Capítulo I: Mi querido hogar.
Bien dicen que los rusos son las personas más estrictas del mundo, ¡Cuánta razón!, hasta ahora no había batallado tanto porque me regresen al orfanato; un mes, un mes de sufrimiento con ellos, un mes de aguantar orden tras orden. Al parecer, estos fueron puestos bajo advertencia por Mildred, guardaron toda la loza cara, las tarjetas del banco estaban en una caja fuerte, hasta los muebles estaban forrados en plástico. Si, en definitiva, Mildred tenía que haberles dicho algo, o quizás, este par se comportaba de esta manera tan estresante por naturaleza, me siento sumamente confundida en estos momentos...
—Nerea dejar de patear el asiento —la mujer rubia volteó a observarme y pese a aquellas gafas oscuras que traía, parecía que de sus ojos brotaban llamaradas de fuego.
—¿Cuánto falta? —pregunté pero no obtuve respuesta, estaban furiosos. Traté de reprimir una carcajada, era gracioso el verlos así; me acomodé tranquilamente en el asiento y observé el paisaje esperando a que llegáramos a nuestro destino.
Descarada, bocona y arrogante; palabras con las que ellos me clasificaron, sumado a algunas cosas en ruso que no logré entender y que posiblemente era una larga fila de insultos.
—¿Creer que esto salga? —le preguntó ella a su esposo y este simplemente resopló con fuerza y se encogió de hombros.
Al llegar a la esquina distinguí el orfanato, que si bien podría resultas era pequeño y viejo para todo el mundo, yo aún lo seguía observando tan hermoso como desde que era niña; los tablones algo carcomidos de la entrada y la reja algo despintada fue lo que me dio nuevamente la bienvenida, era como si todo el frontis del lugar gritara «¡Bienvenida nuevamente Nerea!»
—Bajar tus maletas —luego de decir esto ambos salieron dando un portazo dejándome en completo silencio dentro del automóvil.
Al bajar, fui a la maletera para abrir la cajuela y retirar mi equipaje. Al hacerlo, el fétido y potente aroma del perfume de la señora Strakovski fue lo que literalmente le metió un gancho a mi nariz, en definitiva, si algo no extrañaría, sería ese maldito olor, era una mezcla de algo excesivamente dulce con un toque mentolado, era como si hubieran incendiado una pila de dulces de Willy Wonka y luego hubieran empleado ambientador de menta para disimular el olor, el pasar más de dos minutos oliendo eso te generaba dolor de cabeza.
Al bajar mi equipaje el aroma del vecindario vino a mí, podía distinguir claramente el olor característico del pan recién horneado en la panadería de la esquina, los inciensos de la casa de adivinación que se encontraba cruzando la calle, y, por supuesto, esa mezcla de olor ferroso producto de las cercas metálicas del orfanato. Si tuviera que describir que es lo que siento en estos momentos, tendría que decir que es alivio y paz interior, sentimientos que se refuerzan conforme abro la reja y esta me recibe con su chirriante sonido. Inmediatamente, y como si tuviera un censor incorporado, Mildred abrió la puerta y me observó furiosa al ver el nuevo color de piel que traían mis ex padres adoptivos.
—Ya conoces la rutina —me dijo mientras le plantaba un beso en su mejilla y prácticamente entraba saltando al interior.
"¿Cuándo será el día en que dejes de ser terca como una mula y te acoples a donde vayas?", Mildred me repetía eso en cada ocasión cuando volvía. No creo ser una salvaje, o tal vez si, hasta ahora nadie ha salido lastimado por alguna de mis jugarretas, o al menos no que yo recuerde, quizás uno o dos, pero eso no es importante. Yo soy como soy, nunca me gustó que me impongan las cosas y siempre me ha gustado hacer todo a mi manera.
—¡Hermana Nerea! —Nataly vino corriendo hacia mí, ella era una de las recién llegadas, llevaba poco más de dos meses aquí— ¡Volviste! —sus pequeños ojos se iluminaron conforme me abrazaba.
—Siempre regresa... —Stephan salió de una de las habitaciones con las manos atrás de la cabeza, esto generó que una pequeña risa se me escapara.
—Gracias por la confianza Stephan —exclamé con ironía mientras revoloteaba los rizos de su cabello— ¡Tenía que volver! Los extrañé mucho en este tiempo.
—¡Vamos, es hora de agregar una marca! —gritaron ambos al unísono mientras corrían hacía mi habitación.
Stephan y yo teníamos una tradición; él, al llevar dos años aquí, ya sabía la rutina, cuando regresaba siempre aumentábamos una raya a la pared que simbolizaba una familia que falló con su misión, era una especie de muro de logros.
—Le toca a Nataly agregar la raya por ser nueva —extendí el marcador negro y ella lo tomó con sus pequeñas manos.
—¿Aquí? —dijo señalando cuatro palos juntos.
—Sí, tacha una línea en vertical.
—¡Con esta ya son cincuenta y nueve! —gritó el pequeño a todo pulmón.
Stephan saltó hacia mi cama y Nataly lo siguió, amaba estar con ellos, en general, amaba a cada niño que llegaba a este lugar, les trataba de dar todo el amor que podía como hizo Mildred conmigo cuando era niña, sin embargo, el despedir a uno cuando se marchaba era difícil, pero con los años entendí que, si era por su felicidad y bienestar, era necesario despedirlos con una inmensa sonrisa y sin llanto.
La puerta se abrió nuevamente y George, el segundo veterano que ya llevaba cuatro años aquí, entró cargando consigo una enorme bolsa en su espalda. Nataly palideció al igual que Stephan y yo no entendía el porqué.
—En vista que Nerea regresó, ustedes me deben todo el fondo de dulces —exclamó mientras bajaba la pesada bolsa.
—Así que... ¿Apostaron mi regreso? —volteé a observarlos simulando estar ofendida.
—¡Nataly se la pasó llorando y dijo que no volverías, yo dije que sí, fue su culpa que surgiera la apuesta!
—¡No es verdad, fue culpa tuya también! —le replicó ella.
—Bueno, la culpa es de los dos por apostar, les dije que regresaría y ambos comenzaron a discutir, esto es mío ahora —George sonrió dejando a la vista un orificio producto de un diente caído—. Fue un placer hacer negocios.
Tras decir esto se marchó, Nataly comenzó a llorar mientras se sentaba en la cama. Stephan, al cabo de unos segundos, se agachó y la abrazó con fuerza mientras trataba de consolarla.
—Nataly —me acerqué hacia ella y me puse a su altura—. Haremos algo, tengo un poco de dinero guardado en mi lugar secreto, hablaré con George para que no les quite todos sus dulces, si eso no funciona, yo iré a comprarles algunos a ustedes.
—¿De verdad? —su pequeña voz sonaba nasal producto del llanto.
—Sí, te lo prometo, sabes que siempre cumplo con todas mis promesas.
—Eres la mejor Nerea —Stephan me abrazó y Nataly lo siguió.
—Haría cualquier cosa por ustedes, son parte de mi familia —les sonreí mientras les devolvía el abrazo—. Bueno pequeños, será mejor que vayan a sus habitaciones, tengo que bajar donde Mildred para que me dé el sermón acostumbrado.
—¡Buena suerte Nerea! —gritaron ambos al unísono mientras salían agarrados de la mano.
Una vez que se marcharon, me senté en el borde de la cama y me tiré hacía atrás mientras suspiraba, había extrañado la decoración de mi cuarto: mis paredes de color morado, mis ventanas decoradas con estrellas y la luna de color blanco, y por sobre todo, el mural que había pintado hace muchos años. Este consistía en un enorme árbol, el cual era muy frondoso, me aseguré específicamente de dibujar hoja por hoja con una pintura especial que brillaba por las noches, la cual le daba un toque mágico a esta habitación.
—Bueno, será mejor dejar esto dentro del armario —observé mis maletas y me levanté de la cama en dirección a mi ropero, al abrir las puertas las bisagras rechinaron debido a la antigüedad.
Si bien, el orfanato no poseía grandes riquezas o estructuras bien decoradas, era un lugar muy cálido, llevaba abierto desde los años ochenta aproximadamente. Según Mildred, este lugar es privado, por lo cual, depende bastante de las donaciones, las cuales con el pasar de los años fueron disminuyendo considerablemente, es por eso que las remodelaciones estéticas pasaron a un segundo plano, ella se enfocó más en brindarnos una buena educación pagándonos escuelas privadas y nosotros lo contribuíamos esforzándonos en nuestros estudios y consiguiendo algunas becas. Actualmente, este lugar solo sobrevive gracias al aporte de un inversionista el cual nunca conocimos, a diferencia del resto que solo venia para tomarse alguna fotografía para aparentar que era una persona de enorme corazón.
Cada habitación tenía un brillo en particular, cargaba tantas risas y sueños de todos los niños que pasaron por aquí que no necesitaban de muchos objetos para que luciera magnífica. Pero, el único lugar que yo personalmente me encargué de mantener hermoso por sobre el resto, era el jardín de la parte trasera, ya que en el centro de este, había un enorme árbol con muchas ramas, el cual se volvió el perfecto escondite durante las noches de luna llena.
Una vez que dejé todo ordenado y me refresqué un poco en el baño, comencé a bajar lentamente las escaleras en dirección a la oficina de Mildred, al llegar, me detuve y pegué mi oreja a la puerta para poder escuchar si aquella pareja de rusos locos seguía con ella.
—Ella es una buena chica señor y señora Strakovski, es solo que su carácter es algo especial... —Mildred hablaba muy apenada con ellos—. Es solo que...
—¿Parecerle normal que una mocosa haga esto con sus padres adoptivos? —podría jurar que la señora Strakovski estaba señalando su piel y la de su esposo, lo sentía en mis venas—. Ella llenar jacuzzi con colorante azul y ahora nosotros parecer pitufos.
Debo admitir algo, la mujer era graciosa cuando trataba de sonar enojada, punto para Slytherin. Ah no, no estoy dentro del algún libro de Harry Potter. Humm, creo que hoy veré nuevamente alguna de las películas.
—Peor aún ella no respetar nuestra cultura —exclamó con fastidio.
Otra de las cosas que definitivamente no extrañaré era ese acento, la mujer llevaba viviendo doce años aquí y hablaba como un cavernícola o como Tarzán, «Yo Tarzán rey de los monos», cuánta diferencia con respecto a su esposo que si hablaba perfectamente nuestro idioma.
—El día que ella llegar yo decirle que la mujer es quién limpia, cocina y ayuda en la casa, mientras esposo trabajar, pero ella negarse a cumplir órdenes —la rusa golpeteó el suelo con sus enormes tacones—. Cuando decirle que haga algo no querer hacerlo, cuando pedirle que cocine tampoco querer, lo único que hacer es pasar noches despierta como un fantasma.
—Entiendo su molestia señora Strakovski pero...
—¡No peros! Nosotros hacerle favor pero ella ser tan grande y testaruda ¡No soportar más! Pensamos poder con el desafío pero es imposible.
—Sé que ella es complicada, pero es una buena chica, quizás si vuelven a inten...
—Mildred —esta vez fue el ruso quien habló interrumpiéndola—. Nosotros somos amigos desde hace mucho tiempo pero, siendo francos, yo desde un inicio te dije que adoptar a una chica tan grande como ella iba a ser complicado, no es como adoptar a un niño pequeño. A un niño se le puede enseñar lo que está bien o lo que está mal, lo puedes guiar en el camino, pero ella —escuché como el ruso suspiró—. Quieras o no aceptarlo, es ya una mujer hecha a su manera, ya tiene casi dieciocho años. Sé que sientes mucho cariño y apego por ella pero no es capaz de adaptarse a nadie ¿Por cuántas familias ya ha pasado? ¿Veinte?
—Cincuenta y nueve —exclamó ella avergonzada.
—¿Lo ves? Ella siempre ha sido complicada incluso de niña, simplemente no quiere adaptarse, no sigue las reglas y no quiere cooperar, todo lo que le importa es estar encerrada en su mundo.
—Déjenme hablar con ella, tal vez pueda... —esta vez se escuchó un golpe seco, asumí que era la mesa siendo golpeada.
—No querer que la convenza, ella no querer adaptarse, nosotros no estar dispuestos a recibirla.
—Entiendo —suspiró nuevamente con bastante pesar—. De todas maneras, quiero darles las gracias por haberlo intentado señor y señora Strakovski, a nombre de Nerea quiero pedirles disculpas a ambos.
En cuanto escuché el sonido de las sillas siendo movidas, corrí hacia la sala recreativa para esconderme. Ya de por si tenían un muy mal concepto de mí, no necesitaba agregar «fisgona» a esa larga lista.
En cuanto ambos se despidieron de Mildred con un abrazo y la puerta se cerró a sus espaldas, pude ver como ella sostenía la manija mientras agachaba la cabeza, volteó e inmediatamente me escondí, pero pude distinguir como sus cansados ojos estaban vidriosos, sentí un puñal interno al ver aquel gesto. Yo amaba a Mildred como una madre, porque a fin de cuentas ella era eso, alguien que velo por mi desde bebé, es por esto que me sentía tan mal ahora, porque a diferencia de otras veces, esta era la primera vez que la había visto lagrimear.
Asomé el rostro nuevamente y la vi alisando su traje de sastre color gris, y luego, colocó hacía atrás algunos mechones de su cabello. Para cuando entró al despacho y cerró la puerta, esperé un tiempo prudente para acercarme, podía jurar que escuchaba el reloj cucú retumbar por todo el lugar. Inhalé y exhalé una gran cantidad de aire y una vez que logré borrar aquel gesto de tristeza de mi rostro, entré.
—Siéntate Nerea —ella se encontraba junto a la ventana observando algunos autos pasar, ni siquiera me regaló una mirada, sus ojos se encontraban enfocados en algún punto exacto, quizás ella tan solo se encontraba recordando algo del pasado.
—En mi defensa... —me senté y traté de hacerme la graciosa—. Ellos me adoptaron esperando una hija, no una esclava que hiciera todos los trabajos de la casa.
Mildred volteó y golpeó el escritorio con una mano lo cual hizo que me sobresaltara, normalmente solo hubiera suspirado y me hubiera dado el sermón de siempre, pero esta vez era diferente, al menos yo la sentía de esa forma, la tensión era tan fuerte que tranquilamente se podía cortar el aire.
—¡Siempre tienes una excusa Nerea! —la frustración y desesperación era notoria, esta vez en verdad estaba molesta y hacerme la graciosa no serviría de nada—. La próxima semana cumples dieciocho años... Tendré que dejarte ir ¿Cómo esperas que lo haga mi niña? —Ella se acercó y acunó mi rostro entre sus arrugadas manos—. ¿Cómo podría dejarte completamente sola allá afuera?, confiaba en esa pareja para que te cuidaran, sé que eran demasiados estrictos para ti, pero al menos de esa manera sabría que estas bien, que al menos... estabas en un lugar seguro y a salvo, pero ahora...
—Pero Mildred... —mis manos tomaron las de ella—. Puedo trabajar aquí, amo este lugar, lo sabes mejor que nadie, quizás pueda... cuidar a los pequeños para que tú puedas descansar, no representa molestia alguna para mí.
—Las cosas no son tan fáciles como crees Nerea —ella me soltó y se retiró las gafas para poder sujetar el puente de su nariz—. Los niños que han vivido aquí no pueden trabajar en este lugar...
—¿Por qué no? —repliqué con molestia—. ¡Por favor Mildred! Prometo no ser una carga yo...
—Porque no se puede Nerea —ella suspiró cansada—, sabes muy bien que mensualmente vienen los de asistencia social para comprobar que no se exploten a los niños, si te ven trabajando en este lugar, pese a que ya alcanzaste la mayoría de edad, podrían clausurarnos ¿Y a donde irían George, Nataly y Stephan? Sé que este lugar ya no tiene mucho ofrecer y dista mucho de cómo fue en sus mejores días pero si ellos van a un orfanato del estado...
—Lo sé, pasarán a ser uno más del montón y no recibirán el mismo amor y cuidado que aquí.
Ambas nos quedamos en silencio, Mildred se acercó nuevamente hacía la ventana y observó el cielo, mientras tanto yo me removía algo inquieta en mi asiento, observé la pared con muchas fotografías viejas, en ellas, se la veía joven y radiante, rodeada de todos los niños que pasaron por aquí, algunos no querían posar para la fotografía y hacían muecas graciosas, otros, se sujetaban fuertemente a las manos de ella.
Conforme mi vista avanzaba por aquellos recuerdos, se podía apreciar cómo año a año la cantidad de niños fue disminuyendo, pero la sonrisa de Mildred aún se mantenía intacta. Finalmente, llegué a esa fotografía, esa en la cual, ella cargaba un bebé envuelto en una manta morada, sonreí pero a su vez no pude evitar sentirme triste al ver aquella fotografía, recuerdo que la primera vez que la vi cuando era pequeña no pude evitar llorar, quizás al entender que mis padres se deshicieron de mí desde una edad tan temprana.
—Veré que hacer... —ella no me observó, tan solo siguió allí, parada frente a la ventana—. De momento, anda a leer algo o ayudar con los preparativos del almuerzo.
—De acuerdo.
Tras decir esto, salí del despacho y la dejé sola, me quedé al otro lado de la puerta y pude escuchar como ella suspiraba, sentí mis ojos arder así que dirigí la palma de mi mano hacia mis ojos y los sobé para que se fuera ese escozor. Comencé a caminar por toda la planta baja, recorriendo habitación por habitación, y al llegar a la sala de juegos, recogí algunos de los juguetes que los niños habían dejado regados por el piso.
Tenía tantos recuerdos en estas paredes, tantas memorias que me arrancaban sonrisas de vez en cuando, pero también, aún se mantenía fresco en mi mente las veces que había llorado al sentirme completamente sola. Muchas veces, por más que uno este rodeado de muchas personas que dicen amarte, no puede evitar sentirse sólo.
Los días pasaron y veía que Mildred hablaba más seguido por teléfono, en cuanto ella se percataba de que la observaba se excusaba y cerraba la puerta de su despacho. Mientras tanto, George, Nataly y Stephan estaban planificando mi cumpleaños número dieciocho, ellos creían que yo no sabía nada al respecto, pero a decir verdad, yo ya me había dado cuenta, era graciosa la forma en la que trataban de disimular que no pasaba nada cuando yo me acercaba a verlos.
Así que aquí me encontraba yo, a un día de mi cumpleaños, y sin saber qué hacer para divertirme un rato.
—Iré a la tienda ¿Quieren que les traiga algo? —asomé mi cabeza hacia el cuarto de juegos que momentáneamente se había convertido en un cuartel de planificaciones.
— ¿Qué falta? —susurró George a los otros dos en voz baja.
—Globos y confeti —le respondió Nataly.
—No le podemos pedir que traiga eso —le replicó Stephan—. Se dará cuenta.
—Pero nosotros no podemos salir a la calle —respondió la pequeña.
—Ya sé —George se alejó un poco de ellos y se acercó hacía mí—. Nerea —el me indicó con su índice que me pusiera a su altura para poder decirme algo, yo sonreí y le hice caso—. Queremos jugar al juego ese de las sillas, ya sabes, dónde te sientas y revientas un globo con las pompas ¿Puedes comprarnos confeti y globos de colores?
—¿Van a jugar eso? —exclamé divertida.
—Sí, porfa, trae eso.
—¿Cualquier color de globos?
—Hummm —George miró a Nataly y Stephan y ellos gritaron lila—. Queremos globos lilas.
—Bueno, enseguida regreso con su pedido entonces —les sonreí y ellos me devolvieron el gesto.
Pasé por el despacho de Mildred y le dije desde afuera que saldría a comprar, ella me dijo que fuera con cuidado y que volviera pronto porque estaba oscureciendo. Para ella, yo aún era una niña pequeña.
Luego de salir del orfanato, abrí la reja y esta rechinó fuertemente, como olvidar el porqué de aquel sonido. Cuando tenía siete, Marcus, quien era un niño mayor que yo por unos años, y yo, saltamos aquella reja, la cual tenía colocada el seguro anti niños que evitaba que la mayoría se escapara. Debo admitir que la palabra tranquilidad nunca estuvo en mi léxico, el saltar esa cerca representaba algo así como un desafío personal. Luego de saltarla, el zapato de Marcus terminó enganchándose justo al final, ¿El resultado de eso? Tres dientes frontales fuera, literalmente besó el pavimento con el rostro. Sigo sin entender como no pudo lograrlo, yo, en ese entonces, era mucho más pequeña que él.
Caminé un poco y mientras pasaba por algunas tiendas, observé las cosas que tenía puestas en sus escaparates y me detuve en una en particular. La tienda de antigüedades, me fascinaban las cosas que se exhibían allí, era extraño ya que no a mucha gente de mi edad compartía ese tipo de gustos, pero no podía evitar emocionarme, y Mildred lo sabía perfectamente, es por eso que en cada cumpleaños, siempre me obsequiaba alguna cosa antigua, desde alhajeros hasta aretes. Al llegar a la esquina en dirección contraía al orfanato, vi la pequeña bodega del señor D «o Dylan, para la gente mundana común y corriente», un hombre que tranquilamente rondaba los sesenta años, pero que aún se mantenía tan lucido y saludable como alguien de treinta.
La campanilla sonó y el señor D, quien se encontraba acomodando algunos productos, volteó a verme y me sonrió.
—Nerea, que gusto verte.
—Igualmente señor D—le sonreí e inmediatamente me dirigí hacía la sección de chocolates—, vengo por algunos suministros para el contrabando.
—¿Llevarás lo de siempre? —preguntó divertido al ver mi mueca por no encontrar lo que venía a buscar—. Guardé una barra de Chocoloco para ti —tomó la barra entre sus manos y la comenzó a agitar en el aire.
—¡Genial! Pensé que ya no encontraría ninguna—sonreí—, usted es asombroso señor D.
—No hay porque —exclamó con naturalidad mientras se encogía de hombros—. Compras esto desde hace unos diez años, es normal que guarde una especialmente para ti.
—Mi vida no sería nada sin esa barra de chocolate envuelta en más chocolate —tomé la golosina y la abrí, luego, rápidamente pegué un mordisco, sentí una descarga eléctrica revolviendo mi cuerpo—. Delicioso ¡Oh cierto! ¿Tiene globos y confeti señor D?
—Sí, desde luego ¿Harán una fiesta mañana?
—Bueno, se podría decir que sí—reí—, pero técnicamente yo no sé de esa fiesta aún, solo soy la chica del delivery.
—Jajaja —él rio por lo que dije y luego tomó las cosas y las metió en una bolsa de papel—. En verdad esos niños te adoran ¿Cómo está Mildred?
—Más guapa que nunca ¿Cuándo se animará a pedirle una cita? —solté de repente y él se sobresaltó un poco.
—¿Y cómo sabes que no lo he hecho? —respondió en tono de burla.
—Ohhh, picarón ¿Y qué le dijo? —me emocioné y coloqué mis codos sobre él mostrador para que me contara más detalles, ellos eran mi pareja ideal.
—Es broma Nerea —me respondió algo desilusionado.
—¿Entonces... usted se encuentra en eso que llaman friendzone?
—Bueno... —exclamó algo apenado.
—No se preocupe señor D, deje todo en mis manos —una fugaz idea surcó mi mente—, mañana vaya al orfanato. Usted será mi invitado especial, no será un soldado más caído en batalla, no lo permitiré, a cambio, quiero que me de trabajo de tiempo completo aquí, de esa forma usted podrá divertirse más.
—Espera Nere...
—No se preocupe señor D, es matemática simple, usted, más Mildred, igual amor, y si a eso lo multiplicamos por trabajo, da como resultado que me quedaré y todos seremos felices —terminé de comer el último trozo de chocolate, dejé el dinero sobre el mostrador, tomé las cosas y salí rápidamente.
Desde que tengo memoria, el señor D siempre iba al orfanato en todas las festividades, o cuando le daba la gana de ir para poder vernos, pero desde luego, también había una segunda intención en sus visitas, era obvio que aparte de nosotros su mayor alegría era el ver a Mildred. Ella y él eran viudos desde hacía ya mucho tiempo, ambos sin hijos y con muchas cosas en común, pero a diferencia de él, Mildred se mantenía rehacía a dejar entrar a alguien más en su corazón y el señor D, se mantenía reacio a enamorarse de otra persona que no fuera ella.
Al llegar al orfanato, George, Nataly y Stephan se encontraban cenando junto con Mildred, ella, al verme, señaló mi plato de comida y yo, disculpándome, dejé las cosas a un lado y me senté con ellos en la mesa. Como siempre, el ambiente era grato entre nosotros, recordábamos algunas anécdotas y los niños disfrutaban con mis historias, que para cualquier niño resultarían épicas, pues para mí lo eran, pero Mildred tenía otra opinión, ella les pedía que no repitieran mi mal ejemplo y tan solo aprendieran lo positivo de mí.
—Hermana Nerea ¿Trajiste lo que te pedimos? —Nataly se acercó algo temerosa con unas cuentas monedas en sus manos, yo le sonreí con ternura.
—Desde luego, delivery Nerea a su servicio, el único pago que espero por parte de los tres son besos de buenas noches.
Los tres me observaron y me abrazaron con fuerza, depositaron besos por todo mi rostro y una vez que le di un beso a cada uno en su frente, fueron a prepararse para dormir. El comedor quedó en silencio, Mildred se había ofrecido para lavar los platos, seguro que estaba al tanto de lo que ellos harían y no quería que me acercara a la cocina.
Más tarde, esa noche, cuando pasé por su despacho, la escuché conversando por teléfono nuevamente, desde hacía varios días desde la partida de los rusos locos la había notado algo extraña. No podía negar que tanto misterio me intrigaba, así que pegué mi oreja a la puerta y decidí escuchar un poco, tan solo para saciar mi curiosidad.
—¿Seguro que no necesitas que vaya a buscarte?
Me quedé estupefacta ¿Con quién hablaba?, el tono que poseía en estos momentos no era como el que tendría con alguna persona de su edad, era un tono más.... ¿intimo? Como el que tenía con nosotros, con la misma cantidad de cariño.
—De acuerdo Marcus, entonces nos vemos en unas horas.
¡No lo podía creer! Era Marcus, no veía a Marcus desde que se fue de aquí cuando yo tenía ocho años, al parecer vendría ¿Lo haría por mi fiesta?
—No, aún no le he dicho nada... No pude hacerlo, no encontré la oportunidad adecuada.
Sentí un nudo en mi garganta y otro en mi estómago, intuía que ellos hablaban de mí, lo sentía prácticamente hasta en mis huesos, pero... ¿Por qué Mildred no me dijo que era lo que estaba planeando? ¿Y que tenía que ver Marcus en todo esto? No sabía nada de él desde hace mucho, bueno, era natural, yo nunca pregunté nada, pero es seguro que Mildred si mantuvo contacto con él todos estos años.
Ni siquiera me di cuenta de cuando ella terminó de hablar, tan solo reaccioné cuando la puerta de su despacho se abrió y la vi parada frente a mí, el gesto de tristeza en su rostro me generó aún más inseguridad, ella tan solo abrió la boca para decirme que entrara, que era necesario conversar.
—¿Cuánto escuchaste? —preguntó mientras se sentaba sobre la silla de cuero que estaba frente a su escritorio.
—Yo... No escuché nada —exclamé con nerviosismo mientras me sujetaba el brazo.
—Nerea, te conozco lo suficiente como para saber que estabas escuchando mi conversación.
—¿Qué es lo que no me has dicho? —le pregunté directamente, su gesto se descolocó y tan solo se limitó a retirarse las gafas.
—Desde que los señores Strakovski se marcharon, estuve haciendo muchas llamadas a mis niños que en algún momento vivieron aquí... —ella suspiró con pesar—. Yo... estaba buscándote un hogar, un lugar al que pudieras ir y yo supiera que estés a salvo.
—¡Pero puedo quedarme! —exclamé fastidiada—. Hoy hablé con D... Yo puedo trabajar a tiempo completo en su tienda, no seré una carga Mildred, solo necesito un espacio donde quedarme, prometo estudiar algo, así sea algo técnico, no hay muchas cosas que me gusten... Pero supongo que soy buena haciendo postres, quizás, algún curso de pastelería...
—Nerea... —ella se paró de su asiento y me observó atentamente, comenzó a caminar con lentitud hacia donde me encontraba y tomó mis manos para estrecharlas fuertemente—. Sabes bien que no puedes quedarte, y no estoy dispuesta a soltarte al mundo sin que tengas un lugar a donde ir, no podría dormir por las noches si hiciera eso, necesito que estés bien y te mantengas a salvo.
—¿Entonces, a que vendrá Marcus? —bufé—. ¿Acaso él me adoptará?
—Ese es el tema... Perdí la cuenta de a cuantos de los que vivieron acá llamé, pero saben cómo eres, incluso algunos lo vivieron de primera mano... Marcus tiene un negocio, es algo modesto, pero le va bien, es una pequeña posada al pie de las montañas...
—¿Ósea, iré de esclava? —me sentía molesta, dolida y traicionada—. ¿Tanta es tu necesidad por deshacerte de mí, Mildred?
—No irás de esclava de nadie Nerea, Marcus se ofreció gentilmente a darte un trabajo aun sin contar con experiencia necesaria e incluso te brindará hospedaje... y con respecto a tu otra pregunta. No, —vi sus ojos lagrimear— créeme que el saber que te irás me duele más que cualquier cosa...
—¿Entonces, porque me dejas ir?
—Porque tengo que pensar en los demás...
Me levanté enojada de la silla, incluso, pude escuchar como esta se cayó al hacerlo, Mildred me llamó pero no volteé a verla, tan solo corrí a las escaleras, sentía las lágrimas resbalar por mis mejillas. Al llegar a la segunda planta, vi a los niños parados al final, ellos también tenían los ojos vidriosos, Nataly fue la primera en acercarse y abrazarme, luego George y Stephan lo hicieron, no dijeron nada y se los agradecí de corazón. Luego de permanecer así durante algún tiempo, les pedí que descansaran, que estaría bien y que no se preocuparan por mí, pero al llegar a mi habitación, rompí en llanto, me acurruqué bajo las sabanas y abracé mi almohada con fuerza. No sé a qué hora pasó, pero en algún momento, cuando el sol ya se estaba asomando, caí profundamente dormida.
Nataly vino a verme cuando la aguja marcaba el medio día, me pidió que la dejara ayudarme a elegir la ropa para mi última fiesta y se lo permití. Yo me levanté de mi cama en dirección al baño, y una vez dentro me quité la ropa, luego me metí bajo la regadera. Dejé que mis lágrimas se camuflaran con las gotas de agua que caían y recorrían mi cuerpo; el tiempo se hizo eterno en aquel lugar, analicé muchas cosas de mi vida, a decir verdad, me quede meditando y suspirando durante tanto tiempo que para cuando me percaté el agua caliente ya se había acabado. Al salir, observé mi rostro en el espejo, mis ojos estaban algo hinchados, lo que significaba que forzadamente tendría que usar maquillaje para poder ocultarlo, tomé mi toalla y la envolví sobre mi cuerpo, luego sujeté el viejo secador de cabello que Mildred me regaló por mis quince años y lo usé para secar mi larga melena negra azabache. En cuanto salí, Nataly se había marchado, sobre mi cama, encontré un vestido que yo odiaba, pero que según ella me quedaba precioso, así que solo por eso me lo puse, me senté en mi pequeño velador que tenía espejo y apliqué algo de maquillaje para verme más decente.
—Me veo fatal... —susurré mientras me daba un último vistazo.
Al bajar las escaleras, vi a Marcus en la sala, él, al reconocerme, se acercó para darme un gran abrazo y algunos metros más allá pude escuchar a Mildred conversar con D y sonreí. Marcus me hablaba de muchas cosas, sobre todo del lugar a donde iría, no podría importarme menos lo que decía, tan solo veía sus labios moverse y yo asentía y sonreía cada tanto para fingir.
—¡Y pensar que te volverías así de guapa Nerea! ¿Quién diría que esa niña que comía cosas que caían al suelo es ahora la que está frente a mí?
—Lo mismo digo Marcus, quien diría que ese que perdió los tres dientes frontales en la entrada tendría unos nuevos ahora —exclamé sarcástica pero tan solo rio, eso era algo que detestaba de él, podrías decirle que era un imbécil pero lo tomaba a la broma.
Los niños fueron quienes vinieron al cabo de unos minutos, me colocaron una venda sobre los ojos y me pidieron que no mirara, yo accedí y sujetando fuertemente sus manitos los seguí en dirección a la cocina, al llegar, me pidieron que me retirara la venda. La decoración si bien era sencilla lucía perfecta, los globos que compré estaban atados a algunas sillas, en especial donde debía de sentarme, los individuales para los platos eran de color morado, y lo que más llamó mi atención es que había todos los platillos que me encantaban: Pasta en salsa blanca, Lasagna y muslitos de pollo con salsa BBQ.
—Feliz cumpleaños a ti —cantaron todos al unísono—. Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños Nerea, feliz cumpleaños a ti.
Comimos, se rieron, soplé las velas del pastel y recibí algunos pequeños obsequios que me dieron. Si bien estaba agradecida por esta celebración ya que mis niños pusieron su máximo esfuerzo, para mí este cumpleaños no tenía nada de feliz, sabía que tendría que marcharme en cuestión de horas, o de días con suerte, y no podía evitar sentir como un pedazo de mi alma se estaba desintegrando.
Y como solía pasar, el tiempo fue ingrato, Marcus decidió quedarse unos días más para poder comprar algunas cosas para su dichosa posada. Ese tiempo lo aproveché lo más que pude, lo pasé con George, Nataly y Stephan, jugaba con ellos, salíamos a dar la vuelta por el enorme parque, e incluso Mildred les dio dinero para que pudiéramos ir al cine. La relación con ella se volvió tensa, a decir verdad demasiado, ella no sabía cómo acercarse a mí, y desde esa discusión yo tampoco supe como acercarme a ella.
Para cuando llegó el día de la partida, los niños me abrazaron con fuerza y yo hice lo mismo, el señor D vino con una enorme caja de Chocolocos, no quería recibirla, pero el insistió en que lo hiciera.
—Creo que esta vez... La pared no tendrá una nueva marca —George miraba hacía el suelo, trataba de hacerse el fuerte, pero en cuanto lo abracé terminó por quebrarse y comenzó a llorar con fuerza.
—Los amo —miré a los tres a los ojos y ellos asintieron—. Siempre los voy a amar, aunque no esté con ustedes.
—¿Nos visitarás? —preguntó Nataly mientras sobaba sus pequeños ojos rojos.
—Vendré en cuanto pueda —le sonreí y ella asintió.
—Cuídate mucho —Stephan me dio un beso en la mejilla y volví a sonreírle.
—Sabes que lo haré, soy una chica fuerte.
Me paré y fui hacia Mildred y el señor D, les agradecí por todo lo que hicieron por mí a lo largo de los años y el señor D fue el primero en abrazarme, para cuando me soltó, se llevó a los niños un poco más lejos.
—Supongo que es un hasta pronto —le dije a Mildred y esta me abrazó.
—Sé que tengo por política sonreír cuando uno de mis niños se va —sentía su cuerpo temblar—pero quiero que sepas Nerea, que siempre te he amado como a una hija, no quiero que pienses que me deshago de ti, créeme que no es así...
—Lo sé... —susurré con pesar mientras la aprisionaba con más fuerza—. Tienes que pensar en ellos también ¿Me visitarás?
—Prometo ir, eso te lo aseguro.
—Te quiero mamá —tras decir esto ambas rompimos en llanto.
Me subí al automóvil con mucho pesar, observé a todos afuera del orfanato y di un último vistazo al lugar, una parte de mi corazón se estaba quedando, mi alma acababa de ser destrozada en miles de pedazos.
Subí al automóvil y Marcus hizo lo mismo, luego puso el auto en marcha y me despedí de todos agitando la mano, cuando no encontrábamos unos metros más allá él me habló y preguntó si deseaba escuchar algo en la radio, no le respondí, tan solo me acurruqué más en la parte trasera y me abracé a mí misma como si buscara protección.
Lo primero que pasamos fueron las tiendas, luego fue la bodega del señor D, minuto a minuto me iba alejando más y más de aquel lugar, de mi pequeño espacio, y cuando ya no pude distinguir el barrio donde crecí y las calles donde a veces transitaba, no pude evitar llorar amargamente hasta que caí profundamente dormida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro