PARTE V
Nathan no supo que estaba solo, hasta que ya era demasiado tarde.
Estaba dolorido de su espalda y sus articulaciones, se había dormido enrollado en su silla de escritorio, y con nada menos que el peso de un chico adulto acurrucado encima de sus piernas. En la penumbra, luego de una noche para el recuerdo, Nathan no había podido soltarlo a pesar de estar exhausto. Sosteniendo su mano a medio dormir, la idea de perderlo lo había asaltado de golpe y como único y último pensamiento lógico, lo aferró anhelando las horas de claridad y los planes que podían llegar a ejecutar con ellas. Quizás un desayuno en el cuerpo del otro, o una simple taza de chocolate caliente.
Cualquiera lo haría para él, mientras tuviera a Sasha.
Solo que Sasha no estaba cuando abrió los ojos. Ni su ropa, ni su rastro.
—¿Syd? —Llamó mirando alrededor.
Pero no hubo respuesta.
—¿Sasha?
Y el silencio hizo lo suyo, trayendo frío miedo que le congeló las entrañas.
Nate se quedó petrificado en el umbral de su oficina, indeciso sobre el paso a dar. No había que leer mucho del acto. Todo el mundo sabía lo que significaba que tu amante corriera lejos de ti a la mañana siguiente de enrollarse juntos.
Y es que Sasha lo rechazaba.
El trago amargo de la desesperanza le revolvió el estómago. Las náuseas no quedándose atrás. A él en verdad le gustaba Sasha, y pensó que, tras la noche transcurrida, había quedado más que claro que la atracción era mutua. Syd había sido quien lo sugirió después de todo, y Nate no había ni siquiera malpensado del acto, lanzándose a él de cabeza.
Pero ahora, ahora... él no sabía qué pensar.
El ruido de una silla cayendo sonó estrepitosamente en el área de las oficinas comunes sacándolo de su miseria, salió de su oficina de manera apresurada pensando en que tal vez, había tomado una decisión muy pronta y Sasha solo estaba...
—Señor Ambrose, —Jared Pullman se disculpó nada más verlo. —mil perdones por molestarlo, yo solo venía por mi teléfono.
El chico tenía fachas de fiestero; la ropa del día anterior gastada, como si hubiese dormido con ella puesta. Algo así como Nathan, quien consciente de su aspecto adormilado, se pasó una mano por el cabello que apuntaba en todas direcciones.
—¿Se encuentra usted bien, Señor Ambrose? —Jared preguntó al ver a su jefe tan descolocado. Él se veía francamente perdido... y solo.
Nate asintió espabilando.
—Sí, creo que solo estoy algo desorientado. —Miró a todos lados, por si acaso, buscando.
—Oh, bueno —Jared se movió incómodo. —Se me quedaron algunas cosas ayer, fue un día de locos. Y ya sabe que uno no puede vivir sin este aparato, de modo que tuve que volver por él...
Nathan se desentendió de él volviendo a su oficina. Sabía que podía verse grosero, pero le acababan de romper el corazón, así que permítanle eso.
Recogió sus cosas en silencio, casi mecánico. Sin la menor idea de qué hacer a partir de ahí. Dirigirse a su departamento era lo más lógico, pero hacía tanto frío. Él tenía tanto frío que no quería asomarse a un lugar que estaba en las mismas condiciones que su interior.
Salió del edificio dispuesto a ir por algo de beber. La cafetería de enfrente servía alguna comida decente, si es que sus empleados habían juzgado bien. Dado que era un lugar relativamente nuevo, él no se había aventurado a través de sus puertas, pero el cartelito de la entrada indicaba abierto y eso era una novedad en la mañana de navidad.
Ni siquiera se molestó en ver si Pullman estaba aun alrededor, no se despidió del portero del edificio ni levantó la cabeza al salir a la acera transitada. Excepto que, en su mirada cabizbaja se topó con el vagabundo de los últimos días sentado afuera de la cafetería. Apenas arrebozado con una manta hecha tiras, el hombre le sonrió.
—Buenos días —saludó con una voz con flema, extrañamente amistosa y reconfortante.
Nathan miró para todos lados, para asegurarse de que se dirigía a él.
—Buenos días —correspondió. E iba a entrar, cuando se lo pensó mejor y volvió sobre sus pasos. —¿Quiere usted acompañarme por una taza de chocolate caliente?
Los ojos del hombre brillaron de entusiasmo y se puso de pie de un salto, bastante ágil considerando su aspecto mayor.
—Ya se había tardado —comentó. Y como si nada, juntos entraron en el acogedor recinto con aroma a mantequilla y jengibre en el aire.
Si a los pocos clientes del lugar les intrigó la presencia del viejecillo que tomó asiento en una de las mesas que daban a las ventanas de la calle, nadie le dio ni una segunda mirada. Nathan le siguió, descartando tomar el menú y pidiendo de inmediato dos brebajes navideños a la chica detrás del mostrador central.
El hombre frente a él lucía rebosante de felicidad. Con colorete en las mejillas, frotando sus manos entre sí.
—Es usted un buen chico, —dijo de pronto. —la primera persona que me invita a comer algo.
Nathan asintió.
—Bueno, eso es triste. A decir verdad, lo vengo viendo de hace días y no me había acercado a brindarle ayuda, mis padres estarían decepcionados de mi persona. —Él esquivó mirarlo a los ojos, avergonzado. —Me criaron mejor que eso.
—No se lamente, qué va —El hombre mayor seguía sonriendo. —Es mejor tarde que nunca, ¿no?
—Eso es lo que dicen.
Las tazas humeantes fueron puestas una frente a la otra, ellos guardaron silencio mientras que la mesera les acomodaba el azúcar y las cucharillas. Ella se quedó viendo al viejecillo alegre, antes de pasarse a Nathan.
—¿Espera a que llegué alguien más? —preguntó.
Nathan abrió la boca.
—¿Disculpe?
—Siento ser entrometida, —Ella volvió a mirar el viejecillo, quien ahora solo tenía ojos para las galletas acompañando a la gran taza de chocolate. —le pregunto por si desea que le traiga esta segunda taza en otro momento y así no se enfría.
Nate no podía creer a sus oídos. ¿Cómo podía esa chica ignorar a su invitado de tal manera? Que falta de respeto.
—Está bien donde está, muchas gracias —La despachó sin miramientos. Ella lo miró alzada al darse la vuelta. —Gente sin corazón —Nathan observó al hombre comenzar a beber a ojos cerrados. Se veía un tipo decente, con un buen semblante. El que fuese alguien sin hogar no lo rebajaba en lo más mínimo.
—No frunza el cejo —El viejillo bajó su taza a la mitad para mostrarle que no le había importado las palabras de la chica. —Como le dije, es usted la primera persona que me ve en un largo tiempo, lo que me hace preguntarme el porqué. Su rostro se ve bastante triste.
—Oh, yo solo... —Nathan se puso nervioso. Él no sabía cómo explicarlo, era una sensación hormigueante que lo abordó de golpe y sin razón. Pues el hombre frente a él no lo conocía de nada, ni podía juzgarlo sin que él se lo permitiera, sin embargo, se encontró diciendo: —Tuve una noche increíble, con un chico hermoso y me desperté con las manos vacías.
—Mmm —El hombre dio un trago a su taza, echándose las ultimas galletas a la boca. —¿Y se va a quedar así? Porque se ve que le importa.
Nathan no ocultó su asombro.
—¿Cómo dice?
El viejo lo miró directo a los ojos.
—No pierda el tiempo, muchacho. La vida está hecha de momentos fugaces, no se quede con la duda de nada. Arriésguese.
De pronto, y con solo esas pocas palabras, el interior de Nate comenzó a calentarse con convicción. Porque si las cosas eran puestas bajo esa perspectiva, Sasha era su equivalente a una gran maravilla; como cuando las personas dicen que desean ver Paris, o estar en un concierto de su artista favorito, o hasta viajar a la luna.
Así de fuerte y poderoso.
Sasha era su si pudiera tenerlo, sería a él.
—Tiene usted razón —Nate se revolvió buscando su billetera, lanzó unos billetes a la mesa; suficiente para cubrir lo consumido y otro poco si es que el hombre que acababa de darle el golpe de valentía se antojaba de algo más. —tiene usted toda la razón... —Tomó su taza caliente entre las manos y la bebió de un trago. El golpe de azúcar directo a sus entrañas lo puso de pie ya comenzando a correr hacia la calle.
Él no era un idiota. Él no podía desperdiciar la única oportunidad de su vida de estar con quien le hacía pasar las horas como si volaran. Como si no existiese el tiempo, ni reloj, ni deberes que cumplir. Él se debía a si mismo salir de la duda de conseguir una cita.
Con el viento golpeándolo en el rostro y la nieve comenzando a caer copiosa, se volteó hacia la cafetería, dándose cuenta demasiado tarde que ni siquiera había pedido el nombre del viejecillo. O su paradero para buscarlo luego.
—Lo siento, yo no pregunté su nom... —Nathan se quedó petrificado.
La mesa de la ventana estaba vacía. Servida con una taza consumida a concho, un par de billetes en el centro y una taza servida hasta el tope. Sin ser tocada. Con galletitas a un costado. Sin rastro del viejecillo sonriente por ningún lado.
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