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49. Vivir juntos

💕Dedicado a ti que sigues a mi lado.💕

El tenue zumbido del motor en marcha y la tranquilidad rota ocasionalmente por el paso de los escasos vehículos que circulaban por la carretera que se extendía frente a sus ojos, estaban logrando arrullar a Adriana. Sin perder oportunidad, posaba de vez en cuando su cabeza en el hombro de Daniel en tanto este conducía. Adoraba su compañía que en ese momento se le antojaba el mismo cielo.
Tres días atrás le habían dado el alta del hospital y como a Daniel todavía le quedaban un par de permiso en su trabajo, le rogó incansablemente para que salieran de viaje a algo cerca donde pudieran estar tranquilos. El destino elegido fue Mazamitla, Adriana guardaba desde hacía muchos años el deseo de visitar el paradisíaco lugar y sus famosas cabañas junto a su esposo, por lo que no aceptó los argumentos de él en contra.

—Sigo pensando que este viaje no fue buena idea, acabas de salir del hospital. Es mejor para ti descansar en casa.

—He descansado suficiente y lo seguiré haciendo, pero en un mejor lugar y contigo.

Daniel sonrió con condescendencia. Le encantaba verla tan relajada, sobre todo después de lo ocurrido y pese a que la idea de alejarse de hospitales y médicos lo mantenía intranquilo.
Antes de llegar a la ubicación de la cabaña que habían reservado, pasaron a realizar algunas compras para tener alimento y bebida que les permitiera pasar la noche que iban a hospedarse en el lugar. Llegaron ahí poco antes de las tres de la tarde, luego de comer en un restaurante del poblado.

El paisaje serrano que los recibió era apacible y hermoso, rodeado de flora compuesta por pinos de varias especies, junto a Tepehuaje, huizache, mezquite, y mucho más que delimitaban un lago a espaldas de la cabaña. El verdor bañado en rayos de cálido sol y el aire puro que se respiraba, fueron un calmante instantáneo para ambos.
A eso se le sumó que la cabaña era de lo más acogedora, con alto techo de madera cuyas vigas expuestas daban un toque rústico. El suelo era de piedra decorativa, al igual que los ladrillos rojos y blancos que formaban las paredes. La enorme cama estaba frente a un ventanal que ocupaba toda una pared y por el cual entraba de lleno la luz solar de la tarde. Al fondo, tenía una pequeña sala de estar frente a la chimenea, enseguida de la cual se encontraban dispuestos los troncos para que pudiera ser encendida. Lo mejor era el enorme jacuzzi de forma cuadrangular y brillante azulejo blanco que descubrieron en el baño.
Apenas estuvieron en su alojamiento, Daniel soltó un poco sus dudas, quería enfocarse en disfrutar esos momentos que a punto estuvieron de serles arrebatados.

—Entremos. ¿Quieres? —le pidió Adriana tras permanecer un largo rato charlando mientras contemplaban el atardecer los dos sentados en las sillas de la mesa que se encontraba en la terraza. Con el día, se fue la temperatura cálida y empezaba a tener frío.

Para Daniel sus deseos ese día eran mandatos que obedecer, así que recogió las tazas en las que habían bebido té y los empaques de galletas que quedaron en la mesa junto a los restos de fruta consumidas. Mientras él cerraba las persianas de rollo sobre el enorme ventanal y la puerta también de vidrio montado en un marco de madera, Adriana se dirigió al baño. Antes de salir había dejado abierta la llave para que el jacuzzi se llenara de agua caliente y fue a comprobar que la temperatura fuera adecuada para darse un baño. Al ver que lo era, comenzó a quitarse las prendas una a una y entró. Como no la vio salir, Daniel fue tras sus pasos preocupado de que se estuviera sintiendo mal.

—¿Quieres acompañarme? —su gesto seductor y ver su anatomía de la cintura para arriba escurriendo agua en tanto el resto era cubierto por esta le resultó demasiado tentador, así que la imitó sonriendo y comenzó a deshacerse de su propia ropa.

—Es imposible negarse viéndote así —dijo terminando de desvestirse.
Adriana lo contempló embelesada, lo que ese hombre provocaba en ella era más que deseo que puede saciarse, se parecía más a una ardiente necesidad de sentirlo cerca cada día por el resto de su vida. De inmediato, se acercó a él una vez que estuvo dentro y se puso a horcajadas sobre sus piernas.

—Querido, vivamos juntos. A partir de hoy.

—Pensé que ya era un hecho.

—Tal vez, pero necesitas saber que no puedes retractarte. —A su sentencia la acompañó el gesto de su dedo índice tocando suavemente la punta de la nariz de él en un juego que pretendía simular una amenaza.

—Amor, mientras no huyas de nuevo estaremos juntos.

—No podría hacerlo, ahora tengo muchas más razones para quedarme contigo.

Con un alegre gesto de complacencia, la boca de Adriana se acercó a la de su esposo ligeramente abierta, sus dientes atraparon el labio inferior de él mientras el filo de su lengua lo acariciaba antes de colarse al interior y saborear cada rincón. Él la tenía sujeta por las caderas, contrario a los dedos y manos de ella que primero acariciaron el cabello en su nuca, y después se deslizaron por su cuello hasta caer en los hombros y resbalar dibujando círculos por sus brazos.
Al mismo tiempo, la espalda femenina se arqueó apretando sus pechos contra el torso de él y ocasionando que sus pezones endurecidos le frotaran la piel, exigiendo borrar cualquier espacio que los separaba. Entregados, cerraron los ojos y sus sentidos se concentraron en cada estimulante sensación provocada por el entorno. Desde la música suave que Adriana había puesto en su móvil junto al sonido de sus respiraciones incrementándose a la par que la excitación que se adueñaba del momento; hasta su piel absorbiendo la tibieza del líquido en el que estaban sumergidos y sus músculos relajados a causa del contacto con el que se mimaban sus cuerpos desnudos. Todo eso junto al vapor del agua entremezclándose con el aliento liberado tras cada placentera exhalación, convergieron en un apremiante deseo de volverse uno solo.
La erección de Daniel ya clamaba por su mujer, pero temía lastimarla. Su salida del hospital era reciente y aunque ella se sintiera bien, la herida que la atravesó acababa de cicatrizar. Delicadamente, la apartó un poco para contemplar su rostro y con extrema ternura lo acarició desde el pómulo hasta el mentón con sus dedos. Hizo lo mismo con su cabeza, la palma de su mano se deslizó por el largo cabello rozando su espalda y terminando en la curva donde iniciaban sus glúteos. A estos también les brindó especial atención, masajeando y apretando suavemente hasta hacerla desear tenerlo dentro. La dejó hacer lo que quería una vez que ella se levantó un poco para permitir al miembro viril penetrarla. El ritmo fue el que Adriana marcó y que fue intensificándose a la par que sus gemidos. Una vez que la sintió contraerse y el estremecimiento la sacudió entera, la atrajo hacia él acunándola contra su pecho.
Estuvieron abrazados un largo rato, hasta que Daniel buscó mirarla nuevamente. Acto seguido, posó los ojos en el pedazo de piel cuya textura corrugada contrastaba con la firmeza del resto. Era un minúsculo recordatorio de que por segunda ocasión había estado a punto de perderla y eso ensombreció su semblante.

—No fue tu culpa, ni se te ocurra pensarlo. —Adriana podía adivinar sus pensamientos y lo último que buscaba esa tarde era que él se sintiera así. Él comprendió y se forzó a dejar de pensar en lo ocurrido.

—Hay algo que quiero darte.

Daniel estiró su brazo hacia el pantalón que se había quitado. Rápidamente sacó algo del bolsillo ante la mirada expectante de su esposa. Era una pequeña bolsa de terciopelo azul de la que extrajo dos argollas. A continuación, tomó la mano izquierda de Adriana y tras besarle el dorso, colocó en su dedo anular el anillo más pequeño. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas y sin perder tiempo, tomó el otro anillo y lo deslizó entusiasmada en el dedo de él.

—También quiero vivir contigo mi vida entera de ser posible. —Lo escuchó afirmar.

—Es muy bonito —Adriana admiraba la joya en su dedo. Era una argolla sencilla, pero se le antojó mejor que cualquier otra por lo que significaba.

—Pensé que el anterior pudo terminar fundido o en la basura, y me tomé el atrevimiento de renovarlos.

Ante el comentario, ella rio divertida. Daniel la conocía demasiado bien, aunque lo que había sucedido era todavía peor de lo que él imaginaba. Su anterior anillo junto al de compromiso había terminado en el inodoro y perdiéndose por la cañería. En retrospectiva, pensó que hubiera sido más rentable empeñarlos, pero ya no había marcha atrás. Tampoco tenía ánimos de compartir el resultado de su infantil arrebato con su esposo, así que obvió las suposiciones de él.

—Ahora que nos mudaremos juntos quiero hablar contigo de algo. —Él la miró atento a sus palabras, así que luego de aclararse la garganta continuó. —En el hospital conocí a alguien. Se llama Rebeca, es una niña encantadora, pero no se encuentra en una buena situación. Su mamá murió y la dejó sola. Ellas eran foráneas y no han podido contactar a nadie de su familia extendida si es que la tiene. Hablé con la trabajadora social, podemos ser su familia de acogida y tal vez, si ella quiere y tú también, adoptarla después.

—Amor... Esto es muy inesperado.

Daniel se quedó en silencio unos segundos, meditando sobre lo que su mujer proponía.

—No me respondas ahora si no te sientes preparado. Solo piénsalo.

—Es solo que no sé si es buena idea. Antes nunca lo pensaste, ni siquiera quisiste optar por un tratamiento de fertilidad. La adopción es todavía más complicada.

—Lo comprendo, he estado investigando al respecto y te aseguró que con Rebeca es diferente. No la quiero acoger para que cumpla las expectativas del hijo que no tenemos, eso ya no es necesario, solo quiero darle el hogar y el cuidado que ella necesita.

—¿Por qué ya no es necesario?
Los ojos de Daniel se quedaron fijos en el gesto de su esposa. Desde su reconciliación no habían hablado del tema que fue lo que agrietó su relación en el pasado. Para él tener hijos o no era menos importante que estar con Adriana, pero sabía que para ella había sido una experiencia álgida y dolorosa.

—Porque alguien más lo decidió por nosotros —Adriana tomó la mano de él y la llevó a su vientre, haciéndolo posar la palma ahí. —No te sorprendas mucho, ni yo sé cómo pasó...pero el médico dice que muy seguramente en la próxima revisión sabremos si es niño o niña.

—¿No sabes cómo pasó? —emitió arqueando las cejas, su ironía fue acompañada de la sonrisa que enseguida ahogó con el beso que plantó en la boca de su esposa y que pronto fue profundizándose.

—¿Estás feliz? —preguntó ella separando un poco sus bocas. Él la miró a los ojos sonriendo. Hasta no escuchar la noticia no imaginó la inmensa felicidad que iba a sentir al recibirla.

—Lo estoy, más feliz que nunca. Tanto que ahora mismo iría a adoptar a Rebeca.

—¿Hablas en serio?

—Sí, quiero conocerla, veamos si le agrado tanto como a ti ella.

Adriana se abrazó a él y le tapizó el rostro de tiernos besos. Meses atrás no hubiera imaginado que la casualidad actuaría nuevamente en su vida, esta vez tan a su favor. Ni en sus mejores sueños pensó estar otra vez al lado del hombre que nunca dejó de amar ni estar esperando a su hijo. En definitiva, se sentía la mujer más dichosa del mundo y lo agradecería aprovechando cada segundo que le fuera concedido.

NOTAS DE AUTORA

Es casi el momento de despedirnos, espero hayan disfrutado el capítulo. Mi intención era publicarlo ayer 14 de febrero por motivo del día del amor y la amistad, pero más vale tarde que nunca.

Muchas gracias por leer hasta aquí. 

P.D. Si les gusta la música, no olviden escuchar la canción con la que acompañé este capítulo. Me encanta.

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