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Capítulo XII

—¿Ya se fue su familia? —preguntó Amelie.

—Sí, afortunadamente —calló unos segundos—. ¿Qué haces aquí?

—Vine a ver las estrellas. Son buenas compañeras en momentos en los que uno necesita consuelo —se incorporó hasta quedar sentada y lo miró—. ¿Le gustaría verlas conmigo?

Giorgian no pudo evitar sorprenderse. Le resultó muy extraño ya que, por lo general, ella siempre trataba de mantener las distancias y ante cualquier oportunidad se alejaba.

Aun así, no preguntó y aceptó humildemente para luego tenderse al lado de ella, quien volvió a acostarse.

—Noté que no se lleva bien con su familia —Amelie comentó.

—No te equivocas —dudó sobre hablar del tema, pero al mismo tiempo sintió que podía confiar en ella—. Hemos tenido nuestras diferencias.

—¿Por qué?

—El problema radica principalmente en mi padre. Él no acepta que su hijo sea modelo y músico —suspiró al recordar su última conversación—. Desde que era un niño intentó vincularme con su empresa, pero eso no me llamaba la atención y le dije que era mejor que considerara a Damian. No se quedó satisfecho, y aunque hoy llegó con la intención de pactar una tregua, no lo consiguió.

—Ya veo... —se quedó un rato mirando la luna—. Pero debería saber respetar sus decisiones. Después de todo, ya es un adulto.

Giorgian sonrió con ironía: —Pues para él sigo siendo un joven soñador.

—¿Y su madre?

—Con ella la situación es distinta. Claro que no se esperó cuando le dije sobre mis planes, y aunque no lo demostró en frente de mi padre, en su interior supo aceptarlos. No es tan radical como él.

—Hum... —se reservó preguntar por su hermano para evitar darle un disgusto—. En el caso de mi familia también tenemos nuestras diferencias, pero no tardamos en hacer las paces cuando surge algún conflicto —hizo una corta pausa—. No considero saludable mantener tensiones con nuestros lazos más cercanos.

—También lo creo, pero en mi caso particular es un poco complicado, en especial si no hay buena voluntad de parte y parte.

—Debería intentarlo. Las palabras resuelven muchos problemas y enmiendan errores.

Giorgian volteó a verla. Ella tenía los ojos brillando y cargados de tranquilidad.

—Hablas como si tuvieras años de experiencia.

—He aprendido mucho de otras personas y de mí misma.

—¿De dónde son tus padres? —preguntó de repente.

—Del norte. Crecí en una hacienda donde nos inculcaron a mi hermana y a mí a trabajar duro por nuestros objetivos.

—Supongo que la educación más cerca de la naturaleza difiere significativamente de la que se imparte en la ciudad.

—Puede ser, pero usted es un claro ejemplo de que se puede luchar contra la tradición y vencer.

—Vaya, no lo había pensado de esa forma —puso las manos detrás de su cabeza—. Tienes razón.

Permanecieron unos minutos en silencio, sumidos en sus propias reflexiones mientras el cielo se abría magno frente a sus ojos, dejando a la vista más estrellas brillantes acompañadas de la luna llena.

Una suave brisa los refrescó, llevándose consigo todo el ajetreo del día.

—¿Usted tiene una estrella?

—¿Perdón?

Amelie sonrió: —Mi mamá me contaba que cada ser humano tiene una estrella guardiana. Y esta te escucha cuando estás afligido.

—¿Tú crees en eso?

—Por supuesto. ¿Usted no?

—Más me parece un cuento de fantasía dirigido a niños con una imaginación grande —mencionó lo que pensaba, pero enseguida se arrepintió, temiendo por una reacción negativa de su acompañante.

Pero, contrario a lo que esperaba, Amelie soltó una sonora y cantarina carcajada que fue como música para sus oídos.

—Creo que muchos piensan de esa forma, pero yo no lo considero fantasioso. Es más, mi estrella me trae inspiración y es mi confidente.

—¿Le pusiste un nombre?

—Sí. Se llama Fede, en honor a mi dramaturgo favorito —volteó a verlo—. Si usted tuviera una estrella, ¿cómo la llamaría?

Giorgian giró para mirarla y se quedó pensando. Para él, no existía mayor estrella que aquella que se encontraba al lado suyo, iluminando su vida de una y mil maneras.

"Se llamaría como tú, ensoleillée".

—No tengo idea —volvió a mirar al cielo—, pero supongo que tendría un nombre especial.

—Cuando lo tenga, me lo dice, ¿sí?

—De acuerdo —sonrió.

En ese instante, una estrella fugaz surcó los cielos, dejando un fino rastro de polvo de diamante a su paso.

—Wow —Amelie juntó sus manos en una plegaria, pidiendo ingresar a la universidad el próximo mes—. Listo —sonrió y se dirigió a Giorgian—. ¿Ya pidió su deseo?

—¿El qué?

—Cuando aparece una estrella fugaz, lo común es pedir un deseo. ¿Ya lo hizo?

—Hum... —meditó unos segundos y una sola idea llegó a su mente.

"Deseo que este momento dure para siempre".

Y, como sucedió con la anterior pregunta, no lo mencionó. ¿Por qué? Porque tenía miedo de que sus repuestas arruinaran ese instante que se había convertido en el más hermoso de su vida.

—Me reservaré la respuesta —fue lo único que dijo.

El tiempo pasó volando, y cuando Amelie miró su reloj ya eran las nueve y quince de la noche.

—Ya es tarde —se levantó y se puso de pie—. Es hora de retirarme. Usted también debería ir a descansar.

—Es verdad —muy a su pesar hizo lo mismo—. Vamos.

Regresaron juntos a la casa, Amelie se despidió y se dirigió a su habitación. Giorgian la miró alejarse y continuó caminando hasta pasar por la cocina donde Geraldine estaba.

—Oh —ella lo miró y se acercó—. ¿Hay algo que necesite?

—No por el momento. Voy a ir a mi sala de música. Mejor ve a descansar.

—De acuerdo.

Giorgian asintió, subió las gradas y tal cual dijo, entró a su lugar sagrado. Prendió las luces, se sentó al frente del piano y tocó una que otra pieza, aquellas que provenían de sus muy lejanos años de niñez y adolescencia.

Se entretuvo un rato repasando esas viejas notas hasta recordar a Amelie y su risa angelical. Era la primera vez que la escuchaba, y para él fue significativo el haber tenido una conversación normal como cualquier ser humano, hablando de la vida y cuentos mágicos.

Permaneció mirando a la nada y creyó que aquel momento no había sido suficiente. Sí, lo liberó del encuentro con su familia, pero ansiaba que durara un poco más.

Con ello en mente, salió de la estancia y bajó sigilosamente al primer piso, tomando el corredor que daba a las habitaciones de los empleados. Tocó la primera puerta a mano derecha y no recibió respuesta. Volvió a insistir, pero al no escuchar nada decidió abrirla lentamente. Miró por todo lado y no logró encontrarla, pero el sonido del agua corriendo le dio una pista.

"Se está bañando".

Tomándose algunos atrevimientos, se sentó en la cama y observó la cuidadosa decoración de aquellos aposentos. Un cuaderno sobre la mesita de noche llamó su atención, por lo que decidió tomarlo y ojear su contenido. Del mismo salió volando una hoja y alcanzó a tomarla, procediendo enseguida a leerla:

Con el ceño fruncido, repasó varias veces el escrito y pronto reparó en una fina, pero sencilla firma en una de las esquinas. Trazada con elegancia, llevaba el nombre de Amelie.

"Esto es...".

Sencillamente no tenía palabras. Jamás en lo que llevaba de vida había leído algo tan hermoso que le transmitiera tanto con tan poco. Él, como artista, nunca creyó que fueran necesarias frases para dar a conocer algún sentimiento, pero en esta ocasión descubrió cuánto poder tenían si se las sabía usar de forma estilística y con un sentido claro.

Y, por supuesto, fue sorprendente saber que Amelie componía algo tan bello.

Tan absorto estaba en ello que no se percató cuando la puerta del baño se abrió, dejando ver a la dueña del poema solo con una bata y con el cabello completamente mojado.

—¿Señor Maignan? —abrió los ojos desmesuradamente ante su sorpresiva presencia, haciéndolo espabilar.

—Oh, hola —saludó de la forma más natural posible.

—¿Qué hace aquí...? —preguntó y vio que tenía una hoja en su mano. Palideció al reconocerla—. No, no, no. No la lea —corrió e intentó quitársela, pero él se levantó y, alzando la mano, se lo impidió.

—Muy tarde. Ya lo hice.

Amelie saltó y se paró de puntillas, sin tener éxito. Eso le causó gracia a Giorgian.

—Devuélvamelo —dijo entre dientes.

—No sabía que te gustaba escribir.

—Es... es un pasatiempo —murmuró desviando la vista y dejando de insistir.

—Debo decir que es un pasatiempo muy interesante —le devolvió la hoja—. Ese lado tuyo no lo conocía.

—Solo mi familia lo sabía... hasta ahora.

Nunca antes le había mostrado sus poemas a nadie más. Y en ese momento se sentía terriblemente avergonzada, aunque Giorgian le dijera que era interesante.

—Oh, vamos. No tienes por qué ponerte así —le animó él.

—Lo sé. Es solo que... —no sabía cómo justificar lo injustificable.

Se quedaron unos instantes en silencio, los suficientes para que Giorgian, tras dejar el altercado atrás, reparara finalmente en su sencillo atuendo y la observara de pies a cabeza sin dejar de lado esa actitud llena de inocencia y timidez que tenía sus tintes cautivadores...

Y que hizo que algo dentro de él se encendiera como una llama voraz y violenta, oscureciendo el color de sus ojos.

Amelie no pasó por alto aquel cambio, y aunque había pasado un tiempo desde la última vez que vio esa mirada, la asoció de inmediato a una sola cosa.

Peligro.

—¿Qué tal si hacemos travesuras? —se le acercó con una sonrisa ladina. Ella, por instinto, retrocedió hasta toparse con el armario.

—... ¿P-Para eso vino aquí?

—No, pero esa vestimenta que tienes me hizo cambiar de idea. Te volviste una irresistible tentación, ensoleillée.

—E-Esa no era mi intención. Yo no sabía que usted estaba aquí.

—Shh... Basta de palabras —posó su mano derecha sobre su cadera y empezó a recorrerla de arriba abajo. Amelie cerró los ojos, intentando no caer en la provocación.

—Por favor, deténgase...

—¿Estás segura? —ella lo miró sin entender—. No puedes pedirme una cosa cuando tu cuerpo pide otra —empleó ese condenado tono sensual que la desarmaba por completo, dejándola a su merced.

Por más que trató, su resistencia no duró mucho y se rindió cuando él la besó con suma cautela y devoción. La suavidad del tacto la hizo corresponder enseguida, señal que Giorgian esperaba.

—Es muy peligroso hacerlo aquí —dijo él apenas separándose—. Vamos a mi habitación.

Amelie asintió y, antes de moverse, él la cargó entre sus brazos y salieron a toda prisa, sin siquiera cerrar la puerta.

El repiqueteo de sus pasos alejándose atrajo la atención de Ilse quien, un poco somnolienta, se levantó y salió de la habitación para dirigirse a la de Amelie.

—¿Se puede saber qué tanto haces...? —se frotó los ojos y se extrañó al ver la puerta abierta. Asomó la cabeza, entró, revisó el baño y no la encontró—. ¿Dónde se metió?

No es que estuviera estrictamente preocupada por ella, solo que le pareció muy inusual esos golpes que se le antojaron muy fuertes como para ser provocados por una señorita.

No entendió qué es lo que pasó ni por qué desapareció, pero decidió no darle importancia y regresó a su habitación.

Mientras tanto, Giorgian ya había llegado a la suya y, con la puerta bajo llave, recostó a Amelie y empezó a besarla al tiempo que sus manos acariciaban sus muslos desnudos. Los besos siguieron un camino desde su boca, pasando por el cuello (zona sensible), clavícula y deteniéndose para zafar el nudo de la bata.

La contempló unos segundos, grabándose aquella maravillosa imagen en la cabeza. Ahora sí tenía tiempo para explorar cada rincón de su ser y saciar esas ansias escondidas que quedaron de la primera vez y que ahora resurgían con mayor vehemencia.

Su intensa mirada generó vergüenza y dudas en Amelie. No estaba acostumbrada a esa clase de observaciones meticulosas, en especial si tenía que ver con su cuerpo desnudo, pero todos esos pensamientos negativos se vinieron abajo cuando él se acercó y comenzó a lamer y mordisquear sus pezones. Un sonoro gemido se escapó de su boca y se aferró a las sábanas.

La sensación era increíble y aumentaba cada vez más el deseo en su interior.

—Hah...

Giorgian continuó con su jueguito, amasando sus pechos de vez en cuando. Eran tan suaves y perfectos que cabían en la palma de su mano.

Y su sabor, mezclado con la esencia natural de flores, era una especie de droga que no podía dejar.

—Ah... Giorgian —profirió un llamado entre suspiros.

Este alzó la mirada sin dejar de succionar.

—T-Tócame...

—¿Qué? —la instó a que hablara más claro.

—Tócame ahí abajo... —jadeó—. Por favor...

Giorgian comprendió al instante, alzó una ceja y sonrió.

—Voy a hacer algo mejor.

Abandonó sus pechos y siguió dejando besos por su vientre hasta llegar a la región púbica. Le abrió las piernas, bajó el rostro y comenzó a lamer su clítoris.

Amelie gritó y arqueó la espalda. Ráfagas de adrenalina golpearon sus venas, las cuales se transformaron en descargas eléctricas que se estrellaban una tras otra contra su centro, inundándola del más puro placer.

Esos movimientos llenos de destreza le estaban nublando la razón, pero no quería que se detuvieran por nada del mundo.

Su garganta profería decenas de gemidos sin control, y temiendo que alguien la escuchara, tomó una almohada cercana y la abrazó, enterrando su boca en la misma.

Un par de segundos después todo su cuerpo se estremeció, liberando un grito ahogado que anunciaba su llegada al clímax.

Giorgian se irguió y repasó esa zona rosada con sus dedos, cubriéndolos de una sustancia viscosa y transparente. Procurando que ella lo viera, se los llevó a la boca, saboreándolos mientras sonreía.

—Sabes muy bien, cariño.

Amelie se sonrojó violentamente, más de lo que ya estaba, y trató de tapar su rostro con la almohada, pero él se la quitó y la lanzó lejos.

—No tienes porqué sentirte avergonzada si te gusta —se le acercó y le acarició las mejillas—. Además, quiero ver cada gesto tuyo mientras suspiras, jadeas o gimes —le dio un pequeño golpecito en la frente.

Esa acción juguetona y sus palabras tuvieron cierto efecto positivo en ella. Era realmente increíble la magia que utilizaba, impulsándola a ser más abierta y menos tímida.

Una vez más caía, confiaba y admiraba esa forma tan preciosa de ser incluso en la intimidad.

Como se esperaba, para Giorgian el juego recién comenzaba, y su miembro latiendo impaciente dentro de sus pantalones era una clara prueba de ello. Por ende, se deshizo de los mismos y de sus bóxers, quedándose solo con la camisa puesta.

A pesar de ser inexperta en el tema, no pasó desapercibido para Amelie ese singular hecho. Lo comprendió aquella noche en el bar porque era un lugar público, pero ahora que estaban solos sentía curiosidad por saber si había una razón o solo era un fetiche.

—Giorgian —se detuvo hasta tener su atención—. ¿Por qué sigues con la camisa puesta?

—¿Quieres que me la quite?

Asintió levemente: —No me parece justo que yo esté... totalmente desnuda y tú no.

Aunque no consiguió sacarle la verdad, pudo expresar lo que pensaba, lo cual era ya un avance.

Pero no pudo evitar imaginar que eso le molestaría.

—No hay problema —sonrió y, acto seguido, se quitó la prenda—. Todo sea por ti, ensoleillée.

No supo qué le alegró más: que aceptara su petición o la última frase mencionada, pero antes de agradecerle, él ya estaba entre sus piernas y, suavemente, entró en ella.

Cerró los ojos y gimió sin contenerse. No tardó en enredar sus piernas alrededor de su cintura, acercándose más, buscando mayor contacto.

Giorgian comenzó a embestirla, sosteniéndola por las caderas, saliendo y entrando duro, deleitándose de aquel encuentro con la única mujer que lo provocaba hasta llegar al punto de la locura.

—Ah... ah... sigue... —se abrazó a su cuello, gimiendo contra su oído. El choque húmedo entre ambos cuerpos era la más grande de las delicias.

—A tus órdenes...

Los sonidos de placer no cesaban, la temperatura aumentaba y sus corazones latían frenéticos por la euforia del momento.

—Oh, Dios...

—Amelie...

Ambos estallaron en un violento orgasmo que los dejó exhaustos y llenos de satisfacción.

Amelie soltó a Giorgian y se desplomó en la cama, tratando de recuperar el aliento. Él no se separó enseguida, sino que permaneció de rodillas, respirando irregularmente y observando su rostro ruborizado con los ojos entreabiertos.

—Eres preciosa —la besó con sutileza y se acostó al lado suyo. Ella se acurrucó y sonrió antes de quedarse dormida.

Ese fue gesto suficiente para transmitirle alegría, una alegría que muy pocas veces experimentaba.

Y, con ese sentimiento en su corazón, acompañó a Amelie al mundo de los sueños.

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