Capítulo XIX
No había razones para perder un segundo más.
Visiblemente emocionado y ansioso por su descubrimiento, se lo comentó a Leander. Este, todavía sorprendido, lo festejó al igual que él, haciendo alusión de que la Providencia había tenido misericordia de su situación.
—¿Y cuándo pretendes ir? —le preguntó.
—Mañana mismo. No puedo esperar para verla de nuevo.
Si bien tenía la intención de salir a primera hora de la mañana, recordó que la agenda de ese día era muy importante, tanto en la discográfica como en la agencia. Es por ello que decidió resolver la cuestión de la grabación de su otro sencillo y su sesión fotográfica con la nueva colección de otoño lo más pronto posible, pero sin lucir apurado.
—Veo que hoy amaneciste con mejor cara —le comentó Kerim al finalizar su corta jornada—. ¿Alguna novedad?
—Nada especial. Solo que estoy por reencontrarme con la otra mitad de mi vida.
—Vaya, vaya. Qué bonita explicación poética. Me gusta esa actitud.
A las tres de la tarde salió de la agencia y se despidió de Leander. Lamentablemente este último no podría acompañarlo por más que así lo quisiera, pero deseaba de todo corazón que las cosas se arreglaran.
—Deséame suerte, amigo.
—No la necesitas. Sé que la vas a encontrar.
Subió a su auto con una enorme sonrisa adornando su rostro. Había pasado un buen tiempo desde la última vez que se había sentido así de alegre, y aunque solo era una sospecha la que lo guiaba, algo en su interior le gritaba que estaba yendo por el camino correcto.
Debido a que le había dado a Donyell algunos días libres, él era el encargado de conducir. Y para la ocasión no podía ser más que perfecto.
Sin desperdiciar ni un minuto más, tomó la avenida que lo sacó de la ciudad. Programó la dirección en el GPS y, mientras escuchaba algo de música de la radio, su mente comenzó a construir un centenar de planes.
"No voy a ser duro con ella. Escucharé los motivos de su decisión y la convenceré de regresar a Versalles. Le diré que es la mejor opción y le pediré... le pediré que sea mi novia. Sí, eso haré. Aunque falta resolver el asunto con Nadine, podré manejarlo".
Con ello y su firme convicción, recorrió un centenar de kilómetros que le resultaron muy cortos hasta visualizar el letrero "Bienvenidos a la ciudad de Lille, tierra sagrada de la producción agrícola". Esa era la segunda vez que visitaba ese lugar, aunque el motivo en ese instante era algo mucho más fuerte que un mero paseo de turismo.
Siguió obedientemente lo que marcaba en GPS hasta que este le indicó que girara hacia la derecha. Tomó el largo camino asfaltado entre curvas y casas de un estilo conservador y llegó al extremo más alejado. Su corazón, inconscientemente, dio un vuelco al leer la frase "El Portal de Lille" dibujada en un letrero de madera.
Detuvo el auto, respiró profundamente y salió del mismo puesto sus gafas de sol. Miró a su alrededor, demorándose un poco en aquella acción no tan deliberada.
—Qué extraño —susurró para sí—. Se me hace que conozco este lugar...
Si alguna vez estuvo ahí no lo recordaba, ya que en esos tiempos era muy pequeño y los años se habían encargado de difuminar casi por completo sus memorias del pasado.
Mientras tanto, sentada con uno de sus libros y tomando apuntes, se encontraba Dafne en el escritorio de su habitación. Luego de unos segundos se levantó para estirarse y, por mera inercia, volteó a ver hacia la ventana. Notó un auto negro estacionado al frente y a una persona mirando de un lado a otro. No supo reconocerla de inmediato, pero cuando esta se sacó las gafas, abrió los ojos como platos y desencajó la mandíbula por la sorpresa.
—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío —se apoyó completamente en el cristal—. No puedo creerlo. Es...
Por un momento se le dificultó hasta hablar, y cuando lo vio acercarse al porche, forzó a sus piernas a moverse y bajó corriendo a la sala.
—¡Familia! —exclamó ni bien puso un pie en el primer piso.
—¿Qué pasa? —preguntó Hendrick.
—A que no adivinan quién vino de París a Lille.
—¿De qué estás hablan...? —Haydeé inquirió, pero unos golpecitos en la puerta la distrajeron.
—¡Es él! ¡Es él! —Dafne brincó de la emoción—. Iré a atender.
—No —la detuvo su mamá—. Lo haré yo.
—Pero...
—Nada de reproches —la menor bufó—. Y no hagas mala cara.
Se acercó a la puerta y la abrió. Al otro lado encontró a un joven alto, robusto, vestido de traje y con un par de gafas colgando del cuello de la camisa.
—¿Sí?
—Muy buenas tardes. Mi nombre es Giorgian Maignan —se presentó humildemente.
Haydeé parpadeó varias veces. Ahora entendía a qué se debió ese entusiasmo de Dafne de hace un momento.
Claro, lo había visto en revistas y en televisión, pero tenerlo al frente era algo completamente diferente.
—Oh —sonrió apenas, todavía sorprendida—. Mucho gusto. ¿Qué lo trae por aquí?
—De hecho, es algo muy simple. El mapa me trajo hasta aquí, así que... si no es mucha molestia —se tomó el atrevimiento de entrar.
—Oiga. Espere —perpleja, la dueña de casa fue tras él.
—No tiene que preocuparse. Solo vine a buscar a... —atravesó todo el corredor y se detuvo abruptamente al mirar hacia la izquierda.
Sentada, con las piernas cruzadas y leyendo un libro, estaba Amelie, ajena a todo el alboroto que se estaba armando. Instintivamente alzó la vista, encontrándose con unos ojos avellana que la miraban fijamente.
En ese instante fue como si todo el tiempo se detuviera, como si los relojes hubieran dejado de marcar su tic toc habitual para observar aquel reencuentro.
Ambos, sin moverse, permanecieron un lapso eterno sin atreverse a apartar la vista. Amelie no sabía exactamente qué era lo que la mantenía atrapada en esos ojos, ojos que destellaban sorpresa, alivio, alegría y un centenar de otras emociones más.
Por su parte, Giorgian sentía que finalmente su alma regresaba a su cuerpo. Toda esa desolación, preocupación e incluso desesperación que estuvieron a un paso de arrebatarle la cordura se esfumaron, brindándole otra vez esa paz y tranquilidad que en su momento perdió, volviendo sus días un infierno.
—Amelie... —sonrió como pudo, con su mandíbula ligeramente temblorosa, y sin esperar más se acercó y la estrechó entre sus brazos.
No le importaba que la familia estuviera viendo. Ese detalle era lo de menos en comparación con la emoción de sentirla una vez más.
—Amelie, cariño —le dio una serie de besos en la mejilla derecha—. Por fin te encontré. Finalmente, amore mío —susurró esto último solo para que ella escuchara.
Hendrick, quien había estado en el comedor, se acercó silenciosamente hacia donde estaban su esposa y Dafne. Los tres, completamente atónitos, miraban la escena, tratando de entender qué era lo que realmente estaba pasando.
Aunque, como era de esperarse, observaron que Amelie no correspondió a la sesión de caricias y muestras de afecto. Ella simplemente se quedó como una estatua de piedra, queriendo asimilar a qué se debía tanto cariño.
Luego de unos segundos, Giorgian se separó un poco y volvió a mirarla a los ojos.
—No imaginas la falta que me hiciste. Tu repentina desaparición puso mi mundo de cabeza, pero ahora te tengo de vuelta —le acarició la mejilla con devoción—. Sabía que no tenía que darme por vencido.
Amelie parpadeó varias veces y, ladeando la cabeza, lanzó un inocente:
—¿Quién eres tú?
Fue instantáneo. Todo el ambiente color rosa que se había formado desapareció, haciendo que la enorme sonrisa del artista poco a poco se perdiera.
—¿Acaso estás tratando de tomarme el pelo? Es imposible que te hayas olvidado de mí en tan poco tiempo.
Amelie frunció el ceño y desvió la vista hacia su familia, ubicada a unos tres metros a su delante.
—De hecho —Haydeé tomó la palabra—, es así.
Giorgian volteó a verla, desconcertado. Esta le hizo una señal para que se acercara y él, con algo de dudas, así lo hizo. Volteó a ver a Amelie por última vez y se dejó guiar por Hendrick.
—¿Se puede saber qué es lo que está pasando? —dijo una vez llegados a la cocina.
Los dueños de la casa se miraron por unos segundos y luego volvieron la vista hacia él.
—¿No debería ya saberlo? Después de todo, usted la dejó volver.
—¿Qué? —miró con incredulidad a Hendrick—. Oiga. Sinceramente no tengo idea de lo que están hablando. ¿Podrían ser más claros, por favor?
El mayor no estaba muy convencido de su ignorancia sobre el tema, pero para Haydeé fue como si de verdad no estuviera al tanto de lo sucedido.
Y la mayor prueba de eso la había visto: la forma cómo abrazó y llenó de mimos a su hija, como si se hubieran separado abruptamente y sin decirse adiós.
—Hace dos meses, Amelie sufrió un accidente en Versalles —comenzó, haciendo mucho esfuerzo ya que no era algo fácil ni agradable de recordar—. La ingresaron al hospital, trataron sus heridas, pero quedó una secuela.
—Amnesia retrógrada —completó Hendrick—. Prácticamente ella no recuerda nada de lo que vivió en los últimos meses previos al siniestro.
La estancia se quedó por un largo en silencio. Giorgian, con una expresión entre atónita y contrariada, trataba de poner en orden su cabeza ante la información recibida.
¿Cómo que había perdido sus memorias? ¿Y por qué precisamente los preciosos momentos que habían tenido juntos? ¿Es que acaso el destino estaba disfrutando ver su situación sin tener apenas un poco de compasión?
Cada vez que reparaba en ello, un amargo sabor se extendía en su boca sin poder evitarlo.
—No puede ser... —se sostuvo la cabeza ante un repentino mareo. Fue entonces que vagamente recordó una noticia que vio hace algún tiempo en la televisión, noticia que hablaba precisamente de un accidente en la mañana, pero a la que él no le dio suficiente importancia.
Ese simple hecho lo hizo sentir culpable. Si hubiera prestado más atención, las cosas serían diferentes ahora.
Pero no servía de nada lamentarse por ello.
—¿Quién...? —musitó débilmente—. ¿Quién la trajo a Lille?
—Una amiga suya. Se tomó la molestia de asegurarse que llegara con bien. Nos pareció una buena muchacha, toda cordial y atenta.
No preguntó más detalles. Lastimosamente sus ánimos no se lo permitieron.
Apoyó sus manos en el mesón ubicado detrás suyo y cerró sus ojos por un momento.
—¿Recuperará la memoria?
—El médico dijo que sí, pero va a ser un proceso largo, y no sabemos cuánto tiempo tomará.
Giorgian, una vez más, se sumió en sus cavilaciones. Un proceso largo que podría tardar meses... ¿Y qué tal si eso nunca pasaba? Esa sola idea lo aterraba a niveles inimaginables.
Y fue en ese momento que, movido por ese miedo, una idea surgió en su mente.
—Me la voy a llevar.
—¿Qué?
—Volveremos juntos a Versalles. Quizá viendo la ciudad, la residencia, haya mayor probabilidad de que recuerde algo —calló unos segundos—. Sí, eso haré.
—Un momento —dijo Hendrick frunciendo el ceño—. ¿Con qué autoridad piensas llevarte a nuestra hija?
—¿Es que acaso no lo entiende? Sus memorias perdidas corresponden justamente al período cuando comenzó a trabajar en mi casa. Si ella vuelve, se acelerará su recuperación. Y si es necesario, contrataré a los mejores médicos del país para que la traten. No me voy a quedar de brazos cruzados.
Su voz estuvo cargada de una determinación tan fuerte que desconcertó a los señores Thauvin. Pero, además de eso, notaron un deje desesperado en sus palabras.
—Señor Maignan —Haydeé se dirigió a él con cautela—. ¿Por qué está tan empeñado en que Amelie recuerde?
El aludido suspiró. Sí, es verdad que a los ojos de ellos parecía algo extraño, pero él tenía sus razones, razones que involucraban sentimientos que no podía ignorar.
—Amelie me enseñó a ver las cosas de diferente manera. Provenimos de mundos diferentes, pero ella hizo que aprendiera a disfrutar hasta los detalles más pequeños. Transformó la vida de este lobo solitario con sus sonrisas, consejos, su sola presencia... —se sinceró desde lo más profundo de su corazón—. Es por ello que pienso que su salida de Versalles fue un malentendido.
Ambos señores lo miraron con la más auténtica de las sorpresas dibujada en sus rostros. Incluso se sintieron conmovidos por tan preciosas palabras que guardaban la más pura de las confesiones.
Pero aun así...
—Lo siento. No podemos dejar ir a nuestra hija —habló Hendrick—. Tus intenciones son buenas, pero preferimos que se recupere paulatinamente, sin ser forzada a nada aquí, en Lille.
—Ya cuando esté de vuelta, ella decidirá si regresa o no a Versalles.
Giorgian quiso replicar, pero las palabras murieron en su boca. Bueno, ellos eran sus padres después de todo, y estaban en su total derecho de velar por su bien.
Pero, a pesar de ello, no pudo ocultar su desánimo.
—¿Señor Maignan? —este alzó la vista, encontrándose con la sonrisa comprensiva de Haydeé—. Si tanto le preocupa que Amelie no lo recuerde, entonces puede hacer el intento de empezar de nuevo y reintegrarse a su vida.
—Pero, eso sí, sin presiones —acotó Hendrick.
Giorgian los miró con la más grande de las admiraciones. Definitivamente esa familia estaba conformada por ángeles, no como la suya.
—Gracias —sonrió.
Ya con los bríos renovados, salió de la cocina y volvió a la sala. Al ver de nuevo a Amelie, sintió unas enormes ganas de abrazarla como hace un momento, pero recordó los consejos de los señores y se inclinó por ir despacio.
—¿Amelie? —caminó y se detuvo cerca de ella, hincándose hasta estar más o menos a su altura. Esta dejó su conversación con Dafne y le prestó atención—. Me disculpo por mi comportamiento al llegar —hizo una pequeña pausa, acumulando fuerza para proseguir—. Déjame presentarme. Mi nombre es Giorgian Maignan. Soy músico especialista en piano y también modelo en la agencia Ihattaren París. Espero sinceramente que nos llevemos muy bien... como antes —musitó lo último.
Amelie, habiendo ya dejado aquel percance atrás, estiró su mano educadamente.
—Mucho gusto —mostró una linda sonrisa.
Giorgian sintió que su corazón dio un vuelco ante ese gesto que tanto había extrañado. Haciendo uso de su autocontrol, estrechó su mano con fuerza y la sostuvo por algunos segundos.
—Bueno, es hora de que me vaya —se levantó—. Volveré para visitarte pronto.
—Está bien.
Asintió levemente y se dirigió a la puerta en compañía de los señores Thauvin. Se despidió de ellos, les agradeció por todo y abandonó la estancia. No tardó mucho en llegar a su auto y partir de regreso a Versalles.
Ni bien salió de la ciudad, el timbre de su celular comenzó a sonar. Lo sacó de su bolsillo y lo dejó cerca de la palanca de cambios, no sin antes tomar la llamada.
—¿Haló?
—¿Qué tal? ¿Cómo te fue? —era la voz de Leander, quien denotaba un poco de ansiedad por saber.
—La encontré.
—¡Genial! ¡Es bueno escuchar eso!
—Pero hay un ligero inconveniente.
—¿Qué pasó?
Yendo directo al punto, le explicó brevemente sobre la amnesia a causa del accidente. Se evidenció que hizo un esfuerzo sobrehumano por no demostrar cuánto le dolía, aunque Leander lo supo sin siquiera verlo.
Y este último, por su parte, no podía creer lo que estaba escuchando. Su rostro era un poema, cosa que Giorgian logró imaginar con sus prolongados silencios.
—Qué situación... —comentó despacio.
—Lo sé, pero no por ello voy a renunciar.
—¿Tienes algo en mente?
—Por supuesto.
La determinación volvió a brillar en sus ojos. Había atravesado un largo camino hasta llegar a donde estaba, por lo que no se dejaría vencer por una situación que simplemente no vio venir.
Haría todo lo que estuviera en sus manos para traer de regreso a su ensoleillée.
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