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Capítulo VI

Una mañana de verano, con el solo iluminando en lo alto en medio de un cielo despejado, se llevó a cabo la ceremonia de graduación en la Unidad Educativa Rousseau. Los integrantes de la quincuagésima promoción, vestidos con sus uniformes, capa y birrete, recibieron su acta de grado y título de bachilleres luego de varios puntos en el cronograma establecido, brindando poco después con una bebida ligera y lanzando, en medio de la emoción del momento, los birretes al aire.

Entre los chicos se encontraba la pequeña Dafne Thauvin. Luego de un largo proceso, finalmente había alcanzado ese logro que demostraba que una parte de su vida había culminado para dar paso a otra, siendo acompañada por los seres que más apreciaba...

O, al menos, eso era lo que deseó en un principio.

Lastimosamente, el sueño de ver a toda su familia reunida en tal especial día se vio frustrado cuando su hermana le comentó que no podría acompañarla.

Era muy consciente de que, después de la crisis en la hacienda, Amelie estaba haciendo todo lo posible por continuar y cumplir con sus metas, por lo que, con mucha tristeza, aceptó que no la vería.

Tampoco iba a ser tan egoísta como para exigirle que fuera a la graduación sabiendo que se la pasaba muy ocupada en su trabajo relativamente nuevo.

Crearle problemas no estaba dentro de sus expectativas.

A pesar de que ya llevaban cerca de cuatro meses separadas, todavía no se acostumbraba a su ausencia. Le hacía mucha falta su compañía, sus consejos... Era la única a la que le contaba sus locuras y sus ideas radicales para cambiar el mundo.

Además, extrañaba esas poesías que con tanto esmero componía y transmitían fuertes emociones al alma.

Poesías... Era increíble ver la evolución que atravesó Amelie como para decidir elegir a la Literatura como su carrera. Si se lo preguntaban, le costó bastante hacerse a la idea de esa resolución tan rara de su hermana, pero luego de un tiempo comprendió que estaba hecha para eso, además de que su determinación era algo digno de admirar.

Y ese aspecto pronto se convirtió en un motor de impulso que la ayudó a decidir sin tanto lío qué haría a partir de entonces.

Cinco días después de su grado, llegó al departamento de Amelie para sorprenderla. El viaje había sido agotador (5 horas en bus), pero valió la pena al ver el rostro de felicidad de su hermana cuando la puerta se abrió.

—¡Qué visita más maravillosa! —la abrazó efusivamente, como en los viejos tiempos.

—Te extrañé un montón —correspondió sin dejar de sonreír.

—No imaginas yo —se separó—. Entra, por favor.

Dafne atravesó la puerta y miró a su alrededor. El lugar no era muy grande, pero sí acogedor y con una hermosa vista a la ciudad.

—Wow...

—¿Quieres conocer lo demás?

—Por supuesto.

En un corto recorrido, Amelie le mostró la habitación, el estudio, la cocina y todos los demás rincones. No pudo evitar sentirse un poco celosa por tan cálido ambiente para vivir.

—Se nota que te esmeraste en la decoración —volvieron a la sala—. Todo el lugar grita Amelie.

—Lo sé. Eso ayuda a concentrarme en mi trabajo.

—Definitivamente vas a diseñar mi casa y no acepto un NO como respuesta.

Ambas rieron y se sentaron, una en el sofá y la otra en uno de los sillones.

—Cuando dijiste que vendrías, no me imaginé que sería tan pronto.

—Bueno, decidí aprovechar las vacaciones antes de ingresar a la universidad.

—Lamento no haber podido estar ese día.

—No te preocupes. Entiendo que la vida aquí en París es muy agitada y requiere su tiempo. Además, tengo algunas fotos para que las veas.

Dafne sacó su celular (regalo de su padre) y le mostró a Amelie cada momento inmortalizado por la cámara: la entrega del título, la puesta de birretes, el lanzamiento al cielo de los mismos y el festejo con la familia y amigos.

—Está todo muy lindo —sonrió—. Oh, cierto, hablando de eso... —se levantó, se dirigió a un pequeño mueble de madera y de él sacó una caja mediana envuelta—. No creas que por no ir me olvidé de tu regalo —se lo entregó y volvió a sentarse.

—No era necesario Amy...

—Es un modo de compensar mi ausencia —se encogió de hombros—. Espero que te guste.

La curiosidad venció a Dafne y lentamente desenvolvió el regalo. Para su sorpresa, al abrirlo encontró una blusa estampada de gato, una pulsera y un perfume. Examinó cada artilugio y se quedó boquiabierta al tomar el frasco.

—¿Carolina Herrera?

—Así es.

—¡Kya! No puedo creerlo —exclamó, pero casi enseguida se puso seria—, pero esto debió costarte una fortuna.

—No es la gran cosa.

—Ay no. No puedo aceptarlos. Es demasiado...

—Te lo mereces. No hay excusa para devolvérmelo.

—Eres la mejor hermana del mundo —la abrazó—. Muchas gracias. Todo es precioso —dejó el perfume en la caja y tomó nuevamente la blusa—. ¿Puedo probármela?

—Adelante.

Dafne corrió al baño y en menos de un minuto volvió luciendo la prenda.

—¿Qué tal?

—Te queda excelente.

—Me encanta. Estoy segura de que Mía estará muy feliz por llevarla a todos lados.

—Precisamente esa fue la intención.

—Una vez más, muchas gracias —se quedó con la blusa puesta y guardó la otra y los demás regalos en la caja.

Una brisa fresca entró por la ventana de la sala, haciendo ondear levemente las cortinas.

—¿Y... cómo está mamá?

—Muy bien. De hecho, quería venir conmigo, pero como su recuperación es lenta, tuvimos recelo de que el clima de aquí pudiera afectarle, por lo que preferimos dejarla en casa.

—Supongo que no fue nada fácil convencerla.

—No te equivocas. Tiene muchas ganas de verte, al igual que papá.

—Espero visitarlos pronto. Eso si la vida aquí no me consume primero.

—Eres fuerte, hermana, y muy capaz de todo. Ya quiero verte estudiando.

—Yo también.

—Por cierto, ¿sigues componiendo?

—Claro. ¿Crees que me detendría?

—Es obvio que no —soltó una risita.

—Ya vuelvo —abandonó la sala, fue al estudio y unos segundos después regresó con un cuaderno empastado. Se sentó junto a Dafne y lo abrió—. Estos tres los hice en primavera, y este último lo compuse hace un par de días.

Dafne leyó cada poema, tomándose su tiempo y remarcando el arreglo pulcro de las palabras y los recursos estilísticos utilizados. No era una experta, pero con Amelie había aprendido a diferenciarlos.

Llegó al último y no pudo evitar extrañarse por la distintiva letra del título:

Dafne releyó una y otra vez el poema. Era la primera vez que leía una composición desarrollada en primera persona con tanto por transmitir y con detalles muy específicos en la descripción.

Volteó a ver y le sonrió a Amelie con picardía.

—No hace falta ser un genio para saber que se lo dedicas a alguien.

—Puede ser —se encogió de hombros.

—Nada de que puede ser —cerró el cuaderno y se sentó hasta quedar frente a frente—. No es común que escribas de esa forma. Dime, ¿a quién conociste?

—Creo que es demasiado evidente —soltó una risita.

—Tú lo has dicho.

—Bueno. Conocí a un chico por casualidad en el hotel donde trabajo.

—Woo —elevó ambas cejas—. ¿Solo estaba de pasada o era un cliente?

—Hum... —ahora que lo mencionaba, no había pensado en eso—. La verdad, no sé. Pero de lo que estoy segura es que es alguien maravilloso y me inspiró para crear mi último poema.

—Creo que inspiración queda demasiado corto —sonrió y negó—. Al fin apareció alguien que te movió el piso.

—No exageres.

—No lo hago. Solo digo lo que veo y leo —le guiñó un ojo—. ¿Hablaste con él?

—Un poco, solo ese día —omitió por completo el segundo encuentro—. Aunque sé que no lo volveré a ver.

—Deberías tener un poco más de fe. Quizá se te haga el milagro y puedas decidirte a pedirle una cita.

En respuesta, Amelie le lanzó un cojín de manera juguetona.

—Cambiando de tema —Dafne prestó atención—, ¿ya sabes qué carrera vas a seguir?

—Sí. Me decidí por la medicina veterinaria.

—Eso es bueno.

—Sí. Hemos vivido toda la vida rodeados de animales de todo tipo y quiero ayudarlos. ¿Quién sabe? Tal vez consiga una forma de hacerlos eternos.

—Eres muy ambiciosa y con una imaginación muy grande.

—No más que tú, Lady Amy.

Amelie rió ante la mención del pseudónimo con el que firmaba sus creaciones.

Recordando que la ropa ya estaba seca, se levantó y se dirigió al cuarto de lavado, no sin antes decirle a Dafne que se sintiera como en casa. Esta última miró una vez más los cuadros que adornaban las paredes, y un reloj le trajo a la memoria un asunto muy importante.

"Cierto. Ya mismo empieza la entrevista".

—¡Amelie! ¿Puedo prender la televisión?

—¡No hay problema! —se escuchó su voz a lo lejos.

Dafne tomó el control remoto que se encontraba sobre la mesita central y encendió la pantalla. Buscó el canal Stars & Styles y suspiró al ver que el programa estaba por comenzar.

—¡Buenas tardes, damas y caballeros televidentes! —la presentadora saludó. Muchos aplausos sonaron en respuesta—. Bienvenidos a una entrega más de este su programa Hablando con las estrellas. Hoy tenemos a un invitado muy especial. Un joven modelo que también está incursionando en el mundo de la música y cuyo primer sencillo ha tenido un buen recibimiento por parte de todos los melómanos. Con ustedes, ¡el líder juvenil Giorgian Maignan!

—¡Qué bien! —aplaudió emocionada Dafne al verlo ingresar al set—. Wow. Es más guapo que en las revistas.

—¿A qué se debe tanto regocijo? —preguntó Amelie mientras se acercaba a la sala.

—Ni sabes. Mi modelo favorito lanzó su primer sencillo y ahora lo están entrevistando. ¡Está divino!

—Bueno, si te tiene tan entusiasmada supongo que debe ser un... —cuando llegó cargando la ropa en una canasta, se calló de inmediato al ver la televisión.

—¿Ves? Es tan sorprendente que hasta tú te quedas sin palabras.

Amelie no escuchó nada de lo que dijo. Su atención estaba dirigida exclusivamente a aquel personaje al otro lado de la pantalla.

Parpadeó varias veces, creyendo ver algún producto de su imaginación, pero al comprobar quién era, palideció de golpe, soltando la canasta que se estrelló contra el piso e hizo brincar a Dafne.

—¿Hermana? —volteó a ver y abrió los ojos desmesuradamente—. Por Dios. Estás más blanca que un papel.

Se arrodilló en el asiento y le palmeó las mejillas. No reaccionó.

—Ay, no... —la zarandeó un poco por los hombros—. ¿Qué pasó?

El nivel de shock fue total. La entrevista seguía su curso, pero Amelie estaba más concentrada en ver cada gesto del invitado, leyendo una y otra vez el nombre que aparecía en la esquina inferior izquierda.

"Imposible. ¿Entonces él...?".

—¡Amy! —gritó su hermana al borde de la desesperación—. Responde, por favor.

Aquella exclamación hizo que espabilara un poco, aunque seguía inmersa en imágenes y recuerdos que hicieron meollo en su cabeza.

—Es él —susurró apenas.

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