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Capítulo XXX

Las pruebas fueron un componente crucial en la vida de Donyell.

Criado en los barrios bajos de la capital, no tuvo los lujos que otros niños sí. Cuando tenía cinco años, su padre lo abandonó, quedándose solo con su madre y dos hermanos. La primera no trabajaba, por lo que tuvo que salir obligada al mercado laboral para llevar el sustento a sus pequeños hijos.

No fue fácil, pero dadas algunas habilidades que tenía, hizo hasta lo imposible para ganarse algunas monedas de la forma más honesta posible, y eso se lo enseñó a los niños.

Las jornadas eran realmente largas y extenuantes, por lo que Donyell pasaba solo con sus hermanos la mayor parte del tiempo. Cuando ellos crecieron, decidieron ayudar a su madre trabajando en unos huertos para cubrir los gastos familiares, por lo que aguardaba todo el día a que llegaran, eso sí, sanos y salvos.

Estudió la primaria y secundaria en una institución pública, y aunque su mamá le dijo que terminara la preparatoria, la preocupación por la economía familiar se lo impidió.

—No es necesario que hagas esto, hijo.

—Y yo digo que sí. Mamá, quiero ayudarte. Tommy y Dmitri lo hacen, ¿por qué solo a mí me dices que no?

—Eres mi pequeño. Ellos ya sacrificaron sus sueños y no quiero que tú hagas lo mismo.

—Agradezco tu preocupación, pero ya está decidido.

La señora Haidara no logró convencerlo de lo contrario. Sin embargo, ya cuando la situación se estabilizó, Dmitri le propuso que estudiara en la noche, así como él y Tommy venían haciendo desde hace algunos meses.

Así lo hizo, y pudo entonces completar sus estudios de segundo nivel. Fue muy agotador, pero el resultado valió la pena, todo por ver a su madre feliz.

Todo en la familia mejoró sustancialmente e incluso pudieron darse el lujo de hacer arreglos en la infraestructura de la casa, pero cuando pensaron que finalmente habían superado las adversidades, estas volvieron con mayor fuerza.

La señora Haidara enfermó de artritis y dejó de trabajar, y Tommy fue despedido injustamente por un error de uno de sus compañeros. El dinero que ganaban Dmitri y Donyell no era suficiente, y este último buscó casi desesperado otra fuente de ingresos para costear el caro tratamiento de su madre.

Fue entonces que alguien, al ver su rostro de frustración, le propuso formar parte de un pequeño grupo dedicado al narcotráfico que estaba en busca de jóvenes. Abrió los ojos como platos, atónito, pero cuando quiso decir que no, la persona le explicó todos los beneficios que tendría y la cantidad de dinero que podría obtener por la venta de algunos pocos paquetes de droga.

Lo pensó durante la noche mientras su familia dormía. Viéndolo desde un punto, la oferta era muy tentadora, pero iba en contra de los valores inculcados por su madre y ella no estaría para nada contenta.

"No quiero darle un disgusto, pero mi prioridad es su recuperación. Solo será por unos meses, así que no tiene por qué enterarse".

Con ello en mente, y tratando de convencerse de que era la mejor salida, se dirigió al día siguiente hacia el punto donde se encontró con aquella persona hace muy pocas horas. Se mantuvo sereno, pero con cada paso que daba no podía evitar temer por su vida.

Pronto su cabeza se llenó de mil pensamientos, distrayéndose hasta que, sin darse cuenta, chocó contra una persona.

—Disculpe... —susurró, con la cabeza gacha.

—Oye, amigo. ¿Estás bien?

Aquel tono preocupado hizo que alzara a ver, encontrándose con un joven vestido elegantemente, quizá un año menor a él.

—Sí. No es nada.

—Pues tu rostro me dice lo contrario. ¿Tienes algún problema?

—No creo que a alguien de su clase le interese.

—Si así fuera, no te lo habría preguntado —se encogió de hombros—. ¿Y bien?

Donyell lo miró extrañado, pero por algún motivo que no lograba entender, sintió que podía confiar.

—Cuestiones económicas —mencionó luego de algunos segundos—. Mi madre está enferma y requiere medicinas muy costosas, y aunque uno de mis hermanos y yo trabajamos, no nos alcanza.

—Mmm —ladeó la cabeza—. ¿Y por qué presiento que estabas a punto de hacer algo malo?

—¿Eh? Eso no... —sorprendido por la certeza de sus palabras intentó negarlo, pero no pudo. Suspiró—. Bueno, algo así. Pero es que... —apretó los puños—. La situación es tan compleja que yo... solo quiero ver a mi mamá sana. Lo que pase conmigo no importa.

—Hay otras formas más honestas para hacer las cosas. Además, si algo te sucediera, no sería justo para ella.

Se quedó en silencio, dándole la razón mientras desviaba la vista.

—Venga. No pongas esa cara. Te voy a ayudar.

—¿Qué? —volvió a mirarlo.

—¿Sabes conducir?

—Sí...

—Muy bien. Justo estaba buscando un chofer, así que ¿qué te parece si trabajas conmigo? Así podrás aportar con más ingresos a tu casa sin meterte en líos.

Abrió los ojos como platos, sin todavía poder creerlo.

—¿D-De verdad?

—Por supuesto. Yo no me retracto de mi palabra —sonrió.

Tardó unos pocos segundos en aceptar y quedaron de acuerdo para comenzar a la mañana siguiente. Poco después descubrió que aquella persona era el afamado modelo Giorgian Maignan, y no pudo más que sorprenderse por trabajar con una estrella.

Pero no era solo eso. Le agradeció enormemente por la ayuda brindada, y cuando ya no fue necesario que trabajara en varios lugares, renunció a los otros para quedarse con él.

Sí. Básicamente Giorgian le salvó de cometer una locura, y por ello le juró lealtad, la misma que perduraba hasta la actualidad y que se puso a prueba en un momento crucial.

Fue precisamente el día en el que sucedió el incendio en las instalaciones de Ihattaren París. Cuando se vio el humo a unas cuadras, Giorgian le dijo que se acercara, y cuando supo de lo que se trataba, salió corriendo mientras él buscaba algún lugar donde estacionarse. Se detuvo en una calle al oriente y se quedó esperando. Escuchaba claramente el sonido de la ambulancia y los bomberos, pero justo cuando estaba por salir del auto vislumbró, en la vereda de la calle transversal, a una persona usando ropas exageradamente holgadas.

Le pareció un poco extraño, pero antes de desviar la vista, aquel desconocido se quitó la capucha y la gorra, dejando ver quién era.

—¿Ilse?

Aquel nombre salió en un susurro de sorpresa. Había pasado un buen tiempo desde la última vez que la vio, aunque seguía sin comprender a qué se debía esa especie de disfraz.

Dejó el tema de lado y continuó realizando sus labores normales hasta que, pasados un par de días, apareció en las noticias un reportaje sobre aquel incidente que causó revuelo en toda Francia. Las interrogantes seguían siendo las mismas, pero una cosa llamó su atención, y fue precisamente la publicación de las imágenes capturadas por las cámaras de seguridad.

Para cualquiera todo era difuso, pero para él fue como un golpe al ver, entre el caos de las personas, a su ex compañera de trabajo tratando de pasar desapercibida.

El shock fue inmediato. ¿Entonces eso explicaba la ropa? ¿Por eso, cuando la vio en la calle, volteaba a ver a cada rato por si alguien la seguía?

Todas las piezas del rompecabezas se estaban uniendo. Sin embargo, aún le parecía increíble.

Por un momento dudó. ¿Realmente ella tenía algo que ver? No quería juzgar a priori, pero las pruebas eran tan contundentes que no había forma de pensar lo contrario.

¿Por qué?

Esa pregunta lo persiguió durante un mes, período en el que no dijo nada a nadie. Sí, la información que poseía era de extrema importancia, y aunque sabía que Giorgian estaba a la cabeza de las investigaciones, tardó en tomar una decisión.

Sinceramente, seguía sin comprender cómo Ilse fue capaz de hacer eso (cada vez estaba más convencido de ello), pero una cosa era segura: no podía dejar que se saliera con la suya y huyera de la justicia así como así.

Por ello, y sabiendo que eso también formaba parte de su lealtad a la Estrella de Versalles, a finales de marzo acudió solo a la estación de policía y declaró. No omitió ningún detalle de lo que vio, y aunque los oficiales le preguntaron por qué había demorado en hacerles saber sobre esa información, fue sincero con lo que pensaba al respecto.

Aun así, constituyó una pista trascendental que dio inicio a la búsqueda en todo el país, y si bien les tomó un largo tiempo, finalmente la encontraron.


***


La cuestión sobre el incendio en Ihattaren París parecía haber desaparecido de las mentes de todo el mundo, pero ese día revivió con fuerza cuando una noticia se hizo presente en todos los canales de televisión.

Amelie, quien ya había regresado a su departamento luego de la entrevista, se encontraba en la cocina cuando su celular sonó. Se limpió las manos y fue a contestar, siendo recibida por la voz casi desesperada de su hermana que le decía que prendiera la televisión de inmediato.

—¿Qué sucede?

—Tiene que ver con el incendio en la agencia.

Esas palabras fueron suficientes para acatar la orden. Tras colgar, se sentó en el sillón y se enfocó de lleno en lo que la reportera decía.

—... Finalmente, y tras una larga búsqueda que en su momento se consideró infructífera, la policía consiguió atrapar al principal sospechoso del incendio en Ihattaren París. Se trata de una mujer de aproximadamente 25 años que estaba por salir del país, pero que fue interceptada gracias a la orden de captura dispuesta en su contra. Estas son las imágenes...

Completamente atónita, Amelie se llevó una mano a la boca al reconocerla.

—Ilse...

La aludida tenía el cabello teñido de rubio, pero no había duda de que era ella, resistiéndose a ser llevada por la policía.

Ahora todo tenía sentido. Con razón aquel día del siniestro esa mirada se le hizo muy conocida, aunque no haya dejado huellas con el tono alterado de su voz.

Pero, por sobre todo eso, lo que más la aterraba era el hecho de que había aparecido con el fin de matarla, sin importarle crear caos destruyendo todo a su paso.

¿Por qué? ¿Qué le había hecho para que quisiera hacerle desaparecer de la faz de la Tierra? Siempre procuró llevarse bien con ella aun cuando la mayor parte del tiempo se mostraba arisca sin razón aparente.

Tanto revoltijo de pensamientos le generó dolor de cabeza, por lo que apagó la televisión y se recostó en el sillón mientras miraba el techo. Pasó un buen tiempo en esa posición que se percató algo tarde que su celular estaba sonando nuevamente.

Tanteando a un costado logró localizarlo y contestó sin ver el remitente.

—¿Haló?

—¿Lo viste? Dime por favor que lo viste —la voz de Kerim se hizo presente.

—Sí.

—Qué novedad tan grande —calló unos segundos—. Aunque todavía sigo sin entender por qué hizo algo así.

—La conozco.

—¿Ah?

—Conozco a esa mujer —se frotó con cansancio los párpados—. Fue ella la que me dejó atrapada aquella vez en el camerino.

—Por Dios Santo, querida —su tono delató lo conmocionado que estaba—. Pero ¿cómo...?

—Es una larga historia.

—Que no debo dejar de conocer. ¿Estás en casa? ¿Cómo te sientes?

—Llegué hace poco, y respecto a lo segundo... la verdad no lo sé.

—Puedo imaginarlo, pero no te preocupes. Ahorita voy para hacerte compañía, ¿ok?

—Está bien. Hablamos luego.

Colgó y soltó un largo suspiro. Bueno, no estaba en sus planes recibir visitas, pero sentía que hablar con alguien sobre el tema le haría bien.

Sonrió, pero antes que nada debía almorzar, por lo que se levantó y volvió a la cocina para seguir con su labor.


***


Ni bien terminó de escuchar lo que el agente dijo, Giorgian salió como un huracán de la mansión sin prestar atención a las preguntas que surgieron por parte de Geraldine y Damian. Donyell se encontraba con el auto estacionado al frente de la puerta, por lo que se subió de inmediato y le pidió que lo llevara a la estación de policía de París.

Este intuyó de inmediato de lo que se trataba, por lo que arrancó y empezó a conducir a toda prisa en medio del ligero tráfico de esas horas.

La expectativa era evidente en el rostro de Giorgian. Durante todo el trayecto, movió su pie de manera impaciente, ansioso por saber quién era el loco (o loca) que se había atrevido a atentar contra la vida de Amelie. Sí, admitía que por un momento se olvidó del asunto, pero ahora que finalmente la fuerza pública logró atrapar al culpable, no podía estar más que satisfecho.

"Quiero ver tu cara, desgraciado".

Cuando Donyell estacionó al frente del lugar, salió apresuradamente y caminó puertas adentro, preguntando en la recepción sobre el caso que se venía investigando desde hace meses en la agencia.

—Señor Maignan —apareció un uniformado, el teniente Koletto—. Pase por aquí, por favor.

Así lo hizo y se adentraron por un largo pasillo a su izquierda.

—¿Quién es? —no pudo evitar preguntar.

—Una persona que asegura conocerlo.

—¿Conocerme? —lo miró extrañado.

—Es mejor que lo vea usted mismo —se detuvieron al frente de una puerta—. Suerte con el interrogatorio. Si necesita algo, Levin estará aquí afuera haciendo guardia —señaló a otro oficial que no había visto y abrió la puerta.

Seguía sin entender lo que el teniente Koletto le dijo, pero todo se aclaró cuando, una vez adentro de la sala, vislumbró a una joven con la cabeza gacha y las manos esposadas sobre una sencilla mesa de madera.

Abrió los ojos desmesuradamente al reconocer algunos rasgos que le resultaron vagamente familiares.

—¿Ilse?

La aludida, al reparar en aquella voz conocida, alzó lentamente la vista, y a pesar de la situación, sus ojos brillaron de alegría.

—Un gusto volver a verlo, mi señor.

Giorgian frunció el ceño. Su mente se volvió un lío, confundiéndolo, pero recuperó la compostura y se acercó para luego sentarse en una silla al frente de ella.

—Al parecer está muy sorprendido de verme.

—No es solo sorpresa —susurró.

—¿Me extrañó? ¿Vino a sacarme de este lugar? Finalmente la Providencia decidió ser buena conmigo y... —intentó tomarlo de las manos, pero él enseguida se alejó, sin dejar de mirarla como si tuviera otra cabeza.

—¿Por qué lo hiciste?

—¿Hacer qué?

—No te hagas la estúpida —dijo severo—. Sabes muy bien a lo que me refiero, ¿o acaso no te suena familiar el incidente en Ihattaren París?

El rostro de Ilse se transformó, endureciéndose y pareciendo algo desinteresada.

—¿Qué le hace creer que yo tengo algo que ver en eso?

—Las cámaras no mienten. Además, hay testigos. ¿Quieres seguir negándolo?

—Mmm —sonrió apenas, aunque parecía más una mueca—. Es por esa mujer, ¿no? Amelie.

—¿Qué si es así?

—¿Es que acaso no lo ve? Ella lo hipnotizó, lo embrujó para tenerlo a sus pies y ponerlo en mi contra.

—Cuida ese tono, Ilse. No sabes lo que estás diciendo.

—¿De verdad? Pues esa es mi concepción al respecto y no voy a pensar lo contrario.

Su tono se volvió más frío, desconcertando a Giorgian ya que era la primera vez que veía esa faceta suya.

—¿Solo por eso quisiste matarla?

—No soy tan idiota como para actuar por una razón superflua, o bueno, al menos así lo consideran algunos.

—¿Entonces por qué? Ella nunca hizo nada para merecer tu desprecio. Era una muchacha trabajadora y atenta, alguien de buen corazón y tranquila...

—Basta —negó, asqueada por tanto halago—. No quiero escuchar más.

—Pues voy a seguir hablando, porque así es como yo realmente considero a Amelie.

—¡Eso es lo que precisamente detesto de ella! —estalló, con los ojos llenos de odio—. Toda ella, con su aura de niña buena, siempre haciendo las cosas correctamente, ¡no es más que un maldito engaño! ¡Su llegada hizo que me separara de usted!

—¿Cómo? —la miró sin entender.

—Eso mismo —asintió sin desviar la vista de sus ojos—. Tal vez usted no se ha dado cuenta, pero yo lo amo. Lo he amado desde siempre y a cada momento le mostré lealtad para ver si así me miraba, pero no, aparece una chiquilla que robó toda su atención. ¡Ella lo quitó de mi lado!

Giorgian parpadeó un par de veces. No se esperó aquella revelación casi desesperada, y aunque parecía auténtica, no movió nada dentro de sí.

Es más, le causó un enorme repudio, por lo que simplemente se levantó, apoyó las manos sobre la mesa y se acercó con un aura intimidante y hostil.

—Jamás sentiría algo por un ser tan despreciable como tú.

Fue contundente, y eso causó, inevitablemente, un fuerte dolor en Ilse, un golpe certero derivado de una verdad innegable.

—¿Por qué ella? —musitó con los ojos cristalizados.

—Porque es todo lo contrario a ti.

Sonrió con amargura: —Debió haber desaparecido en el maldito incendio. Quizás así...

—Quizás así nada —la interrumpió—. Si eso pasaba, no te lo habría perdonado nunca —se alejó y caminó hacia la puerta. La abrió, pero antes de salir volteó una vez más—. Disfruta de tu estancia aquí que va a ser muy larga —abandonó la sala.

Una vez afuera, soltó un largo suspiro y vio que por el costado izquierdo se aproximaba el teniente Koletto.

—Lo tenemos todo, señor Maignan.

—Excelente. ¿Y el proceso para el juzgamiento?

—Con las pruebas actuales y los testimonios, es muy probable que los jueces tomen cartas en el asunto pronto.

—Me alegra escucharlo.

Una semana después, se instaló la audiencia de formulación de cargos. La noticia se extendió por toda la nación, pero no se permitió la entrada de la prensa a pesar de las insistencias.

Giorgian no se presentó, ya que su papel fue solo llevar a cabo las investigaciones con ayuda de la policía, pero quienes sí asistieron fueron los testigos, la víctima directa y, por supuesto la demandada y los respectivos abogados.

Fue un encuentro particular para los implicados en el asunto. Donyell se sorprendió al ver a Amelie como demandante y ella también mostró gestos de asombro cuando fue llamado al estrado. Ilse se mantuvo estoica e indiferente, aunque sí le causó extrañeza ver a su antiguo compañero de trabajo declarando, haciendo mucho más difícil su situación.

Aún y con todas las pruebas en su contra, luego de dos horas de audiencia se declaró inocente, aunque sabía que no serviría de mucho ya que los jueces la encontraron culpable y la condenaron a veinte años de cárcel por intento de homicidio.

Cerrado el caso, los policías le pusieron nuevamente las esposas e hicieron que se levantara, pero antes de abandonar la sala volteó a ver y se encontró con los ojos de Amelie. Esta no tenía ninguna expresión, aunque la misma pregunta bailaba en su mirada.

¿Por qué?

Ilse desvió la vista, pero la Musa de Lille podía jurar que, aparte de odio, había tristeza y resignación en sus orbes.

No había nada más que se pudiera hacer, pero estaba aliviada de que ese capítulo lleno de incertidumbre se hubiera cerrado.

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