Capítulo Trece
Sentí que alguien gritaba mi nombre, una y otra vez. Tenía los oídos tapados y un dolor de cabeza impresionante. Estaba acostada sobre una superficie de piedra, todos mis huesos helándose.
Abrí los ojos lentamente, pero eso no impidió que un súbito mareo se apoderara de mí y me obligase a expulsar toda el agua que había en mi interior, dejándome exhausta.
¿Qué demonios había pasado?
—¡Gracias a Dios!—dijo una voz mientras me abrazaba con fuerza.
—¿Sophie?
—¡Casi me matas del susto!—exclamó mi hermana, todavía sin desprenderse de mí—. Estuviste inconsciente casi diez minutos. ¡Pensé que te había sucedido algo grave!
¿Qué, exactamente, había sucedido? Apoyé mi cabeza entre las piernas, intentando que mi mente se dignara a reaccionar. ¿Había caído al agua? Imágenes fugases, que no entendía, pasaron delante de mis ojos. Música que no conocía llenaba mis oídos. Sensaciones que nunca había experimentado en mi vida llenaron mi cuerpo y me golpearon como una ola, dejándome sin aliento. Yo cerré los ojos, confundida.
Y luego todo cobró sentido. Todo volvió a mi mente con una velocidad asombrosa.
Ahogué un grito con mi mano, poniéndome de pie.
—¡Erik!—grité, recorriendo el lugar con la mirada. La única luz provenía del celular de Sophie—¡Erik, por favor! ¡No es el momento para esconderse!
Me interné devuelta en el agua, desesperada, pero Sophia me agarró del brazo.
—¿Emilly, que te sucede?—preguntó, asustada.
—¡Debes marcharte, Sophie! ¡Él no saldrá si hay alguien más!
—Por favor, ¡me estás asustando!
—Yo... él... se supone que íbamos a volver juntos—murmuré, con un nudo en la garganta.
—¿Volver de... donde?—quiso Sophia extrañada—Em, no te fuiste a ningún lado.
—¡Claro que sí!—dije, aunque me odié por empezar a dudar.
—Emilly, necesitas ver a un doctor.
Negué con la cabeza, todavía negándome a creerlo. No podía haber sido sólo una alucinación. No podía haber sido un producto de mi imaginación; se había sentido tan real. Y, sin embargo, ahora que miraba hacia atrás, los recuerdos parecían ser cada vez más y más distantes, más pertenecientes a un sueño que a la realidad.
—Vamos, Em, no llores. Tenemos que volver antes de que papá y mamá tengan un infarto—apremió Sophie, preocupada.
Yo asentí, porque no podía hablar.
Nada de lo que recordaba había ocurrido en realidad.
Y yo quería morirme allí mismo.
°°°
—¡En qué estaban pensando, ustedes dos!—exclamó mamá, roja de enfado.
Los cuatro estábamos sentados en el pequeño living de la habitación del hotel que habíamos alquilado, a sólo unas cuadras de la Ópera Garnier. Lo que antes me había parecido lo mejor del mundo, ahora parecía una broma de mal gusto. Ese edificio sólo me recordaba algo que nunca había ocurrido y no ocurriría jamás.
Mi papá la tomó de la mano, intentando relajarla. Claro que él también había montado un buen espectáculo cuando nos había visto llegar, yo empapada de pies a cabeza y con los ojos irritados.
—Su mamá tiene razón, chicas. Ya no son unas niñas para que nosotros les recordemos qué es peligroso y qué no.
Yo vagamente prestaba atención. Mi mente se encontraba muy, muy lejos de allí. No recuerdo que más dijeron, sólo tengo una vaga memoria de mí pidiendo irme a la cama. No sólo estaba mentalmente agotada, sino también físicamente; era como si me hubiesen drenado toda la energía del cuerpo.
Y así me encontraba, en la cama mirando al techo, cuando mamá pidió permiso para entrar. No había querido probar nada en la cena, ya que simplemente no me encontraba con ánimos para comer. Había guardado en lo más profundo de mi bolso el libro de Leroux, y no lo había abierto bajo ningún término. Ahora sólo quería que me dejen sola.
—¿Puedo pasar?
—Adelante—murmuré, pero ella ya había entrado de todos modos. Típico de las madres. Se sentó en la cama, y me miró, preocupada.
—¿Pasó algo ahí abajo?—preguntó, y yo volví mis ojos hacia ella.
—¿Cómo sabes que pasó algo?—inquirí.
—Porque te conozco desde que naciste, y sé cuándo algo pasa.
Yo suspiré, y negué con la cabeza. De ningún modo iba a decirle lo que había pasado. No iba a soportarlo.
—¿Cómo haces si no puedes confiar en tu mente nunca más?—pregunté, en cambio.
—Entonces busca alguien más en quien confiar—dijo simplemente, y se levantó—. Te guardamos algo de comida, si te da hambre después.
—Gracias.
Cuando cerró la puerta detrás de ella, yo volví a cerrar los ojos, rogando que el sueño me venciera para poder escapar de mis pensamientos de una vez por todas. Comencé a desesperarme; sino podría confiar en mi mente, ¿en quién lo haría? Mi corazón no hacía más que engañarme de la manera más cruel y despiadada, insistiendo en que lo que sentía no podía ser considerado falso.
The heart never lies...
Belie what it feels
and trust what it shows...
Deberían condenar a Andrew Lloyd Webber a prisión por vender semejantes mentiras.
°°°
La noche se me hizo eterna. Me despertaba cada hora, y cuando lograba dormir, me asaltaban las pesadillas. No podía recordarlas, pero me levantaba con el sabor del miedo en mi boca y la sensación de desconcierto que las caracterizaba.
A la mañana siguiente, Sophie entró al cuarto, con una bandeja de desayuno.
—No tengo hambre—me excusé, sin siguiera levantarme.
—No me importa, tienes que comer algo—dijo con firmeza, y yo me senté, resignada. Ella se sentó frente a mí. Todavía me sorprendía que, siendo tan diferentes, pudiéramos ser hermanas. No sólo en lo físico (su pelo rubio contrastaba con mi pelo castaño, por ejemplo) sino en general; ella era la madura, la racional, a pesar de que yo le llevaba unos cuantos años—. No me gusta verte así, Em. Sabes que puedes contarme lo que quieras.
Durante unos segundos estuve tentada a decirle todo, pero luego rechacé la idea. No iba a creerme. Y si me creía, no iba a poder hacer nada al respecto. Así que, ¿para qué afligirme más de lo que ya estaba?
Tomé una tostada bajo su atenta mirada. Iba a tener que comer si no quería morir de hambre.
Me sobresalté cuando Sophie ahogó una exclamación.
—¿Qué te pasó en la mano?—preguntó, sus ojos fijos en mi mano derecha.
—¿Mi mano? Ah, esto; me quemé. Luce feo, pero ya no duele. Erik me...—mis ojos se abrieron de par en par, y miré atónita mi mano lastimada. Efectivamente, había signos de una quemadura, lo que sólo podía significar que...
—¿Quién es Erik?—quiso saber Sophie, extrañada.
Salté de mi cama justo cuando la voz de papá llegaba desde el living.
—Emilly, ven a ver. Tal vez te interese.
Ambas salimos al living, donde él estaba viendo la televisión. Era algún tipo de noticiero. Pero lo que más me llamó la atención fue que mostraban a la ópera Garnier.
—¿Qué dice, Sophie?—pregunté, ansiosa. Frunció el ceño, concentrándose en la traducción.
—Parece que encontraron a un tipo que se está haciendo pasar por el Fantasma de la Ópera, o algo así. Dicen que apareció de la nada en uno de los halls. Y algo sobre una bolsa de papel—dijo, confundida.
—¿Ese no es libro que te gusta tanto, Emilly?—preguntó mamá, llegando hasta donde nos encontrábamos—. ¿Pasa algo?
Yo no la escuchaba. Temblaba de pies a cabeza. Dios sabe que nunca me cambié más rápido en mi vida, y en menos de tres minutos me encontré saliendo por la puerta de entrada.
—¿A dónde vas?—la voz de Sophie sonó preocupada.
—¡A la Ópera!—contesté, bajando las escaleras lo más rápido posible. El ascensor era muy lento en este momento.
—¡Emilly!—escuché que gritaba detrás de mí.
'y_f
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro