6. Baila baila bailando ba (28 de diciembre)
28 de diciembre
Cuando su despertador empezó a sonar con insistencia para que se levantara de la cama, ya hacía rato que Marine se encontraba despierta. Había tenido varias pesadillas a lo largo de la noche que la habían hecho levantarse varias veces a beber agua con la boca completamente seca y al servicio. Había sentido a Fabiano marcharse pronto, insultantemente pronto para lo que era él. Pero, por las vueltas que le había estado dando al asunto, había llegado a varias conclusiones: en primer lugar que Fabiano y Unax Ugarte estaban trabajando juntos en la grabación del videoclip del primero y, en segundo lugar, ese día tendría lugar el rodaje. Marine agradecía enormemente a su amigo que no la hubiera invitado a acudir al estudio de grabación, hubiera sido incapaz de decir que no y estaba segura que por la tarde tendrían que acudir a urgencias porque sufriría un infarto de pasar tantas horas observando al actor tan de cerca. Ya había tenido suficiente con lo sucedido el día anterior, se daba por satisfecha por haberlo conocido, no así por su reacción; pero no se quería machacar en exceso. Ella también tenía un día largo y ajetreado por delante: por la mañana tenía clase de baile y, por la tarde, ensayo general con su orquesta. Había tenido que faltar al anterior porque se había marchado a casa y este había tenido lugar la tarde del 22 de diciembre. Ellos sabían que no era una persona a la que le gustara faltar a su puesto de trabajo, pero también eran conocedores de su compleja situación familiar porque se lo había contado a aquellos con los que tenía más confianza, como por ejemplo con Davinia, la chica que tocaba la batería. Cogió el teléfono móvil y apagó la alarma en el momento en el que empezaba a sonar el tercer recordatorio. Se levantó de la cama y se dirigió al lavabo, allí sobre la tapa del retrete estaba Cayo que levantó la cabeza y miró a una Marine desconcertada de encontrarlo allí. Aquella era la estancia más fría de toda la casa y su gato, al igual que ella, era un amante de los ambientes cálidos.
-¿Te ha hecho algo el tonto de Fabiano? -le preguntó aun sabiendo que, sin que le diera respuesta, todo acabaría saliendo a la luz.
A veces su amigo era muy pesado con Cayo y el hecho de que estuviera empeñado en que el pobre animal lo odiaba lo llevaba a tener reacciones bastante exageradas. No era la primera vez que lo metía en el servicio porque le daba miedo que le saltara a la cara y lo arañara. Miedos completamente infundados, según la opinión de Marine, porque Cayo era incapaz de hacerle nada a nadie, aunque a decir verdad Fabiano no era santo de su devoción y no entendía muy bien por qué, ya que llevaban viviendo juntos el tiempo suficiente como para que empezaran a tolerarse el uno al otro. Cayo alzó su cabeza en señal de respuesta y Marine supo al instante que era eso lo que había sucedido. Tendría que tener una conversación muy seria con su amigo para que no volviera a encerrar al gato en el servicio.
Se lavó la cara y se echó los productos que utilizaba todas las mañanas para tratar de mantener su piel lo más cuidada posible. Marine era una obsesiva de ese tipo de rituales porque sentía que, de esa forma, le saldrían muchas menos pecas en verano. Se contempló al espejo y se dio cuenta de lo mucho que habían cambiado las cosas en los últimos tiempos, quizá se debiera a la madurez, pero la visión de su propio rostro y sus ojos ya no le producían aquella repulsión que sentía cuando era una adolescente. La joven padecía heterocromía, cada uno de sus ojos era de un color diferente: el derecho era de un color azul, lo suficientemente claro como para que algunas personas le hubieran dicho que les daba grima, el izquierdo tenía dos tonalidades diferentes entre el verde y el marrón. Esto había propiciado que la hubieran apodado como Marine, la husky, lo que la había hecho llorar durante más noches de las que en ese momento era capaz a recordar. Una de aquellas veces, había tenido que hacer frente a una Valentina enfurecida con todos aquellos que se metían con ella por tener unos ojos diferentes, especiales y maravillosos. Le había dicho que para que dejara de dolerle tenía que apropiarse de esa palabra, que si tanto la molestaba su mote, que se hiciera dueña de él y se había empezado a llamar así a sí misma en las redes sociales: LaJasky. Valentina la había apoyado siempre, había estado ahí para ella en los peores momentos y nunca, jamás, había pronunciado esas frases de condescendencia que a veces los adultos regalan a los más jóvenes tratando de minimizar sus problemas.
Marine era consciente de todo el trabajo que había realizado tratando de fortalecer una autoestima que había hecho aguas durante muchos, quizá demasiados, años. Le había costado, y cada día que pasaba lo iba considerando un triunfo. Había caminado muchas veces en el filo del cuchillo del trastorno alimenticio, contando calorías, diciéndose cosas horribles en el espejo. Le había costado asumir que su cuerpo no era el de una modelo de las que salen por la televisión. Le había costado asumir que tenía poco pecho, que su barriga no era de anuncio y que a sus caderas había ido a parar cada gramo de grasa que había comido desde los años 2000. Había días en los que conseguía vestirse sin castigarse y otros en los que no era capaz a verse bajo el prisma de la realidad. Y con esa visión tan distorsionada de sí misma era con la que tenía que convivir cada día.
Sacudió la cabeza tratando de mitigar esos pensamientos en los que se estaba envolviendo. No le gustaba volver a ese pasado, no había sido luminoso y no quería caer en esas sombras en las que había vivido un tiempo. Tenía que enfocarse en ese presente en el que se sentía feliz con su vida. ¿Podría serlo todavía más? Por supuesto que sí, y estaba trabajando en ello para poder conseguirlo.
Después de desayunar, lavarse los dientes y despedirse de Cayo con mil y un achuchones, salió casi corriendo de casa a la academia de baile en la que se entregaba en cuerpo y alma un par de veces por semana. Para ella el baile era su forma de desconectar, cada vez que se sentía estresada, frustrada, sacaba esos sentimientos con los movimientos de su cuerpo. Además, sabía que era algo que se le daba bastante bien.
El frío de la calle la envolvió e hizo que subiera la chaqueta, ajustara los guantes y el gorro que adornaba su cabeza. Iba caminando, ilusionada por saber que en un rato iba a poder moverse por aquel espacio que con consideraba su refugio, ese lugar seguro al que todos recurrimos en el momento en el que estamos mal. Cuando entró por la puerta de la academia, el calorcito hizo que se fuera quitando todas las capas en las que se había envuelto antes de salir de su casa. Una sonrisa de gusto se implantó en su rostro y comenzó a subir a la carrera las escaleras que la llevaban hacia el aula en la que seguro que ya la estaba esperando Andrea, su profesora.
-Buenos días -la saludó levantando la vista del reproductor de música en el que había estado concentrada buscando la canción en la que estaban trabajando.
-Hola -respondió una Marine que casi no se dio tiempo en dejar sus pertenencias en uno de los bancos que estaban al fondo de la estancia. Sacó de la mochila los playeros que solía utilizar para las clases de baile.
-Tres, dos, uno...
Andrea no le dio tregua y Marine fue casi corriendo hasta la altura que necesitaba para poder comenzar la coreografía. Dio unos pasos de forma sugerente, contoneando las caderas al tiempo que su mirada estaba clavada en el suelo. Empezó a subir los ojos hasta que los clavó al frente, en el espejo, una Marine muy distinta le devolvió la mirada. Quizá por eso le gustaba tanto bailar, porque sentía que se convertía en una persona diferente. Dio un paso hacia el lado con la pierna derecha, echó la cabeza hacia delante y su largo cabello cayó en cascada lo que dificultó que pudiera seguir viéndose. Mejor. No necesitaba distraerse con ningún tipo de pensamiento, solo quería centrarse en la canción, Fuego de Eleni Foureira, sentir las palabras, sentir cada nota. Levantó las manos por encima de la cabeza y estiró el dedo índice de cada una de ellas y girando su cuerpo, contoneando el trasero, quedó de espaldas a Andrea que no le quitaba la vista de encima. Volvió a darse la vuelta, un nuevo golpe de cabello, y movió varias veces la cadera hacia la izquierda y hacia la derecha al tiempo que iba bajando hasta el suelo. Echó la espalda hacia atrás y estiró los brazos, con las piernas abiertas. Irguió la postura, se dio la vuelta de nuevo y apoyó las manos en el suelo, y empezó a mover el culo de forma hipnótica. Se agachó hasta el suelo y dedicó una mirada a Andrea, a través de los mechones de pelo que le caían por la cara. Se giró y empezó a subir de forma sugerente al tiempo que iba deslizando sus manos por los laterales de su cuerpo. Cuando acabó la música, Marine estaba de pie, con las piernas ligeramente abiertas, mirando a una Andrea extasiada por todo lo que había mejorado aquella jovencita desde que hacía unos cuantos años hubiera calado allí, mirando a sus compañeras con envidia y con la sensación de que ella nunca iba a lograr hacer esos movimientos con su cuerpo. Andrea había apostado por ella y no se había equivocado.
Marine empezó a sentir frío en los músculos, lo que la hizo darse cuenta que el baile ya había terminado. Se dirigió hacia el final de la clase y cogió la chaqueta, necesitaba cubrirse ya que no estaba dispuesta a ponerse mala. Andrea se acercó a ella y se sentó a su lado, le dio un apretón cariñoso en la rodilla y la miró con una sonrisa grabada en el rostro. La mujer, que rondaba los cincuenta años y cuyo cabello empezaba a tener canas, había sido toda una belleza en su juventud y los años no habían conseguido apagarla ni un poquito; las arrugas solo la hacían parecer más interesante.
-Cada día te superas, Marine -le dijo haciendo que la chica clavara sus ojos desiguales en ella-, creo que ya no tengo nada más que enseñarte.
Llevaban muchísimo tiempo trabajando en aquella coreografía, les había costado muchísimo dar con los pasos perfectos, ya que no era solo cuestión de pasárselo bien, que también, sino todo lo que quería transmitir con aquella canción. Quería mostrar a una mujer empoderada, fuerte, que tiene la seguridad de saber lo que quiere e ir a por ello sin descanso. Marine era consciente que muchos días aquello solo era una máscara que se ponía, pero cada día que bailaba aquella canción sentía que estaba un paso más cerca de ser la persona que anhelaba ser.
-No digas tonterías -le dijo una Marine que todavía estaba fatigada-, me quedan por aprender mil cosas de ti.
-¿Qué te parece si buscamos una nueva canción? He estado pensando que podríamos hacer algo especial.
-¿Algo especial? -preguntó la otra sin saber a qué se refería exactamente.
-Sí. ¿Por qué no preparamos una coreo con una canción tuya?
Estas palabras impactaron a Marine porque nunca se le había ocurrido que podían hacer tal cosa, pero su cabeza empezó a trabajar rápidamente pensando la forma en la que podían encajar su estilo musical con las clases de baile. Torció la cabeza valorando lo que le estaba diciendo aquella mujer a la que consideraba más una amiga que una profesora. Sabía que ella no era de las que daban una respuesta de forma inmediata, así que guardó silencio mientras el cerebro de Marine cavilaba mil y una opciones.
-Voy a pensar en la canción -dijo a modo de afirmación, lo que hizo que Andrea le regalara una enorme sonrisa, un nuevo golpecito en la rodilla y levantándose del banco a modo de conclusión. La clase y la conversación habían acabado.
-Nos vemos la semana que viene.
-Adiós, Marine, y trae la canción.
Las últimas palabras fueron absorbidas por parte de la madera de la puerta y por una Marine que las había escuchado a la perfección. Mientras bajaba las escaleras, eufórica por qué no decirlo, empezó a barajar muchísimas opciones, pero la que se había colado en su cabeza sin dejar espacio para ninguna otra era la posibilidad de bailar la canción en la que estaba trabajando. Se imaginó a sí misma con una cadencia lenta, con unos movimientos sugerentes a la par que hacían creer a todos los que la veían que lo que hacía era sencillo.
Fue corriendo a casa, sin quitarse la sonrisa del rostro, cuando una llamada entrante le dio un susto de muerte y la sacó de sus pensamientos. Descolgó al ver que se trataba de Valentina, cogió el teléfono entre su oreja y su hombro y, de esa forma, tenía disponibles las manos para poder echarle la comida a Cayo que se estaba rascando con sus piernas sin cesar, le echaba agua en el bebedero y le daba algún que otro mimito.
-¿Qué tal todo, cariño? -le preguntó la argentina en el momento en el que supo que la chica estaba ya operativa.
-Bien, ¿vosotros?
-Sin novedad. Que tal y como están las cosas, bueno es. La niña está en su habitación con la música a todo volumen y Carlos descansando un poquito. ¡Qué pena que no puedas venir en Nochevieja!
Ese tipo de comentarios dejaban a Marine en una especie de desasosiego, intentaba acallar la voz en su cabeza, esa que le decía de forma insistente que estaba siendo una egoísta por quedarse en Madrid en unas fechas tan señaladas y no dejarlo todo para ir a pasarla con su familia. Sabía que en las palabras de Valentina no había ningún reproche, pero ella no podía dejar de verlo así. Vivía con miedo a que una llamada a altas horas de la madrugada, no sabía por qué pero se lo había imaginado así, le diera la noticia que su cabeza todavía no era capaz de asimilar. O sí... Estaba tan confundida...
-Cuéntame de ti, cariño. ¿Ya estás hecha a la rutina de nuevo?
-Sí, de hecho acabo de venir de la clase de baile... Mi profesora me ha propuesto algo muy chulo: que hagamos un baile de una de mis canciones, y como estoy a tope con una, pues estoy pensando en ella... Vamos a hacer una colaboración Fabiano y yo.
-¿¡No me digas!? -La mujer no salía de su asombro porque hasta donde ella sabía Marine no quería ni oír hablar de una posible relación profesional con el chico, sus razones tendría.
-Sí -le dijo sin poder contener una carcajada-, estoy segura que el primer día que quedemos para trabajar me voy a arrepentir de esto y lo voy a acabar asesinando, pero bueno... En el fondo tengo ganas de probar cosas diferentes.
-¡Con el talento que tú tienes!
Siempre hacían alusión a su talento, a que por sus venas corría música y no sangre, a ese ritmo que tenía en el cuerpo, esa capacidad para componer... Y, a veces, quizá en los momentos en los que estaba más inspirada, sentía que esas palabras eran ciertas. En otras ocasiones, como le sucedía con su propio cuerpo, consideraba que no valía para nada, le daban ganas de mandarlo todo a la mierda, dejar de soñar y buscarse otro tipo de trabajo.
-Vas a llegar muy lejos... -le susurró Valentina, sacándola de sus pensamientos.
-Lejísimos... -dijo de forma irónica-. Pero bueno... Estoy en ello, sigo en ello.
Marine suspiró porque no quería añadir más preocupaciones a su familia, siempre habían estado pendientes de todo lo que le sucedía y había llegado el momento de que fuera ella el pilar.
-Bueno, cariño, que el terremoto ya ha dejado de escuchar música y va a salir en cero coma de ese zulo que tiene pidiendo comida. El día de Nochevieja, hacemos videollamada, ¿te parece?
-Me parece -respondió ella a modo de despedida.
Marine se echó un ratito en el sofá para poder descansar después del ajetreo de la mañana. Cayito subió hasta su tripa y se quedó allí con los ojos abiertos observándola. Con el teléfono móvil todavía entre sus manos, abrió la cámara y le sacó una foto para que los demás pudieran disfrutar de la ternura del animal. Le encantaban esos ratitos que compartían, ya que el cariño que le proporcionaba su gato era fundamental para ella en Madrid; echaba tanto de menos a su familia y ella era una persona que, a pesar de ser muy independiente, adoraba que le dieran besos, abrazos... Abrió Instagram y subió la instantánea que había sacado a sus historias con un corazón blanco en una de las esquinas. Una vez que se hubo terminado de cargar su contenido, se dio cuenta que Unax Ugarte también había compartido algo con sus seguidores porque allí aparecía ese bendito círculo. Un pequeño vídeo en el que se veía, en blanco y negro, el espacio de rodaje del videoclip y a Fabiano al fondo dando órdenes a todo el que se ponía por delante y, después, una fotografía del actor y de su mejor amigo en el que se los veía repasando, muy sonrientes, un par de libretos. Suspiró y clavó sus ojos en la sonrisa de Unax Ugarte, en lo natural que se veía con esa barbita. Marine se pasó la lengua por los labios, le gustaba muchísimo físicamente y todavía más después de haberlo conocido en persona. Recordaba la última mirada que le había dedicado y no podía evitar sentirse como una adolescente: sentía que flotaba, que ponía esa cara de tonta...
Consiguió descansar una media hora, la alarma la acabó sacando de esa ensoñación en la que había caído, algunas imágenes de la realidad se entremezclaron con los deseos más profundos que albergaba en su alma y el sonido del móvil hizo que se incorporara un poquito con el corazón desbocado. Davinia le había mandado un mensaje para decirle que en una hora pasaba a recogerlo, esto había sido hacía treinta minutos, por lo que le quedaba un rato para poder despertarse del todo, hacerse algo de comer e ir a trabajar. Cayo seguía recostado sobre ella que le pasó los dedos por la cabecza, por el cuello... Sintió que el animal respiraba profundamente y abría uno de sus ojos para mirarla.
-Cayito -le susurró-, es hora de despertarse, que me tengo que ir a trabajar.
El animal se estiró y clavó las patas en la tripa de Marine, lo que la hizo reír, y después se marchó de allí hacia alguna otra estancia de la casa. La chica se levantó e hizo todos sus pendientes antes de que su compañera de trabajo hiciera acto de aparición.
Una vez que se subió en el coche de Davinia, fueron hablando de todo y de nada. Se llevaban bien y en algún que otro momento Marine se había visto empujada a confesarse con ella por ser la persona con la que más confianza tenía de la orquesta. Pero la baterista era muy discreta y no quería preguntarle a bocajarro que cómo se encontraba su padrino, que fuera la otra la que recurriera a ella en el momento en el que lo necesitara. Cuando llegaron al restaurante en el que iba a tener lugar la actuación de Nochevieja, el resto de compañeros ya las estaban esperando. Se saludaron con dos besos y con los típicos buenos deseos que acompañaban a esas fechas del año. Rápidamente se pusieron detrás de los instrumentos y comenzaron el ensayo. Después de varias horas, de reajustar algunos pequeños fallos de sonido, el jefe consideró que el espectáculo estaba perfecto. La realidad era que lo habían repetido tantas veces que no solía haber errores que no estuvieran asociados al espacio en el que tuviera lugar: no era lo mismo la plaza de un pueblo que un espacio cerrado como aquel.
♥
Fabiano se había marchado de casa cuando todavía era de noche, habían quedado a las afueras de Madrid con Unax Ugarte y el resto del equipo para grabar unos planos exteriores con la ciudad a lo lejos. Era algo bastante sencillo en comparación con lo que el actor estaba acostumbrado a hacer: horas y horas de rodajes absolutamente agotadores. Días en los que apenas había compartido tiempo y espacio con su hija ni con su familia y, por ese lado, agradecía el hecho de estar separado de su pareja y que fuera esta la encargada de cuidarla en momentos como aquellos. También él tenía que quedarse con la niña en el momento en el que el trabajo requería a su ex, ya que compartían profesión. Ambos eran bastante comprensivos con la situación del otro y, aunque su ruptura había supuesto una auténtica hecatombe en sus vidas en un primer momento, eran capaces a mostrarse educados y comprensivos el uno con el otro por el bien de la pequeña. No eran íntimos amigos, no quedaban a cenar o para tomar café juntos, pero sí mantenían conversaciones sobre qué hacer con el cole, con quién pasaba las vacaciones, los fines de semana y un montón de aspectos relativos a la educación de la pequeña. Evidentemente eso había empezado a suceder de un tiempo a esa parte porque en el momento en el que quisieron poner punto y final a una situación del todo insostenible, tanto Unax como Estela se habían dedicado a putearse de lo lindo. El paso del tiempo, los titulares de la prensa y los programas de televisión especulando sobre un montón de aspectos relativos a la menor, los habían hecho entrar en razón y deponer esas actitudes que solo perjudicaban a Haizea. Desde ese momento, y acompañados de sus abogados, habían establecido las bases de cómo sería su relación a partir de entonces: cordial y conciliadora.
Estaba pasando esos últimos días del año en Madrid porque quería ver a la pequeña antes de marcharse a Los Ángeles durante dos intensas semanas. Había conseguido retrasar el viaje todo lo que había podido para poder pasar Nochebuena y Navidad en casa, ya que le tocaba a él tener a Haizea. Habían ido al País Vasco para poder estar con su enorme familia: sus padres, su hermana y su sobrino, todos los tíos, primos y vecinos que se sumaban al carro de las festividades de los Ugarte que nunca dejaban indiferente a nadie. Pero tenía que volver a la realidad, ya que el día uno de enero cogía un vuelo dirección América para iniciar todo un desfile por diferentes programas de televisión con el único objetivo de patrocinar la nueva serie en la que había participado y que se estrenaba en esa misma fecha en Netflix. Los productores no estaban contentos con el hecho de que él no estuviera allí desde hacía semanas llevando a cabo el tour en el que ya estaban inmersos sus compañeros de rodaje. Su agente le había recriminado un poquito su actitud porque había antepuesto su participación en aquel videoclip por encima de aquella megaproducción, aspecto que le parecía del todo reprochable, ya que el dinero que iban a ingresar por uno y por otra no tenían nada que ver. Pero Unax había hecho oídos sordos a todo, ya tenía una edad en la que hacía, ni más ni menos, lo que le daba la puta gana; habían sido muchos los años en los que había estado preocupado por su imagen, por hacerlo todo bien, por tener contentos a sus fans, los productores, su familia, su agente... Se preocupaba por todas las personas excepto por una: Unax Ugarte. Y un día todo había explotado: estaba profundamente enfadado porque había pedido que retiraran una escena con la que no se sentía nada cómodo, pero habían hecho oídos sordos a su petición. Esto hizo que se largara de muy mal humor del rodaje y que lo acabara pagando todo con un reportero que lo estaba esperando fuera del estudio. Estaba fuera de sí y en el momento en el que joven le había puesto el micrófono delante de la cara, había perdido los papeles por completo. Le gritó palabras bastante fuertes que hicieron que todos los que estaban alrededor se quedaran impresionados por verlo así. El altercado que trajo mucha más cola de la que él estaba dispuesto a pensar en ese entonces se había solucionado cuando Unax había aparecido ante todo los medios de comunicación para pedir disculpas. Lo había hecho presionado por su agente porque él no sentía que hubiera nada por lo que disculparse, los años le habían hecho comprender que sí, que había metido la pata hasta el fondo y que hizo muy bien en asumir la responsabilidad.
-¿Pensando? -La pregunta de Fabiano lo devolvió al presente ya que llevaba varios minutos en un silencio abrumador, observándolo todo, pero sin ver nada. Sus ojos solo se deslizaban entre las personas que, corriendo, colocaban todo lo necesario para comenzar el rodaje.
-Pensando, sí. -Volvió la vista a los papeles que hacía un rato le habían entregado con la letra de la canción y lo que tenía que representar en cada una de las partes.
Uno de sus compañeros les pidió que posaran para una fotografía, ya que la luz que tenían en ese momento era impresionante. Unax le pasó su teléfono móvil para que pudiera sacarla y, en cuanto la vio, supo que quería compartirla con sus seguidores. Durante mucho tiempo no había sido muy habitual que compartiera contenido en su red social, pero su agente le había hecho comprender que era la forma en la que en la actualidad se interactuaba con los fans, en la que se daban noticias importantes (que tampoco es que él lo usara con ese fin), servía, en definitiva, para que el resto del mundo lo conociera un poco más. Pero al final había caído en las redes (y nunca mejor dicho) de Instagram e incluso había leído algunos de los mensajes que sus fans le habían dedicado. No daba abasto a la hora de hacerlo y eran muchas las ocasiones en las que un sentimiento abrumador lo embargaba por el cariño tan desmedido que le dedicaban. Tenía la certeza que algunos de ellos lo defenderían incluso si se demostraba que había asesinado a media humanidad. Era demasiado. Solo era un actor, no era alguien cuya profesión fuera de las que cambian el mundo.
-Se hay que poner a trabajar -ordenó Fabiano dando un par de palmadas y haciendo que todos ocuparan sus puestos.
Pasaron el resto del día entre tomas, tuvieron que repetir hasta la saciedad algunas de ellas porque nada parecía estar bien para Fabiano. Si no era la luz, era algún plano, sino era que Unax necesitaba moverse de una manera específica... Los que lo conocían fuera del ámbito laboral, nunca sospechaban que el joven era tan perfeccionista, todo tenía que estar controlado por él y, por supuesto, a su gusto. Era capaz de repetir un trabajo cien veces si consideraba que no estaba a la altura. Esto podía exasperar a todos los que trabajaban con él, pero no a Unax que se vio sorprendido gratamente por este perfil tan profesional de su compañero. No eran amigos, habían coincidido en algunos eventos y entre ellos había surgido una complicidad especial. Se entendían bastante bien por lo que la propuesta del joven a participar en uno de sus videoclips había sido rápidamente aceptada por el actor. Quizá con el tiempo, con más conversaciones, entre ellos terminara fraguándose una amistad, de momento ambos sabían que iban por el buen camino. Unax negó con la cabeza al ver la cara de pocos amigos que tenían los presentes en el rodaje en el momento en el que Fabiano dijo que se tomaban un nuevo descanso, eran casi las 4 de la tarde y les quedaban pocas de sol para aprovechar. El joven fue directo hacia la mujer que estaba realizando las grabaciones para que le mostrara los totales, había algo que no terminaba de encajarle y necesitaba saber qué era para poder corregirlo. La chica le pasó los auriculares y cuando él iba a ponérselos, el teléfono móvil lo hizo mover la cabeza de un lado a otro para terminar claudicando y conocer el nombre de la persona que lo necesitaba en un momento como aquel. Se alejó un poquito de los demás y, al pasar delante de Unax, su fino oído captó buena parte de la conversación.
-Mamá, ¿Qué ha pasado? -Su voz se había teñido por la preocupación y, sobre sus ojos verdes, sus cejas se habían juntado-. ¿Qué Marine qué? -Bufó en señal de indignación-. Joder, es que no le para nada en la boca. ¡Yo quería que fuera una sorpresa!
Supo de quién estaba hablando y, sin poder controlar la respuesta de su cuerpo, sus manos empezaron a sudar. Hacía unas horas se había visto completamente taladrado por los ojos desiguales de aquella joven, lo habían dejado sin palabras; tenía una mirada impresionante y durante la noche había rememorado en varias ocasiones cómo se había fijado en él y el asombro que se había dibujado en su cara en el momento en el que lo había reconocido. Porque estaba claro que lo conocía. Y Unax, muerto de curiosidad, se había tenido que dar la vuelta justo cuando abandonaba aquel estudio, solo lo había hecho para poder asegurarse que lo que había visto era totalmente cierto. Y mientras Fabiano parloteaba de algo que había perdido todo interés para él, con las manos metidas en su pantalón giró la cabeza para ver en mitad de aquella estancia a aquella niña de nariz roja y con la mirada nerviosa. La voz dulce y la conversación errática fueron las culpables de que, en el momento en el que se vio en la calle, le preguntara a Fabiano por ella.
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