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Capítulo X

—¡Amelie! —agitó su mano.

La aludida se acercó e intercambiaron un efusivo y cariñoso saludo.

—¡Hola, Mirelle! ¡A los tiempos que te veo!

Mirelle era una antigua compañera de la secundaria con la que se llevaba muy bien a pesar de sus marcadas diferencias. Era una persona muy alegre y extrovertida.

—Digo lo mismo, y además no has cambiado nada.

—Tú tampoco —sonrió, pero pronto se fijó en que ella traía consigo un coche muy particular—. ¿Y esto?

—Bueno. Dos años después de graduarme me casé y tuve a mi primera hija: Alene.

Amelie no pudo ocultar su sorpresa, en especial al recordar todas las cosas que, antes de graduarse, prometió hacer.

—Esto sí que es inesperado.

—Lo mismo me han dicho otros compañeros, pero ya ves cómo cambian las cosas.

—¿Puedo sostenerla?

—No veo por qué no.

Mirelle quitó la manta que cubría el coche, dejando a la bebé de siete meses ante la maravillada e iluminada mirada de Amelie.

—¡Es preciosa!

La bebé, como intuyendo la emoción de la extraña, sonrió, enterneciendo su corazón.

Amelie no dudó más y la sacó del carrito cuidadosamente, envolviéndola entre sus brazos. Adoraba a los niños, especialmente sus risitas tan encantadoras y esa inocencia que tanto los caracterizaba.

—Te felicito. Es un amor. Se parece mucho a ti.

—Prácticamente heredó mi belleza.

Soltó una risita antes sus palabras y arrulló a la pequeña, logrando hacerla reír con algunas muecas improvisadas.

—¿Sabías que eres un ángel? Sí que sí.

—Cierto. ¿Continuaste estudiando?

—Tuve que posponerlo por un tiempo ya que mi mamá enfermó y la hacienda entró en crisis. Actualmente estoy trabajando para costearme los estudios.

—Ya veo... ¿Y dónde trabajas?

—No lo vas a creer cuando te lo diga.

—Uy, eso aumentó mi curiosidad. Dime.

—Fui contratada por Giorgian Maignan para laborar en su casa.

Lo dijo de forma natural, sin exagerar en el tono y sin mostrar mayor emoción, como si fuera la cosa más normal del mundo.

Pero la que sí se quedó en estado de shock fue Mirelle, quien desencajó la mandíbula ante semejante revelación.

—... ¿Me estás tomando el pelo?

—No tengo razones para mentir —"En especial cuando recién me enteré quién era".

—¡Wow! ¡Qué locura! —exclamó, sin importarle hacer una escena en plena calle—. ¿Quién lo diría? Mi amiga, Amelie Thauvin, trabajando con una super estrella. ¡Es extraordinario!

—Sí, lo sé, pero no te exaltes.

—¿Cómo no hacerlo? Es el mayor honor. Cualquiera daría lo que fuera por estar en tu lugar.

—No eres la única que me lo ha dicho —volvió a arrullar a Alene, quien se había inquietado un poco con el escándalo de su madre.

—Pero cuéntame. ¿Cómo fue?

Amelie le relató, así como a su familia, los hechos más importantes con suma concentración, lo que hizo que no se percatara de que alguien la estaba observando.

Y ese alguien era precisamente el tema de la conversación: Giorgian.

Luego de su jornada en la agencia, iba de regreso a casa cuando identificó a Amelie en una de las calles principales hablando con una chica. Le pidió a Donyell que detuviera el auto y se quedó observando aquella imagen donde ella sostenía y jugaba con la bebé. Sus gestos tan relajados y felices le transmitieron una inesperada ternura y calidez.

Era la primera vez que la veía en esa faceta tan dulce y cariñosa.

Permaneció un buen rato contemplándola hasta que decidió ponerse las gafas y bajar la ventana.

—Amelie —la llamó en un tono lo suficientemente elevado para que lo escuchara.

Esta volteó a ver y se quedó perpleja al reconocerlo.

¿Qué hacía ahí?

Mirelle siguió la dirección a donde miraba y alzó las cejas.

—¿Es él? —preguntó discretamente.

—Sí —respondió de la misma forma.

—Es hora de ir a casa —dijo Giorgian.

Amelie miró a su amiga y esta asintió. Le devolvió a la bebé, tomó las bolsas de las compras y se despidió.

—Nos vemos pronto —se dirigió a Alene—. Adiós, preciosa.

Dicho esto, caminó hacia el auto y subió al mismo. A una orden del artista, Donyell continuó manejando.

Ambos se sumieron en el silencio. Lo único que se escuchaba era la música de la radio y uno que otro claxon de los autos circundantes.

De vez en cuando, Amelie miraba de reojo a Giorgian. De verdad se pegó un susto al encontrarlo, como si hubiese sido invocado gracias a su conversación con Mirelle.

¿Acaso la estaba siguiendo? No, no lo creía posible ya que ella mismo vio cuando salió temprano, así que resultaba más certero decir que fue pura casualidad.

—Te vi muy contenta mientras charlabas con esa persona —Giorgian habló de repente.

—¿Eh? Ah, es que me dio mucho gusto volver a ver a una antigua compañera del colegio.

—Y a su bebé también.

Amelie, extrañada por aquel comentario, volteó a ver sigilosamente, con una pregunta en mente.

—... ¿Cuánto tiempo llevó observándome?

—Había llegado hace un par de minutos —mintió—. Te reconocí a lo lejos y decidí traerte de una vez a casa.

Aunque utilizó un tono lo suficientemente natural y convincente, Amelie no le creyó y él se dio cuenta.

—Afortunadamente —prosiguió antes de que ella se atreviera a decir algo—, fue una muchacha con la que te encontraste.

Amelie frunció el ceño. ¿Qué quiso decir con eso?

No hubo tiempo para replicar porque ya se encontraban al frente de la mansión. Entretenida en la conversación, ni se percató cuando atravesaron el portón y los jardines.

Dejando el tema de lado, ambos se bajaron del auto, subieron las gradas e ingresaron a la residencia. Amelie fue directo a la cocina donde se encontró con Geraldine y le entregó las bolsas. Esta le agradeció enormemente y se disculpó por abusar de su confianza. La recién llegada negó con la cabeza y abandonó el lugar.

Camino a su habitación, estaba recordando todo lo que hizo en el día cuando...

—Hola, ensoleillée.

Esa voz, salida de la nada, la hizo sobresaltar.

—Por el amor de... —se llevó una mano al pecho y vio aparecer a Giorgian con una sonrisa juguetona.

—Me disculpo por el susto causado —habló con solemnidad.

—No... no se preocupe —suspiró—. ¿Se le ofrece algo?

—Sí. Ya que estoy de muy buen humor, te invito a mi sala de música.

—... ¿Para qué?

—Quiero que escuches un poco de lo que estoy componiendo.

—Oh —se mostró desconfiada y recelosa. "Qué propuesta más extraña", pensó—. No creo que deba...

—Solo será por algunos minutos.

—Lo sé, pero...

—No quiero escucharte decir que debes volver al trabajo. Es tu día libre.

Amelie lo miró desconcertada. ¿Acaso había leído su mente?

Sus ojos, aquellos orbes avellana brillaban alegres esperando por su respuesta. Ese fue motivo suficiente para que aceptara (aunque cierta duda persistía).

—Está bien.

—Perfecto. Vamos —enseguida la tomó de la mano y la llevó hacia el lugar ubicado en el segundo piso, al lado de su recámara.

A pesar de llevar viviendo ahí un mes, era la primera vez que conocía esa sala. En su primer día solo supo de su ubicación ya que en ese instante Giorgian realizaba sus ensayos y Geraldine procuró no interrumpirlo. Y como Ilse era la encargada de su limpieza, no sintió especial curiosidad por saber lo que allí se escondía.

Pero en ese instante, al descubrirlo, se quedó absorta observando cada detalle: pinturas de artistas clásicos y contemporáneos, un anaquel con varios libros ordenados alfabéticamente, un escritorio, dos sofás, un pequeño mueble que guardaba ejemplares de licores, una alfombra roja de terciopelo, un precioso piano de cola y una ventana que cubría desde el techo hasta el piso, dejando a la vista un paisaje verde contrastado con casa modernas e históricas.

—Wow.

Su rostro, sorprendido ante tanta elegancia, hizo que Giorgian soltara una risita.

—Para como si recién conocieras este lugar.

—De hecho, es la primera vez que entro.

—¿En serio?

—Sí. Por lo general, Ilse es la que limpia todo aquí, y me dijo que no era necesaria mi intervención.

—No tienes que hacerle caso. A veces tiende a querer hacer todo ella sola —se acercó al gran ventanal—. Pero si se trata de ti, puedes nomás venir cuando quieras.

Esa, sin lugar a duda, fue una declaración que no se esperó.

"Lo tomaré en consideración", pensó, sin atreverse a mencionarlo.

—¿Y entonces? ¿Qué te parece?

—Es... hermoso —le faltaban palabras para describirlo.

—Aquí es donde nace la magia —se dirigió al piano y se sentó en el pequeño taburete. Con un gesto de mano la invitó a sentarse en el sofá.

Amelie así lo hizo y enseguida inició la interpretación.

El lugar se llenó de una melodía exquisita y relajante que transmitía la más auténtica emoción y vida a quien la escuchaba. Los dedos de Giorgian se movían con asombrosa facilidad sobre las teclas en una danza pacífica que no pasó desapercibida para Amelie.

Esta veía cada movimiento con absoluta concentración mientras sus oídos se deleitaban con aquella preciosa música. Se sentía fascinada con ese desenvolvimiento, mismo que además le inundó de un sinfín de agradables sensaciones que por momentos la teletransportaban a otro mundo.

Pero lo más extraño de todo era que percibía que aquel concierto iba dirigido exclusivamente a ella, algo que parecía descabellado desde cierto punto pero que, en realidad, no era una equivocación de su intuición.

En repetidas ocasiones, Giorgian miró de soslayo a Amelie, fijándose en los leves movimientos que hacía con la cabeza. Sus miradas se cruzaron un par de veces, veces que aprovechó para decirle, sin palabras, que se había vuelto su más grande inspiración.

La presentación duró diez minutos, tal vez los más hermosos para ambos.

—¿Qué opinas? Me demoré una noche en componerla, así que puede que haya algunas fallas.

"¿Fallas?", se preguntó internamente Amelie, sin creerlo.

—Para mí fue perfecto —habló sinceramente.

—Me alegra escucharlo —sonrió—. No le puso nombre antes, pero ahora ya sé cómo llamarle.

—¿Cómo?

Innocence. En honor a mi musa.

Por aquel entonces, Amelie no comprendió que se refería a ella.

—Es muy lindo —se puso de pie, pero antes de irse recordó algo—. Uhm... ¿señor Maignan?

—¿Sí? —la miró.

—Desde que dejé mi anterior trabajo he querido saber... ¿por qué me contrató?

Giorgian ladeó un poco la cabeza.

—Lo siento por ello, pero es una cuestión que me tiene bastante intrigada.

El artista, sin despegar su vista de ella, se levantó y caminó hasta estar a unos pocos centímetros.

Amelie no se movió de su lugar a pesar de que su cercanía le ponía los nervios de punta.

—Es simple, cariño —le tomó un mechón de cabello y lo enredó en su dedo—. Fue cautivación —sonrió—. Hay algo en ti que es diferente, que movió mi mundo desde el primer contacto —tomó su mano y se la llevó a los labios—. Llegué a resignarme a no verte más, pero la Providencia fue tan buena conmigo que permitió que nuestros caminos se cruzaran una vez más —se acercó hasta su oído—. Y para evitar otra separación, aproveché la oportunidad de traerte —hizo una pausa para mirarla—. ¿Algo más, ensoleillée?

Por más que lo intentara, Amelie no podía apartar la vista de esos ojos avellana que le atravesaban el alma sin miramientos.

¿Cómo es que ese hombre podía ser tan sensual y caballeroso al mismo tiempo?

Su comportamiento hizo que su inquietud quedara relegada, y para evitar que ese cosquilleo que sentía aumentara, obligó a sus pies a moverse lento, pero con seguridad.

—Con permiso —dijo atropelladamente y abandonó la estancia.

Giorgian permaneció mirando la puerta y soltó una risita. No sabía por qué, pero le encantaba tener ese efecto en ella; hacerla sentir de mil maneras con solo un simple gesto.

Sin poder evitarlo, se había convertido en su pasatiempo favorito.

Por otro lado, Amelie llegó a su habitación y se desplomó de espaldas en la cama. En ese espacio de soledad obtuvo calma y con ello intentó descifrar las explicaciones que le dio Giorgian.

Todas ellas parecían una especie de poesía, como las que ella solía escribir en sus ratos libres.

¿Es que acaso le estaba tratando de decir que era especial?

El simple hecho de pensar en eso le producía una inusual y desconcertante emoción y provocaba marcados sonrojos en sus mejillas.

¿Qué eran todas esas reacciones cuando se trataba específicamente de él? No lo sabía, y esperaba que las estrellas en el cielo la ayudaran a encontrar la respuesta.

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