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3. Marta, Sebas, Guille y los demás (24 de diciembre de 2018)

24 de diciembre de 2018

Estaba reposando la comida echada en el sofá, su tía estaba roncando a su lado con las gafas en la punta de la nariz, el teléfono móvil en las manos con la pantalla ya apagada y la cabeza colgándole de un lado a otro. De vez en cuando, abría los ojos para recolocar la postura, pero el cansancio con rapidez se apoderaba de ella. Su madre, por otro lado, estaba viendo la mítica película navideña que echaban en Antena3, las vivía con muchísima intensidad porque adoraba la decoración, la música y, por qué no decirlo, esas tramas románticas que pocas veces se veían en la vida real. Marine cotilleaba un poco el Instagram de las personas que seguía. Cuando le salieron las historias de Unax Ugarte su corazón latió con fuerza, todavía se ponía nerviosa cada vez que aparecía algo suyo de forma inesperada. Respiró por la nariz y echó el aire por la boca antes de reproducir los vídeos que había subido para deleitar a sus seguidores. Había realizado una panorámica preciosa de su pueblo en el País Vasco, montes verdes, árboles de hoja perenne guardando todos los secretos del bosque, mientras que aquellos ya desnudos mostraban a todo aquel que los mirase hasta la última arruga de su tronco. Una foto de su hija por la espalda, la pequeña, que ya debía tener unos ocho años, estaba corriendo por un camino que parecía llevar a ninguna parte. Él siempre había sido muy discreto con la vida de la niña, desde el momento de su nacimiento tanto él como su expareja habían decidido que su carita no iba a salir en ningún lado y, por el momento, ambos lo estaban cumpliendo a rajatabla. Unax Ugarte a veces compartía algún momento especial de su vida, pero nunca exponiéndola. Y esto solo hacía que Marine estuviera más enamorada de él. Y ya la tercera y última historia hizo que sus bragas se cayeran al suelo: se había sacado una foto a sí mismo riéndose, con el pelito ligeramente mojado y la camisa un poco abierta mostrando un par de tatuajes de los que tenía en el pecho y con los que Marine tantas y tantas noches había soñado. Suspiró. Porque ya se había acalorado entera: ¿cómo podía tener alguien semejante magnetismo? ¿Cómo podía sentir tal atracción por alguien a quién no conocía? Bloqueó el teléfono móvil con la clara intención de no volver a mirar más esa fotografía, aunque sabía que iba a hacer una captura de pantalla y que se iba a recrear en ella hasta que subiera otra que hiciera las delicias de todos sus seguidores y especialmente las de ella.

—¿Qué te pasa? —le preguntó su tía, consiguiendo que pegara un pequeño brinco en el sofá debido al susto que le había pegado.

—Nada.

—¡Uy! Ese nada suena a todo. Estás muy roja, nena.

—Que nada tita. Que no me pasa nada. —Salvada por el sonido del timbre, se levantó rápido del sofá seguida bajo la atenta mirada de su tía.

Una vez en el pasillo respiró de nuevo, se llevó las manos a las mejillas y notó el calor en las palmas. Si es que daba igual que ya tuviera veintitrés años, seguía siendo una cría. Cuando abrió la puerta se encontró con la mirada brillante y la sonrisa de Camila. La pequeña había crecido bastante en estos últimos meses y estaba muy delgadita, parecía una espiga; su parecido con Fabiano seguía siendo innegable por su tez morena, esa sonrisa que conseguía de todos lo que quería y esos ojazos verdes que parecían iluminar hasta el día más oscuro. Por el contrario, su pelo era rizado, muchísimo, y ella lo había amado y odiado a partes iguales durante buena parte de su niñez; en ese momento parecía estar en un momento de amor porque no sometía su cabello a grandes dosis de alisado.

—¡Holi! —le dijo la niña al tiempo que le regalaba un enorme abrazo—. Estaba aburrida en casa, así que he decidido venir a pasar la tarde contigo.

—Genial —le respondió depositando un besito sobre su coronilla—, vamos a mi habitación y hacemos algo. ¡Es Camila! —alzó la voz para que su madre y su tía se despreocuparan.

Camila adoraba el cuarto de Marine, consideraba que todo lo que había allí era absolutamente maravilloso porque estaba enamorada de la cultura de los años dosmil. Así que siempre que podía se escapaba de su casa para refugiarse en la suya y convertirse en una adolescente de hacía más de una década: escuchaba La oreja de Van Gogh, El canto del loco, Nena Daconte; leía la SuperPop y la Bravo; intentaba robar las cartitas que Marine se había escrito con sus compañeros de clase hacía mucho tiempo, y le pedía que le hablara de los famosos de aquella época y, sobre todo, de cómo ella conseguía ser una fan sin las redes sociales. Camila se quedó de pie sobre la cama y comenzó a dar pequeños saltos sobre el colchón, esperando a que la otra sacara todo el botín que tenía guardado en los cajones del escritorio. Le fue tirando revistas, posters de cantantes, futbolistas y actrices que nunca había colgado en sus paredes y agendas del instituto donde apuntaba más tonterías que las tareas que tenía que hacer. Los ojos de Camila iban brillando a medida que Marine le iba dando más y más tesoros.

—¿Y qué? ¿Tienes novio? —le preguntó a bocajarro haciendo que Marine se diera la vuelta y corriera para poder echarse con ella en la cama.

—Y esa tontería, ¿a qué viene? —le contestó pasando un brazo por debajo de su cuello y atrayéndola hasta su cuerpo. La otra cogió una de las revistas y comenzó a pasar las páginas bebiendo todas aquellas imágenes y letras.

—No sé, las chicas de mi clase empiezan a estar interesadas en los novios...

—¿Y tú? —le preguntó Marine no dando crédito a lo mayor que se estaba haciendo Camila sin que se dieran cuenta.

—Naaa... Yo paso de novios y de novias también. Tengo muchísimas cosas en la cabeza como para estar preocupada por tonterías como esas.

—¿Qué cosas te preocupan? ¿Las notas bien?

—Sí, todo sobresalientes. Mamá y papá se pusieron muy contentos, por eso me dejaron ayer ir sola a la biblioteca con mi amiga, dicen que como demuestro ser responsable pues que entonces me dejan hacer cosas de chicas grandes.

—Eso está muy bien. ¿Y Fabiano qué tal?

—No, él tampoco tiene novio —le contestó ella de una forma tan inocente que hizo que Marine se comenzara a reír—. ¿¡Qué!?

—Ya sé que Fabiano no tiene novio. Que si se puso contento con tus notas, enana.

—Ah, eso. Supongo. Pero es que tampoco se las he enseñado.

—¿Y eso?

—No sé. No me apetecía. Supongo.

Marine se levantó de la cama con el entrecejo ligeramente arrugado. No le gustaba cómo le estaba respondiendo, ella nunca había mostrado semejante indiferencia para con su hermano mayor y en ese momento parecía ser la persona que menos le importara del mundo. Se dirigió de nuevo hacia el escritorio y volvió a rebuscar en sus cajones, porque estaba segura que había visto una caja con fotografías de todos ellos cuando tenían quince años y quería enseñárselas a la otra. Estaba segura que nunca las había visto y que la iban a hacer extremadamente feliz.

—Oye, Marine, ¿tú crees que hay vida más allá de la muerte? —preguntó Camila sacando a Marine de sus pensamientos.

Se dio la vuelta y la observó con seriedad, sabía más y de sobra por qué le estaba preguntando eso: su padre. El estado en el que estaba, había preocupado a la niña y esto hizo que Marine arrugara el entrecejo y, con la caja que había logrado encontrar en el último cajón, bien escondida al fondo del mismo, se diera la vuelta y volviera a la cama para poder sentarse a los pies de la otra. Miró a Camila, pero esta estaba ocupada, balanceando su cuerpecito y sosteniendo entre las manos la revista SuperPop, siendo muy consciente de la mirada penetrante de Marine.

—¿Por qué me preguntas eso? —no dejaba de mirarla y la otra trataba de hacer como que era una conversación trivial, pero el tembleque de su labio superior le hizo saber que estaba mucho más preocupada de lo que quería aparentar.

—Papá se va a morir.

Marine empezó a toser, ya que la saliva que estaba tragando en el momento en que Camila había decidido pronunciar esas cinco palabras se le había ido por mal lado. La observó hacer una pompa con el chicle que estaba mascando y con los ojos clavados en la noticia que fuera que estuviera leyendo.

—¿Qué? —le preguntó con un hilillo de voz.

—Que papá se va a morir —repitió dando mucho énfasis a su voz—, se lo he oído decir a mamá mil veces, y esta mañana estaba llorando en la cocina con Fabiano.

—¿No sabes que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas? —Se estiró y le quitó la revista de las manos para que la mirara a ella, quería toda su atención.

—Si dejan la puerta abierta de par en par y susurran como si se estuvieran contando un secreto enorme, ¿qué esperan? Soy casi una adolescente, Marine, estas cosas son las que hacemos: cotillear y contar secretos ajenos. Así que yo esta mañana he cotilleando y ahora te lo estoy contando a ti.

A Marine se le escapó una pequeña carcajada, la situación era lo suficiente delicada como para que se tomara en serio todo lo que Camila le decía; pero, por otro lado, no podía evitar reírse ante las salidas que tenía. Ella siempre tenía una respuesta para todo.

—No todos los adolescentes hacen esas cosas... Yo nunca conté ningún secreto que no me pertenecía, eso no está bien. —La regañó, cogió las piernas de la pequeña y las pasó por su regazo.

—¿Y por qué te has reído? —. Touché.

—Porque eres una enana y, aún así, tienes siempre la palabra perfecta para salir de todos los marrones. Con diez años más nos vas a traer a todos por la calle de la amargura. ¿Qué estabas leyendo? —le preguntó cambiando de tema.

—El horóscopo de 2006, ojalá fuera cierto que me van a pasar todas estas cosas... Seguro que las revistas de esta semana me dicen que todo va a ser una mierda —suspiró.

La niña cruzó los brazos sobre su pecho y cerró los ojos. Marine la contempló y trató de adivinar en qué momento había crecido tanto, para ellos seguía siendo su pequeña, pero estaba claro que se estaba convirtiendo en una jovencita. Lo estaba haciendo en un hogar consumido por la enfermedad y la pena, y las dos únicas personas que podían ayudarla en todo este trance estaban a cientos de kilómetros. La vida no estaba siendo muy justa con Camila en ese momento y Marine se sintió invadida por cierta culpabilidad.

—Ya sabes que el horóscopo es mentira...

—¿También los que leen las cartas? —la interrumpió—. Porque estoy tratando de aprender con vídeos de Youtube... Si quieres te puedo echar las cartas un día de estos... Me he hecho unas con cartulina.

—¿Qué tú qué?

—Sí, espero convertirme en la bruja Lola del pueblo o Aramís Fuster.

Marine la miró con el rostro casi desencajado, pero esta cría... La dejaba sin palabras la mayor parte del tiempo que estaban juntas. No lograba comprender de dónde sacaba todas esas ideas que se le ocurrían, casi siempre rocambolescas a más no poder. Su conversación se vio interrumpida cuando alguien golpeó a la puerta, la persona no esperó a que le dijeran que entrara y la cabeza de Fabiano asomó por el hueco que había dejado al abrirla.

—¿Qué hacéis, niñas? —dijo con un tono alegre y una sonrisa en los labios.

Camila puso los ojos en blanco y volvió a coger la revista que Marine tenía sobre su regazo para poder ignorar a su hermano. Odiaba cuando la hacía sentir más pequeña de lo que ya era. Fabiano entró en la habitación y se sentó al lado de su amiga, las observó y se alzó de hombros viendo la tensión que se había instalado en cuanto él había aparecido en escena. Las había escuchado hablar, pero se habían quedado calladas con su presencia.

—¿De qué hablabais? —Se interesó.

—De nada que te importe —le soltó su hermana con dureza.

Y es que Fabiano había notado el enfado que su hermana parecía estar pagando con él y no lo comprendía del todo. Siempre había sido su ojito derecho. En cuanto llegaba de Madrid se le colgaba como un koala y no lo dejaba ni a sol ni a sombra todos los días que pasaba allí; mitigaba un poco su acoso en cuanto Marine aparecía en su radar. Pero en esta ocasión parecía molestar en cuanto hacía acto de aparición, le contestaba mal y, cada vez que se quedaban solos, la niña se marchaba. Toda esta situación estaba dejando un poco consternado al joven que no sabía muy bien cómo reaccionar.

—Marine, me voy a la cocina... —dijo Camila en cuanto sintió que había pasado el tiempo prudencial para poder marcharse de allí sin que notaran que se iba porque no le gustaba estar con Fabiano. Cometió un error.

La niña se levantó de la cama y se marchó de la habitación dejándolos solos, no sin antes dedicarle una mirada asesina a su hermano. En cuanto cerró la puerta, él dejó escapar todo el aire que tenía atrapado en los pulmones.

—¿Se puede saber qué coño le pasa a la cría esta? A ti te ha tenido que decir algo. —No dejaba de asombrarlo toda la situación por más que llevara dos días viviéndola en sus propias carnes.

—Déjala, está entrando en la adolescencia y cogen a alguien como cabeza de turco.

—La puta niñata esta...

—¡Fabiano! —Extendió los brazos y abrió mucho los ojos, no le gustaba que se refiriera a ella en esos términos—. Hoy os ha escuchado a ti y a tu madre hablando de vuestro padre —le hizo saber, pensando que quizá iban por ahí los tiros—, igual es que está preocupada y que siente que la estáis dejando de lado. Es su padre también.

—Pero si es una cría. ¿Qué quiere que le digamos?

—Quizá espera que al menos tú la trates como una chica y no como a una niña. Eres su hermano mayor y te fuiste de casa hace tiempo...

—¿Y? Marine, no me jodas tú también, ¿eh? Tiene diez años. Es una niña y punto. —Le respondió él dando por finalizada la conversación, pero parecía que Marine no opinaba lo mismo.

—Si fuera mi hermana, la empezaría a tratar como ella quiere y no como se espera. La edad solo es un número.

—¿Y qué quieres que le diga? ¿Qué su padre se va a morir?

—Fue exactamente lo que me dijo ella hace quince minutos.

Fabiano clavó en ella sus ojos verdes, arrugó las cejas sin comprender muy bien lo que su amiga estaba insinuando. Dejó escapar el aire de sus pulmones e hizo un mohín con los labios que dejaba claro que no le hacía gracia la conversación que estaban manteniendo.

—Os escuchó en la cocina —continuó hablando ella—, a ti y a tu madre, me dijo que ella estaba llorando. Camila no es tonta. No la tratéis como si lo fuera. La situación es difícil y mi padrino... pues ya sabes. —Ella no era tan valiente como la pequeña, no se atrevía a llamar a las cosas por su nombre—. Es mejor que lo vaya sabiendo, que se vaya haciendo a la idea para que el palo no sea tan duro como sería de lo contrario. No la podemos tener engañada...

—Marine... —Empezó a decir él, pero se vio interrumpido.

—¡¡¡Fabiano!!! ¡¡¡Marine!!! —gritó su tía al tiempo que se acercaba por el pasillo—. ¡A cenar! ¡Que ya está todo listo!

Abrió la puerta de par en par, apoyó la cadera en el marco de madera, los observó durante unos segundos sin atreverse a decir ni una palabra. Hizo un saludo con la cabeza y los ojos de los otros dos se clavaron en ella.

—¿Qué? ¿Intentando arreglar el mundo? —les preguntó—. Pues está jodida la cosa —concluyó sin dar opción a réplica.

—Ahora vamos, tita.

—Venga, que os toca poner la mesa.

Se marchó de allí dejando la puerta abierta para que supieran que no podían tardar ni treinta segundos. Cayo Malayo apareció por ella estirando su cuerpecito después de la siesta que se había pegado. Los dos jóvenes se levantaron de la cama y siguieron a la tía de la chica, perseguidos por el gato. Cuando llegaron a la cocina, se encontraron con la revolución que suponía pasar la Nochebuena en familia: su madre estaba con la cara casi metida en la olla en la que estaba la sopa de marisco, Camila se encontraba llenando los mejillones de salsa vinagreta, su tita se hallaba cortando los turrones y poniéndolos junto con muchos otros dulces en una bandeja, Valentina estaba cortando la carne para comenzar a emplatarla y su padrino estaba sentado en la mesa, con los ojos cerrados, parecía agotado por el esfuerzo que le suponía el mero hecho de seguir viviendo. Marine y Fabiano empezaron a sacar los platos, las copas, los cubiertos del armario y lo colocaron todo sobre el mantel con motivos navideños. Cuando todo estuvo en su sitio se sentaron alrededor de ese pequeño banquete y los primeros minutos parecieron estar llenos de tensión, sobre todo de Camila hacia todos los adultos que la rodeaban.

—¿Qué tal por Madrid, Fabiano? —preguntó su tita tratando de aligerar un poco ese ambiente cargado—. Cuéntanos como es la vida de un famoso.

—Pero si yo no soy famoso...

—Ya lo sé. Pero a alguno conocerás —lo interrumpió ella, lo que hizo que el resto se echara a reír y con ello empezaran conversaciones paralelas sobre todos los temas de conversación habidos y por haber.

—A alguno conozco —reconoció él— y no envidio para nada su vida, la prensa puede llegar a ser muy pesada cuando se lo propone.

—Uy, uy, uy, ¿y a quién conocés? ¡Cuéntanos cositas? —le pidió Valentina, que había puesto sus manos bajo la barbilla—. Llevás en casa dos días y hasta que no hemos venido aquí no has reconocido nada. ¡Desde luego!

—No puedo contar nada, pero muy pronto sabréis con que famoso muy famoso estoy trabajando.

Marine se atragantó con el vino que tenía en la boca en el momento en el que su amigo había dicho esas palabras. Lo miró sin comprender muy bien de qué estaba hablando: ¿estaba Fabiano trabajando con un famoso muy famoso sin decirle nada a ella? ¡Ella que era la mayor fan de los famosos! ¡Ella que los conocía a casi todos! ¡Ella que se moría por tener una fotografía con muchos, la gran mayoría de ellos! Intentó darle una patada, pero se vio interrumpida por el cuerpecito de Cayo Malayo que fue enroscarse entre las piernas de su dueña para ver si le caía algo de toda esa comida que olía de una manera tan deliciosa.

—¡Cayo! —lo regañó ella cogiéndolo para sacarlo de debajo de la mesa—. ¡Sal de ahí! Que te vamos a acabar dando un golpe. Y tú —señaló directamente a Fabiano con el mejillón que, a continuación, se llevó a la boca—, eres un traidor, que lo sepas.

—¿Yo? ¿Por qué? —Escuchó como su hermana pequeña decía algo en su contra lo que hizo que dirigiera su mirada hacia ella, pero esta disimuló clavando sus ojos en su madre.

—Porque me cuentas absolutamente todo y para una vez, ¡una!, que te pasa algo interesante, te guardas el secreto.

—Hermana, muy pronto lo sabrás y lo fliparás —le dijo él alzando su copa y bebiéndose de un trago el contenido de la misma.

Sobre las doce de la noche salieron de casa para poder ir con sus amigos hasta "El cielo", el bar en el que siempre quedaban. Pepe, el dueño del local, abría a las siete de la mañana y cerraba a las dos, cuando decidía marcharse dando tumbos a su casa. Aunque muchas noches se habían quedado a puerta cerrada hablando con él de todo y de nada, de las historias más rocambolescas del pueblo, y había tenido que echarse en un colchón roñoso que tenía en el almacén para poder cerrar los ojos un par de horas antes de tener que abrir de nuevo. Cuando llegaron a "El cielo" ya estaban allí esperando Marta y Sergio. La primera estaba vestida con una camisa de lino, una falda de color marrón y naranja y un chaleco de tonalidades tierra, llevaba una fiambrera debajo del brazo y la agitó al tiempo que alzaba las cejas con rapidez en cuanto visualizó a sus dos amigos; el segundo, que iba ataviado con un traje muy elegante, tenía cara de cansado, trabajaba en un supermercado del pueblo y había tenido un largo día repleto de últimas compras antes de una de las noches más especiales del año.

—¿Qué es eso? —le preguntó Marine a Marta.

—Os he hecho un pequeño postre con mi aderezo especial —dijo ella muy contenta de que por fin alguien preguntara por el contenido de la fiambrera.

—Dime que no has hecho un brownie con Marihuana. —Pero por la sonrisa de la otra supo que había dado en el clavo.

Después de unos cuantos benjamines, una tradición que habían adquirido en la primera Nochevieja que los habían dejado salir a todos, Marta empezó a repartir pequeños trocitos del bizcocho que había cocinado aquella tarde. La joven tenía las mejillas de un tono rojizo que evidenciaba que ya iba chispa y que lo que iba a comer no le iba a beneficiar en absoluto. Rápidamente se dejaron llevar por la música y por la felicidad que suponía estar todos juntos después de tanto tiempo.

—A la del huerto ecológico hoy le van a dar pepino —le dijo Sergio obligando a Marine a darse la vuelta y clavar los ojos en la rocambolesca escena que se estaba produciendo en medio de la pista de "El cielo". Abrió mucho sus ojos desiguales, los clavó en el amigo que tenía al lado y, de nuevo, en el medio del bar.

—Pero que... Pero si no se soportan. Pero si llevan discutiendo media vida...

Y siguió observando cómo Marta y Fabiano se estaban enrollando, cómo él le estaba sobando todo el culo y cómo ella se restregaba contra su polla al ritmo de la música. La escena a ojos de todos los vecinos debía estar siendo de lo más llamativa, ya que la mayoría de ellos intentaban hacer como que no miraban, pero se les iban los ojos hacia la pareja cada cinco minutos para ver qué estaban haciendo.

—Pues el brownie, amiga, Marta no se droga nunca, yo no sé de dónde habrá sacado esa mierda, pero está claro que no tiene que volver a hacerlo.

—Fabiano tampoco le estaba haciendo ascos esta noche al brownie, ¿¡eh!?, bueno ni a Marta tampoco. ¡Por dios, míralos!

El chico había empezado a pasarle la lengua por el cuello a la otra mientras una de sus manos había subido hasta su pecho por dentro de la camiseta. Marta había echado la cabeza hacia atrás y tenía tal cara de disfrute que parecía a punto de tener un orgasmo allí mismo, en medio de un bar, rodeados de gente.

—Está claro que somos los únicos normales —concluyó Sergio al tiempo que le daba un trago a la botella de cerveza—, y mira que me jode decirlo, ¡¿eh?! Porque yo me creo excepcional, ya lo sabes, como si hubiera sido tocado por el dedo de Dios.

—Eres un poco payasete —le contestó ella entre risas.

—¿Un poco solo? No me estoy esforzando lo suficiente, yo quería ser muy payaso. —Se echó a reír sin poder controlarse ante lo que había dicho. En momentos como esos, Marine comprendía a la perfección porque Sergio y Fabiano eran tan amigos.

—¡Madre mía, mañana cuando se despierten!

—¿Y si les grabamos un vídeo? —Preguntó el otro de repente, sacándola de la imagen que se le estaba grabando en la retina a fuerza de no apartar los ojos de sus amigos.

—No vamos a hacerles eso... —le recriminó Marine.

—No lo digo en plan porno, aunque míralos: si subimos esto a Pornhub nos hacemos de oro, amiga. Por favor, por favor, por favor Marine. —La otra negó con la cabeza, lo que hizo que el otro se planteara su estrategia—. ¿Y una foto? Pequeñita, así como de refilón, tú te pones por ahí y yo saco la foto. Que solo se vea al hacer zoom. —Marine siguió negando con la cabeza—. Jo, pero imagina mañana cuando les enseñemos esto... Nos reiríamos tantísimo.

—Estás siendo un mal amigo.

—No, estoy siendo realista y eso es lo que más suele joder a todo el mundo. Mañana cuando se despierten pagaría por estar allí, por ver esos primeros minutos en los que abren los ojos sin ser realmente conscientes de lo que sucedió la noche anterior. Y mataría, lo juro, mataría por ver su cara en el momento en el que todos los recuerdos se les vengan a la mente. Eso va a ser épico, amiga mía.

Marine no pudo contener la risa porque Sergio, en el fondo y, bueno, no tan en el fondo, tenía razón. Y entendía su punto de vista porque Fabiano y Marta y Marta y Fabiano se habían pasado su adolescencia discutiendo y lanzándose pullitas en público y en privado y ahora, de adultos, la cosa no había mejorado mucho; ambos, porque eran ambos los que jugaban así de duro, aprovechaban la menor oportunidad para dejar al otro en ridículo. Y esto había terminado cansando a sus amigos, habían sido muchas las veces en las que habían tenido que interceder entre ambos porque el juego se les había ido de las manos. Pero parecían olvidarse de todo en cuanto se volvían a vislumbrar en el horizonte. Y habían terminando consumiendo toda aquella tensión con la fogosa escena que estaban regalando a los parroquianos de "El cielo". Si fuera por Marine ya hacía rato que los hubiera separado pero para qué. Estaba segura que estaban en tal estado de excitación que iban a pasar de lo que dijera, no estaban en sus plenas facultades como para pensar en el día siguiente y ella tampoco quería ser la aburrida que les fastidiara la diversión. Porque estaba claro que bien se lo estaban pasando, y un rato largo. 

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