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Capítulo IX

¿Podía describir lo que sintió al poner un pie dentro de aquella mansión? Lo único de lo que estaba segura era que fue una mezcla de temor, curiosidad y perplejidad.

Todo a su alrededor era como sacado de un cuento: la decoración, los estilos de las estructuras, las pinturas, los muebles finos, los candelabros y sus exquisitos acabados...

Se sentía tan pequeña entre tanta majestuosidad, como si hubiese sido teletransportada a otro tiempo y estuviera dentro de un palacio.

No tardó en pensar que no encajaba en lo absoluto en aquel lugar.

Giorgian dejó que observara el lugar mientras él ponía especial énfasis en cada una de sus expresiones. No le fue difícil adivinar qué era lo que pasaba por su mente, y si bien no consideraba su hogar como algo lujoso, para Amelie era todo lo contrario.

Antes de que ella pudiera mencionar palabra alguna, vio a dos personas atravesar una puerta del lado izquierdo y acercarse a saludar a Giorgian. No pasaron desapercibida su presencia, por lo que, notándolo, el jefe de la casa les explicó brevemente su nueva decisión.

Fue evidente su sorpresa, pero no tardaron en darle la bienvenida, una con mayor calidez que otra.

Oficialmente y como parte del personal de trabajo se presentó y lo propio hicieron los demás.

Donyell era el chofer encargado de realizar todos los viajes de trabajo de Giorgian, aunque a veces, en su tiempo libre, se dedicaba a la jardinería. Llevaba trabajando en esa casa por dos años y nunca ha ocasionado problema alguno.

Ilse era la más joven. Se encargaba de la limpieza, lavado y servicio a los visitantes. Su tiempo trabajando allí era de un año y medio, y aunque por lo general era una persona tranquila, no recibió muy bien la llegada de Amelie.

Y por último Geraldine, la ama de llaves y la persona con más años laborando junto a Giorgian. Ella era la que se dedicaba a la cocina y a ayudar en algunos aspectos de la limpieza. Su carácter era como el de una madre, siempre dispuesta a ayudar y a dar consejos. Fue precisamente la que mostró simpatía instantánea por Amelie.

Ya con las presentaciones hechas, Giorgian le pidió a Geraldine que llevara a la recién llegada a su habitación. Así lo hizo y la invitó a que la siguiera por un corredor a un costado de las escaleras centrales que daban al segundo piso.

Amelie la siguió de cerca al mismo tiempo que miraba cada cosa a su alrededor. Cuando hubieron llegado, Geraldine abrió una puerta e ingresaron.

—Muy bien. Esta será tu nueva estancia.

—Gracias.

Donyell, quien traía el equipaje, lo depositó cerca de la cama y se retiró.

La habitación era modesta, con una cama de dos plazas, armario, estantes, un velador y otra puerta que daba a un baño privado a la derecha.

Era bastante grande y acogedor, con una ventana que permitía ver las áreas verdes del patio trasero.

Su curiosidad parecía la de una niña, cosa que no pasó desapercibida por Geraldine.

—Luego de que guardes tus cosas, ven a la cocina. Te estaré esperando —le entregó su uniforme.

—De acuerdo.

Geraldine abandonó el lugar y, sin perder más tiempo, desempacó. No sabía exactamente por qué, pero sintió mucha emoción por aprender la rutina de esa casa.

Pasaron algunos minutos cuando se presentó en el lugar indicado con la vestimenta correspondiente: vestido negro con filos blancos, zapatos bajos y un moño alto a juego. Le recordó mucho a su anterior trabajo...

"Chicos", recordó con algo de nostalgia. "Prometo visitarlos".

La ama de llaves le explicó en qué consistían las reglas y cómo estaban distribuidas las labores diarias y aquellas en casos excepcionales. Además, la llevó en una especie de tour a recorrer cada rincón de la residencia para que se familiarice.

Amelie se sorprendía más y más con cada cosa que iba conociendo. Eran tantos salones distribuidos en la planta baja y piso superior que por un momento creyó que se perdería. Le comentó su inquietud a Geraldine, pero esta simplemente soltó una risita ante tal ocurrencia.

—Ya cuando te acostumbres —habló serena—, sabrás dónde se encuentra todo.

Ese aprecio y paciencia para con ella la reconfortó y le dio valor para preguntarle sobre su vida y el tiempo que llevaba trabajando allí. La señora no tuvo inconveniente en contarle, pero también quiso saber detalles sobre ella.

La charla se extendió por un largo rato mientras caminaban por el jardín (que por cierto resultó ser un lugar mágico para Amelie, con plantaciones de todo tipo de flores y arbustos exhibidos en preciosas formas). Las risas no faltaron, pero no se daba cuenta que unos ojos la miraban con cierto recelo y desprecio.

Ilse no estaba para nada contenta con su presencia. No entendía por qué Giorgian la había traído si todo marchaba bien y sin novedades solo con ella, Geraldine y Donyell.

"¿Para qué traer más gente?". Era la interrogante que, a partir de entonces, saltaba de forma constante en su mente.

Aun así, no se atrevía a buscar una respuesta; solo era la empleada y no tenía el derecho de demandar explicaciones.

Aunque, gracias a ese enojo injustificado, siempre buscaba la forma de hacerle saber a Amelie lo que pensaba.

—Traer a una niña como tú a esta casa no tiene el mayor sentido. Estábamos bien antes de tu llegada —le dijo en una ocasión.

—¿Eh?

—Ilse —Geraldine intervino—. Bájale a tu tono. Sé amable, por favor.

—Me es netamente imposible, querida —habló con franqueza, cuidando la elegancia es sus palabras como si fuera la dueña de casa—. Tengo que decirlo: no sé qué tenía en la cabeza mi señor para contratarte. ¿O acaso le hiciste alguna especie de brujería al saber que es una estrella?

La cizaña y mordacidad en sus palabras no eran algo que Geraldine notara recientemente. Desde la llegada de Amelie no habían parado esa clase de quejas e insinuaciones, dejando ver una actitud tosca y oscura que jamás imaginó que tendría.

—¿Brujería? —Amelie ladeó la cabeza y recordó los cuentos que su mamá le contaba de niña. Las brujas se caracterizaban por ser malvadas y egoístas, cosa que ella no era.

—Mejor ve a atender a los invitados —sugirió suave, pero firmemente Geraldine.

Ilse así lo hizo, no sin antes lanzarle una mirada fría a Amelie. Esta la miró brevemente, sin reparar en la intención de aquello.

—Ilse es un poco... extraña —secó los platos con una toalla limpia—. ¿Siempre ha sido así?

—La verdad, no. A mí también me sorprende.

—¿Será que no le agrado?

—No digas tonterías. Eres como un ángel, por lo que es imposible odiarte —miró en la dirección en la que se fue su compañera—. Creo que le falta tiempo para acostumbrarse a ti y tu ayuda.

Geraldine ya comenzó a sospechar, pero prefirió no hacer mayor problema y procurar que Amelie se sintiera cómoda.

Gracias a ello, se acostumbró a la rutina y tareas del hogar sin mayor sacrificio. No tardó en seguirle el ritmo a los demás, e incluso llegó a aprenderse los horarios de Giorgian, cuándo salía y cuándo volvía.

Eso sí, trataba de permanecer lo más alejada posible de él, aunque a veces, estando solos, aprovechara para molestarla.


***


En uno de sus días libres, Amelie optó por visitar a su familia. Había estado tan ocupada y concentrada que olvidó contarles sobre su nuevo trabajo.

Al llegar la recibieron con muchos abrazos y besos, pero casi enseguida su madre preguntó qué había pasado ya que en una ocasión llamó al departamento y contestó una persona extraña. Sentados en la sala, narró los aspectos más importantes que hicieron que su vida se pusiera de cabeza.

Como se esperaba, fue una noticia bastante sorprendente para Haydeé y Hendrick. Pero lo fue mucho más para Dafne, quien chilló de la emoción como si hubiese sido ella la afortunada elegida para trabajar con una estrella.

—¡Es maravilloso, hermana! —aplaudió varias veces sin dejar de sonreír—. ¿Qué se siente vivir bajo el mismo techo? ¿Saber sus hábitos? ¿Escucharlo tocar el piano? —sus ojos iluminados estaban ansiosos por los detalles.

—Bueno, bastante normal diría yo.

—¿Normal?

—La mayor parte del tiempo no pasa en casa, pero cuando lo está, es muy amable.

"Y le encanta acecharme".

—Woo —soltó una risita—. Ya quisiera estar en tus zapatos, aunque creo que no podría con tanto nerviosismo —admitió apenada—. No sé cómo logras estar tan seria.

—Eso es porque no soy una fanática loca como tú —comentó.

—Ouch —se llevó una mano al pecho, pero enseguida sonrió—. Eso duele, pero tienes razón —suspiró—. Debes conseguirme su autógrafo.

—Ya veré. No prometo nada.

—Cuánta maldad hay en ti. Dudo mucho que se niegue a algo tan sencillo.

"Si se trata de mí, no me niega nada". Esos horrorosos pensamientos volvieron a invadir su mente. Era una locura.

—Está bien.

—¡Kya! —la emoción seguía intacta.

—Dejando eso de lado —intervino Haydeé—. Nos contaste que decidió contratarte, pero ¿qué lo motivó a hacerlo?

Esa era precisamente la interrogante que todavía no tenía respuesta. Cuando había la intención de preguntar, o él no estaba, o simplemente se le olvidaba.

Con ello en mente, decidió inventar una historia.

—Él es cliente frecuente del Grand Powers Hotel. Una vez me tocó atenderlo... —recordó enseguida ese día, pero trató de despejar esos detalles que le causaban estragos en su interior— ... y supongo que le agradó mi servicio —se encogió de hombros, esperando haber sonado lo suficientemente convincente.

Tanto Hendrick como Haydeé se miraron unos segundos, la miraron y sonrieron.

—Estoy seguro de que se impresionó con tu sentido de responsabilidad —dijo Hendrick, muy orgulloso de su hija.

—También lo creo. Cualquiera daría lo que fuera por trabajar contigo.

—Exageran —negó mientras sonreía.

Ese largo momento en que se dedicaron solo a halagarla sirvió de mucho para dejar el tema de lado, lo que agradeció silenciosamente.

La visita duró unas cuantas horas, luego de las cuales Amelie partió de regreso a Versalles, no sin antes prometer que volvería pronto. Tomó el bus, se despidió a través de la ventana y emprendió la larga travesía de tres horas que la esperaba.

Al vislumbrar la ciudad, recordó que Geraldine le pidió de favor que comprara algunas provisiones, por lo que decidió bajarse cerca de un supermercado. Repasó en su mente la lista y, tras media hora en el lugar, salió con las fundas respectivas.

Caminó por la amplia vereda que cada vez se tornaba más concurrida, y en una de sus fugaces miradas logró reconocer a alguien a lo lejos.

Esa persona también la miró, y al comprobar quién era, abrió los ojos como platos.

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