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37.




—Es increíble cómo puede quedarse dormido tan rápido —murmuró Julieta con una sonrisa, mientras sus dedos acariciaban suavemente la cabeza de Matt, acurrucado contra el pecho de Pablo.

Pablo observaba al pequeño con una mezcla de ternura y asombro, como si cada respiración y gesto del niño fueran un milagro. Sin apartar la vista, inclinó la cabeza hacia Julieta y dejó un beso suave en su mejilla.

—Repentina mi duda pero, ¿Cuándo se casarán por religión? —interrumpió Betty, con una sonrisa maliciosa al notar el gesto.

Julieta levantó la mirada, sorprendida, mientras Pablo reía suavemente.

—Estamos en eso... —dijo Julieta, mordiéndose el labio con algo de nerviosismo—. La verdad es que estamos buscando un lugar, pero ninguno nos convence del todo.

—Ah, pero eso tiene solución. —Lorenzo, siempre oportuno, se acomodó en su asiento y sacó el teléfono—. ¿Han oído hablar de la Villa del Balbianello, en Lenno?

Los dos negaron con la cabeza, mientras Lorenzo buscaba imágenes en su teléfono.

—Miren esto —dijo, girando la pantalla hacia ellos.

Julieta y Pablo se inclinaron para mirar. En la pantalla se veía un lugar de ensueño: una villa elegante junto al Lago de Como, rodeada de jardines impecables y con una vista que parecía sacada de una postal.

—Es... impresionante. —susurró Julieta, maravillada.

—Es perfecto. —añadió Pablo, sin quitar la vista de la imagen.

Lorenzo sonrió, satisfecho con su elección.

—¿Y qué tal si vamos mañana? Así pueden verlo en persona y decidir si les gusta tanto como en las fotos.

—Un momento, un momento. —interrumpió Gavi, levantando una mano—. Mañana vamos al hospital con los niños, no se olviden.

—Cierto —dijo Pablo, mientras se acomoda un poco el cabello. 

— Entonces vamos pasado mañana. ¿Qué les parece?—propone el rubio de Lorenzo.

Julieta y Pablo se miraron y asintieron al unísono.

—Nos parece perfecto —respondió Pablo.

—Ya me imagino esa boda. —intervino Balde con una sonrisa soñadora—. Será la más romántica del año.

—Romántica, sí, pero yo solo espero que el menú no decepcione. —bromeó Gavi—. Porque ya saben, para una buena boda, lo importante es la comida.

—Ah, claro, porque tú vas a estar más pendiente del jamón que de los novios. —dijo Betty, riendo.

—Bueno, alguien tiene que priorizar. —respondió Gavi con una expresión seria, arrancando risas a todos.

—Yo digo que el pequeño Matt será el centro de atención. —añadió Balde, mirando a Matt—. Seguro será el invitado más fotografiado.

—Ni lo duden —dijo Julieta, riendo mientras miraba a Matt, que seguía profundamente dormido.

En medio de las risas y comentarios, Julieta y Pablo intercambiaron una mirada cargada de complicidad. Rodeados de amigos y con tantos planes por delante, sintieron que todo estaba exactamente como debía estar.

...............

El grupo de futbolistas ingresó al hospital con rostros amables y llenos de entusiasmo, liderados por Gavi, quien llevaba un balón en las manos como si estuviera listo para comenzar un partido en cualquier momento. A su lado, Pablo Torre y Pedri hablaban en voz baja, mientras Balde y Lamine intercambiaban bromas que arrancaban sonrisas a los demás. Fermín, algo más tranquilo, caminaba junto a Iñaki Peña y Araujo, mientras Ter Stegen y Frenkie observaban el lugar con genuino interés.

A unos metros de distancia, Noah, Julieta tomando de la mano a Matt, y Betty ingresaban también al hospital. El pequeño Matt, con sus ojos curiosos, miraba a su alrededor interesado por el lugar.

Al cruzar las puertas principales, un grupo de niños y adolescentes, pacientes del hospital, estalló en emoción. Sus rostros se iluminaron al reconocer a los futbolistas del Barça. Los saludos y abrazos no se hicieron esperar, y cada jugador fue rodeado por pequeños brazos y sonrisas brillantes. Los futbolistas, con la naturalidad que los caracterizaba, comenzaron a interactuar con los niños, firmando autógrafos, posando para fotos y jugando con ellos en el área común habilitada para la visita.

Noah, que observaba todo desde una esquina, no pudo evitar que su atención se centrara en Fermín. Él estaba agachado frente a una niña de cabello corto y ojos brillantes, quien le extendía tímidamente una pequeña carta. Fermín la tomó con cuidado, como si fuera un tesoro, y al abrirla, descubrió un dibujo hecho por la niña: él jugando al fútbol, con un gran sol y un arcoíris de fondo.

—¡Esto es increíble! Muchas gracias, princesa. —le dijo Fermín, con una sonrisa cálida mientras la abrazaba con ternura.

La niña se aferró a él por un instante, antes de separarse y sonreírle con timidez. Fermín se puso de pie, todavía sosteniendo el dibujo, y al girar la cabeza, encontró a Noah mirándolo. Ella tenía esa expresión tierna y nostálgica que siempre le hacía sentir que todo en el mundo estaba bien.

—¿Todo bien? —preguntó Fermín, con una sonrisa suave, mientras se acercaba a ella.

Noah asintió y, con un destello de emoción en sus ojos.

—Si así eres con los pequeños, no me quiero imaginar cómo tratarás a nuestro bebé...

La voz de Noah era apenas un susurro, pero las palabras cargaban un peso de amor y esperanza que calaron en el corazón de Fermín. Sin pensarlo dos veces, la abrazó, rodeándola con sus brazos como si quisiera protegerla del mundo entero.

—Te prometo que seré un padre responsable y presente. —dijo con firmeza, dejando un suave beso en la frente de Noah antes de soltarla lo suficiente para mirarla a los ojos.

Ella sonrió, y Fermín, con su característico optimismo, la animó con un abrazo por los hombros, guiándola hacia el grupo de niños.

Ambos comenzaron a interactuar con los pequeños. Noah charlaba con una niña que no dejaba de hacerle preguntas sobre su embarazo, mientras Fermín corría detrás de un grupo de niños que insistían en que jugara fútbol con ellos. 

Un pequeño balón apareció de repente, y Fermín, riendo, lo pateó suavemente hacia un niño que intentaba bloquearlo con todas sus fuerzas. Noah no tardó en unirse, pateando el balón hacia Fermín con una precisión que lo hizo alzar una ceja en desafío.

—Vaya, señora, ¿está segura de que no quiere unirse al equipo? —bromeó Fermín, recibiendo el balón y pasando a un niño que se unió al juego.

—Tal vez en mi próxima vida. —respondió Noah con una sonrisa, mientras animaba a los pequeños que jugaban con entusiasmo.

En un rincón iluminado de la sala, Matt, con su semblante sereno y concentrado, había desplegado un set de legos sobre una mesa pequeña, invitando a los niños a unirse. A pesar de que algunos se mostraban tímidos al principio, su entusiasmo contagioso pronto los conquistó.

—¡Vengan! Podemos construir una ciudad completa si trabajamos juntos. —dijo con la confianza de alguien que lidera un proyecto importante.

Uno de los niños, de unos siete años, se sentó a su lado, observando las piezas con curiosidad.

—¿Y qué vamos a construir? —preguntó el pequeño con voz baja.

Matt lo miró con una sonrisa alentadora.

—Bueno, podríamos empezar con un estadio. Mi papá dice que no hay nada mejor que un estadio lleno de fans apoyando a su equipo. ¿Te imaginas cómo sería eso?

El niño asintió con entusiasmo, comenzando a encajar piezas mientras Matt seguía hablando.

—Mi papá es mediocampista, ¿sabes? Eso significa que siempre tiene que estar en el lugar correcto para ayudar a su equipo. Es como construir esto: cada pieza tiene que estar en el lugar correcto para que todo funcione. —explicó mientras colocaba una pequeña puerta en lo que parecía ser una entrada principal.

Otro niño, con una gorra que cubría su cabeza calva, se acercó, curioso.

—¿Tu papá juega al fútbol?

Matt asintió con orgullo.

—Sí, y es muy bueno. Siempre me dice que lo más importante es trabajar en equipo, porque nadie gana solo. Aunque, para ser sincero, creo que mi mamá es el verdadero cerebro de nuestra familia. —agregó con una sonrisa traviesa, arrancando risas de los niños.

Mientras seguían construyendo, uno de los pequeños mencionó, casi casualmente:

—A veces no puedo jugar mucho porque me canso rápido.

Matt detuvo lo que hacía y lo miró con seriedad, como si estuviera procesando información crucial.

—¿Por qué te cansas rápido? —preguntó con genuino interés.

—Es por mi enfermedad. Tengo que hacer muchas visitas al doctor. —respondió el niño, encogiendo un poco los hombros.

Matt, lejos de reaccionar con incomodidad, frunció el ceño como si estuviera intentando descifrar un rompecabezas.

—Eso suena difícil. Pero ¿sabes qué? Creo que eres muy valiente. Yo me asustaría si tuviera que ir al doctor tantas veces.

El niño sonrió tímidamente, y otro pequeño intervino.

—¿Tu papá también es valiente?

Matt asintió rápidamente, volviendo a su tono de pequeño adulto.

—Claro que sí. Pero dice que ser valiente no significa no tener miedo, sino seguir adelante aunque lo tengas. Como ustedes. —dijo, señalándolos a ambos con una sonrisa genuina.

En ese momento, una niña que había estado observando desde la distancia se acercó con una torre de piezas que parecía a punto de desmoronarse.

—Mira lo que hice. —dijo con orgullo, sosteniendo la estructura tambaleante.

Matt la observó con ojos críticos pero amables, como si fuera un arquitecto inspeccionando un proyecto importante.

—Es increíble. Pero creo que necesita una base más fuerte para no caerse. —sugirió, mostrándole cómo reforzar la estructura.

Mientras trabajaban juntos, los niños comenzaron a relajarse y a hablar más. Le contaron a Matt sobre sus juegos favoritos, sus sueños y, en algunos casos, sus luchas con la enfermedad. Matt los escuchaba atentamente, asintiendo como si cada palabra fuera vital.

—Entonces, ¿te tienen que poner medicinas a través de esas máquinas? —preguntó, señalando una bomba de infusión cercana.

—Sí, es como... como si me dieran superpoderes. —respondió un niño con una sonrisa tímida.

Matt asintió, adoptando un aire reflexivo.

—Eso tiene sentido. Mi papá siempre dice que a veces necesitas ayuda extra para dar lo mejor de ti. Creo que esas máquinas son como un entrenador personal para tu cuerpo.

Los niños rieron ante su comparación, y uno de ellos exclamó:

—¡Entonces somos como súper jugadores en recuperación!

—Exacto. —dijo Matt, alzando una pieza de lego como si fuera un trofeo. —Y cuando salgamos de aquí, seremos los campeones del mundo.

La risa llenó el espacio, y Julieta, que observaba desde la distancia, no pudo evitar sentirse orgullosa al ver cómo el pequeño no solo jugaba, sino que también lograba que los niños se sintieran especiales y comprendidos. Matt, con su madurez inusual y su bondad natural, estaba construyendo algo mucho más grande que un simple estadio de lego: estaba construyendo esperanza en cada pequeño corazón.

Mientras tanto, no muy lejos de allí, Pablo estaba inclinado al nivel de dos pequeños que no dejaban de hacerle preguntas sobre fútbol.

—¿Cómo puedo ser un buen mediocampista como tú? —preguntó uno de ellos con ojos llenos de admiración.

Pablo sonrió, paciente, y comenzó a explicar.

—Lo más importante es aprender a observar el campo. Tienes que saber dónde están tus compañeros y anticiparte a lo que harán tus rivales. Y, claro, practicar mucho el pase, porque un buen mediocampista siempre está buscando conectar el equipo.

Los niños lo miraban como si les estuviera revelando los secretos del universo. De repente, una pequeña de apenas tres años, con coletas que se movían al compás de su andar tambaleante, se acercó corriendo y se abrazó a una de las piernas de Pablo.

—¡Hola, pequeñita! —dijo Pablo sorprendido, inclinándose para cargarla en brazos. La niña se acomodó en su pecho y lo miró con una gran sonrisa.

—Tienes unas coletas preciosas. —le dijo mientras tocaba con delicadeza los pequeños mechones de cabello recogidos con ligas de colores.

La niña rió con una dulzura que derretiría cualquier corazón y se aferró a él con fuerza, como si no quisiera soltarlo nunca. Julieta, que había estado observando todo desde unos metros de distancia, se acercó conmovida.

—Hola, preciosa. —le dijo Julieta a la niña, que se escondió un poco en el cuello de Pablo.

—Se llama Anne. —comentó una de las enfermeras que estaba cerca, con una sonrisa cálida. —Es una pequeña muy especial. Por lo general, es muy reservada y no se acerca a cualquiera. Es raro verla tan cariñosa.

Pablo y Julieta se miraron, comprendiendo en silencio la conexión que sentían con aquella niña.

—¿Tiene padrinos? —preguntó Pablo, aún sosteniéndola en brazos.

La enfermera negó con la cabeza.

—No, su mamá es madre soltera y no ha tenido oportunidad de buscar padrinos para ella.

Pablo y Julieta intercambiaron una mirada que no necesitó palabras. Ambos asintieron al unísono, como si supieran exactamente lo que debían hacer.

—Nos encantaría ser sus padrinos. —dijeron al mismo tiempo, casi con una risa cómplice.

La enfermera, visiblemente emocionada, agradeció la generosidad de la pareja y les aseguró que organizaría una reunión con la madre de Anne para formalizar todo.

En otra esquina de la sala, Iñaki Peña se encontraba sentado en una pequeña silla rodeado de niños, con una caja de colores y hojas de papel esparcidas por la mesa. El ambiente estaba lleno de risas suaves y el sonido de crayones deslizándose sobre el papel. Matt, con su energía inagotable, se acercó con una hoja en la mano.

—Amigo Iñaki, quiero colorear este dragón. ¿Puedo sentarme contigo? —preguntó, alzando la hoja con entusiasmo.

Iñaki lo miró con una sonrisa amplia y extendió los brazos.

—¡Por supuesto, campeón! Ven aquí, tenemos un espacio VIP para artistas como tú. —bromeó mientras levantaba a Matt y lo colocaba en sus piernas.

Los otros niños rieron al ver a Matt acomodarse como si fuera el rey de la mesa. Uno de ellos, un niño con gafas grandes, señaló el dibujo del dragón.

—¿Vas a usar colores normales o lo vas a hacer de arcoíris?

Matt frunció el ceño como si estuviera tomando una decisión crucial.

—Hmm... yo creo que un dragón arcoíris sería genial, porque nadie espera un dragón con tantos colores. Es como mi papá, que siempre sorprende con sus pases. —dijo mientras comenzaba a colorear con un crayón verde brillante.

Iñaki se rió, tomando un crayón azul para unirse al grupo.

—Claro, porque si tu papá fuera un dragón, seguro sería el mediocampista más rápido del reino. —añadió, arrancando risas de los niños.

Una niña, con una sonrisa pícara, decidió preguntar.

—¿Y tú qué serías, Iñaki?

Iñaki fingió pensar, llevándose una mano al mentón.

—Yo sería... ¡el dragón portero, claro! Ningún caballero podría robarme el oro.

Matt, sin levantar la vista de su dragón, intervino con su característico tono de pequeño adulto.

— Iñaki, no sé si serías buen dragón portero, porque en el juego de la pecera siempre pierdes.

La sala estalló en carcajadas, y Iñaki alzó las manos, fingiendo rendirse.

—¡Ah, no puede ser! Matt, no tienes que contar mis secretos frente a mi público. —dijo con una risa entre dientes mientras los niños seguían riendo.

Uno de los pequeños, intrigado, inquirió.

—¿Qué es el juego de la pecera?

Matt, emocionado, explicó con gestos animados.

—Es un juego en el que eres un pez pequeño y tienes que comerte a los peces más pequeños para crecer. Pero si te topas con un pez más grande, te come. Peña siempre se olvida de esquivar a los peces grandes. —dijo, agitando las manos para dramatizar la situación.

Los niños volvieron a reír, y una niña añadió.

—¡Entonces tú eres el pez más lento, Iñaki!

Iñaki puso una mano en el pecho, fingiendo estar ofendido.

—¡Eso no es verdad! Soy un pez estratégico... aunque, bueno, a veces la estrategia no funciona. —dijo con una sonrisa cómplice, lo que arrancó más risas.

Aprovechando el buen ánimo, Iñaki comenzó a colorear junto a ellos, haciendo comentarios divertidos sobre los dibujos de los niños.

—¡Mira esto! Este dragón parece que comió demasiadas zanahorias, está todo anaranjado. ¿Qué opinas, Matt?

Matt miró el dibujo y negó con la cabeza.

—Yo creo que está practicando para Halloween. ¿Tú crees que los dragones celebran Halloween,  Iñaki?

Iñaki fingió reflexionar.

—Por supuesto que sí. ¿Quién más podría encender todas las calabazas?

Las carcajadas llenaron el espacio una vez más, y Julieta, que observaba desde la distancia, sonrió al ver cómo Iñaki lograba mantener a los niños entretenidos y felices. Entre bromas, colores y risas, Matt seguía demostrando que no solo era el alma de la fiesta, sino también un niño lleno de creatividad y corazón, capaz de sacar lo mejor de los demás, especialmente de su querido amigo Iñaki.

—Mira eso. —dijo Julieta en voz baja, apoyándose en el hombro de Pablo. Pablo sonrió, maravillado por la bondad y empatía de su ahijado.

Mientras Pablo seguía abrazando a Anne, la pequeña de coletas y ojos brillantes que no parecía querer separarse de él, su mirada se suavizó, casi como si todo el bullicio del hospital desapareciera por un momento. Anne, acurrucada contra su pecho, jugaba con los cordones de su sudadera, ajena al nudo de emociones que comenzaba a formarse en el corazón de Pablo.

Julieta, observándolo de cerca, con una sonrisa tierna, tocando suavemente el cabello de la niña.

—Es una preciosidad, ¿verdad? —comentó Julieta con cariño, mirando cómo Anne reía mientras Pablo hacía un pequeño gesto de cosquillas en su cuello.

Pablo asintió, su sonrisa se volvió más introspectiva mientras acomodaba mejor a la pequeña en sus brazos.

—Sí, es perfecta. —dijo en un susurro, como si estuviera compartiendo un pensamiento demasiado grande para decirlo en voz alta.

Julieta inclinó la cabeza, estudiándolo. Había algo en la forma en que Pablo miraba a Anne, algo más profundo, más anhelante.

—¿En qué estás pensando? —preguntó suavemente.

Pablo levantó la mirada hacia ella, sus ojos llenos de ternura y un poco de vulnerabilidad.

—En que me encantaría tener una niña. —confesó, su voz baja pero cargada de sinceridad. Sus manos acariciaban con delicadeza el cabello de Anne, como si ya estuviera practicando ser el padre que quería ser.

Julieta se sorprendió, aunque no del todo. Sabía que Pablo era un hombre de familia, dedicado y con un corazón enorme, pero la intensidad de su deseo la conmovió profundamente.

—¿Una princesa Torre? —bromeó Julieta, aunque su tono estaba lleno de calidez.

Pablo dejó escapar una risa suave, pero negó con la cabeza.

—No solo una Torre, también sería una princesa de su mamá. Sería nuestra niña, Jules. —la miró con una sonrisa nostálgica, como si pudiera imaginar ya a esa pequeña niña corriendo por su casa, iluminando sus vidas con su risa.

Julieta sintió que su corazón se llenaba de amor al ver la expresión de su esposo. Acercándose más, apoyó una mano en su brazo.

—¿De verdad quieres intentarlo? —preguntó con delicadeza.

Pablo asintió, sin apartar los ojos de Anne, quien ahora jugaba con los botones de su sudadera.

—Sí. Tener a Matt es lo mejor que me ha pasado, pero una niña... Una princesa a la que podamos consentir, proteger, ver crecer... No sé, siento que aún falta alguien en nuestra familia, Jules.

Julieta se quedó en silencio por un momento, dejando que las palabras de Pablo llenaran el aire entre ellos. Luego, una sonrisa cálida se extendió por su rostro.

—Pues yo estaría encantada de intentarlo. —dijo con una risa suave.

Pablo la miró, sus ojos brillando con emoción contenida.

—¿En serio? —preguntó, como si no pudiera creer que Julieta compartiera su deseo.

—Claro que sí. —respondió ella, inclinándose para besar la frente de Anne. Luego le dirigió una mirada cómplice a Pablo. —Aunque espero que nuestra princesa no sea tan exigente como su papá.

Ambos rieron, y en ese momento Anne, quien había estado observándolos con curiosidad, alzó la vista hacia Pablo y colocó una mano pequeña sobre su mejilla.

—¿Eres mi príncipe? —preguntó con la inocencia propia de su edad, arrancándoles a ambos una carcajada.

—Claro que sí, Anne. Soy tu príncipe por ahora. —dijo Pablo, abrazándola con más fuerza mientras Julieta los miraba conmovida.

En ese instante, supo que el sueño de Pablo no tardaría en hacerse realidad, porque ella también anhelaba esa pequeña pieza que completaría su familia. Una princesa que heredara lo mejor de ambos y que trajera aún más amor a sus vidas.

................

El grupo se encontraba maravillado con la vista. Los jardines bien cuidados y la imponente arquitectura de la Villa del Balbianello parecían sacados de un sueño. El lago de Como brillaba con los reflejos del sol, y una suave brisa acariciaba a los visitantes mientras caminaban por el lugar. Todos estaban absortos en la belleza que les rodeaba.

Fermín y Noah se habían alejado un poco del grupo, quedándose en silencio junto al borde del lago. Ambos contemplaban el paisaje sin decir una palabra. La relación entre ellos seguía siendo un terreno complicado, lleno de emociones encontradas y silencios significativos. Sin embargo, en ese instante, las palabras no eran necesarias; el paisaje se encargaba de llenar el vacío.

Mientras tanto, Betty, Gavi, Balde y Pedri caminaban hacia otro rincón del lugar, bromeando y riendo, sus voces mezclándose con el canto de las aves. Lorenzo, por su parte, se quedó explicando a Julieta y Pablo las ventajas de casarse en ese lugar.

—Las fechas disponibles son bastante flexibles, y por supuesto, este lugar tiene todo lo que necesitan para una boda memorable. La vista, la privacidad... todo es perfecto. —dijo Lorenzo, señalando diferentes áreas del jardín.

Julieta y Pablo lo escuchaban atentos, intercambiando miradas emocionadas. Ambos parecían haber llegado a la misma conclusión sin necesidad de palabras.

—Creo que no hay duda, Pablo. Este lugar es el indicado. —dijo Julieta con una sonrisa.

—Sin duda. Nuestra boda aquí será increíble. —respondió él, tomando su mano.

Cerca de ellos, Matt corría de un lado a otro con su inseparable ballena de peluche en la mano, explorando cada rincón del lugar con la emoción propia de un niño.

Cuando Lorenzo se unió al grupo de Betty y los chicos, Julieta y Pablo quedaron solos frente al lago. La pareja se quedó mirando el horizonte, donde el agua azul se mezclaba con las montañas en la distancia.

—Este lugar es mágico. —dijo Pablo.

—Lo es. —respondió Julieta, su voz suave pero cargada de emoción.

Ella respiró hondo, como si estuviera reuniendo valor para algo importante.

—Pablo, hay algo que necesito decirte.

Él la miró con interés, inclinando un poco la cabeza.

—Dime, Jules.

Julieta metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña hoja cuidadosamente doblada. Sus dedos temblaban ligeramente mientras se la extendía a Pablo.

—Por favor, léela. —dijo, su voz apenas un susurro.

Pablo tomó la hoja con curiosidad y comenzó a leer. Era una carta, escrita con una caligrafía delicada y palabras llenas de significado:

"Querido Pablo,

Desde que te conocí, he sabido que mi vida estaría llena de aventuras, risas y amor. Cada día contigo ha sido un recordatorio de lo afortunada que soy de tenerte a mi lado. Pero hoy, más que nunca, quiero compartir contigo una noticia que cambiará nuestras vidas para siempre.

En este momento, llevo dentro de mí una pequeña vida, fruto de nuestro amor. Estoy embarazada de dos meses, Pablo. Nuestro bebé está creciendo, y no puedo imaginar un mejor padre para él o ella que tú. Sé que juntos crearemos una familia hermosa, llena de sueños y momentos inolvidables.

Gracias por ser mi compañero, mi amor, y ahora, el padre de nuestro hijo. No puedo esperar a vivir esta nueva etapa contigo.

Con todo mi amor,
Julieta."

Pablo levantó la mirada de la carta, sus ojos llenos de lágrimas. Por un momento, no pudo decir nada, pero la emoción en su rostro lo decía todo.

—¿Es verdad? —preguntó con un nudo en la garganta.

Julieta asintió, con lágrimas brillando en sus propios ojos.

—Sí, Pablo. Vamos a ser padres.

Sin dudarlo, Pablo dejó caer la carta y la abrazó con fuerza, envolviéndola como si quisiera protegerla a ella y al pequeño que ahora formaba parte de sus vidas.

—Gracias, Julieta. Gracias por elegirme como el padre de tus hijos. Prometo que siempre estaré aquí para ti, para ustedes. —dijo, su voz rota por la emoción.

Julieta sollozó suavemente contra su pecho, sintiendo la calidez y la sinceridad en sus palabras.

—Sé que nuestra familia será especial, Pablo. Ya lo es.

Él la separó un poco para mirarla a los ojos, y luego inclinó la cabeza para besarla con una ternura que parecía contener todas las promesas del mundo.

En ese momento, los demás comenzaron a acercarse, atraídos por la conmovedora escena. Betty y Noah, quienes no habían perdido detalle, sacaron sus cámaras y teléfonos para capturar el momento.

—¡Vaya noticia! —exclamó Betty, con lágrimas en los ojos mientras seguía tomando fotografías.

El grupo entero compartió la alegría de la pareja, riendo y felicitándolos. La emoción era palpable, una felicidad que parecía contagiarse a todos los presentes.

Matt, quien no entendía del todo lo que sucedía, corrió hacia Julieta y Pablo con su peluche.

—¿Por qué lloran? —preguntó curioso, mirando a su "madre"

—Porque estamos muy felices, Matt. —dijo Julieta, abrazándolo mientras Pablo lo levantaba en brazos.

—¿Feliz por qué? —insistió el niño.

Pablo le sonrió.

—Porque vas a ser hermano mayor.

Matt abrió los ojos como platos y luego comenzó a saltar en los brazos de Pablo.

—¡Voy a ser hermano mayor! ¡Voy a ser hermano mayor!

Las risas y los aplausos llenaron el aire, mientras todos celebraban esta nueva etapa en la vida de Julieta y Pablo.


Continuará......................





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Creo que parece más fanfic de Julieta y Pablo que de Noah y Fermín AJAJA, perdón, prometo que en el siguiente desarrollaré más la perspectiva de la pareja protagónica.

¡Espero que tengan un feliz año nuevo!, L@s quiero un montón, agradezco su paciencia y apoyo a este fanfic, espero poder estar más activa por aquí ya que estamos poco a poco llegando al final.

¡Sin másssssssss!

¡Nos leemos prontoooooooooooo!

xx Ali <3

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