
22. Magia
Después de lo sucedido con Roberto, Adriana supo que su relación había tomado otro sentido que implicaba mayor seriedad y cierto compromiso así que esa semana iniciaron una especie de rutina que trataban de cumplir pese a las múltiples ocupaciones de ambos. Lo que no faltaba eran las llamadas al iniciar y terminar el día, también estaban muy presentes las conversaciones por mensaje de texto que fluían en los ratos libres. Sin embargo, una vez que el fin de semana llegó, Adriana tuvo que declinar la invitación de Roberto a salir y tampoco quiso verlo.
Ni ella misma se entendía, él era un hombre tan escandalosamente apuesto que cualquiera estaría más que dispuesta a disfrutarlo. Tal vez precisamente era eso lo que la obligaba a rechazar la idea de verlo otra vez. Para justificarse a sí misma usó como excusa un diplomado en línea que acababa de iniciar y le dijo a él que lo que debía estudiar era demasiado, así que pospusieron el verse para el siguiente fin de semana. El resto de los días le resultó más sencillo rehuir a los intentos de Roberto por visitarla. Él ya comenzaba a impacientarse, pero como también estaba bastante ocupado en el trabajo y con los intentos de su hermano de aprovecharse de la buena voluntad de sus padres, no quiso presionarla.
Llegado el viernes y esperando que en esa ocasión no fuera rechazado, Roberto la invitó a un evento empresarial que se celebraba anualmente y en el que se premiaban las mejores iniciativas de emprendimiento, así como también se daban a conocer las empresas que mayor crecimiento habían tenido en el último año bajo el acompañamiento de otras más grandes. La ocasión ameritaba ir de gala así que luego de aceptar gustosa el ofrecimiento que a ella misma le servía como trabajadora independiente dueña de su propia marca, Adriana se preparó lo mejor que pudo. Como disfrutaba lucir su figura, se dio el lujo de comprarse un vestido especial para esa noche.
Era algo que hacía más para sí misma que para su acompañante, pero cuando le abrió la puerta esa noche en las pupilas masculinas quedó grabada la imagen de ella vistiendo el espléndido atuendo de negro satén sedoso. Los ojos de él detallaron con particular interés el profundo escote en V que permitía ver el inicio de la elevación de sus pechos y que lo hizo recordar cuando pudo acariciarlos.
—Te ves maravillosa, tanto que no sé si mejor pedirte que nos quedemos aquí —se atrevió a externar y aunque las comisuras de la boca femenina se elevaron intentando dibujar una sonrisa, por su gesto renuente y mirada esquiva supo que la idea no le resultaba agradable pese a que él también lucía tremendamente bien con su traje de gala negro.
—Tal vez después —fue la tibia respuesta en tanto lo invitaba a pasar y daba media vuelta en busca de su abrigo.
La visión de la espalda abierta con tirantes cruzados a la altura de los omoplatos que se le presentó entonces lo dejó prendado de la tentadora piel que quedaba al descubierto antes de que fuera cubierta. Después, ambos salieron rumbo al vehículo de Roberto. Adriana caminaba como una diosa, al ritmo de la ondulación de la falda asimétrica en capas de su vestido junto a las doradas zapatillas abiertas de tacón que elevaban sus pies; verla resultaba una delicia.
Roberto se sentía verdaderamente afortunado de tenerla como acompañante. Sin embargo, una vez que abordaron el auto reflexionó en esa inexplicable falta de interés de su parte que lo intrigaba a la par que le enfadaba porque si algo tenía claro era que las mujeres no solían ser inmunes a sus encantos. Tampoco pensó que su encuentro hubiera sido tan terriblemente mediocre como para no desear repetirlo; ella lo disfrutó tanto como él así que menos entendía los motivos. Empero, no era momento para reclamos así que arrancó el motor y se puso en marcha hacia el lugar de la cita.
Arribaron a su destino cuando la mitad de los casi doscientos invitados ya estaban dentro y acomodados en sus respectivas mesas; la elegante decoración de estas y el ambiente iluminado con cálidas luces le daba un toque distinguido al salón del hotel en el que tuvo lugar. En la enorme entrada, los interceptó un joven parte del staff de los organizadores y en tanto Roberto le daba el nombre de la empresa que representaba, Adriana recordó porque la casualidad no dejaba de jugarle malas pasadas. A unos metros de frente, sus ojos se cruzaron con los del hombre que tan sorprendido como ella por encontrarla ahí, se deleitaba contemplando el contraste de su hermoso vestido negro con el claro de su piel.
Daniel tampoco pensó cruzarse en ese sitio a la mujer en la que había estado pensando con avivada insistencia, pero viéndola tan cerca no pudo evitar recorrer cada detalle de la magnífica vista que sin que lo esperara se le presentó. El peinado alto que recogía su cabello castaño hacía irresistible pensar en el largo y delgado cuello que en innumerables noches su boca recorrió plantando besos destinados a encenderle la piel. Sus labios rojos carmín también asaltaron su mente estimulada por aquel encuentro que de inmediato puso en ebullición todos sus sentidos.
Para Adriana el impacto no fue más llevadero, Daniel vestía un elegante traje gris que la hizo recordar pasados y mejores momentos a su lado que su cuerpo ingrato remembró enviando estímulos a cada rincón. Lo peor era que pese a todo, le seguía resultando tan avasalladoramente atractivo que sus ojos no pudieron rehuir el contacto hasta que lo vio avanzar en su dirección. Entonces, cayó en la cuenta de que no estaba solo, sino que lo acompañaba una hermosa y joven mujer de cabello teñido con un llamativo tinte rosa que combinaba con su sencillo, aunque no menos hermoso vestido.
Turbada por el descubrimiento, desvió la mirada hacia Roberto que en ese momento volvía a prestarle atención y que al verla tan incómoda buscó al causante para encontrarlo a pocos pasos de alcanzarlos. Pese a que el joven organizador les pedía acompañarlo, ambos se quedaron de una pieza hasta que Daniel y su acompañante llegaron a su lado.
—Buenas noches, Adriana.
El como de costumbre mesurado tono de Daniel le hizo pensar a Adriana que la única impactada con aquel encuentro era ella así que con el pecho contraído y el corazón trabajando al mil con cada respiro, lo miró con un marcado desdén que iba destinado a ocultar lo que en verdad le provocaba aquella cruel jugarreta del destino.
—Daniel —pronunció con el rostro rígido y el gesto contrariado.
—Buenas noches licenciado Quintero, no pensé encontrarlo aquí —agregó Roberto que notando la incomodidad de su acompañante intentó aligerar la tensión sobre ella.
El saludo captó la atención de Daniel apartándola de Adriana; el hombre que lo emitió logró despertar su curiosidad pues parecía conocerlo sin que él lograra recordarlo. Su mirada confundida lo observó por un instante.
—¿Nos conocemos? —emitió al fin extendiéndole la mano que Roberto estrechó.
—De Grupo Urriaga, tal vez no me recuerde. Mi nombre es Roberto Medina.
El nombre le resultó familiar a Daniel, pero entre la provocadora presencia de Adriana a escasos centímetros de él y saberla acompañada de otro hombre le resultaba difícil concentrarse lo suficiente para aclarar su memoria.
—Lo lamento, Roberto. Hace tiempo que dejé el corporativo.
—Lo sé, no se preocupe. De todos modos, me alegra saludarlo y ver que se encuentra bien —Roberto decía verdades a medias; realmente admiraba a Daniel, pero sabiendo su relación con Adriana y las circunstancias en las que abandonó el corporativo, lo que menos hubiera querido era tenerlo tan cerca.
—Te lo agradezco —a punto de finalizar el incómodo saludo, Daniel recordó que su acompañante seguía a su lado así que se dispuso a presentarla —Ella es la ingeniera Juliana Dávila, propietaria de la empresa donde laboro y una profesionista sumamente capaz.
Escucharlo fue como una bofetada para Adriana y con naciente encono se atrevió a dirigirle a la joven una mirada de cruel escrutinio que acrecentó el nerviosismo de esta ante la hostilidad que percibió. Si Yuly estaba ahí era solo porque su empresa iba a ser de las premiadas y Daniel la convenció de los beneficios de asistir, pero el ambiente le resultaba terriblemente agobiante. Poco acostumbrada a desenvolverse en un evento como ese, Yuly únicamente saludó tibiamente y sus ojos buscaron discretamente a su otro acompañante; el único que podía trasmitirle calma y seguridad.
—Eres muy bonita y joven —dijo Adriana con marcado despecho —Exactamente el tipo de mujer con la que a Daniel le entretiene trabajar —la maliciosa insinuación en la afirmación puso a todos incómodos.
Justo en ese momento, un apuesto joven se les unió y Yuly se aferró a su brazo; por su parte, el recién llegado la tomó de la mano con una cercanía que Adriana reconocía perfectamente. En un instante, la vergüenza y el arrepentimiento por sus pasadas palabras le subió a las mejillas.
—Él es el ingeniero Hugo Navarro, un colaborador de la empresa —dijo Daniel; la severidad que se apoderó de su rostro y voz hizo que Adriana no se atreviera a devolverle la mirada.
Luego de un rápido intercambio de presentaciones y saludos, Daniel se despidió de la pareja y se alejó junto a sus compañeros.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Roberto notando su palidez.
—Lo estoy, vayamos a nuestra mesa —mintió; la realidad era que se encontraba deseosa de que la tierra se la tragara ahí mismo.
¿Por qué no podía dejar de actuar como una estúpida con Daniel cerca? Se preguntó incontables veces durante el par de horas que siguieron. La respuesta era obvia, pero se negaba a aceptarla. Lo que sintió no pudieron ser celos, eso significaría que seguía dedicándole algo más que rabia y eso no podía ser cierto; no quería que lo fuera pues sería la mayor burla de su vida.
Intentando olvidarse de la presencia de Daniel en el mismo espacio que ella, tomó las suficientes copas de vino como para sentir el cuerpo laxo y los sentidos aletargados. En algún punto mientras Roberto sostenía una entretenida plática con el resto de los ocupantes de la mesa y que eran en su mayoría compañeros de trabajo de él, Adriana se levantó al baño.
Al salir de los sanitarios se observó en los amplios espejos empotrados en la pared del espacio entre estos y el resto del salón que brindaba cierta privacidad. De frente a su propia imagen no lograba reconocerse. Aceptar la invitación de Roberto le resultó una pésima idea sabiendo que era predecible la presencia de Daniel en ese lugar; lo peor fue descubrir la mezquina mujer en la que podía convertirse a causa de los sentimientos por él que se apoderaban de su voluntad al tenerlo cerca. Primero esa cruel cena a la que lo obligó a ir y que pese a todas las equivocaciones de él terminó haciéndola sentir miserable a ella, hasta las despreciables palabras dirigidas a una joven que ni conocía y que seguramente no las merecía porque nada tenía de la morena con la que lo vio aquel trágico día.
Con esfuerzo logró contener la humedad que clamaba por brotar de sus ojos enrojecidos y sacó de su bolso de noche el lápiz labial para retocar el color que entre sorbo y sorbo había dejado en cada copa. Al mirar nuevamente el espejo e inclinarse sobre este para comenzar su labor, se encontró con que ya no estaba sola; detrás de ella el reflejo de Daniel la hizo girar sobresaltada ante su cercanía.
—¿Qué haces aquí? —le cuestionó sintiendo que le dolía respirar a causa de la opresión que enseguida se apoderó de todo su pecho y que presionaba hasta sus costillas mientras que su corazón traicionero bombeaba frenéticamente.
—Sé que me odias por lo que crees que pasó y estoy dispuesto a recibir toda la rabia que quieras darme hasta que pueda mostrarte la verdad. Lo cierto es que la merezco por no darme cuenta antes —comenzó él obligándola a quedarse atenta a cada enigmática palabra que salía de su boca y a la cual su mente adormecida intentaba hallar significado —Lo que no te voy a permitir es que involucres a más personas en lo que solo nos concierne a nosotros —la advertencia trasmutó el asombro de Adriana en agresiva alerta —La joven que ofendiste con tu imprudente comentario no está en condiciones de recibir algo que iba contra mí ni tiene por qué hacerlo, así que te pido que si hay una próxima vez lo pienses bien antes de hablar tan ligeramente.
Tener que aclarar algo así mortificaba a Daniel porque únicamente alejaría más a Adriana y lo que más deseaba era que volviera a amarlo, pero eran esas situaciones las que el profesional que era no podía pasar por alto. La irritación que se apoderó de la faz de ella y el brillo furioso en sus ojos avellana le confirmó lo que temía, aunque nada lo preparó para el reproche que recibió a continuación.
—No me extraña de ti, Daniel. Tu trabajo y su gente siempre estuvieron por encima de mí en tus prioridades. —Estaba tan adormilada por el alcohol en su sangre que carecía del vigor necesario para pelear y solo dejó que un par de lágrimas escaparan de sus ojos formando húmedas líneas que atravesaron cada una de sus mejillas hasta perderse en la curva de su cuello. El gesto compungido que le dedicó y su voz a punto de quebrarse lo hizo languidecer —Nunca fui suficiente para merecer tu completa atención, solo me disté las sobras de tiempo y dedicación que te permitían ellos.
Por supuesto él alcanzó a imaginar que ella se sentía así, pero como nunca se lo dijo claramente le fue sencillo ignorarlo, atareado con mil asuntos en la vorágine de responsabilidades y deberes que debía atender en el día a día no tenía tiempo para reflexionarlo. Le resultó más fácil y cómodo negarse a la realidad mientras disfrutaba lo que Adriana le daba a manos llenas y que él trató de compensar con noches apasionadas y detalles esporádicos. Reconocer su egoísmo fue un golpe bajo que lo desmoralizó.
¿Con qué derecho le reclamaba algo a ella tan implacablemente cuando sus equivocaciones eran tantas? Pensarlo lo hizo enmudecer.
Incapaz de seguir enfrentándolo, Adriana se dispuso a irse. No obstante, el antebrazo de él contra su abdomen se interpuso en su camino cuando le pasaba al lado. Entonces sus miradas arrepentidas por el pasado y desbordadas de incertidumbre ante lo que les deparaban futuros cruces, se quedaron prendadas una de la otra hasta que la mano derecha de Daniel subió y le acunó el rostro limpiando con el pulgar los vestigios de las lágrimas que le brillaban en la piel. Esa misma mano rodeó hasta su nuca en tanto con la otra le sujetó la cintura para atraerla suavemente hacia él y dejar caer su boca sobre la de ella.
El agarre de Daniel que la envolvió era delicado, pero lo suficientemente firme para que una atribulada Adriana no pudiera escapar de él pese a que sus manos sobre el pecho contra el que era estrechada trataron de plantar resistencia. Sus ojos sorprendidos lo miraron un par de segundos hasta que la cadencia de su caricia la obligó a cerrarlos para concentrarse por completo en la lengua y labios que mimaban tiernamente los suyos pidiendo entrada.
Sintió como derramaba sin control otras lágrimas antes de abrir su boca y saborear la de él. Su olor, su sabor, su tacto, todo lo que Daniel desprendía electrizó sus sentidos despertando su vientre. Esa era la magia que tanto había extrañado y que en vano buscó desesperadamente en otros hombres intentando olvidarlo. Solo él la tenía y lo recordó cuando la apremiante necesidad de sentir más de su cercanía trasformó el tierno beso en apasionados arrebatos que les robaban el aire y aceleraban sus latidos. Ansiosa por sentir todavía más de él, sus manos se colaron bajo su saco y le rodearon la cintura atrayéndolo contra ella en tanto sentía la palma de él reconociendo la piel descubierta de su espalda y recorriéndola de arriba a abajo con calidez. Primero, su caricia fue dulce para luego tornarse apasionada hasta provocarle arquearse ante la excitante sensación.
Daniel compartía enteramente lo que Adriana estaba experimentando, sus sentidos embotados no reconocían ya más que el placer que aquel acercamiento le causaba. Si había algo capaz de enloquecerlo y hacerlo perder el control eso era el roce de la piel de Adriana contra la suya y el maravilloso sabor que lo alucinaba. La había extrañado tanto que en lo único que podía pensar era en quitarle el vestido que lo alteró apenas vérselo puesto; sus dedos impacientes comenzaron con voluntad propia a deslizarse bajo los bordes de la tela que dejaba su espalda desnuda y cubría lo demás. El deseo contenido por interminables noches se le desbordó dentro haciéndolo olvidar que se encontraban en un lugar público. Lo recordó intempestivamente cuando a sus oídos llegó el sonido de la conversación de dos mujeres saliendo de los sanitarios. La interrupción lo hizo volver en sí y con desgano sus labios fueron liberando de a poco el labio inferior de ella que habían atrapado hasta separarse completamente.
—Te voy a demostrar lo equivocada que estás, Adriana —susurró acunándole el rostro y con su frente contra la de ella, mientras su tibio aliento sobre la boca femenina la hacía desear todavía más de él.
Su mirada de pupilas dilatadas la contempló una última vez antes de despedirse y dar media vuelta para perderse al salir en el mar de gente y mesas que había afuera. Adriana se quedó petrificada en el mismo lugar y temblando ante la oleada de sensaciones que estaban haciendo presa de ella. Con cada palmo de su ser palpitando de excitación, se llevó la mano a la boca inflamada por el prolongado beso y revivió uno a uno los instantes que acababan de pasar.
Una vez más, Daniel y su magia estaban adueñándose de sus sentimientos y ella poco podía hacer por evitarlo.
NOTAS DE AUTORA:
Este es uno de los capítulos que más visualicé cuando comencé a imaginar la historia de Bajo las cenizas y que creo que representa su esencia, así que espero lo hayas disfrutado tanto como yo al escribirlo.
También pienso que hay pasiones de todo tipo, las hay como llamaradas que se extinguen rápidamente y por otro lado, existen las que tienen los elementos para trascender al tiempo y la distancia hasta lograr convertirse en algo más profundo y capaz de resurgir ante la menor provocación.
Ya se imaginan cuál es la que vive Adriana con cada uno de estos hombres....
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