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Extra

Hola!!! Algunos de ustedes me habían pedido si podía hacer una segunda parte de este fanfic, pero por cuestiones de tiempo y facultad, me va a resultar imposible, además de que no quiero forzar más la historia. Pero me animé a hacer un pequeño capítulo extra (Erik para todos y todas) que espero les guste! (tenía una imagen que era muy Emilly y Erik, pero me robaron el celular y la perdí. These things do happen) -R


—No puedo creer que me hayas traído hasta aquí.

Puse los ojos en blanco y me abracé a mí misma en un intento de mantener el calor. Nueva York, en esta época del año, era más fría de lo que esperaba. Sin embargo, Erik permanecía con su camisa blanca perfectamente arremangada a la altura de los codos; en eso había consistido su atuendo desde que habíamos llegado a América: camisas negras o blancas y pantalones negros de vestir. No había conseguido que se probase los jeans.

Además, supongo que cuando uno vive años en un húmedo y helado sótano bajo tierra, comienza a acostumbrarse a la sensación.

—No vas a irte ahora. Tenemos una apuesta.

Erik suspiró y recorrió el lugar con la mirada, en un gesto que se había convertido casi en un movimiento inconsciente; a pesar de eso, nadie lo estaba mirando. Un hombre con máscara no era lo más raro que se podía encontrar en Nueva York.

Y menos si se encontraba en la calle de Broadway.

—Estoy seguro de que hiciste trampa. Así que, en teoría, no cuenta.

—Como tú digas—contesté, dando una mirada a mi reloj. Las tres y media—. Pero deberíamos ir entrando. Ya va siendo hora.

Erik, con cara de querer estar en cualquier lugar menos allí, me siguió mientras cruzaba la puerta del teatro. La apuesta había sido simple, en realidad: él me había asegurado que Madie, mi mejor amiga, no iba a creer todo lo que nos había ocurrido en París; que nos veríamos obligados a buscar otra explicación para la aparición del misterioso hombre enmascarado que lucía ligeramente parecido al Fantasma de la Ópera. Yo, por mi parte, había confiado en que Madie se fiaría de mi historia a la primera.

El abrazo de oso con el que la chica había aprisionado a un incómodo Erik durante quince minutos me había dado la victoria. Por supuesto que no le había mencionado que ella también amaba el libro.

—Estos carteles me ponen nervioso—comentó, pasando la mirada por las carteleras—. Debo admitir que resulta algo perturbador ver gente vestida como yo que te miran desde todos lados.

—Vamos, Erik, es sólo una audición. Lo harás de maravilla. Así que sé buen perdedor y pórtate bien mientras estemos aquí.

—Define "portarse bien" .

—¿En serio tengo que empezar a enumerar? —pregunté, luego de que un hombre nos indicara cómo llegar al escenario. Erik masculló algo que no me molesté en oír y ambos entramos en el teatro propiamente dicho, donde estaban las butacas y el escenario.

Los cuatro hombres sentados en la primera fila de asientos se levantaron en cuanto nos aproximamos a ellos. Algunos fruncieron el ceño al ver a Erik—su máscara y su manera de vestir lo hacían el perfecto personaje—pero no dijeron nada. Debían de estar acostumbrados a las excentricidades.

Los sujetos se presentaron como los jueces del casting, integrantes del equipo de sonido, actuación y música, y nos estrecharon las manos.

—Permítanme presentarles a la señorita Bogges, nuestra Christine Daaé—dijo el hombre que se había identificado como Paul, y del escenario bajó alguien de la que no me había percatado.

Por Dios, Emilly, respira. Respira.

—Sólo Sierra, por favor—corrigió la cantante, saludándonos a su vez.

Me fue imposible evitar hacer una comparación entre Sierra y la Christine autentica. Había una diferencia como de diez o doce años, para empezar. Además, el pelo de Christine era algo más claro, y su rostro tenía una expresión más infantil, más... inocente. Además, algo en la postura de Sierra denotaba confianza y seguridad, en contraste con la de la soprano más joven.

—Ella le ayudará con la prueba, ya que nos gustaría ver como se ven en conjunto en el escenario ¿De acuerdo? Ahora, si podemos empezar, el tiempo apremia.

Los hombres tomaron sus lugares y yo me ubiqué una fila por detrás, para dejarlos trabajar sin interferir. Sin darme cuenta, me estaba mordiendo las uñas. No sabía por qué estaba nerviosa; Erik lo haría a la perfección. Music of the Night estaba escrita para él. Además, me moría de ganas de escucharlo cantar; no había dejado que esté presente mientras ensayaba.

—Muy bien—comenzó Paul revisando su libreta—. Su nombre es...

—Erik—contestó. Su voz resonó por el escenario. Estaba hecho para estar arriba de él.

—Sabemos que quiere estar compenetrado con el personaje, señor—dijo un segundo hombre, con voz algo cansada—. Pero necesitamos llevar un registro de aquellos que se presentan al casting. Entonces, ¿su nombre?

Erik los miró con cara de hastío, como si no comprendiera por qué hacían una pregunta tan estúpida. Esperaba que eso no disparara su mal temperamento. Ambas partes se contemplaron durante varios segundos de silencio, en una competencia muda de miradas. Erik se relajó un poco, pero repuso con firmeza.

—Erik.

El tono de su voz no daba lugar a protestas. Paul suspiró, e hizo un gesto con la mano, dando a entender que después lidiarían con eso. Indicó al equipo de música que comenzaran con la canción, y se reclinó despreocupadamente en la silla, como quién está a punto de perder una preciosa parte de su tiempo en algo que no vale realmente la pena.

Bueno, no tardó en darse cuenta que estaba muy equivocado.

Apenas Erik comenzó a cantar, los hombres se irguieron, prestando atención. Sierra lo miró con ojos muy abiertos, pero intentó recomponerse. Yo debía de tener la misma cara de estúpida que los demás, porque, a pesar de conocerlo hace cuatro meses, todavía no podía acostumbrarme a escucharlo cantar. ¿Quién podría?

...and listen to the music of the night.

Sierra parecía haber olvidado su rutina, y tenía cara de todo menos de haber estado actuando. Sabía el efecto que la voz de Erik provocaba, y me puso un poco celosa el hecho de que ella era la que estaba en el escenario y no yo.

Así trascurrieron tres minutos en las que no pudimos hacer otra cosa que contener la respiración. La canción me llevó devuelta a París, a los sótanos de la Ópera Garnier, a una época que no era la nuestra. Podía ver con claridad el esplendor del teatro, percibir el calor de las velas, sentir el agua helada del lago a mí alrededor. Los susurros de un lugar tan lejano pero a su ver sumamente cercano parecían envolverme, trasportándome.

Pero luego la música acabó, y yo volví a la realidad.

No hubo aplausos. ¿Quién puede aplaudir cuando está tan atónito cuando lo estaban los hombres del casting? Erik buscó mis ojos, y yo le hice una señal con el pulgar para indicar que había salido a la perfección. Al ver que los individuos frente a él no se movían ni emitían palabras, se aclaró la garganta.

—¿Está el señor Webber aquí en Nueva York? —dijo finalmente Paul, dirigiéndose a su compañero, pero sin apartar la vista del escenario.

—Sí, pero...

—Llámalo.

—Paul...

—¡Sólo hazlo! —exclamó el hombre, y se puso de pie al tiempo en que Erik y Sierra bajaban del escenario. Yo me aproximé a ellos, para no perderme nada de lo que hablaran. El sujeto estrechó con fuerza su mano, felicitándolo—. Señor, de verdad le agradecería si pudiera darnos otra audición en unas horas. Sólo una pequeña muestra.

Erik pareció incómodo, cómo si no se hubiese imaginado lo que le pedirían.

—¿Emilly? —preguntó.

—Por mí no te preocupes—respondí, también con una sonrisa insegura—. Supongo que no nos hará nada quedarnos un poco más.

°°°

Nos habían dado un camerino para nosotros solos, para que nos acomodásemos mientras esperábamos. Era agradable, y nos habían dado algo para beber para que pasáramos el rato. Todos trataban a Erik como si fuera... Erik. Aunque todos estaban frenéticos con la audición, no podían dejar de lado el aparente temor que les producía.

Este, por su parte, se había dejado caer en el pequeño sillón de la habitación, mientras yo me dedicaba a tocar todo lo que estaba a mi alcance. Desde los pequeños objetos puestos en la mesa, hasta las fotografías pegadas en el espejo y el armario...

—Erik, tienes que ver esto—dije, abriendo sus puertas de par en par—. Al parecer estamos en el camerino del fantasma. O, bueno, tuyo. Olvídalo. Ya sabes a lo que me refiero.

Él se acercó por detrás de mí y yo tuve que contener una risa. El interior del armario estaba lleno de trajes, capas negras y algunas máscaras. Todo lo necesario para vestir al fantasma de la Ópera.

—Por fin algo de ropa de verdad—dijo, pasando la mano por la suave tela de las prendas.

—No vas a robarte la utilería—le advertí.

Erik no dijo nada, pero creí distinguir el fantasma de una sonrisa en su rastro.

—Estoy hablando en serio. Ni se te ocurra.

—Que aburrida que eres. Nadie se hubiese enterado—replicó, pero volvió a cerrar las puertas, justo al tiempo en que la del camerino se abría, y un rostro que conocía bien entraba en el lugar.

El señor Andrew Lloyd Webber observó con algo de sospecha a Erik, y ambos mantuvieron la mirada durante unos largos segundos. Nadie además de mí podría apreciar que épico que era este momento, al igual que cuando nos habíamos encontrado con Gastón Leroux en París. ¿Cómo reaccionaría Webber si supiera a quién tenía en frente?

Paul se encontraba detrás de él, con una libreta y un café caliente, y no dejaba de sonreír cómo si hubiese hecho el descubrimiento del siglo. Me daría pena decirle que sólo habíamos venido a la audición como una apuesta, y que nos iríamos de Nueva York cuando terminase el día.

—¿Puede dejarnos solos, Paul? —preguntó el señor Webber, con un marcado acento londinense.

—Pero...—el hombre suspiró—. Está bien. Lo esperó en la cabina de acústica.

Luego Webber dirigió su mirada hacia mí, interrogante.

—¿Podríamos hacer esto en privado? —preguntó, y yo me sentí ligeramente ofendida.

Erik se adelantó y se cruzó de brazos.

—Emilly es mi prometida. O se queda, o nos vamos.

Prometida.

El contacto del anillo con mi pecho, que colgaba de una delgada cadena, pareció confirmar sus palabras, a pesar de que era la primera vez de que se lo decíamos a alguien. No es que fuera un secreto, a decir verdad, pero después de varios meses, no podía acostumbrarme a la sensación que eso me producía.

La cosa había sucedido más o menos así: un día, un mes después de que hubiéramos regresado a América, había decidido pasarme por el departamento que Erik alquilaba a unas manzanas del mío. Algo modesto, pero moderno. Le había ido bien vendiendo algunos trabajos independientes al estudio de arquitectura que teníamos cerca, así como a la sinfónica de la ciudad.

Me sorprendí al escuchar voces dentro del departamento, y con extrañeza, busqué mi copia de llaves que tenía por emergencias. Al abrir la puerta, descubrí que mi hermana y Erik conversando en el pequeño sillón. Esta, al verme, no pudo contenerse y comenzó a reír, haciendo que Erik frunciera el ceño.

—¿Me estoy perdiendo de algo? —pregunté, con aire de sospecha.

—Mucha suerte, Emilly—comentó mi hermana, sin dejar de reír, mientras se levantaba y tomaba su cartera—. Por favor, cuéntame cómo sigue esto.

Y diciendo esto, aun con lágrimas en los ojos, cerró la puerta tras sí, dejándonos a Erik y a mí solos. Volteé para verlo, y pude ver el enfado reflejado en sus facciones. O, bueno, lo que la máscara me dejaba ver de sus facciones. Su rostro se relajó apenas se centró en mí.

—No entiendo que pasa—dije, señalando la puerta.

—Mi error. Nunca debí pedirle ayuda—masculló.

—¿Ayuda para... qué, exactamente? —pregunté, recorriendo el lugar con la mirada—. ¿No has vuelto a encender velas cerca del detector de humo, verdad?

—No.

—¿Extraviaste la tarjeta del subterráneo? ¿Olvidaste como prender tu teléfono? ¿La ducha...?

—No, Emilly, no—respondió, riendo. Pero luego cobró la apariencia de estar algo incómodo—. Es algo más...serio.

Lo vi buscar algo en sus bolsillos, y mi rostro se tornó blanco.

—Dime que no es una orden de la policía. Por favor, dime que no...

—¿Te casarías conmigo, Emilly?

Erik sostenía un pequeño pero delicado anillo, y por primera vez veía verdadera alegría en sus ojos. Tenían un brillo casi infantil. Mi mente tardó unos segundos en asimilar lo que me había preguntado.

¿Ca...sarnos?

Inevitablemente, tuve la misma reacción de Sophie. Me reí hasta que me quedé sin aire. Tal vez era mi manera de reaccionar cuando me ponían en estas situaciones, pero fue la reacción equivocada. Muy pronto vi en sus ojos y en la expresión de su rostro que lo había herido profundamente.

Erik cerró la mano donde tenía el anillo en un puño, y pude ver como ahora sus ojos ardían como el fuego.

—Si hubiese imaginado que no ibas tan en serio, ni me hubiese molestado en venir hasta aquí.

Me quedé atónita, dándome cuenta de mi error, mientras él entraba en su dormitorio y cerraba de un portazo la puerta detrás de sí. Ese ruido me hizo reaccionar, y corrí hacia allí.

—¡Erik, escúchame! ¡Deja que me explique! —intenté abrir la puerta, pero sin resultado—. ¡Ábreme, por favor!

Sólo obtuve silencio del otro lado, y comencé a desesperarme. ¿Y si, en un momento de despecho, cometía una estupidez? De repente, tuve una idea. Me saqué una de las hebillas invisibles del pelo, y la introduje en la cerradura.

La puerta respondió con un click.

Erik se encontraba sentado en la cama, con la vista fija en el anillo que tenía en la mano. Me partió el alma ver lo desolado que estaba, y saber que yo era la responsable de eso me mataba. Lentamente, me arrodillé frente a él, y tomé sus manos.

—Erik, mírame. No quise hacerte sentir así.

—¿Entonces qué es lo que te causó tanta gracia, a ti y a tu hermana? —inquirió, con su voz denotando enfado. Yo suspiré.

—Las cosas aquí no van... tan rápido. No en ese sentido, por lo menos. Creo que mis padres se podrían llegar a infartar si les dijera que nos vamos a casar a menos de dos meses de habernos conocido. En este tiempo, no se hace de esta manera.

—¿Ah, no? —preguntó, levantando sus ojos hacia mí, esperanzado—¿ Y si estuviésemos en mi tiempo? ¿Te casarías conmigo?

¿Que si me casaría? Dios, había amado a este hombre aun antes de conocerlo en persona. ¿Cómo no hacerlo después de todo lo que habíamos pasado justos? De repente, la idea de una vida sin él se me había vuelto insoportable.

Yo ya tenía mi respuesta.

—Sí, Erik. Si fuera por mí, me casaría ahora mismo—vi una sonrisa aparecer en su rostro, y yo también sonreí—. Pero en este momento necesito tiempo. Para hablar con mis padres, obtener mi título y para que organicemos nuestra vida. Sólo un año. ¿Me lo darás?

—Si tu respuesta es sí—dijo—tendrás todo el tiempo que necesites. Hay cosas que valen la espera.

Erik me ofreció otra vez el anillo, y yo lo tomé, sin darme cuenta que estaba llorando. Y deseé, con todas mis fuerzas, que ese año fuera el más corto de mi vida.

°°°

—Cómo desee, señor.

La voz de Webber me sacó de mis cavilaciones. Ambos nos sentamos en el pequeño sillón, y yo intenté ignorar el hecho de que tenía al mismísimo Andrew Lloyd Webber a menos de un metro de mí. Bueno, hablando en ese sentido, también tenía al mismísimo fantasma de la Ópera a menos de un metro frente a mí, así que podía darme completamente por satisfecha.

Webber encendió con el control un pequeño equipo de música en el que comenzaron a sonar las primeras notas de The Point of no Return. Así que el músico quería probarlo; no se conformaría con poco.

—Cuando quiera.

La reacción del compositor ante la voz de Erik fue la esperada, a decir verdad. No se lo había imaginado, pensé. No había tomado la palabra de sus hombres en serio. Lo deduje por el modo en que se había erguido en su lugar, y en la atención que le estaba prestando. En cuando la parte de Christine comenzó, paró la música y se puso de pie.

—¡Bravo! —exclamó, aplaudiendo—. ¡Estuvo de maravilla! Señor... Erik, ¿verdad? ¡Vaya coincidencia! Ni el mismo fantasma lo hubiera hecho mejor.

—Yo no estaría tan segura—susurré, y Erik negó con la cabeza, con una sonrisa.

—Podemos empezar esta semana, o la semana que viene, si le parece. Deje el alquiler a nuestra cuenta, y podrá...

—Un segundo, señor—lo frenó Erik—. Yo nunca le dije que aceptaría el trabajo.

Webber se frenó en seco, y lo miró con atención.

—¿Es que no se da cuenta de que lo que esto significaría para usted? —replicó, algo enfadado. Se ve que todos los músicos tenían mal genio— ¡Le abriría las puertas de par en par al mundo de la música!

—Ya lo sé—respondió, y pude percibir cierta tristeza en su voz. Un segundo... ¿desde cuándo Erik estaba interesado en hacer esto? ¿Acaso no había sido más que una apuesta? —. Pero no puedo.

—¡Claro que puede! ¡Le facilitaremos todos los medios!

—Es peor que discutir con Nadir—masculló Erik, y yo reprimí una carcajada.

—¿Disculpe?

—Olvídelo. Emilly, creo que deberíamos irnos—dijo, con una mirada que pedía socorro.

—Usted va a desaprovechar la oportunidad de su vida, Erik—la voz de Webber se había vuelto fría, y sus ojos, estudiosos—. Y lo sabe. Nada le está impidiendo tomar el lugar que le estoy ofreciendo.

Erik se volvió hacia el hombre, con los ojos encendidos. Oh, no, aquí vamos otra vez con los ataques de ira.

—¿Quiere saber qué es lo que me lo impide, Webber? —sonrió de una manera no tan agradable, y se retiró la máscara—¡Exactamente esto!

El rostro de Andrew Lloyd Webber se había vuelto blanco como el papel, y noté que sus manos temblaban.

—Es... imposible. Tú... él... son demasiadas coincidencias. Finalmente me estoy volviendo loco.

Y diciendo esto, el hombre perdió la conciencia.

Me pasé una mano por el rostro, suspirando.

—¿Era necesario el teatro, Erik? —pregunté, mientras ambos intentábamos acomodarlo en el sillón otra vez.

—Sabes que sí. ¿Ahora qué hacemos?

—Esperar a que despierte, supongo. No podemos dejarlo inconsciente, y si despierta y no nos ve, creerá que perdió la cabeza.

—No me extrañaría, en realidad. La música a veces tiene ese efecto—comentó, con la mirada fija en el compositor.

—¿Te gustó, verdad? —le pregunté, encontrando sus ojos.

—Yo... es extraño—Erik se dejó caer sobre una silla, y yo me senté a su lado—. Sobre el escenario sentí que podía ser completamente yo mismo, y eso solo lo consigo cuando estoy contigo, Emilly. Pero no tener que fingir... y la música. Fue hecha para mí.

—Estoy de acuerdo—coincidí con una sonrisa—. Entonces, ¿Por qué dudas?

—Por todo. ¿Qué sucederá cuando Webber despierte? ¿Todavía me querrá contratar después de...esto? —dijo, mostrándome su máscara.

—Si le contamos la verdad.

—No nos creerá.

—Permíteme dudar de eso—repuse, señalando al hombre inconsciente en el sillón.

—¿Y París? —preguntó, con la mirada perdida.

—París no se irá a ningún lado. Tampoco la Ópera. Es más, Andrew Lloyd Webber te podría abrir con facilidad sus puertas.

—¿Y qué pasa contigo, Emilly?

—Pensé que había quedado claro que te seguiré a donde vayas—respondí con suavidad, acariciando su mejilla con mi mano—. Cómo tú lo hiciste conmigo. ¿Te parece bien?

—Me parece perfecto—contestó con una sonrisa, besando mi mano, y ambos nos sobresaltamos cuando sentimos que Webber se movía.

—Yo diría que primero nos concentremos en que a Webber no le dé una arritmia, y luego seguimos con lo demás.

—También me parece bien—respondió, volviéndose a colocar su máscara.

Intenté imaginarme cómo sería nuestra vida a partir de ahora. Deberíamos buscar un pseudónimo, eso estaba claro. Habría que mantener a las fans a raya. Y debía prepararme para horas y horas de música y ensayos. Creo que podía acostumbrarme a eso.

—Y si las cosas no salen bien—comenté, siguiendo el hilo de mi pensamiento—siempre podemos presentarnos para Los Miserables.

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