Capítulo 7
La sentencia de Valkyria Pentadragón causó un estallido de estupor que hizo retroceder a Gálax y a Piff. El resto de los ocupantes del patio, sin embargo, ya empezaban a aburrirse de las declaraciones de amor y retornaron a sus rutinas de entrenamiento. Solo algunos musculosos continuaron observando entretenidos la escena protagonizada por la muchacha que apretaba los puños con los ojos llenos de coraje.
—¿Y quién demonios eres tú? —preguntó entonces Emilse, que evidentemente no podía estarle siguiendo el rastro a cada pretendiente que interrumpiera sus prácticas de lucha.
Un segundo antes de responder, la mirada corajuda de Valkyria dejó de ser ardiente y se convirtió en una expresión de melancolía abatida.
—Emilse, nosotras nos conocemos muy bien. Durante casi un año compartimos nuestras luchas personales y nuestras dificultades. Tú me prestabas apoyo cuando yo te escribía acerca de las adversidades que día a día debíamos encarar en villa Piraña, y yo hacía lo mismo por ti cuando me contabas de tus preocupaciones en torno a la guerra y al coliseo...
«Las preocupaciones de Emilse...», tomó Gálax nota mental de aquel dato.
Piff, en cambio, estaba demasiado ocupado atravesando a Valkyria con una mirada asesina como para prestarle atención a las palabras.
—... Desde el principio sentí que éramos almas gemelas, dos almas rebeldes y gemelas destinadas a liberarnos de las cadenas que nos oprimen. Por eso cuando me escribiste la última carta para despedirte y decirme que ibas a dejar de usar el correo de "Cinco Puntas" para concentrarte por entero en tu entrenamiento, desesperé. No podía dejarte ir. No podía permitir que continuaras siendo una esclava de los miserables que controlan tu mundo. ¡Emilse, vine a rescatarte! ¡Vámonos juntas a conocer las playas del mundo de los Pájaros!
El discurso de Valkyria acabó en ese punto.
Gálax paseó la vista por el lugar y vio que ahora muchas personas mostraban interés en lo que estaba sucediendo entre la campeona del coliseo y la recién llegada. Él mismo tuvo que admitir que Valkyria sabía cómo construir un relato atrapante.
La respuesta de Emilse, sin embargo, fue tan apática y despectiva como un piedrazo contra una escultura de cristal:
—Disculpa, creo que no entendiste la parte de "¿Quién demonios eres tú?". No conozco a ninguna Valkyria Pentadragón.
—Bueno, eso... —Ahora la viajera se mostró avergonzada—. Eso es porque yo te escribía como Valkyr Hexadragón...
—¡Ajá! —exclamó la gladiadora—. Ahora la cosa tiene otro color. Valkyr es el líder de un grupo de cazadores en la selva de los Monstruos, en el corazón del mundo de los Demonios. ¿Por qué te hiciste pasar por él?
—En realidad yo soy la líder de mi grupo de cacería. Valkyr no existe...
—¿Y la fotografía que aparecía en el muro de la oficina de correos?
—Es de mi primo...
—Oh, qué decepción, era un tipo muy apuesto... LÁSTIMA QUE HAYA SIDO UNA FARSA.
El ácido inyectado en la última frase de Emilse fue como un escupitajo sobre los restos de la misma estatua de cristal.
—Aseguras que has venido a rescatarme de no sé qué cosa que no es cierta y me propones escaparme contigo cuando en realidad me has estado mintiendo durante casi un año. ¿Cómo pretendes que confíe en alguien que ni siquiera usa su verdadero nombre?
—Bueno... La verdad es que tú me habías contado que tu nombre era Amalia Misil. Por eso tardé tanto en encontrarte...
—Amalia es el nombre de mi hermana. —Emilse miró a Piff—. Sí, la que fabrica catapultas. ¡Pero ese no es el punto! —exclamó y volvió a Valkyria—. Tú no solo te has cambiado el nombre, sino que hasta te has cambiado el sexo. ¡Incluso te sumaste un dragón al apellido! Eso está mal, muy muy mal...
—Emilse, por favor, escúchame —rogó la cazadora por un poco de consideración. Costaba creer que era la misma persona que se había presentado con tanta resolución—. No quise mentirte, es que pensé que si te decía... Por favor, perdóname... Yo...
—Oye, ¿tienes para mucho más dando lástima? Yo había llegado aquí antes que tú y nos interrumpiste cuando Emilse estaba por responder si acepta mi propuesta.
Increíblemente, quien habló con tal prepotencia fue Piff. La cara del agricultor de papayas mostraba la misma expresión recelosa que cuando Mambrú le colocó una mano encima.
Valkyria, por su parte, volvió a armar su postura de cazadora temible cuando recibió semejante afrenta a la manifestación de sus sentimientos.
—¿Y qué propuesta tiene para hacerle alguien como tú a una persona como Emilse? ¿Acaso le ibas a hacer una oferta para limpiarle las botas?
—Al menos no tengo que esconder mi identidad como un cobarde.
Hubo un "UOOOHHHH" penetrante entre los musculosos del gimnasio ante las provocaciones que Valkyria y Piff se lanzaban. En el aire latía la misma expectativa sanguinaria que envuelve a dos perritos Cocker cuando están a punto de entrar en colisión.
—¿Quién es este niño? —indagó la cazadora.
—Valkyria Pentadragón, te presento a Piff Dandelión —hizo Emilse de intermediaria entre ellos—. Y está aquí por motivos más o menos parecidos a los tuyos. O sea, interrumpir mi entrenamiento...
—¿Piff Dandelión? —repitió Valkyria.
—Así es, ese Piff Dandelión —aseveró el agricultor de papayas, como si alguien allí reconociera su nombre—. Y lamento informarte que seré yo quien conquiste a Emilse.
—¿Vas en serio? ¿Acaso te has visto en un espejo? ¡Ni siquiera encajas en este sitio!
—¡Tú no eres quien para decirme adónde debo encajar! ¿Piensas que tengo miedo de enfrentarme a ti o a quien sea? ¿Por qué no entras al gran combate de coliseo si tan convencida estás de ti misma?
—¡Por supuesto que voy a hacer eso, pero no porque un lustrador de botas me lo diga!
—¡Soy un agricultor de papayas!
—¡Oigan, oigan! —intervino de nuevo Emilse—. ¿Quieren terminar con esto de una vez? ¿O piiensan que soy un objeto como para que estén disputándose quién tiene derecho sobre mí?
—No es eso... —balbuceó Piff.
—Yo no quería... —murmuró Valkyria.
—Además —siguió Emilse—, los dos no paran de hablar acerca de conquistarme, y no veo que se hayan tomado la molestia de traerme un mísero obsequio.
—¿Un obsequio...? —preguntaron los pretendientes al unísono.
—Sí, un obsequio. Algo como esto. —Emilse se arrimó al banco donde se hallaban sus pertenencias y recogió una espada que relució bajo el sol—. Esta es la espada de Damocles. Un artefacto legendario que golpea con demora.
Tomó una naranja, pobre víctima que también reposaba sobre el banco, y la arrojó al aire. Luego arremetió contra la fruta usando la espada legendaria. Pero la naranja cayó intacta al suelo.
—¡Observen! Ahora Emilse oprimió un botón ubicado en la base de la empuñadura del arma.
Acto seguido, y para asombro de Gálax, Piff y Valkyria, la naranja se partió en dos. Los musculosos que aún no habían retomado sus rutinas de ejercicio aplaudieron el truco, que al parecer ya conocían muy bien.
—Como se imaginarán —prosiguió Emilse, envainando la espada—. Algo como esto es muy conveniente para el espectáculo del coliseo. A esta espada me la regaló Mambrú. Entonces cuéntenme —dijo y estiró la mano—, ¿qué obsequios me han traído ustedes?
—Emilse, yo... Los guardias de la frontera me han quitado mis pertenencias —trató Valkyria de justificarse.
—A mí también —se sumó Piff—. Es más, ya no me queda dinero...
—Oh —murmuró Emilse con decepción—. Pues es una lástima. Qué pésimos pretendientes son ustedes dos...
—¡Emilse, espera!
—¡Puedo traerte algo, lo juro!
Mientras la campeona volvía a concentrarse en los ejercicios de su entrenamiento diario, Valkyria y Piff trataron de atraer su atención con más súplicas. Pero apenas habían dado algunos pasos cuando la escudera de Emilse les cortó el paso.
—Ya han interrumpido demasiado nuestras prácticas —dijo la muchacha, que no era más alta que Valkyria y que Piff. La seriedad de su rostro, sin embargo, era amenazante—. Les pediré que se retiren ahora mismo.
—¡No he acabado de hablar con ella! —protestó Valkyria.
—¡Emilse, todavía no me has contestado si aceptas mi propuesta! —trató Piff de alcanzarla.
Entonces la escudera los tomó a ambos por el cuello y con un movimiento que ninguno de los dos vio venir, los inmovilizó contra el piso.
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A Gálax le admiró la destreza con la que Piff aterrizó cuando lo aventaron hacia la calle. Por lo visto ya se estaba acostumbrando a que lo expulsaran de los lugares por la fuerza.
—¿Me puedes explicar qué ha sido esto de venir hasta el gimnasio donde entrena Emilse? —le espetó a su amigo con disgusto—. Me tenías muy preocupado. Pensé que te habías marchado.
—Eso iba a hacer —repuso Piff, que no estaba de buen humor—. Pero cambié de parecer. Voy a participar en el torneo.
—¡Te has vuelto loco! Ya has visto el tamaño de esos sujetos, ¿cómo piensas enfrentárteles?
—Voy a entrenar.
—Pues qué fácil es decirlo.
—Voy a entrenar muy duro.
—Ah, pues ahora sí que parece un buen plan. Piff, escucha, sé que no piensas darte por vencido tan pronto, pero tienes que pensar bien lo que haces. ¿Acaso crees que fue una buena idea venir hasta aquí y soltar un discurso como ese?
—La verdad es que no lo sé, Gálax. Pero ahora mismo me preocupa otra cosa. —Piff miró de reojo hacia atrás y bajó el tono de la voz—. ¿Por qué está ella siguiéndonos?
En efecto, Valkyria caminaba justo detrás de ellos y no le quitaba los ojos de encima a Piff. Su mirada era agresiva y parecía estar estudiando los movimientos de su nuevo rival.
—Puedo escucharte —le hizo saber ella.
—¡Y si me escuchas, ¿por qué estás persiguiéndome?!
Ahora Piff caminaba de espaldas mientras seguía discutiendo con Valkyria.
—Quiero dejar en claro que no vas a quedarte con Emilse. ¿Lo entiendes? Ella será mi esposa.
—¡Ja! ¿Y crees que voy a darme por vencido contra alguien como tú? Incluso Mambrú es mejor rival.
—¿Quién es ese tal Mambrú?
—Es el novio de Emilse. ¿Lo ves? ¡No sabes nada de ella!
—¡Al menos a mí sí me dijo que era una gladiadora en sus cartas!
—¿Y tú como sabes que a mí no me lo ha dicho también?
—Te llamas Piff Dandelión, ¿cierto?
—Sí, ese es mi nombre...
Piff frenó la marcha al oír eso.
Valkyria pasó a su lado y se acercó a Gálax.
—Toma —dijo y le entregó una navaja—. Supongo que esto es tuyo. Te debo una, gracias.
Gálax y Piff observaron el arma y tardaron en comprender lo que estaba pasando.
—¿El torreón de la frontera? —los ayudó ella a recordar.
—¡¿Tú eras el otro prisionero?! —exclamó Gálax.
—¡Es imposible! —protestó Piff—. En la otra celda había un hombre... Oh, claro, ya entiendo. Tienes una voz demasiado masculina.
—¡Yo no tengo la voz masculina! —se quejó Valkyria y los ojos se le incendiaron—. ¡Será que tú estás demasiado habituado a tratar con hombres afeminados!
Valkyria y Piff se sacaban chispas como el pedernal contra la pirita. Gálax los observaba reñir en el medio de la calle y no sabía si intervenir para que no se prendieran fuego, o dejar que se mataran mutuamente y quitarse a dos rivales de encima al mismo tiempo.
«¡Imbécil, no puedes estar pensando esas cosas!»
Otra vez estaba discutiendo consigo mismo...
Sacudió la cabeza al mismo tiempo que llegaba a la conclusión de que ya tenía suficiente con sus conflictos interiores como para además estar haciendo de niñero.
—Supongo que ahora volverás a la hostería, Piff —dijo, pero su amigo seguía muy concentrado en la disputa con Valkyria como para responderle—. Iré a dormir un rato y luego trataré de conseguir algo de dinero para comprar comida y pagar la habitación. Te veo luego.
Gálax se marchó y dejó que los murmullos de la capital fueran apagando los gritos de su amigo y de la chica del torreón.
Y cuando las estrellas volvieron a colmar el cielo, él de nuevo vistió la máscara de Sombra Carmesí.
No le había mentido a Piff. Sus dotes como asesino también lo ayudaban a ser un estupendo ladrón. Con un poco de suerte podría colarse por la ventana abierta de alguna de las mansiones del distrito residencial y tal vez nadie se percatara de la falta de una o dos joyas. Recordó también las palabras del pandillero de la noche anterior y tuvo curiosidad de saber por qué querían ingresar al monasterio de los Hermanos de la Sagrada Luz Tripartita. Quizás podía ir a echar un vistazo en otra ocasión. De momento, los objetos que robó fueron puntuales y obedecían a un propósito...
Recorrió los techos y terrazas de la capital y se dirigió hasta el mismo gimnasio al que había acudido más temprano, que ya estaba cerrado. Sabía que este lugar pertenecía al abuelo de Emilse Misil. Y si sus cálculos eran acertados...
Se sentó a esperar en una cornisa cercana, y no pasó mucho tiempo antes de que una lámpara se encendiera en uno de los departamentos ubicados arriba del gimnasio. Una sonrisa de triunfo se dibujó debajo de la máscara roja cuando Emilse Misil se asomó por la ventana.
Acababa de darse un baño y tenía el cabello mojado. Ya no llevaba sus prendas de gladiadora, sino un simple camisón liviano que resaltaba su silueta curvilínea.
Sentada en el alféizar, Emilse empezó a tocar un instrumento. Se trataba de una citarina, la cual liberaba una suave melodía sobre la noche cálida. Era una canción alegre, pero tocada con tanta parsimonia que parecía un canto taciturno.
La muchacha acariciaba las últimas notas de la pieza musical cuando de pronto un relámpago veloz cruzó frente a sus ojos y se clavó en la ventana. Sorprendida, descubrió que se trataba de un cuchillo dorado y reluciente; no era un arma de combate, sino un adorno típico de las familias aristocráticas. La empuñadura tenía zafiros incrustados, y la hoja atravesaba una rosa de color carmesí, manteniéndola fija contra el borde de madera.
Emilse bajó el instrumento y tomó el cuchillo. Paseó la vista por los edificios que daban hacia su alcoba, pero quien fuera que había enviado ese obsequio, ya se había retirado.
Amparado por las sombras de las alturas, Gálax sintió en el pecho el orgullo de haber concretado con éxito el primer paso de su plan de seducción, y también la punzada hiriente de la culpa por estar traicionando a su mejor amigo.
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