Capítulo 6
N/A: Maratón 1/3
Luego de aquel suceso en el bar de Joe, después de que esa voz exteriorizara el hecho de que si había otra opción aparte de acabar con mi vida, la presión en mi pecho desapareció y pude recuperar el aliento aunque con mucho esfuerzo, me recuerdo en el piso del baño con todos los cabellos sudados, y la vista borrosa tratando de normalizar mi respiración mientras maldecía al responsable de mi falta de aire con las pocas fuerzas que me quedaban. Había tratado todo ese rato preguntarle cual era la opción que me quedaba, pero parecía como si una barrera se hubiera levantado en mi cabeza la cual me impedía establecer contacto. Cuando logré calmarme, me enjuague el rostro para poder salir del baño y poder sentarme junto con Edison a terminar mi cena, lo cual no pude hacer puesto que en primer lugar este no dejaba de preguntarme que tal estaba y que era lo que estaba pasando, lo cual me ponía muy ansiosa, y porque en segundo lugar se me había quitado todo el apetito. Así que entre un silencio bastante incomodo decidimos marcharnos hasta la casa para que yo pudiera descansar, cosa que agradecí ya que cuando mi mullido cuerpo tocó las frías telas de mi cama no supe mas de mi hasta el otro día.
Ya de eso hace una semana, en la cual todo parecía estar patas arriba, nuevamente me había refugiado en la comodidad de mi trabajo, donde por medio de los tantos deberes por hacer mi mente lograba desconectarse de mi realidad, mis amigos seguían al pendiente de mi estado; el cual había mejorado significativamente desde los cuidados de Leandro, el cual era el único que no parecía bajar la guardia, todas las mañanas pasaba directamente por mi apartamento a recogerme, en mas de una ocasión dejó a Edison con las llaves de su coche en las manos cuando estaba dispuesto a llevarme; supongo que aun no me creía cuando le decía que nada de lo que me había pasado estaba directamente relacionado con mi novio, aun lo notaba bastante pendiente a mi alrededor, parecía un halcón asechando su presa y dicha acción estaba llegando a hartarme. Lo justificaba, pero el hecho de que estuviera de acuerdo ya era otro asunto. Las chicas por su parte se habían limitado a lo básico, no me acosaban pero tampoco volvían al mismo estado de atención de antes, de alguna forma todo el mundo parecía tener un ojo bajo mío. Edison por su parte estaba algo taciturno, en las noches siempre era el ultimo en ir a la cama, y su toque se convirtió en algo casi inexistente. Parecía que cada vez que buscaba su toque, o este ansiaba el mío, lo brindaba con tanto cuidado como si estuviera a punto de romperme en cualquier momento. Y eso solo lograba ponerme de mal humor. Uno que no podía externar porque no tenia maneras de explicar que lo único que ansiaba era sentirme segura bajos sus brazos porque el miedo que sentía me superaba.
Pero ¿A qué le tenia miedo? Aún no tenia respuestas a esa pregunta.
Todas las veces que pensaba en ello y trataba de ponerme en contacto con la única cosa que podía contestar mis dudas, un fuerte silencio era lo que recibía. No había mas, no conocía más, lo que tenia era todo. Un suceso inexplicable, una marca en mi cuello que parecía evitar sanar, hematomas, una cosa hablando a mi mente y silencio. A veces pensaba que aceptar que me estaba volviendo loca era más creíble, otras veces se lo achaqué al estrés, incluso pensé en hacer una solicitud para tomar mis vacaciones anuales en esta época, pero rechacé la idea de inmediato ¿Qué iba a hacer yo en una casa que paraba más sola que ocupaba? Torturarme; cuando lo que yo quería era escapar.
Casualmente lo sucedido en el bar de Joe no fue lo único extraño esa semana, aun recuerdo la manera en la que me miraron mis compañeros de trabajo cuando solté un grito cuando la desesperación se adueño de mi ser.
Estaba en la oficina, terminando una portada la cual me habían pedido retocar, pero no podía enfocarme, el dolor de cabeza que retumbaba mis tímpanos, amenazaba con acabar con mi poca cordura. Pero es que esa mañana todo a mi alrededor parecía estar mas agudo que antes, la alarma sonaba estridente, el bullicio de la calle era demasiado, los teléfonos en la oficina que no paraban de sonar tan fuerte como si estuvieran pegados a mis oídos, incluso creí escuchar la voz de Alisson a pesar de ser consiente de que estaba dentro de su oficina a metros de distancia. Pero el punto de quiebre llegó cuando uno de mis compañeros empezó a reproducir una canción tecno a todo volumen, recuerdo haber dirigido mi atención hacia a él y gritarle en medio de todo el bullicio que bajara su maldita música, todos se me quedaron mirando, más fue mi asombro cuando mis ojos se pasearon por mi compañero hasta toparme con los audífonos que agarraba entre sus manos, de los cuales salía la música que me ponía los nervios de punta. Luego de eso corrí al baño donde devolví mi desayuno, y no volví a salir hasta que Leandro fue a mi rescate dos horas después. Aparentemente alguien le había comentado lo ocurrido, ya que no estaba en la planta cuando todo eso había ocurrido. Él no tuvo que explicarme nada, yo tampoco, desde ahí podía escuchar lo que se divulgaba en mi área de trabajo:
Ivonne Hernández está loca.
Le grito a ese chico que bajara la música cuando la tenia en sus audífonos.
A mi siempre me pareció rara.
Déjenla, es casi una niña.
Recuerdo que el pelirrojo me tomó de la mano, y me llevó a comer un helado a pesar de estar en horario de trabajo, mi estado mejoró luego de esto, aparentemente el ruido dejó de atacar mis oídos, y yo no pude estar más agradecida con ese hecho.
—Gracias —le expresé mientras me llevaba otra cucharada de helado a mi boca.
—¿De qué? Solo es helado... —sonreí, no era solo un helado, sacudí mi cabeza causando que mi cabello se fuera detrás de mis hombros.
—Helado para tu pecosa favorita. —dije con ternura, mientras la sonrisa se extendía por mi rostro.
Pero el ya no me miraba a mí, sus ojos estaban enfocados en los agujeros en la curva de mi cuello. Rápidamente lo tapé nuevamente con mi pelo, Leandro dirigió su vista a mis ojos, hizo una mueca con sus labios —Todo por mi pecosa favorita ¿no?
No preguntó nada, y me sentí fatal, supongo que ya había comprendido que no le iba a contar nada.
Le estaba ocultando cosas a personas que eran importantes para mí. Y eso no me hacía sentir bien.
Ese mismo día al llegar a casa Edison me recibió con la noticia de que le había surgido un viaje de improvisto en el trabajo y que volvía dentro de una semana, insistió en quedarse conmigo pero en sus ojos vi el deseo de ir, aparentemente lo habían llamado para que entrevistara a su jugador favorito de baloncesto; era una gran oportunidad y la única razón por la que estaba dispuesto a perderla era por mí, y aquello no era justo. Así que me tragué las ganas de estar con mi novio unos días más y lo ayudé a empacar para su viaje. Lo despedí en el umbral, con unas medias arropando mis pies, y una de sus camisetas cubriendo mi cuerpo. Nunca lo acompañaba al aeropuerto, pero en esta ocasión quería hacerlo. De hecho quería tomarle la mano y hacer que se quedara a conmigo, a compartir la cama, que era algo que sentía necesitar después de tanto tiempo y él se negaba a dar argumentando que estaba muy golpeada y no quería hacerme daño.
De eso hacen dos noches exactamente, dos noches en las cuales no pude dormir, ya que mi mente no paraba de reproducir escenas en mi cabeza, atormentándome, me recuerdo hablando sola en mas de una ocasión o mirando el techo del baño esperando que las respuestas me golpearan la cara, pero nada ocurrió, todo estuvo muy calmado, y a sinceridad así quería que se quedara.
Pero hoy era lunes, y había que empezar de nuevo, de vuelta a la rutina.
Me levanté como todas las mañanas arrastrando mis pies hasta llegar al baño, donde miraría mi reflejo y me diría algo como: Y eso que pensabas que no podías estar peor. Y luego me reiría por que la verdad era que lucia horrible. Las ojeras debajo de mis ojos se habían acentuado, y necesitaban un maquillaje mas cargado para ocultarlas junto con la estúpida marca que no quería cerrar; mi cabello era un nido de pájaros, como siempre, así que el gorro de lana que reposaba en una de las gavetas de mi vestidor me pareció atractivo. Luego de una corta y helada ducha me di cuenta que había perdido mas tiempo del esperado pensando que bañándome, así que tenia que darme prisa si quería llegar a tiempo. Me coloqué mi ropa en tiempo récord, mojando toda la habitación con las gotas de agua que aún bañaban mi pelo. El timbre sonó, indicando que Leandro había llegado por mí. Bufé, y con los zapatos en mano fui a su encuentro para abrirle la puerta, el pelirrojo en cuestión llevaba unos jeans azules acompañados con una camisa blanca que le quedaban de maravilla.
—¿Tienes una cita después del trabajo?
—¿Ah?
—Cena, chicas, sexo, eso idiota.
—Ya se lo que es una cita —respondió ofendido, al momento que tomaba mi mano haciendo de soporte en lo que me ponía los zapatos. —, pero no entiendo porqué debes de pensar que tengo una.
—¿Y por qué no? Tú siempre tienes citas.
—Claro que no.
—Aja, sí claro galán —murmuré, mientras me daba la vuelta para tomar mis llave y mi abrigo, así poder cerrar la puerta y salir de aquí —, si no me quieres decir quien es está bien.
—Pero si no tengo nada, que pesada. — avanzamos por el pasillo rozando nuestros hombros.
—Piri si ni tini nidi —me burlé al momento que me adentraba al ascensor, el pelirrojo sonrió mirándome.
—¿Celosa Ivy? —arqueó sus cejas con galantería.
—Oh ya quisieras idiota —ambos reímos.
—Sabes que me deseas, lastima que soy un alma indomable y que tú tienes pocas tetas para mi gusto.
—¡Oye! —exclamé a la ofensiva —No son chiquitas, son aptas para tu bolsillo ¿Qué quieres unas tetas estilo mamalón? Vete a un burdel.
Leandro explotó a carcajadas —Anda Ivy, si yo tengo más tetas que tu. —le di un codazo.
—Vete al diablo.
Las puertas del ascensor se abrieron y por fin pude salir al mundo exterior, Leandro tomó mi mano y me guio hasta donde parqueó su carro, me subí en el y como me es costumbre me adueñé de su radio todo el camino. La verdad era que yo me adueñaba de cada cosa que le pertenecía y me hacía de cuenta de que eran mías, y creo que en realidad lo hacía porqué esto a él nunca le ha molestado. Llegamos a nuestro lugar de trabajo y cada quien tomó sus cosas y se puso en marcha. Invierno estaba cada vez mas cerca, lo podías sentir no solo en el clima, sino porque particularmente donde trabajábamos esta fecha del año suponía mas esfuerzo por la gran demanda de servicios que teníamos, lo cual explicaba el porque mi escritorio se encontraba repleto de trabajo, bufé, esto no tenía fin.
Como cada día empecé con mi ritual básico, que consistía en encender mis equipos de trabajo y organizar los pendientes de mas urgentes hasta los que tengo mas tiempo para resolver, por mas de tres horas estuve envuelta en esa bruma, hasta que decidí pararme a buscar café, desde lo ocurrido hace unos días ya no tenia la presión de tener que saludar a nadie en el trayecto, mis llamados compañeros de trabajo parecían rehuir de mi presencia, y para ser sincera me daba igual. Luego de tener mi taza de café a mano, decidí tomar mi nuevo celular que había comprado con Edison antes de su partida, para revisar las notificaciones, las chicas estaban hablando de reunirnos para almorzar, ya todos habían confirmado, y como era de suponer yo era la única que faltaba; pero tomando en cuenta que trabajaba en el mismo departamento que Leandro estaba casi segura que aunque me negara este me arrastraría por el cabello hasta la cafetería del frente la cual se había convertido en nuestro lugar predilecto de reunión. Así que pasadas las horas para nuestro encuentro yo misma me dirigí hasta la oficina del pelirrojo con una sonrisa en la cara al ver que estaba bastante concentrando en lo que tenia frente a él en el ordenador.
—Tomate un descanso, vamos a comer.
Leandro frunce el ceño, pero aún así me regala una sonrisa que ensancha mas la mía —¿No se supone que siempre soy yo el que dice eso?
—Por eso vine a tu rescate, no puedo permitir que te conviertas en un mini yo —Leandro, se pone de pies y rodea su escritorio hasta llegar a mi posición.
—Ay no, eso si jamás.
Reí, juntos bajamos hasta salir del edificio, frunzo mi ceño cuando lo observo seguir caminando hasta el lado contrario de la pequeña cafetería.
—¿A donde se supone que vas? —lo alcanzo.
—Hanna tiene mucho trabajo en el restaurante, así que vamos allá a comer, para no quitarle mucho tiempo.
—Oh —asiento.
El restaurante donde Hanna trabaja como chef queda a una esquina de nuestro lugar de trabajo, es un restaurante muy famoso no solo porque esta ubicado en una zona estratégica lleno de edificios corporativos; lo cual lo hacia buen candidato para almuerzos ejecutivos, sino también que tenían unos platillos de ensueño, aunque no era para menos al tener una chef a su disposición como Hanna, quien parecía cocinar como los mismos dioses.
Llegamos a su lugar de trabajo, el cual efectivamente estaba abarrotado. Ross nos estaba esperando sentada en una de las mesas cerca de la entrada, por eso fue fácil localizarla. La mesera nos llevó hasta ella donde la salude con familiaridad, y ya sentada pregunté por Hanna, quien iba a tomarse un receso de 15 minutos para poder comer y compartir un rato con nosotros, en lo que su receso llegaba todos en la mesa ordenamos nuestro almuerzo y hablábamos de temas triviales hasta que la cabellera rubia de Hanna hizo su tan esperada aparición, la pobre tenia los cachetes rojos de aparentemente lo caliente que estaban las cosas allá adentro, el cansancio se le notaba por encima de la ropa como le decía mi madre a mi padre cada vez que llegaba de trabajar, la pobre soltó un largo suspiro en cuanto se sentó junto a nosotros en la mesa. Yo que era un asco en la cocina, la admiraba muchísimo en ese aspecto, trabajar en un restaurante tan solicitado como este, donde de seguro salían mas de dos platillos por minuto debería de suponer un reto para cualquiera.
—Luces como si te hubiera arrollado un camión —esas fueron las hermosas palabras de Ross, Leandro soltó una pequeña risilla, y yo solo tomaba un sorbo de mi coca-cola.
—Siento que me ha arrollado un camión, para serte sincera.
Todos como buenos amigos la animamos, y con animarla me refiero a que le recordamos que necesita el dinero para sobrevivir y comprarse todo tipo de ropa cara como las que le gustan. Así se le olvidó todo el trajín de su jornada laboral, y paso a contarnos sobre una nueva tienda que están habilitando en el mall central que tiene piezas de diseñadores franceses, sus favoritos, mientras a la mesa legaban nuestros platos y cada quien empezaba a almorzar, la comida como cada vez que veníamos estaba deliciosa, y cada quien degustaba los platos en medio de charlas, sobre situaciones laborales, o planes a futuro, como por ejemplo: a Rosmery le estaba yendo muy bien con el chico que había conocido en internet, aún no nos había dicho su nombre, pero tenían una cita programada para mañana en la noche. Al enterarnos de esta noticia, le echamos porras, incluso Hanna se ofreció a ayudarla a arreglarse, y Leandro a ser su guardaespaldas en lo que demorara su cita, favores que obviamente rechazó alegando que era una simple cita y que estábamos haciendo un escandalo.
Sonreí observando la mesa, estos momentos me recordaban a mis primeros años en la universidad, era solo una simple pueblerina ansiosa por conocer la vida en la ciudad, cada que tenía la oportunidad de salir a divertirme, o a conocer un poco más de lo que mi pequeño pueblo me permitía; lo tomaba como si fuera lo ultimo que haría en mi vida. Es una lastima que etapas como esas no durarán toda la vida, pero como decía mi madre: ¨Algún día crecerás, y tendrás responsabilidades de las cuales no sabrás ni como salir, pero si no te arriesgaste en nada cuando tenías tiempo, te arrepentirás por el resto de tu vida. Y no he visto un lamento más solitario que el deseo de volver hacia atrás para cambiar las cosas.¨
Ese era el punto, arriesgarse.
Los quince minutos de gracia que le otorgaron a Hanna para almorzar se acabaron mas pronto que tarde, por lo cual la mesa se resumió a nosotros tres rápidamente, ya habíamos terminado de comer, así que no fue cuestión de tiempo que solicitáramos la cuenta y nos precipitáramos hacía la salida. Aún nos quedaban como 20 minutos de nuestra hora de almuerzo, Ross y Leandro iban a ir de vuelta al edificio corporativo, mientras yo iba a aprovechar a pagar algunas cosas a una plaza cercana.
—¡Nos vemos allá! —gritó Leandro, asentí mientras alzaba mi mano en forma de despedida. Tomé mi teléfono nuevo y revisaba mi estado de cuenta bancario, para estar segura si podía hacer todo lo que pensaba, tenía que pagar unas tarjetas, y depositar dinero a la cuenta de mis padres, y no sabía si me iba a rendir el dinero; definitivamente debía de manejar mejor mis finanzas. Dí media vuelta sobre mi propio eje, pero no pude dar dos pasos de manera decente cuando mi cuerpo colisionó con uno mas grande, de repente un olor a arboles y tierra mojada invadió mis fosas nasales, como si la persona frente a mi trajera consigo un pedazo de un bosque, o si fuera a llover en cualquier momento, cosa que dudaba mucho con lo soleado que estaba el día a pesar del frío que hacía.
—Lo siento —murmuré, sin mirar a detalle la persona con la cual había chocado sin querer y seguir mi camino.
—¿Ivonne, verdad?
Alto ahí.
Frené mis pasos tan rápido como esas palabras salieron de su boca, mire sobre mi hombro, no nos separaba ni un metro así que podía detallarlo; era un hombre joven, tal vez de algunos 28 años, bronceado, como si hubiera pasado toda su vida en una isla en el caribe, sus ojos eran mieles, muy similares a los de Ross, de hecho me recordaban a los de ella con esa mirada felina, alto, corpulento, con el cabello rapado a los lados y desalineado arriba, completamente ondulado y azabache. Llegué a la conclusión de que no lo conocía de ningún lado.
—¿Perdón?
El chico frente a mi me regaló una sonrisa de medio lado, la brisa golpeó la gabardina que traía; causando que hacía a mí llegara nuevamente ese olor tan peculiar, y que él introdujera sus manos en los bolsillos —Es imposible que me equivoque, traes su olor impregnado.
Fruncí el ceño ¿De qué diablos me estaba hablando este tipo? ¿Qué olor?
Iba a dar la vuelta para seguir con mi camino, pero él fue mucho más intuitivo que yo, avanzó dos pasos tan rápido que me pareció que el hombre frente a mi podía adivinar mis movimientos y alzó su mano hacía mi brazo frenándome, una descarga eléctrica recorrió todo mi cuerpo, causando que tiemble sobre mis pies y un calor inexplicable rodeaba la zona en la cual me estaba tocando. Alcé mis ojos lentamente hasta los suyos, detallando su porte y la seriedad de sus facciones, sus ojos brillaban de una manera extraña, justo como...
Oh no.
—Tengo un mensaje para ti, dentro de dos días vendré a buscarte, si quieres vivir no le cuentes de esto a nadie actúa completamente normal con tus allegados, nada de comentarles que saldrás, tampoco prepares ningún bulto o cuenta, no lo vas a necesitar hacia donde nos dirigimos —mi atención estaba en él, en lo rápido que pronunciaba cada palabra sin darme tiempo a asimilar lo que ocurría, en un segundo me sentí vulnerable ¿Irme? ¿A dónde? —, nada de comentarle a alguien los cambios que haz tenido, es muy pronto, pero como su sangre corre por sus venas no dudo que ya hayas experimentado algo —el chico torció el gesto — ¿En que problema me han metido? —su voz era dura, al igual que su presencia, no entendía porqué pero de alguna forma tenía el instinto de tener que arrodillarme ante él —¿Quieres vivir, Ivonne?
Temblé, ahí estaba, nuevamente me rodeaba un sentimiento de culpa que no sabía de donde provenía, quise gritar, los ojos se me aguaron de manera casi inmediata, y pude sentir el picor crecer por mi garganta como cada vez que temía ganas de llorar, pero no quería llamar la atención, si bien la calle no estaba solicitaría, pero tampoco llena, cualquiera que nos viera pensaría que somos dos conocidos sosteniendo una platica, y no sería consciente de lo que realmente estaba pasando, aunque yo tampoco entendía que sucedía, no sabía quien era él, no entendía nada de lo que me decía de manera atropellada, yo no entendía nada.
Pero de alguna forma la persona a quien tenía parado frente a mí, parecía tener toda la potestad de eximirme de oxigeno si mi repuesta era negativa, su presencia era amenazadora, su cuerpo estaba alerta, sus ojos, sus ojos que brillaban justo como lo que me atacó aquella noche que todo cambió para mí, destilaban tanta determinación que tuve miedo.
Justo como aquel día, la muerte me acaricio la espalda, casi riéndose de mi estremecimiento.
—¡Oye! —reaccioné — te pregunté ¿Quieres vivir?
Asentí tímidamente.
¿Quería vivir? ¿Quería esperar a Edison llegar de sus viajes y sentarnos a ver una película o salir a algún lado como me había prometido? ¿Quería salir con mis amigos a beber, ver a Leandro sentar cabeza, a Hanna triunfar como dueña de un restaurante, a Rosmery feliz con una pareja que de verdad la valore? ¿Quería volver a mi pueblo, a mi casa, a mi porche, a sentarme en la mecedora de mi padre y esperar que mamá me trajera una taza de café? ¿Quería casarme, tener hijos y morir feliz sabiendo que había tenido una vida plena? ¿Qué si quería eso? ¿Qué clase de pregunta era esa? Obvio que quería vivir, quería levantarme todas las mañanas con el pelo vuelto un nido de pájaros como me era costumbre, despojarme de mis ropas y admirar en el espejo y aceptarme por alguna vez en mi vida como soy, quería seguir avanzando en la carrera que tanto me apasionaba, de la mano de alguien que me amara, y seguir viviendo, como me había prometido vivir cuando era pequeña: Feliz. Quería sentir mi corazón acelerarse de la emoción una vez más, no quería defraudar a la pequeña yo, aunque de alguna forma ya lo había hecho.
Claro que quería vivir, el problema está en que uno no sabe cuanto quiere algo hasta que esta a punto de perderlo.
—Sí....
El chico sin nombre, me soltó pasó por mi lado sin decir ninguna palabra, su imponente presencia aún estaba sobre mí. Gimoteé, me dolía el pecho. Uno, dos tres, conté entre respiración.
Giré mi rostro y con toda la voz temblorosa hablé: —¿Dónde te debo esperar?
A pesar de sus piernas largas, y de lo mucho que había avanzado, a pesar de lo bajito que había hablado, él me escuchó, miró sobre su hombro.
—Haz tu vida como ahora, no importa como, cuando o donde, al tercer día vendré por ti. Eso es todo lo que debes saber.
y se fue, lo vi desaparecer cuando dobló en una esquina.
Pasé mis manos por mis mejillas húmedas, no sé en que momento había empezado a llorar ¿Debía de confiar en él? ¿Acaso tenía otra opción?
Cerré mis ojos.
¿No hay otra opción verdad?
No, no la hay Ivonne.
Y ante su respuesta, como cada noche desde aquel día me di la oportunidad de llorar, como un niño desolado al no saber que diablos estaba pasando en mi vida, pero de algo estaba segura, loca no estaba. Sin importar cuan descabellado podía sonar lo que me estaba pasando, yo no estaba loca. Todo era real, tan real como lo que me atacó ese día, como la voz dentro de mi cabeza, como el chico que acabo de ver, como el hecho de que algo dentro de mi no estaba bien, como el hecho de que si no hacía lo que ellos querían tenían la potestad de acabar con mi vida en cualquier momento.
No estaba loca, y yo iba a hacer lo que fuera para continuar con mi vida tal cual como era antes. Aún sin saber cuanto tiempo me tome.
Y ahí fue donde más me mentí a mi misma.
¿Iba a vivir?
Sí.
¿Iba a vivir como yo quería?
No, eso ya no era una realidad.
(..)
Ese día no volví al trabajo.
Como era de esperarse, volví a mi apartamento, a la insignificante seguridad que podía brindarme mi hogar. Estaba segura de que iba a recibir la regañada de mi vida con Alison, si ni siquiera llevaba un mes que me había llamado la atención, aunque a estas alturas, eso era lo que menos me importaba. Mi objetivo actual era embriagarme con la pequeña bodega de alcohol que tenía Edison en la casa, no era experta preparando tragos, pero ese whisky a la roca me sabía de maravilla y hacia su función que era lo más importante, o al menos eso esperaba después de bajarme una botella completa sin tener efecto; lo cual era algo raro porque yo nunca había sido tan buena tolerando el alcohol, pero lo pase de largo, no me importaba arrasar con la licorería si lograba olvidarme un poco de todo lo que me estaba pasando.
Un trago,
otro poco de hielo,
volver a servir
y repetir.
Esa era mi prioridad.
Mamá siempre decía que alcohol no curaba penas cada vez que veía a papar llevar un vaso de su whisky añejo a sus labios mientras miraba un partido en la televisión capotada cuando llegaba del trabajo, pero si me viera ahora mismo se avergonzaría, porque como digna hija de mi padre estaba sentada en el sofá con botellas de licor sirviéndome de compañía mientras que por los parlantes se reproducía una música suave, nunca vi a mi papá como un alcohólico, de hecho nunca recuerdo haberlo visto borracho en mi vida, beber era más como su acción de ocio, algo que aún ahora no llegaba a comprender. Sonreí, irónicamente me visualicé como cuando tenía 8 años, mirando desde el umbral de las escaleras la escasa luz que brindaba la televisión prendida, la cual alumbraba a papá beber sin realmente prestarle atención a lo que se reproducía frente a él. Cuando era pequeña era muy inocente como para darme cuenta, pero ahora con toda mi edad y una relación que se ha visto amenazada en más de una ocasión comprendía mejor muchas cosas que habían sucedido en mi alrededor durante mi desarrollo; mis padres no se llevaban bien, no eran felices juntos, solo permanecían juntos, talvez por mí cuando era pequeña para que creciera con una familia funcional, y después por costumbre cuando ya no los necesitaba. Pero no eran felices, el estilo de vida de mi padre, la falta de emoción en el rostro de mi madre, me era suficiente para comprender que algo había pasado y que habían tratado de protegerme de eso todo este tiempo.
Tomé mi celular, el cual reposaba en el centro de mesa y con los ojos entornados marqué el teléfono que me sabia de memoria, la lineal no pito mas de cuatro veces cuando la voz de mi madre se coló por los altavoces del pequeño aparato:
—¿Bueno?
Suspiré, hacia mucho que no la llamaba, su voz se escuchaba agitada como si hubiese corrido desde donde estaba para tomar el teléfono: —Hola má.
—¡Ivonne hija cuanto tiempo! —exclamó contorsionada, se escuchó que movió algo de donde estaba, papá parece que estaba cerca, porque aunque no escuché lo que dijo mamá le respondió — La ingrata de nuestra hija por fin decidió llamarnos —sonreí, sin que la sonrisa llegara de verdad a mis ojos —, cuéntame hija mía ¿Cómo estás? ¿Qué tal el trabajo? ¿Edison?
—Todo bien mamá, perdón por no haber llamado antes.
—Que va hija —bufó, se escuchaba feliz —, que estaba bromeando, se que estas muy ocupada ¡Que te esperes! — gruñó, reí en voz baja puesto que de fondo se escuchaba todo un trasteo — Déjame ponerte a tu padre a ver si me deja hablar contigo tranquila, toma me la pasas eh ¡No vayas a colgar!
La línea se cortó por unos segundos, hasta que mi padre habló: —Ivy, mi niña ¿Cómo estas? ¿Acaso te haz olvidado de tu viejo padre...?
Mi corazón se estrujó tras su pregunta, con todo lo que estaba pasando, había dejado de preocuparme por otras cosas o personas que eran importantes para mi, como mi padre, a quien le debía toda mi carrera.
—Sé que ya tienes tu vida hecha, pero no estaría mal que vengas a visitarnos de vez en cuando. Hace años que no te veo.
—Perdón papá por no llamarlos, es que han sucedido muchas cosas —susurré.
—¿Todo bien mi niña?
—Sí papá —mentí —, de hecho hoy fui a beber con unos amigos y me ofrecieron un vaso de wisky y no pude evitar pensar en ti.
Papá se hecho a reír, y a ultimo segundo parece que se atragantó con su propia saliva y procedió a toser y a raspar su garganta: —No me llena de orgullo que pienses en mi por eso —continua con su risa de manera jocosa. Contagiándome a mi también de su buena vibra. Sin embargo no pude evitar que se deslizaran un par de lagrimas de mis ojos ya aguados.
¿Qué pasaría conmigo cuando ese chico fuera a buscarme? ¿Volvería a verlos o hablar con ellos? Yo era su única hija, por la cual habían sacrificado todo, incluso su casa, era todo lo que tenían como alguna vez me habían dicho.
—Eso no es nada ¿La salud como esta?
—Lo mejor que se puede para alguien que va a cumplir 60 —se escuchaba resignado había tenido una vida dura, venía de la extrema pobreza, y como nunca había terminado un estudio importante, se había ganado lo poco que tenía a partir de el peso de su propio cuerpo, todo con trabajos duros y pesados, pero al menos había jurado no casarse o formar una familia al menos que tuviera lo preciso para llevar pan a la mesa cada día; papá era mucho más mayor que mi madre, mientras él me había tenido a una edad considerada avejentada para el promedio de su época, mamá me había tenido demasiado joven, ya que a penas iba a cumplir 45 —, soy un alma añeja Ivy, al menos prométeme que me visitaras antes de mi sepelio.
—¡Tan dramático como siempre! —esa era mi mamá de fondo.
—No seas tonto, para eso hace falta muchos años. Y claro que iré a visitarlos pronto.
Oh al menos, eso esperaba.
—Eso espero mi niña, salúdame a Edison, deja ponerte a tu madre...
—¡Espera, papá! —lo interrumpí.
—¿Si?
—Te amo —susurré acojonada, las lagrimas me caían, pero hacia todo lo posible para que no me escuchara triste, o se diera cuenta de mi estado.
—Yo más Ivy, yo más.
Nuevamente la línea se cayó por unos segundos, hasta que mamá volvió a tomar la llamada.
—Ivonne perdona que te pregunte por esto, pero Martha me tiene cansada diciéndome que cuando hable contigo te pregunte por su nieto el amigo tuyo ¿Cómo se llamaba...?
—Leandro, mamá.
—Pues ese mismo, a ver si ya me deja en paz —sonreí y procedí a contarle como estaba, rápidamente pasó la conversación a todas las cosas que habían pasado en el pueblo, ella era un tanto chismosa, o curiosa, como ella decía. Y al ser un pueblo pequeño es muy difícil que las personas no se enteren de lo que pasa en el. Mamá hablaba y hablaba, poniéndome al día con todo, a pesar de que habían personas nuevas y muchas más de las cuales ni me acordaba, pero me daba igual siempre y cuando podía escucharla contarme todo con emoción, añoraba esto, aunque acompañado de una taza de café en vez de un vaso de wisky.
Mamá había crecido allí, la gente del pueblo decía que siempre había sido muy viva. Que atraía a todos los hombre que iban de paso por el pueblo hacia su destino y que le proponían sacarla de esa vida, cosa que siempre quiso, pero se negó. Todos dicen que solo llegó a sentar cabeza cuando quedó embarazada de mí, ni siquiera cuando conoció a mi padre. Y a sabienda de eso no pude evitar pensar si ella se había privado de otras muchas cosas de las cuales yo desconocía.
—Má —la interrumpí cuando mis pensamientos se fueron tan lejos que ya no sabía ni siquiera de lo que estaba hablando.
—¿Ujum?
—¿Alguna vez te arriesgaste sin saber que sucedería después?
Hubo un silencio extenso, en los cuales mordisqueé mis labios con premura: —¿A que viene la pregunta, corazón?
—Por nada... —dudé —... solo que tu siempre me hablabas de tomas riesgo y...
—Sí Ivonne, la mayor aventura de mi vida la tomé muy joven, mucho antes de tenerte, arriesgando sin saber que pasaría después.
—¿De verdad? —pregunté un tanto emocionada, ya que mamá casi nunca hablaba de su vida antes de casarse —¿Qué pasó? ¿Me vas a contar?
Escuché su risa, un tanto melodiosa, ella siempre había me recordaba a primavera, cuando parecía haber vivido toda su vida en otoño —Quizás cuando vengas te cuente todo.
—¡¿Qué?! —exclamé — eso no es justo ¿Al menos te salió bien?
—No importa si salió bien o mal Ivy, el punto es que me arriesgué y no vivo con el lamento de que hubiera pasado si lo hubiera hecho. Cariño si me preguntas por algo que te esta pasando...
—No, no —y era verdad, porque a pesar de que me estaban pasando muchas cosas, mi pregunta era producto de simple curiosidad — es solo curiosidad —afirmé —¿Má?
—¿Ujum?
—¿Fuiste feliz arriesgándote?
—Todo el tiempo, todavía guardo un recuerdo que me hace muy feliz.
—¿Algún día me lo enseñaras?
—¡Claro que sí, Ivonne! —sonreí mientras llevaba a mis labios el vaso con licor, para bebérmelo de golpe. Esto era lo que necesitaba una pequeña distracción —¿Ivonne? ¿Sigues ahí?
Carraspeé —Sí, mamá.
—Te amo.
—Yo también te amo Mamá.
Charlamos, por unas largas horas, hasta que el reloj marcó que ya era de noche y yo había empezado a extender las palabras gracias al alcohol, mamá tuvo que colgar, puesto que tenía que ir a hacer la cena, y aunque yo no quería dejarla ir, tuve que hacerlo, sin saber a ciencia cierta cuando volvería a escucharla hablar, o si acaso volvería a hacerlo.
Mi pecho se apretó con añoranza, aun no me acostumbraba a ciertas cosas que estaban pasando conmigo, pero decidí no pensar en eso en lo que quedaba de la noche. Así que con las luces prendidas, acostada en la sala, con el sonido de la aguja del reloj pegado a mis oídos, me dormí a sabienda que el día de mañana el reloj empezaría su cuenta regresiva.
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