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2. La familia (23 de diciembre de 2018)

23 de diciembre de 2018

Esa mañana, la primera en el hogar materno después de meses, se despertó y se quedó disfrutando de la sensación de estar por fin en casa. Le había costado coger el sueño la noche anterior, ya que las sábanas estaban heladas por el tiempo que hacía que nadie dormía en ellas.

Encendió la luz y se sentó para poder observar todo lo que la rodeaba, no pudo reprimir una sonrisa cargada de nostalgia. En aquella habitación pasó los peores y los mejores años de su vida, esa adolescencia en la que se sentía demasiado perdida y habitando un mundo en el que parecía que no iba a encajar nunca.

Siempre se había llevado bien con sus compañeros de clase, tanto con los chicos como con las chicas, pero había algo que le decía que ese no era su sitio. Su grupo de amigos estaba conformado por Lucia, la chica pegada a un libro, Sergio, que no tenía pelos en la lengua y decía todo lo que pensaba sin tener en cuenta los sentimientos de los demás, Marta y Fabiano. Este último era su mejor amigo, su hermano de diferente madre, la persona con la que compartía intereses y su afición principal: la música; ese hobbie que había pasado a convertirse en su modo de vida. Durante aquellos convulsos años, habían imaginado dejar aquel pueblo y, por ese motivo, a la edad de dieciocho años una y diecinueve el otro, con una maleta en la mano, muchos tuppers metidos en bolsas de plástico y la mente cargada de sueños, habían abandonado aquel lugar.

Se estiró y se levantó de la cama, se acercó a su equipaje y sacó del interior la ropa que había elegido para ese día: un pantalón de chándal gris, una camisa con estampado de flores hawaianas, unos calcetines animal print que no dudó en estirar hasta la mitad de la pantorrilla y una chaqueta que parecía estar hecha a retales, tanto en colores como en tejidos. A nadie le gustaba su ropa, y cuando decimos a nadie queremos decir a nadie, así, con todas las letras. Marine era capaz de horrorizar a amigos, familiares y desconocidos. Pensaba un look durante semanas y parecía que la ropa había sido sacada de la basura y puesta sobre su cuerpo al azar. Al final no les había quedado de otra que aceptar que la chica era así y que, de momento, no tenía pensado cambiar por mucho que le pidieran que modificara alguno de sus total look.

Su madre y su tía sonrieron cuando la vieron salir de su dormitorio, la chica no notó la mirada que intercambiaron cuando no estaba pendiente de ellas. Dejó la chaqueta sobre una de las sillas y se dispuso a prepararse un té con leche y tostadas con jamón y aceite. Se sentó en la mesa para poder disfrutar de ese rico desayuno que se había preparado, la única comida decente que solía hacer a lo largo del día cuando estaba en Madrid; era la peor cocinera de la historia. Cayo Malayo se acercó a ella y comenzó a enroscarse en sus piernas, con ella solía ser muy cariñoso porque con los demás se vendía al mejor postor por una lata de algo que oliera de forma repugnante.

—¿Qué tal has dormido? —le preguntó su madre acercándose hasta donde estaba ella y dejando un beso en su coronilla.

—Bien, pero estoy muy cansada del viaje, son muchas horas y que Fabiano no conduzca me mata. 

Quiso cambiar de tema para no acabar reconociendo que había pasado un poco de frío por la noche, conocía a la perfección a su madre, se iba a empezar a agobiar e iba a poner mil mantas en su cama y la calefacción como si le fuera la vida en ello. Marine quería salir del pueblo con la temperatura regulada, no con tal descontrol que tuviera la sensación de poder pasar frío hasta en el mismísimo infierno.

Una vez que terminó de desayunar, se levantó de la silla y se dirigió hacia el cuarto de baño para poder lavarse los dientes y pasarse los dedos por el pelo para desenredarlo. Tener un cabello tan largo como el suyo, que le llegaba hasta el comienzo del trasero, implicaba que tenía que aplicar muchos cuidados extra y uno de ellos era peinarlo varias veces al día para que no se le crearan nudos. El sacrificio de tener un pelazo. Su plan para esa mañana consistía en ir a visitar a Fabiano y poder devolverle el USB que había dejado en su vehículo y, de paso, poder saludar a su familia al completo: sus padres y la pequeña Camila, esa niña que consideraba a Marine poco menos que una diosa a la que imitar en todo lo que hacía. El encuentro con Valentina la tarde anterior había sido muy breve, y todavía no se había acercado para poder comprobar el estado de su salud de su padrino. Fue a su dormitorio y cogió un sombrero de pelo que se puso antes de salir a la calle.

—Me voy, os veo luego. Besitos —gritó antes de cerrar la puerta con un estruendo que hizo que temblaran las ventanas de su casa.

Conectó los auriculares y se dispuso a reproducir la lista que había creado en los últimos meses en Spotify. Estaba muy orgullosa de ella porque había metido a muchos cantantes, no muy conocidos, pero de una calidad artística que no se encontraba en la lista de los 40Principales y no es que ella tuviera nada en contra de ese tipo de gusto musical, no encajaba con el suyo y punto. Por suerte, debía reconocer, que últimamente sí que sentía que había cabida a más géneros, pero tampoco daban oportunidades a gente que no estuviera consolidada dentro del mundillo. Iba entretenida pensando en todas esas cosas mientras recorría los quince minutos que separaban su casa de la de Fabiano. Había hecho tantas veces ese trayecto, bueno, tantas como él. Recordó algunas de esas veces, cogidos del brazo, hablando de sus planes de futuro, de sus anhelos, de sus sueños, de esos que en el caso de él parecían estar cumpliéndose. En el de ella, bueno, lo acabaría logrando, era muy cabezona como para no terminar no haciéndolo.

—¡Marine! —gritó alguien desde el otro lado de la calle al tiempo que agitaba el brazo de forma efusiva, la sacó por completo de sus pensamientos.

Vio cómo Marta, una de esas compañeras de clase y amiga durante la adolescencia, se acercó a ella, con una sonrisa estampada en el rostro y el carrito de la compra entre las manos. La miró de arriba abajo y no pudo ocultar la sorpresa de lo que vio. Si su apariencia sorprendía a la gente de Madrid, en el pueblo no era para menos, pero la joven fue lo bastante discreta como para no decir ni una sola palabra y eso que Marta no era de las que hablaban poco precisamente.

—¿Qué tal? —le preguntó antes de propinarle dos pomulazos, porque a aquello besos no se le podía llamar, en sus mejillas.

Marta y Marine habían perdido la relación casi por completo en cuanto la segunda se había mudado. A veces se escribían por whatsapp, en cumpleaños y otras fechas señaladas, y cuando veían algún meme gracioso que les recordaba a la otra, pero poco más. Había un grupo de clase en el que Marine no era muy activa y, aunque en varias ocasiones habían dicho de quedar para tomar un café y ponerse al día, esto nunca había llegado a ser una realidad. Lo típico: avísame un día, y uno por otro... Pensó que quizá debería salirse de ese grupo en el que un chico solo se dedicaba a mandar tonterías día sí y día no, y otro le contestaba con mensajes positivos de buenos días, de si puedes soñarlo puedes hacerlo y todas esas mierdas de mrwonderful que conseguían poner de mal humor a cualquiera, no siendo Marine una excepción. La voz de Marta y ver cómo esta seguía moviendo la boca la devolvieron a una conversación de la que se había desconectado hacía un par de minutos.

—... sabía que ibas a venir al pueblo. Me encontré con tu madre el otro día, creo que fue el martes porque yo iba a mis clases de huerto ecológico, tienes que pasar por casa que tengo algunas cosas que te puedo dar, congelo fruta y verdura y luego...

—Te encontraste con mi madre... —Trató de devolver la conversación al tema inicial porque Marta era capaz de hilar uno con otro y con otro y con otro...

—Ay, sí, que la vi y no me dijo nada de que fueras a venir...

—Ya, es que fue más una sorpresa que otra cosa. —Asentía al tiempo que escuchaba sus palabras, pero tenía la sensación de que estaba pensando en otra cosa que nada tenía que ver con nuestra conversación.

—¿Qué vas a casa de Fabi... —De repente se puso tensa por la familiaridad con la que estaba tratando al joven, sus mejillas de tiñeron de rojo y acabó diciendo—: ano.

—Sí. Voy a casa de Fabi... —Dejó pasar un par de segundos sin quitar la vista de una Marta que estaba del color de la grana—: ano.

—Bien. Bien. —Su voz salió mucho más aguda de lo que esperaba—. Pues dale saludos de mi parte—. Se dispuso a marcharse de allí, y una vez andados un par de metros lo debió pensar mejor porque deshizo el camino andado y volvió a abrir la boca—: ¿Sabes qué? Mejor no le digas nada, ¿vale? Adiós...

La vio marchar sin comprender muy bien qué estaba sucediendo. La relación entre Fabiano y Marta siempre había sido un ni contigo ni sin ti que agotaba a cualquiera. Se podían pasar los días peleando pero en cuanto uno faltaba, el otro se pasaba los minutos mirando la puerta para ver lo que tardaba en aparecer. Marine había tratado de hablar con su amigo sobre el tema, pero él se cerraba en banda diciendo que Marta era una porculera y una hippie-pija y que no quería hablar del tema.

Volvió a activar la música y no se vio interrumpida hasta que llegó a casa de su amigo. Fueron varias personas las que la saludaron, otras las que la miraban de arriba abajo y murmuraban algo con el acompañante de turno. En todas esas ocasiones, dos a lo sumo, puso los ojos en blanco y caminó haciendo caso omiso a todos ellos. Cuando llegó a casa de Fabiano, se quitó los auriculares y tocó el timbre. Sintió como unos pasos se aproximaban a la puerta, y cuando esta se abrió, Valentina le regaló una enorme sonrisa y un abrazo a modo de bienvenida.

—¡Cariño! Por fin. Qué ganas tenía de verte. —Miró hacia el exterior y sus dientes castañearon un poco—. Pero pasa, pasa que hace muchísimo frío. ¡¡¡Fabiiiiiii!!! —gritó.

Entró en la casa y lo agradeció porque en la calle se estaba congelando. Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo. Se fue quitando la chaqueta y el gorro mientras se dirigían hacia el salón donde se encontraba su padrino conectado a una bomba de oxígeno. Le dedicó una sonrisa, con tanta sinceridad, con tanto cariño, que consiguió que Marine se quedara quieta durante unos segundos para poder observar con detenimiento a uno de los hombres que más había significado y seguía significando en su vida. Cuando al hombre le pareció que el escrutinio había sido más que suficiente,  abrió los brazos para que pudiera ir hacia él y disfrutar de ese momento de mimos.

—Pero bueno... ¡Mírate! —le dijo con la voz ahogada—. ¡Mira quién se ha dignado a venir a ver a este viejo decrépito. Deja que te vea. —Se alejó para que pudiera comprobar cómo estaba—. ¡Estás preciosa! ¿Ya hay cola en Madrid para poder cortejarte?

—¿Cortejarte? ¿Qué palabra es esa?

—¡Uy! Ahora los jóvenes sois unos rancios y ya no utilizáis el maravilloso léxico de mi época. Cortejar quiere decir que quieren ligar contigo.

—Sé lo que significa, pero eso ya no lo usa nadie, padrino.

—Bueno, preciosa, es que ya es oficial: soy un carroza. —Se echó a reír y acabó tosiendo por el esfuerzo que había supuesto para él. En cuanto pudo, añadió unas palabras que consiguieron hacer sonreír de nuevo a la chica, que se había quedado preocupada ante el ataque de tos—: déjame decirte que los madrileños son unos gilipollas.   

Marine volvió a abrazarlo. Ese hombre que parecía tan pequeño y roto había sido la única figura paterna que era capaz a recordar. La única cosa buena que había hecho su padre antes de abandonarlas había sido poner en sus vidas a esa familia, esa que se había convertido en una extensión de la suya. Aparecían en todos sus recuerdos: los primeros días de cole, en la playa, las primeras navidades, excursiones... Su padrino había sido un hombre grande, amable, buena persona, trabajador, de carácter fuerte y por eso era todavía más doloroso verlo así, al menos le quedaba esa sonrisa, tan parecida a la de Fabiano, que nunca dudaba en regalarle.

—¿Dónde está Fabiano? —preguntó una vez que el abrazo número quince había terminado, su padrino se quedó en el sofá como si hubiera hecho un esfuerzo sobrehumano y cerró los ojos para poder descansar.

—Está en el cuarto —le contestó Valentina en un susurró, con una mano le indicó que salieran de la estancia, le regaló una última mirada a su marido y arrimó la puerta para poder tener un poco de intimidad con la niña.

—¿Qué tal está? —la interrogó Marine sin poder evitar que la preocupación tiñera su voz. La pregunta fue absurda porque solo había que mirar al hombre para saber que las cosas no iban bien, pero no podía hacer otra cosa que no fuera preguntar. Presa de los nervios, no dejaba de jugar con sus dedos, no quería mirarla por ese motivo la argentina tuvo que tocarle el brazo, no quería mantener esa conversación hablando con la coronilla de Marine.

Los labios de Valentina se convirtieron en una línea fina, vio cómo en su interior se debatía el contarle la verdad o una mentirijilla piadosa para dejarla tranquila. Cerró los ojos antes de contestar, suspiró... Y cuando los volvió a abrir se encontró con esa intensidad en la mirada de Marine que era capaz de desarmarla.

—Está siendo difícil —dijo al fin—, pero no quiero que os pongáis mal. ¿Vale? Ya he hablado con tu madre y mañana cenamos en vuestra casa, como siempre, y el día de Navidad aquí. Quiero disfrutar de vosotros y él también quiere hacerlo... Y Camila no para de preguntar por ti, está como loca por verte.

Camila era la hermana pequeña de Fabiano, nadie se lo esperaba pero hacía diez años Carlos y Valentina habían anunciado que estaban embarazados. Ella creía que ya no era capaz de quedarse encinta, que ya estaba cercana la menopausia y que, por ese motivo, su regla se había ausentado durante dos meses. Pero las náuseas y sobre todo el antojo de comer pasas recubiertas con chocolate la habían llevado una mañana a la farmacia del pueblo a comprar un test de embarazo. Siete meses después llegó al mundo un torbellino de ojos verdes y piel morena a la que habían puesto por nombre Camila, en honor a una de sus tías de Argentina. La pequeña se había propuesto poner toda su vida patas arriba y estaba trabajando en ello con ahínco.

—¿Dónde está? —le preguntó ya que no había escuchado ni un solo ruido de los que solían envolver a la pequeña.

—En la biblioteca con una amiguita. Vendrá a la hora de comer.

Cuando se dio cuenta, ya estaba en la puerta de la habitación de su amigo, Valentina le dio un apretón en la mano y la dejó sola para que pudiera entrar en el cuarto sin la molesta presencia de su madre. La voz amortiguada de Fabiano le hizo saber que estaba hablando con alguien. En un principio no se atrevió a entrar, pero cuando lo escuchó reírse pensó que quizá fuera alguno de sus amigos y como siempre hablaba con ellos estando ella delante... Estaba segura de que su presencia no iba a cohibirle. Estaba de espaldas cuando la sintió, se dio la vuelta y le dedicó una sonrisa. Con la mano libre le indicó que pasara y continuó con la llamada. Estaba dando pequeñas vueltas por el espacio reducido y se estaba mordiendo el labio inferior.

—Sí, sí... —se calló unos segundos por lo que supuso que la otra persona estaba hablando—. En ese caso nos vemos el veintinueve. No. A ver, ¿tú qué día te marchas? Vale. Sí. Eso sí. El veintinueve y el treinta lo dejamos finiquitado. Estoy seguro. Sí. Vale, tío, nos vemos entonces. Sí. Feliz Navidad para ti también.

Cortó la llamada y se dirigió hacia la cama en la que chica se había sentado nada más poner un pie en el interior del dormitorio. Fabiano le dio un pequeño beso en la cabeza y siguió con la mirada fija en la pantalla de su móvil y, de vez en cuando, tecleaba con rapidez sobre ella. No le pasó inadvertida la sonrisa que se le había dibujado en los labios aunque él trató de controlarla.

—¿Con quién hablas? —le preguntó muerta de curiosidad.

—Con nadie, ¿por?

Marine alzó una ceja sin dar crédito a las palabras que habían escapado de la boca de su amigo.

—¿Y "nadie" es más importante que la promesa que me hiciste ayer? —Era evidente que le estaba ocultando algo y a Marine no le gustaba nada que la tomaran por tonta porque, en primer lugar, no lo era y, en segundo lugar, le había hecho una promesa que solo había tardado... Miró el reloj... Veinticuatro horas en romper.

—Es una movida del curro —le dijo sin apartar los ojos del teléfono—. ¿¡Qué!? Deja de mirarme así. Te juro que es una cosa del curro.

—No te estoy mirando de ninguna manera.

—Claro que sí, estás intentando despellejarme vivo, conozco a la perfección esa mirada y lo siento mucho, alguien te lo debería haber dicho, pero no eres Sabrina, sí, ya lo sé, tienes un gato, pero para tu disgusto no se llama Salem—le dijo y después se empezó a reír de su propio chiste. Fabiano era como una mala sitcom noventera.

—Ayer te olvidaste el USB en el coche. —Cambió de tema al tiempo que lo sacaba del bolsillo de chándal—. Y yo es que me parto contigo... ¡Tienes más chispa que Flash!

—Ya le gustaría a ese tener este cuerpo sabrosón... —Cogió el dispositivo que le estaba dando su amiga—. Menos mal que no lo he perdido en ningún otro sitio. Si llega a caer en manos equivocadas... Tengo aquí mucho material.

—Me he encontrado con Marta —le dijo ella volviendo a cambiar de tema una vez más, se acordó de repente del encuentro tan extraño que habían tenido en la calle, de cómo la actitud de ella la había dejado descolocada en el momento en el que preguntó por él.

—¿Qué Marta?

—Fabiano, ¿que Marta va a ser? Tierra llamando al cerebro de Fabiano. ¿Puedes volver aquí? —La sacaba de quicio cuando parecía no enterarse de nada de lo que pasaba a su alrededor porque tenía la cabeza en otra parte.

—Dame un sec —le dijo mientras volvía a teclear con rapidez sobre el teléfono móvil. Marine estrelló la lengua contra el paladar. Siempre hacía lo mismo, siempre estaba con medio cerebro en sus conversaciones y el otro medio en algún asunto súperurgente que requería de toda su atención a través del teléfono. Por eso le había hecho prometer que no lo iba a usar, pero empezaba a darse cuenta que esa promesa no iba a cumplirla, tal y como ella esperaba.

—Ya estoy. Ya estoy. Soy todo tuyo. —Dejó el móvil a su lado y clavó en ella esos ojos verdes que conseguían todo lo que querían en cuestión de minutos—. ¿Qué Marta? —repitió la pregunta.

—Tú te estás quedando conmigo ¿verdad? —Abrió las manos en señal de no estar comprendiendo su actitud—. ¡La del insti...!

—Ah, la pesada...

—Fabi... —le recriminó ella aunque en el fondo estaba de acuerdo en que la chica, cuando se ponía a hablar de sus temas de conversación, era demasiado intensa.

—Es la verdad —la interrumpió—, que si su huerto ecológico, sus clases de yoga vaginal o yo que sé, la kombucha, que no come nada que dé sombra... Y lo repite hasta la saciedad. Es una pesada. Y encima te mira mal en el momento en el que tú te comes un chuletón. Yo creo que la falta de proteína le está afectando al cerebro, que no es que ella antes lo tuviera muy allá... Pero ahora... 

Marine se echó a reír, no quería hacerlo porque le fastidiaba bastante hacerlo de una persona a la que le había tenido mucho cariño durante los años de la adolescencia. Pero es que con Fabiano era casi imposible no dejarse llevar. Pasaron el resto de la mañana sin pena ni gloria: escuchando música, charlando de todo y de nada, él de vez en cuando le echaba un vistazo al móvil para poder teclear algún mensaje. La llegada de Camila rompió con toda la calma de la que habían estado disfrutando. Huracán Camila, como se solía referir a ella su hermano mayor.

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