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Bajo la luz de la Estrella Roja

Relato que participa en el Desafío de los Signos Zodiacales que organizó Shiu para Wattpad :)

Me tocó Aries, así que me tuve que ir a la montaña a convivir con cabras unos días, por lo que si recibisteis una visita de algún esclavo mío preocupados por mi desaparición ya sabéis la causa (se les reconoce por lo sexys que son y por las marcas de latigazos)

7999 palabras

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AÑO 508 DE LA ERA DE MARTE

El Coliseo, aquella estructura ovalada donde la muerte se enfrentaba a la esperanza, estaba a rebosar aquel caluroso ocho de abril. Marte refulgía más brillante durante ese mes, como una estrella de cristal rellena de fuego líquido. También había más polvo rojo del habitual; las brillantes partículas danzaban alocadamente entretejiéndose entre sus cabezas y miembros. Bajo la pesada armadura dorada, Laras se asaba de calor, pero se mantenía solemne. El emperador Lars Tharcos II estaba hablando y su voz, ronca y débil por el dolor, hacía estremecer a la muchedumbre. El joven cuerpo de la princesa Hele reposaba sobre la pira funeraria. Su rostro se mantenía fresco y blanco como un lirio. El pelo castaño le acariciaba las mejillas y los serenos párpados. Las moléculas de polvo rojo la rehuían; incluso muerta, era demasiado sagrada.

Todo el mundo vestía los tres colores del luto: el rojo por la sangre de la vida y por Marte, el amarillo por la tierra a quien le pertenecía ahora el cuerpo vacío y el verde, por ser el color del Inframundo en contraposición al rojo. Pero mientras los demás cargaban con una máscara de aflicción, Aita, la esposa del emperador, se mantenía demasiado fresca. No suponía ningún secreto para ninguno de los catorce distritos telúricos de la Fundación el que aquella mujer odiara a sus hijastros.

El arúspice sostenía al cabrito que iban a sacrificar. La criatura tenía los ojos muy brillantes y el hocico húmedo. Desprendía vigor por todo su cuerpo, a los dioses les iba a encantar ese sacrificio. Laras se preguntaba si habría sido cosa de Aita escoger a un cabrito para sacrificarlo, a fin de cuentas él era conocido como "el Vellocino Dorado" por su increíble armadura cuyo yelmo parecía la cabeza de un carnero. Sus inquietudes debieron de llegarle al cabrito que se sacudió nervioso e hicieron falta tres arúspices más para sujetarlo.

Laras sabía lo que pasaría: el Emperador terminaría de hablar y se procedería a continuar con el ritual. Apoyarían al pobre animal sobre un altar y el Arúspice Mayor revelaría el cuchillo que le cortaría las arterias del cuello para dejarlo desangrarse. Después comenzaría el juego. Saldrían los gladiadores y los ctónicos y la gente abandonaría el mutismo de respeto para alzarse con gritos frenéticos. Ese día tenía que derramarse mucha sangre ctónica. Esos monstruos debían de pagar porque uno de ellos había sido el verdugo de la pobre princesa. Todos, especialmente Laras, odiaban a los ctónicos, y ese día incluso más. Pero Laras decidió que no se quedaría a contemplar el espectáculo. Él no debía de estar ahí, sino buscando a su hermana Ethel la cual había sido raptada por los ctónicos. No la habían matado, sino que se la habían llevado por algo y Laras había jurado encontrarla. La muerte inesperada de Hele había arruinado sus planes y eso le hacía enfurecerse más todavía con los ctónicos. Si los veía aparecer en la arena, el odio que le atravesaría resultaría tan intenso que le consumiría. Por eso, cuando el cuchillo del arúspice atrapaba un rayo rojo de Marte, él se levantó para ir en busca de la única persona que podía inculcarle paz.

Primero le buscó en sus aposentos. Al no hallarle, se dirigió preocupado hacia el interior del hipogeo real. Le encontró en el corazón, junto al sarcófago vacío en el que depositarían los restos de su hermana. Laras no pudo evitar una sonrisa, le conocía demasiado bien.

—Sabes que tienes prohibido salir de tus aposentos —le reconvino sin apenas rudeza.

El joven de cabellos blanquecinos se volvió, dando un respingo al sentirse descubierto. Lars Frixo tenía las mejillas brillantes por las lágrimas que había derramado en honor a su hermana Hele. Una venda le cubría los ojos, pero igualmente las lágrimas se las habían arreglado para zigzaguear hasta sus labios sonrosados. Laras no soportaba verle llorar, así que se acercó al joven heredero y le obligó a levantar el mentón y a mirarle firmemente.

«¿Qué es lo que ves a través de esa venda, Frixo?»

—¿La extrañas? —le preguntó con más delicadeza de la que utilizaba con el resto de las personas, a fin de cuentas se trataba del heredero de la Fundación, de su protegido. Normalmente tenía que reprimir las ganas de tocarle para no mancharle de polvo rojo, por lo que aquel mínimo contacto significaba mucho para ambos.

—Sólo ha pasado una noche, pero es la consciencia de saber que no podré verla nunca más la que me aflige, supongo...

Laras contempló por el rabillo del ojo los hermosos grabados del sarcófago.

—La vengaré. Te lo prometo por Marte, por mi nombre y por mi honor.

—Odio cuando te pones así, Capitán.

—¿Así cómo? —cuestionó Laras, confundido.

Frixo suspiró, se sacudió un tirabuzón y procedió a imitarle:

—"Soy Laras Ultor, exterminador de ctónicos. Los aniquilaré y me haré cinturones con sus tripas bla, bla." Así. —Sonrió.

—Muy gracioso, mi pequeño emperador. Esos seres...

—Matan personas. Secuestraron a tu hermana —agregó Frixo con cierta tristeza que Laras no comprendía.

—Mataron a la tuya —insistió el capitán Laras.

Frixo decidió rendirse. Le profesaba un inmenso cariño a aquel hombre, pero sus ansias de venganza eran enfermizas. Buscó desesperadamente la forma de cambiar de tema.

—¿Crees que el alma de Hele encontrará su camino? —preguntó fingiendo más inocencia de la que ya tenía y buscando en el cielo a Marte.

Laras odiaba que le hiciera ese tipo de preguntas. ¿Que si creía en esos cuentos que pregonaban los arúspices tras inhalar demasiado polvo rojo? Pero tampoco quería quitarle la esperanza.

—Sinceramente, mi pequeño emperador, dudo mucho que haya un tal Caronte aguardándola, pero las almas no pueden desaparecer sin más, a algún lado deben ir, y Marte está hoy más brillante de lo habitual. Quizás sí que está ansioso por recibirla.

Frixo negó con la cabeza y ese simple gesto le rompió algo a Laras. Demasiada aflicción...

—Aita ha convencido a nuestro padre de entregarle el alma de Hele como sacrificio a los dioses.

Laras recordó al vigoroso cabrito.

—Esa maldita arpía —masculló, apretando los puños. No creía mucho en todos esos ritos funerarios, pero ¿quién se creía que era esa mujer para condenar el alma de la princesa de esa forma? ¿Y si al final resultaban ciertos?

—Es la mujer del emperador —dijo Frixo, averiguando sus pensamientos—. Mi padre está ciego de amor por ella.

Ni siquiera era tan hermosa, Laras no podía comprenderlo.

—Precisamente por eso se encaprichó de ella —agregó, volviendo a adivinar sus pensamientos.

Nefeles, la primera esposa y madre de Frixo y Hele, sí que había sido hermosa con su larga y rizada melena oscura y su piel nívea. Aita era vulgar, más delgada y menuda, y siempre tenía el ceño fruncido. El emperador había sido un hombre de apetitos voraces y de inquietudes complicadas. Indomable y fuerte, pero débil ante las pasiones terrenales. Sin embargo, un día vio a Aita lavando la colada en la fuente de la Plaza del León y su vida cambió. Dejó los excesos y abandonó a Nefeles para dedicarse a cuidar de su nueva esposa. Todos sabían que la que llevaba las riendas del imperio ahora era Aita y a nadie parecía preocuparle porque ciertamente, bajo las órdenes de Aita, la Fundación había prosperado. Eso le irritaba demasiado a Laras. La detestaba, pero era una buena gobernante.

—El Emperador debería abrir más los ojos —declaró sacándose el pesado yelmo. Se estaba asfixiando, por lo que recibió de buen grado el aire fresco sobre la cara. Una cascada de mechones negros alternados con púrpura cayeron por sus fornidos hombros.

—¿Para que pueda apreciar su falta de belleza?

—Hablaba metafóricamente —rezongó el exótico guerrero.

—¿Tan fea es? —preguntó Frixo con curiosidad. La venda en los ojos le impedía ver nada. Frixo tenía habilidades psíquicas especiales. Sabía exactamente dónde se hallaba anclado Marte, pero jamás había visto su fulgor. Laras suponía que con las personas le pasaba lo mismo.

—No es tan horrible, pero...

—Pero en comparación con esas prostitutas que frecuentas... ¿Verdad?

Laras parpadeó. No tenía ni idea de dónde había sacado aquella información, pero lo averiguaría. Los gritos procedentes del Coliseo interrumpieron el momento. Laras lo agradeció. Entonces Frixo recayó en que el capitán había abandonado su puesto para ir a verle.

—¿Qué estás haciendo aquí, Laras? Parece que te estás perdiendo algo divertido. Los leones deben de estar despedazando a esos despreciables ctónicos que tanto odias.

—Mi deber es protegerte. No sé a quién se le ocurrió llevarme al espectáculo, dejándote solo en la habitación.

—Fue a mí —reveló el joven.

Aquella revelación le dolió a Laras. Le dolió que quisiera alejarle.

—Pensé que echabas de menos los días de esplendor y gloria como gladiador —se explicó el chico.

Resultaba increíble que aquel hombre que ahora vestía con opulentas y extravagantes prendas de la mejor calidad un día fuera pobre. Ethel y él habían mendigado por las calles del Distrito Primigenio. El mayor rogaba por las tareas más humillantes con tal de ganar el dinero suficiente para darle a su hermana la vida menos miserable posible. Un día se unió a una expedición para cazar a los ctónicos que habían proliferado a las afueras de Tarquinia. Su hermana debería haberse quedado, pero se escapó y el resultado fue trágico. Al principio iban ganando los humanos con el uso de las nuevas armas tecnológicas, hasta que apareció un ctónico de tamaño descomunal. Jamás habían visto algo así. El ctónico se llevó a la pequeña Ethel y desde entonces Laras juró venganza. A pesar de su corta edad —dieciséis años— se inscribió como gladiador. Asesinar ctónicos en el circo calmaba temporalmente su sed, pero no lo suficiente. Como gladiador rápidamente fue mejorando sus habilidades para la lucha. Pronto consiguió el dinero necesario para comprarse una impresionante armadura dorada con un casco aún más impresionante. El Vellocino Dorado se convirtió en el héroe de los catorce distritos telúricos, incluso viajaban hasta Tarquinia para verle cubierto de sangre ctónica, para experimentar con sus propios ojos la vehemencia y el odio con que el Vellocino Dorado hundía su lanza en los cuerpos de esos demonios. Todo acabó cuando el propio Frixo le solicitó como guardia personal. Y así, Laras Ultor, con apenas veinte años recién cumplidos, se convirtió en el capitán más joven de la historia de la Fundación.

Sí, la gloria había sabido muy dulce, pero también se trataba de una droga muy peligrosa. Está bien experimentar el furor alguna vez (y de vez en cuando), pero demasiadas drogas consumen la mente y el cuerpo. Al perder a Ethel se quedó sin dulzura y una parte de él la añoró fervientemente hasta que conoció a Frixo y el joven heredero pudo arrojar un poco de miel sobre tanta amargura. Antes luchaba por venganza, algo que Frixo no pasaba por alto, ahora al menos podía decir que protegía a alguien, a alguien querido e importante por toda la población. Eso era lo que Frixo le había dado a aquel guerrero cegado por el odio. Porque Ethel no era más que una pobre niña desconocida, pero Frixo era nada menos que el futuro emperador. Eso la gente lo tenía en cuenta.

—Repito que mi deber consiste en protegerte y ya me estás comprometiendo demasiado haciéndome decir estas cosas. —Si Aita le escuchaba, no dejaría pasar la ocasión para atacarle.

Recién comenzaba abril, por lo que la primavera se estaba abriendo paso, aunque la única diferencia que Laras alcanzaba a percibir en La Fundación era el aumento de polvo rojo. ¡Y pensar que en una época, según lo que mostraban los mosaicos y papiros sobrevivientes al paso del tiempo, durante la primavera los árboles se llenaban de flores rosadas y la nieve se deshacía! Ni siquiera tenía muy claro lo que era la nieve, el fulgor de Marte la derretía instantáneamente. Los gritos provenientes del Coliseo se hicieron más audibles. Algún ctónico debía de estar dando pelea. Una mota de polvo rojo se filtró a través de un haz de luz. Eso le puso en sobrealerta.

—Debemos irnos de aquí, fuera de tus aposentos no estás a salvo.

Quería cogerle en brazos y sacarle de allí, pero tenía miedo de mancharle, por lo que tuvo que conformarse con que Frixo se resignara a obedecerle. Laras lanzó una última mirada al sarcófago donde depositarían las cenizas de Hele. Pensó en muchas cosas y ninguna de ellas tenía sentido.

Por los pasillos del palacio intercambiaron algún que otro comentario, siempre en voz no demasiado alta por si había algún espía de Aita siguiéndoles. Algo no iba bien, el instinto guerrero de Laras podía oler la sangre a distancia. Los gritos del Coliseo se tornaron auténticos gritos de pánico.

—Algo debe de estar yendo muy mal —comentó Laras, preocupado.

—¿¿Durante el funeral de mi hermana?? ¡¿Cómo es posible?!

—Perdóname —le susurró antes de salir corriendo en dirección contraria a los aposentos imperiales.

Esos malditos ctónicos... Laras se puso nuevamente el yelmo y corrió y corrió con su lanza de acero galvanizado más que preparada.

Al llegar al Coliseo quedó atrapado entre una marabunta de nobles que corrían despavoridos a ocultarse bajo las faldas del palacio. Y en el centro de la arena, tan grande como la recordaba o más, estaba la reina ctónica: Ojos Verdes, como él la había bautizado. La raptora de su pequeña Ethel. Todos los ctónicos que había matado tenían los ojos rojos, algunos incluso amarillos. Pero ella los tenía verdes. Ojos Verdes. Maldita zorra. La forma más precisa de describir a esa criatura sería compararla con un enjambre de patas de insecto cosidas a un cuerpo viscoso y negro con garabatos y tribales escarlata.

Laras respiraba con dificultad, se había convertido en un muñeco de carne pulsátil que luchaba por resistirse a sucumbir a los instintos más primarios, pero el odio resulta demasiado tentador en un corazón herido. Ojos Verdes sacudía sus gigantes brazos, derribando estatuas y golpeando a todo lo que se cruzaba por su camino. Era una visión patética y grotesca.

—BAGHH BAGHH —balbuceaba lo que Laras suponía que en idioma ctónico significaba "os voy a matar a todos, ratas".

Laras saltó al centro. El polvo rojo besaba los labios de la princesa, se metía entre sus uñas, se posaba sobre el valle de sus pechos incipientes.

La lanza refulgió y como si le transmitiera odio con la mirada, la punta empezó a acumular calor, distorsionando el aire a su alrededor.

—¿¿Dónde está Ethel?? ¡¡¿Qué hiciste con ella, maldita bestia?!!

Laras saltó. Laras cortó. La sangre roja le empapó. Ojos Verdes se cabreó de verdad. Hasta entonces sus ataques parecían hechos por confusión, ahora se dirigían contra Laras con fría y calculada inteligencia.

—Labradora de miseria, te voy a despellejar. ¡Me voy a embriagar con tu sangre!

La muchedumbre, en vez de huir hacia sus refugios o prestar ayuda, regresó a sus asientos, como si el verdadero espectáculo por el que habían pagado empezara ahora. Las gradas volvieron a llenarse.

Sucumbió al odio, a lo más aterrador de la naturaleza humana. Se dejó llevar por la adrenalina del combate y por la rabia, tan lejos que no se percató de que Ojos Verdes trataba de llegar hasta el palacio. Él embestía y contraatacaba y cuanto más aplaudía el público, más despiadado se volvía. Una lágrima rodó por la mejilla de la princesa sepultada bajo una montaña de polvo rojo antes de que alguien le prendiera fuego a la pira funeraria.

Laras se asemejaba a un pequeño velero maltratado por la tormenta, a un velero que se empeñaba en arremeter contra las olas una y otra vez. Solo que las olas son una fuerza de la naturaleza que por mucho que las golpeara no iban a cesar, la reina ctónica se contagiaba del propio odio de Laras. Cuando la lucha llegó a su punto álgido. resultaba difícil discernir cuál de los dos se odiaba más.

—¡Espera, Laras! —gritó una voz que en la mente febril de Laras sonó muy lejana, pero también familiar.

La ignoró, testarudo como él solo. Las lágrimas de rabia y sudor se entremezclaban con el polvo rojo y la sangre, una mezcla que sabía agridulce.

—¡Capitán Laras Ultor, te ordeno que te detengas! —exclamó la voz más firmemente.

¿Quién osaba ordenarle algo así? Esa bestia tenía secuestrada en algún lugar a su hermana ¿y le decían que parase? ¿Acaso los ctónicos mostraban piedad cuando asesinaban a alguien? ¿Cuándo desmembraban?

—Laras Ultor...

La reina ctónica no prestaba ya atención al guerrero. Tenía sus romboidales ojos verdes clavados en alguien que Laras adoraba.

—¿¿QUÉ HACES, FRIXO??

El joven se encontraba de pie entre la estatua de Ares y el cadáver de un león.

—¿Qué es lo que buscas? —le preguntaba a la ctónica—. ¿Qué es eso que tanto quieres? ¿Acaso soy yo?

—¡FRIXO!

Horrorizado, corrió para interponerse entre el cuerpo del frágil príncipe y el de la monstruosa reina.

—¡Espera, Laras! —le reprochó.

—¿De verdad crees que esa bestia puede razonar? —inquirió, atónito.

—Puedo entender lo que dice.

Laras estaba demasiado perplejo. Jadeaba. El pelo largo y oscuro se le pegaba a la piel tostada y sudorosa. Las heridas le escocían, pero eso sólo le hacía sentirse más vivo. Laras era fuerte, valiente, emprendedor. Todo un guerrero que irradiaba vigor y energía. Frixo era calmado, sensible, compasivo. Era luz que le calmaba y agua que apagaba las llamas.

Los guardias habían rodeado ya el perímetro. Todos apuntaban con sus tritones de acero galvanizado a la ctónica. La lanza de Laras había acumulado el suficiente calor.

—Si es cierto que puedes entender a ese monstruo, pregúntale entonces dónde tiene a Ethel —replicó sardónicamente.

—¿Dónde tienes a Ethel? —obedeció el rubio con tranquilidad.

El guerrero se crispó.

Ojos Verdes respondió.

—¿Qué es lo que ha dicho? —demandó saber Laras sin un ápice de paciencia.

Frixo no quería responder. Se rehusaba a que la situación empeorara.

—¿Qué es lo que buscas? —prosiguió interrogando a la ctónica, ignorando las demandas de su protector—. ¿Me buscas a mí?

Al oír eso, Laras no lo pudo soportar. Enarboló con decisión la empuñadura de la lanza y decidió ser valiente. Valiente porque en realidad, le aterrorizaba la idea de asesinar a ese monstruo. En sus sueños le había perforado, desmembrado, sesgado una y otra vez. La hacía sentir el dolor físico más atroz mientras que dejaba que lentamente se desangrara y justo antes de vaciarse, le daba el golpe de gracia. Matar a Ojos Verdes era su quimera. ¿Qué pasaría cuándo hubiera cumplido su venganza? Ethel no volvería de todas formas y él se habría quedado vacío. Pero ahora su archienemiga amenazaba con arrebatarle también a Frixo, así que Laras se impulsó y justo, momentos antes de clavarle la lanza, le pareció ver dentro del caparazón de Ojos Verdes a una mujer etérea. Era muy hermosa, de cabellera larga y ondulada. ¿Dónde la había visto antes?

Mas ya no podía parar. La punta de la lanza penetraba el pecho de la criatura. Estaba tan cadente que la carne se derretía como si fuera de arcilla. El grito que profirió debería haber sonado como música para los oídos de Laras, haber sonado a redención. ¿A qué sonaba la paz interior? A ese grito desde luego que no. Fue un alarido de dolor que podía partir la entereza de una nación. Algo no cuadraba... mas Laras lo ignoró. Frixo se había puesto muy pálido y estaba horrorizado. Los guardias aprovecharon esa oportunidad que Laras les había dado para rematar a Ojos Verdes, pinchándola con los tridentes. Frixo saltó a la arena. Laras tampoco quería que la mataran, no sin antes revelarle dónde estaba Ethel. Le insistió a Frixo que se apartara, pero el joven príncipe extendió los brazos en forma de cruz y con las yemas de los dedos apuntando hacia el cielo.

—¡Alto! —ordenó.

Los tridentes salieron volando y cayeron al suelo, a varios metros de distancia. Los poderes psíquicos de Frixo eran demasiado densos y corrió un velo de silencio que nadie se atrevió a quebrar. El joven se arrodilló junto a la bestia e intercambiaron susurros y lágrimas. Laras quiso descuartizar a esa bestia.

La escena no se extendió por mucho más tiempo. Tharcos ordenó a unos guardias que retiraran a su hijo. El resto echó una red lumínica sobre la ctónica.

Con la adrenalina diluyéndose de su sangre, Laras comenzaba a notar el dolor y el cansancio. Pero tenía que ver a Frixo, así que salió tras él olvidándose de la malherida Ojos Verdes cuya respiración ya se extinguía. Ella le había enseñado demasiadas cosas, le había hecho mejorar como guerrero y fortalecerse y ahora moría despatarrada sobre la arena, rodeada de desconocidos.

Les alcanzó a la mitad del Pasillo Principal. Los ojos de plata de las estatuas se clavaron en él.

—Ahora no estoy de ánimos para hablar contigo —le rechazó.

—Frixo... ¡¿Qué demonios ha pasado?!

—Estabas tan poseído por la sed de sangre que no me sorprende que no te hayas enterado de nada.

A Laras no le pasó desapercibida la acritud de sus palabras. Los guardias que le respaldaban le advirtieron de que dejara en paz al Príncipe; había sido expuesto al polvo rojo y necesitaba ser purificado. El capitán, que era un hombre para nada paciente y mucho menos sumiso, se frustró más.

—Aquí estás, capitán Laras Ultor.

Laras se volvió lentamente ante el poder de aquella voz para toparse cara a cara con el mismísimo emperador. El guerrero inclinó la cabeza, aunque no estaba de humor para esas formalidades.

El emperador era un hombre alto y fornido, de aspecto marcial. El pelo canoso y la dureza de su mirada imponían respeto, aunque la edad y los excesos de su anterior forma de vida habían arruinado en gran parte su atractivo. La túnica que llevaba encima debía de resultar muy pesada, con tantas cadenas doradas y bordados. Solía vestir de añil o de blanco, pero ese día estaba de luto como todos. Le acompañaba su esposa Aita y el arúspice principal. Laras entornó los ojos, había algo en la expresión de Aita que le ponía en sobre alerta.

—Tenemos el resultado de consultar a los dioses. Han hablado y ahora debemos proceder.

—Sé que el rito funerario ha sido interrumpido..., pero algo me dice que esa petición de los dioses trae malas noticias, Majestad...

Tharcos estaba turbadamente serio. Había perdido una hija, pero había algo más.

—Quería que Frixo supiera la noticia antes de anunciarla a la plebe y es mejor que tenga a alguien de su confianza presente para acompañarle.

—Padre, ahora no es prudente que... —trató de decir mientras sufría un ataque muy fuerte de tos.

—Escucha, hijo. Los dioses no parecen tener suficiente con el alma de tu hermana. Maldita sea la hora en que me fijé en tu madre.

Las palabras del emperador empezaron a sonar alargadas y lejanas. Laras no quería escuchar lo que se avecinaba. Le resultaba absurdo concebir un mundo tan lleno de sinsentido.

—Frixo, sangre de mi sangre, debes ser sacrificado para salvar a la Fundación de la amenaza de los ctónicos. Sólo eso nos traerá paz.

Laras miró con odio reverendo a Aita.

—¡ESTO HA TENIDO QUE SER COSA TUYA, ASQUEROSA ARPÍA!

Perdió los estribos y se abalanzó contra la mujer.

—¡Laras!

Estaba fuera de sí. Los guardias le retuvieron y alguien le administró un sedante. Frixo permanecía inmutable, todavía blanco como la cera, pero para nada era un muchacho que acababa de oír cómo su padre le sentenciaba a muerte. Laras estaba demasiado exaltado, quebrantó varias normas de respeto frente al Emperador, pero no le importaba en absoluto. Continuó resistiéndose a los guardias hasta que el sedante hizo efecto.

—Es lo único que puede traer paz... —le escuchó decir al emperador a lo lejos, mientras los brazos de la oscuridad se cernían sobre él.

Laras despertó unas horas después en la oscuridad de una celda de aislamiento. Estas celdas trataban de imitar a las mazmorras clásicas, pero los barrotes eran de luz láser y las falsas paredes de piedra estaban reforzadas en su interior con microfilamentos irrompibles. Le dolía todo el cuerpo tanto por fuera como por dentro y acababa de recaer en que había perdido su colgante del toisón dorado: una gruesa cadena de oro que imitaba el estilo de los antiguos egipcios con un vellocino dorado como colgante. Nada de eso era importante cuando la vida de Frixo estaba en peligro. Cuando esos malditos ctónicos tenían a su hermana cautiva. La mente se le empezó a desembotar y pudo insultar a los guardias y a Aita. Nadie fue a por él, era como si le hubieran aislado hasta tal punto que nadie recordaba su existencia.

Estaba empezando a quedarse adormilado cuando de entre las sombras apareció una figura. Laras la ignoró creyendo que se trataba de una alucinación producto de los sedantes y de su exasperación. Sin embargo, empezaron a recorrerle descargas de frío que la mirada de esa figura le producía.

—¿Qué diablos quieres?

—Vellocino Dorado —habló una desgastada voz femenina. Laras consiguió distinguir a una arúspice—. Te imaginaba diferente. Ya sabes, con más cornamenta.

—Podrías devolverme la armadura que me han quitado y entonces te enseñaría mi cornamenta —repuso, lacónico.

La arúspice sonrió, revelando su desgastada dentadura. Laras pudo entrever a la mujer más vieja que había visto jamás. Era achaparrada y enjuta. Su piel reseca se le hundía entre los huesos de sus pómulos, pero los ojos mantenían un brillo demasiado audaz, pequeñas motas de luz como puntas de alfiler.

—Tú y yo tenemos que hablar. Será una conversación corta ya que no disponemos de mucho tiempo.

—Si te ha enviado Aita para envenenarme, se puede tragar su propia bilis.

—Estoy aquí porque precisamente Aita ha comprado a todos los demás.

—Menos a ti.

—Veo que empiezas a apreciarme, daimon.

—Habla de una vez, bruja.

—A mi avanzada edad ya no me queda mucha voz...

Laras se acercó lo más que pudo a los barrotes, resignado. La anciana habló. Mientras lo hacía, Laras no pestañeó. Mientras lo hacía, él tuvo la impresión de que la luz del candil que sujetaba empezó a oscilar, más alargada, y que en vez de arrojar calor, desprendía frío porque la temperatura descendió súbitamente hasta que la piel se le erizó. La anciana habló de cosas muy antiguas y disparatadas, pero que por alguna razón eso era lo que las hacía sonar creíbles.

—¿Qué vas a hacer, Vellocino?

—Dímelo tú, bruja —repuso, temblando incontrolablemente.

La arúspice sonrió una última vez y se retiró de allí, fundiéndose con las sombras.

—¡¡Espera!! —la llamó sin ningún éxito. Había vuelto a quedarse solo.

Media hora después que pareció una eternidad, acudió alguien más a visitarle. Esa vez estuvo atento por si se trataba de la arúspice. Se sorprendió al encontrarse con una mujer mucho más hermosa.

—Uni, ¿qué estás haciendo aquí?

—Parece que no te alegras de verme. Cuando me enteré de que habías sido arrestado me colé en el palacio, noqueé a unos guardias, esas cosas. —Por un momento su voz se había vuelto más ligera, pero al acabar volvió a adoptar una expresión demasiado severa. Si ella estaba así, es que había ocurrido algo.

Uni no llevaba ningún candil, pero a la pálida luz de los barrotes pudo distinguir sus párpados difuminados en negro para disimular la hinchazón de éstos. Seguía llevando la túnica de luto y las ondas de su cabello rubio las sostenía en un moño que las mantenía apartadas de su cara.

—¿Qué ha ocurrido, Uni?

Una lágrima resbaló por la mejilla de la muchacha.

—Es Nefeles... Ocurrió tras el ataque de la reina ctónica...

A Laras se le heló la sangre. Primero los hijos y ahora la madre.

—La enfermedad de la Estrella Roja —comprendió.

Uni ni siquiera tenía ánimos para asentir, pero lo hizo.

—¿Tan grave está?

—Sufre de un dolor agónico a pesar de que la hemos hecho respirar vapores. Sigue siendo ella, pero sus ojos ahora son naranjas y están inyectados en sangre. Sólo han aparecido tres puntas de la estrella de su frente, pero no tardarán en aparecer las otras dos. Fui incapaz de brindarle la paz...

Aquella extraña enfermedad estaba menguando a la población desde el día en que existían los ctónicos. Nadie tenía muy claro cual de los dos males había llegado antes, pero ambos estaban acabando con la esperanza de la gente. Así era el mundo en la Era de Marte. El planeta rojo les hostigaba con su luz y polvo y las personas vivían con miedo y desesperación. La enfermedad se llamaba así porque aparecía una estrella en la frente de la víctima, como un pequeño rubí incrustado. Cuanto más avanzaba la enfermedad, más puntas aparecían en la estrella. Cuando ésta se completaba con cinco, el enfermo se transformaba en un ctónico.

—Salvaré a Frixo y encontraré una cura para ella a tiempo —declaró.

—Y también salvarás a tu hermana.

—Lo haré.

—Lo sé. Sobre eso quería hablarte...

—No hay tiempo que perder, sácame de aquí —la interrumpió.

Uni obedeció, extrayendo de su túnica una pequeña llave que parecía de bronce y se puso a trastear con la cerradura. Laras sabía que no se trataba de una llave normal, sino que decodificaba las contraseñas. Al guerrero no le sorprendía la habilidad de la joven, a fin de cuentas la había adoptado como su pupila y era una alumna muy aventajada. No medía mucho, pero tenía un cuerpo rápido y habilidoso cuyos músculos había fortalecido. Nefeles era como una verdadera madre para ellos, pues carecían de familia por culpa de los ctónicos. Los barrotes desaparecieron y Laras pudo saborear la sensación de la libertad.

—Ahora debemos recuperar tu armadura.

Uni sabía dónde la guardaban y como ya se había encargado previamente de los guardias, recuperarla resultó decepcionantemente fácil. Le pidió permiso para ayudarle a ponérsela y aunque él no accedió, ella insistió.

—¿Sabes? La hemos encontrado —le comunicó mientras se aseguraba de ajustarle bien los cierres. Le colocaba cada parte del peto con cuidado, disfrutando de cada roce que surgía deliberadamente. Las heridas que le había infringido Ojos Verdes coagulaban. Estaba muy cerca de él y las yemas le vibraban, con cuidado de no herirle.

Los ojos del guerrero se habían abierto de par en par y Uni se sintió feliz por haberle hecho feliz a él.

—¿Te refieres a...?

—¡Al fin encontramos la guarida de Ojos Verdes! Al visitar el Coliseo dejó todo un rastro tras de sí.

La felicidad que le embargó fue tan grande que la abrazó efusivamente. Uni se sonrojó al sentir el frío de su armadura contra su pecho. Se mordió sutilmente el labio y buscó los ojos de Laras, pero no encontró lo que esperaba, así que se retiró, decepcionada.

—Ahora mismo no puedo dejar de pensar en Frixo. Aita no va a salirse con la suya. Voy a raptarle y le llevaré a la casa de su madre. Después iré a rescatar a Ethel.

Y Uni comprendió, aunque le dolía aceptarlo. Terminó el proceso colocándole el impresionante yelmo, retirándole con cuidado su larga melena para que no quedara aprisionada.

—Déjame al menos acompañarte hasta la guarida. Es demasiado peligroso, estará llena de ctónicos.

Laras no encontró argumentos para impedírselo.

—Está bien, pero ahora debes esperarme. No quiero que te metas en un lío por mi culpa.

—No me seas...

—Voy a por Frixo, espérame afuera —la acalló con una mirada conminatoria.

«Entonces Yahveh formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. Eso dicen las antiguas escrituras, ahora ese polvo se ha rebelado y asfixia a los jardines y duerme a las memorias»

Tarquinia, capital el Imperio, descansaba con el miedo de encontrar nuevas víctimas al día siguiente. Era el distrito telúrico más poblado y, por tanto, el más bullicioso. El Barrio de las Luces solía estar repleto de jóvenes que querían vivir la vida al máximo mientras podían, pero había sido un día de desgracias y todos descansaban en sus hogares de aluminio y cristal. De vez en cuando alguna patrulla torcía por una esquina. En el muelle, un pescador trataba de atrapar algo con su caña. En un barreño coleaban dos peces aplanados y de ojos rojos por la inhalación de tanto polvo. Las crestas de las olas eran rojizas y arrastraban más polvo a la orilla.

«Hoy en día ya nadie recuerda que olvidó algo sumamente importante. Pero los ctónicos no han olvidado, Vellocino. Ellos saben lo que buscan y sufren porque aunque lo encuentran, se les asesina por ello»

El polvo rojo se le estaba incrustando entre los anillos de los cuernos. El palacio era un edificio impresionante. Irradiaba su propia luz porque no necesitaba reflejar la luz de las estrellas. El propio palacio era un faro. Nefeles le había contado que había sido construido para honrar a la tribu extraplanetaria que una vez había ayudado a la humanidad. Porque hubo un tiempo en el que la gente moría de cáncer y tuvieron que pedir ayuda al exterior. El cáncer se curó, la humanidad se reajustó y aceptó la Era de Marte. Ahora la gente moría de los ctónicos y de la enfermedad de la Estrella Roja y los arúspices habían implorado al cielo de nuevo por ayuda, pero esta vez nadie había respondido. Laras, jadeante, no podía sacarse de la cabeza las palabras de la arúspice.

«Marte brilla con una luz sangrienta y mortecina. Tiene sed de almas y mientras siga bebiendo, los ctónicos continuarán matando. Y vosotros que creéis ser algo que no sois, matáis también y cada víctima vuestra es peor que la de los ctónicos, porque no sois quienes creéis ser y creéis que el culpable es quien no lo es»

Cuanto más se adentraba en los laberínticos corredores, más comprendía que por dentro resultaba más grande incluso que por fuera, pero sabía muy bien que mientras siguiera los haces de luz azulada no se perdería. La familia imperial habría pasado tiempo junto al sarcófago de Hele, pero a Frixo no se le permitía salir ya que se creía que el polvo rojo interfería con sus poderes. Como él era su guardián personal, pudo acceder a su dormitorio, con las palabras de la bruja todavía zumbándole. Le sorprendió medio desnudo; tan sólo llevaba una fina bata holgada y mal puesta, y los mechones blanquecinos le caían en ondas por la cara. Estaba concentrado leyendo un libro y cuando alzó la cabeza para mirarle, Laras advirtió que la venda de los ojos estaba empapada.

—¡Laras! Estaba preocupado por ti, Capitán.

«¿Tú preocupado por mí? Es a ti al que van a sacrificar...»

—Nos largamos —le comunicó.

—¿Por qué?

—¡¿Por qué?1 Te sacrificarán y los ctónicos se enfadarán más aún. La reina te buscaba a fin de cuentas, ¿no? Vino hasta aquí a por ti.

—No exactamente... No lo entiendes, la decisión de mi padre es la correcta.

—No, no lo es. ¡Y aunque lo fuera me da igual! Mi trabajo consiste en protegerte y eso haré.

—Ah, entonces sólo lo haces por trabajo. Porque es tu obligación.

¿Qué mierda le pasaba?

—Lars Frixo, te voy a raptar, así que al menos vístete decentemente.

—Déjame acabar el libro.

Laras trató de descifrar el título de la cubierta de cuero, pero estaba en braille.

—¿Por qué es tan importante?

—Porque cuenta cosas que la gente ha olvidado. Que tú has olvidado. Pero yo no... El polvo rojo no ha afectado a mis recuerdos.

El corazón de Laras se saltó un latido.

—¿Qué hemos olvidado?

Las mismas palabras que las de la arúspice.

—Qué somos en realidad. Es frustrante que pasen los siglos y la gente de mi alrededor sólo recuerde lo de hace veinte años.

Laras parpadeó. Fue como si con las palabras de Frixo hubiera recordado de repente que tenía quinientos años. Pero a él le habían hecho capitán a los veinte.

—Tú sólo tienes veintitrés años. Es increíble que yo aparente dieciocho, pero sea mucho más viejo que tú. —Sonrió.

Laras trataba de hurgar en lo recuerdos, pero apenas podía evocar el rostro de Ethel. ¿Eso es lo que le había hecho el polvo?

—¿Y tu padre? ¿Y los arúspices? ¡¿Ellos tampoco recuerdan?!

—Ellos eligieron olvidar adrede. Es más fácil vivir ignorantes...

Laras pensó que iba a volverse loco. Nada de eso tenía sentido. Él recordaba haber crecido perfectamente. Pero no recordaba a los demás haberlo hecho. Y los demás no parecían recordar que él había crecido. Se acercó al heredero e hincó una rodilla en la mullida alfombra azul.

—Frixo. Sabes que te quiero con todo mi corazón. ¿Piensas que soy un demonio?

El combate contra Ojos Verdes había sido aquella misma mañana. Frixo le había acusado de ser un asesino irracionable.

—Tú no eres un monstruo —respondió con la voz rota.

Eso alivió tanto al guerrero que no reparó en la angustia de su declaración.

—Voy a recoger mis cosas. Cuando vuelva, espero que estés listo porque te raptaré.

Laras salió de la habitación contento y decidido. Frixo no le odiaba y eso era lo importante, aunque demasiados misterios comenzaban a frustrarle.

De pronto escuchó voces que hablaban en susurros y eso le llamó demasiado la atención como para no indagar. Se acercó con sigilo a una enorme columna y se pegó a ella.

...El plan fue un éxito y lo sabes.

¿Pero y a qué precio, mi señora? Hiciste un pacto con los ctónicos. Dejaste entrar a la reina...

Y fue asesinada. Fue un plan brillante. No hay hijos de Nefeles y no hay reina ctónica.

Debería sorprenderse por escuchar a Aita confabulando de esa forma. Pero no lo hizo. Al fin tenía la confirmación de sus sospechas. Tenía que poner a su protegido en sobre aviso.

—¡Frixo, ha sido cosa de tu madrastra! ¡Ella dejó entrar a los ctónicos!

Pero se quedó congelado ante lo que vio. Frixo llevaba bajada la venda. Era la primera vez que ambos se miraban directamente a los ojos. Frixo vio un corpulento hombre de dos metros con casco de cabeza de animal y amenazante cornamenta. Laras vio dos granates, dos ojos rojos.

—¿Te sorprende saber que el monstruo soy yo? Te dije que la decisión de mi padre es correcta.

¿Por qué? ¿Por qué le hacían esto? ¿Por qué la persona que más amaba del mundo era en realidad una de las criaturas que tanto odiaba? ¿Tan ciego de amor había estado? El semblante del guerrero se ensombreció. Frixo lo comprendió.

—¿Desde cuándo? ¿Cómo ha podido pasar?

—Desde hace quince años por lo menos. Durante un desfile en el distrito Terciarium fuimos atacados por una partida de ctónicos. Solo que no me mataron.

—Por eso puedes entender lo que dicen. ¡Porque tienes a uno en tu interior!

—No quería que me odiaras. ¡Yo te quiero tanto! —Deseaba llorar, pero ya no parecían quedarle lágrimas.

Laras se acercó con la lanza enarbolada. Se detuvo junto a él. Frixo le contempló con detenimiento. Había oído muchos comentarios sobre Laras. Sabía que le gustaba vestir extravagante y de forma provocadora, por lo que la imaginación de Frixo había volado a la hora de crear una imagen de él. Pese a llevar la armadura, le pareció muy hermoso con los mechones negros como la tinta alternados con otros, púrpura. Sintió el calor que la punta de la lanza empezaba a emitir.

—Adelante —le instó, serenamente, aunque su pecho temblaba.

Pero Laras Ultor dejó que la lanza se le escurriera entre los dedos. Frixo permanecía sentado en la cama. Laras se dejó caer de rodillas y Frixo notó algo caliente y húmedo en su pecho.

—No puedo —sollozó—. Quise convertirme en un demonio, en el demonio de los ctónicos. Pero no puedo serlo. —Se limpió las lágrimas—. Voy a sacarte eso que llevas dentro.

Frixo le miró, interrogante. Su capitán le hizo tenderse contra el colchón y le besó con ímpetu. Sus mejillas seguían húmedas, pero eso sólo intensificó más aquel beso que poco tenía de tierno.

—Voy a purificarte —prosiguió, y le acarició como si de verdad sus manos contuvieran tal poder.

Y Frixo le devolvió los besos que le dio como si pudiera librarse de lo que tenía dentro de ese modo, aunque él sabía que era imposible, pero se dejó llevar. A pesar de todo estaba feliz. Con delicadeza le ayudó a desprenderse de la pesada armadura sin dejar de robarse el aire e incluso, de intercalar pequeños mordiscos. Uni se había preocupado porque tardaban demasiado, pero comprendió lo que debía de estar pasando y se retiró.


***

—¿Qué es lo que te dijo la reina ctónica? —le preguntó Laras, con la voz ronca, miles de destellos de estrellas después.

La noche se había vuelto contradictoriamente tranquila y la calma de la Luna superaba la belicosidad de Marte. Lo único que se escuchaba era algún grillo, aunque Laras sabía que Aita estaba conspirando en algún lugar. Por eso no le importó tanto romper esa dulce calma.

—...Buscaba a su hijo.

—¿Quién es su hijo? —La mirada significativa que le brindó el rubio le hizo comprender—. ¿Tú?

—El ctónico que llevo dentro.

Y Laras tampoco se sorprendió porque había visto la figura de Nefeles en la propia Ojos Verdes.

—Justo maté a Ojos verdes y Nefeles contrajo la Estrella Roja...

—Está bien, Laras. Tú no lo sabías...

—¡Pero trataste de avisarme!

—Siempre has sido muy cabezota.

Laras le abrazó con más fuerza.

—¿Qué es lo que hice exactamente? ¿Qué son?

—Los alienígenas que acudieron a ayudar a la Tierra curaron el cáncer... porque querían los cuerpos humanos para ellos. Querían transferir sus almas a esos recipientes, pero para ello debían expulsar a las almas humanas... Lo lograron, los ctónicos son esas almas.

Frixo no era más que un alienígena en el cuerpo del verdadero Frixo y él había estado asesinando a los verdaderos humanos.

—¿Y también hay un ctónico por ahí buscando mi cuerpo?

—Tú y tu hermana sois daimones.

—Pensé que no era un demonio, al menos fisiológicamente.

—Me refiero a que sois humanos puros. Todavía hay, aunque muy pocos. Por eso os buscaban a Ethel y a ti. —Una fuerte tos le impidió seguir hablando. Varios tribales carmesíes se extendieron por sus brazos.

—¿Duele mucho? —le preguntó.

—Un poco, pero ya nos estamos acostumbrado los dos. Todos los ctónicos te odian mucho, ¿sabes? Aunque tú no lo supieras mi amor por ti logró que pudiera imponerme. Pero no puedo dejar de pensar que estoy invadiendo un cuerpo que no es mío...

—¿Por qué nos buscan a Ethel y a mí? ¿Está ella bien?

—No quiero decírtelo.

—No me hagas esto, Frixo.

—No quiero decírtelo —insistió.

Laras se impuso sobe él y le tomó del mentón, obligándole a que le mirara.

Frixo era el pequeño emperador, pero no pudo derrotar a esa mirada aguerrida.

—Es por el flujo de almas. Cuando alguien muere, las almas humanas vuelven a reencarnarse en nuevos cuerpos humanos. El flujo está alterado, así que cuando uno de nosotros muere, nos reencarnamos en los cuerpos humanos, ¿pero entonces qué pasa con las almas humanas? Se quedan atrapadas en la Tierra y enloquecen. Se les ponen los ojos rojos. Por lo que Ojos Verdes reaparecerá, pero esta vez será Ojos Rojos. Marte es el que ha alterado el flujo.

—¿Y qué tenemos que ver mi hermana y yo?

Nuevas lágrimas cristalinas florecieron.

—Sólo unas almas realmente fuertes y puras pueden alterar el flujo, mi capitán. Tienen a Ethel y a otros humanos puros, y están esperando a que vayas a rescatarla y descubras la verdad. Entonces...

—Entonces el Vellocino Dorado se sacrificará, como en la vieja leyenda. ¿Acabaría eso con todo este sufrimiento?

—Si lograras destruir a Marte desde el interior, nuestras almas regresarían a reencarnarse al planeta del que vienen y los ctónicos podrían reencarnarse en cuerpos humanos. Si vinimos a la Tierra era porque una epidemia había acabado con las cosechas, pero han pasado muchos años. Podremos empezar de nuevo...

—Está bien, pequeño emperador. He derramado mucha sangre por culpa del odio. Porque no quise comprender lo que sucedía. Ahora sé que puedo remediarlo. Pero no hay prisa, unos días más no marcarán mucho la diferencia —agregó con una sonrisa antes de robarle otro beso.

Le dieron paz a Nefeles, quien murió tranquila cuando le contaron todo. Laras habló con el emperador. Fue una charla larga y agotadora, pero finalmente Tharcos comprendió que el sacrificado debía ser él y no Frixo, y también Aita fue llevada ante los tribunales de justicia, aunque Tharcos la amaba tanto que no quiso separarse de ella pese a todo. Laras y Ethel se reencontraron. Ocurrió durante un día de primavera con poco polvo rojo y una lluvia torrencial. Se abrazaron fuertemente bajo la densa cortina de agua y se prometieron recuperar parte del tiempo perdido. Laras pasó mucho tiempo junto a su hermana y junto a Frixo, con quien compartió varios atardeceres y amaneceres más. También se despidió de Uni y le dejó su colgante del toisón dorado que ella nunca se quitó. Frixo se puso un poco celoso de esto, pero no dijo nada.

Finalmente llegó la noche acordada. Había pasado un año, más tiempo del que a Laras le gustaba, pero lo hizo por sus seres queridos. Había logrado convencer a Ethel de que le dejara intentarlo a él solo primero. No fue fácil convencerla, pues era tan testaruda como él, pero acabó cediendo. Frixo llevaba su mejor túnica, roja con bordados dorados en honor a su querido Laras. Se había quitado la venda para poder ver y no le importó mancharse de polvo rojo. Era una noche tranquila y primaveral. Las parejas paseaban por el puerto y el Barrio de las Luces estaba a rebosar. El palacio permanecía tranquilo. Frixo se encontraba en el balcón. La luz de la Luna y los destellos de Marte iluminaban su rostro empapado por las lágrimas. Muchos recuerdos pasaban por su mente, recuerdos que ningún polvo borraría porque mientras permanecieran en su memoria, Laras sería inmortal. El guerreo había propuesto una ostentosa ceremonia de sacrificio por todo lo alto, con mucho vino y espectáculos, pero después accedió a algo discreto. Muy pocas personas sabían lo que iba a pasar, pero Frixo ya se encargaría de que todos lo supieran.

Marte se encendió, como si lo dioses hubieran encendido una hoguera gigante. Empezó a irradiar rayos escarlata en todas las direcciones. Parecía un corazón exaltado que bombeaba luz descontroladamente. Las lágrimas de Frixo le impedían ver bien, el mundo se había convertido en moléculas brillantes. Marte se desintegraba deshaciéndose en miles de partículas rojas que revolotearon como mariposas. Frixo recordaba y recordaba. Él discutiendo con Laras. Él leyéndole un libro. Ellos besándose bajo la luz de los astros. Y Marte que lo había visto todo, se disolvía. A Frixo le pareció oír la voz de Laras. Le pareció sentirlo junto a él. Le estaba rodeando con sus fornidos brazos. Ese hombre impulsivo y acalorado le había enseñado demasiadas cosas. Con el pecho empapado y lleno de polvo rojo se puso a rezar.

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Lo de las cabras obviamente era broma, me basé en la leyenda del Vellocino Dorado e hice una versión muy libre xDD y la ambientación, nombres propios, etc. los saqué de los etruscos. Aries es el signo guerrero y está muy relacionado con marte/Ares, etc. pero la mitología griega/romana está muy usada, así que me fui a los etruscos que fue de ellos de donde sacaron la idea de los gladiadores, mitología, etc.

Va dedicado a Shiu (la portada la hizo ella, por cierto!)  porque ella organizó este desafío y siempre estaba con ganas de leer los relatos, así que me pareció muy ilusionada y como la prometí que algún día intentaría algo yaoi (bueno, slash) y últimamente me cuesta mucho escribir, decidí aprovechar. Lo hice con mi <3 y lo disfruté!! No sabía si debía avisar en el título pero no quería estropear la sorpresa xD y de todas formas tampoco es el tema central de la historia, sería como avisar en 1 historia de fantasía que es hetero, lo cual me parece una tontería. 

En fin, que muchas gracias por dar la oportunidad de participar en estas cosas y ojalá que quienes llegasteis hasta aquí lo hayais disfrutado también a pesar de lo rara que es. A los demás lectores ajenos a este desafío os recomiendo que leáis los demás relatos participantes, los tengo en una lista de lectura :D

¡Ahora a esperar el veredicto de los jueces! *cruzo los dedos*

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