1. En Navidad (22 de diciembre de 2018)
1. En Navidad...
22 de diciembre de 2018
Marine tamborileó sobre el volante al tiempo que buscaba una emisora de radio en la que estuviera sonando algo que le gustara. Estaba cansada de los villancicos, no es que no le gustaran, es que estaba harta de que sonaran en todas partes durante los treintaiún días que duraba diciembre.
No dejaba de mirar por los espejos retrovisores, ya que estaba parada en doble fila esperando por Fabiano, que no terminaba de bajar de la casa en la que había decidido pasar la noche, en vez de haber estado durmiendo en su habitación, que estaba pegada a la suya, en el pequeño piso que compartían en el centro de Madrid. Así hubiera sido muchísimo más fácil despertarlo, hubiera aporreado la puerta hasta que lo hubiera escuchado arrastrarse para poder abrirla. Hubiera visto su cara de enfado por haber interrumpido alguno de esos sueños que nunca se hacían realidad. Pero no, el muy idiota tenía que quedarse a dormir en casa de no sé quién, dificultando todos los planes que habían hecho para el día siguiente. Y ella, que era otra idiota, lo estaba esperando.
Se iban a pasar la Navidad a su pueblo, a sus respectivas casas, pero él, por no romper con las tradiciones, siempre la tenía que liar el día antes de viajar. Cuando sintió la puerta del portal cerrándose, levantó la muñeca al tiempo que señalaba un reloj imaginario. Él hizo una mueca de fastidio y se ajustó el gorro para tratar de paliar un poco el terrible frío que estaba asolando Madrid. Se dirigió hacia el maletero a dejar su equipaje y bufó al darse cuenta que apenas quedaba un hueco libre. Marine había tenido que meter a presión la maleta, los regalos y el resto de cosas que necesitaba para pasar una semana en casa; era una mujer cargada de porsiacasos.
En el asiento trasero, iba en su trasportín Cayo Malayo, el gato esfinge que se había encontrado su tía en una cuneta, abandonado en un caluroso mes de junio de hacía por lo menos seis años. Desde entonces la acompañaba a todos lados, Marine adoraba a Cayo Malayo, aunque el resto de la gente no opinara lo mismo porque el gato era un poco pasota.
Fabiano abrió la puerta y se sentó, apenas lo dejó ponerse el cinturón y ella ya estaba tratando de incorporarse al tráfico. Él la miró con cara de pocos amigos por conducir de una forma tan brusca, por lo general era delicada, pero no lo estaba siendo en un momento como ese y, esto, intrigaba a Fabiano.
—¡Te jodes! Te dije que quería salir pronto y, como siempre, llegas tarde, te quedas a dormir en casa de yo qué sé quién... Así que no me vengas con exigencias... —Fabiano alzó una ceja bajo su gorro y se dio cuenta que su amiga estaba muy enfadada, vale que tenía el don de la oportunidad para andar liándolas cuando menos tenía que hacerlo, pero tampoco era para ponerse así—. Nos quedan tres horas de viaje, ¡tres! —Alzó los dedos y lo miró durante dos segundos para que viera que estaba muy molesta con su comportamiento—. Y es que encima no conduces... Y ahora me tengo que comer esto yo sola y no puedo ver ni el sorteo de Navidad. Sabes que es una tradición familiar, Fabiano, joder.
—Pero si nunca toca nada...
—No se trata de que toque o no toque nada. Se trata de que es algo que hago siempre con mi familia, que lo vemos las tres juntas, que nos emocionamos porque lo bonito no es que toque, lo bonito del sorteo es la esperanza. —Suspiró antes de añadir—: Y, de todas formas, eso no lo sabes, quizá ahora mismo sea multimillonaria y yo aquí perdiendo el tiempo contigo...
—¿Multimillonaria de qué? —le rebatió él frunciendo la nariz—. Solo tienes un décimo. —La miró y se quitó el gorro dejando a la vista el pelo que llevaba rapado al uno. Fabiano tenía una cabeza muy bonita y ese corte le favorecía muchísimo porque hacía que sus enormes ojos verdes destacaran todavía más.
—¡Solo necesito un número! Y que los niños de San Ildefonso se confabulen a mi favor, sino el año que viene los tendré que untar con fajos y fajos de dinero.
Fabiano puso los ojos en blanco, pero no pudo reprimir ni la sonrisa ni la carcajada que escapó de su garganta. Ella acabó riéndose también, era incapaz de resistirse al sonido feliz de su amigo.
—La cosa es que siempre me la lías. Explícame por qué ayer no podías dormir en casa—le reprochó en cuanto pudo volver a ponerse seria.
—Estaba celebrando un noticia maravillosa, en serio, en cuanto te la pueda contar vas a flipar. Con todas las letras. Efe, ele, i, pe, a, erre... Ya sabes: fli-par.
Marine estalló la lengua contra el paladar dejándose llevar por el optimismo de su amigo. Para él todas las noticias eran la bomba, de esas que abren cualquier telediario, luego cuando las anunciaba... Pues se habían desinflado como un globo después de un día de feria.
—¿Por qué has tardado tanto en bajar? —Sabía la verdad, pero quería que él fuera honesto y reconociera que lo había hecho mal.
—Joder, lo siento, ayer se nos fue un poco la noche de las manos y... Sí, lo sabes, todavía estaba en la cama —reconoció él, poniendo una de esas sonrisas ladeadas que conseguían conquistar a cualquier chica. Marine era inmune a ellas y lo sabía—. ¿¡Qué mierda de música es esta!? —preguntó al tiempo que se dispuso a buscar una nueva emisora de radio.
—¡Ch! —le chistó ella al tiempo que levantaba una de las manos del volante—. Si tocar tocas esta emisora, te arranco los dedos de la mano, ¿entendido?
—Joer, como estamos... ¡Coño! —De repente reparó en la presencia de Cayo—, si te has traído a tu rata. Joder, Marine... Que luego cuando volvemos a Madrid está insoportable diez días...
—Deja a Cayo Malayo tranquilo.
Fabiano se rió de ella, siempre se reía del nombre de su gato, de sus total looks, de sus calcetines, especialmente de esto último, de los pijamas que se ponía para estar en casa, de lo friolera que era... Marine se preguntaba muy a menudo por qué había elegido un amigo así, luego lo escuchaba reír, la miraba con ternura y se le olvidaba lo idiota que podía llegar a ser.
—Pero si yo a él no le hago nada. ¡Es él! Que me odia...
—Si os ignora a todos —lo interrumpió—, va a ser eso lo que os jode...
—Seguro que es eso: lo único que queremos es que tu rata nos haga un poco de caso. —Miró hacia la carretera a través de la ventanilla y decidió que había llegado el momento de decirle a su amiga en lo que llevaba pensando mucho tiempo—. Tenemos que hablar, Marine.
—¡Uy! ¿De qué! —El tono de su voz de agravó un poco por la preocupación.
—Ayer lo estaba hablando con estos... Y, joder, que me encantaría hacer una collab contigo... Ya te lo he pedido mil millones de veces y siempre me dices que no. Joder, piénsalo, pero de verdad, no te cierres en banda. Eres muy purista, hermana.
Un "ni muerta" estuvo a punto de escaparse de su boca, como tantas otras veces, en eso Fabiano tenía toda la razón, ya que Marine se negaba a colaborar con él sin pensarlo. Pero cometió el error de apartar los ojos de la carretera y mirar a su amigo, que alzó una ceja como retándola a que dijera algo, a que se riera de él, a que insinuara que estaba equivocado.
Marine expulsó el aire de forma ruidosa porque sabía que en el fondo no tenía muchos motivos para sus negativas, no al menos estaba vez. Estaba estancada, tenía algunos bolos y había algunas personas que la conocían dentro del mundillo musical, sobre todo como letrista, pero el grueso de su trabajo consistía en tocar el piano para una orquesta pequeñita. Vivía de la música, sí, pero no de la forma en la que a ella le gustaría.
Fabiano, por el contrario, había sabido moverse muchísimo mejor que ella. Hacía colaboraciones con gente potente dentro de la industria, se atrevía con diferentes estilos que hacían de él un personaje mucho más versátil. Era guapo y gracioso y eso también era importante aunque pueda parecer una chorrada; sabía meterse al público en el bolsillo con dos palabras y un guiño de ojos.
Y ella... bueno, a ella le daba pánico perder su esencia, ser una vendida de esas de las que tanto hablaba. Por ese motivo siempre había rechazado sus ofertas, pero un enorme y luminoso "y sí..." apareció en su cabeza.
—Si acepto, que todavía no lo tengo claro, tengo una condición.
—Dispara —le dijo al tiempo que se frotaba las manos sin poder reprimir lo feliz que le hacía la respuesta de su amiga.
—Quiero que dejes de mirar el teléfono cada dos minutos cuando estemos juntos. Me saca de quicio. —Lo miró muy seria sin dar pie a que pensara que era una broma.
—Son cosas...
—Una condición es una condición. —No lo dejó terminar de hablar porque sabía la excusa que le iba a poner—. O lo tomas o lo dejas.
—Lo tomo —dijo él sin darse ni un segundo para procesar lo que estaba aceptando.
Marine miró el reloj y se percató que ya había pasado la mitad del viaje. Fabiano no tenía carné de conducir y a ella se le hacía muy pesado tener que hacerlo de una tirada. Cuando encontraron una gasolinera de mala muerte decidieron que era el mejor sitio para poder estirar las piernas, tomar una Coca-Cola y comprar un sándwich de dudosa procedencia que, encima, les cobraron como si fuera el manjar más exclusivo del restaurante de moda de la capital. Marine puso el dinero sobre el mostrador con cara de pocos amigos y el tipo de turno le cobró mirándola como si fuera una cucaracha de esas que había visto tiesas al entrar en el local. So payaso.
Salió y se encontró con Fabiano terminando un cigarrillo. A ella no le gustaba nada que maltratara sus pulmones de esa forma, y muchísimo menos en ese momento en el que su padrino (y padre de él) estaba bastante jodido por una enfermedad pulmonar. Vale que el médico les había dicho que no era solo por fumar, pero afirmó que si no hubiera sido un fumador empedernido durante décadas su condición sería mucho más favorable.
Se subieron al vehículo de nuevo y se comió el sándwich como si la vida le fuera en ello. De tres bocados. Marine no era una persona elegante cuando tenía hambre. Una vez que tragó el contenido de su boca y le dio un largo trago a la botella de Coca-Cola, dirigió su mano hacia la radio para poder encenderla y seguir escuchando música en la misma emisora que les había venido haciendo compañía durante la primera parte del trayecto, pero Fabiano fue muchísimo más rápido que ella.
—No, no, ni de coña, es mi turno. Estoy de escuchar esos traperos que no conocen ni en su casa hasta los cojones. —Le dijo ante la mirada que le dedicó ella e introdujo el USB en una de las ranuras—. Además, te quiero enseñar los últimos arreglos de mi próximo gran éxito...
—Chulito —susurró, pero él decidió ignorar su comentario porque lo había escuchado a la perfección.
—... que la semana que viene vamos a rodar el videoclip y quiero saber tu opinión.
—Tienes los huevos cuadrados...
—¿Yo? —preguntó haciéndose el ofendido al tiempo que manipulaba la radio en busca de la canción que le quería mostrar—. ¿Por qué?
—Siempre te quejas de que escucho gente que no conocen ni en casa, pero bien que me pides consejo cuando se trata de alguna de tus canciones...
—Hermana, me jode muchísimo decir esto. —Se llevó la mano al corazón para darle más dramatismo a la situación—. Pero tienes un gusto exquisito.
La música empezó a sonar y Marine se dejó llevar por lo que estaba escuchando. No es que a nivel instrumental fuera mala, pero la letra, no siendo de las peores que le había enseñado su amigo, sí que dejaba bastante que desear. Tenía la sensación de que era como estar escuchando un bucle de hombres que tratan de conquistar a una mujer, que cuando la tienen la tratan fatal y que cuando la relación se acaba hay que intentar quedar por encima, ser el ganador. Y así con una y otra y otra canción. Cero innovación y cero interés en hacerlo.
—Nuestra colaboración va a ser con una de mis canciones. Ni muerta participo en una de estas machistadas...
—Esta no es así... —La miró con el rostro serio porque sabía que Marine era una mujer con los principios muy sólidos y que en cuanto a ese tema no iba a transigir con nada—. Pero que a mí me da igual, como si quieres que sea una jota aragonesa, yo lo único que quiero es divertirme un rato contigo... como lo solíamos hacer antes.
—Tengo una canción nueva, la letra, me tengo que poner con toda la parte musical...
—Te dejo el estudio si quieres... En cuanto volvamos del pueblo es todo tuyo. —Ella asintió porque Fabiano tenía mucho material en aquel garaje que había reformado con el dinero de su primer disco: un ordenador potente, una mesa de mezclas cojonuda, unos auriculares que conseguían que solo escucharas la canción de turno y no el horrible tráfico de Madrid. Las delicias de cualquier amante de la música—. ¿Cómo se titula?
—"Es fácil de decir". Vuelve a poner la canción y déjame escucharla, anda.
Fabiano subió el volumen de la radio para que su propia voz los envolviera, el jodido tenía una voz preciosa, dulce, pero no de esas que después de un rato te llegaban a molestar. Sabía manejarla a la perfección para que pareciera que tenía muchas posibilidades de las que realmente tenía.
Marine se alegraba muchísimo por él, pero también sabía que él había tenido que pasar por cosas que ella no se plantearía jamás. Ella no era capaz de cantar sobre culos, tetas y relaciones tóxicas como si estos temas fueran los únicos que interesaban a las mujeres. No servía para eso. Y solo de pensarlo se ponía de bastante mala leche.
***
Cuando llegaron a su pueblo, Marine lo acercó a su casa y en la puerta vio a Valentina, la madre de Fabiano, que los estaba esperando desde hacía más rato del que estaba dispuesta a admitir. Mientras él estaba ocupado sacando su equipaje y controlando que todas las cosas de Marine no lo sepultaran, Valentina se acercó a la ventanilla que la otra ya había bajado.
—¿Qué tal estás, cariño? —le preguntó con ese acento argentino que siempre había hecho las delicias de Marine.
—Bien, algo cansada del viaje, ¿vosotros?
—Ya sabés. —Y echó una mirada a la puerta que separaba todo el drama familiar en el que estaban inmersos de la calle en la que su hijo había vuelto a casa ajeno a mucho de lo que allí sucedía—. ¿Vendrás a vernos estos días?
—Pero si me paso aquí la mitad del tiempo. —Y le regaló una sonrisa tímida, no sabía muy bien cómo actuar con ella últimamente, pensaba que su vida era demasiado frívola para ella—. ¡Cualquier día me vais a empezar a cobrar alquiler!
—Eso jamás, cariño. —Le dio un apretón cargado de cariño en el hombro.
Fabiano se acercó a su madre y esta le dio un gran abrazo, lo olisqueó para darse cuenta que daban igual los años que pasaran, su niño siempre tenía ese aroma que era capaz de reconocer en cualquier sitio.
—Nos vemos, hermana —le dijo él antes de pasar el brazo por los hombros de su madre y dirigirse hacia el interior de su hogar.
Valentina había sido una de las figuras maternales en la vida de Marine. El hecho de que ella creciera sin padre, hizo que tanto su tía como amigas cercanas de la familia se hubieran tenido que hacer cargo de ella en algunas ocasiones para que su madre pudiera trabajar. El hecho de que el padre de Fabiano fuera su padrino y la buena relación que mantenían los dos pequeños hicieron el resto.
Marine condujo hasta su casa y sintió un gusanillo dentro del estómago en el momento en el que paró el motor. No había avisado de su llegada a las mujeres de su vida porque quería darles una sorpresa; para ello se inventó un trabajo de última hora y les dijo que hasta el día 24 de diciembre, Nochebuena, no podría aparecer por el pueblo. Todo mentira.
—Van a flipar, Cayito —le dijo a su gato, que emitió un maullido en señal de respuesta. El pobre estaba muy cansado del trasportín y notó sus ojillos un poco apagados—. Ahora mismo te saco, ¿vale?
Cuando miró hacia la radio, se dio cuenta que Fabiano se había dejado el USB así que lo guardó en bolsillo de su pantalón. Salió del interior del vehículo y estiró las piernas y la espalda. ¡Menuda reventada! Se encaminó a la puerta trasera y cogió el trasportín y dejó que Cayo Malayo saliera del interior, el pobre imitó el gesto de su dueña el estirar todo su cuerpo antes de dirigirse a la puerta y esperar por ella.
Sacó del maletero todo su equipaje, parecía que la habían echado de casa pero es que a fuerza de porsiacasos había empacado casi todo su armario. Metió la llave en la cerradura y le dio unas doscientas vueltas, seguro que su tía y su madre ya se habían dado cuenta de que había llegado.
Una vez que estuvieron en el interior, le llegó desde el salón el sonido del sorteo de Navidad y desde la cocina la voz de Rosana y su para que todos los días sean Navidad, para que cada deseo se haga realidad, para que el mundo sonría al despertar, para que se abra la puerta y no se cierre más.
—¡Hola!
Y de repente sintió como el silencio se fue haciendo el rey de la casa. El sonido de la televisión y de la radio se hicieron más y más bajos. Y unos pasos ajetreados, escasos segundos después, resonaron con fuerza en sus oídos. Observó el rostro de las dos mujeres que la habían criado, dos pares de ojos que se abrieron de forma desmesurada y cómo sus bocas dibujaron una "o" perfecta que solo le hizo saber que no sospechaban para nada su sorpresa. ¡Buen trabajo, Marine!
—Pe... Pero... —balbuceó su madre mientras se iba acercando a ella.
Su tía la adelantó por la derecha y fue la primera que la abrazó, con tal fuerza que se tuvo que palpar las costillas después, estaba segura de que le había roto alguna. Todavía tenía la mochila colgando del hombro y las bolsas en las manos, así que tuvo que pedirles un segundo para poder dejarlo todo en el suelo y responder a todas las muestras de cariño.
—Marine, pero... —repitió su madre con incredulidad en el momento en el que se separaron—. ¿¡Cómo no nos habías dicho nada!? No te esperábamos, ahora todo sin preparar. —Su madre se empezó a agobiar pensando en que tenía pocas cosas en la nevera, en lo que tenía que hacer para que su niña estuviera feliz y a gusto en casa.
—Obviamente quería que fuera una sorpresa.
—¡Pues vaya si lo ha sido! —Exclamó su tía sin borrar la sonrisa de su rostro.
Marine volvió a coger parte del equipaje, pero no pudo con todo porque su tía ya se estaba cargando a las espaldas con más de lo que podía abarcar. Y, además, intentó agacharse para poder acariciar a Cayo Malayo, pero este alzó la nariz y la ignoró.
La joven siguió a su tía, que iba protestando por el comportamiento del gato, hacia su habitación. En cuanto abrió la puerta, todos los recuerdos de su adolescencia le dieron la bienvenida. Los libros, los discos, los pósteres de actores y actrices, de cantantes, de futbolistas... Los peluches que tantas noches había abrazado por muy diversos motivos, alguno evocaba momentos de felicidad, pero la mayoría habían sido instantes en los que se había dejado arrollar por la tristeza.
Una Marine mucho más adulta y serena sonrió ante todo lo que había allí y ante todo lo que le hacía sentir. Una vez que dejó sus maletas y bolsas al lado de la cama, salió del dormitorio, sabiendo que más tarde volvería y se llenaría de recuerdos bonitos, de esos que le daban la energía suficiente para continuar en los malos momentos.
—Mami, tita...
Cuando llegó a la cocina se las encontró concentradas cortando, pelando, friendo... Estaban tan ocupadas que no tenían tiempo ni para discutir.
—¿Qué hacéis? —les preguntó y dieron un brinco por lo inesperado que les resultó la interrupción.
—Tu comida favorita —respondió su tía sin apartar los ojos de sus manos.
—Pero si no hace falta...
En el fondo, Marine sí que quería comerse patatas con salchichas, con su sofrito de cebolla, sazonadas en su punto justo... Solo de pensarlo ya se le estaba haciendo la boca agua. Su dieta mientras vivía en Madrid era muy mala porque era incapaz a cocinar nada mínimamente comestible. Recordaba la semana en la que se había tenido que alimentar a base de sándwiches y noodles porque le daba pereza ir a comprar y cocinarlo después. La cocina la aburría muchísimo.
—No es porque haga falta, es porque queremos.
Así eran ellas, lo que hizo que Marine sonriera, las echaba tantísimo de menos en el tiempo que estaba lejos de allí. Sacó el teléfono móvil y las empezó a grabar para poder subirlo a sus historias de Instagram. De fondo salía Cayo Malayo pululando entre sus piernas y maullando desesperado porque le dieran algo. Ambas lo estaban ignorando y él, ofendido, fue a rascarse con una de las sillas.
Marine bajó la mano, le acarició la pelusilla que cubría su cuerpo y que al resto del mundo le daba mucho asco, cosa que a ella le flipaba porque le hacía unas cosquillitas en las yemas de los dedos... Las observó y no dejó de pensar que por fin estaba en casa. En casa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro