Día 8
Frontera Rusia-Ucrania, 13 de diciembre de 2024.
Dicen que el tener tan cerca a la muerte, hace que dejes de temerle, eso dista de ser cierto. Yo aún le temo a la muerte, solo que no a la mía, sino a la de todos aquí, porque cada uno terminará siendo un peso en mi conciencia cuando dejen de existir.
Todavía puedo recordar los rostros de los primeros soldados que entrené al llegar a este país, pero hay dos de ellos que nunca voy a olvidar. Me recordaron a mi hijo en cuanto los vi, tal vez porque, en realidad, también eran niños. Sus ojos reflejaban el miedo y la incertidumbre de estar en aquel lugar al que nunca quisieron venir.
Cada día los entrenaba junto a los demás, les enseñaba todo lo que sabía, pero mi mirada reflejaba una certeza absoluta que ellos conocían bien: ambos resultaban un blanco fácil.
No podía explicarme qué hacían dos chicos entrenando para ir a la guerra, así que una tarde me atreví a preguntarles. La respuesta fue peor de lo que esperaba, lo que todos negaban al final era cierto: habían sido engañados y convertidos en soldados en contra de su voluntad.
Todo comenzó vía WhatsApp. Una tal Elena, que al inicio solo hablaba en ruso, pero después se comunicaba con ellos en español, los contactó directamente a sus teléfonos. Les ofreció trabajo en este país, supuestamente reconstruyendo las ciudades de la frontera que habían sido destruidas por la guerra. A cambio, recibirían un salario de 70 mil rublos mensuales y, luego de un año de residencia, podrían obtener la ciudadanía. Los puso en contacto con varios "testigos", quienes les aseguraron que todo era cierto, ellos les creyeron.
A pesar de las restricciones que tenían las aerolíneas para viajar a Rusia, debido precisamente a la guerra, los pasajes aparecieron milagrosamente y, en menos de una semana, ya estaban en Moscú. Al llegar, uno de los "contactos" ya los esperaba en el aeropuerto. Los condujo a un local donde los encerraron y, después de quitarles sus respectivos pasaportes, los hicieron firmar un documento en ruso, asegurándoles que era un "Contrato de Trabajo"; por sus cabezas jamás pasó la idea de que habían firmado un verdadero pacto con el diablo. Lo peor de todo es que no serían los únicos.
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