien ostentaba ese título parecía ser Nathan. Como Logan... Pero Logan era un cuento diferente. Sus amigos lo seguían porque le temían. Eran como una manada de lobos donde existía un alfa con poder absoluto. Si aquello no se respetaba, las cosas podrían acabar zanjándose entre colmillos.

Io se mantuvo todo el tiempo al lado de Cade. Y pese a que no tomó parte de la conversación de ellos en ningún momento, no se sintió ajeno o marginado como solía sentirse en el grupo de su hermano. Cade no se lo permitió, pues pese a que sus amigos acaparaban una buena parte de su atención, se detenía cada tanto a compartir con él una mirada cómplice, ofrecer una breve explicación sobre alguna broma interna, o hacerle alguna pregunta respecto al tema que les ocupaba, cuya respuesta tanto Alex como Nathan escuchaban con toda la atención del mundo.

Cuando llegaron al parque de patinaje, Alex no perdió tiempo y le lanzó su propia mochila a Cade:

—Me cobro el favor —le dijo antes de dejar caer la patineta al piso y saltar sobre ella otra vez para empezar a deslizarse con ligereza por el campo pavimentado. Otros muchachos mayores o menores iban de aquí para allá por el parque; algunos en patineta, otros en patines, otros más en bicicletas.

Nathan volteó para ver a Cade:

—¿Favor?

Cade le arrojó a Io una mirada discreta y torció una sonrisa mal fingida, apresurándose a responder.

—No sé de qué habla.

—Favores de naturaleza sexual, Nate —les dijo Alex al pasar junto a ellos en su patineta—. No lo entenderías.

Cade lo corroboró con un gesto trágico de labios cerrados en una línea:

—Lamento que tengas que enterarse así, hermano.

Nathan pareció asqueado e hizo un respingo.

—Los dos son asquerosos —masculló y se adelantó a paso rápido.

Io no comprendió la broma; ni siquiera le pareció que fuera graciosa, pero el asunto parecía divertir bastante a Alex y a Cade.

El parque de patinaje ocupaba todo un bloque del barrio. Estaba dotado de numerosos obstáculos de patinaje entre los que cabían rampas de distintas formas y tamaños, pirámides, y dos piscinas de concreto de distinta dimensión; las cuales ocupaban todo el centro del recinto. Estaba construido por debajo del nivel de la calle y se tenía acceso a él desde la acera por una amplia serie de escaleras, una en cada uno de los cuatro laterales que delimitaban las áreas del lugar, en una de las cuales se instalaron para conversar en lo que observaban a Alex practicar y hacer acrobacias.

Algunos patinadores más osados se lanzaban desde la cima de los escalones y pasaban por su lado volando para aterrizar al final con resultados variados, mientras que otros se deslizaban por los barandales.

Cade y él se sentaron a las escaleras, pero Nathan se quedó de pie junto a la baranda, unos escalones más arriba. Io se fijó entonces que su localización no era accidental; protegía con su propio cuerpo el sitio donde ellos se hallaban. Por su parte, Cade había elegido el costado que daba hacia los escalones, de manera que ambos formaban una barrera alrededor de Io y le resguardaban de la posible caída de algún patinador descuidado.

No lo habían decidido así; parecía meramente instintivo.

Sin Alex cerca, la conversación disminuyó de ritmo, limitándose a intercambios mucho más breves entre los dos mayores.

—¿Cómo le va a tu padre con el nuevo trabajo? —preguntó Cade—. ¿Dónde es?

—En el terreno baldío que había cercano al puente, al inicio de Sauces Poniente, donde demolieron el viejo supermercado. Papá ya firmó contrato y consiguió a los jornaleros faltantes; así que todo va bien —le contó Nathan.

Io levantó la cabeza al oír aquello. Su propio padre había sido contratado para el mismo proyecto apenas el pasado fin de semana. Se lo había dicho apenas llegar a casa por la tarde el domingo. ¿De manera que el jefe de esa obra era el padre de Nathan? Lamento haberle contado a Cade en qué trabajaba su padre en cuanto percibió su mirada sobre sí y vio en sus labios el amago de hablar; probablemente para inferir en ello.

En ese momento, el sonido ruidoso de un automóvil que pasó por la calle justo encima de ellos a toda velocidad, acompañado de un coro escandaloso de risas y gritos, cortó la charla y los tres se encogieron por acto reflejo.

—Esos imbéciles se van a matar —masculló Nathan—. ¿Qué están haciendo aquí?

—¿Los conoces? Nunca los había visto.

—Los escucho todo el tiempo en Sauces Poniente. Tienen carreras clandestinas por las noches y no dejan dormir a nadie.

—¿No se puede poner una queja?

—A nadie le importa.

Io apretó los labios. Algunos de los amigos de Logan competían en esas dichosas carreras. Su hermano no, pero apostaba en ellas. Con ello ganaba dinero a veces... o lo perdía.

Por otro lado, agradeció la interrupción. Lo último que quería era ser asociado a su propio padre. Su holgazán, borracho y conflictivo padre... En especial por el papá de Nathan; cuyo carácter Io adivinaba que sería igual o peor que el su hijo.

—¡Oigan, chicas! ¡Miren esto!

El grito de Alex llamó la atención de los tres. Aquel se hallaba en la cima de una enorme estructura en forma de «u». Io sintió vértigo de solo ver al muchacho tambaleándose en el borde sobre su patineta, la mitad de la cual estaba segura en la parte llana de la estructura, mientras que la otra colgaba sobre el aire, apuntando hacia el vacío.

En ese momento, aquel cambió el peso de su cuerpo hacia la mitad de la tabla que pendía en el bode de la cima y se deslizó hacia abajo con un traqueteo ensordecedor y desesperante de ruedas sobre madera. Io pestañeó, pensando que se daría una golpiza abajo, pero Alex mantuvo un perfecto equilibrio, y la fuerza de la bajada le sirvió de impulso para que la patineta afrontara la contigua subida hasta el otro extremo de la estructura, donde Alex la hizo girar dos veces en el aire antes de aterrizar nuevamente sobre ella y lanzarse de nuevo abajo y de regreso al sitio desde el que había iniciado, dando por exitosa su acrobacia. Aquel celebró su hazaña en la cima.

—¡Sí, ya sé lo que están pensando! ¡¿Cómo puedo volar así con lo que pesan mis huevos?! Apuesto que ninguno de los dos puede. ¿Nate?

Aquel dejó la bolsa junto a la baranda, aceptando el desafío, y subió a la estructura junto a Alex. Cade pasó a ocupar el mismo lugar que él y se inclinó hacia Io para hablarle cerca del oído, por encima del sonido de la patineta cuando Alex se deslizó de regreso abajo.

—Ese obstáculo se llama medio-tubo —le dijo, señalándole la estructura sobre la que sus amigos se retaban.

Los dos prestaron atención en cuanto Nate Alex tomó la patineta de Alex y escaló a la cima para lanzarse. Mantuvo bien el equilibrio al principio, pero cuando llegó al otro lado, no pudo completar el giro de Alex y tuvo que aterrizar allí sin poder volver sobre su trayectoria.

—¿Te acobardaste? Está bien, no todos nacen para esto, bro —le gritó el susodicho desde el otro lado con burla.

Sin decir nada, Nathan se lanzó de nuevo y llegó junto a Alex. Una vez allí cogió la patineta del piso e hizo el afán de darle con ella en la cabeza, a lo que este se agachó con dramatismo. En su evasión estuvo a punto de perder el equilibrio en la cima del medio-tubo, cuando Nathan lo sostuvo por la muñeca y lo devolvió a la seguridad.

—¡Agresión pública! ¡Daño y perjuicio! —gritó Alex, y luego se dirigió a ellos—. Ven, Cade, inténtalo. Shawn no está, así que con suerte no acabes en YouTube otra vez.

—¿Sabes patinar también? —le preguntó Io.

Cade se encogió de hombros, torciendo las comisuras hacia abajo.

—La última vez que lo intenté, otro de nuestros amigos me grabó. Me hice viral en internet. No en el buen sentido.

—¡Vamos! ¡Sube! —le dijo Alex.

Io lo observó atento, en espera de una negativa, y sintió un retortijón en el estómago cuando, tras meditarlo un momento, Cade se levantó, dejando su mochila junto a la de Nathan.

—Te vas a desnucar —le dijo en una advertencia mordaz, pero sin evitar que su voz sonara apremiante, y Cade volteó a verlo por sobre el hombro, fingiendo ofenderse.

Escaló rápido el obstáculo y llegó junto a sus amigos para recibir la tabla en lo que Nathan bajaba para ir a situarse de nuevo junto a sus pertenencias, junto a la baranda. Io se encogió en su sitio, incómodo con la idea de quedarse solo con él, aunque Nathan todavía parecía empecinado en ignorarlo.

Cade se instaló en el borde de la cima al igual que sus dos amigos con anterioridad. Io esperó con el estómago constreñido y viró el rostro para evitar la visión en cuanto aquel se lanzó al precipicio; aunque sus ojos fueron más curiosos y lo siguieron por todo el trayecto. Tomó la bajada con buen equilibrio, pero no alcanzó a llegar al otro lado, y se tambaleó justo a mitad de la subida, perdiendo el balance sobre la patineta, lo cual le obligó a bajarse de ella de un salto hacia atrás. La patineta se deslizó sola abajo y Cade trastabilló, cayéndose de espaldas y resbalando hasta abajo, hasta el punto más bajo de la «u». Io apretó los dientes en cuanto su cuerpo golpeó la madera.

La silueta de Nathan se volvió borrosa al pasar junto a Io y llegar frente a Cade para comprobar su estado.

—Mejor voy a apegarme al baloncesto —le dijo Cade entre risas al momento en que su amigo llegó con él.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Nathan, haciendo caso omiso de su broma, a lo que Cade asintió y tomó la mano que este le extendió.

Nathan lo levantó del suelo con una sorprendente facilidad.

Io comenzó a pensar que aunque Nathan pareciera un sujeto frío y de mal carácter, cuidaba de sus amigos de la misma forma en que Cade lo hacía con él. De pronto empezaba a entenderlo... Así funcionaba un grupo de amigos de verdad, en donde existía afecto real y preocupación genuina. Se cuidaban entre sí. Procuraban el bienestar del otro. Nada como lo que Io había conocido hasta ahora. Y pese a su posición como cabecilla, Nathan, a diferencia de Logan, no era ninguna clase de mandamás o dictador, sino más un líder quien protegía a su grupo, en el cual todos tenían una opinión y un lugar propio.


• • •


Pasar la tarde con Cade y sus amigos le resultó más agradable de lo que hubiese esperado. Incluso se encontró a punto de sonreír en más de una ocasión, cuando alguna ocurrencia de Alex y Cade los ponía a ambos a reír a carcajadas e incluso conseguía torcerle las comisuras al serio Nathan.

Y después de casi dos horas en el parque, luego de que Alex llegara junto a ellos presa de un insistente acceso de tos que cortó de inmediato la charla de sus dos amigos y provocó que volcasen en él toda su atención, se determinó que se hacía tarde y que era mejor marcharse ya.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó Cade a Alex por el camino, y este se aclaró la garganta y asintió.

—¿Y tu maldito «aparato» en dónde está? —inquirió Nathan. Todo el buen humor de la tarde parecía haberse esfumado de sus rasgos.

—Lo olvidé en casa.

—Típico —se quejó Cade—. Se lo diré a Gwen.

—Por supuesto que lo harás —se lamentó el muchacho rubio.

Io no comprendió a qué se referían, ni el porqué del súbito cambio en el ambiente, pero no hizo preguntas. Sintió que no era su lugar inmiscuirse.

Salieron del parque por el lado contrario al cual habían ingresado. Io miró por sobre su hombro. No sabía a donde se dirigían ahora, pero cada vez se alejaban más del puente a Sauces Poniente.

Recién habían llegado a la cima de las escaleras, hasta la acera y cruzado la calle cuando el sonido de un bocinazo a sus espaldas les hizo virar a los cuatro en la misma dirección. Io distinguió al interior de una camioneta roja que se estacionó en la calle, en el espacio entre una larga hilera de vehículos, a un muchacho algo mayor que ellos. Lo primero que notó fue su cabeza casi rapada casi al ras, dejando apenas una sombra de cabello negro muy rizado, pegado al cuero cabelludo. Llevaba lentes oscuros.

—Que tal, señoritas —los saludó aquel desde la ventanilla abierta.

—¡Hey, Jude! —lo saludó Cade con una sonrisa.

Io no caminó con ellos cuando estos se acercaron al vehículo estacionado. El muchacho salió de la cabina, y encendió un cigarrillo al tiempo que se apoyaba sobre el capó.

—¿Qué hacen por aquí? ¿No deberían los pequeños estar en casa?

—Matando la tarde —respondió Cade—. Pero ya nos vamos.

Alex se inclinó hacia la ventanilla para mirar dentro de la camioneta.

—¿Y mi amigo, compadre y colega, el buen Shawn?

—Pegado a la computadora, como siempre. Tiene un juego nuevo.

Jude pasó la mirada de uno en uno y se detuvo en Io, quien se la sostuvo como acostumbraba a hacer con todos.

—¡Ah, Jude! él es Io —le dijo Alex—. Vecino de Nate.

Ambos aludidos arrojaron un vistazo de soslayo a Alex, pero ninguno lo contradijo. Era más fácil de explicar de ese modo.

—Qué tal —le saludó el mayor con un movimiento de cejas.

Parecía igual de serio que Nathan; pero no lucía hostil en lo absoluto. Ni siquiera se fijó en él demasiado tiempo, e Io pudo relajarse.

—¿Qué haces tú por aquí? —preguntó Cade.

—Vine a comprar un repuesto para el jeep. ¿A dónde van? ¿Los acerco a algún lado?

—Íbamos a la parada de autobuses para dejar a Alex.

—¿Solo a Alex? ¿Tú no te vas con él? —preguntó Jude a Cade.

—Me iré con Nate para dejar a Io en su casa.

—¿Y por qué no lo deja él?

—Tengo prácticas de jujutsu en una hora.

Io se relajó. La excusa sonaba perfectamente razonable. No obstante, no pasó por alto las palabras de Nathan y se fijó entonces en el uniforme bajo su ropa. Parecía alguna clase de vestuario de artes marciales y aquello solo lo volvió más intimidante a sus ojos. Por otro lado, se sorprendió de sentirse desanimado ante el prospecto de volver a casa. Aunque jamás lo admitiría, no le había desagradado pasar la tarde con Cade y Alex.

—Si me esperan hasta que compre lo que necesito, los puedo llevar a todos.

Jude puso la alarma de su automóvil y echó a andar, seguido de los chicos, en lo que platicaban. El grupo había aumentado a cinco y se mantuvieron inmersos en una breve conversación en lo que cruzaban la calle hacia una hilera de tiendas pequeñas, en una de las cuales, Jude se metió para comprar.

Io se detuvo de pronto sobre la marcha al caer en cuenta de que, si accedía a irse con ellos, tendría que indicarles donde exactamente quedaba su casa, y con toda certeza insistirían en dejarle en la puerta. Y nunca sabía con certeza a qué hora llegaría Logan, si es que no estaba ya allí.

Y si este le viera bajar del automóvil de un grupo de desconocidos... o peor, si viera que estaba con Cade... sin duda habría serios problemas.

De modo que resolvió aprovechar que Jude estaba ocupado y los amigos de Cade estaban distraídos mirando un equipo de música en la vitrina de la tienda contigua, para despedirse rápido y separarse de ellos, ahora que aún podía:

—Yo tengo que ir a casa ahora mismo —dijo en voz baja a Cade, de manera que sólo él lo escuchara.

Hizo el afán de empezar a caminar antes de darle tiempo a reaccionar y detenerlo, pero no tuvo tiempo de hacerlo, pues la mano de Cade se instaló en su hombro sin permitirle irse.

—¡Espera! Jude nos llevará. Sólo serán unos minutos.

Io volteó a verlo sobre el hombro, y le dirigió una mirada de ojos entornados, invitándolo a recordar por qué aquello no era una buena idea. Y por si eso no fuera suficiente, le dio una pista:

—Logan... —articuló—. Estará hoy en casa.

—Te dejaremos donde siempre.

—No. Tus amigos harán preguntas. En especial...

Cade cerró los labios y llevó la vista a Nathan. Después bajó la mirada, abatido al comprenderlo.

—¿Tienes dinero para irte?

Io se detuvo y soltó un resuello. Era cierto. Se lo había gastado todo...

—Caminaré —decidió—. No exageres, todavía no es muy tarde. Llegaré antes de que se ponga el sol.

Cade abrió el bolsillo externo de su mochila, donde tenía suficiente en monedas para un viaje en autobús, y se las metió en el bolsillo sin esperar confirmación de su parte.

—No camines. Toma el autobús. —Solo tras aquello fue que lo soltó y le permitió marchar. Antes de eso, le revolvió el cabello pelirrojo sobre la cabeza, e Io le propinó un codazo con poca fuerza y se movió para librarse, como de costumbre—. Adiós, Gruñón. Cuidado al cruzar el parque; podrías chocarte con alguien. Mejor rodéalo, ¿bien?

—Sí, sí; cállate... —respondió Io, a lo que Cade meneó la cabeza con una sonrisa.

El muchacho salió corriendo por donde habían venido, en dirección al parque, en cuanto Alex y Nate se despegaron de la vitrina de la tienda.

Alex lo vio alejarse cuando ya estaba a punto de cruzar la calle.

—¡¿Ya se va?! Pero, ¿no va a ir con nosotros?

—No quiso —suspiró Cade, siguiendo al muchacho con la mirada cuando este se metió por entre dos automóviles estacionados junto a la acera.

La parada del autobús no quedaba a más de veinte minutos de allí, así que Cade supuso que iba a estar bien.

Pero entonces, le arrancó de sus pensamientos el grave ronquido del motor de un automóvil acelerando a toda potencia, el cual casi hizo vibrar la calle. El sonido le resultó familiar; era el mismo de horas antes, en el parque de patinaje.

Llevado por un mal presentimiento, Cade buscó el origen con la mirada y vio aparecer a toda velocidad, detrás de los edificios del final de la cuadra en la que se hallaban, un automóvil con un escandaloso alerón encima de la cajuela, pintado en colores brillantes y repleto de stickers.

Cade sintió que se le helaba la sangre en las venas en cuanto el automóvil encendió los intermitentes que le indicaron que estaba a punto de virar y torcer por la vía por la que Io estaba punto de cruzar, entre la calle en la que se hallaban y el parque de patinaje.

El muchacho levantó al vista, alertado por el sonido, pero no se detuvo, y Cade supo que era imposible que hubiese visto los intermitentes y supiera que el automóvil iba justo en su dirección.

Sus pies se movieron por reflejo.

El automóvil dio entonces el temido viraje y aceleró apenas enderezar para lanzarse a toda velocidad por la autopista recta.

Io se bajó en ese preciso instante de la acera y se lanzó hacia la vía.

Debido a los automóviles aparcados en la acera y con la prisa que llevaba era imposible que advirtiese el peligro. Y con la velocidad que llevaba el vehículo, más dudaba Cade que fuera capaz de detenerse al verlo.

—¡Io...! —se atoró con esa única sílaba, obra del jadeo que huyó de su garganta.

Su mochila, todavía abierta, se precipitó al piso desde sus dedos flojos, haciendo que todo el contenido del cierre exterior se vertiese en el suelo.

Sus pasos temblorosos se convirtieron entonces en la carrera más desenfrenada de su vida, y en su cabeza solo pudo rogar por un milagro.



Luego de mucho tiempo, al fin regreso con actualización!! muchos de ustedes ya saben el motivo de mi demora, suplico paciencia :'V ♥ 

Espero no demorarme tanto en la próxima actualización de esta historia! en especial... considerando cómo acaba este capítulo (nome odien).

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