Capítulo XXI
Toda su vida había sido una cinta que guardaba cada uno de sus recuerdos, desde que era una niña hasta la actualidad ya siendo una adulta. Esta cinta seguía un orden cronológico exacto, pero había una parte vacía, como si hubiese sido arrancada repentinamente por algún suceso que no alcanzaba a descifrar.
Amelie no se quejaba de la vida que llevaba al estar de regreso con su familia. Sin embargo, no podía evitar sentirse un poco afligida por no saber qué era lo que ocupaba ese espacio en su memoria. Eran varias las ocasiones en que intentaba recordar y reconstruir las piezas que yacían tiradas en algún lugar de su cabeza, pero asimismo en otras no se preocupaba en hacerlo.
Honestamente, no sabía a qué lado de la balanza inclinarse.
En los últimos días no es que las cosas hubieran mejorado, aunque el escenario en su mente sí había cambiado. Ya no era la cinta y el lugar en blanco, sino que ahora había una puerta que, por más que intentaba, no lograba alcanzarla. Era desesperante, sí, y precisamente por ello estuvo a punto de rendirse, pero sucedió algo que mágicamente le permitió abrirla y ver a través de ella.
En un instante, todo aquello que creyó perdido regresó e iluminó su camino.
Giorgian, al frente suyo, parpadeó varias veces cuando escuchó su nombre salir de su boca tan claro, sin nada de formalismos.
—¿Amelie? —como pudo tomó sus manos y las envolvió fuertemente—. ¿Recuperaste... la memoria?
Ella no dijo nada, pero fue suficiente ver que su expresión había vuelto a ser la misma que cuando estaba en Versalles...
O, al menos, eso fue lo que creyó.
—Mi adorada ensoleillée —movido por la ferviente y ciega emoción la abrazó—. Volviste. Gracias al Cielo volviste —se separó y la miró con los ojos brillando de alegría—. Me tenías tan preocupado. Han sucedido tantas cosas, pero ahora estás de regreso.
Un impulso magno hizo que se acercara nuevamente para besarla, pero, en un acto reflejo, ella se alejó. Esto, obviamente, lo desconcertó.
—¿Ocurre algo?
En respuesta, ella frunció el ceño y todos sus rasgos faciales sufrieron un cambio abrupto, endureciéndose.
Por supuesto que había recobrado su memoria, pero eso incluía tanto los momentos buenos como los malos y los descubrimientos desagradables.
—¿Qué haces aquí?
—¿Acaso no es obvio? Vine por ti —intentó tomar sus manos, pero ella las apartó rápidamente—. ¿Amelie?
—Olvídate de mí.
Las palabras sonaron secas y frías, pero sobre todo con una seguridad tan implacable que sorprendieron y desconcertaron a Giorgian.
—¿Cómo? —la miró sin entender.
Amelie retrocedió sobre la cama hasta toparse con la pared y encogió las piernas.
—Vete.
—Pero ¿qué dices? —se giró un poco más para verla mejor—. Cariño, no imaginas cuán angustiado estuve por no encontrarte. Desapareciste tan de repente sin dar explicaciones, y cuando me enteré ya estabas aquí. Fue muy complicado seguir la pista, pero afortunadamente una señal milagrosa me trajo a Lille.
No prestó ni un ápice de atención a todo el relato, ya que su mente estaba centrada solo en una cosa y no podía evitarlo.
"Nadine".
—¿Cómo pudiste? —respondió tras un largo silencio y lo miró molesta—. ¿Cómo pudiste hacerlo?
—No entiendo a qué te refieres. Mejor prepara tus cosas y volvamos ahora mismo a...
—No —lo interrumpió tajante.
—Preciosa, no hay ningún impedimento para que vuelvas conmigo —se inclinó hacia ella y trató de acariciarle la mejilla, pero esta lo bloqueó de un manotazo.
—Ni se te ocurra tocarme.
—Pero...
—Sé que tienes una prometida —soltó finalmente en un tono mordaz.
Giorgian, perplejo por lo que acababa de escuchar, no atinó a mencionar palabra alguna. ¿Cómo rayos se enteró? ¿Quién se lo había dicho? Eran tantas las preguntas que no atinaba a centrarse en alguna de ellas y darle una respuesta.
Ahora comprendía a qué se debía su comportamiento evasivo y arisco, pero aun así...
—Eres increíble. Te involucraste conmigo sabiendo eso. Solo me utilizaste como un pasatiempo —sonrió con amargura—. Muy típico de los famosos, aunque yo también tengo la culpa —desvió la mirada. Su pecho dolía tan solo al recordar cuando lo descubrió.
¿Cuánto tiempo pasó desde eso? No lo sabía y tampoco le importaba.
—Yo...
—¿No te da ni un poco de vergüenza? Mientras me besabas había alguien más esperándote —su voz empezó a temblar—. Me siento la peor persona del mundo.
El corazón de Giorgian se estrujó al verla tan frágil e indefensa. Lo que menos quería era hacerle daño.
—Soy una estúpida...
—No digas eso —la interrumpió y se acercó un poco, pensando en las palabras adecuadas para explicarse—. Sí. Tengo una prometida que no elegí y en su momento pensé en casarme con ella, pero luego apareciste en mi vida y...
—¡Ni se te ocurra involucrarme en tus asuntos y usarme como una vil excusa! —estalló y se abrazó las piernas—. Eres despreciable. ¡No quiero volver a verte! ¡Olvida que un día me conociste!
Mentiría si dijera que no le costó haber dicho eso, pero estaba consciente de que era lo mejor.
Giorgian sintió cómo una parte de su mundo se derrumbó al escucharla. ¿Por qué las cosas habían llegado a ese punto? ¿Qué había hecho para merecer eso?
—Ensoleillée...
La aludida saltó de la cama directo hacia la puerta y la abrió, esperando a que saliera.
—Adiós —mencionó apenas, con los ojos cristalizados y sin atreverse a mirarlo.
Giorgian se levantó con pesar y lentamente caminó a la salida. Se detuvo en el umbral, la miró por última vez y finalmente abandonó el lugar.
Tras de sí, Amelie cerró la puerta y apegó su espalda a la misma, deslizándose hasta caer sentada en el suelo. No soportó más y dejó escapar lágrimas silenciosas y casi inaudibles jadeos de frustración.
Cuánto deseaba no haber recuperado la memoria. Seguramente tendría una vida más feliz con su familia, sin la necesidad de cargar con desdichas, tragos amargos...
Y un corazón destrozado.
—¿Por qué, Giorgian? ¿Por qué...?
El aludido salió de la casa con una sensación de bruma oprimiendo su pecho. La verdad, no sabía qué era peor: el hecho de que no recordara o que lo quisiera fuera de su vida para siempre.
Fue entonces que se reprochó no haber aclarado mejor el asunto del supuesto compromiso. Tuvo la intención de hacerlo, pero al ver sus ojos tristes y decepcionados, toda la buena disposición se fue por la borda, creando un asfixiante nudo en la garganta que le impidió por completo hablar.
—Demonios —siseó y le dio un golpe a su auto, sin la intención de volver a Versalles todavía.
Apoyó su frente en el filo superior de la puerta del conductor, con ambas manos a la misma altura. Inconscientemente, recordó todos los hechos que lo llevaron hasta allí: su llegada hace un mes, la emoción por volver a verla, el relato de sus padres sobre el accidente...
De pronto, reparó en un hecho que aquel mismo día pasó por alto debido al desánimo que lo invadió con las malas noticias.
—Cierto —musitó en un tono de reflexión—. La señora Haydeé mencionó que una amiga la trajo a Lille —poco a poco se incorporó—. Me pregunto quién será.
Repentinamente le entró la curiosidad, pero, sobre todo, había algo que le intrigaba. ¿Cómo sabía esa persona que debía llevarla con sus padres? ¿Por qué accedería de buena gana realizar un viaje de cientos de kilómetros? ¿Había estado presente, por casualidad, en el lugar de los hechos?
Podrían parecer cuestiones innecesarias y hasta demasiado rebuscadas, pero él se basaba en una sola cosa: Amelie tenía amigos, sí, pero en París, y nunca le mencionó que fuera de la misma forma en Versalles. A menos que lo estuviera escondido por algún motivo, pero lo creía muy poco probable ya que ella siempre solía ser honesta, en especial cuando se trataba de esa clase de asuntos.
La duda persistió en su mente. Algo no le cuadraba muy bien en esa historia.
"Debe haber algún modo de saberlo. Una pista o...".
—¿Señor Maignan?
Sus reflexiones se vieron interrumpidas al escuchar la voz de Dafne, quien se acercó con un cesto de frutas tras darse un pequeño descanso luego de tantas tareas.
—¿Ya se va?
—Eh... sí. En eso estaba —se giró para abrir la puerta, pero una idea cruzó fugaz en su cabeza—. Oh, sí. Tengo una pregunta —volvió a mirarla—. ¿Por si acaso sabes quién era la persona que trajo a Amelie aquí?
—La persona... ah, aquella muchacha. Hum... Amy mencionó que la conoció en el trabajo o algo por el estilo.
—¿En el trabajo? —frunció el ceño—. ¿Y dijo cómo se llamaba?
—Veamos... sí, alguna vez lo mencionó, y si mal no recuerdo su nombre empezaba con I. Illay, Irene... —meditó unos segundos—. Il... Ilse. Ajá, era Ilse.
Giorgian sintió como el tiempo se ralentizó hasta detenerse. En un instante, todas sus emociones sufrieron un cambio abrupto, desde el dolor inicial pasando por la sorpresa, la incredulidad y, por último, la rabia.
—Entonces ella siempre lo supo... —murmuró y negó, apretando fuertemente los dientes.
—¿De qué habla?
El artista no respondió a la pregunta de Dafne. Simplemente se volvió hacia el auto e ingresó al mismo, prendiendo enseguida el motor.
—Gracias por el dato —le sonrió por última vez y rápidamente empezó a conducir, derrapando en el proceso.
—Pero... —Dafne no pudo replicar más, ya que una nube de polvo se levantó y le provocó un poco de tos—. Ay —ahuyentó las partículas con la mano, y al darse cuenta, él ya se había ido—. Qué cosa más extraña. ¿Para qué me preguntaría algo así?
No comprendió aquel comportamiento, y con la inquietud todavía en su mente, caminó de regreso a la casa. Ya adentro, dejó la canasta en la cocina y subió a la planta alta, en dirección a la habitación de Amelie.
—¿Amy? —tocó la puerta, pero no obtuvo respuesta—. Acabo de encontrarme con Giorgian y me hizo una pregunta rara sobre la chica que... —abrió lentamente y, al sentir que no cedía, miró hacia abajo—. ¿Amelie?
Esta levantó ligeramente el rostro, dejando a la menor con la boca abierta al notar su expresión.
—¡Hermana! —entró inmediatamente y se agachó hasta estar a la misma altura—. Por el amor de Dios, ¿qué pasó?
Amelie la miró por un momento para luego echarse a llorar más fuerte en sus brazos.
Atónita, Dafne se sentó en el suelo y despacio le acarició el cabello.
—Amy, me estás asustando —logró articular—. ¿Podrías decirme qué está sucediendo? Es muy inusual verte así.
Amelie se quedó un rato más ahí, sin moverse. Sinceramente no creía ser capaz de explicarlo, pero al mismo tiempo sentía que sería bueno hablar para desahogarse y poder alivianar un poco su dolor.
Lentamente se incorporó y se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
—Recordé todo.
—¿De verdad? ¡Qué buena noticia! —exclamó aplaudiendo—. Pero ¿eso no debería ser motivo de alegría?
—El problema es que... también recordé cosas que no debía.
—¿A qué te refieres?
Tomando una profunda respiración para infundirse valor, procedió a relatar todo desde el inicio: la vez cuando conoció a Giorgian, su repentino interés en llevarla a trabajar a su casa, y cómo poco a poco, con cada detalle, empezó a enamorarse de él.
Hasta ese punto no le fue difícil contarlo, pero ya cuando tocó el tema del compromiso sintió un nudo formarse en su garganta. Aun así, hizo todo lo posible por continuar.
Dafne escuchó atenta cada palabra, y era más que evidente la sorpresa y un sinnúmero de emociones más expresándose en su rostro como un poema.
—No puede ser... —todavía estupefacta, se frotó el rostro y exhaló—. Se me acaba de caer un ídolo.
—No deberías tomártelo muy a pecho.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Jugó contigo de la peor forma y te rompió el corazón! Nadie tiene el derecho de hacerte algo así.
Dafne estaba profundamente indignada. Ella, que prácticamente tenía a Giorgian en un altar, no podía creer que fuera capaz de hacer una cosa tan horrible, y peor con su querida hermana.
Eso no era algo que pudiera perdonar fácilmente, no señor.
—No puedo quedarme de brazos cruzados —se levantó de golpe—. Iré a Versalles y le diré unas cuántas verdades. Va a tener que escucharme.
—Dafne, no va a servir de nada. Solo déjalo. El asunto está terminado.
—Pero...
—No quiero hablar más sobre eso. Es demasiado para... ¡ay! —de rodillas, una repentina punzada atacó su vientre.
—Amy —se agachó—. ¿Estás bien?
—Solo fue un leve dolor... ¡ouch!
Dafne la ayudó enseguida a levantarse y la llevó despacio a la cama. Con cuidado hizo que se recostara y le sacó los zapatos.
—¿Será alguna secuela del accidente?
—No lo sé.
—Quédate aquí. Ni pienses en moverte. Iré a prepararte un té de toronjil y hierba buena. No tardo.
Dicho esto, salió corriendo escaleras abajo, dejando a Amelie sola. Esta tomó bocanadas profundas de aire y logró que el malestar disminuyera un poco. Se frotó un momento el vientre y permaneció mirando el techo, como si quisiera encontrar una solución a todo lo que estaba pasando.
Bueno, en algo había ayudado hablar con su hermana, pero seguía sintiéndose fatal y era bastante entendible.
¿Quién lo diría? Por ceder a aquel sentimiento por primera vez, terminó enamorándose de la persona equivocada.
Trató de no pensar más en el asunto y sacudió un poco la cabeza. En ese instante, por acción reflejo, volteó a ver a la mesita de noche y notó una tarjeta cerca de la lámpara. No la reconoció enseguida, pero al incorporarse y tomarla pudo visualizarla mejor.
Kerim Ihattaren
Diseñador de moda de Ihattaren París
Número de contacto: XXX XXX XXXX
Siendo sincera, había olvidado por completo cuando Kerim le dio esa tarjeta. Pero lo que más le intrigaba es que estuviera ahí, como si hubiese sido colocada por alguien o hubiese aparecido por arte de magia.
Independientemente de cuál fuera la razón, jugó con ella, haciéndola bailar en sus manos...
Y pensando en cuál sería su siguiente decisión a tomar.
***
No le importó sobrepasar los límites de velocidad.
Sin dejar de pisar el acelerador, Giorgian condujo de regreso a Versalles en un tiempo récord. Dado su reciente descubrimiento, no podía evitar sentirse furioso, a punto de mandar todo al demonio sin arrepentirse en lo más mínimo.
Serenándose un poco, ingresó a su residencia y detuvo el auto frente a la puerta, apeándose de un salto. Donyell, quien acababa sus labores en el jardín, fue a verlo.
—¿Señor? —se acercó.
—Estaciónalo en el garaje, por favor —le dio las llaves y subió las escaleras en zancadas hasta llegar a la puerta.
Sin nada de delicadeza atravesó el umbral, generando un leve estruendo que llamó la atención de Geraldine, quien estaba en la cocina.
—¿Giorgian? —dijo—. ¿Qué pasó? ¿Qué es ese escán...?
—¿Dónde está Ilse? —preguntó cuando la vio ingresar en la sala.
—¿Me buscaba, señor? —salió del pasillo que llevaba a las habitaciones con un plumón en la mano.
Giorgian la miró por un largo rato y lentamente se acercó a ella. Esta se mantuvo firme, aunque por dentro sentía los nervios crecer al tenerlo a escasos centímetros.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarlo? —utilizó un tono suave y mostró una sonrisa.
—Cuánta hipocresía.
—¿Perdón?
—Sabes muy bien a lo que me refiero. ¿Creíste que me engañarías por siempre? ¿Qué jamás me enteraría de tus sucias artimañas?
Por un momento todo se quedó en silencio. Ilse lo miró con una ceja alzada, y Geraldine no entendía nada de lo que estaba pasando.
—Lo siento, señor, pero creo que está confundido...
—No estoy para soportar tus mentiras —habló con dureza—. Sé que fuiste tú quien llevó a Amelie a Lille luego del accidente. ¿Y decías que no sabías al respeto? ¿Por qué diablos no me lo dijiste?
Ilse sintió como si un balde de agua fría hubiese caído sobre su cabeza. ¿Cómo fue que se enteró? ¿Era eso tan siquiera posible? Ella mismo se había encargado de borrar todas las huellas...
¿O acaso hubo algo que pasó por alto sin querer?
Como espectadora, Geraldine estaba atónita por lo que acababa de escuchar. ¿Amelie en Lille? Bueno, le reconfortó saber que se encontraba bien, pero ¿de qué accidente estaba hablando?
—Sigo esperando una respuesta.
—Yo... —tragó saliva ante su mirada histérica y cargada de ira—. Creí que era lo mejor para ella...
—Ah, ¿sí? ¿Y desde cuándo decides qué hacer con la vida de las personas?
—Lo siento, pero no quería que fuera una carga para usted.
Esto último lo dijo acumulando valentía, pero, sobre todo, fue algo que salió con mucha sinceridad y hasta algo de reproche.
Eso la condenó sin que se diera cuenta.
—¿Una carga? —rió, una risa seca que mandó un escalofrío por su espina dorsal—. ¿Lo dices por su pérdida de memoria? Estoy más que convencido de que actuaste a mis espaldas sabiendo eso. ¿Querías librarme de una supuesta carga? Pues déjame decirte que es lo más estúpido que he escuchado en toda mi vida.
Ilse se quedó callada y agachó la cabeza. Geraldine intentó acercarse, pero el artista la detuvo con un gesto y una mirada tan helada que la congeló en su sitio.
—Aún no he terminado —dijo con severidad, pero sin llegar a exaltarse—. En mi casa se siguen mis reglas, y como tú no lo hiciste, no lo pasaré por alto.
—¿Eh?
—Estás despedida.
Lo dijo de una forma tan rotunda y sin rodeos que hizo palidecer a Ilse.
—N-No, señor. Por favor...
—Debiste pensarlo dos veces antes de hacer lo que hiciste.
—P-Pero... ¿a-a dónde iré?
—Ese no es mi problema. Estás despedida y punto —dio media vuelta, pero antes de dar el primer paso, se giró—. No quiero volver a ver tu rostro nunca más, ¿entendido? —desvió la mirada hacia Geraldine—. Ayúdala a empacar sus cosas.
Dicho esto, retomó su andar hacia el segundo piso. Ilse lo miró hasta que su silueta desapareció por el corredor y apretó con fuerza el plumón en sus manos. Nunca imaginó que lo descubriría, y menos que llegaría a tales extremos de despedirla.
"Todo por culpa de Amelie".
Al recordarla apretó los dientes y lanzó contra el suelo el objeto para luego caminar hacia su habitación. Era increíble cómo, aun estando lejos, fuera capaz de hacer su vida imposible.
—No dejaré que las cosas se queden así —dijo apenas audible—. Juro que me vengaré.
Acatando la orden impuesta por Giorgian, Geraldine siguió de cerca a Ilse. Eran tantas las preguntas que quería hacerle, pero el shock provocado por semejantes revelaciones todavía no desaparecía.
Lidiar con tantas cosas en un solo día era demasiado.
En la sala de música, el artista encontró un poco de sosiego, aunque no dejaba de caminar de un lado a otro, sumido en sus reflexiones.
Luego de alrededor de media hora, unos golpecitos sonaron en la puerta. Mencionó un lacónico "Adelante" y un par de segundos después apareció Leander.
—¿Giorgian? —cerró la puerta tras de sí y se acercó—. ¿Está todo bien? Vi a una de tus empleadas abandonar la casa —se sentó en el sofá.
—Siempre lo supo.
—¿Cómo?
Detuvo su andar y se frotó el rostro. Soltó un suspiro.
—Ilse siempre supo dónde estaba Amelie. Es más, hasta ella misma se encargó de llevarla a Lille. ¿Puedes creerlo?
Leander abrió los ojos desmesuradamente, sorprendido por aquellas palabras.
—Pero... ¿por qué haría algo así?
—Según ella, fue por su bien, aunque algo me dice que sus intenciones eran otras. ¿Actuar de esa forma a mis espaldas? Nunca creí que fuera capaz de hacer eso.
Una vez más había vuelto a exaltarse, y para evitar perder más los estribos, tomó un poco de agua de una jarra que se encontraba cerca.
—Y sucedió otra cosa —dejó el vaso en la mesita—. Amelie recuperó la memoria.
—Oh, vaya. Una buena noticia —Leander suspiró aliviado—, aunque no te veo muy feliz al respecto.
—En un principio lo estuve, y no sabes cuánto —sonrió, pero el gesto desapareció casi enseguida—. Solo que las cosas no sucedieron como yo esperaba.
—¿Por qué?
—¿Recuerdas que hace algún tiempo te conté sobre Nadine y nuestro compromiso?
—Hum... sí, ahora que lo dices...
—Pues resulta que, de algún modo, Amelie lo descubrió y no quiere verme más. Piensa que solo jugué con ella, pero eso no es verdad.
Su corazón volvió a afligirse al recordar su rostro dolido y las palabras que le dirigió.
—Qué desastre —se lamentó Leander—. Y ahora, ¿qué planeas hacer?
—Aceleraré el proceso de anulación de ese compromiso. No descansaré hasta lograrlo, y si tengo que mover montañas, lo haré.
—Que así sea.
La chispa de la determinación se reflejó en sus ojos al tiempo que se hacía una promesa: no sea acercaría a Amelie hasta ver ese compromiso roto.
Sí, sería algo muy difícil, pero por ella valía enteramente la pena.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro