Capitulo VII
Aitana.
Recorro las nevadas calles de la ciudad. Está nevando fuerte y el frío es insoportable. Llevo puestos mil abrigos, bueno, en realidad solo dos, pero son gruesos y pesados. Además, bufanda, guantes, botas; todo lo necesario para enfrentar este clima gélido. Veo a todos ansiosos y felices, caminando de un lado a otro, entrando en tiendas repletas de adornos.
Decido entrar en una de esas tiendas, pero una vez adentro, todos los adornos me abruman. Siento que me asfixia. Salgo del lugar tratando de calmarme. Esta especie de fobia a los lugares abarrotados me afecta demasiado, pero necesito superarlo. Ayer, cuando mi hija fue a la oficina y expresó su deseo de tener un árbol de Navidad, supe que tenía que enfrentar esto. Comprar lo que desea, porque la parte de que Jimmy sea su padre, eso no creo que suceda. Aunque cuando llegué a casa, ella no volvió a mencionar el árbol, y creo que la voy a sorprender.
Decido regresar a la tienda y enfrentar lo que me abruma.
—Buenos días. Señora, felices fiestas. ¿En qué puedo ayudarla?
Un señor mayor se para frente a mí y me sonríe con amabilidad. Trato de mostrar un rostro alegre, aunque la verdad me está costando. Aun así, respondo.
—Yo, este... bueno, bu-busco un árbol de na-navidad, el más gran-grande que te-tengan. —tartamudeo con nerviosismo y no comprendo por qué, quizás es por el frío.
—Perfecto, tenemos de todo tipo. ¿Cuál prefiere, uno natural o artificial? —habla mientras comienza a caminar.
Yo no me muevo y lo veo alejarse, diciendo algo que no logro escuchar. Miro a mi alrededor, el lugar es enorme y hay muchas personas. Siento que me falta el aire, estar en estos lugares me afecta demasiado, me hace recordar todas las veces que venía con mi padre y comprábamos los adornos, o con mi difunto esposo, que nunca faltaba a la hora de comprar. No creo poder, necesito salir de aquí. Cuando estoy saliendo, choco con alguien.
—Disculpé, no la vi. —me dicen. Al mirarnos, veo que choqué con Jimmy. —Aitana, hermosa, ¿qué haces aquí? ¿Estás bien? ¿Qué te ocurre? —cuestiona viéndome con preocupación mientras toca mi rostro.
—Sácame de aquí, por favor. —susurro. Él asiente y me sostiene del brazo.
Ambos caminamos las nevadas calles sin decir palabras. Me siento tan tonta; debí quedarme. No sé en qué momento llegamos a una cafetería, pero él me da el paso para que entre. El lugar no está tan abarrotado de personas, está tranquilo en comparación afuera. Nos sentamos y pedimos chocolate caliente.
—¿Te sientes mejor? —su voz me saca de mis pensamientos. Lo miro y sigue viéndome con preocupación.
—Sí, tuve una pequeña crisis, es todo. Gracias por ayudarme. —expreso con sinceridad, dándole una media sonrisa.
—No agradezcas, estaré para ti cuando lo necesites. —dice sonriéndome.
Su mano agarra la mía, ese pequeño acto hace que mi corazón se acelere. Él se mantiene agarrándome la mano hasta que llega nuestro pedido. Ambos nos sumergimos en nuestros pensamientos mientras bebemos del chocolate.
—Te puedo preguntar, ¿qué ibas a comprar? —habla mientras le da un sorbo a su chocolate.
Me quedo viéndolo fijamente, indecisa sobre si contarle o no, pero a pesar de todo, él se ha comportado de maravilla. Y hay algo que me dice que debo contarle y confiar en él. Además, él ya narró parte de su vida y creo que merece saber la mía.
—Le iba a comprar el árbol a mi niña. Quiero que ella lo disfrute. —hablo tratando de no quebrarme y ponerme a llorar.
—¿Y tú eso lo disfrutas? Por cómo te encontré, me da a entender que no. Entiendo que quieres darle un detalle lindo a Aury, pero si te afecta tanto, no lo veo bien. También tienes que pasarla bien en las fiestas.
Suspiro antes de narrar esa parte de mi pasado que no me gusta recordar y que es inevitable.
—Desde hace seis años, para ser exacta, he odiado la Navidad. Todo lo que tenga que ver con las decoraciones, luces, nieve, frío, árbol, todo me abruma, la detesto. Antes de que naciera mi niña, mi difunto esposo y mi padre fallecieron en un accidente de coche. Fue un momento traumático; sufrí depresión posparto, y todo lo relacionado con la Navidad empecé a odiarlo. Detesto especialmente el día de Navidad, porque el accidente ocurrió ese mismo día, todo por mi culpa.
Sin poder contenerme, empiezo a llorar. Es doloroso recordar algo que se quiere olvidar.
—Vamos, preciosa, no dejes que esas lágrimas arruinen tu hermoso rostro —me susurra con ternura mientras sus brazos me envuelven con fuerza, y yo me aferro a él como si fuera mi ancla en medio de la tormenta. —¿Culparte? ¡Bah! Eso es como culpar al sol por salir cada mañana. Fue un accidente, y no puedes cargar con el peso del universo en tus hombros. —me dice, acariciando mi cabeza con un gesto reconfortante.
Decido apartarme un poco y lo miro con una mezcla de dolor y determinación. Sus ojos reflejan su propia angustia ante sus palabras.
—Pero sí, asi lo siento. ¡Fui yo y mis antojos por el embarazo! Noah insistió en comprar lo que deseaba, mi padre lo acompañó, y en el camino de vuelta, se toparon con otro auto. —confieso entre sollozos. —Cuando supe lo que sucedió, quedé destrozada. ¡Quería desaparecer! Aury llegó al mundo ese mismo día, cuando debería haber esperado un mes más. Pasé dos semanas sin querer ver a nadie, ni siquiera a mi propia hija. Increíble, ¿verdad?
Mis lágrimas fluyen sin control, pero esta vez soy yo quien lo abraza con fuerza. Necesito esto, y no recordaba cuánto anhelaba sentirme reconfortada. Desde que Jimmy apareció, todo ha cambiado, para bien o para mal, no lo sé. A veces me aterra, pero al mismo tiempo, disfruto de este caos.
—Lamento mucho tus pérdidas. No puedo ni imaginar el dolor que llevas, pero entiendo. Sé que las palabras de los demás no cambian nada ni alivian tu dolor. Pero necesitas comprender algo. —se aparta para sostener mi rostro con dulzura. —No es tu culpa.
No respondo de inmediato, simplemente vuelvo a abrazarlo. Permanecemos así, en un abrazo que nos envuelve, hasta que mi tranquilidad regresa. El silencio entre nosotros no es incómodo, es todo lo contrario, reconfortante. Mi mirada se pierde en la ventana, donde la gente pasa con bolsas de regalos y adornos.
—Estaba pensando en algo. ¿Qué te parece si vamos a comprar ese árbol juntos? En momentos así, es bueno tener compañía. Te prometo que, si en algún momento decides irte, nos vamos sin pensarlo. ¿Qué dices? —lo miro con preocupación. Él acaricia mi mejilla, y ante ese gesto, cierro los ojos. —No sé si lo sabes, pero los pequeños traumas se superan enfrentándolos. Estaré aquí para ti, déjame ser tu apoyo. Mi encantadora Aitana.
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