Capítulo XX
Como parte de su plan, la Estrella de Versalles optó por visitar a Amelie tanto los martes como los sábados en una nueva rutina que lo mantuvo presente en los tiempos precisos sin llegar a ser tedioso. Independientemente de las actividades que tuviera agendadas durante esos días, sus viajes a Lille eran infalibles, y no le importaba pasar horas conduciendo ya que valía enteramente la pena con tal de ver a su amada.
Por supuesto, su desempeño no se vio perturbado por ese nuevo agregado. En la discográfica el equipo apenas y notó algo diferente en él (a excepción del productor que lo vio un poco más animado), pero en la agencia sí fue más evidente, en especial para Kerim ya que no pasó por alto cómo, ni bien terminaban las sesiones matutinas, salía apresurado o a veces las posponía unas horas más tarde, todo en determinados momentos de la semana.
—Me pregunto qué sucedió para que, de un momento a otro, actúes con tanto afán —le preguntó en una ocasión al verlo alistarse para salir.
—Es una larga y compleja historia.
—Pero supongo que debe tratarse de algo bueno.
—Absolutamente. Es más, me atrevería a decir que me devolvió los bríos perdidos.
—Ah, ¿sí? Pues esa forma de decirlo ha despertado mi curiosidad —se cruzó de brazos.
—Y no es una simple metáfora —terminó con lo suyo y miró su reloj—. Se me hace tarde. Debo irme —salió del camerino.
—Momento. ¿No vas a decir nada más? —lo vio detenerse apenas ante su pregunta.
—Por ahora no, pero quizá más adelante cuando asegure las cosas —volteó a verlo y levantó la mano mientras sonreía—. Nos vemos luego.
Antes de que pudiera agregar algo más, Kerim lo vio abandonar la sala y ladeó la cabeza, tratando de entender su actitud misteriosa que lo desconcertó de cierta forma.
—Pero qué muchacho —susurró.
—Se ha convertido en todo un enigma últimamente —escuchó la voz de Bryony a su lado.
—Sin lugar a duda. Y yo que creía conocerlo lo suficiente.
—¿Qué será eso que lo tiene así?
—Me gustaría mucho saberlo, pero lo importante ahora es que ya no tiene esa expresión de funeral de hace dos semanas.
—Buen punto.
Así como él, en la casa del artista también se percataron de ese ligero cambio en su agenda habitual. Quizá no habría llamado demasiado la atención si Donyell, como el chofer y encargado siempre de llevarlo a cualquier lugar, también estuviera involucrado, pero como eso no sucedía resultó extraño tanto para él como para Geraldine e Ilse, aunque esta última no le dio demasiada importancia ya que estaba más enfocada en volver a vivir su vida como siempre debió ser. Sin intrusas.
—¿De verdad no te ha dicho cuál es la razón para que no lo acompañes? —preguntó la ama de llaves.
—No —terminó de igualar las ramas de un árbol con sus tijeras de jardinería—. Y créame cuando le digo que también me intriga su repentina decisión de librarme de mi trabajo los martes y sábados.
—¿En qué andará metido? Es muy raro y hasta cierto punto preocupante.
—Lo entiendo, pero descuide. Estoy seguro de que no es nada malo. Después de todo, es una de las personas más correctas que existen.
—Sí... Aunque con temas pendientes también —mencionó lo último casi inconscientemente.
—¿Disculpe?
—No. Nada —negó mientras sonreía—. Tienes razón.
Esa incógnita, aunque no la manifestaron, era algo bastante perceptible para el artista. Comprendía su falta de explicaciones y esa forma sutil de no hacerles partícipes de sus nuevas andanzas, pero la razón detrás de ello no era nada más que una parte de su plan para que, llegado el momento, pudiera sorprenderlos con el reintegro de Amelie.
Algo que, con un poco de suerte, no tardaría en suceder.
Mientras tanto, enfocó sus esfuerzos en su objetivo primordial de lograr, de alguna forma, que sus memorias volvieran. Sabía que era un proceso que requería paciencia y una voluntad inquebrantable, pero como bien se lo planteó no daría su brazo a torcer, por lo que también agradeció a la familia Thauvin por su recibimiento tan cordial cada vez que iba, permitiéndole además conocer de primera mano cómo era la vida en la hacienda y colmándose así de una experiencia enriquecedora de la que nunca imaginó ser testigo.
Por supuesto, el único que estaba al tanto de todo era Leander, quien cada que podía le preguntaba sobre si existía o no algún avance.
—He conseguido ganarme un poco de su aprecio, lo cual es bastante.
—¿Cómo estás tan seguro de eso?
—Porque siempre que la visito me recibe con una sonrisa y no duda más en salir a pasear conmigo.
—Ya veo —hizo una pausa—. Sé que no te lo he dicho antes, pero debe ser todo un desafío empezar desde cero.
—Y que lo digas. Ni mis carreras de músico y modelo han representado un reto tan grande.
—Pero ¿ello no ha influido en los sentimientos que tienes por ella?
Giorgian miró a través de la ventana de la sala de entretenimiento de su casa y sonrió.
—Ni un poco. Es más, me atrevería a jurar que ahora la quiero más que antes.
—Wow. Esa es una declaración muy seria.
—Y podría pasarme toda la tarde relatando las razones que me hicieron decirla. ¿Quieres escucharlas?
—Preferiría reservar los honores para después.
—Como quieras —se encogió de hombros.
—Pero hay algo que todavía no me has dicho. ¿Cuál es la impresión de los padres de Amelie al respecto de tus acciones?
—Hum... —meditó unos segundos—. Desde un principio estuvieron de acuerdo en que me reincorporara paulatinamente y sin presiones a su vida ya que les manifesté cuán importante es ella para mí, y aunque les sorprendió un poco cuando supieron que iría a Lille dos veces por semana, no opusieron resistencia y aceptaron de buena manera.
—Aunque de seguro les debe parecer increíble que una estrella frecuente su hogar constantemente.
—Tal vez, pero lo más curioso es que, cuando estoy ahí, me siento como una persona común y corriente, como si la línea que divide nuestros mundos no existiera.
—¿Será que eso tiene que ver con lo que me dijiste de que te resultaba familiar ese lugar? —recordó aquel detalle.
—No lo sé con certeza, y ese es un misterio que todavía debo resolver, pero de lo que sí estoy seguro es que ese ambiente de campo transmite una paz indescriptible.
—Bueno. Para alguien como tú que vivió toda su vida en la ciudad, debe ser algo novedoso.
—No te equivocas, y aunque las circunstancias que me llevan allá son especiales, he aprendido a disfrutar de la tranquilidad y el aire puro, cosas que adquieren un plus cuando estoy con Amelie.
—Lo imagino. Las personas importantes tienden a volver cada momento algo valioso, aunque debo decir que aún me resulta increíble lo que has llegado a hacer por amor.
—No podría ser de otra forma, y más cuando la convicción sigue intacta.
—¿Convicción?
—Sí. La misma que me dice que ella recuperará la memoria, y estoy seguro de que así será.
Esa creencia se convirtió en uno de los pilares que lo motivaba a hacer todo lo que se propuso sin cuestionamientos. Sabía que sus esfuerzos constantes darían frutos, y cuando eso sucediera pondría en marcha aquello que se planteó antes de su reencuentro y que daría paso a todos los planes que tenía en mente.
Solo era cuestión de esperar.
***
Qué curiosos eran los giros del universo.
Hasta hace poco, Amelie llevaba la vida típica de los hacendados sin mayores agitaciones. Acompañaba a su padre a los campos de cultivo, le ayudaba en la recolección de los frutos y en ocasiones con la distribución en los mercados, y con su mamá se dedicaba a llenar registros de las ventas y a cocinar postres deliciosos como en los viejos tiempos de la secundaria.
Sinceramente, se sentía muy a gusto con su familia y bajo esa dinámica tan conocida que formó parte de su crianza, y aunque creyó que nada podría alterar esa rutina, las cosas cambiaron repentinamente cuando apareció aquel joven de vestimenta elegante y orbes brillantes.
Dejando de lado el primer altercado en el que él actuó de una manera muy extraña en cuanto se vieron, la presentación posterior y su palpable deseo de llevarse bien con ella le llamaron particularmente la atención, y aunque tomó en consideración su intención de volver pronto, no imaginó que sus visitas se tornarían recurrentes e infalibles.
En principio eso le pareció un poco raro y quizá hasta exagerado, pero pronto se acostumbró a verlo en dichos días específicos, ya sea con su traje negro impecable o con ropa casual, y a sus invitaciones para dar paseos por los campos o en los alrededores de la ciudad, pasando el tiempo entre conversaciones sobre sus gustos o temas aleatorios bajo la compañía de los fríos vientos de temporada.
Ese agregado en su cotidianidad no le sentó mal, y si bien en una ocasión se disculpó con sus padres por esas ausencias a veces largas, ellos le dijeron que no tenía de qué preocuparse.
—El señor Maignan hace un enorme sacrificio al venir a verte desde tan lejos, así que es justo que le dediques tu tiempo —le dijo Haydeé.
—Concuerdo con tu madre. Inicialmente no estaba muy convencido sobre sus intenciones, pero ahora está más que claro que le importas mucho —secundó Hendrick.
—¿De verdad?
—Sí. Es increíble lo feliz que se pone cuando está contigo, pero más allá de eso su humildad es algo para destacar.
—Sin lugar a duda. Ha demostrado ser una gran persona.
Aquellas palabras le hicieron caer en cuenta de aspectos en los que no había reparado antes, pero no fueron los únicos ya que Dafne, a su modo, también le expresó su pensar respecto al tema que resultaba extraordinario ante sus ojos.
—Realmente eres la persona más afortunada de todas.
—¿Por qué?
—¿Acaso no es obvio? Tener toda la atención de un personaje tan famoso es un privilegio que no todos se pueden dar.
—Bueno, en eso tienes razón, aunque no he hecho nada especial para merecerla.
—A veces las cosas simplemente suceden —se encogió de hombros, guardándose las ganas de contarle las razones reales de todo para no confundirla—. Pero dime, ¿qué te parece estar con él?
—Es agradable, y su personalidad sencilla hace que todo fluya de una forma muy natural —recordó las primeras salidas que tuvieron—. A veces pienso si es realmente de alta cuna como me lo has dicho.
—Puedo entender tus dudas, pero es así. Incluso a mí me ha sorprendido con su actitud.
—Creo que son los estigmas que uno tiene de las celebridades.
—No podría estar más de acuerdo, aunque ya ves que hay excepciones —sonrió y, tras mirar brevemente a través de la ventana de su habitación, suspiró—. Honestamente, ni en mis más locos sueños imaginé que vendría a nuestra casa, y menos con tanta frecuencia, pero si bien apenas intercambiamos un saludo, me basta con admirarlo de lejos.
—Me sorprende que te conformes con poco. Si quieres yo puedo hablar con él para que ustedes...
—No te preocupes por mí. Estoy bien.
—¿Segura?
—Completamente. Además, es a ti a quien viene a ver, así que mientras estés a gusto, es más que suficiente para mí.
"A gusto", repitió esa frase en su mente. Sí, no negaba que era alguien interesante y que a su lado se sentía bien, pero esas mismas ocasiones que parecían ser las más amenas también le provocaban cierto malestar e inquietud en lo más profundo de su ser, como si su presencia cálida le generara al mismo tiempo una mala espina.
Era raro, sí, y no podía comprender, pero prefirió no hacer mayor caso por más que una tenue vocecita en su interior le susurraba que tenía que ver con aquello que no lograba recordar.
En una de aquellas tardes, en la tercera semana de noviembre, salieron de acuerdo a la nueva costumbre a caminar por las amplias zonas de pasto detrás de la casa en compañía de las mascotas que corrían y daban vueltas por doquier en sus alrededores. Los señores Thauvin no se encontraban, por lo que se aventuraron más allá de lo que comúnmente recorrían, dejándose llevar por el buen clima y las charlas infaltables.
—Por cierto. Hay algo que he querido preguntarte —dijo Giorgian.
—¿Sobre qué?
—No quiero parecer un intruso, pero ¿por qué no traes el collar puesto?
Desde hace algunos días se había dado cuenta de ese detalle, pero no fue sino hasta ese momento que finalmente se decidió a averiguarlo.
—¿Collar? —ella no tardó en recordarlo—. ¿Cómo sabe sobre eso? ¿Dafne se lo contó?
—No. De hecho... —se mostró un poco dudoso de tocar el tema, pero tras pensarlo bien, optó por hacerlo—. Es un regalo mío. De hace algunos meses atrás.
—Oh —asintió levemente—. Ya veo. No lo sabía, y admito que varias veces me pregunté de dónde salió, pero lo tengo guardado en mi habitación.
—Es bueno saber que lo conservas —sonrió apenas.
—Si, y ya que estamos en esto, ¿por qué me lo dio?
Giorgian miró un rato el horizonte y detuvo su andar. Era una pregunta inofensiva y muy en el fondo lo sabía, pero a pesar de ello no pudo evitar que le generara cierta nostalgia.
Aun así, mantuvo su temple y se giró para mirarla.
—Porque eres única y te lo merecías.
Una brisa juguetona revoloteó cerca y chocó contra el rostro de Amelie, alborotando su cabello mientras repasaba nuevamente y casi de forma inconsciente aquella frase.
"Única". Esa palabra en específico se le hacía bastante familiar, como si en algún momento la hubiera escuchado bajo una situación similar.
En ese instante, y de manera abrupta, un par de imágenes atravesaron su mente a toda velocidad, mismas que tenían la forma de piezas fragmentadas que intentaban reconstruir algo y llenar ese vacío que predominaba en su memoria.
—Ay... —un leve dolor causó malestar en su cabeza, haciendo que casi perdiera el equilibrio.
—¿Estás bien? —Giorgian se acercó preocupado, sosteniéndola por los hombros.
—... Sí —se frotó suavemente las sienes.
—Es mejor que regresemos.
Ambos dieron media vuelta y tomaron el camino de retorno. Él, como medida de precaución, no la soltó, y ella simplemente le dejó hacer.
En unos pocos minutos se vieron ya en casa. Amelie, un poco menos aturdida, se dirigió a su habitación con el artista siguiéndola de cerca, subiendo en silencio para no interrumpir a Dafne y sus tareas.
Abrió la puerta e ingresó. Giorgian hizo lo propio con cautela, dejándola apenas abierta, pero pronto reparó en que esa era la primera vez que conocía sus aposentos y no pudo evitar mirar todo a su alrededor, detallando los aspectos de la sutil decoración y las fotos pegadas en la pared.
—¿Le gusta? —preguntó Amelie mientras se sentaba al borde de la cama.
—Sí. Es bastante acogedor —él se sentó junto a ella—. ¿Ya estás mejor?
—Solo fue algo repentino, pero me siento bien ahora.
—Lo lamento. Creo que fue mi culpa. No debí hacer preguntado sobre el collar.
—No tiene que preocuparse, y como se lo dije, ya estoy bien.
Giorgian la miró. No supo si fue por la intimidad de la estancia o algo más, pero sintió un fuerte impulso de acariciarle la mejilla y así lo hizo, con delicadeza.
—¿De verdad no recuerdas nada?
La pregunta salió sin permiso de su boca. Sí, se había prometido ser paciente, pero existían momentos en los que pensaba que quizá todo no era más que una vil pesadilla y anhelaba profundamente volver a aquellos días hermosos donde no importaba nada más que los dos.
—Señor Maignan...
—Shh... —su mano bajó hacia su mentón y con su pulgar rozó ligeramente sus labios—. No hables. Solo déjame disfrutar de tu cercanía... Por favor...
No comprendió exactamente en qué instante se dejó llevar. Y es que, siendo sincero y pensándolo detenidamente, no sabía cómo había hecho para resistir por tanto tiempo. Le dio su espacio para no forzar las cosas, pero nada quitaba el hecho de que la extrañaba muchísimo, en especial sentir su piel debajo de la suya.
Amelie parpadeó varias veces, evidentemente sorprendida. Su intención inicial fue alejarse o decir algo, pero por alguna extraña razón una fuerza desconocida le impidió hacer alguna de esas cosas.
Cuando ya se dio cuenta, sus labios eran sellados en un suave y lento beso. Sin tener control absoluto sobre sí, empezó a corresponder con algo de duda, sintiendo cómo ese cálido y particularmente conocido contacto hacía vibrar su corazón como loco...
Y rompía la burbuja de cristal en su cabeza, liberando las piezas robadas de su memoria que poco a poco se comenzaron a unir.
El beso duró unos segundos que parecieron eternos hasta que Giorgian decidió, con un esfuerzo sobrehumano y contra toda voluntad, separarse. Amelie volvió a abrir sus ojos y lo miró, como si hubiera vuelto de un viaje largo o despertado de un profundo sueño que no parecía terminar jamás y susurró un simple:
—¿Giorgian?
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