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07 | Escribir me mantiene viva

Meto la llave en la cerradura y escucho el sonido de la puerta al abrirse. Cuando tengo que dar dos vueltas para desbloquearla, me percato de que mi padre aún no ha llegado a casa.

Lo primero que captan mis ojos es un montón de ropa encima de una silla. Seguro que se ha ido a trabajar pronto y no ha tenido tiempo de doblarla. Por el olor que desprende, puedo asegurar que se trata de ropa limpia.

Me deshago del abrigo y lo cuelgo en una de las perchas del recibidor.

Doy varios pasos hasta encontrarme en el comedor. Justo encima del televisor hay un cuadro de un puzzle. Una sonrisa se dibuja en mi cara cuando recuerdo que se trata del primer puzzle de mil piezas que hice con mi padre. Mamá le dijo que estaba loco cuando le comentó que quería enmarcarlo, pero a mí me hace muy feliz saber que aún lo conserva.

A veces extraño mucho esos momentos juntos.

Sentir que todo va bien.

—A mí también me gusta —escucho una voz a mis espaldas.

Me giro y me topo con la imagen de mi padre. Sigue teniendo el abrigo puesto y su maletín de trabajo descansa en el suelo, junto a la esquina del pequeño mueble del recibidor. Me está sonriendo.

—Mamá dijo que estabas loco por enmarcarlo —niego con la cabeza cuando ese recuerdo viene a mí—. Me alegra que lo conserves.

—Los buenos momentos hay que guardarlos siempre.

Asiento.

Sé lo que ha querido decir. No va solo por mí, sino también por él. Veo en sus ojos que todavía echa de menos a mamá y por eso prefiere aferrarse a todo lo bueno que vivió con ella, pese a que en ciertos momentos pensar en ella le duela.

Me acerco hasta a él y le rodeo con los brazos.

—Te echaba de menos —susurro mientras disfruto de la calidez de sus brazos rodeándome.

—Y yo a ti, cariño.

Un par de minutos después nos separamos. Él se deshace del abrigo, colgándolo justo al lado del mío. Después veo como se encamina hacia su habitación, y antes de entrar en ella se gira para mirarme.

—Voy a cambiarme. Vuelvo en nada.

—Te espero aquí.

Cuando le veo desaparecer de mi vista me dejo caer sobre el sofá. Este parece mucho más viejo que antes. Cuando mamá y papá se separaron, ella decidió dejar Moonlight y vender su parte de la casa a papá. Toda mi infancia reside en este lugar. Desde las noches en que me quedaba dormida en el sofá y papá me tenía que cargar hasta mi cuarto, hasta las noches de maratón de películas que hacía con Margaret.

A veces me gustaría volver a ser esa chica inocente que parecía llevar una vida perfecta, pero luego abro los ojos y me topo cara a cara con la realidad.

La vida no es nada perfecta.

Escucho una puerta abrirse y volteo la cabeza en esa dirección.

Papá lleva puesto un pantalón de chándal y una camiseta de manga corta. Aunque el invierno esté a la vuelta de la esquina, dentro de casa parece verano por culpa de la calefacción.

—No puedo creer que tengas la calefacción tan alta.

Veo como se encoge de hombros restándole importancia.

—No estoy dispuesto a pasar frío, además, las paredes de esta casa son finas y el frío las atraviesa con facilidad.

Sé que en eso lleva razón. Los inviernos en esta casa eran un poco difíciles de llevar si no mantenías la casa caliente, lo que implicaba tener conectada la calefacción el mayor tiempo posible sin dejar de controlar el consumo.

De un momento a otro escuchó el rugido de mis tripas.

—Veo que alguien tiene hambre —habla papá entre risas.

Soy una persona que suele comer bastante pronto, pero como había quedado con él, mi hora de la comida se ha retrasado unas horas y mi cuerpo ya pide alimentarse.

—Sabes que soy de comer pronto.

—Lo sé. —Le veo caminar hasta la cocina y abrir el armario que hay encima de la campana extractora. En su mano ahora hay un tarro de cristal. Mis ojos no captan muy bien el contenido, pero algo me dice que se trata de pasta—. ¿Te apetecen unos macarrones?

Efectivamente estaba en lo cierto. Papá sabe cuánto adoro la pasta. Justo con la tortilla de patatas y el cocido, es uno de mis platos favoritos. Da igual la manera en que se cocine, me encanta. Aunque los macarrones gratinados me pierden.

Me levanto del sofá, dispuesta a ayudarle.

Rebusco en varios armarios con el fin de encontrar una cacerola, hasta que después de varios intentos logro dar con una. La coloco debajo del grifo y espero hasta que se llene de agua. Después elijo un fuego que se acomode a su tamaño y lo enciendo. Seguidamente papá comienza a verter en ella los macarrones. Una risa escapa de mis labios.

—¿De qué te ríes? —pregunta sin apartar la mirada de la cacerola.

—Tú siempre echas la pasta a ojo y al final acaba sobrando porque no eres capaz de medir la cantidad justa. Mamá era todo lo contrario. Ella siempre lo controlaba todo.

Veo como papá se ha quedado callado. Me maldigo mentalmente porque siento que ha sido mi culpa. Sé que le duele hablar de mamá, pero me es inevitable no mencionarla. Forma parte de mi vida y mi relación con ella es bastante buena, así que me resulta un poco complicado controlar mis pensamientos sobre ella.

—Lo siento.

Sé que no tengo por qué disculparme, pero no quiero que se sienta mal por mi culpa. Él niega con la cabeza.

—No pasa nada. Es normal que hables de tu madre, lo raro sería que no lo hicieras.

Trato de cambiar de tema para alejar un poco el clima nostálgico que se ha creado en el ambiente.

—¿Cómo va todo en el trabajo?

A papá se le iluminan los ojos cuando le pregunto sobre eso. Su trabajo es su vida, desde que era pequeño siempre se había esforzado para llegar hasta donde se encuentra hoy y me hace sentir muy orgullosa de ver todo lo que ha conseguido. Verle feliz para mí es el mejor regalo que podría tener.

—Un poco duro. Me ha tocado comunicarle a un paciente que tiene cáncer. Esa es la parte mala de mi día a día. A veces no todo es bonito, también toca vivir estos momentos tan difíciles.

Se me parte el alma en dos. Entiendo que enfrentar una situación de ese tipo es algo que no se olvida con facilidad. Cuando a la abuela le diagnosticaron Alzheimer fue muy complicado, así que no me quiero imaginar lo que pueden llegar a sentir esas personas que de un día para el otro su vida cambia por completo.

La vida nos demuestra continuamente que nada es eterno. Que no podemos tener ningún control sobre ella.

—¿Y tú? ¿Cómo vas con la novela?

Sé que no es de su gusto que dedique mi vida a escribir. Le habría encantado que mi vida estuviera centrada en la carrera que estudié. Pero cuando volví a Moonlight, después de todo lo que me sucedió fuera y analizando las cosas más fríamente, trabajar de astrónoma no era algo que me pidiera el cuerpo. Me apasiona la Astronomía, pero no como eje de mi vida.

—Aunque no sea de tu agrado, te agradezco que me apoyes. Escribir me mantiene viva, papá, y ahora mismo es lo único que necesito.

¡Hola!

No quiero volver a dejar abandonada esta novela, así que tal y como prometí, os traigo un nuevo capítulo.

Quería que conocierais al padre de Siena, ya que aún no había aparecido en la historia. ¿Qué os ha parecido?

¿Os ha gustado el capítulo?

¿Tenéis una relación complicada con vuestro padre? ¿O quizá con vuestra madre?

Tengo muchas ganas de que leáis el capítulo siguiente, porque me lo he pasado genial escribiéndolo y veréis a un nuevo personaje un tanto peculiar 😂.

¡Os leo en comentarios! 🌠💙


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