Capítulo V
¿Que si alguna vez creyó en los azares del destino?
Siempre consideró que no eran nada más que promesas engañosas que de alguna forma daban esperanza a las personas en algo completamente incierto y cargado de incertidumbre.
Pero en ese instante, aquella concepción se esfumó en cuestión de segundos.
Ese día de su llegada al Grand Powers Hotel, su mente divagaba en las actividades que realizaría con la discográfica y la sesión fotográfica programada para los tres días siguientes. Su concentración era absoluta, algo muy común cuando se trataba de trabajo, pero esta sufrió una inusual interrupción cuando se tropezó con aquella joven en el corredor que daba a los ascensores.
Dada su creciente popularidad, no era raro que las chicas reaccionaran emocionadas ante su presencia, pero en ese caso particular, la joven lo miró como si no lo conociera.
Algo muy curioso si se lo preguntaban.
No pasó desapercibido para él ese comportamiento tierno e inocente que, de alguna manera, le hizo olvidar todos sus pensamientos y cualquier otra cosa insignificante que cruzara su mente, dejándolo totalmente en blanco.
¿Qué era lo que había ocurrido? No tenía ni la menor idea.
Luego de su corta conversación, y mientras subía a su habitación designada, no dejó de pensar en esos orbes castaños, tan profundos y preciosos que lo atraparon con una simple y fugaz mirada.
Hubo un par de veces en que sonrió inconscientemente, pero esa sensación extrañamente agradable se apagó poco a poco porque sabía que no volvería a verla.
Sí, pudo haber preguntado por ella en la recepción, pero sus obligaciones lo devolvieron a la realidad y dejó aquella cuestión de lado.
Conservar su recuerdo era lo único que le quedaba y estaba satisfecho con eso; sin embargo, nunca contó con que el destino la pusiera en su camino una vez más.
Los giros de la vida eran muy difíciles de entender, pero, al mismo tiempo, podían llegar a ser maravillosos.
Por su parte, Amelie seguía sin poder creerlo. De un brinco se separó de él, parpadeó varias veces e incluso sacudió la cabeza para comprobar que era real.
Y sí, aunque las luces bailaban con intermitencia, eso no fue impedimento para reconocerlo.
—La chica del hotel...
Amelie sintió cómo dejó de respirar por unos segundos. ¿Acaso se acordaba de ella?
—Qué casualidad tan grande —continuó él—. Este es un lugar muy remoto como para un segundo encuentro, ¿no lo crees?
—... Sí. Lo mismo digo —logró articular luego de unos segundos de silencio; la sorpresa todavía no la abandonaba—, aunque la primera vez fue algo espontánea.
—Tienes razón. Un suceso bastante peculiar.
La gente seguía bailando sin cesar al ritmo de la canción Baby Come Back de Billy Ranking. Los brincos habían disminuido, pero no en su totalidad.
—Pero dime, ¿qué hace una muchacha tan linda como tú en este lugar?
—¿Eh? —las palabras murieron al escuchar el calificativo con el que se refirió a ella—. Vine con unos compañeros de trabajo. ¿Y tú? —se aventuró a preguntar de regreso.
—Solo vine a ver lo que tocaba un amigo mío. Es el que está en el escenario ahora.
—¿Farid?
—¿Lo conoces?
—Sí, bueno, más o menos. Es el primo de una compañera... —recordó algo—. Ah, cierto, hablando de ella, me pregunto dónde estarán...
Su pequeño monólogo fue interrumpido cuando Giorgian, aprovechando que estaba distraída, la tomó del mentón y en un veloz reflejo le plantó un suave y fogoso beso, mismo que respondía al particular impulso que nació, de un momento a otro, de querer probar esos finos labios que atraparon su atención como un imán.
Amelie sintió cómo su pecho se detuvo y volvió a latir violentamente, a punto de salirse de su lugar. Todo pasó tan rápido que no atinaba a mover ni un solo músculo.
¿De verdad estaba sucediendo? Más parecía un malvado sueño del que estaba a punto de despertar.
Cuando Giorgian hubo terminado, se separó de ella y le regaló una seductora sonrisa que le robó el aliento.
—Nada mal —se pasó el pulgar por el labio inferior juguetonamente.
—... ¿P-Por qué hiciste eso...? —inquirió con cierta dificultad.
—Simple curiosidad, aunque resultó mejor de lo que esperaba.
Las mejillas de Amelie se encendieron a más no poder sin comprender muy bien por qué, cosa que no pasó desapercibida por Giorgian, quien soltó una risita.
—... Creo que debería irme —volteó a ver para intentar buscar de nuevo a sus compañeros.
—¿Tan pronto?
—Ellos deben estar preocupados.
—No creo que suceda nada malo si te ausentas unos minutos —habló tranquilamente—. ¿Te gustaría algo de beber?
—No, gracias. Yo no bebo.
—Entonces... —se acercó con una mirada que le desnudó el alma—, ¿qué te parece si vamos a un lugar más tranquilo y nos divertimos un poco?
No hacía falta ser un genio para adivinar a qué clase de diversión se refería. Si alguien más le hubiera hecho una propuesta así, se habría sentido muy ofendida y le habría gritado toda clase de improperios habidos y por haber.
Pero la energía que emanaba Giorgian, esa energía que no podía describir con palabras, era imposible de ignorar, tanto que su vientre sintió un ligero pero caliente cosquilleo que la desconcertó un poco.
Era algo hipnótico tenerlo cerca, cosa que no la dejaba pensar con claridad.
—No debería... —algo de su razón habló.
—¿Estás segura? —sonrió y se acercó a su oído—. ¿Me dices que no percibes la intensa atracción que existe entre los dos?
Las piernas de Amelie flaquearon ante aquel tono de voz; y fue un milagro de todavía se mantuviese de pie. Era la primera que un hombre desequilibraba significativamente sus sentidos con unas simples frases.
Giorgian la miró a los ojos y le tendió la mano. Sopesó la idea por un rato y miró de reojo a ambos lados; cada persona estaba entretenida en lo suyo, bebiendo, bailando, sin prestar atención a los demás.
Nadie se percataría de su ausencia... ¿o sí?
"No lo hagas. Es un desconocido", le gritaba su voz interior.
Sí, era muy consciente de eso, pero al mismo tiempo sentía que debía saciar esa inusual hambre que empezaba a crecer sin control de alguna manera.
Y qué mejor que con la persona que había provocado todo ese lío.
Lentamente y sin vacilación, levantó su mano y la posó sobre la de Giorgian, dando por aceptada tan peligrosa petición. Él sonrió complacido y, sin soltarla, caminó a través de un corredizo opuesto al de los baños, iluminado tenuemente por algunas luces blancas y rojas.
Bajaron algunas gradas hasta llegar a un pequeño camerino lleno de estuches para guardar instrumentos musicales, un par de sofás color habano, repisas y una especie de escritorio a un costado.
Amelie observó rápidamente el lugar. No cabía duda: esa era la sala de preparación de los artistas.
Ese detalle hizo que sintiera algo de nervios.
—¿Sucede algo? —Giorgian cerró tras de sí la puerta con seguro.
—Esto... —retrocedió unos pasos—. No creo que este lugar sea el indicado... —dio media vuelta y se topó con él, quien enseguida la tomó de la cintura y la apegó más a su cuerpo.
—Para mí es perfecto.
—¿Y si alguien viene? —se mostró un poco preocupada.
—Shh... —puso un dedo sobre sus labios—. No te preocupes. Nadie nos interrumpirá.
—¿De verdad lo pien...?
No tuvo más tiempo para hablar pues Giorgian atrapó su boca y la besó con frenesí, como si su vida entera dependiera de ello.
Desde aquel contacto de hace algunos instantes, algo se había encendido en su interior. No mintió cuando dijo que la besó por curiosidad, pero nunca imaginó que eso lo empujaría a querer explorar más, más de ese precioso e inocente ser.
Se volvió una especie de necesidad que debía satisfacer con urgencia.
Amelie suspiró y movió su boca con cierta torpeza. No era una experta en ese tipo de cosas, pero como pudo intentó seguirle el paso hasta moverse en total sincronía.
Y fue entonces cuando el deseo, algo antes desconocido, se disparó en su interior.
Lentamente subió sus manos y empezó a acariciarle el cabello. Giorgian caminó sin soltarla hasta el escritorio y la sentó en el mismo. Sin reducir el ritmo, bajó a su cuello y se deleitó con su dulce y delicioso aroma natural. No tardó en lamerlo y dejar un camino de besos húmedos hasta el inicio de la clavícula.
—Ah... —musitó apenas Amelie en un tono tímido.
—¿Qué pasa, cariño? —la miró a los ojos con un brillo especial—. ¿Por qué te reprimes?
—Es que... —desvió un poco la vista, pero Giorgian la tomó de la barbilla e hizo que lo mirara.
—Ya te dije que nadie va a venir —le acarició sus sonrojadas mejillas—. Lo tengo todo bajo control. Solo disfrútalo.
La tranquilidad de sus palabras era algo que Amelie admiró desde la primera vez, y en ese instante volvió a recalcarlo cuando le brindó mayor confianza y seguridad.
Era intrigante que una persona que acababa de conocer generara eso, pero aun así le agradaba...
Más de lo que hubiese podido imaginar.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando sintió los labios de Giorgian rozar el inicio de sus pechos, endureciéndose al instante. Se escapó un gemido de su boca y apoyó sus manos en la mesa, permitiendo que él tuviera mayor acceso.
Actuaba por pura inercia, dejándose llevar por esas suaves y atentas caricias que poco a poco le nublaban la razón.
Y, como si no fuera suficiente, su mente se quedó en blanco cuando sintió unos dedos colarse entre sus bragas y acariciar con destreza su clítoris.
—¡Ah! —pegó un pequeño respingo ante tal sorpresiva invasión y arqueó la espalda.
—Mira nada más —esa sensual voz llamó su atención y lo miró—. Estás empapada —retiró su mano y, sin el menor pudor, se la llevó a la boca.
Amelie se quedó atónita, y aunque por un breve instante sintió algo de vergüenza, casi de inmediato esta se transformó, alimentando el deseo que corría por sus venas.
Era una escena jodida y endiabladamente erótica.
Fue entonces que, sin proponérselo y bajo la euforia del momento, una idea saltó en su mente. Si esa lengua era tan hábil, ¿cómo sería tenerla ahí abajo...?
Un momento. ¿En qué estaba pensando? ¿Desde cuándo se planteaba cosas de ese tipo? Definitivamente había perdido el juicio.
La imagen permaneció en su cabeza reproduciéndose una y otra vez, y su expresión debió demostrarlo ya que notó cómo Giorgian sonreía con picardía.
—Estás pensando en cosas sucias.
—¿Eh? Eso no es cierto —trató de excusarse. Demonios, era muy fácil de leer...
¿O él era el único que podía leerla sin complicación alguna?
—No tienes que mentirme —le dio un leve golpecito en la frente—. Me gustaría mucho cumplir todos tus deseos, pero no creo que tengamos mucho tiempo.
Antes de que pudiera responder, volvió a besarla lentamente mientras sus manos desabrochaban sus sandalias y se dirigían a sus jeans. Amelie le facilitó el proceso y, en un abrir y cerrar de ojos, se deshizo de los mismos y de sus bragas.
Inicialmente, su plan era desnudarla por completo y dejar su rastro en cada parte de su cuerpo, pero las ganas de hacerla suya hablaron más alto.
No aguantaba más. Debía poseerla cuanto antes.
Sin separarse de sus labios, desabrochó sus pantalones y bajó sus bóxers, sacando a relucir su endurecido y palpitante miembro. Tomó una pequeña funda de uno de los bolsillos, la desgarró y se colocó pacientemente un condón. Luego se acercó más a Amelie y posó sus manos en sus caderas, atrayéndola hacia sí.
Ella le dejó hacer. También estaba ansiosa (mucho, a decir verdad), pero pronto se acordó de algo muy importante.
—E-Es... pera —se separó un instante para mirarlo.
—¿Algún problema?
—Eh... bueno —no sabía por dónde comenzar. No era su especialidad hablar de temas tan delicados—. Lo que pasa es que yo... soy... —intentó continuar, pero no pudo decir más. La jodida palabra se quedó atorada en su garganta.
Pero, para su fortuna, Giorgian comprendió a qué iba su maltrecha explicación.
—No te preocupes —sonrió para reconfortarla—. Voy a ir con cuidado, ensoleillée.
La verdad no supo qué le generó mayor sosiego; si sus palabras o ese singular apodo con el que la acababa de bautizar.
Giorgian vio cómo sus piernas dejaban de estar tensas, y aprovechó para abrirlas y elevarlas un poco. Amelie desvió el rostro y cerró los ojos con fuerza al sentir algo grueso y húmedo rozar su centro y abrirse paso entre sus rosados pliegues.
Tal y como lo había prometido, Giorgian se tomó su tiempo hasta que ella se acostumbrara a tenerlo dentro. Sí, moría por moverse, pero también quería asegurarse de que lo disfrutara tanto como él.
Amelie se mordió el labio. La sensación fue algo incómoda durante los primeros instantes, pero no tardó en transformarse en el más puro y ansiado placer.
—¡Ahh!
Aquel gemido era la señal que Giorgian necesitaba para poder comenzar a embestirla. La agarró fuertemente del trasero y arremetió repetidas veces, sacándole deliciosos suspiros y jadeos que incrementaban el deseo en su interior.
Amelie se aferró al torso de él y rasguñó su espalda cubierta por la camisa. Por más que intentaba, no podía evitar gemir más y más fuerte.
Joder, se sentía demasiado bien.
Giorgian disfrutaba de escucharla; era como música para sus oídos.
Y su interior, tan cálido y estrecho, lo estaba llevando al borde de la total demencia.
Continuó embistiéndola con las piernas de ella alrededor de su cintura hasta sentir cómo sus paredes se contraían alrededor de su miembro y liberaba un grito ahogado, indicando que había llegado al clímax.
Se detuvo y se separó de ella para dejar que recuperara el aliento. Amelie se apoyó en sus brazos y miró el techo mientras jadeaba. Todos los libros que había leído, las historias de sus compañeros del colegio, no se comparaban en nada a lo que había experimentado.
Fue espectacular, mejor de lo que hubiera imaginado.
—Todavía no he terminado contigo —esa voz la sacó de sus pensamientos.
—¿Qué...?
—Te corriste sin mi consentimiento —sus hermosos ojos avellana eran pozos oscuros, sedientos por la lujuria—. Ahora, pagarás las consecuencias.
Amelie no pudo decir nada. Lo único que hizo fue tragar saliva.
Giorgian mostró una sonrisa ladina, le dio un beso y la hizo ponerse de pie. Antes de que pudiera preguntar, le dio la vuelta y la colocó contra el escritorio.
—Pero ¿qué...? ¡Kya...! —gritó cuando, de una estocada, se hundió en ella.
Tal acción sorpresiva la dejó sin aire por unos segundos.
—Este es tu castigo por no haber llegado al orgasmo conmigo —se inclinó hasta susurrarle al oído con voz ronca—. ¿Te gusta?
—... S-Sí.
—Es bueno saberlo —sonrió complacido y volvió a penetrarla con más fuerza.
Amelie se dejó caer sobre sus antebrazos, dejando que él la follara a su gusto. Cada embestida la estaba haciendo alucinar, y la adrenalina golpeaba sus venas como un solo de tambores sin final.
—Mmh... ah...
—Muy bien, cariño —gruñía mientras seguía en su labor. La instó a moverse y a frotarse más contra él, arrancándole cortos gemidos.
No fue sino hasta un par de minutos después que ambos gritaron ante una sacudida violenta de placer, una especie de fuego que estalló en su interior.
Las piernas de Amelie flaquearon y cayó de rodillas en la baldosa. Se sostuvo del filo del escritorio mientras sus fluidos goteaban de sus labios vaginales. Jadeó hasta que su respiración se normalizó.
"Acabas de cometer una locura", la voz de la razón se hizo presente.
Era cierto. Y estaba segura de que si alguien se enteraba la tildaría de desquiciada.
¿Hasta qué punto su buen juicio la había guiado? No tenía ni la menor idea.
Pero una cosa estaba bien clara: no se arrepentía en lo absoluto.
Giorgian, quien se había sentado en uno de los sofás, se quitó el preservativo y lo tiró a un basurero cercano. Volvió a acomodarse la ropa y permaneció viendo la espalda de Amelie por algunos segundos. Esa muchacha... tenía algo especial que hizo que su autocontrol se fuera por la borda con solo tocarla.
Admitía que estaba sorprendido al saber que era virgen, pero, de alguna forma, ese aspecto volvió más interesante el juego.
Amelie suspiró y se secó la frente perlada de sudor con la manga de su chaqueta. Iba a levantarse cuando sintió una mano sobre su hombro.
—Te ayudaré a limpiarte —Giorgian se hincó al lado de ella y le sonrió.
Con todo el cariño del mundo hizo lo que dijo. Amelie permaneció en silencio, admirando una vez más esa forma tan atenta de tratarla.
¿De verdad existían personas así de amables?
Sonrió apenas, pero el gesto se borró instantáneamente al recordar el lugar en donde estaban.
Miró el reloj de su muñeca y palideció de golpe.
"Maldición".
El cansancio que sentía se evaporó y, de un salto, se puso de pie, buscando por todos lados lo que restaba de su ropa.
—¿Estás bien? —Giorgian ladeó la cabeza.
Ella se sentó en un sofá y se puso rápidamente sus prendas con algo de torpeza.
—Mis... mis compañeros deben estar preocupados —alcanzó a responder. Terminó de abrochar sus sandalias y salió disparada, dejando a Giorgian un tanto confundido.
Luego de un momento viendo por dónde se había ido, soltó una risita.
—A pesar de todo, sigues siendo inocente, ensoleillée —suspiró y recordó algo—. Oh, ni siquiera sé tu nombre y olvidé pedirte tu número —chasqueó la lengua—. Falla mía.
Aun así, estaba bastante satisfecho con aquel momento único que pasaron a modo de incógnitos.
Unos pasos acercándose resonaron por el estrecho corredor. Leander hizo acto de presencia un par de segundos después, encontrándolo de pie mirando unos cuadros en la pared.
—Con que aquí estabas —se cruzó de brazos—. No puedo mirar a otro lado porque enseguida desapareces.
—Oh, hola Leander —sonrió, sin prestar mayor atención al tono de reproche de su mejor amigo.
—La diversión es arriba. ¿Por qué estás aquí?
—Nada importante. Solo vine a tomar un poco de aire.
Por más que hablara con un tono tan seguro que inspiraba confianza, Leander no se tragó esa historia ni un poco.
—Es hora de irnos.
***
Sin voltear a ver y sin percatarse de quien se cruzaba en su camino, Amelie llegó a la puerta de los baños y, poco después, vio a Yukio acercarse.
—¡Amelie! —la abrazó para comprobar que se encontraba bien—. Por Dios, nos diste un susto de muerte con tu prolongada ausencia.
—Lo siento. Es que... los baños estaban muy ocupados y pensé en buscar en otro lado —mintió.
—Era de que nos lo digas y te ayudábamos —la soltó—. Olvídalo. Lo importante es que estás sana y salva.
Yukio la tomó de la muñeca y se la llevó de vuelta a la mesa donde se encontraban los demás. Estos suspiraron aliviados al verla.
—Niña, por un momento creímos que te tragó la tierra —dijo Keylor.
—Me disculpo por haberlos preocupado —se sentó al lado de Tessy.
—¿Tan lejos estaba el baño? Tardaste como 40 minutos.
—Más que eso, había mucha gente y me perdí buscando otro lugar —volvió a inventar una historia.
—Hum... —Agnel se mostró no muy convencida—. Pues para mí parece que te escapaste con alguien y te pegaste el mejor polvo de tu vida.
Amelie abrió los ojos ante tan acertada descripción. ¿Acaso era tan evidente?
Por un breve instante, sus mejillas se tornaron de un rojo intenso.
—Agnel, no le metas esas ideas en la cabeza. Es muy joven e inocente —habló Tessy.
Agradeció internamente una y mil veces la intervención de su compañera y, para distraer un poco la cabeza, pidió una piña colada.
Quizá era por los nervios de que siguieran preguntando, pero la bebida no le supo tan mal y tuvo un efecto relajante en su organismo.
Era justo lo que necesitaba.
El tiempo pasó y a su mesa se unió el grupo de Farid. Se ensartaron en divertidas conversaciones, comentarios sobre la presentación y bromas sobre sus inicios cuando eran jóvenes.
Amelie hizo todo lo posible por seguir las charlas, pero su mente viajaba una y otra vez a ese momento compartido con el desconocido en los camerinos.
Las imágenes se quedaron grabadas con fuego, y qué decir de las sensaciones que, por un momento, le hicieron olvidar quién era.
Afortunadamente (o eso fue lo que creyó), sus compañeros no se percataron de su estado de distracción en pensamientos que ni se podían imaginar.
A las once de la noche abandonaron el bar-discoteca y, en taxis, cada quien se retiró a descansar.
Amelie llegó a su departamento, prendió la luz del comedor y se dirigió a la cocina a tomar un poco de agua. Mientras lo hacía, miraba las estrellas resplandecer cómplices en el cielo.
—Qué noche tan loca, ¿no?
Sin poder evitarlo sonrió y negó varias veces. Se fue a su habitación, se sacó la ropa y se puso un pijama ligero de blusa de tirantes y short.
¿Era su impresión, o estaba haciendo calor?
Apagadas todas las luces se acostó en la cama y se acurrucó, pero, por más cansada que estaba, el sueño no la vencía.
Una vez más esos pensamientos llenaron su mente, haciéndole recordar cada escena como si hubiera sucedido minutos antes.
En sus planes no era prioridad experimentar el sexo, pero la oportunidad se presentó y simplemente se dejó llevar por sus más oscuros instintos.
Lo había gozado como nunca.
También recordó las palabras de Tessy. Ellos no imaginaban que su "inocencia" ya no existía más.
Tal vez, algún día, les cuente la verdad, pero por el momento ese tema no se mencionaría.
—Definitivamente perdí la razón, Fede —soltó una risita. Era muy común para ella hablar con el afamado poeta español.
Liberó un largo suspiro y se dio la vuelta. Antes de dormir, pensó en ese chico. El destino los volvió a unir, pero creía poco probable que un tercer encuentro sucediera.
"Eso sería una coincidencia demasiado grande".
Se resignó a la idea de no verlo más. Sin embargo, atesoraría su rostro, su buen trato y su sonrisa.
Esa sonrisa que, finalmente, la llevó al mundo de los sueños.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro