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48. La vida devuelve y recompensa

La mañana de su último día en el hospital, Adriana despertó con especial alegría. A su lado se encontraba su mamá, dormida plácidamente en el sofá de la habitación de hospital. Daniel no estaba pues ambas mujeres lo habían convencido de ir a descasar unas horas a su casa. Él también había sido herido y los últimos días no había hecho más que estar pendiente de las necesidades de Adriana, por lo que les preocupaba su propia recuperación. Maribel que había regresado, se fue con él para terminar de convencerlo. Antes le prometió a Adriana que cuidaría bien de su hermano por lo que ella podía estar tranquila. En la tarde, ambos pasarían por ella para llevarla de vuelta a su hogar.

A Adriana la cama de hospital ya la tenía al borde del fastidio, así que, cuidándose de no hacer ruido para no despertar a su madre, se levantó decidida a estirar las piernas por los pasillos del lugar. Agradeció que ninguna enfermera estuviera cerca porque solían ser muy inflexibles en las reglas, aún y cuando el mismo médico le había recomendado dar pequeñas caminatas. La indiscreta bata de hospital no le ayudaba al propósito de escabullirse, por lo que tomó prestado el abrigo largo de su mamá que reposaba a su lado y salió de la silenciosa habitación. Afuera las enfermeras estaban en medio del cambio de turno por lo que el módulo de esa área estaba solo, lo que facilitó sus planes. Lentamente avanzó hasta llegar a una sala de espera intermedia en donde se detuvo a tomar agua del dispensador.

—¿Tú también te escapaste? —la voz infantil que escuchó detrás la sobresaltó lo suficiente para que escupiera el trago de agua que acababa de llevarse a la boca.
Tosiendo ruidosamente, giró sobre sí misma para encontrarse con una niña que sentada en una de las sillas la observaba con curiosidad. Sin decir nada, la detalló un poco más. Al igual que ella llevaba bata de hospital. Tenía unos brillantes y grandes ojos color marrón enmarcados por un tierno rostro de mejillas ligeramente ruborizadas. Lo que más llamó su atención fue que llevara el cabello recogido en una gruesa trenza francesa que descendía hasta su cintura.

—Hola, ¿Qué haces aquí sola? —Adriana le sonrió amigablemente en tanto se sentaba en la silla a su lado.

—Ya te lo dije, me escapé. Lo malo es que apenas lleguen las nuevas enfermeras me van a encontrar.

—¿Y por qué te quieres escapar?
La niña únicamente bajó su rostro, acto seguido se recompuso y miró nuevamente a la mujer a su lado. Era muy bonita y le agradaba que fuera una fugitiva como ella.

—¿Cómo te llamas?

—Adriana. ¿Y tú?

—Soy Rebeca, tengo siete años y ya sé leer.

—¿En serio? ¡Que impresionante! —Adriana intentó verse asombrada y en realidad lo estaba, para tener siete años la niña tenía una complexión y altura similar a Leo que era dos años menor. —Debes extrañar la escuela, ¿Falta mucho para que salgas del hospital? Estoy segura de que ya quieres ver a tus compañeros.

—No, no voy a la escuela.
La honesta respuesta puso pensativa a Adriana. Sin poder evitarlo miró alrededor por si algún adulto aparecía en busca de la pequeña.

—Pero a tu edad todos los niños van a la escuela.

—Yo no. Mi mamá.... —Rebeca calló abruptamente y Adriana notó que una tristeza nubló su rostro por un breve instante. —Las niñas libres no necesitan ir a la escuela.

—Ya veo, entonces eres una niña libre.

—Sí, por eso quiero irme de aquí. Si me quedo ya no seré libre.

Adriana se llevó la mano para acariciarse detrás de la oreja pensando en la mejor forma de seguir aquella extraña conversación. Nunca había sido muy buena comunicándose con los niños que no fueran su querido sobrino, pero al parecer el bebé en su vientre le estaba ayudando a compartir una mutua simpatía con Rebeca. Además, por alguna razón, la hizo recordar aquel primer embarazo que fue el principio de la decadencia de su relación con Daniel y el detonante de su depresión; siempre pensó que de haberse logrado habría tenido en sus brazos una dulce niña como la que acababa de conocer.

—Y dime Rebeca. ¿Dónde está tu mamá? —Rebeca bajó la vista negándose a responder, al notar la angustia en su gesto contraído, Adriana supo que algo muy malo le había sucedido. —¿Y tu papá?

—No tengo papá.

—Entiendo —emitió luchando contra el nudo que comenzaba a formarse en su garganta. —Entonces vives con tus abuelitos o tíos.

Rebeca no respondió por largos segundos y ella tampoco supo qué decir, las respuestas de la pequeña estaban logrando inquietarla.

—Pero tienes un cabello muy lindo y largo, siempre quise tenerlo así. ¿Quién te hizo una trenza tan bonita? —Su comentario logró el objetivo y sintiéndose halagada, Rebeca volvió a mirarla con una amplia sonrisa en su pequeño rostro.

—Lucy.

—¿Lucy?

—Sí, es una de las enfermeras... Es la única que me cae bien, es muy divertida y siempre me hace reír. —sentenció en voz baja, compartiendo el secreto con su nueva cómplice.

—Muy bien Rebeca, me gustó mucho conocerte, pero ¿no tienes hambre? Tal vez deberíamos volver a nuestras habitaciones para que nos den el desayuno.

—Sí tengo. —confesó apesadumbrada. —Pero quiero seguir hablando contigo. ¿Por qué no vienes a jugar conmigo un rato? Aquí nadie juega.

Adriana se llevó la mano a la barbilla simulando pensar mucho en su respuesta.

—Hagamos esto, te acompañaré a tu habitación. ¿Sí? Y más tarde iré a jugar contigo un rato. Te lo prometo, a cambio, tú debes prometerme que no volverás a salir sola ni sin avisarle a las enfermeras. ¿Trato hecho? —Adriana extendió su mano hacia Rebeca, ella se lo pensó un poco y al final, aceptó gustosa.

—Trato hecho.

Después de eso, ambas fueron hasta la habitación de la pequeña y una vez que Adriana se aseguró de que estuviera adentro y no intentara salir nuevamente, fue a hablar con el par de enfermeras en el módulo de atención del ala de pediatría. Sin dar más detalles, preguntó por la enfermera que Rebeca había mencionado. Ellas le señalaron por el pasillo hacia una agradable mujer de mediana edad que salía de una de las habitaciones. Adriana se apresuró a alcanzarla en su camino de regreso. Rápidamente le platicó de su encuentro con Rebeca y de lo que ella le había compartido; estaba muy interesada en conocer la historia de la niña por lo que no dudó en recurrir a la única persona que parecía cercana a ella en ese hospital.

Como enfermera de experiencia, Lucy conocía de sobra las reglas del hospital y dar información personal de un paciente a otro no estaba permitido. Sin embargo, la situación de Rebeca la conmovía profundamente y tener a otra persona preocupada la hizo sentir la confianza necesaria, así que le dijo a Adriana lo que quería saber.
Rebeca y su madre habían llegado al hospital tras ser atropelladas por un joven alcoholizado. La familia del muchacho intentó ser responsable pagando la atención médica de las dos víctimas de la irresponsabilidad de su hijo.
Lamentablemente, la madre de Rebeca había fallecido a causa de las múltiples heridas internas que le ocasionó el impacto del vehículo contra su cuerpo delgado y mal alimentado. Al parecer, ella y su hija tenían una especie de vida nómada, recorrían ciudades y permanecían ahí algunas semanas para luego viajar a otra. La filosofía de la mujer no ayudó, no cargaba ninguna identificación oficial de ella o la niña por lo que a la trabajadora social encargada de su caso le resultó imposible localizar algún familiar que se hiciera cargo de Rebeca. La única solución fue que la niña pasara a tutela del Estado para ser puesta en algún albergue y posteriormente en adopción.

El corazón de Adriana se estrujó de pena al enterarse del desamparo de la pequeña y agradable niña que le había obsequiado su amistad sincera. Instintivamente, se llevó las manos al vientre y pensó en el pequeño que crecía ahí, la idea de imaginarlo solo en el mundo la estremeció. También, recordó que, si bien crecer con un hermano como Toño había sido terriblemente molesto, había contado con el amor y la protección de sus padres hasta convertirse en una adulta por lo que no imaginaba el miedo que debía estar sintiendo Rebeca al encontrarse sin su única figura de apego.

Cabizbaja y sumida en sus propios pensamientos volvió a su habitación. Estela ya había despertado y juntas compartieron el desayuno del hospital que las enfermeras le llevaron, aunque su mamá hablaba de uno y mil asuntos relacionados con su futuro nieto, Adriana lucía ausente. La imagen de Rebeca saturaba sus pensamientos. Se recordó así misma años atrás y la necesidad que tuvo entonces de buscar un hijo al cual aferrarse como tabla de salvación. En ese tiempo, pensaba que tener a alguien a quien cuidar rearmaría su vida y la haría sentirse útil, lo necesitaba desesperadamente. Que distinta era su perspectiva en ese momento, conociendo la historia de Rebeca y con su primer hijo creciéndole dentro, empezaba a comprender que un niño no era un proyecto para satisfacer necesidades de adultos, sino que son estos los que tienen que brindarle a la infancia el cobijo que solo proporciona una persona responsable y capaz de manejar su propia vida.

—Estás muy pensativa. ¿Sucede algo? —Estela la miraba con ese gesto que tienen las madres y que pretende desnudar el alma de sus hijos.

—Mamá, ¿qué piensas de la adopción? —su cuestionamiento la tomó por sorpresa a ella misma, aunque lo cierto era que desde que escuchó a la enfermera hablarle de Rebeca la idea se metió en su cabeza como una vocecita que inicia débil y va aumentando.

—No lo sé mi niña, pero ¿Por qué preguntas? Ya estás embarazada, por fin vas a tener al hijo que tanto has querido en los brazos.

—En realidad no lo sé. Nunca pensé en la adopción como posibilidad antes... Solo imagina que conoces a un pequeño realmente especial, uno que te hace sentir deseos de cuidarlo y quererlo.... ¿Crees que eso deba sentir alguien dispuesto a adoptar?

—Pues eso es lo que te hace sentir un hijo propio, así que supongo que sí.

Adriana le sonrió a su madre. Esa misma mañana luego de desayunar le pidió que la acompañara a visitar a Rebeca, como una abuela experimentada Estela de inmediato se amistó con la pequeña y las tres estuvieron jugando hasta pasado el mediodía. La intención de Adriana era estar ahí cuando acudiera la trabajadora social, Lucy le había dicho que ese día cerca a la hora de la comida era el que visitaba a Rebeca. Dentro de otros dos, la niña sería dada de alta y la trabajadora iría definitivamente por ella para llevarla al albergue.

Poco después de las dos de la tarde, una mujer joven entró en la habitación de Rebeca solo para sorprenderse al encontrarla con dos visitas. Sin perder tiempo, Adriana se presentó y le pidió unos minutos de su tiempo. Rápidamente la puso al tanto de la forma en que había conocido a Rebeca y también de lo que ya sabía acerca de ella. A la trabajadora social no le hizo gracia que alguien en el hospital hubiera hablado de la situación de la niña, pero tampoco era una mujer inflexible y la preocupación de Adriana le pareció genuino interés. Sin entrar en muchos detalles le habló del programa de Familias de acogida y le dio su número de teléfono diciéndole que si era aceptada en él no dudara en llamarla y ella haría todo lo posible porque Rebeca fuera asignada a su cargo.

Una vez que le tocó despedirse de Rebeca, Adriana sintió un pinchazo en el pecho diferente a cualquier otro que hubiera experimentado antes. La niña le provocaba algo más que un agrado, en pocas horas entre ambas se había formado un vínculo único, diferente a cualquier otro. Le resultaba abrumador no contar con la seguridad de volver a verla. Ni siquiera lo había hablado con Daniel, pero esperaba que él la comprendiera. Rebeca necesitaba una familia y ella deseaba con toda el alma ser quien se la diera.


NOTAS DE LA AUTORA

Creo que ya lo había mencionado, pero lo repito: Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho de vivir en familia. En cambio, querer un hijo no es un derecho, es un deseo. La adopción es una forma de restituir este derecho a la infancia, no obstante, ser padre o madre adoptivo requiere una ardua preparación no solo material y económica, sino también emocional y mental. Como cualquier otra persona, cada niña, niño y adolescente carga una historia iniciada desde el momento mismo de su concepción y que impactará en su forma de relacionarse con su nueva familia, así que como adultos es necesario tenerlo presente para no sumarle más dolor al de haber sido desprendidos de su núcleo familiar original.

Por último, el programa de Familias de acogida efectivamente existe en México y está a cargo del DIF de cada municipio.

Y ya para despedirme, ¿Qué les pareció Rebeca? Para mí le trajo un soplo de frescura a este relato a punto de acabar (Estamos a dos capítulos del final). 

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