
2. Los fantasmas del pasado
Salvador fue la segunda relación de Adriana en ese año y medio trascurrido desde que por fin los fantasmas de lo sucedido dos años atrás le permitieron respirar. Lo conoció en una exposición fotográfica a la que había sido invitada por un buen amigo del gremio y además de parecerle bastante agradable a la vista, fue ese detalle el que la convenció de aceptar su interés.
La nostalgia había jugado en su contra pues fue precisamente en un lugar similar donde el destino quiso cruzar su camino con el del hombre con el que compartió su vida durante un año entero de noviazgo y siete de matrimonio.
Adriana no entendía que le sucedía que parecía buscar repetir la amarga experiencia de una u otra forma con resultados agridulces en el mejor de los casos y directamente desagradables en el peor. Con Salvador había sido lo primero pues pese a portarse maravillosamente al principio, apenas logró llevarla a la cama se mostró tal cual era: un hombre poco comprometido que hacía el mínimo esfuerzo por seguir alimentando una relación en la que solo buscaba pasarla bien sin ser lo suficientemente honesto para expresarlo así.
A esa altura, estaba hastiada de más de lo mismo; con su primera relación sucedió algo todavía más decepcionante, tanto que ni siquiera quería recordarlo. El tipo en cuestión era tan amable y atento que pensó en darle una oportunidad. Para su fortuna, bastaron dos noches compartidas para darse cuenta de que ahí no tenía nada qué hacer.
Lo poco bueno que le había dejado su matrimonio eran altas expectativas acerca de lo que debía ser una relación sexual placentera, así que estaba poco dispuesta a aceptar a hombres a los que no les importaba el placer de su compañera y que solo buscaban el propio.
Recordar la frustrante experiencia hizo que fugazmente la asaltaran memorias de su vida compartida con el maldito que la había destrozado; sacudió su cabeza furiosa con ella misma, era inaceptable que cada vez que pensara en él algo dentro de ella comenzara a palpitar cuando lo único que le dedicaba era el más profundo desprecio. Quiso creer que lo que la aguijoneaba era únicamente el odio que le dedicaba; deseaba tanto poder olvidarse de él por completo.
—Te quedaste en blanco ¿No me vas a contar lo qué sucedió con Salvador? —La llamada de atención de Gaby la volvió al presente.
Claro que se había quedado en blanco, ese era precisamente el efecto que su exesposo tenía en ella.
—No hay mucho que contar. El imbécil ya no se esforzaba ni el mínimo para sostener una conversación, solo respondía mis mensajes y llamadas cuando quería coger —escupió con desdén.
—Bueno, pero al menos era bueno en la cama ¿no?
—Un ocho de diez, pero ¿Eso de qué sirve? Si me di la oportunidad de una relación supuestamente formal fue porque quería más, de lo contrario hubiera seguido buscando tipos llamativos para pasar una buena noche.
La expresión de su hermana divirtió tanto a Gaby que soltó una carcajada.
—A veces te envidio.
—¿Qué me tienes que envidiar? Ahora Salvador y antes Alonso. Ese fue el peor, no sabía distinguir a una mujer de carne y hueso de una muñeca inflable ¡Era asqueroso!
—Ah, pero ¿y qué de los otros con los que has salido?
—Pasamos un buen rato y ya, nada del otro mundo. Me cansé de besar sapos —resopló torciendo la boca —Al menos me hicieron darme cuenta de algo, entre más deslumbrantes se ven por fuera menos empeño ponen en quedar bien y más aburridos son.
—Comprendo, pero dime entonces ¿Cuál es tu tipo ideal? —Gaby se acercó a ella y le puso enfrente el vaso con agua de sandía que acababa de servirle.
Adriana dio un largo trago y lo pensó un rato, nunca se preguntó qué buscaba en un hombre.
En realidad, había comenzado esa costumbre de citas cuyo fin era enteramente pasarla bien solo como un pasatiempo y para olvidarse de la vida que dejó sin mirar atrás. No se arrepentía; aunque antes de su matrimonio había tenido un par de relaciones sentimentales, su experiencia con el sexo opuesto se reducía casi enteramente al tiempo que vivió con su esposo así que creyó oportuno conocer más para sentirse realmente una mujer experimentada.
También quiso probar por primera vez en su vida actuar sin pensar demasiado las cosas y disfrutando el momento sin preocuparse por el mañana; enfrentarse de frente con la propia muerte le dejó una sensación de desinhibición que a ratos la abrumaba, pero que ya era parte de ella.
Conocer hombres distintos era solo una faceta de su nueva yo que resultó divertida por un tiempo, pero luego de un año haciendo lo mismo comenzó a querer más sin que todavía hubiera logrado encontrarlo.
—No lo sé —suspiró largamente sosteniendo su rostro con la mano derecha que apoyaba por el codo sobre la barra; su hermana notó su mirada pérdida y sonrió, la enternecía verla con esa expresión taciturna —Alguien inteligente con quien pueda sostener una conversación por horas sin importar el tema, que me haga reír y se interese en lo que diga.
—Demasiado general, ¿qué hay de lo físico?
—Bueno, ya te dije que no me ha ido bien con los hombres demasiado guapos, son unos vanidosos. Solo quiero que me agrade verlo —Gaby entornó los ojos y la miró exigiéndole honestidad, a lo que ella respondió con un gesto de falsa indignación —¡Te juro que es cierto! Aunque no me molestaría que luciera impecable y para variar supiera cuidar de sí mismo; estoy harta de salir con inútiles que no saben ni planchar una camisa o combinar un buen atuendo. Ah, y lo más importante, que sea seguro de sí mismo sin ser arrogante. Algo extra sería que fuera un castaño interesante; con unos labios delgados pero atractivos que me hicieran desear besarlos sin límite de tiempo. Por lo demás, solo quiero poder perderme en sus ojos cada vez que me mire.
Al escucharla, Gaby carraspeó y se concentró en terminar de servir los chiles en nogada dando por terminado el tema. Al verla, Adriana la miró extrañada.
—¿No me vas a preguntar más? ¿Por qué me ignoras de repente?
—No te estoy ignorando —aclaró la aludida mirándola a los ojos dubitativa entre si compartir con ella lo que estaba pensando.
—¡Habla ya! ¿Qué fue lo que dije? —la apremió la otra bromeando con una gran sonrisa que Gaby sabía se apagaría cuando le dijera lo que pedía.
—Es que... —siguió dudando así que para darse valor se acercó a su hermana y se sentó al otro lado de la barra; nerviosamente miró a un lado y a otro antes de encararla —Lo poco que pides encaja con él. En realidad, es como si lo estuvieras describiendo sin querer.
Tal y como había temido, la sonrisa de Adriana desapareció y su rostro se ensombreció.
—¡No es cierto! ¿Por qué buscaría a alguien como él? ¿Acaso no sabes que lo detesto? Ni siquiera puedo pronunciar su nombre sin temblar de rabia —rugió furiosa.
—Y eso precisamente es lo que me preocupa ¿No crees que ha llegado la hora de buscarlo? Dime ¿Ya comenzaste a tramitar el divorcio?
—Lo haré pronto.
—Ady, no me gusta cómo te sigue afectando. Lo mejor sería que acabarás de una vez por todas con lo que los une de alguna forma. Dime ¿Por qué no quieres enfrentarlo?
—¡Para ahora mismo, Gabriela! —La advertencia de Adriana hizo que su sobrino se asomara a la cocina, alertado por el tono de su voz y el enfado que percibía en ella.
El pequeño las miraba sostenido en el marco de la entrada por su mano derecha mientras con la izquierda aferraba contra su pecho su juguete favorito, un avión rojo. Al ver la angustia en su gesto, Adriana palideció de vergüenza mientras que Gaby fue hasta él y se inclinó para estar a su nivel.
—¿Qué sucede corazón? ¿Necesitas algo? —le preguntó a su hijo solo para que este negara enérgicamente con la cabeza y volteara hacia su tía.
—Tía Ady ¿Estás enfadada con mi mamá?
—No, por supuesto que no. Solo hablábamos.
—¿Entonces puedo quedarme aquí? —el cuestionamiento infantil desarmó a las dos mujeres. Ambas asintieron y Leo fue a sentarse en la silla junto a su tía, esta lo ayudó a subir y volvió a sonreírle.
La comida trascurrió en un silencio que únicamente rompía algún comentario del niño o una observación superficial de cualquiera de las dos adultas junto a él.
Ocasionalmente, Gaby miraba de reojo a su hermana. La amaba mucho y por esa razón la quería ver recuperada. Cuatro años mayor, Adriana era su referente y confidente; la admiraba profundamente y ver que pese a que lo negara todavía luchaba con los fantasmas del pasado que la apresaban le producía un enorme pesar.
Ella era la única que conocía la historia completa, Adriana no le había querido contar a nadie más sobre lo que vio en la oficina del que fuera su esposo y que la hizo salir como desquiciada a conducir. Sus padres y hermano mayor, y todos los que estaban presentes cuando su madre recibió la llamada del accidente de Adriana ignoraban lo sucedido.
Sin embargo, nadie dudo en culpar a su esposo por esos trece días que Adriana duró en terapia intensiva y por la pérdida de su bebé. Él no había llegado a la cita y eso la hizo salir; era todo lo que necesitaban saber para que al menos su hermano mayor lo recibiera con agresivos cuestionamientos en el hospital que nadie tuvo el ánimo para frenar. Lo peor fue que una vez que despertó, la misma Adriana manifestó que no quería volver a verlo dándole a su familia una excusa para negarle estar a su lado. Él buscó acercarse durante el siguiente mes luego de que Adriana despertó, pero las rotundas negativas y la violencia cada vez más notable con que lo recibían en la casa de los padres de ella al final lo hizo desistir.
Desde entonces, nadie de la familia mencionaba el nombre del que consideraban la mayor desgracia de Adriana. Él murió ese día para ellos, pero no para Adriana; a Gaby le quedaba cada vez más claro. Así como un día la transformó el amor casi devoción que le profesaba, el odio que sentía en ese momento la seguía perturbando y trastocando su vida sin que ella supiera cómo ayudarla.
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