Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5

La silueta de un asesino se desplazaba sobre los tejados nocturnos de ciudad Maravilla. Sus movimientos eran diestros y silenciosos. El viento que silbaba a su alrededor era lo único que lo delataba. De haber podido hacerlo, Sombra Carmesí habría asesinado también a ese viento soplón.

Su rostro estaba cubierto por una máscara roja, la misma que siempre había usado y que siempre cargaba consigo. ¿Cómo saber cuándo puede sobrevenir el momento perfecto para otro asalto? Su mano derecha sostenía una navaja larga y con un filo doble. Su mano izquierda... Nada. Había salvado varias cuchillas del intento de detención en el cruce de fronteras, pero ninguna le sentaba lo suficientemente bien para esa velada. Hacía rato que no perpetraba algún crimen. Se sentía salvaje, y precisaba un arma violenta.

Su primera parada de la noche fue entonces en una carnicería, a la cual ingresó por una escotilla en el techo. Guiándose por el tacto y por el olfato llegó hasta el estante donde se guardaban las herramientas de trabajo. El instrumental reposaba limpio, ordenado y brillante. De entre todas las piezas escogió una cuchilla clásica, grande y pesada, capaz de cercenar músculos como si estuvieran hechos de manteca.

Tal vez con eso hubiera sido suficiente, pero otra herramienta le provocó una sonrisa debajo de la máscara. Se trataba de un mazo para ablandar carne fibrosa. La piel se le erizó con solo imaginar el resultado de un impacto con aquel objeto brutal. No lo pensó dos veces y se apoderó del martillo.

Una vez armado, su siguiente parada fue en una boutique de ropa elegante. Sombra Carmesí era un asesino despiadado, pero tenía estilo y refinamiento. Entró al establecimiento rompiendo el candado de una entrada secundaria (el mazo le vino muy bien para eso). En esta ocasión se tomó el trabajo de encender una lámpara; necesitaba luz si quería escoger la prenda más adecuada. Revisó amplios percheros y dio con tres capas, todas de color negro. Optó por una que era suave y liviana, aunque le resultaba algo incómoda en la zona de los hombros, y le dificultaba un poco extraer las armas que llevaba escondidas en la parte de atrás del cinturón. Suspiró con resignación, pues era consciente de que la ropa a medida requería del trabajo de un sastre, y no andaba con tiempo esa noche como para darse tantos caprichos. Ya se ocuparía del tema del vestuario ideal en otra ocasión.

Envuelto en la capa y sosteniendo sus dos armas nuevas en alto, se miró en un espejo de pie. Estiró una mano y tomó un sombrero.

—Excelente...

Sombra Carmesí estaba de regreso.

Pensar en ello le provocó una sacudida de satisfacción que le atravesó todo el cuerpo como una descarga eléctrica.

Mientras contemplaba su imagen, Gálax rememoró el día en que asesinó por primera vez. Solo tenía diez años por ese entonces, y a decir verdad, solo había sido un accidente. Su codo había chocado contra una escalera apoyada contra una pared. El hombre que había arriba no pudo sostener el equilibrio y acompañado por un grito de espanto se precipitó contra el suelo.

En un instante su vida se había ido.

Lo curioso fue que Gálax ni siquiera se inmutó. La muerte de aquel pobre tipo no le produjo el más mínimo remordimiento. Tan solo la certeza de que el límite que separa la vida y la muerte es tan sutil como un chasquido de dedos.

Esa experiencia lo llevó a observar las situaciones cotidianas de la gente común. Por todos lados descubrió muertes potenciales: un sirviente resbala en la vereda y el caballo que va pasando le aplasta la cabeza. El jardinero estornuda cuando no tiene que hacerlo y sus tijeras le atraviesan un ojo. La cocinera tropieza y acaba con medio cuerpo adentro del horno.

Cierto día, ya no recordaba cuándo ni dónde, quizás por mero divertimento, Gálax decidió convertirse en ese chasquido sutil que manda a las personas al otro lado. Los asesinatos comenzaron. Debido a la discreción de sus actos, las autoridades de la capital del mundo de la Madera tardaron en comprender que una sucesión de accidentes tan numerosa no era producto de la mala fortuna, sino fruto de la acción deliberada de alguien. De una única persona.

Fue así como la policía militar inició la búsqueda del asesino serial al que denominaron "Sombra Carmesí", apodo que a él en lo personal le resultaba empalagoso y de mal gusto. Pero como nunca había tomado la precaución de escogerse un nombre, el rumor popular acabó siendo más fuerte que las objeciones de un criminal escurridizo.

La cosa marchó bien durante el primer tiempo, hasta que la corona lo acusó por la desaparición del príncipe Cerezo. A partir de allí, la persecución en su contra se intensificó tanto que ya no quiso correr riesgos y se mudó al campo. A regañadientes se puso a trabajar en una plantación de papayas mientras mantenía un perfil bajo, y el resto era historia conocida...

Armado con la cuchilla y el ablandador, regresó a la libertad de la noche. Trepó hasta una construcción elevada y contempló la capital. El viento sopló contra él, como queriendo detenerlo. Sombra Carmesí rió piadosamente. Nadie podía detenerlo ahora. Podía hacer lo que se le antojara. Ciudad Maravilla era su sala de juegos.

Y sin embargo... Algo no encajaba.

Una sensación muy incómoda en el pecho.

Recorrió las azoteas buscando la presa adecuada para calmar ese extraño pálpito. Pero nada...

Con mayor apremio se movió entre los edificios. Hallaba víctimas potenciales a cada paso. El límite entre la vida y la muerte estaba allí, a plena vista. Él solo tenía que dar un empujón, como cuando chocó contra aquella escalera. Tan solo un toque... Un roce...

—¡AAARRRGHHH!

Soltó un grito de frustración y estampó el martillo para carne contra el rostro de una gárgola enmohecida. La estatua solo le devolvió una sonrisa burlona.

Gálax se sintió ofendido. Era como si la gárgola le estuviera diciendo:

"Admítelo... Te has enamorado, pequeño corazoncito romántico."

—¡No es cierto! —vociferó a la noche.

"Oh... ¿Y qué ha sido eso de hoy a la tarde? Quedaste completamente sobrecogido al ver a esa muchacha."

—Cállate, ya dije que no es verdad...

"Llegaste hasta aquí con la esperanza de arrancarle los ojos, ¿cierto? Pues dime... ¿De qué color eran?"

—¿Eh? ¿Perdón?

"De qué color eran los ojos de Emilse."

—Pues eran... Eran... ¡Maldición, no lo sé!

Dio otro martillazo contra la piedra. El rostro de la gárgola se partió pero su sonrisa seguía intacta.

"¡Qué bello! ¡Ni siquiera te has fijado en su apariencia física! Lo que te golpeó como un martillazo en el rostro fue otra cosa. Fueron sus movimientos, su forma de ser, la esencia que irradiaba. Si eso no es amor, no sé qué otra cosa podría..."

—¡QUE TE DETENGAS!

Un tercer golpe y la cabeza de la gárgola voló por el aire. Aterrizó en un tejado inclinado, rodó cuesta abajo, y cayó en un patio interno.

—¡Ay!

El gemido de un hombre alertó a Gálax, que corrió hasta el borde para espiar hacia abajo:

La roca le había dado en la cabeza a un monje que justo iba cruzando por aquel patio.

Recién entonces se dio cuenta de que había llegado hasta un monasterio en las afueras de la ciudad. Había recorrido una larga distancia...

Se quedó un rato ahí observando. Tenía la esperanza de que el viejo estuviera muerto; quizás ese incidente oportuno le diera el empujón necesario para provocar algún otro asesinato antes de que amaneciera. Pero el delgado límite entre la vida y la muerte estuvo un poco resistente esta vez y el monje acabó por levantarse. Adolorido, pidió socorro y caminó con esfuerzo hacia la sala común del monasterio. Las luces se encendieron y pronto el lugar estuvo lleno de acólitos escandalizados.

Un tanto decepcionado por la buena suerte del anciano, Gálax se escabulló entre los tejados y regresó hacia la zona céntrica de la ciudad. Saltaba entre los edificios, las estrellas estaban sobre su cabeza, y seguía pensando en todo el asunto de Emilse Misil.

—Bueno... ¿Y qué pasa si me enamoré de ella? —repuso al fin.

«¿Eres imbécil? —se contestó—. ¡Pasa que es la chica que Piff vino a buscar! ¿No se trataba el viaje de eso?»

—Pero ella ya dejó muy claro que no está interesada en Piff...

«¡Pero a él eso no le importa! ¿No viste la mirada que puso cuando trataste de disuadirlo en el bar de copas?»

—Cierto...

Piff no pensaba darse por vencido tan pronto. No iba a haber una salida fácil de todo esto. El amor y el remordimiento le habían llegado en el mismo paquete...

—¡...!

Los reflejos de Gálax, despiertos y amplificados como los de un depredador, lo obligaron a frenar justo a tiempo.

Un proyectil había pasado volando a escasos centímetros de él.

El asesino se volvió y halló que cinco o más siluetas se recortaban en los techos a su alrededor.

—¿Quiénes son ustedes? —indagó con violencia.

—¿Se puede saber por qué rayos hiciste eso? —le contestó una voz ronca, perteneciente a uno de sus perseguidores—. Hace semanas que planeamos el robo al monasterio de los Hermanos de la Sagrada Luz Tripartita. Y cuando estábamos a punto de entrar, golpeas al abad y pones a todo el mundo en alerta. ¡Lo has echado a perder!

«Fue un accidente...», fue la justificación que encontró su mente.

—No tengo por qué darle explicaciones a una banda de inútiles como ustedes —fue la réplica que pronunció en voz alta.

El sujeto de la voz ronca rió con vehemencia junto con el resto de sus compañeros. Gálax ahora pudo observar que se trataba de pandilleros. Venían armados con cadenas, varas de metal y resorteras, y sus movimientos delataban que eran apenas unos principiantes.

—Esta es nuestra ciudad —afirmó el que presuntamente era el líder—. ¿Crees que te dejaremos andar por ahí causando problemas sin nuestra autorización? No eres bienvenido.

—Pues lamento informarles que he venido para quedarme. —Hizo una reverencia formal—. Mi nombre es Sombra Carmesí. Les sugiero que se vayan ahora mismo si no quieren terminar muertos. No me pillan en un buen día.

—Pues veremos si sigues con esa actitud arrogante después de que te aplastemos...

El tipo emitió un silbido para dar la señal y sus secuaces empezaron a disparar rocas y tornillos contra Gálax. Él los esquivó con suma facilidad y echó a correr sobre los edificios en dirección a los pandilleros. Llegó junto al primero antes de que este pudiera cargar la resortera y le propinó un duro golpe con el martillo. Evadió más proyectiles y saltó sobre otro de los tiradores con los talones por delante.

Lo derribó y continuó con la carrera.

Cada golpe asestado hacía vibrar el cuerpo de Sombra Carmesí. Sus facciones, ocultas detrás de la máscara, poco a poco iban recobrando la perversa vitalidad de la época en que arremetía contra las víctimas de la capital del mundo de la Madera. Se sentía muy bien.

Por su parte, el sujeto de la voz ronca comenzó a ponerse nervioso al darse cuenta de que uno a uno sus aliados estaban siendo abatidos por ese entrometido de máscara roja y capa negra. Su mandíbula temblorosa le indicó que lo mejor era escapar de inmediato. Pero antes de poder hacerlo, la sombra del asesino ya se proyectaba inmensa sobre él.

—¡Espera, espera! —suplicó con las manos por delante—. ¡No tienes derecho a atacarnos de esta forma! ¡No sabes quiénes somos nosotros!

—¿Debería importarme?

—¡Pues claro que debería importarte! Somos amigos de Paloma Blanca, la dueña absoluta de las noches de ciudad Maravilla. ¿Sabes lo que te hará si llega a esterarse de que nos has atacado? ¡Te perseguirá, te rastreará, te buscará hasta en tus sueños y finalmente te encontrará! ¡Paloma Blanca es el terror de la capital!

—Pues entonces solo es cuestión de que no queden testigos... —susurró Sombra Carmesí y alzo la cuchilla de carnicero, resplandeciente bajo la luz de las estrellas.

El pandillero chilló y se encogió con los brazos cubriéndole la cabeza.

—Sin embargo, ahora me genera mucha curiosidad saber quién es la persona que llaman "Paloma Blanca". —Gálax enfundó sus armas y dio media vuelta—. Váyanse de aquí y corran a contarle lo que ha sucedido esta noche. Y díganle a Paloma Blanca que estaré encantado de conocerla.

Y acabado su discurso, se retiró.

El pandillero soltó la respiración contenida en un largo resoplido. Miró a su alrededor: sus compañeros yacían desparramados por las azoteas de la zona, todos quejándose por los golpes y las heridas que Sombra Carmesí les había causado. Luego sintió algo tibio y bajó la mirada. Se había orinado en los pantalones...

Definitivamente no había imaginado que una noche de asalto a un monasterio iba a terminar así.

----------

La excitación continuaba embriagando los músculos de Gálax mientras saltaba de edificio en edificio a gran velocidad. Daba giros acrobáticas y realizaba maniobras riesgosas tan solo por diversión. La pelea reciente había sido para él como una ducha fría tras un arduo día de trabajo. Ninguno de sus problemas se había solucionado, pero la fantasía de destronar al bandido más grande de la ciudad y ocupar su lugar era distracción suficiente para mantener su cabeza ocupada.

Llegó hasta la hostería donde habían rentado una habitación. Se quitó el sombrero y la máscara, y utilizó la capa negra para envolver su equipo criminal antes de ingresar silenciosamente por la ventana. Sus pies tocaron el suelo de madera y sonrió con satisfacción. La noche no había sido tan mala después de todo.

Estaba a punto de tirarse en la cama para tratar de dormir un poco, cuando se dio cuenta de algo inesperado.

Piff no se encontraba allí. Ni él ni ninguna de sus pertenencias.

Todo indicaba que se había marchado.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro