4. Pesadilla antes de Navidad (25 de diciembre de 2018)
25 de diciembre de 2018
Marine se despertó, no había dormido muchas horas y notaba su cuerpo agarrotado, con dolor de cabeza y la boca pastosa por los benjamines y la cerveza que había bebido la noche anterior. Abrió los ojos y se encontró a los pies de la cama a Cayo Malayo hecho una bolita, estiró un poco la cabeza, la miró, bufó y siguió roncando como si aquella interrupción no fuera con él. La chica se levantó de la cama y se dirigió al baño para poder lavarse la cara, quitarse las legañas de los ojos, mear, lavarse las manos... Una vez hecho todo esto, salió a la cocina y sacó de uno de los armarios su taza para poder prepararse un té con tostadas. Tenía un hambre voraz. La casa todavía dormía, ni su tía ni su madre habían hecho acto de aparición, así que sacó el teléfono móvil para poder ponerse al día con las notificaciones; lo primero que hizo fue revisar whatsapp, donde se dio cuenta que tenía un mensaje:
Valentina – Cariño, ven pronto que te quiero dar los regalos de Navidad.
Le contestó diciéndole que en cuanto terminara de prepararse se acercaría por allí y continuó con su paseo virtual. Instagram la recibió con los brazos abiertos, sus contactos habían estado subiendo fotos y vídeos de lo familiar que había sido su Nochebuena. Fotos y fotos de mesas adornadas con copas de vino y champán, platos suculentos de carne, pescado y verduras, servilletas de colores llamativos dobladas de formas imposibles. Gente disfrutando de la compañía de los demás, charlando, bailando, jugando... A Marine le encantaba la Navidad por esas estampas familiares. Entre todas las historias que revisar, su dedo pulgar se fue rápidamente a las que había subido Unax Ugarte. Suspiró antes de ver el contenido que el famoso actor había compartido: un pueblecito en la montaña, unas diez personas cantando al lado de un enorme árbol que estaba adornado con luces blancas y su niña, con una vela entre las manos, contemplando esa preciosa estampa. La foto siguiente, como solía ser habitual en él, era un selfie: salía con un gorro de lana de color canela y una chaqueta que parecía muy calentita cubriendo su cuerpo. Y esa sonrisa que conseguía que los dedos de Marine cobraran vida para poder hacer una captura de pantalla. Su galería estaba llena de fotos de aquel hombre, de muy diversas maneras, para que ella las pudiera contemplar en esos momentos en los que se sentía un poco tontorrona. Ya hacía mucho tiempo que no las ponía de fondo de pantalla, pero hubo una época, y no muy lejana, en la que cada vez que encendía el teléfono le daba la bienvenida la cálida sonrisa de Unax Ugarte.
En cuanto terminó el desayuno, se encaminó a su habitación, de la maleta sacó la ropa: unas mallas negras, una camisa de flores hawaianas, unos calcetines con gatitos blancos y negros y el eterno sombrero de lana que evitaría que sus orejas se congelaran. Fue al baño para poder pegarse una ducha bien caliente, se secó el cuerpo y se embadurnó de crema antes de ponerse el outfit discretito que había elegido para el día de Navidad. Salió de casa y escondió la boca y la nariz en el cuello estirado de su chaqueta. No había mucha distancia entre la casa de Marine y Fabiano, pero no estaba dispuesta a llegar muerta de frío.
Golpeó a la puerta y se encontró con la mirada somnolienta de Camila y, por detrás de ella, una Valentina que llegaba todavía estirándose. Ambas dos le dedicaron una sonrisa y la hicieron pasar al interior del hogar.
—¿Fabiano? —les preguntó al tiempo que se iba quitando las capas que no necesitaba en ese momento.
—Sigue durmiendo. Pasa al cuarto. Después ven a verme. Vamos, Camila. —Las dos se dirigieron hacia la cocina, donde los diferentes ruidos le hicieron saber a Marine que iban a desayunar tranquilamente.
Marine se dirigió a la habitación de Fabiano, abrió la puerta sin ningún cuidado y dio un golpe al cerrarla. Esto hizo que el joven se despertara, ya que pegó un brinco sobre la cama, aunque permaneció durante unos minutos con los ojos cerrados. Se estiró abriendo muchísimo la boca y lanzando un sonoro bostezo a la nada. Se rascó la cabeza y se dio la vuelta gimiendo de placer sobre las sábanas. Un carraspeo de Marine le hizo guiñar un ojo y arrugar el entrecejo no comprendiendo muy bien por qué estaba allí. La joven se sentó en la cama y le dedicó una sonrisa que sabía que no presagiaba nada bueno.
—¿Qué pasa? ¿Qué quieres?—le preguntó él con la voz ronca al tiempo que le daba unos golpes a la almohada para poder quedar inclinado en la cama. La resaca que tenía era una de las gordas, había bebido y... De repente la realidad le cayó sobre los hombros como una losa y abrió muchísimo los ojos. —No jodas.
—Oh, sí... —le rebatió ella al tiempo que asentía con la cabeza.
—No... nononononono... Dime que no. —Sus ojos verdes, abiertos de par en par, expresaban sin ninguna duda la confusión que sentía—. ¡Madre mía!
—Sí. —Y no pudo evitar soltar una pequeña carcajada por la cara de terror que tenía Fabiano, parecía Macaulay Culkin en la mítica escena de Solo en casa.
—¿Puedes dejar de reírte? —le preguntó serio—. Estamos en medio de un drama. Y de uno de los gordos.
—Te has enrollado con Marta. —Era necesario que uno de los dos pusiera en palabras lo que había sucedido la noche anterior—. ¡Qué bien sienta decirlo!
—Joder, joder, joder... ¿Había mucha gente en El cielo? —preguntó, aunque en el fondo sabía la respuesta.
—Estaba a reventar, bueno, es que disteis un espectáculo... Sergio os quería grabar para Pornhub. En mi vida te había visto tan entregado a la causa. —Se le escapó otra carcajada de la garganta y decidió que lo mejor que podía hacer era dejarse llevar, después de varios minutos en los que solo se escuchaban las risas de ella entremezcladas con los bufidos de él, Marine logró calmarse y se limpió las lágrimas de los ojos
—¿Ya está bien, no? —le pidió él.
La cara de Fabiano era todo un poema, se había cruzado los brazos sobre un pijama de los gorditos, y había puesto sus labios en forma de pato para darle más énfasis a su mueca de enfado. Marine volvió a reírse, entre lo que habían vivido la noche anterior y la cara de su mejor amigo en ese momento, estaba disfrutando muchísimo de toda la situación.
—A ver —le dijo una vez que hubo recuperado la compostura—, no te pongas en ese plan porque tampoco es que se haya acabado el mundo.
—Me he enrollado con Marta...
—Bueno, yo a eso no lo llamaría enrollarse, podríamos decir que os habéis comido delante de medio pueblo. No, no, mejor, que fuisteis como los concursantes de Supervivientes cuando ven un plato de comida después de meses comiendo bichos y cocos.
—Me parto y me mondo contigo —le dijo poniendo una mueca en la cara que dejaba claro que no le estaba haciendo ninguna gracia lo que le estaba diciendo—. No entiendo cómo llegamos a esa situación. Ni por todo el alcohol del mundo, ni por todas las drogas del mundo... ¡En la vida pensé que me iba a enrollar con ella!
—Oye, tampoco te pases... —le recriminó Marine un poco harta de lo víctima que se estaba haciendo Fabiano—, te liaste con ella porque quisiste. Nadie, escúchame bien, nadie te puso una pistola en la cabeza para nada. Así que deja de comportarte así: como si le hubieras hecho un gran favor a Marta. No me seas señoro —concluyó ante la atenta mirada de Fabiano.
—¿Señoro?
—Señoro, sí. De esos que se creen una perita en dulce y que todas las mujeres babean por ellos. Pues te voy a decir que no. Que ella no tenía ninguna necesidad hacer lo que hizo ayer, es una tía que tiene su trabajo, su casa, sus aficiones, aunque tú las consideres aburridas, pero es que ella también puede opinar lo mismo de todo lo que haces tú. —Marine se había venido arriba y le estaba diciendo un montón de cosas que había estado pensando desde el momento en el que los había visto liándose en la pista de baile—. Fabiano, tienes que madurar con las chicas.
—¿Madurar de qué? —le preguntó él arrugando la nariz como si lo que estuviera diciendo le pareciera la mayor de las locuras.
—Que os lleváis peleando media vida, y yo sé que a ella también le gusta jugar y picarte, pero está claro que lo que os pasa va mucho más allá de un mero no nos caemos bien. —Su amigo iba a rebatir lo que estaba diciendo, pero Marine alzó una mano para que la dejara continuar—. Si te atrae Marta, y empiezo a pensar que ese es el quid de la cuestión, no tienes ocho años para andar con tonterías. Ser un cretino con la chica que te gusta funciona en las películas o en los libros, pero en la vida real estamos intentando dejar de romantizar ese tipo de relaciones tóxicas...
—Yo no soy tóxico —la interrumpió indignado.
—Bueno, yo no estoy diciendo que seas tóxico, no te pongas a la defensiva. —Le pidió al ver la cara de su amigo al no estar entendiendo bien todo lo que le estaba diciendo—. Lo que estoy diciendo es que las chicas queremos que nos traten bien, con respeto, como a iguales, no que ninguneen lo que nos gusta, lo que hacemos. Esa no es la forma de llamar su atención. Porque está claro que eso es lo que quieres: que Marta te haga casito.
—¡Buf! —Bufó y se llevó una mano a la cara—. Me estás comiendo muchísimo la cabeza, Marine, de verdad te lo digo. Ahora mismo no estoy para estas cosas. Ayer me enrollé con ella, bien, estoy muy seguro que no es la primera vez que se enrolla con un tío... Hagamos como que no pasó.
—¿Y tú vas a ignorar el tema? ¿Así de simple?
—Sí, porque nos vamos a largar a Madrid y allí...
—¿Y allí qué? Deja de creerte el latin lover que estás muy lejos de ser. Llevas sin comerte un colín meses...
—Porque no quiero, listilla, que yo soy muy exigente...
—¿Exigente de qué? Si te vale con que tenga culo y tetas...
—Oye, te estás pasando, a mí me gustan las tías con cerebro. Tú me gustas, eres mi mejor amiga, te quiero y te soporto desde hace siglos. Y tienes un gran cerebro, es más creo que el problema contigo es que te sobra —dijo con fastidio, cruzándose de nuevo de brazos.
Marine volvió a reírse de la ocurrencia de su amigo. La verdad que a veces era como tratar con un niño pequeño, era como volver a hablar con aquel adolescente con el que compartía prácticamente las veinticuatro horas del día. Fabiano no había cambiado mucho en los años que habían pasado, y Marine sabía que no iba a poder hacer de madre para él durante el resto de su vida.
—Mariiiiine, veeeeeeen. —La voz de Valentina la sacó de la conversación, se levantó de la cama y murmuró un «ahora vuelvo» antes de darle un leve golpe en las piernas a su amigo y abandonar la habitación. Cuando llegó a la cocina se encontró con dos regalos envueltos esperando a ser abiertos por ella—. Como os vais mañana, quiero darte ya los regalos de Navidad, vamos a aprovechar que Camila se ha ido a su cuarto para escuchar música que si me pregunta no sé muy bien qué decirle. Ya sabes que a esta casa Papá Noel no llega... —le dedicó una sonrisa y, con la mano abierta, le indicó la silla en la que podía tomar asiento.
Marine le hizo caso y, con los dedos temblorosos, se dispuso a quitar el papel de regalo. Era una de esas personas que desenvuelven los paquetes con cuidado, con mimo, por si acaso el papel se puede volver a utilizar para otra ocasión. Mientras iba disfrutando del proceso, Valentina sacó una taza del armario, colocó una bolsita de té en el interior y vertió sobre ella el agua caliente que hacía escasos segundos estaba hirviendo en la tetera eléctrica. Lo depositó delante de ella junto con un azucarero para que la joven lo pudiera endulzar al gusto. Marine la miró con cariño y le dedicó una sonrisa antes de sacar un libro del paquete. Abrió su boca en una gran o y aplaudió después de dejar el libro unos segundos sobre la mesa.
—Jo, muchísimas gracias, Valentina, tenía muchísimas ganas de leerlo. —Le dijo al tiempo que se levantaba y le daba un breve abrazo para volver a sentarse y empezar a pasar páginas y detenerse sobre la que se podía leer la sinopsis: "Mary Beard no es solo la clasicista más famosa a nivel internacional; es también una feminista comprometida y como tal se manifiesta asiduamente en las redes sociales. En este libro muestra, con ironía y sabiduría, cómo la historia ha tratado a las mujeres y personajes femeninos poderosos. Sus ejemplos van desde el mundo clásico hasta el día de hoy, desde Penélope, Medusa o Atenea hasta Theresa May y Hillary Clington. Beard explora los fundamentos culturales de la misoginia, considerando la voz pública de las mujeres, nuestras suposiciones culturales sobre la relación de las mujeres con el poder y cuánto se resisten las mujeres poderosas a ser sometidas a un patrón masculino. [...]".
—Si no te gusta, lo tienes, lo has leído... Lo que sea, tengo el ticket regalo —le dijo sacándola de la breve lectura en la que ya se había enfrascado.
—¿Estás loca? Me encanta ni lo tengo ni lo he leído, así que muchísimas gracias —le contestó mientras cogía el otro paquete para poder desenvolverlo con el mismo cuidado con el que lo había hecho con el primero—. ¿¡Qué será, será!? —canturreó, aunque no había que ser adivino para saber que se trataba de un disco. Y, nuevamente, se llevó otra grata sorpresa ya que se trataba de "Vengo" de Ana Tijoux, una cantante a la que había conocido gracias a las redes y cuyo trabajo le parecía fundamental en muchos aspectos que iban más allá de la música—. Me encanta, me encanta, me encanta.
—¿El qué te encanta? —le preguntó Fabiano en el momento en el que entraba por la puerta, se acercó a la silla en la que estaba Marine y le echó una rápida ojeada al libro y al disco que la chica ya le estaba enseñando—. Me parece que Ana Tijoux y yo nos vamos a conocer muy bien durante las próximas semanas —se dijo a sí mismo porque conocía las obsesiones de su amiga y sabía que cuando le daba por un disco o una canción la podía escuchar hasta la saciedad.
—Buenos días, cariño. —Valentina se acercó a él y le dio un beso en la mejilla—. ¿Quieres algo para desayunar?
—Sí, pero no te preocupes, mamá, que ya lo hago yo. Siéntate y disfruta de la pesada de Marine, que nos vamos mañana. —Su madre le hizo caso y fue a sentarse al lado de su otra niña.
—¿Y qué tal lo pasasteis ayer? —les preguntó a ambos en el momento en el que Fabiano ya había acabado de preparar su café negro como la noche y un bocadillo de jamón serrano, tomate y aceite. Miró a su amiga e intentó decirle que cerrara la boca, la conocía y sabía que era de fiar, pero no quería que se fuera de la lengua.
—Muy bien —respondió Marine con una voz cantarina—, aunque algunos se lo pasaron mejor que otros. —La boca de Fabiano se abrió muchísimo, pero logró disimular metiéndose el bocadillo en la boca.
—¿Y eso? —preguntó de nuevo mirando hacia uno y hacia el otro, el hecho de que su hijo estuviera masticando un trozo bastante grande de pan imposibilitó que le diera una respuesta por lo que dirigió su mirada hacia Marine.
—Por nada, ya sabes, cosas de jóvenes que no piensan con la cabeza precisamente...
—Ay, ay... ¡Miedo me da! —Clavó sus ojos en su hijo y frunció los labios en una fina línea, intuyendo que Marine se estaba refiriendo a algo relacionado con él—. Espero no estar en boca de nadie, Fabiano.
—Joder, Marine —bufó él enfadado, levantándose del sitio y largándose de la cocina de dos zancadas largas que mostraban el enfado que sentía hacia su amiga.
Esta miró hacia Valentina y con la cabeza le hizo un gesto de negación para que la mujer se quedara tranquila, quería transmitirle que no había pasado nada lo suficientemente grave como para que pensara en cosas como esas. Se levantó de la silla y siguió a Fabiano que se había vuelto a meter en la cama y se había hecho un ovillo con las mantas.
—¿Estás enfadado? —preguntó Marine echándose en el hueco libre de la cama que había dejado el joven y pasando el brazo alrededor de la cintura de él. El chico se dio la vuelta y sus rostros quedaron muy cerca, en momentos como esos la intimidad era tan grande y su nivel de conocimiento era tan profundo que, con solo mirarse a los ojos, eran capaces de saber lo que estaba pensando o sintiendo el otro.
—No...
—Sí —concluyó ella.
—Es que siempre te ríes de mis cagadas...
—No seas así, no hago eso... —le dijo poniendo cara de cordero degollado—, el que haces esas cosas eres tú.
—Joer, pues hoy estás queriendo superar al maestro y lo estás logrando. —Se echó a reír y se acercó a ella para poder darle un beso en la frente y mirarla con los ojos entrecerrados—. Pero la venganza es un plato que se sirve en frío.
—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó ella sin fiarse ni un poco de las intenciones de su amigo.
—Pues que ya verás cuando veas mi regalito. —Alzó las cejas para que le quedara claro que había algo oculto en sus palabras.
—¿Tengo que preocuparme por mi integridad física o mental?
—Pues no lo tengo claro. ¿A qué te refieres con integridad física o mental? —le preguntó haciendo especial hincapié en las dos últimas palabras de su pregunta.
—Dime, por favor, que no me vas a regalar un consolador.
—¿Quieres uno? Porque si lo llego a saber...
—Para tu información, ya tengo. Y estoy muy más que satisfecha con su funcionamiento, gracias —le dijo con un tono cantarín que no dejaba lugar a ninguna duda.
—¿Y lo usas cuando yo estoy en casa?
Marine le lanzó una sonrisa que no dejó lugar a confusión: claro que lo usaba cuando estaba en casa. No tenía que ocultar que disfrutaba de su propio cuerpo como y cuando le daba la gana. Era algo en lo que había tenido que trabajar mucho, romper con todos los tabúes que había respecto a la masturbación femenina no había sido algo sencillo para ella, pero una vez que lo había logrado no iba a volver a encerrar su deseo en ningún armario.
—¡Dios! Ahora mismo solo quiero que esa imagen salga de mi cabeza...
—Madre mía, eres de lo que no hay, ¿nunca te has hecho una paja estando yo en casa?
—Bueno... ¡Eres como mi hermana! No te quiero imaginar haciendo esas cositas...
—Ay, El señoro Fabiano atacando de nuevo.
—Joder, todo el puto día con el señoro en la boca. Que no soy un señoro. Ala... —Se dio la vuelta en la cama de forma brusca para poder darle la espalda a su amiga y que viera que su indignación.
—No te enfades —le pidió ella entre risas.
—No me enfado, me indigno. No soy un señoro, Marine —le dijo mirándola por encima del hombro. Intentó volver a darse la vuelta para mirarla de frente, pero todos los giros que había dado lo hicieron quedar atrapado entre su cuerpo y las mantas, empezó a forcejear y propició que Marine acabara en el suelo. Fabiano empezó a reír de forma sonora y se ganó la mirada asesina que ella le estaba dedicando.
—Eres un idiota. —Se levantó y salió de la habitación.
—Marine, ven —lo escuchó pedir desde el cuarto mientras ella volvía a la cocina.
Allí se encontró con su madre y su tía que ya habían hecho acto de aparición con un montón de bolsas llenas de ollas, sobras de la copiosa cena que habían preparado, y no acabado, la noche anterior. Les dio un beso a cada una cogiéndolas por sorpresa, ya que estaban de espaldas y no la habían sentido llegar.
—¡Madrugadora! —le dijo su tía al tiempo que ponía los mejillones en una amplia fuente, la vinagreta que habían hecho la noche estaba un poco pasada así que decidió tirarla y poder hacer una nueva.
—Me escribió Valentina —miró a un lado y al otro para comprobar que Camila no se encontraba a su alrededor—para que viniera a recoger los regalos de Reyes.
Su tía y su madre le dedicaron una mirada cargada de tristeza, debería estar prohibido que pasaran una noche como la del cinco de enero separadas, qué bonita la tradición de despertarse y desayunar juntas Roscón de Reyes. Marine cerró los ojos deseando olvidar lo que suponía para las dos mujeres de su vida el estar separadas, sabía a ciencia cierta que esperaban ansiosas sus visitas, y le gustaría poder hacerlo con mayor frecuencia, pero la realidad era que Madrid le gustaba por todas las posibilidades que le ofrecía a una chica como ella; además, el día cinco de enero tenía un evento al que no podía faltar, ya que iba a ser la conductora de una batalla de gallos.
—¿Y qué te han regalado? —intervino su madre, aunque sabía más y de sobra lo que Valentina le había regalado, ya que ella la había estado orientando sobre qué le podía gustar a la joven.
Marine se dirigió hacia la mesa donde les mostró el libro y el disco, su tía, acercándose, se puso las gafas sobre la nariz para poder ver bien de lo que iba la novela y abrió muchísimo los ojos al tiempo que asentía valorando positivamente el argumento. Al disco le prestó menos atención porque ella no era una entendida musical, solía escuchar lo que le gustaba, sin más.
—La verdad que Valentina siempre sabe qué regalarte...
—Con un poquito de ayuda —intervino la argentina guiñándoles un ojo a sus dos amigas, y sonriéndoles.
—¿Quién? ¿Yo? —Su madre se hizo la tonta, pero sabía que era algo imposible de ocultar—. Valentina, no necesitas mi ayuda para nada. Conoces a esta niña como si la hubieras parido tú... ¡Qué hubiera sido de mí sin vosotras dos —miró a su hermana y a Valentina— desde el momento en el que supe que estaba embarazada!
—Pues que hubieras salido adelante igual —intervino su tía en la conversación—, Trini, parece mentira que digas eso... Trabajaste de sol a sol, la casa, la niña, el trabajo...
A Marine no le gustaba mucho cuando se ponían melancólicas hablando de su juventud, no era que fueran dos personas mayores, pero tenía la sensación que, especialmente su madre y su tía, estaban encerradas en sus recuerdos y les costaba valorar todo lo que la vida tenía por ofrecer. Respetaba cómo querían vivir, pero le gustaría que se liaran la manta a la cabeza e hicieran algo por ellas, para poder disfrutar de los muchos años que les quedaban por delante: viajes, excursiones, cursos para aprender idiomas o lo que fuera que les interesara. Y, en ese preciso instante, a la joven se le encendió una bombilla en la cabeza sobre lo que les podía hacer llegar la mañana de Reyes. Estaba segura que en un primer momento iban a poner el grito en el cielo, pero confiaba en que Valentina las hiciera entrar en razón, en concreto a su madre que le parecía la más cerrada de las dos.
Fabiano volvió a la cocina y se dirigió hacia los armarios para poder ponerse manos a la obra: sacó los platos, vasos y cubiertos y los dispuso en la mesa que ya tenía el mantel puesto. Marine fue distribuyendo los platos cargados de comida al tiempo que Valentina se dirigía hacia el salón donde se encontraba Carlos para poder ayudarlo a llegar a la cocina. El hombre apareció con una sonrisa en los labios, orgulloso de la familia que habían creado entre todos, contento por ver a todas las personas que quería rodeando una mesa, sabiendo que iba a ser una de las últimas veces que eso sucediera. Se dejó caer en una de las sillas más cercanas, agotado por el esfuerzo. Su hijo se acercó a él y lo ayudó a echar comida en el plato, se la cortó en pedacitos muy pequeños y así él se podía apañar con el tenedor. Camila miraba a su padre, no quería verlo así, tan mayor que parecía más un abuelo que un padre, así que cerró los ojos, se tragó las lágrimas que empezaban a hacer acto de aparición y se centró en las conversaciones banales que la rodeaban.
—¡Qué pena que hoy sea nuestro último día juntos! —dijo Valentina.
—Bueno, yo he estado pensando —Fabiano se rascó la cabeza sin estar muy seguro de lo que iba a decir, pero haciéndolo de todas formas—, que voy a venir a pasar la Nochevieja casa.
Esto hizo que Marine lo mirara de una forma tan intensa que hizo que el agachara los ojos. Se sintió descolocada porque había dicho de pasar la última noche del año juntos, ya tenían las entradas para la discoteca Cocó! cogidas. Así que no entendía muy bien lo que estaba sucediendo y así se lo estaba intentando hacer entender a su amigo con esa mirada. Pero él no se estaba dando por aludido, ya que estaba riendo y discutiendo sobre cualquier tontería con su tía.
Una vez que acabó la comida y dejaron todo recogido, Marine dijo que se marchaba a casa, que quería hacer la maleta, así que dejó a su familia compartiendo la sobremesa. Fabiano la acompañó hasta la puerta, pero no se dedicaron ninguna palabra más por el dolor que sentía ella que por el hecho de que él no quisiera hacerlo. Necesitaban poner los dos su cabeza en orden antes de tener una conversación, ya que llevaban una mañana en la que eran como montañas rusas a nivel emocional. Habían discutido, se habían amigado, habían compartido risas, habían vuelto a enfadarse...
Una vez en la calle, se arrebujó en su bufanda y se dispuso a emprender el camino de vuelta a casa. Se puso los auriculares en las orejas y empezó a escuchar la letra de la canción en la que estaba trabajando, le faltaba toda la parte musical, pero le gustaba grabarse leyendo la letra y, así, mientras la iba escuchando se le iban ocurriendo algunas ideas. Mientras caminaba por su pueblo, iba mirando todo lo que rodeada, aquellas callejas estrechas y con coches mal aparcados, las tiendas que habían cerrado y las que no lo habían hecho ya no gozaban del esplendor de antaño, la plazoleta en la que quedaba con sus amigos cuando querían pasar el rato juntos, los cuatro bares con los parroquianos de siempre mirando por la ventana o por la puerta. A veces se sentía una extraña en aquel lugar, cuando la miraban de arriba abajo, «la de Trini» era siempre la respuesta de alguno de sus vecinos pensando que no los podía escuchar.
Llegó a casa, introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta, en ese preciso instante todo su cuerpo se estremeció por el gusto que le daba el calorcito. Cayo Malayo le dio la bienvenida enroscándose alrededor de sus piernas. Llevaba unos días ignorando por completo, sin querer, la existencia de su gato y se sentía bastante mal porque acostumbraban a compartir muchísimo tiempo juntos.
—¿Qué tal, Cayito? —le susurró al tiempo que se agachaba para poder acariciarlo. El gato maulló como única respuesta y le lanzó una mirada de reproche: se sabía abandonado por Marine desde que habían llegado al pueblo—. Lo siento, mañana en cuanto volvamos a casa me voy a dedicar en cuerpo y alma a ti, ¿vale?
Lo cogió y le depositó un beso en la cabeza antes de emprender su camino al salón, se dejó caer en el sofá y empezó a pensar en todo lo que había sucedido aquel día al tiempo que pasaba los dedos por el cuerpecito de su gato, cubierto por esa pelusilla que le hacía cosquillitas en las yemas y que le proporcionaba una sensación muy placentera.
Mujeres y poder: Un manifiesto, Mary Beard
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