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2. Hermanos

A medida que transcurrían los días, las clases empezaron a tornarse más ajetreadas, y los estudiantes se vieron de pronto organizando los grupos para sus primeros proyectos, intentando asir el hilo de sus materias.

Para el final de la semana, Nathan continuaba del mismo humor taciturno; mientras que el de Alex se hallaba negro por tener que levantarse temprano su primer fin de semana. Por otro lado, Cade no podía estar más feliz. Su madre regresó el viernes por la noche de su viaje, y la mañana del sábado, cuando se levantó para cumplir con lo prometido y reunirse con sus amigos, se encontró con ella en pie, horneando panecillos y con panqueques y chocolate caliente servidos en la mesa.

Mientras él desayunaba, su madre lo entretuvo contándole sobre su nuevo proyecto en lo que engrasaba bandejas y las rellenaba con mezcla, para luego transportarlas al horno eléctrico.

—Hace mucho que no lidiaba con un cliente tan complicado. Cada vez que solucionábamos un problema con los materiales; a cada cual más caro y difícil de conseguir, se obsesionaba con cambiar o añadir algo. Ahora que los planos están terminados, al fin podré descansar de él.

Cade cortó un bocado de su comida y lo masticó. Hizo un sonido de gusto en cuanto la miel y la mantequilla se deshicieron en su lengua.

El tiempo que estaba en casa, a su madre le gustaba hornear. Cade creía que si hubiese estudiado para convertirse en chef le hubiese ido igual de bien que de arquitecta —y de ese modo no tendría que ausentarse tanto—; pero en el fondo sabía que la verdadera pasión de su madre era la proyección de edificios, así que se reservaba esa opinión.

—Te extrañé —le dijo Cade al acabar de comer.

Elia se inclinó, rodeándole los hombros, y le besó la frente con dulzura. Sus rizos rubios le hicieron cosquillas en el rostro, y Cade se abandonó a sus brazos como si fuera un niño otra vez.

—Lamento haberte dejado solo de nuevo... Ya no tendré que hacer más viajes hasta que esté todo listo para empezar con la construcción. ¡Podré estar aquí contigo hasta el final del mes!

Cade procuró sonreír, aunque no pudo hacerlo con la sinceridad que hubiese querido. Sabía con cuánta facilidad aquello podía cambiar, de manera que prefería concentrarse en el presente.

Al apartarse de él, su madre pellizcó un mechón de su cabello e hizo un gesto desaprobatorio.

—Te ha crecido mucho el pelo. Vas a cortártelo pronto, ¿verdad?

Cade se hizo con otro mechón y tiró de él para medírselo. Le llegaba ya por debajo de la barbilla.

—No creo que me lo corte. En todo caso, lo hubiera hecho durante el verano, cuando hacía calor.

Su madre lo contempló con el reproche evidente en sus delgados labios.

—Ya sabes que tu padre prefiere que lo lleves corto.

—Solo que es mi cabeza; no la de mi padre, y que no vendrá hasta las navidades —contestó él, sin poder diluir el resquemor en su tono.

—No seas así —lo regañó Elia con poca severidad.

La autoridad y la disciplina nunca habían sido el fuerte de su madre. No lo necesitaba; su padre lo compensaba con creces; aún a la distancia.

—De todas formas, échatelo hacia atrás o te lo vas a comer.

Cade obedeció, acomodándoselo lejos del rostro.

Tenía en común con su padre el mismo cabello caoba oscuro; aunque también compartían un rostro idéntico; con treinta años de diferencia. Todo lo demás; los ojos azul aciano, la piel clara y rozagante, propensa a enrojecerse, y la sonrisa amplia y larga, los había heredado de su madre. Asimismo había heredado también el temperamento de ella.

Mientras que en cuánto a carácter, él y su padre no podían ser más distintos.

John Caden Bowen, quien gracias a su trabajo era un adepto de la prolijidad, desaprobaba muchas cosas acerca de su hijo, y no era sutil en su opinión al respecto. Una de ellas era su empecinamiento con llevar el pelo largo desde que tenía catorce. Cade se limitaba a escuchar sus reproches durante sus video-llamadas cuando estaba lejos, o durante las comidas las temporadas en que estaba en casa, y después optaba por ignorarlos. De todas formas, las llamadas no duraban mucho antes de que algo más importante reclamase su atención, y tampoco pasaba demasiado tiempo en casa antes de marcharse otra vez. Y aquello era algo en lo que no estaba dispuesto a ceder. No su cabello... No algo tan inherente a su persona; su única rebeldía.

Eran las ocho de la mañana y estuvo tentado de dormir un poco más, pero le había hecho una promesa a Nate. Estar ahí para él era lo menos que podía hacer luego de todo lo que su familia hacía por él cuando sus padres no estaban.

Terminado su desayuno, Cade se levantó de la mesa y se despidió de su madre con un beso en la mejilla.

—Ya tengo que irme. Volveré para la cena.

—¡Espera! Llévales esto de mi parte. —Su madre le entregó un paquete cuidadosamente envuelto. Cade adivinó lo que contenía solo por el aroma fresco y dulce que emanaba—. Que sirva para endulzar un poco este momento tan amargo. No olvides darle mis saludos a Evan y a Emma. Diles que pasaré a verlos apenas pueda. Y también salúdame a Nate.

—Tus panecillos lo alegrarán. Eso... si queda alguno luego de que Alex los huela.

Su madre se rio y movió la cabeza, meneando los rizos, brillantes por el calor del horno. Cade solía extrañar su calidez en la cocina y el delicioso aroma que impregnaba la casa siempre que su madre estaba allí, y lo echó en falta apenas salió a encontrarse con el frío otoñal del exterior.

El cielo estaba atiborrado de nubes grises, y cada tanto, alguna brisa fuerte traía consigo un ligero rocío de lluvia. Cade se subió el cierre, se puso la capucha de la chaqueta y echó a andar calle abajo con los hombros arriba.

https://youtu.be/6l_bzR__iFs

No tardó en distinguir a lo lejos, en la parada, la melena desordenada y del color del trigo de Alex escapando por debajo de su gorro de lana. El que hubiera llegado primero que él fue una sorpresa grata. Cuando llegó a su lado, notó que Alex tenía la nariz roja y que hacía esfuerzos por no temblar. Este le dirigió un gesto malhumorado en cuanto lo tuvo en frente, pero su rostro se transformó en cuando aspiró el aroma que Cade trajo consigo y dejó salir un gruñido como el de un animal hambriento:

—¡¿Qué es lo que huele así?! ¡¿Son los panecillos de tu mamá?!

Se abalanzó sobre la bolsa que llevaba Cade para husmear dentro y él la levantó sobre su cabeza, lejos de su alcance:

—No son para ti; son para Nate y sus padres.

Alex lloriqueó dando saltos para alcanzarla, intentando trepar por su pecho:

—¡No es justo! ¡No desayuné por venir temprano!

—Mentiroso. Desayunaste huevos con jamón; puedo olerlo desde aquí.

—Es mi nuevo desodorante. ¡No seas así! ¡Merezco uno al menos!

—¡No!

—¡Aunque sea déjame aspirar la bolsa!

Cade lo empujó lejos de sí y refugió la bolsa a sus espaldas:

—¡Al menos espera a que lleguemos! Si los desenvuelvo aquí se me caerán, y tendrás que comértelos del piso.

Aquello consiguió aplacar a Alex. En cambio, aquel se plantó junto a él con las manos en los bolsillos y el gesto de un niño enfurruñado.

—Te cobraré la palabra. Y si no me dejan ninguno, tu madre va a tener que hornear otros solo para mí. No debería hacer diferencias entre los amigos de su hijo.

Cade pellizcó una orilla de su gorro de lana y tiró de él hasta cubrirle los ojos.

—Madura. La familia de Nate pasa por un momento difícil.

Alex se acomodó el gorro y se subió las solapas de la chaqueta.

—Ya lo sé. Pero no voy a hacerme de rogar si el señor Tyler insiste en pagarnos.

Cade dio un meneo con la cabeza. Aunque la familia de Alex no tenía una mala situación económica, tampoco les sobraba el dinero, por lo que eran mucho más estrictos a la hora de administrarlo que los padres de Cade, quienes le daban a él una mesada más que generosa y la libertad de gastarla en lo que quisiera; en especial cuando se ausentaban por largo tiempo.

—Alex.

—¿Hm?

—Si el señor Tyler nos paga, puedes quedarte con mi parte.

Alex se colgó de sus hombros en un salto, rodeándolo en un abrazo que provocó que ambos se tambaleasen a punto de caer.

—¡Te amo tanto!

—¡Me harás tirar los panecillos! —protestó Cade intentando mantener el equilibrio.

El autobús que debían tomar hacia la antigua casa de Nathan se detuvo poco después en la parada, y ambos subieron aprisa para refugiarse del frío matutino, e iniciar el que probablemente fuera su último viaje en ese recorrido. Alex se pasó la mayor parte del mismo texteando en su teléfono móvil, mientras que Cade se entretuvo mirando por la ventana y escuchando música en el suyo.

Una vez llegados a su parada de destino, se quitó los auriculares y él y Alex se bajaron en autobús. Y después de otra parte del trayecto a pie avistaron al frente la vieja Ford del padre de Nathan, aparcada detrás del camión de la mudanza con el compartimiento de carga abierto, ambos estacionados frente a la que a partir de ahora ya no sería más la casa de Nathan.

Saludaron al señor Tyler, quien se hallaba al lado del camión, arreglando los detalles del pago con el conductor. Este les agradeció otra vez por haber venido y les dio la venia para empezar a mover las cosas.

—¿No vendrán Jude y Shawn? —preguntó Cade a Alex.

Aquel asintió, mirando su teléfono móvil mientras caminaban hacia la entrada de la casa.

—Estoy hablando con Shawn. Dice que vienen en camino.

La puerta de la casa estaba abierta, y Emma, la madre de Nathan, una mujer menuda y de aspecto frágil, con una melena castaña ya salpicada de algunas canas, los saludó desde allí con una mano, y después los recibió con un fuerte abrazo a cada uno. Lucía su sonrisa gentil característica, aún pese a las circunstancias que forzaban su mudanza.

—Tía Emma —la saludó Cade, al momento de separarse de ella, todavía sin soltarla—. ¿Cómo has estado?

—Mejor ahora, mis muchachos. No sabes cómo agradezco contar con su ayuda. Nathan está dentro, bajando las últimas cajas de su cuarto. La mayoría están apiladas en el salón y hay algunas en la cocina que no pude mover. Están algo pesadas; pero tres jóvenes fuertes podrán con ellas.

—Cinco. Vienen mis vecinos —terció Alex.

—Mi mamá envía esto, junto con sus saludos. —Cade le entregó la bolsa con los panecillos y Emma miró dentro—. Los horneó esta mañana.

—¡Huelen delicioso! No debió molestarse... Envíale de vuelta mis saludos y mis agradecimientos; dile que esperamos su visita.

—Se lo diré. Vamos Alex —dijo Cade, al momento de enganchar el cuello de este con su brazo antes de darle tiempo a decir cualquier cosa acerca de los panecillos.

Al llegar al final de las escaleras, a la segunda planta, Nathan salía de su cuarto con dos cajas grandes, una sobre la otra, y Cade le quitó una.

—Déjame ayudarte con eso.

—Con cuidado, son mis parlantes —dijo él, y luego se dirigió a Alex—. Dentro hay otras dos más pequeñas. No toques la grande; la bajaremos entre Cade y yo.

—¡¿Crees que no puedo con ella?! ¡Mírame!

—Te vas a partir la espalda —le advirtió Cade.

—Son mis trofeos de jujutsu. Si los tira, yo se la partiré.

Después de subir al camión las cajas grandes, cargaron y acomodaron las más pequeñas en la parte de atrás de la camioneta del señor Tyler, donde no fueran a sufrir las inclemencias del viaje junto a los muebles más grandes y pesados, pues algunas contenían los adornos de loza y porcelana que Emma Tyler coleccionaba, junto con la vajilla que tanto quería.

Llegados a la parte más difícil, la de los muebles, batallaron en la puerta con un armario grande, intentando levantarlo para que no tocase el piso el resto del trayecto al camión, y no se rallara la madera del fondo con la gravilla del jardín frontal. En eso estaban cuando otros dos pares de manos aparecieron para ayudar.

Cade distinguió el rapado parcial de la cabeza de Jude, junto con su sombra de barba y sus lentes oscuros, del otro lado del armario, junto a Nathan, y luego escuchó a su lado la voz de Shawn, el hermano menor de Jude, cuando este se situó entre él y Alex:

—¿Necesitan ayuda, chicas?

—Ya no. Llegan muy tarde, así que hagan el favor de retirarse —se quejó Alex.

—Tú hiciste que me durmiera tarde —protestó Shawn—. Estaba por apagar la computadora cuando me llegó tu invitación.

—Necesitábamos otro jugador en la partida.

Jude acribilló a su hermano menor con una mirada fija por encima de sus lentes de sol.

—Dijiste que te quedaste hasta tarde estudiando.

—Sí. Estudiando táctica estratégica en Call of Duty —intervino Cade.

—En casa hablaremos —dijo Jude, y Shawn soltó un bufido.

Una vez consiguieron subir el armario al camión entre los cinco, se detuvieron un momento a descansar. Shawn se quitó la gorra, desordenándose los rizos negros sobre la cabeza para refrescarse, y se acomodó los lentes cuadrados sobre la nariz. Jude se situó a su lado y encendió un cigarrillo. Jude le sacaba casi una cabeza a Shawn; aunque no era más alto que Nathan, quien descollaba entre todos.

Shawn se hizo con su móvil y se apartó de ellos para ponerse a grabar un nuevo video de los muchos que subía cada día a su red social favorita.

Entre tanto, Nathan vino a ocupar sitio junto a Jude y le dio las gracias:

—Alex no tenía que molestarlos.

—Para nada. Lamento la demora; Shawn no se levantaba. ¿Lucas cómo está? ¿Le está yendo bien en la universidad?

—Bastante bien. Vendrá para navidad.

—Que me dé una llamada. ¿Les queda algo más que subir al camión?

—Solo un par de muebles —dijo con un bostezo.

Cade lo contempló con discreción. Tenía bajo los ojos una espesa sombra dejada por una noche demasiado corta; quizás embalando las últimas cosas, y acomodando todo en la primera planta para moverlas al día siguiente.

Gracias a la ayuda de todos pudieron acabar más pronto de lo previsto, y por fin la casa estuvo vacía y todas las cajas cargadas en los vehículos. El señor Tyler cerró entonces la puerta y él y su esposa se montaron en su pickup para seguir al camión a su nuevo hogar. La señora Tyler tenía los ojos en lágrimas cuando miró atrás por última vez.

Por su parte, Cade, Alex, Nathan, Shawn y Jude viajaron con el último en su jeep. Así, el trayecto hasta Sauces Poniente para la segunda parte de la mudanza dio inicio.

https://youtu.be/EodN3Isi8SY

Durante el camino, la ávida charla, bromas y risas sirvieron para distraer a Nathan y mantener a raya la tristeza que debía suponerle despedirse de su viejo hogar, las memorias y todo lo que conocía. Y de manera imprevista incluso Cade se vio asolado por sentimientos similares. No se había detenido a pensar en ello, pero se percató de que esa casa constituía un nido lleno de recuerdos no solo para Nathan, sino también para él, quién había pasado allí una gran parte de su infancia.

Gracias a su trabajo como jefe de obras, Evan Tyler había formado parte del equipo de construcción para muchos de los proyectos de la madre de Cade en la ciudad, por lo que sus familias siempre habían estado unidas mediante su amistad forjada a raíz de sus numerosas colaboraciones, y desde que era muy pequeño, Cade solía quedarse al cuidado del señor y la señora Tyler cada vez que sus padres debían ausentarse al mismo tiempo, por lo que él y Nathan habían pasado largas temporadas compartiendo un techo. Sin embargo, consideraba su amistad con Alex igual de importante, aunque hubiera llegado después.

Por otro lado, Jude y Shawn, a quienes Alex conocía de toda la vida, se habían sumado a su pequeña pandilla poco después de que este lo hiciera. Shawn se había convertido así en el menor del grupo, con quince años, y Jude en el mayor, con veinticuatro. Y habiendo tenido que hacerse cargo de su hermano menor adolescente tras la muerte del padre de ambos, Jude no solo era el mayor del grupo, sino también el más maduro. En cuanto a Cade, él se consideraba el punto medio justo entre el sensato Jude y el serio Nate, y los juguetones y alegres Alex y Shawn.

Así, su grupo se componía de tres todo el tiempo, de cinco algunas veces, y en ocasiones hasta de siete, cuando se les unían Gwen, la hermana de Alex, y la mejor amiga de esta, Tammy.

Alguna vez, en el pasado, el hermano mayor de Nate, Lucas, también había formado parte de su pandilla, pero se había marchado para estudiar y no lo veían más que durante los veranos o las fiestas. A pesar de eso, Nate mantenía un contacto estrecho con él, mediante llamadas y mensajes.

Cade era el único de entre todos sus amigos quién no tenía hermanos. No obstante, era gracias a ello que había llegado a considerar a su grupo como si lo fueran.

Del otro lado del puente, en Sauces Poniente, una vez más el bosque acaparó el paisaje por fuera de la ventana, y Cade dejó su mente divagar e internarse entre ellos, acompañado siempre de su música.

Sin embargo, hubo de retornar una vez más al mundo real, en cuanto hubieron dejado atrás las vistas del parque, y las primeras casas en ruinas aparecieron para devolverlo de golpe a la realidad. No le desconcertó menos que la primera vez mirar el lamentable estado de las mismas. Eso fue hasta que llegaron a su destino y se encontró con una visión más agradable.

La nueva casa de Nathan había tenido un cambio dramático de la primera vez que la habían visto, gracias a los arreglos que el señor Tyler le hizo durante la semana. La cerca estaba reparada, la puerta y los marcos de las ventanas lucían brillantes y olían a barniz, los cristales estaban limpios y la fachada tenía una nueva capa de pintura que le había devuelto la vida. El jardín frontal estaba desmalezado y lucía como si hubiesen regado y rastrillado la tierra.

Resaltaba entre las otras y a Cade le alegró lo bonita que se veía así. Dentro, los cambios eran aún más evidentes. Las paredes ya no tenían el feo empapelado de antes; ahora estaban limpias y olían a pintura fresca, y los pisos de madera vieja estaban enmoquetados.

—Es temporario —les explicó el señor Tyler—. La moqueta estaba barata, pero la reemplazaré con suelo de madera en el futuro. ¿Qué opinan?

Alex dio vueltas por el salón, boquiabierto.

—¡Luce como nueva! ¡Qué talento, señor Tyler!

—¡Es asombroso! —concordó Cade—. Parece una casa diferente.

—Solo necesitaba algo de amor —opinó Emma, al pasar junto a ellos con una sonrisa, y una vasija de cerámica con flores frescas que colocó en una ventana.

Shawn y Jude tenían un compromiso familiar, por lo cual tuvieron que irse apenas terminar de descargar el camión, mientras que Cade y Alex se quedaron por más tiempo para ayudar a desempacar y acomodar todo. De manera que la nueva casa era más pequeña, a la hora de bajar cosas del camión y llevarlas dentro, dispusieron de menos espacio para moverse, por lo que no pudieron dejar todo apilado en la sala, sino que hubieron de distribuirlo de inmediato en las habitaciones correspondientes.

—No tengo forma de agradecerles lo suficiente, muchachos. Ojalá hubiesen aceptado que les pagara.

Alex arrojó un vistazo a Cade, quien le dio otro en retorno. Así lo habían acordado todos. Shawn había declinado el pago, e instado a su hermano menor a hacer lo mismo. Cade lo hubiera aceptado solo para cumplir su promesa y cederlo a Alex, pero al final fue él mismo quien se rehusó a aceptarlo y todo quedó como un favor a su mejor amigo.

—Lo que sea por nuestro Nate —la tranquilizó Alex, desembalando una de las cajas, de la cual sacó una pila de platos que metió en la alacena.

En ese instante, sonó el teléfono móvil de Alex, y este se retiró a un rincón de la casa para contestar. Regresó poco después, con expresión apenada.

—Era Gwen. Mamá quiere que vuelva ya a casa. Vicky pasará por mí en un rato.

La madre de Nate le dedicó una sonrisa dulce en respuesta:

—No te preocupes, cielo.

—Cade, ¿te quedas o te doy un aventón?

—Me quedaré a ayudar un poco más; aún hay mucho trabajo que hacer.

—¡Antes de que te vayas! —lo detuvo Emma, y se acercó a ellos con un plato con tres panecillos y tres vasos de leche—. Esto es por su ayuda.

Alex exhaló un boqueo y se hizo con el suyo de un zarpazo, sosteniéndolo en alto como si fuera un premio.

—¡Gracias! ¡Es todo lo que quería!

Nate se hizo con otro y con su vaso de leche. Cade fue a tomar el suyo, pero Alex se lo arrebató del plato y se quedó con ambos.

—¡Eh, alto ahí! Si no mal recuerdo, teníamos un trato.

Cade intentó atraparlo y Alex se escabulló por un costado y le propinó un mordisco a cada uno, riendo de gusto al masticarlos.

—¡Nunca acordé nada respecto a los panecillos! ¡Devuélvemelo!

—Ya tienen mi baba encima —dijo aquel con la boca llena—. No seas mezquino, tu mamá te puede hornear diez bandejas. Ninguna de las mías sabe hornear. —En eso, el sonido de una bocina sonó afuera—. Ahí está Vicky.

Alex se hizo con uno de los vasos de leche y lo empinó a toda prisa, para después limpiarse con la manga de su ropa e ir hacia la puerta:

—¡Adiós, señor y señora Tyler, y gracias! ¡Adiós, Cade! ¡Y adiós, Nate!

—Hey, Alex —lo llamó Nathan antes de que cruzara la puerta. Aquel atendió al llamado virando por última vez—. Gracias, hermano.

Alex se volvió de piedra unos instantes. Después tragó y distendió una sonrisa, dando una cabeceada.

—Ni lo menciones, hermano.

La tarea de terminar de acomodar todo se alargó por un par de horas más, hasta que sólo quedaron un par de cajas que la señora Tyler dijo que desempacarían luego. Por último, Cade subió con Nathan a su cuarto y le ayudó a acomodar todos sus muebles de manera que el cuarto aún luciera espacioso. Después acomodaron todos los trofeos de lucha de Nate sobre el escritorio de manera provisional antes de que instalase algunas repisas.

—Hogar dulce hogar —le dijo Cade en cuanto terminaron, y Nathan asintió con aspecto afligido. Cade le puso una mano sobre el hombro y cerró los dedos, transmitiéndole un apretón afectuoso—. Lo será, Nate. Ya verás. ¿Estás bien?

—Solo estoy cansado. No he dormido bien esta semana.

—Duérmete temprano hoy y descansa ¿sí? Yo tengo que irme ya.

—Gracias, Cade. Venir a ayudarme fue tu idea. Y yo-...

—No fue nada —zanjó él, palpándole la espalda, sin dejarle continuar.

Nate no le dijo más, pero Cade sabía que en el fondo se lo agradecía.

—¿Nos vemos el lunes?

—Sí...

Cade se negó a que el señor Tyler le dejara en casa, afirmando que llamaría a su madre antes de llegar a la parada para que fuera a recogerlo. También hubo de rechazar la invitación de la madre de Nathan para quedarse a cenar con ellos, determinando que aquello sólo les supondría inconvenientes, pues la cocina aún estaba desordenada y tenían muchas cosas que mover y acomodar todavía.

Así que se despidió de Nate en la puerta, asegurándole que ya había memorizado el camino hasta la parada, se puso los auriculares y emprendió la marcha, acompañado de su banda sonora personal.

Era la segunda vez que recorría ese camino y Cade sintió que pronto empezaría a resultarle habitual. Su mejor amigo viviría más lejos a partir de ahora, pero de ninguna forma iba a permitir que eso los distanciara. Ya había memorizado algunas calles, y si se perdía, siempre podía utilizar la aplicación de mapas en su móvil. No le sería difícil ubicarse tomando como referencia el bosque de sauces al comienzo del puente.

Cade podía vislumbrar incluso desde allí las altísimas copas de los árboles meneándose con el viento de la tarde.

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Sin embargo, al volver la vista al frente, una fina silueta al final de la calle le detuvo sobre sus pasos.

Reconoció enseguida los vivaces reflejos cobrizos de su cabeza a la luz ambarina de la tarde. No podía tratarse de nadie más; no con un cabello así de rojo... Era el ladronzuelo de la tienda.

El muchacho se revolvió los bolsillos, como si acomodase algo dentro de ellos, bajó de la acera aprisa, sin mirar, y sorteó la calzada corriendo, desapareciendo por la esquina de la casa de enfrente, en dirección de la misma plazoleta donde Cade y sus amigos se habían sentado a reposar el primer día, poco después de su primer encuentro; la tarde en que le sorprendió robando en aquella tienda.

Llevado por una sospecha que sonaba más alto en su cabeza que la música, Cade se quitó los auriculares y apuró sus pasos en la misma dirección en que le había visto perderse para ir tras él.

La plazoleta apareció pronto frente a sus ojos, bañada en los matices cálidos de la tarde, igual que la primera vez. No le fue difícil hallar al chico de nuevo, solo gracias al modo en que refulgía su pelo rojo bajo la luz anaranjada del sol detrás de los árboles. Se hallaba sentado sobre el respaldo de una banca y jugueteaba distraído con algo que sostenía entre las manos.

Dado su enajenamiento, Cade consiguió aproximarse a él sin ser notado, dando un rodeo para acercarse por detrás de la banca y sorprenderlo de espaldas. Se acercó con cautela hasta apoyarse en el respaldo de brazos cruzados, aguardando a que el chiquillo lo notase.

Se mantuvo quieto por algunos instantes, pero el muchacho parecía por completo absorbido por lo que fuera aquello con lo que jugueteaba entre sus manos, y no se percató de su presencia sino hasta que Cade se aclaró la garganta para llamar su atención.

El muchacho pelirrojo dio un salto en su lugar y se petrificó al verlo, con lo cual Cade supuso que también le había reconocido.

—Tú... —masculló el chiquillo, corroborando sus sospechas.

—Imagino que esta vez pagaste por eso —le dijo Cade.

Se esperó un recibimiento hostil, igual que aquella tarde; incluso algún improperio como aquellos que le habían dejado boquiabierto.

Pero en lugar de ello, el chiquillo abandonó el respaldo de la banca de un salto y estuvo a punto de echarse a correr. Cade saltó por su parte por encima del respaldo de la banca con la misma agilidad y aterrizó junto a él a tiempo para detenerlo, atenazando su brazo por encima del codo:

—¡No te escaparás esta vez! —se burló al atraparlo—. ¿Qué fue lo que te dije sobre robar?

La respuesta del muchacho no se hizo esperar, y tal y como un gato callejero, este comenzó a revolverse en su presa, luchando por liberarse.

—¡Idiota! ¡Suéltame...!

Cade deslizó su mano por el brazo del muchacho hasta llegar a la mano que él mantenía empuñada, escondiendo aquello con lo que antes jugueteaba, y luego de una corta pelea, logró arrebatárselo.

—Veamos. ¿Qué te birlaste esta vez?

No obstante, su sonrisa se borró de golpe, y se quedó frío en cuanto reconoció sobre la caja maltrecha y arrugada que había conseguido arrebatar al muchacho el nombre de una conocida marca de cigarrillos.

Tuvo que examinarla, girándola un par de veces entre sus dedos para asegurarse de que no se había equivocado, y tras convencerse su mirada severa cayó otra vez sobre el chico, quien luchaba todavía por librarse de su mano, a la vez que intentaba con la otra suya alcanzar la cajetilla para reclamarla de vuelta.

Por encima del hecho de que ahora ya no le quedaban dudas de que se la había robado; pues no había forma de que le hubiesen vendido una cajetilla de cigarros a un menor de edad; el que tuviera algo como eso en su poder para empezar ya era motivo suficiente de alarma.

—¡Devuélvela! —demandó él muchacho, hincando las uñas en la mano de Cade, en el intento de que lo soltase.

—¡¿Qué haces tú con esto?! —Cade lo atrajo por el brazo para mirarlo de cerca, con la esperanza de que su reprimenda surtiera mayor efecto, aunque era difícil lograrlo cuando el chiquillo no dejaba de sacudirse y no podía hallar sus ojos entre su mata de pelo bermejo— ¡¿Acaso también fumas, niño?! ¡¿Tienes idea del daño que esto te puede provocar?!

—¡Lárgate de aquí, imbécil!, ¡vete! —bramó aquel, haciendo caso omiso de su intento de reprimenda.

Por encima de su enojo, Cade advirtió también un extraño apremio en el tono del muchacho.

Sin embargo, averiguó demasiado tarde el significado del cual.

—¡Oye! —restalló otra voz a lo lejos, como el rugido de una fiera.

Cade percibió el momento exacto en que el chico dejaba de revolverse en su mano para quedarse quieto presa de ella; como si se hubiese convertido en piedra.

De la nada le llegó a Cade tal empujón contra el pecho, que no solo se vio obligado a soltar al chico para agitar los brazos en el intento de no caerse, sino que la fuerza del cual le obligó a dar varios traspiés a punto de perder el equilibrio e irse al suelo.

Y en cuanto consiguió recuperar su balance, se encontró frente a él con un muchacho mayor, como de la edad de Jude.

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Llevaba la cabeza cubierta por la capucha de una sudadera que usaba bajo una gruesa chaqueta negra de cuero, la cual proyectaba una densa sombra sobre un rostro alargado y anguloso. Tenía casi su misma estatura, quizá unos centímetros más alto, pero su constitución era musculosa, como la de Nate.

Este se plantó frente a él con las manos vueltas en puños dispuestos a sus costados y un pie delante del otro en una posición que le recordó a las que Nate utilizaba en artes marciales, lista para resistir un ataque o bien infligirlo.

Cade permaneció mudo, sin saber cómo reaccionar. Aquel se retiró entonces la capucha de la cabeza, y le bastó a Cade un vistazo sobre el chiquillo y otro sobre el mayor para entenderlo todo.

No tenía el cabello rojo, sino algún punto de castaño; pero los visos cobrizos que lo matizaban eran los mismos; quizá algunos tonos más oscuros. Sus ojos avellanados eran idénticos.

Sin embargo, el mayor tenía además varios piercings en las orejas, otro más en una de las cejas, contraria a la cual llevaba una cicatriz que ascendía por su frente, y le envolvía el cuello un tatuaje tribal con la forma de un tiburón.

—¿Quién carajos eres tú? —preguntó aquel—. ¿Qué crees que haces con mi hermano?

—Tu... hermano —masculló Cade, al oírle corroborarlo.

—¿Estás sordo, o eres retrasado? —le encasquetó él, y sus siguientes palabras salieron a través de dientes apretados— ¿Qué le estabas haciendo? ¿Por qué putas lo estabas molestando?

Cade respiró hondo para mantenerse templado. Ahora ya no le quedaban dudas de que fueran familia... Podía ver de dónde provenía el carácter fiero del muchacho, y también el lenguaje que utilizaba.

Levantó en alto la caja de cigarrillos que le había quitado y se la mostró al mayor, en el intento de apelar a su razón.

—Se robó esto. Y no es la primera vez que-...

—¿Te lo robó a ti? —lo cortó aquel, arrebatándole la caja de las manos con un zarpazo que le dejó a Cade la impresión de sus uñas en la piel.

—N-... No, pero-...

—Entonces no es tu jodido problema, ¿o sí?

Cade lo escrutó ceñudo, sin entender nada.

Llevó la vista al muchachito detrás del mayor. Y lo que vio allí lo desconcertó incluso más. Aquel se había quedado en la misma postura en la que Cade lo había dejado al momento de soltarlo; como si no hubiese movido un solo músculo desde entonces.

Por lo demás, evitaba a toda costa mirar a su hermano. En cambio tenía la vista clavada en algún punto del suelo.

Cade titubeó:

—Yo-...

—¿«Tú»? ¿«Tú», qué? ¿Tienes algo más que decirme, marica? Habla, si tienes los huevos. —Acto seguido, erigió el dedo índice frente a él, tan cerca de su rostro que Cade pudo oler tabaco y cierta peste a metal en su piel—. Lárgate de aquí ahora mismo, pedazo de mierda. Y más te vale no volver a aparecer por estos alrededores. Porque como vuelva a verte cerca de mi hermano, o como vuelvas a ponerle un maldito dedo encima, te voy a abrir el cuello. ¿Lo has entendido bien?

Cade fue a replicar, pero entonces la otra mano del muchacho mayor se movió cerca del bolsillo trasero de sus jeans, y Cade sintió un intenso escalofrío recorrerlo al adivinar qué era lo que llevaba oculto en ellos, y sin ánimos de averiguarlo, ni si tenía pensar cumplir con su amenaza.

Retrocedió por reflejo, cerrando los labios de golpe con las manos alzadas al frente en afán pacificador.

Después, sin más que decir se dio la vuelta, determinando que lo más sensato era dejar el asunto ahí y marcharse mientras pudiera hacerlo ileso, y empezó a caminar. No obstante, por más que intentó concentrarse solo en alejarse lo más pronto que pudiera, sus pensamientos se quedaron atrás y lo jalaban desde allí, de vuelta al sitio de los hechos, sin que pudiera apartar de ellos sus pensamientos.

Como su hermano mayor, entendía que hubiese salido en defensa del chiquillo y que reaccionara de esa manera ante un extraño agrediéndolo. Pero el que no solo estuviese al tanto de las fechorías del chiquillo, sino que encima de ello se las avalase... era algo muy diferente.

Sin embargo, lo que más le desconcertaba era que el chiquillo altivo y fiero se hubiese esfumado por completo ante la aparición de su hermano, dejando en su lugar a un niño cohibido y asustado. Cade se hubiera esperado que estuviera satisfecho al menos. Mas su rostro delataba algo muy diferente. Por encima de lucir aliviado por la intervención de su hermano mayor, el chico lucía aterrado.

Sin poder refrenar un nuevo impulso, Cade miró por sobre su hombro por última vez antes de abandonar la plazoleta.

Y fue gracias a ello que pudo ver el momento exacto en que el muchacho mayor se guardaba la cajetilla de cigarros en el bolsillo, y le propinaba después al menor una ligera palmada en el hombro.

Tarde en la noche escuchó el inconfundible golpeteo en la puerta, y en cuanto Logan fue a abrir en vez de enviarlo a él; supo que no podía tratarse de otra persona más que del inútil mal vividor de Jhonen.

Era un tipo escuálido, encorvado, de largo pelo cenizo y pajoso, y que tenía el aspecto de estar siempre fatigado y somnoliento.

A él no le molestaban demasiado los amigos de Logan; pero a Jhonen en particular, lo odiaba con toda el alma. Y, para su desgracia, era a quien veía con más frecuencia. El que se apareciera por su casa a altas horas de la noche no era algo extraño. Pasaba tanto tiempo allí que parecía no tener una casa propia.

Por su parte se levantó del sofá y se escabulló a su cuarto antes siquiera de darle tiempo a Jhonen de fijarse en él.

Compartían él y su hermano el segundo cuarto de la casa. Sólo había dos, y el más grande, aunque no por mucho, era de su padre. El cuarto de ellos estaba en su mayoría ocupado por las cosas de Logan, dentro de las que cabía su ropa desperdigada por el piso, un cenicero de latón en la mesilla de noche y viejos posters de algunas bandas de rock pesado. Su territorio en cambio se limitaba a lo que cabía dentro de las áreas de su cama. Encima de la cual una repisa con algunas figuras de acción viejas que habían pertenecido a Logan alguna vez, y debajo de ella algunas cajas con libros de texto antiguos y juguetes aún más viejos.

Si había jugado con ellos alguna vez, no lo recordaba. Hasta donde llegaba su memoria, él prefería el exterior. Los interminables caminos de las calles, la sombra bajo los sauces del parque junto al puente, y la frescura del viento; saturado del aroma a plantas y tierra húmeda.

Entre menos tiempo pasara dentro de su casa, que era demasiado pequeña y apestaba siempre a cigarrillo, cuanto mejor. A veces el olor que manaba del cenicero que Logan no vaciaba jamás le resultaba tan molesto que prefería dormir en la sala de estar; siempre y cuando su padre no se hubiese adueñado ya del sofá, luego de dormirse bebiendo, o viendo la televisión; pues cuando se dormía allí, nadie era capaz de moverlo, ni siquiera su hijo mayor. Pero a Logan no le importaba lo que ocurriese con su padre. Ni siquiera lo llamaba «padre», hacía mucho tiempo ya.

Apenas entrar al cuarto, se metió en la cama y se subió el viejo edredón hasta los ojos, intentando dormirse antes de que Logan y Jhonen pusieran la música alta. En cambio, sólo hubo silencio.

Se irguió, echando atrás los edredones, a cada segundo más ansioso. Ese silencio sólo podía indicar que habían salido de casa —lo cual no podía ser, pues no había oído la puerta—, o una opción a la que temía más: estaban planeando algo.

Un mal presentimiento le hizo levantarse con cuidado de la cama y dirigirse a la puerta intentando escuchar qué decían. Lo hizo con cuidado de no apoyarse demasiado, y hacerla rechinar:

—No me vengas con eso, Logan... Sabes que él podría hacerlo.

Aguzó aún más el oído. ¿De quién hablaban?

Escuchó que Logan se negaba de manera rotunda al principio a algo de lo que Jhonen intentaba convencerlo, pero con cada argumento de aquel, parecía menos reacio a la idea.

Hubo un lapso de silencio, y pensó que habían bajado el volumen de su conversación, por lo que se inclinó más contra la puerta. El corazón le dio un tumbo en cuanto giraron la perilla del otro lado y el miedo lo paralizó, impidiéndole saltar de vuelta a la cama para fingir que dormía. En cambio se quedó inmóvil con la espalda pegada a la pared mirando a su hermano en cuanto este abrió la puerta y se detuvo bajo el quicio, observándolo con severidad.

Esperó que Logan se molestara por sorprenderlo escuchando su conversación. En cambio, aquel le dirigió una mirada aprensiva. Si no conociera a su hermano... diría que incluso teñida de cierto remordimiento.

—Ven —fue todo lo que le dijo y echó a andar por el pasillo, de vuelta a la sala.

Él lo siguió obediente,, aunque titubeó al salir del pasillo; pero era demasiado tarde para volver por donde había venido, pues Jhonen ya lo había advertido y le sostuvo una mirada que le provocó nauseas. Siempre tenía esa mirada extraña; como si se burlara todo el tiempo de los demás —en especial de él—; y al mismo tiempo jamás parecía amistoso, en lo más mínimo, sin importar cuanto sonriera.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Logan le hizo sentarse en el sofá y él tomó asiento en la mesa de café, frente a él.

—Tu padre se la ha pasado borracho. Lo sabes ¿verdad?

Él asintió, procurando ignorar a Jhonen, aunque podría sentir sobre sí su mirada penetrante y atenta.

—No ha tenido ni un solo llamado para trabajar, y yo llevo un mes sin encontrar trabajo. Estamos vaciando la alacena y si no pagamos las cuentas para el otro viernes, nos quedaremos sin energía eléctrica.

—Lo sé...

—Bien —masculló Logan, haciendo una pausa—. Por eso, vamos a tener que hacer un pequeño trabajo.

Él torció el gesto y lo miró confuso:

—«Vamos» —repitió—. ¿Qué demonios podría hacer yo?

—Es sencillo. Ya lo has hecho antes —dijo Logan, transmitiéndole un doloroso retortijón en el estómago. No necesitaba escuchar más para saber a qué tipo de trabajo se refería Logan—. Solo tienes que entrar por la ventana y abrirnos desde dentro.

Lo había hecho antes; sí. Cuando estaba más pequeño lo hacía a menudo, pero en ese entonces no sabía por qué lo hacían. Y ahora sí. Ya eran varios meses desde la última vez, y aquella no había salido nada bien. Habían debido salir corriendo. En el escape se dio un golpe que casi le dislocó la rodilla y Logan estuvo a punto de recibir un disparo.

—No puedo —musitó, bajando la cabeza para que el cabello le cayera en los ojos, y ayudara a esconder lo mucho que le asustaba negarse.

—¿Qué dices? ¿Por qué? —espetó Logan. La ira ya pulsaba en su voz.

—Podrían atraparnos...

La urgencia en el tono de Logan se disipó un poco cuando intentó persuadirlo:

—Sabes que si cualquier cosa ocurriera, yo me haría cargo. Nada va a pasarte. ¿No confías en que tu hermano te cuide?

—No es eso. Es que tú... —Se calló de golpe ante la mirada burlona de Jhonen— ¿Y si... vendiéramos algo?

—Venderemos algo. Pero para eso, necesitamos tu ayuda.

—No quiero... —susurró, casi sin voz.

Su hermano se inclinó sobre él aspirando una bocanada de aire y abriendo la boca como si fuera a decir algo. En cambio, tras una pausa, calló y dejó salir el aire en un siseo.

—Vete a dormir —le espetó.

Él levantó con cuidado la vista para verlo. Estaba enojado; reconocía los signos. Se le marcaban los huesos de la mandíbula bajo la piel de la mejilla cada vez que lo estaba, señal de que estaba apretando los dientes.

—¡¿Qué?! —jadeó Jhonen, poniéndose en pie— ¡Oblígalo!

La mirada asesina que Logan le arrojó sirvió para acallarlo, pero él no pudo ni siquiera alegrarse por ello, pues había un rastro amargo en la expresión de su hermano.

—A la cama. Anda —le dijo, y él obedeció.

Fue directo a su cuarto, mas no llegó a entrar en él. En cambio se quedó en la puerta intentando escuchar, a ver si podía averiguar qué harían su hermano y su amigo sin su ayuda, de la cual se habían confiado.

—Sabes que lo hubiese hecho —se lamentó Jhonen—. Sólo tenías que ordenárselo.

—No voy a obligarlo —dijo su hermano.

Sonaba molesto, desde luego; mientras que Jhonen estaba furioso. Podía notarlo por el temblor en su voz y en sus resoplidos al respirar. Sin embargo, se contenía. Pero en algo tenía razón. Él lo hubiese hecho si Logan se lo hubiese ordenado... por la misma razón por la que Jhonen aún era cauteloso al elegir sus palabras, pese a lo enfadado que estaba con él: porque ambos lo conocían bien. Porque sabían que una palabra incorrecta a Logan, en el humor incorrecto, y podían llegar a lamentarlo mucho.

—Los dos necesitamos esto; lo sabes... Y sin su ayuda vamos a tener que hacerlo por la fuerza —sentenció Jhonen—. La puerta está cerrada a cal y canto. Si queremos entrar vamos a tener que abordar al dueño cuando aún no la hayan cerrado.

Al oír lo último, se quedó de piedra. Hacer eso implicaba alertar a gente, suscitar un conflicto mayor, ser perseguidos por la policía... Implicaba sirenas y persecuciones. Perros, y balas.

Significaba que Logan podría salir herido. Que podría morir...

Todavía podía recordar el estampido ensordecedor en la noche, y los fragmentos de piedra que habían salido volando en la esquina de la pared tras la que se ocultaban, cuando una bala voló parte del ladrillo en el mismo sitio donde hacía tan solo unos segundos su hermano había asomado la cabeza para comprobar que ya no les seguían.

—Logan —lo llamó, saliendo del pasillo, sin atreverse a mirarlo. Sabía que si lo hacía, se arrepentiría de lo que estaba a punto de decir.

—¿Qué pasa?

—Lo haré.

Jhonen se adelantó tan rápido que no lo vio venir, y le puso una mano sobre el hombro; demasiado cerca de su cuello. Se estremeció y se apartó con disgusto, yendo a refugiarse al costado de su hermano.

Desde allí le dedicó un gesto amenazante, y Jhonen en cambio le sonrió:

—¡Ese es nuestro muchacho!

Sintió la mano grande de su hermano sobre su cabeza, acariciándole el pelo. Sus gestos cariñosos eran muy inusuales. Y él desearía que llegasen en otras circunstancias... no solo cuando había un favor y dinero en juego.

—Todo saldrá bien —dijo Logan—. Contamos contigo, Io.

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