Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

3. Problemas detrás de la puerta

Faltaban cinco minutos para la medianoche y Gaby no lograba dormir; ansiosa daba vueltas de un lado a otro en su cama matrimonial esperando encontrar una posición que pudiera ayudarla a conciliar el sueño.

Estaba agotada, encargarse de una casa era cansado y no existía emoción en hacerlo, o al menos ella no la encontraba; después de todo era una profesionista que nunca pensó que terminaría siendo lo que comúnmente y con cierto menosprecio los demás nombran como "ama de casa".

Su rutina siempre era la misma: preparaba el desayuno para su familia, despedía a su esposo, llevaba a su hijo al jardín de niños y mientras Leo estaba ahí, aprovechaba para limpiar, lavar ropa, hacer despensa y cocinar; y encargarse de los trastes, esos que parecían ensuciarse solos y no tenían fin; era esa la parte que más odiaba. En eso se le iba toda la mañana y cuando menos pensaba ya era hora de volver por su hijo.

A Leo sí que adoraba cuidarlo, por eso cinco años atrás cuando nació decidió dejar su trabajo y dedicarse enteramente a la crianza. Los primeros años fue muy satisfactorio hasta que un vacío fue instaurándose dentro de ella conforme su hijo creció en independencia. Aunque era un niño preescolar y todavía quería verlo pequeño, el que hubiera comenzado la escuela le daba a ella mucho tiempo libre, no del quehacer, pero sí para reflexionar en lo que era su vida.

Lo que pasaba por su cabeza no le gustaba pues la hacía sentir insatisfecha y frustrada. Eso aumentó conforme las cuentas por pagar fueron acumulándose. Dos años antes, su esposo Oscar y ella había decidido iniciar un negocio de serigrafía y bordado; él estaba cansado de trabajos mal pagados que exigían más de lo que estaban dispuestos a ofrecer. Ella por su parte seguía criando a su hijo así que les pareció una buena opción. Investigaron, ahorraron y se prepararon lo mejor que pudieron. Ambos eran profesionistas y pensaron que sería fácil apoyarse.

El negocio marchó bien el primer año, pero luego comenzó a complicarse; ella no logró involucrarse tanto como hubiera querido, los clientes comenzaron a escasear y la competencia a aumentar. A esa altura, lo que debería ser su sustento les quitaba más de lo que les daba; aun así, Oscar no quería darse por vencido, ya le había invertido demasiado. Ella hizo lo que pudo desde casa; ventas de catálogo y de cualquier cosa que pareciera una buena oportunidad. Todo fue inútil, los gastos no hacían más que incrementarse sin que los ingresos pudieran emparejarlos pese a que ambos cooperaban.

En cierto punto decidieron que ya que Leo estaba más grande, lo mejor sería que Gaby buscara un empleo que al menos le permitiera tener cierta seguridad para ella y su hijo. También acordaron no decirle a nadie de la familia lo que estaba pasando; los padres de ambos seguramente harían lo que fuera por ayudarlos, pero tampoco vivían holgadamente como para encima restarles.

Por otro lado, Oscar era hijo único y tanto Adriana como Toño, el hermano mayor de Gaby, tenían sus propios problemas. Al final y como lo habían hecho desde que decidieron unir sus vidas, intentaron buscar la solución a su situación por sí mismos.

Entusiasmada, Gaby comenzó su búsqueda de empleo convencida en que no tardaría en encontrar alguno acorde a lo que buscaba. Sin embargo, la desilusión llegó pronto; los cinco años fuera del mercado laboral resultaron inclementes y le pasaron factura.

Ocho meses habían trascurrido desde la primera solicitud que se atrevió a enviar; muchas más la siguieron, pero ninguna obtuvo respuesta favorable. Ni siquiera la llamaban para entrevista y los lugares que lo hicieron fueron de empleos que nada tenían que ver con su profesión y en su mayoría con sueldos irrisorios y horarios esclavizantes. Se sentía en un callejón sin salida; cada día veía a su esposo más cansado, su refrigerador más vacío y la solución a sus problemas más lejana.

Pensar en eso la hizo recordar el matrimonio de Adriana, era cierto que había resultado en una dolorosa traición y pérdida; pero al menos mientras estuvo junto a ese hombre nunca le faltó nada y en realidad lo tuvo todo. Él la trataba como una reina.

A ella en cambio le faltaban incluso las ganas para seguir intentándolo. Avergonzada consigo misma se sacudió ese pensamiento, ¿Qué derecho tenía para juzgar el dolor de su hermana? Quiso ver lo bueno con lo que contaba; tenía a Oscar y a su hijo. Mientras estuvieran sanos y juntos había esperanza, o eso se obligaba a pensar cada que la adversidad se cernía sobre ella amenazando con engullirla entera.

Viendo que en su cama no encontraría reposo, Gaby fue hasta la sala de estar no sin antes pasar por la habitación de Leo y comprobar que dormía plácidamente. Con desgano, tomó el control remoto del televisor y buscó en el catálogo alguna serie o película que aliviara su desasosiego. Acababa de encontrar algo interesante cuando la puerta de entrada se abrió. Era Oscar.

—Hola preciosa, ¿Qué haces despierta todavía? —le preguntó acercándose e inclinándose a su altura para plantarle un dulce beso en los labios desde atrás del sofá donde Gaby estaba sentada.

—Te estaba esperando ¿Quieres que te prepare algo de cenar?

—No, ya comí algo en el local —afirmó él sentándose a su lado y pasándole el brazo por encima de los hombros para atraerla contra su pecho —¿Otra vez no puedes dormir?

Ella asintió con la cabeza, el desaliento en su expresión contagió a su esposo del mismo desánimo que llevaban tiempo compartiendo. No obstante, era un hombre optimista así que hizo por recuperar el ánimo para infundírselo a su mujer. Dulcemente le besó la frente y le sonrió logrando el efecto buscado.

—Es que hoy vino Ady y peleamos un poco.

—No me sorprende, ustedes se aman tanto como se odian—observó con burla. Enfadada por su sarcasmo, Gaby le dio un ligero golpe en el pecho que le provocó más risa. No obstante, al ver que la falsa indignación de ella se disipaba para dejar un atisbo de tristeza en su gesto, la atrajo hacía sí arrepentido de su impertinencia —Perdona, ¿Fue grave?

—Fue mi culpa, me atreví a hablar de él. No entiendo cómo es que todavía no puede ni nombrarlo. Legalmente sigue siendo su esposa y no quiere ni buscarlo para pedir el divorcio. A veces pienso que todavía siente algo —suspiró resignada.

—Claro que siente algo: lo odia a muerte —remarcó Oscar —Tú no pienses de más vida, nosotros tenemos nuestros propios problemas y Adriana ya es adulta. Si quiere o no buscarlo, deja que lo decida ella.

—Tienes razón, entonces dime ¿A ti cómo te fue? Lograste entregar el pedido.

Él asintió sin mostrar entusiasmo, alertándola.

—¿No te pagaron?

—Mañana lo harán, pero tendré que completar nuevamente el sueldo de los muchachos de lo nuestro.

Gaby frunció el ceño y se llevó la mano a la frente mientras que su esposo solo atinó a morderse nerviosamente los labios. Era la tercera vez en un mismo mes que tenía que completar de su propio bolsillo el pago semanal del par de empleados que lo ayudaban en el negocio y de los que no podía prescindir pues para él solo era imposible cumplir con los pedidos.

—A mí siguen sin hablarme, ya me cansé de hacer cursos gratuitos por internet para agregar a mi currículo. Pareciera que solo les interesa que tengo cinco años sin trabajar —exclamó frustrada y sintiendo como las lágrimas se agrupaban en sus ojos.

—Ey, vamos a lograrlo ¿Sí? —le aseguró Oscar acunándole el rostro para obligarla a mirarlo —Estoy seguro de que pronto te llamaran y entonces podrás demostrarle a todos lo mucho que has aprendido.

—El problema es que no siento que haya aprendido nada. A lo mejor tienen razón y ya no soy buena para otra cosa que no sea la casa. Y yo que la odio, no sé cómo Ady soportó estar tantos años encerrada en su casa sin tener hijos; al menos Leo hace que valga la pena estar aquí.

—Sabes que su caso fue distinto.

La afirmación de Oscar la puso a pensar. Era cierto que las circunstancias de su hermana eran distintas, pero pese a conocerlas nunca logró comprenderlas. Adriana había estudiado una licenciatura en artes que le había valido varios enfrentamientos con sus padres; ellos no creían que fuera buena opción, aun así, la apoyaron o al menos no la obstaculizaron. Luego había conseguido emplearse como maestra de artes en un colegio sin abandonar del todo su sueño de dedicarse enteramente a la fotografía artística. A eso estuvo dedicada varios años hasta que conoció al que se convertiría en su esposo.

Con él, el ímpetu de Adriana por seguir persiguiendo lo que tanta ilusión le provocaba fue menguando hasta apagarse. Gaby no entendía qué había sucedido, hasta donde sabía su esposo siempre la apoyó de todas las formas posibles. Eso no pareció suficiente para alentarla y al final ella desistió. Únicamente conservó su empleo de maestra hasta que el colegio cerró y ella quedó desempleada.

Los meses en casa se le volvieron años. Al final, Adriana decidió permanecer ahí con la idea de buscar un embarazo y prepararse para vivirlo de la mejor manera posible. Eso tardó en suceder y Gaby pudo ver de cerca como la frustración de su hermana fue consumiéndola hasta borrarle la sonrisa y amargar la alegría innata de su carácter.

A Adriana la habían perdido mucho antes de la tragedia que marcó su vida, y fue recordando los detalles que antecedieron a ese día que se dio cuenta de que nadie había intentado ayudarla a salir de la espiral depresiva en la que se convirtió su vida. O por lo menos su familia no lo hizo y suponía que tampoco ese hombre que tanto la hirió pese a que al principio parecía el compañero perfecto.

—Lo sé, él la cambió. Te confieso que a veces lo odio tanto como ella. Espero que pague todo el mal que le hizo.

Escucharla hizo a Oscar carraspear nerviosamente, no le agradaba la expresión sombría que atravesaba el rostro de Gaby cada que recordaba lo sucedido con su hermana. Para él, ambas tenían que superarlo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro