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14. El principio de algo (18 de enero de 2019)




Y me puedo morir

Y me puedo morir

Si me miras así.

18 de enero de 2019

Pi-pi-pi-pi...

El brazo de Marine cobró vida propia y se dirigió hacia el teléfono móvil que no dejaba de sonar, miró la hora, bufó exasperada al comprobar que eran las ocho de la mañana y que lo que la había despertado no había sido la alarma sino una llamada de Sergio. Esperaba, por su bien, que se tratara de algo realmente importante porque si no iba a manchar sus manos con la sangre de su amigo.

—¿Qué? —espetó con evidente mal humor.

—¡Vaya! Alguien me parece que no está de muy buen humor...

—Sergio, tío, ayer me quedé despierta hasta m...

—Bribona —la interrumpió con voz sugerente—, ¿qué te quedaste haciendo? Ya sabes que me lo puedes contar todo con total y absoluta confianza, que soy una tumba.

—Sí, una bien abierta, que te falta tiempo para ir a contárselo a Fabiano.

—¡Uy! Deberías reflexionar sobre tus palabras porque ya sabes lo que sucede: que mi pequeño me pone cara de cordero degollao y soy incapaz de decirle que no a esos ojos verdes de ciencia ficción.

—Deja de citar a Amaral, anda...

Pero el joven, lejos de hacerle caso, se puso a cantar la canción y Marine supo que se le iba a quedar pegada para el resto del día.

—¿Qué querías? —preguntó con la idea de cambiar de tema, no era habitual en él que llamara a esas horas de la mañana sino era para hablar de algo importante.

—Resulta que por fin he tenido valor de ir a pedir el trabajo de mis sueños y...¡¡¡Me lo han dado!!! Estoy...

—¿Contento?

—Ojalá fuera solo contento... Quizá eufórico, no, ni siquiera se acerca a cómo me siento en este momento. La palabra es... —se lo pudo imaginar pensativo, hurgando en ese cerebro lleno de un rico vocabulario que había ido adquiriendo a fuerza de leer novelas que no eran apropiadas para su edad—, exultante. Eso es. Ahora mismo me siento como si estuviera dentro de una obra de Jane Austen. Así se sentían esas jovenzuelas al comprometerse con esos guapos, ricos...

—Te estás yendo por los cerros de Úbeda...

—Ay, Darcy —suspiró él hacia la nada—, está claro que puedo seguir soñando con encontrarme con un hombretón como ese... Y vivir la escena en la que sale del agua de la fuente —se rio por lo bajini y contagió a Marine, era imposible mantener una conversación lineal con Sergio, todo acaba en idas y venidas de un tema a otro.

—Serg...

—Ay, sí, el caso es que le he echado valor, me he atrevido a hacer algo que me daba pavor y que lo he conseguido, Marine.

—Me alegro mucho, de verdad.

—Lo sé.

Con el sabor de esa buena noticia en la boca, se levantó; sintió los músculos un poco agarrotados por las pocas horas de sueño, se había quedado despierta, emocionada como una niña pequeña la noche del cinco de enero, ante la cita y la conversación que habían mantenido. Se mordió el dedo índice al pensar en la confesión que le había hecho Unax Ugarte, ni más ni menos le había dicho que le gustaba. Todavía se acaloraba al pensar en esas palabras... Una risilla tonta asomó a sus labios y así la encontró Fabiano, en mitad del pasillo, con una expresión pícara en el rostro que consiguió que el joven soltara una tremenda carcajada.

—Marine, menuda cara pánfila que tienes... —Y entró en la cocina seguida por la joven que esa mañana parecía flotar más que andar—. Te voy a preparar el desayuno porque hoy no te veo capaz de nada... ¿Cómo estás? Aunque me parece que es una pregunta estúpida, solo con ver tu cara ya lo puedo saber

—Bien... Mejor que bien —Se rio, porque era cierto, en los últimos días había empezado a vivir esa historia sin la red que le estaba proporcionando el miedo y no sabía si estaba haciendo lo correcto por la posibilidad de lo que le tocaría sufrir en el futuro, pero quería dejarse llevar por lo que sentía.

Lo acompañó hasta la cocina y se dejó caer en una de las sillas, apoyó la cara sobre los puños y continuó soñando despierta.

—Ahora mismo me estás dando mucho asco. Lo tengo que decir... No se come delante de los hambrientos.

—Tienes tú una cara de hambriento —respondió ella al tiempo que imprimía a su rostro una mueca de incredulidad.

—Famélico... Así estoy.

—¡Qué idiota eres! Pues ya sabes lo que tienes que hacer...

—Tu desayuno, por ejemplo —le contestó mientras le plantaba delante de la mesa unas tostadas con aceite y tomate y un té—. Ale, nútrete bien, que a lo mejor lo necesitas para hoy.

—Idiota —le dijo ella en el momento en el que sus mejillas se volvían del color de la grana y le daba un bocado nada elegante a la comida que tenía ante las narices.

Después de pasar buena parte de la mañana tumbada en la cama, acariciando la tripa de Cayo que se había levantado, por alguna especie de milagro inexplicable, más mimoso que nunca, y navegando por Internet en busca de ideas para poder hacerse un maquillaje sencillo y chulo. Además de esto, llamó a Andrea para recordarle que al día siguiente tenía programada una clase de baile y que iba a llevar la canción que quería bailar y le pidió que llevara su móvil para poder grabarla mientras lo hacía.

Después de la comida y de seguir riéndose un poco de la cara de famélico de Fabiano, fue a su dormitorio para poder rebuscar en su armario tratando de localizar algo especial, algo que hiciera que la hiciera sentirse segura y poderosa. Se mordió un poco el labio inferior tratando de reprimir la sonrisa tonta que estaba asomando en su boca; establa clara una cosa: necesitaba controlarse, y era consciente de ello porque, de lo contrario, iba a acabar vomitando felicidad.

Sus ojos se iluminaron cuando se encontró con un mono que había comprado hacia bastantes meses en el rastro, era de rombos rosas y rojos. Discreto lo que se dice discreto no era, así que lo descolgó de la percha encantada con la prenda. Lo extendió en la cama y decidió que era lo bastante llamativo por sí solo como para darle más color. Seleccionó unos calcetines de color naranja fosforito, que no se iban a ver y un abrigo de color negro que le llegaba hasta la altura de la rodilla. Sus eternos playeros blancos y enormes la iban a acompañar.

Para el rostro se decantó por hacer algo sencillito: un eye liner negro que remarcó por encima con una línea rosa neón, colorete, rimmel y un poco de brillo de labios. Se recogió el pelo en una tirante coleta e hizo unas cuantas ondas en las puntas para darle un poco de gracia. Se miró en el espejo y le encantó el resultado, no estaba segura de su opinión en otro momento en el que no estuviera tan contenta, por eso debía aferrarse a instantes como esos...

Salió de casa y se dirigió a la boca de metro más cercana para poder ir al centro. Unax Ugarte le había mandado la ubicación de una plaza por la zona de Malasaña y, después, irían dando un pequeño paseo hacia la taberna que le había dicho. Se sentó una vez que se vio dentro del medio de transporte y conectó los auriculares al teléfono e introdujo estos en sus oídos. Quería deleitarse con alguna canción que le recordaría para siempre el día tan especial que estaba viviendo porque nada ni nadie le iba a poder quitar la ilusión con la que había afrontado esa cita.

Cuando llegó al sitio se percató de que sus manos estaban comenzando a temblar un poquito y que una especie de revoloteo se había instalado en su estómago. Se paró en seco cuando vio a Unax Ugarte apoyado en una pared, con una capucha medio cubriendo su cabeza, vestido con un vaquero negro y mirando algo en su móvil, mientras la otra mano la tenía dentro del bolsillo del pantalón. Y verlo allí, de aquella forma tan natural, y siendo consciente del hecho de que estaba esperando por ella, ajeno a todo lo que lo rodeaba, le pareció de lejos una de las escenas más bonitas que ella había tenido la suerte de contemplar.

El hombre se debió sentir observado porque alzó la cabeza y clavó en ella esos ojos color miel que consiguieron hacerla estremecer, sonrió, se quitó la capucha y guardó el teléfono. Empezó a andar hacia Marine, con tranquilidad, por lo que cuando ella reanudó la marcha hizo que se encontraran a medio camino. Se quedaron callados unos segundos, quizá necesitaban un poco de silencio para asimilar todo lo que estaban sintiendo después de todos esos días sin verse.

—Hola... —empezó a decir Unax Ugarte.

—Hola —respondió ella, y después dejó escapar una risita nerviosa.

—Sí... ¿Nerviosa? —quiso saber él, aunque estaba claro que solo había una respuesta ante tal pregunta.

—Muchísimo —asintió con la cabeza a la vez que hablaba.

—Yo también. —Pero alguno de los dos tenía que dejar los nervios a un lado y, en esa ocasión, lo hizo él al cogerla de la cintura y acercarla a su cuerpo, solo quería darle dos besos, pero se quedó paralizado al notar la cercanía de su cuerpo. Había sido demasiado—. Lo siento.

—Tranquilo... —La joven, de repente, se echó a reír ante lo estúpidos que estaban siendo. Se alejó un poquito de él, porque tanta proximidad estaba siendo un poco demasiado para ella y le dijo—: vamos, anda.

Llegaron a la taberna y uno de los hombres, el que poseía ese aire a dueño que tira patrás, que se encontraba tras la barra silbó al ver entrar a Unax Ugarte en el interior, salió de allí, se echó al hombro un trapo con el que estaba secando un vaso y extendió la mano para poder estrechársela con muchísima fuerza cuando el actor estuvo lo suficientemente cerca para poder juntarlas.

—¡Kaixo, Unax! ¡Menos mal que te dejas ver! —El acento era fuerte y muy marcado, tenía cierto deje cantarín y juntado con la primera palabra que había utilizado, Marine supo que se trataba de un hombre oriundo del País Vasco—. El otro día le decía a la Pili si irías a casa antes de pasar por aquí, menos mal que no.

—Ni se me hubiera pasado por la cabeza, ya sabes como es Haizea, no podía volver a España y no verla, y yo me moría de ganas, para qué negar lo evidente.

—Un terremoto —dijo el hombre entre risas—. Bueno, entonces qué...  ¿Qué os pongo? ¿Unas cervecitas? —Miró a Marine y le dedicó una franca sonrisa que la hizo sentirse cómoda al instante—. Coged el mejor sitio de todos, y ahora os acerco las bebidas y unas tapitas también, tu amiga no se puede marchar de aquí son probar la comida de la Pili.

Unax tomó la delantera y se fue a sentar en una mesita redonda que estaba en una esquina del local, no estaba escondida, pero sí era más discreta que las demás al no incidir sobre ella la luz directamente. Tomaron asiento uno junto al otro y sus rodillas comenzaron a rozarse haciendo que los dos fueran conscientes de ese toque, sin que ninguno dijera nada por si acaso el otro decidía alejarse y romper ese pequeño contacto.

—¿Y qué tal todo? —preguntó él una vez que el camarero había depositado las cervezas frente a ellos y, al marcharse, le propinó un par de sonoros golpes en el hombro al actor.

—Como ayer por la noche, más o menos...

—¿Más o menos? —Marine se dio cuenta de que la palabra que mejor definía al actor era la de curioso, impulsivo era un rato, pero esa necesidad de saberlo absolutamente todo le parecía adorable. ¿Habría algo de él que no le pareciera fascinante?

—Hoy, Cayito estaba más mimoso que de costumbre, así que me he pasado buena mañana tirada en la cama dándole caricias en la tripa —Y en cuanto lo expresó en voz alta supo que era una absurdez, pero la sonrisa que le dedicó Unax le hizo saber que había dicho las palabras correctas en el momento exacto.

—Háblame de ese gatito tan especial que tienes... —le pidió y supo que estaba genuinamente interesado en todo lo que ella tuviera que decir.

—Se lo encontró hace muchos años mi tía, lo habían abandonado, era un bebito... Y es que cuando lo miré a los ojos, me bufó y me di cuenta de esa mala leche que tiene, fui consciente de que me había enamorado de él.

—¿Amor a primera vista?

—Totalmente.

Se miraron durante unos segundos en profundo silencio, parecían estar en soledad, ya que no tenían ojos para otra persona que no fuera la que tenían delante. Pero era necesario romper con ese contacto porque, de otra forma, alguno de los dos acabaría cometiendo una imprudencia y no era ni el lugar ni el momento para hacerlo. Agradecieron la irrupción del camarero que había saludado con anterioridad a Unax, ya que se acercó a la mesa con unos platos cubiertos por calamares rebozados, patatas bravas y media tortilla de patata.

—Aquí tenéis, pareja. A disfrutar —dijo antes de marcharse.

—¡Qué buena pinta tiene todo! —Marine se emocionó y no dudó en pinchar una de las patatas y soplarla antes de llevársela a la boca—. ¡Madre mía! Están buenísimas.

—Y vas a flipar con esta tortilla de patata, no quiero que mi madre me escuche decirlo, pero está muchísimo más buena que la que ella hace, pero es un secreto entre tú y yo —y, a continuación, le guiñó un ojo que hizo que las entrañas de Marine se convirtieran en una papilla de emociones.

Continuaron catando la comida en silencio y, efectivamente, Marine alucinó cuando se llevó un pedazo de la tortilla a la boca porque estaba espectacular y en ese momento comprendió a qué se debía el cartel que rezaba a la entrada del bar: "las mejores tortillas de todo Madrid". No era falso.

—¿Y qué tal por Los Ángeles? —Quiso saber ella, necesitaba conocer todos los entresijos de una vida tan ajetreada como la del actor. 

—Pues ya sabes... De aquí para allí, un poco rollo, no hablemos de eso, que es lo mítico que siempre me preguntan. Hablemos de... —Puso una sonrisa en los labios que hizo que unas mariposas revolotearan en la tripa de Marine— de lo mucho que me gusta el contenido que publicas en Instagram...

Le dio un trago a la cerveza, necesitaba ir con pies de plomo porque sabía a ciencia cierta que de explicar todo lo que sentía al verla la asustaría, él mismo estaba bastante abrumado por todo ello, era incapaz de quitársela de la cabeza en todo el día: estaba como en una noria.

—...ya sabes tu gato, tus calcetines... tú —concluyó.

—¡No se vale! —contestó ella y después se echó a reír—, eso ya me lo habías dicho.

—¿Sabes que más te he dicho? Y ayer me costó una larga conversación conmigo mismo por ser un auténtico bocazas... Está claro que no me para nada en la boca —De repente sacó el paquete de estraza que había viajado con él desde Los Ángeles, conteniendo aquellos maravillosos calcetines que no se arrepentiría de haber comprado, y esto último lo supo al ver cómo los ojos de Marine se abrieron de par en par, reflejando una expresión de auténtica felicidad.

—No me lo puedo creer...

—Pero si te lo había dicho...

Al tiempo que él apoyaba los codos sobre la mesa y reposaba la cara en los puños, la joven estiró el brazo para poder coger el paquete que había dejado a escasos centímetros de ella, rápidamente lo asoló una sensación de nerviosismo: ¿le gustarían?

Marine comenzó a abrirlo con los dedos más temblorosos de lo que le hubiera gustado, estaba atacada, pero es que una no recibía un regalo ni más ni menos que de Unax Ugarte todos los días. Lo abrió con mucho cuidado y tuvo que morderse el labio inferior para contener la risa que surgió de sus labios en cuanto comprendió de lo que se trataba.

—Muchísimas gracias —Lo miró a los ojos, profundamente, porque no creía que esas palabras pudieran expresar el agradecimiento que sentía. Y se sintió ligeramente abrumada por... por todo.

—Solo quería que supieras que he pensado en ti...

Marine lo miró y no dijo ni una palabra, lo miró con tal intensidad que consiguió que Unax se callara durante unos segundos, pero tenía que soltar lo siguiente porque sentía que era algo completamente necesario.

—...todo el tiempo.

—Necesito ir al servicio —dijo ella como toda respuesta. Y se levantó un poco tambaleante de aquella banqueta, se dirigió hacia el fondo a la derecha y, al tiempo que cerraba la puerta, expulsó el aire que estaba conteniendo en los pulmones—. Concéntrate, Marine, por favor, es que es tan adorable... —Se estaba derritiendo allí mismo, así que decidió echarse un poco de agua en la nuca para ver si, de esa forma, era capaz de bajar la temperatura de su cuerpo.

Salió del servicio y se encontró a Unax hablando con unas cuantas personas y, para su sorpresa, aunque no comprendía muy bien por qué motivo se asombraba si ya sabía que se trataba de una persona conocida, le estaban pidiendo fotografías, a las que él estaba accediendo encantado: plantaba una sonrisa y las personas que lo rodeaban iban poniéndose a su lado, antes de marcharse le decían algunas palabras que hacían que él se las agradeciera.

Marine, discretamente, volvió a sentarse en la mesa y esperó con paciencia a que terminara aquel desfile. No tuvo que esperar mucho, ya que en cuanto el actor se dio cuenta que la joven ya había regresado del servicio, se disculpó con las personas que todavía estaban allí, y se dirigió hacia donde ella estaba.

—¿Todo bien?

—Sí, es que aquí dentro hace muchísimo calor.

—¿Seguro que está todo bien? Sé que a veces puedo ser muy intenso, estoy tratando de comedirme muchísimo contigo.

—¿Sí? —Si se estaba comidiendo no sabía cómo sería de no hacerlo.

—Créeme que sí. —Y le lanzó una mirada tan intensa que hizo Marine confiara en sus palabras al instante—. ¿Te apetece tomar algo más? —preguntó al comprobar que tanto los vasos como los platos hacía ya un rato que habían sido vaciados.

—Creo que prefiero dar un paseo, me siento un tanto acalorada... —Y sus mejillas se tiñeron de un ligero rubor al confesar lo que le estaba sucediendo.

Se levantaron de allí y se dirigieron hacia la barra para poder abonar la consumición, Unax sacó la tarjeta de crédito, pero Marine fue muchísimo más rápida con el teléfono móvil. Él le reprochó con la mirada lo que acaba de hacer y automáticamente se lo hizo saber.

—Te quería invitar yo.

—Para la próxima.

—¿Entonces habrá una próxima? —preguntó él de una forma tan adorable que consiguió sacarle una sonrisa a la joven.

—Sí —no dijo nada más, no era necesario tampoco.

Salieron del local después de que Unax se despidiera del propietario y comenzaron a caminar por un Madrid repleto de personas y de frío. Marine se sintió agradecida por ese contraste en un primer momento, pero después de un rato levantó las solapas de su abrigo tratando de mitigarlo un poco y cuando él comprendió que necesitaba una fuente de calor extra, pasó un brazo por encima de sus hombros y la acercó para trasladarle un poco del que él desprendía.

—¿Puedo? —preguntó, a lo que ella asintió como toda respuesta—. Y ¿te gusta Madrid? —le preguntó.

—Pues no lo sé, a ratos sí, a ratos me agobia... Supongo que tenemos una relación amor odio. ¿A ti?

—No especialmente, tengo que venir mucho más de lo que me gustaría por motivos laborales, mi pequeña vive aquí, pero yo tengo claro que mi vida está en el País Vasco.

—Me da mucha envidia que sepas lo que quieres hacer con tu vida.... Me da mucha envidia la gente que tiene las cosas claras: Sergio, Marta, Fabiano... Bueno, no, Fabiano no tiene las cosas claras, bueno, sí que las tiene, pero todavía no lo sabe.

Unax la miró y sonrió porque no tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero estaba dispuesto a aprender todo lo que pudiera de aquella jovencita.

—Seguro que tienes claras muchas más cosas de las que crees en este momento. —Se sintió tan mayor diciendo eso, mayor e idiota porque él no era el idóneo para dar consejos a nadie, pero continuó—: La edad, Marine, es lo que nos acaba dando la perspectiva... Mi madre siempre dice que Zahar hitz, zuhur hitz.

—¡Qué bonito suena! —sonrió y lo miró a los ojos antes de volver a preguntar—: ¿Qué significa?

—Algo así como que tras los años viene el seso: todavía eres joven y es normal estar perdido, pero estoy seguro de que tienes las cosas más claras de lo que piensas en un primer momento.

—No sé yo... Pero si tú lo dices.

—Hazme caso, que para algo soy mas mayor.  Y mucho.

—Algo así como doce años más mayor...

—¿Y eso supone algún problema para ti? —Quiso saber porque era la primera vez que hablaban de los años que se interponían entre ellos.

—No, ¿para ti?

—Si lo fuera, Marine, no hubiera ido a saco a por ti, porque seamos sinceros: es lo que he hecho.

Y justo después de estas palabras, a la joven se le volvió rojo hasta la raíz del pelo, agradeció lo pronto que anochecía en pleno invierno porque de ser una tarde de verano toda persona en unos diez metros a la redonda se hubiera dado cuenta de la vergüenza que estaba pasando.

—Pero no eres un viejo verde —le dejó claro.

—No tenía esa concepción de mí mismo, pero gracias por aclararlo.

—Seguro que yo he hecho cosas peores que tú —Se le habían escapado esas palabras y automáticamente se llevó una mano a la boca para tratar de frenar lo que había dicho, pero era demasiado tarde porque, por la cara de risa que había puesto Unax, la había escuchado a la perfección.

—¿Cómo qué cosas? —preguntó tratando de contener la risa, pero muerto de la curiosidad.

—Nada, tonterías mías.

—Tonterías que me puedes contar, ¿verdad?

—No, Unax, tonterías de una adolescente, ya no tan adolescente, con una imaginación desbordante.

—Ya... ¿Y esa imaginación me incluía a mí? —Se sintió un poco chulo a la hora de hacer esa pregunta, pero es que estaba seguro de que el cerebro de Marine lo había incluido en algunas escenas con las que la joven no se sentía cómoda en aquel momento. Y quería saberlo, por qué no decirlo, para poder recrearse un poquito en el hecho de que ella también había pensado en él de esa forma.

—Eres demasiado curioso, ¿te lo habían dicho alguna vez?

—Constantemente, ¿entonces qué?

—¿Qué de qué? No seas malo, Unax, no me hagas esto...

—Vaaaaale —respondió él—, seré bueno.

Continuaron caminando hasta el vehículo que había dejado aparcado en un parquin, una vez dentro le preguntó donde vivía para poder acercarla, hacía mucho frío para que siguiera vagando por las calles de Madrid y a él no le costaba nada llevarla hasta su vivienda antes de dirigirse al Airbnb que tenía alquilado para esa noche.

Puso la radio y dejó que la música los envolviera, Marine clavó la mirada en la ventanilla y contempló el paisaje exterior con agotamiento, respiró y se percató de que el aroma de Unax estaba en aquel espacio. Y se rindió ante él y ante lo exhausta que se sentía después de las emociones que había vivido en las últimas veinticuatro horas. Apoyó la cabeza en asiento y cerró los ojos lo que para ella parecieron unos segundos, pero debieron ser más porque en un momento dado Unax tocó su hombro y dijo:

—Ya hemos llegado.

—¿Qué dices? —pegó un pequeño bote sobre el asiento por lo inesperado de la situación, parecía que se había quedado completamente dormida, mucho más de lo que ella había imaginado.

—Sí, mira...

Marine se restregó los ojos y se llevó una mano disimuladamente a la comisura de los labios para cerciorarse que no se había babado. Miró a través de la ventanilla y contempló al otro lado su portal con la luz encendida, pocos segundos después apareció uno de sus vecinos paseando a su perro.

—Joder, perdona, es que estaba muy cansada...

—No pasa nada, venga que te acompaño.

Se quitó el cinturón de seguridad y apagó el motor, aunque dejó los cuatro intermitentes puestos, ya que se encontraba en la zona de carga descarga de los locales de la calle. Fueron en silencio hasta el portal, Marine iba en cabeza y Unax la iba siguiendo con las manos metidas en los bolsillos tratando de resguardarlas del frío que los rodeaba.

—Ya hemos llegado —dijo ella, más nerviosa de lo que había previsto en un primer momento, pues no tenía muy claro cómo debía proceder en esa despedida.

—Ya lo veo —respondió el de forma escueta, alzando la mirada hacia las ventanas de la fachada y parándose frente a ella, dejando una distancia de unos veinte centímetros—. ¿Te lo has pasado bien?

—Mucho, de verdad... ¿Y tú?

—¿Tú qué crees? —Sonrió.

—Que bien.

—Pues que mucho mejor que muy bien.

Se quedaron unos segundos en silencio, sin saber muy bien que hacer ninguno de los dos, porque ambos tenían claro que el final ideal para esa cita era dándose un beso, pero y si era demasiado pronto, y si el otro no lo esperaba, y si conseguían arruinar la magia del momento.

—Anda, ven aquí —le dijo Unax al tiempo que se acercaba a ella y la estrechaba con fuerza contra su torso—. Nos vemos pronto, ¿verdad?

Ella asintió y, a continuación, lo contempló marcharse a regañadientes, porque se notaba que no quería hacerlo de ninguna de las maneras. Y ella se quedó allí unos minutos, sin sentir ni padecer el frío que la rodeaba, con cara de idiota en el rostro, pero la llegada de su vecino y del perro la sacaron de esa ensoñación y la hicieron volver a esa realidad en la que tenía que subir a casa para poder contarle a Fabiano con todo lujo de detalles lo sucedido.

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