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PREFACIO

Todo el mundo ha deseado estar en una película navideña.

Nieve. Frío. Grandes arboles decorados. Una tarde en un cuarto, bebiendo café y haciendo el amor entre pilas de almohadas y cobijas de lana.

Lo sé, porque lo he visto.

He visto el anhelo en sus ojos al ver los escaparates de las tiendas repletos de objetos que no necesitan en verdad. En las luces de las calles titilando en el reflejo de sus pupilas.

Es un fenómeno curioso.

Tan excepcional de ser presenciado y yo he presenciado muchos. Porque eso es lo que hacemos los espíritus. Vagamos siendo testigos del deseo.

Y no hay deseo más grande que aquel que se pide con todas las fuerzas del corazón. Que se pide en silencio. Con los ojos cerrados. La cara mirando al cielo y las manos juntas en el pecho.

Dice la leyenda, que si el primer copo de la nevada de navidad cae sobre quien pide un deseo del alma, y existe siquiera la más mínima posibilidad de llevar a cabo lo que se anhela, entonces eso es todo.

La suerte obrará lo suyo y el mismísimo espíritu de la navidad será convocado para completar la tarea.

Así que aquí me encuentro, la mañana de un veintitrés de diciembre, siguiendo a un rubio chico por las aceras de una ciudad que desconozco, pero que se mueve como un huracán. El muchacho luce al inicio de sus veinte, es bajo y está embutido en un mullido chaquetón. Aunque sus piernas son cortas, se mueve ágil entre el gentío y antes de que me dé cuenta, dobla a la derecha ingresando a una gran torre de oficinas.

—Park Jimin —Hay un hombre alto vestido de negro al final del corredor. Tiene una postura dura, pero sus ojos son de un chocolate caliente que juzga a mi nueva misión mirándolo de pies a cabeza. —Llegas tarde.

—Señor Jeon, tenemos aún una hora para la preparación de la presentación...

—Hay que revisar el papeleo. —Le corta el tipo grande y se da media vuelta hacia un ascensor. —Vamos.

Y mi chico rubio da un suspiro, siguiéndolo de todas maneras.

Ellos entran al ascensor que llega con un ding, y cuando están uno junto al otro, veo el roce de sus manos que escasamente se tocan y veo un indicio.

Sé cuál es mi misión.

Esta será una encantadora historia navideña de amor.

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